jueves, 29 de diciembre de 2022

Marat y Joubert (Los encuentros esperados)


Miércoles, 20 de noviembre de 2002. Helsinki, Finlandia.

Carlota Liukin se hallaba en las instalaciones de la Helsinki Ice Arena y contrario a su costumbre de andar de parlanchina, se había puesto a practicar en silencio, distante de otras competidoras que no la conocían pero la habían visto triunfando en París. Maurizio Leoncavallo en cambio, otorgaba entrevistas para la televisión finlandesa y hablaba entusiasta de sus alumnos Cecilia Törn y Jussiville Partanen, anfitriones designados del torneo. En las gradas, la joven Katrina permanecía sufriendo por el frío y trataba de comunicarse con Maragaglio sin conseguirlo, aunque Marat Safin trataba de convencerla de desistir. A diferencia del Trofeo Bompard, la prensa no abundaba y los fotógrafos presentes eran escasos, más bien pertenecientes al gremio del patinaje y no tenían interés en reportar chismes. Sólo las patinadoras más conocidas murmuraban sobre los rumores, pero el centro de su atención era Katarina Leoncavallo con el "amigo" que había conseguido en el hospital y que le "hacía olvidar que estaba enferma".

-¡Maurizio está furioso! - dijo una.
-¡Yo le oí decir que su hermana se pasa todo el día con el chico nuevo! - contestó otra.
-Pero ella presumió a su novio - declaró una más.
-¡Lo cambió por este! 
-¡No saben lo que pasó en Nueva York! ¡Katarina se besuqueó con un tipo que nadie conoce!
-¿El hermano lo sabe?
-¡Se pelearon en París por eso! Luego ella llegó a Venecia y se enfermó y como no hay lugar en el hospital, la pusieron con el chico con el que ahora se divierte.
-¿Creen que se acuesten?
-Pues dicen que Katarina se la pasa muy bien.

Carlota escuchó aquello y eligió contarle a su entrenador más tarde, dándose cuenta de que Katarina no había exagerado al acusar a sus compañeras de escupir veneno a la menor oportunidad. Algo en la atmósfera no le gustaba y continuó su entrenamiento aparte, recordando que Alisa Drei se presentaría en cualquier momento y le había dicho que le harían un homenaje a Jyri Cassavettes por el que se pedía la participación de las patinadoras del certamen.

-Terminamos en diez minutos - le avisó Maurizio Leoncavallo mientras hablaba para un noticiero local y ella optó por marcar unas piruetas lejos de las demás chicas. Como resultado, los fotógrafos se concentraron en ella hasta que una campana sonó para que abandonara la pista. Marat Safin se aproximó entonces con un abrigo y unos protectores para cuchillas.

-¡Ay, muchas gracias! Quiero estar calientita - sonrió la joven y se disponía a tomar sus cosas cuando una exclamación de "¡Carlota!" la hizo voltear hacia la parte superior del graderío. Muda y sorprendida, contempló bajar a una persona conocida que no estaba contenta y que también dirigía sus ojos hacia Marat sin amabilidad. Se trataba de Joubert Bessette.

-¿Podemos hablar ahora? - inició él.
-Te vi en París pero no me dejaron acercarme.
-Estamos aquí ¿Caminamos?

Carlota Liukin asentó con la cabeza y anunció que se cambiaría de ropa lo más rápido posible. Sin dejar de tiritar, el propio Joubert la siguió con su mirada y cruzó los brazos para adoptar una postura de enojo y labios resecos que no dejó indiferente a un Marat que callado, aguardó a que la chica no estuviera más a la vista para encargarse de lo que fuera.

-¿Eres su novio? - preguntó el joven Bessette.
-Somos amigos.
-No parecía en las fotos.
-¿Cuáles? 
-Las del periódico.
-La gente miente.
-Así que se trata de una historia de "Carlota y el tenista" ¿Las vacaciones que tomaron son un chiste?
-El señor Liukin sabe que no tenemos qué escondernos.
-¿Lo del tenis y lo de Bompard son errores míos? También los vi en el negocio de Judy Becaud.
-¿Espiaste a Carlota?
-Mi padre fue testigo de que no te le despegabas en Mónaco ¿Ella me dejó por ti?
-¿De qué estás hablando?
-Estaba en coma, me despierto y mi novia ya no era mi novia, mis amigos tampoco me visitaban y de repente tú te colocaste en el pedestal. 
-No te hemos mencionado desde hace mucho.
-Porque me olvidaron.

Marat no quiso replicar, quedándose con la mirada fija a cualquier lugar. Sabía que Joubert lo observaba cuidadosamente, incluso juzgándolo.

-¿Te presentó a Sergei Trankov?
-No lo hizo.
-¿Tienes tatuajes, Marat?
-No te importa.
-¿Te dijo que tenía novio?
-Y yo le sugerí que te abandonara.
-¿Por qué?
-¡Porque es una niña!
-¡No era tu problema!
-Mientras estabas en coma, a ella la amenazaban de secuestro, se la pasaba declarando en la comisaría, topándose con periodistas y siendo expulsada de la escuela. La decisión de mudarse no provino de ella, sino de su padre y yo me la encontré en Mónaco y la ayudé a mudarse. Ella siempre pensó en ti hasta que una mujer vino a decirle que te trasladarían a Venecia ¿Crees que iba a permitir que mi amiga se convirtiera en tu enfermera? ¡Tiene catorce años! 
-No la abandoné cuando me necesitó.
-Pero ella no podía hacer gran cosa por ti.

Maurizio Leoncavallo terminó con sus distracciones y enseguida intervino en la charla.

-¿Qué ocurre aquí y él quien es?
-Soy Joubert Bessette.
-¿El novio de Carlota?
-¿Lo soy?
-Ricardo Liukin me avisó de ti, vete.
-No.
-Te haré echar.
-¿Qué demonios pasó? 
-Las cosas cambiaron.
-Tengo que hablar con ella.
-¿De qué?
-¡De qué no entiendo! 
-¿La estás emboscando?
-Deseaba hablar con ella en París y ni siquiera volteó a verme.
-Decidimos que no pasaría.
-Estoy aquí.
-Pero no vas a ningún lado. Se acabó, adiós.
-¿Quién es usted?
-Maurizio Leoncavallo, coach y tutor de Carlota Liukin mientras se encuentre fuera de casa. He decidido que nos vamos y no nos sigas.

Maurizio caminó hacia el pasillo de vestidores para aguardar por su alumna y Marat llamó a Katrina para que los cuatro se retiraran del lugar tan rápido como fuera posible. Sin embargo, nadie contaba con que Carlota se daría cuenta de aquello y tomaría la iniciativa en el vestidor de recordar el número del celular de Joubert y llamar con la motivación lógica de una visita urgente. Este reaccionó discretamente, sentándose en una butaca y contestando como si de otra persona se tratara, nada que no sucediera antes.

-"Joubert..."
-No me muevo ¿Verdad? Sospecharán y te quitarán el teléfono.
-"Perdona, es que me están cuidando".
-Siempre dices lo mismo.
-"No es con mala intención".
-Quiero que me expliques varias cosas.
-"¡Ay lo sé! Es que no puedo hacerlo aquí, ojalá nos viéramos en un café".
-¿Irías?
-"Tendría que avisar y esperar que me den permiso".
-Dime en qué hotel te hospedas y voy.
-"Bueno... Hoy estaré en Vantaa porque Marat toma su vuelo en la noche y me quedaré allá. Mañana regreso aquí a Helsinki y estaré entrenando temprano, luego iré a comer y me prometieron llevarme a ver auroras boreales. El viernes y el sábado voy a competir, podría estar contigo el domingo si me escapo del banquete de clausura".
-No tengo tiempo.
-"Disculpa, es que no puedo antes"
-Llamaste para poner pretextos.
-"¡No, Joubert! Es que estoy ocupada".
-Siempre hablas con excusas cuando se trata de mí.
-"No es cierto".
-¿Me dejaste por Marat Safin?
-"¡No, no pasó eso!"
-No contestas mis llamadas.
-"Cambiaron mi celular".
-Supe de tus fotos en Mónaco.
-"Fui a una caridad".
-Mi padre te vio con Marat y luego me enseñó las fotos de la prensa ¿Es tu novio?
-"No sé qué te contaron pero no es cierto".
-Me dejaste en el hospital.
-"Mi papá quiso ir a Italia".
-No te despediste.
-"No me dejaron".
-Regresaste a París, pudiste hacer algo.
-"Me lo prohibieron".
-¿En serio? Hace un segundo estaba en coma y recibiendo tus visitas y cuando despierto descubro que nunca te preocupaste por llamar para estar al tanto de mí, que incluso te cambiaste de ciudad, competías de nuevo y tienes un romance con un tipo que no sé ni de dónde salió. Te vi en un torneo de tenis ¿sabes? Y cuando te quise visitar en la cafetería de la señora Becaud, estabas con el tal Marat. Luego me dijeron que salías con él y que iban a las atracciones de París sin importarles lo que la gente dijera.
-"Me vigilaban".
-Le diste una flor y lo besaste hoy.
-"Joubert..."
-Creí que contaba contigo.
-"Déjame explicarte".
-Sé la verdad.
-"Las cosas no son así".
-¿Alguna vez te hice algo? 
-"¡No!"
-Entonces habla conmigo en persona.
-"¡Me van a regañar, Joubert!"
-¿Otro pretexto?
-"No entiendes".
-Terminamos, si eso te hace feliz.
-"¡Espera!"
-Una cosa más: ¿Me cambiaste por Marat porque pensaste que no iba a despertar?
-"¡Marat y yo somos amigos!"
-¿Desde cuándo abrazas a tus amigos y los invitas a tus vacaciones?
-"Él sólo me acompañó a Venecia".
-¿Y qué hace aquí?
-"¡Tomamos un vuelo desde París y el compró su boleto para Moscú, pero se ha retrasado por nieve!"
-¿Lo amas?
-"¿Qué dices?"
-Amas a Marat.
-"Ay, Joubert, él y yo no tenemos una relación".
-¿Por qué le entregaste tu dije?
-"¿Qué?"
-Marat trae tu dije.
-"Se lo regalé, es que..."
-¿Lo quieres?
-"Voy a explicarte..."
-Está claro y lo entiendo. Buena suerte.
-"¡No, Joubert, es que...!"
-Adiós.
-"¡Oye, no te vayas!".
-No volveré a molestarte, vete con tu novio.

Joubert terminó la llamada y resolvió retirarse enseguida, sin evitar contemplar a Marat Safin como si hubiera perdido un duelo y con notorio cansancio por escuchar palabras en las que no creía más. Los pasos de Carlota Liukin se percibían con prisa y ella alcanzó a ver cómo el joven Bessette abandonaba el lugar con frustración y desilusión.

-¿Qué hiciste, Carlota? - curioseó Maurizio Leoncavallo con severidad.
-¡Joubert no quiso que le explicara!
-¿Tú lo llamaste?
-Es que no me ibas a dar permiso de verlo.
-¡Dame tu celular ahora!
-Toma.
-¿Qué tienes en la cabeza?
-Quería que Joubert supiera que no fue mi intención.
-Empeoraste todo ¿cierto?
-Sí.
-Te pedimos que no estuvieras en contacto con él.
-Marat, discúlpame.

Maurizio se desconcertó por aquella acción y observó a Marat Safin cuando la chica Liukin lo abrazó afectuosamente.

-Joubert y yo rompimos ¡Pero no debía ser así!
-Nadie tuvo la culpa.
-Pero me enamoré de ti cuando él estaba grave en el hospital, Marat.

Carlota empezó a llorar y el joven Safin le tocó el cabello para consolarla, tranquilizándola un poco.

-Yo no conozco la situación pero tu padre no iba a permitir que te quedaras de cuidadora de alguien a quien no le serías de ayuda, Carlota - intervino Maurizio Leoncavallo. El grupo le prestó atención.

-Lo que sé que Joubert hizo por ti en una situación similar fue lindo, pero tú no estabas en la misma posición, tú te encontrabas en peligro y Ricardo Liukin tomó la decisión correcta. Tal vez sientas que traicionaste a alguien que estuvo antes para ti, pero tú no podías quedarte por razones muy fuertes. Si en el camino conociste a Marat y ahora sientes algo por él, es porque cambiaste y avanzaste. Ni Joubert ni tú son responsables de eso, ustedes crecieron, sólo que tú has podido vivirlo y él tendrá que asumirlo.
-Me siento mal.
-Pero pasará.

Maurizio enjugó las lágrimas de Carlota y tomándola de las manos, se dirigieron a la puerta. Marat iba al lado de ella, llevando su mochila y su maleta y Katrina, que se quedaba callada porque temía ser impertinente, atinaba a colocar un gorro en la chica y ponerse guantes para resistir el frío.

Afuera no dejaba de nevar y Joubert y Marat se atisbaron brevemente antes de que el primero abordara un vehículo, sin confrontación. 

viernes, 23 de diciembre de 2022

El cuento de Navidad (Serie navideña "Los encuentros esperados")


Miércoles, 20 de noviembre de 2002.

-Estoy muy cansada - declaró Marine Lorraine luego de llorar un largo rato sin poderse contener. A su lado, Courtney Diallo procuraba mantenerse lo más calmada posible y recordaba que aún faltaba un día entero para volver a casa.

-Terminé haciendo el ridículo y con el mundo al revés - continuó Marine.
-Quisiera tener alguna idea.
-Invité a Maragaglio a la boda.
-¿Por qué lo hiciste?
-Me estoy despidiendo de él.
-¿Nunca te han dicho que eso no se hace?
-Mi padre también lo quiere ver así que no puedo negarme.
-Le ocasionaste problemas con el sobre que le mandaste a su esposa, no tiene sentido que te trate bien.
-Pero es así.
-Debes acudir a terapia, Marine.
-Hay algo que quiero aclarar contigo, Courtney.
-¿Es por el mismo idiota?
-¿Nunca me viste en Senegal?
-Jamás, el tipo te tenía bien escondida.
-¿Te acostaste con él?
-Nunca quise. 
-¿Te lo pedía siempre?
-Suplicó, prometió, se apareció en mi casa y no obtuvo otra cosa que no fueran cachetadas.
-¿Te habló de mí?
-Es curioso pero eso pasó.
-¿Y qué dijo?
-No lo recuerdo, él estaba borracho y lo dejé solo ¿Tú me reconoces de antes?
-No te lo mencioné en el concurso porque trataba de evitarme peleas.
-Maragaglio me da igual, no iba a deshacerte el peinado por él.
-Creo que es la primera vez que me arrepiento de haber sido su amante.

Marine suspiró.

-Nunca le conté a Kleofina que también la conozco de hace tiempo.
-¿Perdona?
-Maragaglio me engañó con ella, tuvieron sexo.
-¿Sientes rencor?
-Ni un poco.
-Ese hombre te lastimó.
-Acepté sus reglas.
-¿Y ahora?
-Courtney ¿Seguirías siendo mi amiga cuando pase la boda?
-¿Qué pregunta es esa?
-Es que nunca he podido hablar con una chica sin miedo de que me traicione.
-Cuenta conmigo.
-¡Estoy muy confundida!

Courtney Diallo no añadió palabras, comenzando a creer que era un error no exigir el lugar junto a la ventana del avión y que no entendía por qué, en lugar de ir directamente a Sudáfrica, accedió a ir a Reunión con tal de no pasar más de una hora en Hammersmith y tomar el tren a Tell no Tales.

-Yo opino que deberíamos dormir - señaló Madice Hubbell con el talante tedioso.
-¿Qué ganamos con eso? - contestó Marine.
-Estar tranquilas para empezar.
-No me funciona.
-Piensa en tu comida favorita o quédate en blanco.
-¿Descansaré si lo hago?.
-Es infalible.
-Dame una almohada.

Marine Lorraine se animó a seguir el consejo y no hubo manera de abrirle los ojos después, así que Courtney Diallo pudo dedicarse a leer un poco y estirar las piernas, concluyendo nuevamente que ese viaje a París la había hecho perder el tiempo y tal vez gastar un dinero que requeriría en el futuro. Al menos le quedaba la tranquilidad de saber que la trama Liukin estaba concluida de alguna forma y que no tenía un compromiso relacionado a final de cuentas, ni siquiera tratándose de Kleofina y una de sus aventuras contribuyendo al lío. Impedir que Maragaglio conociera a su familia entera hubiera sido egoísta.

Algo que resultaba curioso era que Marine Lorraine aún consultaba revistas de vestidos de novia y sobre su regazo y en su mesita de apoyo había una gran cantidad de las mismas, incluidas las que acababa de adquirir en el aeropuerto de París. En una de las ediciones, la joven había colocado la foto con el vestido elegido durante su prueba en la cafetería "La Belle Époque" y se notaba que estaba considerando encontrar alguno parecido apenas llegara a Tell no Tales. Detrás de la imagen, un recado de Maragaglio anunciaba que se encontrarían en la boda y que no dudara en llamarlo si necesitaba cualquier cosa.

-Esta mujer es un caso perdido - comentó Courtney, mostrando el mensaje a Madice Hubbell inmediatamente.

-Ay, no lo sé ¿Y si él detiene la boda?
-Sería la cereza del pastel.
-¿Crees que la quiera?
-Obviamente no, Madice ¿Cómo le recordamos que el tipo está jugando con ella?
-Díselo tal cual.
-Se lo diremos.
-¿Se habrá obsesionado?
-Marine se está quedando en el pasado.
-Sé que vinimos porque creímos que le estaban arruinando la vida a los Liukin pero todo fue por nada.
-Ni tan nada porque igual veremos a Maragaglio y debemos ayudar a nuestra amiga.
-¿Resultará?
-No.
-Qué horror.
-Madice, por favor prepara un montón de pañuelos.
-Propongo una noche de helado y pijamada en mi casa.
-Llevaré el pollo frito.

Ambas mujeres asentaron con la cabeza y Courtney cubrió a Marine con una manta.

Detrás de ellas, Albert Damon y Goran Liukin Jr. parecían distraídos con una conversación igual. Ambos se hallaban preocupados por Marine y Maragaglio, aunque fuera en plan vigilante y el asunto del reencuentro alertaba a Albert en particular.

-Tu hija dejó claro que se quiere casar - reiteraba Goran Jr. a cada instante.
-Maragaglio la ha puesto mal, le han surgido dudas a Marine y no estoy muy contento.
-¿Por qué no confías, Albert? Es una buena chica.
-Está confundida y antes de la boda no es buena señal.
-Son los nervios.
-Tu hijo le ha dicho un montón de barbaridades con el pretexto de regalarle un vestido de novia que no necesita.
-No conozco a Maragaglio, pero ella es lista y ha de saber que es normal que se aparezcan fantasmas antes del matrimonio.
-Crié a mi hija para que siempre estuviera segura de sus decisiones y no creyera en palabras de amor.
-Eso no depende de ti.
-La he visto con Laurent por dos años, se llevan bien, conviven con ternura y él es un caballero ¿Qué la haría pensar diferente?
-¿Ternura, dijiste? 
-Sé que él ama a mi hija.
-¿Y ella a él?
-Me ha dicho que sí.
-Entonces no te inquietes.
-Como si no supiera que Maragaglio fue capaz de enamorarla.
-¿Por qué no aclaras las cosas con Marine?
-Porque quizás no estoy preparado para dejarla ir. 
-¿Sigues viéndola como una niña?
-Marine es especial, es ingenua y soñadora.
-La subestimas, Albert.
-La sordera la apartó siempre, era muy tímida y aunque no lo admite, sé que engañarla no es difícil. La han lastimado antes, Goran. 
-Tu hija sabe qué hacer.
-Maragaglio le rompió el corazón una vez.
-Marine ya es una mujer, confía en ella.

Goran Jr. bebió un poco de té y maldijo por no poder fumar libremente.

-Vamos a tener días muy ocupados, los vecinos darán una fiesta para celebrar el compromiso de mi hija y también organicé una para la familia de mi yerno. Mi esposa se está encargando de una celebración en casa y los del concurso ese de Miss Corse quieren honrar a Marine con otro evento grande. Vamos a llegar a la iglesia sin ganas de festejar.
-Todo saldrá bien, Albert; deja que las cosas pasen.
-Aun no creo lo que está ocurriendo. Sentí menos preocupación por mis hijas mayores, incluso tengo dos nietos, pero con mi cuarta niña no puedo evitar estar apremiado.
-¿No lo esperabas? 
-Pensé que se quedaría soltera.
-Sorpresa, sorpresa.
-Goran, no quiero que tu hijo hiera a mi bebé.
-No lo hará.
-¿Aún juras que no la tocó?
-Hemos fingido hasta hoy ¿Continuamos?
-Le pondré una pañoleta roja al llegar a Hammersmith.
-Marine no merece que le hagas eso.
-Pero no puedo permitir que en el barrio sepan que existe un pasado. 
-Debí detener a Maragaglio en cuanto conoció a Marine. Lo siento, Albert.
-La boda es la próxima semana.
-Habla con ella, todavía hay tiempo.

Albert Damon se levantó inmediatamente y cortésmente le pidió a Courtney Diallo y Madice Hubbell que cambiaran de asiento. Él se topó con la linda imagen de su hija dormida, soñando algo bonito o tal vez recordando algo mejor. Percatándose de que ella se había quitado sus aparatos auditivos, el señor Damon no se abstuvo de cantarle para arrullarla, sin importar que fuera inútil. En sus manos de padre, portaba la pañoleta roja que siempre distinguía a las mujeres del barrio Corse y que Marine había lucido desde el nacimiento ¿Qué sentido existía en llevarla consigo si no tenía caso? Albert se resistía a creer que su hija había profundizado su relación con Maurizio Maragaglio años atrás. Y se dio cuenta de que le colocaría otra vez esa tela en el atuendo para ocultar el secreto, para no avergonzarla ni reclamarle. Abrazándola como cuando era niña, Albert Damon comprendió que la boda no era una decisión suya, así que debía seguir su curso, pero no le impedía tomarse el tiempo de estar a solas con Marine para expresarle que conocía la verdad y aquello lo había hecho amarla más. 

viernes, 16 de diciembre de 2022

Las pestes también se van (Margaglio vuelve a casa)


Venecia, Italia. Miércoles, 20 de noviembre de 2002.

Un agente de la Polizia recogió a Maragaglio en la estación de tren de Mestre pasadas las dos de la tarde, con el encargo urgente de llevarlo al encuentro con sus hijos. Desde el tren rápido en Milán, el primero había sido informado de la obligatoriedad del uso de cubrebocas y portaba uno que comenzaba a rozar su nariz.

-¿Debo pasar por cuarentena? - preguntó Maragaglio sin mirar más que el frente, seguro de que la lancha policial era incómoda. La marea subiría en cualquier instante y la prisa de ambas partes era evidente.

-Nos dijeron que usted se vacunó el mes pasado.
-Supe que casi todos en Intelligenza enfermaron.
-Director...
-Maragaglio de preferencia ¿Desde cuándo la formalidad? 
-Me disculpo.
-Aceptado.
-Por aquí, por favor.

Ambos abordaron sin más protocolos y una corriente de aire frío se hizo sentir, provocando que el policía y un colega que fungía como conductor tiritaran inmediatamente y se sirvieran unos pequeños vasos de café.

-Los turistas no pueden entrar y la navegación se cerró ayer. Sólo hemos recibido personal médico e insumos - se dijo al retomarse la conversación. Maragaglio optó por saciar la curiosidad al emprender finalmente marcha.

-¿Cómo empezó?
-El viernes pasado nos reportaron que estaba llegando mucha gente al hospital de San Polo y en la madrugada se llenaron todos los demás. 
-¿De repente?
-En las primeras horas se enfermaron los americanos así que temíamos estar bajo ataque.
-Tenían que ser ellos ¿Verdad?
-Estuvimos llevando gente de Lido y Murano antes de que nos pusieran a patrullar otra vez. La laguna y las islas están cerradas porque les llegó el contagio.
-¿Qué tan grave es?
-Se han muerto doscientos.
-¿Qué?
-Es más fácil encontrar a un enfermo que a un sano.
-¿Saben algo de Giampiero Boccherini?
-Está bien pero lo enviaron a casa.
-Me alegro.
-Casi no hay vaporetti ni góndolas porque la mayoría de los trabajadores están hospitalizados.
-Mis hijos se quedaron con su tía, mi esposa no se siente bien.
-Dicen que la Katarina está grave.
-Algo supe.
-Se ennovió con el gondolier ¿No? 
-Qué gondolero ni qué gondolero, qué tontería.
-Los juntaron en el hospital.

Maragaglio quiso seguir negando lo evidente, pero evitó que el chisme creciera preguntando si alguien en Intelligenza Italiana conservaba la salud para trabajar. Así supo que Alondra Alonso se hallaba coordinando la división desde su hogar y de hecho, aún continuaba averiguando si la ciudad había sufrido un ataque biológico.

-Entonces notifíquenle que volví y que estaré con mi familia - pronunció el hombre como si le diera igual y pasó el resto del trayecto en calma, tratando de imaginar qué encontraría en las calles y si la influenza era tan letal como afirmaban. Estaba por llover y nublarse de nuevo, como si se anunciara una inundación impostergable. El sol seguiría apareciendo pero su calor no consolaría a nadie y poco a poco, el invierno azotaría a sus anchas.

-Iremos directo al barrio de San Polo ¿Creen que encuentre alguna tienda? - preguntó Maragaglio sintiéndose torpe. 
-El mercado sigue abierto, pero es mejor llamar y encargar comida - recibió por respuesta y atendió la recomendación. Le urgía llegar a un sitio caliente y se moría por comer algo decente.

Transcurrió media hora para que la lancha atracara en una calle colorida y el primero en darse cuenta del regreso de Maragaglio a Venecia fue Edward Hazlewood, quien se hallaba en su azotea tratando de colocar un telescopio para distraerse por la noche. Así fue que ambos se miraron con tensión, pero sin enfrentarse. Al tocar Maragaglio la puerta de la familia Berton, cada cual siguió con sus propios asuntos.

-¡Maragaglio! - exclamó Anna Berton al abrir y enseguida, los hijos de aquel se abalanzaron sobre su padre como bienvenida. El viejo señor Berton no ocultó su sorpresa y enseguida hizo una seña para permitirle el paso a su yerno. El disgusto era tal, que el propio Maragaglio sólo pudo murmurar la palabra "suegro" y darse cuenta de que si volvía a hablarle, iniciaría una discusión.

-Ven acá ¿Dormirás con tus hijos? No te voy a dejar estorbando en la sala - intervino Anna muriéndose por gritar con furia y ella misma arrastró las maletas de su cuñado hasta arrojarlas en una habitación pequeña con una cama. El otro no supo contener una gran carcajada, delatando que en el fondo nunca le había importado lo que ella pensara.

-Comeremos apenas, estoy atrasada por la limpieza - anunció la mujer.
-¿Qué preparaste?
-Pasta con salsa de tomate.
-¿Con eso has alimentado a mis hijos?
-No sé cocinar otra cosa.
-¿El señor Berton no prepara algo?
-No lo dejo desde que el doctor le sugirió que cuide sus ojos del calor.
-Yo inventaré algo.
-¿Nos vas a envenenar?
-Pedí que trajeran cosas de Rialto.
-¿Qué harás?
-Si quieres me ocupo de la cocina mientras me quedo.
-Maragaglio, tú no estás aquí porque querramos.
-Pero no pueden sacarme.

Él recordó que aún portaba su cubrebocas y lo retiró, dejando más patente su deliberada burla de Anna ante cada cosa que expresara o gesto que se marcara en su tiburonesca cara. 

-¡Niños! ¿Alguien quiere hacer empanadas de dinosaurio conmigo? - gritó Maragaglio y enseguida, sus hijos y sobrinos se aproximaron contentos. Su tío iba a complacerlos con cualquier figura que le pidieran y prometía conseguir el permiso para tener una sesión de videojuegos más tarde.

-Anna ¿Y mi bebé? - preguntó él.
-Con su abuelo, durmiendo.
-Muy bien.
-¿Vas a preguntar por mi hermana?
-Iré al hospital después de comer. Gracias por ayudarla.
-Cállate.

Anna se limitó a observar a Maragaglio buscando ingredientes en la cocina y tranquilizando a sus hijos y sobrinos con algunos regalos finlandeses. Poco después llamaron a la puerta y él mismo se hizo cargo de atender a un vendedor y acomodar la despensa. 

-Este spaghetti sabe horrible - expresó él luego de curiosear con una cacerola vieja.
-¿Vas a tirarlo?
-Claro que no, Anna.
-¿Qué estás haciendo?
-Trataré de arreglarlo para la cena.
-¿En serio preparas empanadas?
-Los niños merecen comer de verdad.

La mujer quiso ser vigilante y se situó junto a la entrada de la cocina, esperando la oportunidad de formular preguntas aunque Maragaglio lo intuyera de inmediato, sin interesar si él estaba dispuesto a dar una versión de los hechos increíble o hacer gala del ser despreciable de siempre. Lo admirable era que los infantes presentes hicieran caso a cada palabra de su tío, como si de una lección sobre educarlos se tratara. 

-Bueno, si me ayudan a revolver la carne, les enseñaré a hacer T Rex con la masa - añadió él y todos le decían que odiaban las verduras que iba agregando a la receta. Anna ponía cara de pocos amigos e incluso demostraba su envidia por ser bastante ineficaz para resolver situaciones cotidianas. Transcurrió un largo rato.

En la casa de los Berton era raro que no hubiera ruido y Maragaglio parecía contagiado de aquella dinámica al hacer reír hasta las lágrimas a sus sobrinos imitando a los payasos del circo por televisión. El alboroto atrajo de nuevo la atención de Edward Hazlewood, mismo que apenas acababa de recibir noticias sobre su hijo Marco y no se sentía bien con eso. A su lado, el joven Fabrizio comenzaba a curiosear igualmente, aunque se encontrara alarmado y no se dispusiera a fingir cabeza fría.

-¿Cuándo le van a decir a Marco que está más enfermo que antes? - preguntó el chico.
-Mañana, cuando lleguen los doctores de Verona.
-¿Crees que deje las góndolas?
-Lo obligaré.
-Papá, ¿puedes hacerlo?
-No volverás a fumar en mi casa y menos delante de tu hermano ¿Al fin entiendes?
-Sí.
-Fabrizio, no me hagas repetírtelo y suplicártelo como siempre.
-¿Qué te dijo el doctor Pelletier?
-Marco necesitará pastillas y un estudio adicional.
-A mi hermano no le gusta que te enteres de esas cosas.
-Pero necesito saber qué hacer.

Luego de un silencio breve, pasar saliva y volver a asomarse hacia la casa de los vecinos, sucedió algo singular: La voz cantante de Maragaglio era agradable y el profesor Hazlewood se preguntaba cómo era posible que alguien capaz de tanta belleza fuera prácticamente su enemigo personal. O eso creía después del único momento de valor que recordaba de sí mismo, exigiendo por única vez a una persona que se alejara de sus hijos. Al mismo tiempo, otras familias abrían sus ventanas para deleitarse y las vecinas suspiraban de sólo identificar al dueño de esas melodías cálidas. Maurizio Leoncavallo "Maragaglio", había embriagado a Venecia de amor nuevamente.

-¿Crees que nos moleste, papá? - preguntó Fabrizio.
-No es capaz.
-¿Marco sabe pelear?
-No pude alejarlo de ella.
-¿De Katarina?
-Los Hazlewood no atraemos chicas bonitas sin meternos en problemas. Tu madre tiene un hermano que hasta la fecha desea estrellarme contra el pavimento.
-¡Eres una gallina, papá!
-Las gallinas son valientes, yo no tanto.
-Ayudaste a Marco a escaparse de la corona británica.
-Para que terminara de novio de una chica con parientes en un servicio de inteligencia.
-Pero lograste que no lo investigaran.
-Maragaglio está informado.
-No es cierto.
-Siempre hemos estado en sus manos.
-¿Qué hizo Marco?
-Nada grave.
-Papá, tienes que explicarme.
-No tengo por qué.
-¿Y si un día Maragaglio me detiene?
-Qué alegría será no saber ¿verdad?

El señor Hazlewood comenzó a morderse las uñas, apenas pensando algo vago, como que sus vecinos no eran confiables o exageraba porque se sentía inhibido. Después de ordenarle a Fabrizio volver al interior para ocuparse de vigilar el teléfono, el hombre se quedó mirando la casa de los Berton, acertando en descubrir a Maragaglio observándolo igualmente, aunque sin el talante engreído, como si dijera "ya ve, estoy con mis hijos".

-¿En qué tanto te fijas, Marabobo? - gritó Anna Berton y ella también se dio cuenta sobre la presencia de Edward Hazlewood, que permanecía un tanto pasmado e inclinaba su cabeza en saludo. Ella abrió su ventana enseguida.

-¡Señor Hazlewood! ¿Cómo está Marco? - saludó. Maragaglio se intrigó enseguida y el otro no podía salir corriendo mientras su enfermiza timidez le impedía desmayarse.

-Mi hijo está bien - respondió el vecino en voz alta, pero temblorosa.
-¿Qué le han dicho?
-Le harán más estudios, señora Berton.
-¿Por qué?
-De rutina, los de siempre.
-Muy bien, me lo saluda si es posible y que se recupere pronto.
-Claro, gracias.

Maragaglio sonrió hacia Hazlewood y este último optó por fijarse en otra cosa, sin poder disimular los nervios al tirar sus macetas.

-Ese pobre hombre es tan torpe - comentó Anna sin exaltación y resolviendo ayudar a su cuñado lavando trastes. Al fin las voces se moderaban y ningún comentario adicional saldría de las paredes de la cocina de los Berton.

-Tengo entendido que es muy inteligente.
-Torpe pero inteligente, no creo que no lo sepas Maragaglio.
-¿Es profesor, no?
-¿Te burlas de él?
-¿Tú qué crees?
-Meh, yo quisiera que mis hijos tuvieran la paciencia de Marco y Fabrizio.
-No puedo creer que ese hombre tenga dos hijos.
-Tiene tres, es sólo que su hija vive en Inglaterra.
-¿Dos varones y una niña? Como Ricardo Liukin.
-El señor Hazlewood es divorciado.
-Era más creíble decir que era viudo.
-¿No sabes nada de Edward Hazlewood?
-No soy curioso.
-Eres una víbora.

Anna odiaba encontrar gracioso a su cuñado y le fastidiaba estar segura de que oía mentiras.

-De seguro al señor Hazlewood le comentan sobre Katarina y lo felicitan por tenerla de nuera.
-No vas a sacarme de quicio, Anna.
-Era un simple comentario.
-Hazlewood tiene suficiente con su hijo enfermo y con el otro vago.
-Supe que has ido a verlos con sus bandas.
-A veces tomo cerveza.
-¿Te aprendiste las canciones?
-Son buenos músicos.
-Qué hipócrita eres.
-¿Hay algo que intentes decirme, mujer?
-El señor Hazlewood tiene temor de ti.
-No hay novedad.
-¿Por qué Katarina tiene prohibido estar con Marco? 
-No es así.
-Hasta tú la vigilas y sé que explotaste cuando la juntaron con él.
-El chico no es malo.
-¿Entonces?
-Katy se merece algo mejor.
-¿Como Miguel Liukin?
-Tampoco. Ella puede conocer a alguien más importante.
-Ah, es por estatus.
-¿Maurizio ha venido a hacer escándalos aquí?
-A cada rato.
-Susanna lo comentó alguna vez y no hice caso.
-Tú también has intimidado a mis vecinos.
-Katarina toma los cursos del profesor Hazlewood y yo paso a checar como está. Si él se asusta no es mi problema.
 -Lo amenazaste.
-Parecía un cobarde.
-Oh, espera ¿Lo respetas, Maragaglio?
-Es un buen tipo.
-¡Yo que te creía incapaz de algo así! Das asco ¿sabes?
-Y miedo.
-Hoy estás de payaso.
-Amén.
-¿Así tratas a mi hermana?
No.

Maragaglio recuperó la seriedad y comprendió que Anna Berton dudaba en conversar sobre Susanna. Katarina era el pretexto para hacerlo, pero la mujer no tenía el talento para introducir el tema. Ambos hicieron que sus respectivos hijos regresaran a la sala e incluso adelantaran su horario de videojuegos. Una vez solos, los adultos reanudaron su charla.

-Cuando Susanna se recupere, iré a Tell no Tales ¿Podrías ayudarla con los niños?
-¿Qué? ¿Te vas a largar de paseo?
-Recibí órdenes en Helsinki.
-¿De qué?... ¿Es por tu amante?
-¿Quién?
-Sé que te acuestas con otra mujer, "cariño".
-Ah, pensé que te referías a alguien conocida.
-¿Lo de tu nueva aventura es verdad? 
-Se llama Katrina.
-¡Maldito infeliz! 
-¿Quieres que te mienta? 
-¿Qué ganas? ¿Por qué le haces esto a Susanna justo ahora?
-No sé, tú explícame.
-¡Desgraciado animal!
-Es lo más lindo que me has dicho.
-¡Cínico sinvergüenza!
-Y eso lo más decente.
-¡Te estás burlando, hijo de...! ¿Por qué no dejas a mi hermana y te vas de cama en cama como te gusta? ¡Haz hecho suficiente daño!
-Anna, tú y yo no somos los más indicados para reprocharnos nuestras dobles vidas, te recuerdo que tu hijo mayor es de Giampiero Boccherini. Un consejo: Nunca te enredes con el mejor amigo de tu cuñado.
-¡Por favor!
-Tu esposo no sabe, mi suegro menos y en lo que a mí respecta, tú te callas y yo me callo.

Anna Berton quiso arrojarle un plato a la cabeza, reprimiéndose apenas.

-¿Dónde conociste a la tal Katrina?
-En París, en la calle.
-¿Haciendo qué?
-Mi trabajo.
-Nunca voy a entenderte, Marabobo.
-Si fuera por ti, yo cometería el error de separarme de Susanna.
-Nos lastimas.
-Tengo que asistir a la boda de Marine Lorraine y si te tranquiliza, iré solo.
-Contéstame ¿Dormías con la becaria?
-No.
-Haré que te creo... ¿Esa tal Katrina va a ser un problema?
-No cambiaré a Susanna por otra mujer.
-¿Por qué le haces esto a mi hermana?
-Katrina será mi última conquista.
-¿Cómo vas a "cambiar"?
-Estar de aventurero sale caro.
-¿Hiciste cuentas?
-Hay que cuidar las finanzas.
-Susanna nunca te ha engañado.
-Ella es mi hogar.
-O más bien te estás volviendo viejo.
-Las mujeres me gustan mucho, Anna.
-Cínico maldito.
-Jajajaja, en serio me caes bien.
-Era tan fácil que te fueras cuando te conocimos.
-Pero ella me ama.
-No la mereces.
-No puedo seguir durmiendo con cualquier chica.
-Siempre intenté prevenir a mi hermana sobre ti.
-No lo harás más.
-No puedo esconderle lo de la tal Katrina.
-Anna, estoy confiando en ti.
-¿Es un chantaje?
-Susanna me pidió pasar más tiempo en casa.
-¿Aceptaste?
-Me nombraron "Direttore d'intelligenza Lombardia e Piemonte" para el próximo año así que volveremos a Milán.
-¿Ella sabe?
-Será una sorpresa.
-Obviamente estarán solos.
-No voy a permitir que intervengas en nuestro matrimonio y dudo que convenzas a tu hermana de no acompañarme.
-Entonces nos conformaremos con llamadas de vez en cuando.
-Los visitaremos.
-¿Tu amante va a vivir cerca de ustedes?
-Katrina se quedará en París.
-¿Cada cuánto irás a verla?
-No lo sé, supongo que un fin de semana al mes.
-Tú me das náuseas.
-Perdóname por ser adicto a las mujeres.
-Nunca voy a hacerlo.
-Intentas ahuyentarme todavía.
-Susanna estará mejor sin ti.
-Pero no estaré bien sin ella.

Maragaglio echó un vistazo al horno y Anna resolvió servir un par de copas de vino.

-Podremos comer en un momento - avisó él.
-¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
-Hasta que Susanna se recupere.
-Hablé con ella antes de la cuarentena.
-¿Te mencionó lo del sobre que le envió Marine?
-¿Cómo sabes de eso?
-Trabajo en Intelligenza.
-¿Tiene que ver con el viaje que harás?
-En parte ¿Cómo tomó Susanna las cosas?
-Ambas pensamos que te enfadarías.
-¿Es cierto que le dijo "zorra" a Marine?
-¿Te estás riendo?
-Tú también, Anna. 
-Bueno, es que mi hermana no acostumbra insultar.
-Me alegra que lo hiciera.
-Maragaglio, espero que estés siendo franco. A mí no me escondes tus canalladas, pero tengo la certeza de que te metiste con tu becaria y algún motivo tendrás para negarlo. Ojalá no sea algo grande porque de otra forma tendría que delatarte.
-Solo soy sincero contigo y con Giampiero. Entre Marine y yo hubo camaradería, amistad, era una secretaria eficiente y una buena chica que siempre está en su casa con su familia. Yo no me atrevería a ser un miserable lujurioso con alguien que siempre me trató bien.
-La acusaste de acoso con Susanna.
-Porque se estaba obsesionando conmigo.
-¿El ego no te precede?
-La despedí porque no quería que la situación se complicara y creo que funcionó.
-¿Por qué irás a su boda? 
-Por una misión.
-¿Se puede saber cuál es? 
-Unos diamantes.
-Ah, sigues con eso.
-Juro que me portaré bien, no le haré daño a Susanna, no voy a serle infiel.
-¿No invitaste a Katrina?
-No se me ocurrió.
-Qué desgraciado eres.
-Es en serio, esta vez voy en solitario.

Maragaglio dio un sorbo al vino y regresó a la ventana, a contemplar a un inseguro Edward Hazlewood que intentaba esquivarlo con cualquier cosa, hasta adelantando su nueva rutina de dedicarse a la pintura.

-¡Papá! ¿Sigues con el cuadro para Katarina? - gritó Fabrizio Antonioni mientras subía al techo con una bandeja. El chico había olvidado que un Leoncavallo estaba cerca.

-Quiero terminar... Terminarlo pronto, es que los detalles me cuestan trabajo.
-Yo digo que está bien.
-Katarina es observadora, notaría que lo estoy haciendo mal.
-No creo, esas flores se ven lindas.
-Marco le va a interesar más, tienes razón.
-No has comido.
-No reparé en eso.
-Te traje una chaqueta.
-Gracias.
-¿Maragaglio te está vigilando?
-Tardaste en prestar atención.
-No disimula.
-Déjalo ya, no podemos remediarlo.
-Puse el teléfono cerca para que no tengas que bajar a la sala.
-Gracias.
-Te quiero, papá.

Hazlewood estrechó a su hijo y le alborotó los rizos antes de acceder a descansar y compartir una comida sencilla y caliente que le tranquilizaba un poco. En cambio, Maragaglio desde su lugar se cuestionaba si dejar a Katarina rodeada de tales nerds era lo más sano y pensó mucho en aquel momento en París, donde teniendo la oportunidad de sucumbir a sus deseos de romance y dejar todo atrás por ella, se había apartado del camino para no estorbar.

-¡Cuiden bien de Katy! - pidió en voz alta y Edward Hazlewood, desconcertado por la petición, sufrió la desgracia de arrojarse sopa de tomate a la ropa, provocando la sonora carcajada de su hijo y la expresión de pena ajena con levantamiento de ceja incluida de un Maragaglio que atinaba a juzgar a los vecinos como un desastre crónico con el que Katarina estaba decidiendo lidiar. 

domingo, 13 de noviembre de 2022

Las pestes también se van: Wendy, Wendy

Mike Hazlewood con las cantantes Ireen Scheer y Sherry Lin en 1970. 

Jueves, 21 de noviembre de 2002.

-¿Podrían dejar de tener sexo?.... No invitan - protestó Tennant Lutz desde su cama y ocasionó un ataque de risa en Juulia Töivonen, quien se la pasaba sonrosada desde que Katarina Leoncavallo y Marco Antonioni ocupaban lugar junto a ella en la habitación. La pareja por su parte, continuó con sus besos y caricias mientras trataban de no sucumbir a las carcajadas, sin mucho éxito.

-Búscate pareja, Tennant - dijo Marco alegre.
-No me hace caso ni una enfermera.
-Porque no eres paciente.
-Estoy enfermo ¿De qué hablas?
-Me refiero a la paciencia. Además, pareces un nerd.
-¿Qué?... Estás haciendo el amor con Katarina mientras hablas conmigo.
-Puedo hacer ambas cosas.
-¡Eso es imposible!
-Sólo saluda a una chica e invítala a salir.
-¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Genio!
-Di "hola" sin esperar nada y verás.
-Perseguiste a tu mujer cuatro años.
-Siempre me esforcé por hablarle.

Los besos de Katarina se hicieron más ruidosos y Tennant se quedó callado, sorprendido de que ella dejara de molestarle y le ocasionara alegría verla feliz. La vibra pesada se había ido con la noche y de acuerdo al doctor Pelletier, Marco Antonioni había salido excelente en sus estudios por la mañana.

-No entiendo por qué se ducharon si de todas maneras se llenan de saliva - prosiguió Tennant.
-No importa lo que digas, no te vamos a unir - contestó Katarina, provocando una nueva risa hasta en el propio chico, que sentía que se acaloraba con la pena y cubría su rostro con las manos a falta de alguna frase qué soltar para defenderse.

-Además, no me he vengado de ti por verme desnuda. No creas que no me di cuenta - mencionó ella antes de volver a enredarse en los brazos de su novio.

-Tennant, yo creo que estás muerto - añadió Julia Töivonen.
-¿Por qué?
-Por entrometido.

El buen humor aparecía en el hospital y las nubes permitían ver el sol claramente, aunque fuera el espejismo previo al invierno. Estaban por dar las cinco de la tarde y con ello, las rondas de revisión de las enfermeras en un día que rebasaba los ingresos de pacientes y desbordaba los hoteles de aislamiento. El gobierno italiano había desplazado personal médico de Verona y ciudades aledañas para atender la emergencia veneciana. 

-Hola, soy Wendy. Hoy tengo turno en esta habitación ¿Cómo te llamas? - preguntó una mujer fornida, de grandes ojos y enorme sonrisa escondida a través de su cubrebocas. Tennant descubrió su rostro curioso.

-¿Me toca la medicina? - preguntó él.
-Está bien si no quieres saludar.
-Perdón, es que cambian al personal a cada rato.
-Entiendo ¿Tienes molestias? 
-No ¿Me van a poner el suero?
-Vengo a darte el antiviral... ¿Tennant, verdad?
-Sí.
-Toma tu pastilla, niño.

Que la enfermera nombrara así a Tennant hizo que sus otros tres compañeros de habitación no pudieran contenerse y estallaran en risas escandalosas.

-Hay una fiesta aquí al lado y no puedo permitirlo ¿Se sienten mejor? - continuó Wendy e ingenuamente, corrió las cortinas rosas. El sol le dio directo a Marco en la cara.

-¿Qué están...? ¿Eres tú?
-¿Hola, Wendy?
-¡Voy a reportar esto con el doctor Pelletier!
-Él nos dio permiso.
-¿Qué?... ¿A quién tienes encima? ¡Señorita, regrese a su cama inmediatamente!

Ante el gesto severo de la mujer, Katarina volteó a verla, sorprendiéndola.

-Hola ¿Cómo va todo, Wendy? - dijo la joven y Marco volvió a su sitio con prisa.

-Oye Tennant, es la segunda ocasión que me observas sin ropa ¡Te daré un puñetazo! - advirtió seriamente Katarina antes de acomodarse y agitar su mano para ser cordial con la enfermera.

-Estás con ella, Marco - reaccionó Wendy.
-Así es - respondió él.
-Creí que nunca te haría caso.
-Las cosas cambian.
-Qué bueno que me fui.
-No me avisaste.
-Empezó a gustarte ella.
-Tú me abandonaste primero.
-¡No me quería fugar!
-Dijiste que era un idiota.
-¡Te vi coqueteando con Katarina! Ese día me habías dicho que nos íbamos a casar.

La chica Leoncavallo se cruzó de brazos.

-Ella me cortó, lo juro - aseguró Marco.
-¡De todas las mujeres tenías que quedarte con la que más me molestaba! - reprochó Wendy.
-Me cambiaste por un patólogo y luego no supe dónde más buscarte.
-¿Habrías ido por mí?
-Ni un teléfono tuve.

Katarina no contuvo sus deseos de decir algo.

-Entonces ¿No era la única, Marco?
-¿Qué dices? Claro que sí, siempre lo fuiste.
-Te querías ir con Wendy.
-Pero ella ni se despidió.
-Si te hubiera dicho a dónde se fue, habrías corrido.
-Pensé que estaba enamorado.
-¡Marco!
-Pero te conocí, chica bonita.
-No me engañes.
-Wendy se fue cuando no teníamos ni una semana de habernos visto, Katarina.
-Te quedaste porque no tenías idea de nada.
-No la perseguí otra vez porque tú me saludaste y decidí acompañarte a tu casa con mi góndola.
-¿De verdad?
-Conservo el papelito con tu dirección en mi carpeta de trabajo.
-Eso es lindo.
-Me encantas desde el principio, Katarina.

La joven Leoncavallo suspiró y besó a Marco Antonioni mientras Wendy olvidaba aplicarles el medicamento y atendía a Julia Töivonen sin evitar girar su cabeza.

-Nunca puedes confiar en un hombre - se quejó.
-¿Lo querías? - curioseó Juulia.
-Ten cuidado con los patólogos.
-Lo tendré en cuenta.
-Marco y yo nos llevábamos bien.
-¿Por qué terminaron?
-Se le apareció Katarina.
-¿No te pudo mentir, verdad?
-De todas formas tomé una decisión... ¿Quieres una revisión con el ginecoobstetra? 
-Tuve consulta ayer.
-Supongo que él autorizó el antiviral.
-Siento mucho dolor todavía.
-¿En esta habitación todos están así de activos?
-Nos vas a ver sofocados con las mascarillas en un rato.
-La parejita se ha de sentir mejor.
-Créeme que no, Katarina ya empezó a respirar más rápido.
-Qué observadora.
-¿No te cae bien o me lo imagino?
-No creí que le gustara Marco.
-Cosas que pasan.
-Decían que ella tenía una relación muy rara con su hermano. Una vez vi como él la abrazaba por la cintura y le besaba el cuello.

Juulia pasó saliva y se percató de que Marco también había oído. Katarina se hallaba reclamándole amistosamente a Tennant por no apartarle los ojos, en contraparte.

-Bueno, al menos sabemos que le levantaban falsos a ella - pronunció Juulia.
-Cuando vi a Marco saludando a Katarina, entendí que todo se había acabado. 
-Llevan dos días juntos.
-Estás bromeando.
-Todo mundo sabe que los Leoncavallo no quieren a Marco.
-¿En serio? ¿Por qué?
-No lo sé, pero siempre se portan mal con él.

Wendy se encontró entonces con los ojos de Marco y luego de tomar la temperatura de Juulia, decidió atenderlo mientras su novia seguía jugando con Tennant.

-¿Dos días con ella? No esperabas - confirmaba la enfermera.
-Con Katarina fui perseverante.
-No creí que le gustaras.
-Te dije que me sonreía.
-Si hubiera aceptado casarme contigo ¿La habrías olvidado?
-Wendy, sabes que sí, yo la acababa de ver.
-Me fui a Vicenza.
-Te busqué.
-No quería que me encontraras.
-Y eres tú quien vuelve a verme.
-Estás enfermo, ponte la mascarilla de oxígeno por favor.
-A la orden.
-Y mantén tu ropa interior en su lugar.
-Lo que pidas, Wendy.
-Aun sonríes cuando me miras escribir.

Marco no reaccionó, pero Katarina los observó como si les vigilara para comprobar que su novio movía los labios. Tennant a su vez, curioseaba porque conocía en parte el tipo de celos que su vecina solía sentir e iba a ser extraño si no honraba esa característica.

-Te doy un abrazo antes de que me inyecten el antiviral - dijo la chica Leoncavallo y el joven Antonioni fue apretado con singular tensión, además de besado con energía tal, que ella volvió agotada a su lugar.

-Si no te cuidas, la mascarilla dejará de ayudarte - murmuró Wendy al momento de aplicarle la medicina a Katarina y sorprenderse por lo frágil de su complexión. Al momento de anotar en la circular de tratamiento los datos correspondientes, la enfermera pudo percatarse de la mala salud de aquella mujer y las anotaciones y preocupaciones del doctor Pelletier que lo tenían llenándola de comida y multivitamínicos por las mañanas y al mediodía.

-Katarina, deberías dormir porque no creo que resistas otra sesión sexual.
-¿Sigo tan mal?
-Perdiste medio kilo.
-Ah, descansaré.
-Aun tienes neumonía, no sé cómo te mueves sin que lo parezca.
-Yo tampoco tengo idea.
-Come este chocolate.
-¿Es para mí?
-Es tu colación.
-Ay, gracias, Wendy.
-¿Marco sabe de tu enfermedad?
-Me da de comer en la boca.

Katarina sonrió como si celebrara y Marco la observó sin pronunciar nada. Wendy entendió que era momento de dejarlos en paz y seguir atendiendo a otras personas, aunque se sintiera fuera de lugar y no quisiera volver para la revisión nocturna. Tenía que conversar con el doctor Pelletier e insistirle en separar a la pareja porque existían reglas inviolables. Pero pronto se percató de que gracias al hacinamiento recibiría una negativa y que volvería a escuchar un fuerte bullicio durante la cena.

Poco después de tomar su dulce descanso, Katarina Leoncavallo se colocó su mascarilla y se quedó quieta, como si empezara a resentir su hiperactividad y la neumonía al fin le recordara que su salud estaba comprometida. Pronto revisó sus brazos, recordando la única vez que había recibido halagos de sus compañeras de trabajo por haber adelgazado. 

-Qué mentira - pronunció y enseguida le compartió a Marco esa experiencia, escribiéndola en una servilleta. La chica se había sacrificado tanto para lucir la talla más chica.

-Bueno, ahora no tendrás que fingir que no quieres lasagna o pescado frito. Te alimentaré muy bien cuando vayamos a casa - sentenció su novio y ella se quedó dormida poco después.

Marco Antonioni aprovechó aquel momento para observar a Wendy ir de un lado a otro mientras hablaba con otras enfermeras sobre la saturación del hospital. A la mayoría igualmente les asustaba ver a la influenza actuar sin que pudieran hacer gran cosa y no dejaban de contar paciente tras paciente. En un momento dado, el doctor Pelletier se reunió con ellas y luego de recibir la queja sobre Katarina Leoncavallo que le provocó una fuerte risa, el hombre fue directo con Marco y la propia Wendy se alistó a escuchar.

-Me han dicho que estás muy amoroso - saludó Pelletier. Marco sonrió sin decir nada y respiró profundamente para luego empañar un poco su mascarilla.

-Tengo algo serio qué decirte - continuó el doctor y cerró las cortinas de Katarina y de Juulia, asegurándose también de hablar en voz baja. Wendy pasó saliva.

-Marco, tus estudios no salieron bien, tienes hipertensión y los triglicéridos están un poco altos - anunció Pelletier.
-¿Lo esperábamos, no? - respondió el joven Antonioni con algo de esfuerzo.
-Temo que no estés oxigenando bien, independiente a la influenza... Tendrás buena medicación pero dejarás de trabajar en las góndolas, no te estoy preguntando.
-¿Y qué haré?
-Llevar una dieta sin sal.
-Eso lo sé, me refiero a lo otro.
-La actividad física moderada te ayudará, sólo debes caminar.
-¿Haré trabajo de oficina?
-Algo tranquilo.
-¿Le ha dicho a mi padre?
-No me corresponde, Marco.

El chico aspiró por la boca, como si le abrumara.

-Ni una palabra de esto a Katarina.
-Debes platicárselo por si algo pasa - intervino Wendy.
-No es tiempo de darle preocupaciones. Tomaré las pastillas y se acabó ¿Cuándo empiezo?
-Enseguida.
-¿Es tan malo mi diagnóstico?

El doctor Pelletier asentó sin querer y contestó:

-Quiero asegurarme de que puedes oxidar sin problemas pero debes sanar de la influenza primero.
-¿No tendré reacciones con el antiviral?
-Estarás bien.
-En los estudios anteriores no había anomalías.
-Te advertí que tu caso es un poco diferente.
-Debí enfermar a los cuarenta.
-Puedes vivir muy bien, si nos deshacemos de los triglicéridos el panorama será favorable. Ten paciencia, lo de la oxigenación es sólo sospecha.
-Qué manera de infundirme calma.

Marco resolvió reírse y Pelletier entendió que debía retirarse. Wendy sin embargo, prefirió quedarse y tomó asiento junto a Marco.

-Dame la mano, tú yo tenemos que hablar - mencionó.
-Sabes que no debo.
-No me vuelvas a dirigir la palabra después.
-Por esto sí me van a regañar.
-Wendy ¿Era necesario irte sin decirme por qué?
-¿Insistes?
-Me interesa.
-No estaré aquí.
-¿Por qué huyes? ¿Te hice algo?
-Mike...
-No me llames así.
-¿No le has contado nada a Katarina?
-Todavía no.
-Mike...
-Marco.
-Te dejé por este tipo de cosas.
-Primero me engañaste.
-Me disculpé.
-Sé que no me abandonaste en el Ayuntamiento por remordimiento.
-Si te digo la verdad ¿No te importará, verdad?
-Depende.
-Estás enfermo, Marco.
-¿Y eso qué?
-Pensé en el futuro y no me gustó.
-Mi condición es tratable.
-Soy enfermera y me di cuenta de que no quería llevar ese papel a mi casa.
-¿Qué quieres decir?
-Amo mi trabajo pero no iba a pasar mi tiempo libre pensando si estabas bien, si tu respiración es correcta, si no tuviste malestares en el día o preocupada por ti.
-¿Fue por el marfan?
-Lo último que quiero es cuidar de alguien fuera de un hospital. Lo siento, Mike.
-Marco.
-Platica con Katarina sobre tu salud porque empeoraste y ella no sabría qué hacer.
-No voy a abrumarla.
-¡Katarina tiene derecho a decidir si se queda contigo!

Wendy se soltó y abandonó la habitación a prisa, dejando a Marco Antonioni tratando de respirar por la boca para calmarse y cerciorándose de que Katarina continuara con su sueño reparador. El joven se preguntó a sí mismo qué tan grave se encontraba, si podía anunciarlo al salir del hospital. Poco después, un ataque de tos lo forzó a aferrarse a la mascarilla de oxígeno y el doctor Pelletier acudió enseguida a confortarlo.

viernes, 17 de junio de 2022

Un relato finlandés


Aeropuerto de Vaanta, Finlandia.
Martes, 19 de noviembre de 2002.

¿Es un corazón de rábano? ¿Por qué lo clavaste en un tomatito? - reía Carlota Liukin mientras tomaba una comida en un restaurante del aeropuerto de Vaanta y aguardaba a que una intensa nevada terminara. Finlandia era un país muy frío y se antojaba de lleno de gente extraña. La chica había dicho al mesero que lo único que deseaba era una sopa caliente y un enorme sándwich de queso asado a manera de broma y aquél lo había tomado literal. A Marat igualmente le sucedía al mencionar un té como la solución a un escalofrío luego de pasar por la aduana, pero no significaba que realmente lo deseara. Maragaglio en la mesa próxima le advertía a Katrina que debía tener cuidado con cada cosa que saliera de su boca porque los finlandeses tomaban en serio las palabras, sin rodeos.

-Si dijera que me acostaría con el hombre de allá ¿Creerían que es verdad? - preguntaba ella con su sonrisa más coqueta.
-En efecto.
-Me alegra saberlo. Aquí no puedes mentirme, cariño.
-Soy italiano, a salvo no estás.
-¿Qué pasa si engañas un poquito aquí?
-Deshonra.
-Entonces no lo hagas.
-¿Qué intentas decirme, Katrina? 
-Te vi coqueteando con una chica rubia y tienes su teléfono.
-Mujer, no te metas en mis asuntos.
-No tienes remedio.
-¡No debes estar celosa!
-Maragaglio, me contagias lo que sea por andar de promiscuo y juro que te golpeo con la misma pala con la que te entierre.
-Oh, wow ¿Te asusta mi vida sexual? ¿No debería ser al revés?
-No nos cuidamos una vez.

Katrina llevó un trozo de queso a su boca y miró a Maragaglio sin recibir una réplica. Él en cambio, siguió con su comida como si nada le ocupara la mente y sonrió.

-Eres un idiota - reprochó ella antes de sorber un jugo de naranja con un popote de metal y darse cuenta de que no saldrían fácilmente de ahí. El auto que habían rentado para trasladarse a la ciudad tardaría cincuenta minutos más en estar listo y los descuentos en las tiendas duty free no eran tan atractivos como parecían. Desde lejos, Katrina lucía como la frustrada novia joven de un hombre que no se comprometía en la relación y le causaba disgustos constantes. 

-No me mires así.
-¿Así cómo?
-¡Como si te burlaras de mí, cariño!
-Sabes que no lo hago.
-¿Estás castigándome?
-¿Por qué?
-¿Esto es por la huelga? ¡Pues seguirás sin sexo hasta que te disculpes!
-Katrina ¿Ahora qué hice?
-¡Tratarme como una tonta! ¡Judy me lo advirtió!
-¿Desde cuándo son amigas?
-Tú nunca tomas en serio a nadie.
-Ah, ese es el problema. 
-¡Maragaglio!
-Soy un hombre casado.
-¡No me refiero a eso!
-¿Entonces?
-Si vas a ser un prostituto, procura que yo no tenga que verlo.

Maragaglio intentó tomarlo con humor pero el gesto de Katrina fue tan claro, que optó por tomarla de las manos.

-Ahora entiendo a Susanna.
-Mujer, no voy a engañarte.
-Eres un patán.
-No iba a llamar a la chica rubia de todos modos. 
-Cómo no.
-Katrina ¿Crees que renunciaría a la libertad que me das?
-Sigo sin entender esa parte.
-No me iría con otra mujer sin decirte. 
-No te creo.
-Eres la primera que me trata como el sinvergüenza que soy y todavía me encuentra algo bueno.
-Eres odioso.
-Hay algo que puedo prometerte.
-¿En qué no debo creer? 
-Siempre que estemos juntos, voy a hacerte muy feliz.
-No parece.

Maragaglio besó a Katrina consciente de que la desconocida de cabello rubio le observaba atenta.

-No te detesto.
-Lo sé, mujer.
-¿Por qué nunca estás contento, corazón?
-Katrina, me encantas.
-Me confundes.

La joven perdió el apetito y miró cómo Carlota carcajeaba con Marat por cualquier tontería que no alcanzaba a escucharse. Detrás de ellos, Maurizio Leoncavallo se hallaba contestando una llamada mientras contemplaba su propio plato con sopa y evitó mirar a Katrina para no confrontarse con Maragaglio. 

-¿Hay noticias? - preguntó Carlota Liukin.
-Katarina no saldrá de Terapia Intensiva, el médico dice que la neumonía le preocupa - respondió Maurizio sin separarse del celular.

-Cariño ¿Estás bien? - se tensó Katrina a su distancia.
-Recuérdame partirle la cara a ese idiota cuando Katarina sane - agregó Maragaglio.
-¿Por qué no lo haces ahora?
-Tengo hambre.
-¿Estás pensando en ella?
-Claro y me angustia.
-No brincas esta vez.
-Hablé con el doctor Pelletier más temprano.
-Supongo que no te dio malas noticias.
-Me dio las peores.
-¿Ella se repondrá?
-El tal Marco Antonioni se le va a quedar pegado toda la semana.

Katrina le dio una palmada no muy amistosa en el brazo y le reclamó por asustarla. Maragaglio aprovechó para discretamente coquetear con la mujer rubia y hacerle una seña de que la vería en unos minutos en el bar cercano.

-Katrina ¿Por qué no te compras algo para que no te dé frío? Ropa para nieve no tienes.
-Puedo pasar a otra tienda más tarde.
-No lo creo, está oscureciendo.
-¿Qué hora es?
-Casi las cuatro.
-¡No es cierto!

Katrina revisaba su reloj mientras Maragaglio se levantaba con la sonrisa traviesa que lo caracterizaba al estar de humor aceptable y enseguida mostró su tarjeta de crédito para indicar que pagaría la cuenta y que nadie tenía de qué preocuparse. Pronto cerrarían varios locales.

-¡Carlota, acompáñame! - gritó la joven y la chica Liukin llevó su plato a la boca para mínimo acabar su comida. Marat y Maurizio parecían quedar confundidos ante ello y Maurizio Leoncavallo reaccionaba alegre porque era lo "más Liukin que había visto".

-Maragaglio, tú haces lo mismo cuando te llaman del trabajo - expresó el propio Maurizio sin apartar los ojos de su celular y Marat permaneció en su silla sin saber dónde mirar.

Mientras las chicas se alejaban, Maragaglio se aproximó a la desconocida mujer que le aguardaba con un cóctel de color durazno en la mano. Sin importar quien lo viera o si Marat diría algo, él saludó con un abrazo y un beso en los labios.

-Nunca olvidas cómo iniciar nuestras charlas - pronunció ella.
-No te haría tal grosería.
-Es una sorpresa encontrarte, Maragaglio.
-El trabajo me tiene aquí.
-Tu novia va a estar furiosa.
-No hablemos de ella.
-¿Sigues casado?
-¿Esperabas otra cosa?

La mujer se echó a reír.

-¿Estás en una misión?
-De vacaciones. Te invitaría, Maragaglio, pero estás ocupado.
-No iría de cualquier forma.
-¿Tienes tiempo para un encuentro ardiente?
-Me temo que no.
-Que frustración ¿Quién es la chica?
-Seguro te han contado.
-¿No querías que el Servizio la investigara?
-Mujer, hoy no quiero enojarme.
-¿Me acompañas con un trago?
-Uno y me voy.
-¿Cuándo te volviste cortante?

Maragaglio se encogió de hombros y miró sonriente el tarro de cerveza que aparecía ante sus ojos.

-¿Tienes alguna información que darme, mujer? - preguntó él al beber un poco. Su semblante juguetón cambiaba por uno serio.

-Dispararle al almirante Trafalgar fue estúpido - continuó ella, cruzando las piernas para intentar coquetear más. El hombre no se inmutó.

-Supongo que me harán responder.
-Maragaglio ¿Es cierto que investigas un caso despreciando a la Marina Mundial?
-¿Qué te han dicho?
-Que guardas lo que sabes sobre unos diamantes.
-No avanzo en las investigaciones.
-Si es por cubrir la espalda del almirante Borsalino... ¿Sonríes por eso?
-Dile a tu jefe que no colaboraré contigo.
-Le explicaré y verás que nadie insistirá. Lo que no imagino es qué dirás de Sergei Trankov y su relación con ese negocio.
-¿Importa?
-¿Tú crees? Maragaglio, espero que no estés escondiendo a nadie.
-No te metas con mi trabajo.
-Atrapa a Trankov, lo tienes en las manos.
-Mejor dile al Gobierno Mundial que evite enviar a la mitad de mi equipo a la guerra en Chechenia.

La mujer comprendió que él había abandonado su ansia de conversación.

-Cambiaste mucho, eres un hombre más nervioso.
-Mis misiones son aburridas.
-No creí cuando me dijeron que te fuiste de "niñera" a París.
-Soy terrible vigilando hijos ajenos.
-Maragaglio, sigo pensando que tú necesitas algo de variedad en tu vida.
-¿Más? 
-Incluso vuelves a tus amoríos de antes, tú no hacías eso.
-¿Interés?
-Nunca creí verte enamorado de Marine Lorraine 
-¿Problema?
-¿Por qué no la olvidas?
-Nunca se me ha dado la gana.
-¿Remordimiento?
-¿Lo tengo?
-Maragaglio ¿Qué pasa contigo?

El hombre comenzó a reírse y a revisar su celular.

-Me sorprende que tu nueva novia fuera prostituta en París.
-Cállate.
-Me impresionó tu gesto de sacarla de la calle.
-No vuelvas a hablar de ella.
-¿Entonces confirmas? Se la compraste a Marian Izbasa personalmente.
-En serio, guarda silencio, mujer.
-¿Por qué?
-¡Porque a Katrina la vas a respetar!

El grito de Maragaglio se escuchó por todo el comedor y tanto Marat como Maurizio olvidaron sus distracciones para prestar atención inmediatamente, inclusive se sentaron juntos.

-No calculé que te enfadarías - prosiguió la mujer en su lugar sin perder la voz moderada y cruzando las piernas nuevamente después de saborear su bebida. Parecía no sentirse intimidada.

-¿Me harán una auditoría? - curioseó Maragaglio con brusquedad.
-Conocemos tus gastos y los de tu amante, no hay secretos.
-Entonces vete.
-Reconozco que la chica es linda ¿Trabaja bien?
-Cierra la boca.
-Sólo quería charlar.
-¿Qué te mandaron a averiguar?
-Qué rudo.
-¡Mujer!
-Vine a entregarte la investigación sobre la muerte de tu abuelo hace diez años.
-No me interesa.
-Maragaglio, sabes que en las agencias de inteligencia te debemos muchos favores.
-¿Me mandaron un expediente?
-Si te complace, no lo he abierto.
-¿Quién hizo el reporte?
-Está en blanco.
-Claro.
-Tu chica va a disfrutar cuando descargues el enojo, qué envidia.
-¿Otra vez?
-Con toda esa práctica debes ser un amante de campeonato.
-Déjame en paz.
-Mañana te reúnes con un agente finlandés antes de tu vuelo a Italia, por mi parte es todo.
-Tanto para nada.
-Me saludas a Marine en su boda y le dices que me encantó el vestido que le compraste.
-Yo también te odio.
-Dile a tu novia que me encela mucho.
-Me hablaste por tonterías.
-Cumplí con los papeles, ahora me voy al Caribe.
-Ciao.
-Qué simple despedida ¿A tu novia la tratas igual?
-¡No vuelvas a decir algo de Katrina!

Maragaglio se incorporó con furia enorme y se alejó del bar, no sin evitar tumbarse en una silla frente a Maurizio y Marat.

-¿Quién es ella? - preguntó Maurizio con el rostro severo.
-Es de Asuntos Internos en Intelligenza.
-¿Qué quería? Parecía coqueta.
-Me entregó el expediente de un caso.
-¿Por qué habló de Katrina?
-¡No te atrevas a mencionarla! 
-¿Es grave?
-Todavía no se me olvida lo que le propusiste, idiota.
-Al menos no te acostaste con la otra mujer.
-Y tú no lo harás con la mía.

Marat permanecía callado pero no evitaba ver a los otros dos con nerviosismo y alzando la ceja ante su conversación reprochante.

-¿Tienes dificultades con el trabajo?
-El espía siempre termina espiado, Maurizio.
-¿Qué querían saber, Maragaglio?
-Indagaron sobre el vestido que le compré a Marine para su boda, es todo.
-¿Perdón?
-Usé la tarjeta que no era pero ya lo aclaré.
-Ella te pidió que no lo hicieras.
-Fue una gran colaboradora, sólo soy amable.
-¿Hubo sexo?
-¿Crees que Marine es como cualquier mujer?

Maragaglio se levantó otra vez y decidió buscar a Carlota y a Katrina por la zona comercial, topándose con su reflejo constantemente. La nevada continuaba con fuerza y alguien le avisó por teléfono que no podía llegar a Helsinki hasta el día siguiente, así que podía hospedarse libremente en un hotel que se hallaba en aquella terminal junto a sus acompañantes. Él sonrió al percatarse de que lo seguían y prefirió aproximarse a Katrina al verla probarse una enorme chamarra de color fucsia y forro de peluche.

-¡Corazón! ¿Me he tardado tanto? - lo recibió la joven alegre. Apenas a un metro, Carlota Liukin luchaba contra unas botas de nieve que no podía descalzar.

-Espero que hayas elegido más ropa bonita.
-Me compré unos calentadores.
-Perfecto, no pasarás frío ¿Te gusta la nieve?
-No mucho, corazón.
-Estarás bien.
-¿Qué te hizo enojar, Maragaglio? Traes la carita seria, seria.
-La inteligencia finlandesa me tiene monitoreado.
-¿Cometiste un crimen?
-Defenderte.

Katrina abrió más los ojos y supo que él hablaba con sinceridad.

-Tengo algo qué decirte - añadió Maragaglio con la prisa de pagar por cualquier cosa y salir de ahí.

-Carlota, compra las botas y en Venecia lo agradecerás ¡Ahora! - gritó el hombre y la joven Liukin le dió la etiqueta a la vendedora para cargar la cuenta. Ni ella ni Katrina podían explicarse la brusquedad; acaso creían que alguna nueva aventura de Katarina estaba implicada apenas abandonaron el local. En el comedor, Maurizio y Marat continuaban con su actitud de sobresalto hasta que distinguieron la voz de Maragaglio ordenando que se aproximaran con el equipaje del grupo y se dispusieran a caminar hacia el corredor, advirtiendo que no tardarían mucho en llegar a un sitio donde descansar y dormir. El mismo Maragaglio pasaría al stand de renta de automóviles para efectuar una cancelación y los demás se abstenían de soltar alguna palabra sin dejar de mirarse unos a otros, como al recibir un regaño.

-Está horrible - murmuró Carlota al contemplar la tormenta.
-Mientras no resbales, estarás bien - añadió Maragaglio.
-Siempre tengo cuidado.
-Caerse en una banqueta por culpa del hielo es la principal causa de muerte en este país. Si te das cuenta, lo único que podría detenerte es un poste en la esquina o un coche que te arrolle.

La chica Liukin pasó saliva y tomó la mano de Marat para sentirse más segura. El largo pasillo hacia la salida se volvía más grande y la puerta automática del aeropuerto parecía trabarse un poco. Cuando esta se abrió, el primer viento helado obligó al grupo a bajar la cabeza pero Carlota no hizo caso y un gran copo cayó fortuitamente en su cara.

-¡Ay, frío, frío! ¡Está más congelado que en Tell no Tales y no siento las mejillas!
-Jajajaja, debí insistirte con la precaución.
-¡No te burles, Maragaglio! Entró nieve en mis ojitos.
-Bienvenida a Finlandia.

Maurizio Leoncavallo le entregó un pañuelo a la joven y Marat se encargó de secarle las lágrimas, además de decirle que pronto se le quitarían las molestias. En Rusia había peores tormentas y la nieve podía ser dura como una piedra.

Atravesar la calle parecía sencillo y silencioso mientras las luces se encendían, así que todos se asombraron al saber que no saldrían del aeropuerto y se dirigirían hacia otro corredor rumbo al hotel. La noche temprana era una novedad, así que al llegar a un área con vista a las pistas de aterrizaje, Maragaglio tomó una foto de la oscuridad y el reloj con tal de que Carlota pudiera probarle a su padre lo que decían los cuentos de hadas sobre las tierras del norte. A unos escasos metros, el hotel GLO aparecía para dar refugio a esos cinco locos suplicantes por calentarse. En la recepción les miraban como si hubieran cometido la estupidez de salir a la calle.

-Buenas noches, vengo de parte del Servizio Italiano d'Intelligenza nella Unione Europea. Agente Maragaglio - se presentó aquel y el personal de inmediato se dispuso a atenderlo. Los demás disimulaban su incomodidad ante tan zalamera actitud, recordándoles la actuación de los trabajadores de la Torre Eiffel días atrás.

-Necesitaré tres habitaciones para pasar la noche; me gustaría una para los caballeros, otra para la niña y una matrimonial en el mismo piso si es posible - ordenaba el propio Maragaglio y recibía una disculpa por ser imposible concederle un espacio con dos camas para Maurizio y Marat. Al tiempo que se arreglaba el asunto, Katrina se dio cuenta de que la fachada estaba hecha de cristal, reflejando a cualquier persona como si se le vigilara sin tregua. La imagen no podía mentir cuando se trataba de reconocer a alguna persona en particular, de evitar malentendidos. No tardó en oír a Maragaglio presentándola como su esposa, forzándola a seguir la corriente delante de las inquisidoras imágenes que la rodeaban. Más le desconcertaba que al resto del grupo no le extrañara nada tal engaño, pero sí que les ofrecieran bebidas calientes y estar en una sala de descanso mientras les hallaban dormitorios adecuados.

El hotel GLO tenía mobiliario pequeño, combinación de colores neón y gris en las áreas comunes y excesivas lámparas para que nadie se quejara de la falta de luz. Aunque había distractores para aligerar la espera, se podía escoger entre una silla o un puff, utilizar una mesa o leer algún libro en algún idioma desconocido. Carlota Liukin aprovecharía la oportunidad para hablar a casa y enterarse de cosas como Yuko alimentando con fideos a su hermano Adrien, Andreas muriendo de aburrimiento, Miguel y su padre aun aislados en algún sitio de Venecia y Maeva y Tennant mejorando poco a poco en el hospital, abrumando a cualquiera con sus quejas. Otro que se comunicaba a Venecia era Maurizio Leoncavallo para recibir noticias sobre Juulia, su novia. Raro era que su hermana Katarina no se mencionara una sola vez y más bien preguntara sobre cuánto tiempo duraría el confinamiento porque quería volver a estar tranquilo. Marat y Katrina no entablaban conversación, pero estaban de acuerdo en sentir cansancio y ella en especial, demostraba cómo se perdía su pensamiento si volteaba hacia Maragaglio de vez en vez o él se le aproximaba.

-Bien, nos quedamos. Maurizio, te vas con Marat y decidan quien duerme en la cama, Carlota te reservé una recámara junto a la mía. Katrina, hoy podríamos ver revontuli - anunciaba el mismo Maragaglio mientras repartía unas tarjetas verdes. La desconocida palabra despertó la curiosidad.

-¿Qué cosa? - preguntó Katrina.
-Aurora boreal. Dicen que a veces se avista en esta zona.
-No tengo idea.
-Tendremos suerte.

Maragaglio tomó la mano de su joven amante y Maurizio Leoncavallo los siguió rumbo al ascensor sin hacer ruido. Carlota y Marat optaron por buscar una cafetería y hacerle caso al anuncio sobre un chocolate blanco caliente con chispas y crema de menta antes de sucumbir a las ganas de dormir.

Al separarse el grupo, a Maurizio Leoncavallo le quedó claro que viajaba solo. Se sentía fuera de lugar, sin tema de conversación, aguardando únicamente por las palabras del extraño doctor Pelletier, quien parecía experimentar regocijo cada que mencionaba cómo Katarina subía su ánimo y gozaba de la compañía de su novio Marco. Por supuesto, Maurizio deseaba engañarse a sí mismo y se aferraba al sentimiento de satisfacción que le otorgaba el embarazo de Juulia Töivonen, el estar seguro de que no era él culpable de que otras relaciones fracasaran por el tema de la paternidad. Era eso o descontrolarse. Muy en el fondo, se admiraba de su primo Maragaglio, de su facilidad para saltar de aventura en aventura o enfrascarse en algunas relaciones más o menos largas con las mujeres más amorosas y dulces. Era consciente de su potencial de hacer lo mismo, pero le detenían sus sueños de formar una familia que sí fuera feliz y su enorme deseo por Katarina, ese que podía reprimir si a cambio recibía su amor y detalles constantes. Entonces vió a Katrina sonreírle a Maragaglio, la oyó decir que se moría por quitarse los zapatos y adivinó que no la vería en varias horas. De todas formas había trabajo por hacer y una competencia pendiente.

-Dejamos a Carlota y Marat solos - murmuró al llegar al octavo piso y descender rumbo a su habitación. Maragaglio no lo atendió y prácticamente le cerró la puerta de su cuarto en la cara, alcanzando a reírse apenas. Katrina se carcajeó en cambio, como si con ese gesto se terminara la venganza contra Maurizio por su propuesta íntima.

-Es un idiota - continuó ella, oyéndose por el pasillo tal frase y haciendo que el aludido volviera a rendirse y se encerrara a la espera por Marat. Los espacios en el hotel GLO eran pequeños, como se esperaría en cualquier hospedaje con escala cuando se quiere dormir con un poco de estilo y la comodidad se presentaba en forma de almohadas suaves y abultadas, un teléfono inalámbrico y una regadera solitaria. Maurizio Leoncavallo se introdujo en la ducha para relajarse y se dio cuenta de que percibía con exactitud cualquier palabra que Katrina expresara, aunque el placer le durara poco. Contrario a lo imaginado, ella estaba lejos del erotismo o del cariño, más centrada en un baño común y corriente y quejas banales sobre el clima, el vuelo desde París o las ganas de dormir. En lo único que Maurizio acertaba, era en visualizar a la mujer enjabonándose y también frotando la piel de su amante para asegurarse de que a ambos les sentaría bien sentir el agua caliente antes de constatar que en cualquier momento el lugar podía ser tan helado como en el aún ignoto exterior. La calefacción seguramente sufría una avería.

-Dijiste que me enteraría de algo serio - fue el último murmuro que Maurizio Leoncavallo pudo escuchar, permitiéndole imaginar la clase de asunto a tratar. Era imposible no concluir que en Intelligenza Italiana se conocía de sobra sobre Katrina y sus gastos, su olor, su voz y la zona de París de donde había salido. Maragaglio tendría problemas o tal vez le solaparían su romance con algún favor de por medio, nada era tan seguro. O sólo alguien había tenido los escrúpulos para detenerlo un poco, quizás de pedirle discreción. 

Pero Maurizio no se enteraría en aquel instante del motivo entre Maragaglio y Katrina para sostener una plática privada, sin bromas; una que nadie escucharía. 

En la cama de Maragaglio, hablar era una actividad reservada entre él y su esposa, dedicada a asuntos que no pertenecían a los demás; nada extraordinario en un matrimonio. Pero compartir secretos con otra mujer era aterrador para él, razón por la que nunca conversaba y desgastaba sus vínculos a toda costa para sentir que borraba su presencia de la intimidad ajena. Como se puede intuir, con Marine Lorraine había sido imposible mantener esa regla y como es sabido, con Katrina la había quebrantado desde el comienzo. Entonces el relato se trasladó a la habitación de aquella pareja.

A Katrina comenzaba a gustarle utilizar batas de baño para luego sentarse en una esquina del colchón y contemplar a Maragaglio escogiendo alguna pijama de pantalones psicodélicos que lo hiciera lucir como un adolescente cualquiera. Ella apenas estaba aprendiendo que ser joven era la única opción que Maragaglio tenía, aunque pensaba que era sólo una crisis. A menudo imaginaba cómo era Susana Maragaglio, en qué tenía esa mujer para que su marido la siguiera prefiriendo por encima de su lujurioso tren de vida apenas terminaban el horario de trabajo, los viajes de espionaje o lo que fuera que hiciera él normalmente.

-Katrina, necesito que guardes silencio y que mantengas un secreto - dijo él.
-Prometido.
-¿Sin preguntas?
-Igual nunca contestas, corazón.
-Qué linda eres.
-Antes tengo que decir que me gustan tus pijamas.
-Gracias, Susanna me las tiñe.
-Ella ha de vestir raro.
-Me gusta que tenga el detalle de usar colores.
-Es extraño cuando dices que llevan más de veinte años juntos.
-Aún me gusta.
-Eres injusto, te ama.
-Amo a mi familia.
-Nunca hablas de lo que sientes por tu esposa.
-Lo hice una vez y me arrepiento.
-¿Por qué?
-Fui ingenuo contigo.

Katrina se quedó en silencio y notó que él se colocaba a su lado.

-Hice algo grave en París - prosiguió el hombre, sorprendiéndose en el acto al no recibir la petición de explicarse, pese a la promesa que había recibido. Katrina quería confirmar sus sospechas.

-Maté a alguien - terminó Maragaglio y la ausencia de algún ruido le desconcertó aún más. Aquello no le agradaba y se arrodilló con una actitud curiosa, buscando la desaprobación o el temor del rostro femenino.

-¿No vas a regañarme? ¿No quieres correr? ¿Nada? - añadió él; Katrina sólo movía su cabeza para negar. 

-¿No tienes miedo? ¿No te interesa saber? Mujer, di algo.
-Prometí mantener el secreto y no preguntar.
-Estás asustándome.
-Corazón, habla lo que quieras que no voy a pedirte explicaciones.

Maragaglio eligió sentarse junto a ella, sin tocarla.

-Tal vez aparezca en las noticias que alguien le disparó al Subcomisionado de la Gendarmería Francesa. Fui yo.
-Cariño, ¿puedo dormir?
-Katrina, no regresarás a Les Marais.
-¿Quieres la almohada blanda o me la puedo quedar?
-Contesta algo, dime que soy un idiota.
-La huelga terminó.

La chica se recostó abrazando la almohada y miró a la pared sin pensar en la confidencia recibida, más bien con ansias de cambiar de tema o incluso rendirle honor al silencio, aún si Maragaglio pretendía lo contrario. Él de repente se sentía confundido, Katrina no peleaba o le decía que había hecho su trabajo; nada salía de su boca y eso lo alertaba. ¿Ella se comportaba como su cómplice, trataba de huir del lugar de alguna manera o estaba paralizada?

-Apreciaría que me dijeras algo.
-Cállate.
-Mujer ¿He sido malo?

Al no recibir otra mirada, Maragaglio concluyó que la joven no tomaba bien su confesión y se colocó a su lado para estar seguro de que al menos podía contemplarla dándole la espalda. 

-Lo siento - se disculpó él y Katrina lloró en silencio, con felicidad desbordada en extremo contrastante ¿Tenía acaso un amante capaz de cometer algo contundente por ella, así fuera trágico? ¿Eran tales sus alcances? Como una reiteración de que ella no estaba viviendo un dulce sueño o una hermosa fantasía, sino los deseos de un tipo inconforme que por una vez había hecho algo bueno.

-Nadie volverá a quitarle el dinero a las prostitutas de París - agradeció ella y Maragaglio le abrazó por la cintura antes de quedarse dormido y contagiarla de su cansancio. La joven giró para verlo despertar más tarde, si acaso él lo hiciera con intención de besarla.

Dormir era la única manera de garantizar que Katrina y Maragaglio asumirían su nuevo secreto exitosamente y que podrían negarlo si llegaba a necesitarse. 

Mientras aquella mujer descubría que no tenía miedo de nada, en la cafetería del hotel Glo se vivía una escena muy bonita. Carlota Liukin presumía bigotes de chocolate para hacer reír a Marat Safin y este trataba de dibujar algo en una tarjeta azul con crayolas con diamantina. Sus tazas con chocolate estaban a la mitad y ambos ingerían chispas de cereza con singular ritmo.

-¿Entonces una aurora boreal se ve así?
-Más o menos, Carlota; depende el día.
-¿Son verdes? 
-También puse azul y rosa.
-Qué bonito.
-¿En Tell no Tales no se ven? 
-No, Marat.
-Creí que sí, la Antártida no parece lejana. 
-Está más cerca Madagascar.
-Eso explica todo.
-En la escuela dicen que duran poco.
-Algunas horas. Si te quedas despierta hasta medianoche, veremos una.
-¿Cómo sabes?
-No lo sé, sólo ocurrirá.

Carlota miró al chico con alegre escepticismo y lo contempló terminando su tarjeta, pensando que debía hacerle una en reciprocidad con osos polares y una luna brillante reflejada en el mar. 

-¿Sabías que el el hemisferio sur es primavera? Pero en Tell no Tales es otoño - mencionó Carlota para impresionar con la curiosidad y él sonrió con ella, escondiendo que ya lo sabía.

-¿Te han dicho por qué?
-Nadie tiene idea, creen que es por las corrientes marinas o la altura. Algún día lo descubrirán, Marat.
-Creí que hacía calor porque es África.
-¡Oye! También nieva en el Kilimanjaro y a veces en el Sáhara.
-¿En el desierto?
-Sí y siempre he querido ir. Nos divertiríamos mucho ¿no crees?
-¿Quieres que te aviente una bola de nieve con arena?
-Pero arde la piel luego de un rato.
-¿Lo has hecho antes?
-En Tell no Tales, en la playa.
-Bueno, entonces tenemos tres planes, Carlota.
-¿Cuáles?
-Guerra de nieve en el Sáhara, otra en Tell no Tales y un día iremos al lago Baikal para que te encante la primavera rusa.
-¿En serio?
-Te gustará mucho.

Aunque ninguno de los dos creía que pasaría, se imaginaron en sus guerras con proyectiles fríos y construyendo alguna cosa quizás, antes de comer pescado asado y tomar innumerables fotografías en donde fuera que estuviesen. 

-Te invito a pasar Navidad en mi casa.
-¿Qué?
-En diciembre, Marat. Habíamos hablado de eso.
-Creo que no podré ir.
-¿Por qué?
-Debo ir a Australia a jugar cuando empiece el próximo año.
-Oh, creí que podías venir.
-Lo siento.
-No vuelvas a decir eso.
-Me disculpaba.
-No me gusta que la gente diga que lo siente. Mejor di "perdón" o disculpa", es más amigable.
-De acuerdo.
-¿Tienes que ir a Argentina también, verdad?
-Sí, pasaré unos días entrenando en Moscú.
-Te irá bien con tu equipo.
-Spasibo.
-Ojalá te vea por televisión.

Aunque no ocultaba su decepción, Carlota Liukin dio un sorbo a su chocolate y terminó su obsequio, mostrándolo apenas cubrió la punta de su nariz con diamantina rosa, haciéndose parecer a un duendecillo. Marat se rió y ordenó un nuevo chocolate.

La nevada se intensificó durante esa noche temprana y Carlota extrañó aquellos cristales de hielo que se formaban en las ventanas de Tell no Tales y que parecían figurillas como osos o árboles frondosos. Sin percatarse, sus manos comenzaron a congelar la mesa, el mantel, las tazas; una fina capa de hielo cubrió el piso y las personas presentes se dieron cuenta al resbalar un hombre que iba entrando.

-La calefacción no sirve - se oyó decir a alguien.
-Se está filtrando el hielo, no sabemos por dónde - dijo otro y se mandó a encender la chimenea de la sala principal, invitando a los huéspedes a calentarse ahí. Carlota y Marat corrieron a refugiarse, olvidando sus tarjetas y sus bebidas, sin voltear atrás.

El frío era tan grande, que Maurizio Leoncavallo abandonó su habitación apenas un botones tocó a su puerta para avisarle del caos en el que se sumía el hotel, no sin resistir la tentación de llamar a Maragaglio inútilmente. El suelo se volvía resbaladizo.

Sin embargo, entre las paredes que refugiaban a Katrina y Maragaglio, no existía rastro de humedad, viento helado o desperfecto que afectara la tranquilidad, ni siquiera el ruido del exterior llegaba susurrante. La calidez era insólita y ella sudaría en cualquier instante, así que él abandonó su siesta al notarlo y la despertó enseguida.

-Estoy cansada, corazón.
-También yo.
-¿Entonces?
-Te voy a quitar la cobija.
-Egoísta.
-Es para que no te sofoques.
-No te creo... ¿Qué rayos es eso? Maragaglio ¡voltea!
-¿Para qué?
-En la ventana ¿Qué son esas luces?
-¿Luces? Serán lámparas o... ¿A esta hora? Van a dar las seis.
-¿Dónde vas?
-Por mi cámara.
-¿Qué estamos viendo?
-La aurora boreal, Katrina.
-¿Esa cosa verde?
-¿Cómo esperabas que fuera?
-Como un arcoiris ¡Es tan linda!
-Tiene colores, el azul y el rosa apenas se notan.
-¿Has visto otras antes, cariño?
-No, es mi primera vez.
-"Primera vez" y tú no es algo que ocurra a menudo.
-No es normal que estas luces aparezcan a esta hora. Katrina ¿Mi reloj está bien?
-El mío también marca las seis.
-Ven aquí ¿Te gusta esto?
-Nunca se ven las luces en París.
-Ahora mírame.
-Sé qué buscas obtener, Maragaglio.
-¿No quieres?
-No conoces la vergüenza.
-La aurora se refleja en tu piel.
-Y en la tuya.

Katrina accedió a los deseos de su amante sólo para quedarse sin habla y con los sentimientos comprometidos más tarde, impactada por ambos, por lo que estaban haciendo, por lo que se decían al oído. Maragaglio acabaría como ella, confuso ante un "te amo" que no sabía cuál de los dos había soltado, sin poder parar de besarla.

Aun así, la magia al exterior era lúdica y en el hotel GLO, con la mayoría de los huéspedes reunidos en la planta baja, inició una especie de fiesta alrededor del fuego mientras Carlota y Marat avistaban asombrados las luces del norte y se maravillaban con los reflejos de las mismas en los cristales de los candelabros, en la fachada y en la escalera. Ambos señalaban hacia el cielo en medio de un ataque de risa y jugaban tomándose de las manos para brincar o dar vueltas. Al poco tiempo, unieron a Maurizio Leoncavallo a su algarabía y los tres acabaron cantando y comiendo chocolate mientras el cielo se tornaba multicolor.