Venecia, Italia. Miércoles, 20 de noviembre de 2002.
Un agente de la Polizia recogió a Maragaglio en la estación de tren de Mestre pasadas las dos de la tarde, con el encargo urgente de llevarlo al encuentro con sus hijos. Desde el tren rápido en Milán, el primero había sido informado de la obligatoriedad del uso de cubrebocas y portaba uno que comenzaba a rozar su nariz.
-¿Debo pasar por cuarentena? - preguntó Maragaglio sin mirar más que el frente, seguro de que la lancha policial era incómoda. La marea subiría en cualquier instante y la prisa de ambas partes era evidente.
-Nos dijeron que usted se vacunó el mes pasado.
-Supe que casi todos en Intelligenza enfermaron.
-Director...
-Maragaglio de preferencia ¿Desde cuándo la formalidad?
-Me disculpo.
-Aceptado.
-Por aquí, por favor.
Ambos abordaron sin más protocolos y una corriente de aire frío se hizo sentir, provocando que el policía y un colega que fungía como conductor tiritaran inmediatamente y se sirvieran unos pequeños vasos de café.
-Los turistas no pueden entrar y la navegación se cerró ayer. Sólo hemos recibido personal médico e insumos - se dijo al retomarse la conversación. Maragaglio optó por saciar la curiosidad al emprender finalmente marcha.
-¿Cómo empezó?
-El viernes pasado nos reportaron que estaba llegando mucha gente al hospital de San Polo y en la madrugada se llenaron todos los demás.
-¿De repente?
-En las primeras horas se enfermaron los americanos así que temíamos estar bajo ataque.
-Tenían que ser ellos ¿Verdad?
-Estuvimos llevando gente de Lido y Murano antes de que nos pusieran a patrullar otra vez. La laguna y las islas están cerradas porque les llegó el contagio.
-¿Qué tan grave es?
-Se han muerto doscientos.
-¿Qué?
-Es más fácil encontrar a un enfermo que a un sano.
-¿Saben algo de Giampiero Boccherini?
-Está bien pero lo enviaron a casa.
-Me alegro.
-Casi no hay vaporetti ni góndolas porque la mayoría de los trabajadores están hospitalizados.
-Mis hijos se quedaron con su tía, mi esposa no se siente bien.
-Dicen que la Katarina está grave.
-Algo supe.
-Se ennovió con el gondolier ¿No?
-Qué gondolero ni qué gondolero, qué tontería.
-Los juntaron en el hospital.
Maragaglio quiso seguir negando lo evidente, pero evitó que el chisme creciera preguntando si alguien en Intelligenza Italiana conservaba la salud para trabajar. Así supo que Alondra Alonso se hallaba coordinando la división desde su hogar y de hecho, aún continuaba averiguando si la ciudad había sufrido un ataque biológico.
-Entonces notifíquenle que volví y que estaré con mi familia - pronunció el hombre como si le diera igual y pasó el resto del trayecto en calma, tratando de imaginar qué encontraría en las calles y si la influenza era tan letal como afirmaban. Estaba por llover y nublarse de nuevo, como si se anunciara una inundación impostergable. El sol seguiría apareciendo pero su calor no consolaría a nadie y poco a poco, el invierno azotaría a sus anchas.
-Iremos directo al barrio de San Polo ¿Creen que encuentre alguna tienda? - preguntó Maragaglio sintiéndose torpe.
-El mercado sigue abierto, pero es mejor llamar y encargar comida - recibió por respuesta y atendió la recomendación. Le urgía llegar a un sitio caliente y se moría por comer algo decente.
Transcurrió media hora para que la lancha atracara en una calle colorida y el primero en darse cuenta del regreso de Maragaglio a Venecia fue Edward Hazlewood, quien se hallaba en su azotea tratando de colocar un telescopio para distraerse por la noche. Así fue que ambos se miraron con tensión, pero sin enfrentarse. Al tocar Maragaglio la puerta de la familia Berton, cada cual siguió con sus propios asuntos.
-¡Maragaglio! - exclamó Anna Berton al abrir y enseguida, los hijos de aquel se abalanzaron sobre su padre como bienvenida. El viejo señor Berton no ocultó su sorpresa y enseguida hizo una seña para permitirle el paso a su yerno. El disgusto era tal, que el propio Maragaglio sólo pudo murmurar la palabra "suegro" y darse cuenta de que si volvía a hablarle, iniciaría una discusión.
-Ven acá ¿Dormirás con tus hijos? No te voy a dejar estorbando en la sala - intervino Anna muriéndose por gritar con furia y ella misma arrastró las maletas de su cuñado hasta arrojarlas en una habitación pequeña con una cama. El otro no supo contener una gran carcajada, delatando que en el fondo nunca le había importado lo que ella pensara.
-Comeremos apenas, estoy atrasada por la limpieza - anunció la mujer.
-¿Qué preparaste?
-Pasta con salsa de tomate.
-¿Con eso has alimentado a mis hijos?
-No sé cocinar otra cosa.
-¿El señor Berton no prepara algo?
-No lo dejo desde que el doctor le sugirió que cuide sus ojos del calor.
-Yo inventaré lo que sea.
-¿Nos vas a envenenar?
-Pedí que trajeran cosas de Rialto.
-¿Qué harás?
-Si quieres me ocupo de la cocina mientras me quedo.
-Maragaglio, tú no estás aquí porque querramos.
-Pero no pueden sacarme.
Él recordó que aún portaba su cubrebocas y lo retiró, dejando más patente su deliberada burla de Anna ante cada cosa que expresara o gesto que se marcara en su tiburonesca cara.
-¡Niños! ¿Alguien quiere hacer empanadas de dinosaurio conmigo? - gritó Maragaglio y enseguida, sus hijos y sobrinos se aproximaron contentos. Su tío iba a complacerlos con cualquier figura que le pidieran y prometía conseguir el permiso para tener una sesión de videojuegos más tarde.
-Anna ¿Y mi bebé? - preguntó él.
-Con su abuelo, durmiendo.
-Muy bien.
-¿Vas a preguntar por mi hermana?
-Iré al hospital después de comer. Gracias por ayudarla.
-Cállate.
Anna se limitó a observar a Maragaglio buscando ingredientes en la cocina y tranquilizando a sus hijos y sobrinos con algunos regalos finlandeses. Poco después llamaron a la puerta y él mismo se hizo cargo de atender a un vendedor y acomodar la despensa.
-Este spaghetti sabe horrible - expresó él luego de curiosear con una cacerola vieja.
-¿Vas a tirarlo?
-Claro que no, Anna.
-¿Qué estás haciendo?
-Trataré de arreglarlo para la cena.
-¿En serio preparas empanadas?
-Los niños merecen comer de verdad.
La mujer quiso ser vigilante y se situó junto a la entrada de la cocina, esperando la oportunidad de formular preguntas aunque Maragaglio lo intuyera de inmediato, sin interesar si él estaba dispuesto a dar una versión de los hechos increíble o hacer gala del ser despreciable de siempre. Lo admirable era que los infantes presentes hicieran caso a cada palabra de su tío, como si de una lección sobre educarlos se tratara.
-Bueno, si me ayudan a revolver la carne, les enseñaré a hacer T Rex con la masa - añadió él y todos le decían que odiaban las verduras que iba agregando a la receta. Anna ponía cara de pocos amigos e incluso demostraba su envidia por ser bastante ineficaz para resolver situaciones cotidianas. Transcurrió un largo rato.
En la casa de los Berton era raro que no hubiera ruido y Maragaglio parecía contagiado de aquella dinámica al hacer reír hasta las lágrimas a sus sobrinos imitando a los payasos del circo por televisión. El alboroto atrajo de nuevo la atención de Edward Hazlewood, mismo que apenas acababa de recibir noticias sobre su hijo Marco y no se sentía bien con eso. A su lado, el joven Fabrizio comenzaba a curiosear igualmente, aunque se encontrara alarmado y no se dispusiera a fingir cabeza fría.
-¿Cuándo le van a decir a Marco que está más enfermo que antes? - preguntó el chico.
-Mañana, cuando lleguen los doctores de Verona.
-¿Crees que deje las góndolas?
-Lo obligaré.
-Papá, ¿puedes hacerlo?
-No volverás a fumar en mi casa y menos delante de tu hermano ¿Al fin entiendes?
-Sí.
-Fabrizio, no me hagas repetírtelo y suplicártelo como siempre.
-¿Qué te dijo el doctor Pelletier?
-Marco necesitará pastillas y un estudio adicional.
-A mi hermano no le gusta que te enteres de esas cosas.
-Pero debo saber qué hacer.
Luego de un silencio breve, pasar saliva y volver a asomarse hacia la casa de los vecinos, sucedió algo singular: La voz cantante de Maragaglio era agradable y el profesor Hazlewood se preguntaba cómo era posible que alguien capaz de tanta belleza fuera prácticamente su enemigo personal. O eso creía después del único momento de valor que recordaba de sí mismo, exigiendo por única vez a una persona que se alejara de sus hijos. Al mismo tiempo, otras familias abrían sus ventanas para deleitarse y las vecinas suspiraban de sólo identificar al dueño de esas melodías cálidas. Maurizio Leoncavallo "Maragaglio", había embriagado a Venecia de amor nuevamente.
-¿Crees que nos moleste, papá? - preguntó Fabrizio.
-No es capaz.
-¿Marco sabe pelear?
-No pude alejarlo de ella.
-¿De Katarina?
-Los Hazlewood no atraemos chicas bonitas sin meternos en problemas. Tu madre tiene un hermano que hasta la fecha desea estrellarme contra el pavimento.
-¡Eres una gallina, papá!
-Las gallinas son valientes, yo no tanto.
-Ayudaste a Marco a escaparse de la corona británica.
-Para que terminara de novio de una chica con parientes en un servicio de inteligencia.
-Pero lograste que no lo investigaran.
-Maragaglio está informado.
-No es cierto.
-Siempre hemos estado en sus manos.
-¿Qué hizo Marco?
-Nada grave.
-Papá, tienes que explicarme.
-No tengo por qué.
-¿Y si un día Maragaglio me detiene?
-Qué alegría será no saber ¿verdad?
El señor Hazlewood comenzó a morderse las uñas, apenas pensando algo vago, como que sus vecinos no eran confiables o exageraba porque se sentía inhibido. Después de ordenarle a Fabrizio volver al interior para ocuparse de vigilar el teléfono, el hombre se quedó mirando la casa de los Berton, acertando en descubrir a Maragaglio observándolo igualmente, aunque sin el talante engreído, como si dijera "ya ve, estoy con mis hijos".
-¿En qué tanto te fijas, Marabobo? - gritó Anna Berton y ella también se dio cuenta sobre la presencia de Edward Hazlewood, que permanecía un tanto pasmado e inclinaba su cabeza en saludo. Ella abrió su ventana enseguida.
-¡Señor Hazlewood! ¿Cómo está Marco? - saludó. Maragaglio se intrigó enseguida y el otro no podía salir corriendo mientras su enfermiza timidez le impedía desmayarse.
-Mi hijo está bien - respondió el vecino en voz alta, pero temblorosa.
-¿Qué le han dicho?
-Le harán más estudios, señora Berton.
-¿Por qué?
-De rutina, los de siempre.
-Muy bien, me lo saluda si es posible y que se recupere pronto.
-Claro, gracias.
Maragaglio sonrió hacia Hazlewood y este último optó por fijarse en otra cosa, sin poder disimular los nervios al tirar sus macetas.
-Ese pobre hombre es tan torpe - comentó Anna sin exaltación y resolviendo ayudar a su cuñado lavando trastes. Al fin las voces se moderaban y ningún comentario adicional saldría de las paredes de la cocina de los Berton.
-Tengo entendido que es muy inteligente.
-Torpe pero inteligente, no creo que no lo sepas Maragaglio.
-¿Es profesor, no?
-¿Te burlas de él?
-¿Tú qué crees?
-Meh, yo quisiera que mis hijos tuvieran la paciencia de Marco y Fabrizio.
-No puedo creer que ese hombre tenga dos hijos.
-Tiene tres, es sólo que su hija vive en Inglaterra.
-¿Dos varones y una niña? Como Ricardo Liukin.
-El señor Hazlewood es divorciado.
-Era más creíble decir que era viudo.
-¿No sabes nada de Edward Hazlewood?
-No soy curioso.
-Eres una víbora.
Anna odiaba encontrar gracioso a su cuñado y le fastidiaba estar segura de que oía mentiras.
-De seguro al señor Hazlewood le comentan sobre Katarina y lo felicitan por tenerla de nuera.
-No vas a sacarme de quicio, Anna.
-Era un simple comentario.
-Hazlewood tiene suficiente con su hijo enfermo y con el otro vago.
-Supe que has ido a verlos con sus bandas.
-A veces tomo cerveza.
-¿Te aprendiste las canciones?
-Son buenos músicos.
-Qué hipócrita eres.
-¿Hay algo que intentes decirme, mujer?
-El señor Hazlewood tiene temor de ti.
-No hay novedad.
-¿Por qué Katarina tiene prohibido estar con Marco?
-No es así.
-Hasta tú la vigilas y sé que explotaste cuando la juntaron con él.
-El chico no es malo.
-¿Entonces?
-Katy se merece algo mejor.
-¿Como Miguel Liukin?
-Tampoco. Ella puede conocer a alguien más importante.
-Ah, es por estatus.
-¿Maurizio ha venido a hacer escándalos aquí?
-A cada rato.
-Susanna lo comentó alguna vez y no hice caso.
-Tú también has intimidado a mis vecinos.
-Katarina toma los cursos del profesor Hazlewood y yo paso a checar como está. Si él se asusta no es mi problema.
-Lo amenazaste.
-Parecía un cobarde.
-Oh, espera ¿Lo respetas, Maragaglio?
-Es un buen tipo.
-¡Yo que te creía incapaz de algo así! Das asco ¿sabes?
-Y miedo.
-Hoy estás de payaso.
-Amén.
-¿Así tratas a mi hermana?
No.
Maragaglio recuperó la seriedad y comprendió que Anna Berton dudaba en conversar sobre Susanna. Katarina era el pretexto para hacerlo, pero la mujer no tenía el talento para introducir el tema. Ambos hicieron que sus respectivos hijos regresaran a la sala e incluso adelantaran su horario de videojuegos. Una vez solos, los adultos reanudaron su charla.
-Cuando Susanna se recupere, iré a Tell no Tales ¿Podrías ayudarla con los niños?
-¿Qué? ¿Te vas a largar de paseo?
-Recibí órdenes en Helsinki.
-¿De qué?... ¿Es por tu amante?
-¿Quién?
-Sé que te acuestas con otra mujer, "cariño".
-Ah, pensé que te referías a alguien conocida.
-¿Lo de tu nueva aventura es verdad?
-Se llama Katrina.
-¡Maldito infeliz!
-¿Quieres que te mienta?
-¿Qué ganas? ¿Por qué le haces esto a Susanna justo ahora?
-No sé, tú explícame.
-¡Desgraciado animal!
-Es lo más lindo que me has dicho.
-¡Cínico sinvergüenza!
-Y eso lo más decente.
-¡Te estás burlando, hijo de...! ¿Por qué no dejas a mi hermana y te vas de cama en cama como te gusta? ¡Haz hecho suficiente daño!
-Anna, tú y yo no somos los más indicados para reprocharnos nuestras dobles vidas, te recuerdo que tu hijo mayor es de Giampiero Boccherini. Un consejo: Nunca te enredes con el mejor amigo de tu cuñado.
-¡Por favor!
-Tu esposo no sabe, mi suegro menos y en lo que a mí respecta, tú te callas y yo me callo.
Anna Berton quiso arrojarle un plato a la cabeza, reprimiéndose apenas.
-¿Dónde conociste a la tal Katrina?
-En París, en la calle.
-¿Haciendo qué?
-Mi trabajo.
-Nunca voy a entenderte, Marabobo.
-Si fuera por ti, yo cometería el error de separarme de Susanna.
-Nos lastimas.
-Tengo que asistir a la boda de Marine Lorraine y si te tranquiliza, iré solo.
-Contéstame ¿Dormías con la becaria?
-No.
-Haré que te creo... ¿Esa tal Katrina va a ser un problema?
-No cambiaré a Susanna por otra mujer.
-¿Por qué le haces esto a mi hermana?
-Katrina será mi última conquista.
-¿Cómo vas a "cambiar"?
-Estar de aventurero sale caro.
-¿Hiciste cuentas?
-Hay que cuidar las finanzas.
-Susanna nunca te ha engañado.
-Ella es mi hogar.
-O más bien te estás volviendo viejo.
-Las mujeres me gustan mucho, Anna.
-Cínico maldito.
-Jajajaja, en serio me caes bien.
-Era tan fácil que te fueras cuando te conocimos.
-Pero ella me ama.
-No la mereces.
-No puedo seguir durmiendo con cualquier chica.
-Siempre intenté prevenir a mi hermana sobre ti.
-No lo harás más.
-No puedo esconderle lo de la tal Katrina.
-Anna, estoy confiando en ti.
-¿Es un chantaje?
-Susanna me pidió pasar más tiempo en casa.
-¿Aceptaste?
-Me nombraron "Direttore d'intelligenza Lombardia e Piemonte" para el próximo año así que volveremos a Milán.
-¿Ella sabe?
-Será una sorpresa.
-Obviamente estarán solos.
-No voy a permitir que intervengas en nuestro matrimonio y dudo que convenzas a tu hermana de no acompañarme.
-Entonces nos conformaremos con llamadas de vez en cuando.
-Los visitaremos.
-¿Tu amante va a vivir cerca de ustedes?
-Katrina se quedará en París.
-¿Cada cuánto irás a verla?
-No lo sé, supongo que un fin de semana al mes.
-Tú me das náuseas.
-Perdóname por ser adicto a las mujeres.
-Nunca voy a hacerlo.
-Intentas ahuyentarme todavía.
-Susanna estará mejor sin ti.
-Pero no estaré bien sin ella.
Maragaglio echó un vistazo al horno y Anna resolvió servir un par de copas de vino.
-Podremos comer en un momento - avisó él.
-¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
-Hasta que Susanna se recupere.
-Hablé con ella antes de la cuarentena.
-¿Te mencionó lo del sobre que le envió Marine?
-¿Cómo sabes de eso?
-Trabajo en Intelligenza.
-¿Tiene que ver con el viaje que harás?
-En parte ¿Cómo tomó Susanna las cosas?
-Ambas pensamos que te enfadarías.
-¿Es cierto que le dijo "zorra" a Marine?
-¿Te estás riendo?
-Tú también, Anna.
-Bueno, es que mi hermana no acostumbra insultar.
-Me alegra que lo hiciera.
-Maragaglio, espero que estés siendo franco. A mí no me escondes tus canalladas, pero tengo la certeza de que te metiste con tu becaria y algún motivo tendrás para negarlo. Ojalá no sea algo grande porque de otra forma tendría que delatarte.
-Solo soy sincero contigo y con Giampiero. Entre Marine y yo hubo camaradería, amistad, era una secretaria eficiente y una buena chica que siempre está en su casa con su familia. Yo no me atrevería a ser un miserable lujurioso con alguien que siempre me trató bien.
-La acusaste de acoso con Susanna.
-Porque se estaba obsesionando conmigo.
-¿El ego no te precede?
-La despedí porque no quería que la situación se complicara y creo que funcionó.
-¿Por qué irás a su boda?
-Por una misión.
-¿Se puede saber cuál es?
-Unos diamantes.
-Ah, sigues con eso.
-Juro que me portaré bien, no le haré daño a Susanna, no voy a serle infiel.
-¿No invitaste a Katrina?
-No se me ocurrió.
-Qué desgraciado eres.
-Es en serio, esta vez voy en solitario.
Maragaglio dio un sorbo al vino y regresó a la ventana, a contemplar a un inseguro Edward Hazlewood que intentaba esquivarlo con cualquier cosa, hasta adelantando su nueva rutina de dedicarse a la pintura.
-¡Papá! ¿Sigues con el cuadro para Katarina? - gritó Fabrizio Antonioni mientras subía al techo con una bandeja. El chico había olvidado que un Leoncavallo estaba cerca.
-Quiero terminar... Terminarlo pronto, es que los detalles me cuestan trabajo.
-Yo digo que está bien.
-Katarina es observadora, notaría que lo estoy haciendo mal.
-No creo, esas flores se ven lindas.
-Marco le va a interesar más, tienes razón.
-No has comido.
-No reparé en eso.
-Te traje una chaqueta.
-Gracias.
-¿Maragaglio te está vigilando?
-Tardaste en prestar atención.
-No disimula.
-Déjalo ya, no podemos remediarlo.
-Puse el teléfono cerca para que no tengas que bajar a la sala.
-Gracias.
-Te quiero, papá.
Hazlewood estrechó a su hijo y le alborotó los rizos antes de acceder a descansar y compartir una comida sencilla y caliente que le tranquilizaba un poco. En cambio, Maragaglio desde su lugar se cuestionaba si dejar a Katarina rodeada de tales nerds era lo más sano y pensó mucho en aquel momento en París, donde teniendo la oportunidad de sucumbir a sus deseos de romance y dejar todo atrás por ella, se había apartado del camino para no estorbar.
-¡Cuiden bien de Katy! - pidió en voz alta y Edward Hazlewood, desconcertado por la petición, sufrió la desgracia de arrojarse sopa de tomate a la ropa, provocando la sonora carcajada de su hijo y la expresión de pena ajena con levantamiento de ceja incluida de un Maragaglio que atinaba a juzgar a los vecinos como un desastre crónico con el que Katarina estaba decidiendo lidiar.
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