sábado, 20 de marzo de 2021

Una canción y el tío Enzo

Albert Hammond / Foto tomada de Instagram.

El domingo en el bistro "La Belle Époque" era particularmente bohemio. Los panquecillos de chocolate, la absenta, las copas de vino, las tartas de cereza y la pasta con albahaca atraían a los snobs de París y la ausencia de Judy Becaud para atenderlos se podía excusar con éxito al notar que esa multitud solía llenar el espacio con humo de cigarrillos baratos. Maragaglio descansaba luego de salir de compras con Katrina y compartía la vibra de los comensales, así que fumaba frente a ella y exhibía su cigarrera despreocupadamente.

-No sabía que te gusta el tabaco - dijo ella.
-Algún defecto tengo.
-Cariño, tienes demasiados "peros" en contra.
-No te habían disgustado.
-Porque no olías a quemado.

La chica se rió antes de tomar su propio cigarro y un sorbo de absenta mientras fingía atender la lectura de un mal poema. Alrededor suyo habían colocado muchas flores  y quizás por eso no se daba cuenta de lo irrespirable del ambiente. 

-Siempre me gustó ir a los bares de existencialistas - añadió Maragaglio.
-¿Qué es eso?
-Lugares donde me sentía intelectual porque leía a Rimbaud con un foco en la cara.
-¿A quién, cariño?
-Era poeta, Katrina. Si estuviera ebrio, volvería a subirme a la tarima para que estos idiotas supieran lo que es un actor de verdad.
-Te verías rarísimo.
-¿Te disgusta si tomo un poco más de licor? Me estoy sintiendo más joven de lo que soy.

Katrina volvió a reírse y entendió que estaba bebiendo mucho. El ajenjo o absenta o como se llamara era más pesado de lo que creía y no quería dar un paso para no perder el equilibrio.

-Te sirvieron de un alcohol añejo, por eso te sientes así - continuó Maragaglio.
-Tú no la has probado.
-Una gota más y empezarás a alucinar.
-¿Me hará daño, cariño?
-Te cuidaré en la resaca, no te preocupes.
-¿Me dolerá la cabeza?
-Esta cosa es ilegal. 
-¿No los vas a acusar?
-Mejor que venga ese elixir del hada verde, que la vida es corta y envejecí antes de tiempo.

Katrina sabía que Maragaglio hablaba en serio y miraba celoso a esos bohemios que se aplaudían entre sí y discutían por películas de culto, libros escritos en eslovaco sobre vampiros o músicos rusos de metal gótico a presentarse en París en las próximas semanas. En el "Cahiers du cinema" se había publicado un especial sobre Éric Rohmer, dando a conocer que se harían audiciones para un proyecto de teatro que éste quería realizar y también era motivo de conversación porque algunos no paraban de preguntar si otros se presentarían a las pruebas.

-Corazón, estás muy serio.
-Para estar borracha te comportas sobria.
-Traes la carita triste triste.
-Katrina, me siento bien.
-Llevas todo el día con esa revista.
-Está interesante.
-El cupón amarillo es importante.
-No es un cupón.
-¿Entonces?
-Es un anuncio.
-¿Qué te podría llamar la atención?
-Nada... Es nada.
-Qué serio.
-No vuelvas a mencionar la revista.
-De acuerdo, sí.
-Promételo.
-Maragaglio, no es para tanto.
-Katrina...

Él alzó su ceja izquierda y la chica enseguida cedió.

-Prometido.
-Mejor así ¿Quieres otro cigarrillo?
-Corazón ¿qué te pasa?
-Necesito más ajenjo ¿ordeno algo por ti?
-Maragaglio, deberíamos ir a dormir.
-¿Estás tentándome?
-No sería mala idea, cariño.
-¿Por qué lo dices?
-Tal vez se te quitaría el enojo.
-Estaré bien con una copa.
-¿Seguro?
-La semana fue espantosa, quiero bebérmela antes de que ocurra una nueva tontería.

Maragaglio ordenó enseguida otro par de tragos y permaneció contemplando el bistro, imaginando que era parte del grupo de snobs aunque ellos lo habían notado aún sin hablarle.

-No deberían rodearse de fracasados - mencionó el propio Maragaglio al notar que Carlota Liukin y sus amigos estaban comiendo pizza frente al improvisado escenario y aplaudían a quienes se animaban a seguir con la interpretación de poesía. Marat Safin no estaba interesado en las actividades pero se veía cómodo conversando con la joven y brindaba con ella al son de "falsos tragos de champagne", hechos de agua tónica, soda de jengibre y frutas en conserva picadas.

-¿Subimos a descansar? Todavía me duelen los pies de cargar tantas compras - intervino Katrina. 
-Me estoy divirtiendo ¿Lo necesitas mucho?
-Maragaglio, trato de sacarte de aquí.
-¿Y si no quiero irme?
-No tienes que ser grosero.
-Lo siento muchísimo.
-Eres imbécil.
-Odio la música que ponen aquí.
-Oye, no sé si dejarte o ver cómo te embriagas.
-Quítate los zapatos.
-¿Me necesitas?
-No te imaginas cuánto.

Maragaglio acarició el cabello de Katrina y esta cedió resignada con una sonrisa de reproche, suponiendo que era el precio y no quería pelear. A esas alturas, la joven aún no pensaba en el dinero y se había dado cuenta de que su amante era magnético y sexual aun estando enojado, así que no sabía cómo detestarlo por más minutos. Todo lo contrario de lo que le sucedía con Maurizio Leoncavallo, a quien podía apreciar en la barra degustando su propia absenta y mirando a la puerta mientras aguardaba por otro hombre que parecía culminar una llamada y portaba una enorme carpeta bajo el brazo. 

-¿Tienes un gemelo, cariño? - se sorprendió ella.
-Nadie comparte mis desgracias ¿por qué?
-¿Quién es él?
-Ah, el tío Enzo.
-¿No vas a saludarlo?
-¿A ese farsante? 
-Es muy guapo.
-Oye, no seas coqueta.
-Maragaglio, ve con él.
-Mintió sobre mi padre.

Katrina recordó lo sucedido el día anterior, tomó las manos de Maragaglio para confortarlo un poco y sintió que se disculpaba por inoportuna. Él la miró sin condescendencia y luego bebió su copa de golpe para quedar en silencio y quedarse escuchando la voz irritante de un tipo que trataba de imitar a los cantantes folk de los años setenta en una especie de sketch cómico trágico. La gente se reía como si aquél fuera un gran intérprete pero a Maragaglio le parecía que lo hacía experimentar un gran vacío, además de una inmensa pena ajena. El tío Enzo lo miraba a su distancia y le notaba la amargura, consciente de que su presencia en parte tenía que ver. Tampoco tenía intenciones de aproximársele, al menos no de inmediato.

-¿Qué le pasa a tu primo? - dijo Enzo por saludo a Maurizio Leoncavallo
-Contéstame tú.
-¿Estás furioso?
-Si yo fuera Maragaglio, sí.
-Maurizio ¿Puedo saber qué pasa?
-Pregúntale a él.
-Está emborrachándose.
-Si no me hubieras citado, haría lo mismo.

Enzo Leoncavallo contempló a su sobrino tirando por accidente su bebida y asumió que era una forma de dejar el tema por la paz. 

-Quería avisarte que estaré atendiendo novias aquí en París y que podrías elegir el vestido de Juulia.
-¿No le dejaríamos esa decisión a ella?
-Tienes razón, Mauri.
-No entiendo entonces por qué quieres hablar conmigo.
-No te he visto en meses, quiero ponerme al día.
-Tío, he estado ocupado.
-¿Has hablado con Katarina?
-Sé que está enferma.
-Creo que escuché algo de eso.
-Ella está grave pero no he podido saber qué tanto. Maragaglio me ha dicho que come bien y la atienden cuando lo necesita.
-¿Qué le dio?
-Influenza y me enteré que también le han puesto una mascarilla de oxígeno.
-Eso es bastante serio ¿Irás a verla?
-Venecia está cerrada.
-No sabía que la situación fuera tan delicada.
-Yo debo platicar con Katarina a como dé lugar.
-¿Tienes algo muy importante qué decirle? 
-Muchas cosas que contarle.

Maurizio volteó a ver a Maragaglio y el tío Enzo se preguntó si el asunto era entre sus tres sobrinos o se necesitaba un mediador para contener a Katarina. Sólo podía rezarse porque no se tratara de un tema amoroso o la discusión de algún episodio desconocido que a los Leoncavallo podría poner de cabeza y en contra de la joven nuevamente.

-Por lo que veo, no quieres hablar conmigo.
-Lo siento, tío Enzo.
-¿Todo está bien?
-Creo que te enterarás en Venecia.
-¿Tienes un problema?
-Es algo familiar.
-¿Involucra a todos?
-Maragaglio querrá que le aclaren varias cosas.
-¿Y qué hay con Katarina?
-Es entre ella y yo.
-Maurizio...
-Deseo conocer qué está pasando con ella porque ha estado mal desde Nueva York y me angustia no poder entenderla. 
-¿Katarina te ha mencionado algo?
-No.

A Enzo Leoncavallo le pareció escuchar algo novedoso y entendió parte del drama sin más esfuerzo. Katarina reservándose ante su hermano era un acontecimiento único y podía indicar cualquier cosa.

-¿Me dejas en paz?
-Claro, Maurizio. El punto es que no tengo a donde ir y mis citas de ventas me dejan tiempo libre ¿Hay algo bueno para beber?
-Absenta.
-En ese caso, acepto.
-Tengo algo que sí quiero saber, tío.
-Adelante.
-¿Conociste al padre de Maragaglio?

Maurizio Leoncavallo no tuvo que esperar por respuestas.

-Nunca supe.
-¿Seguro?
-Mi hermana Carolina llegó con Maragaglio y se lo dejó a mi padre.
-¿Fue todo?
-Me gustaría contarte una historia pero no hay otra. Carolina era muy irresponsable y tuvo un hijo de padre desconocido.
-Maragaglio encontró al tipo ayer.
-¿Qué dijiste? ¿Cómo lo hizo, Mauri?
-Le consiguieron la información en Intelligenza Italiana ¿dónde más?
-¿De qué se enteró? 
-¿Sabes más de lo que dices, tío?
-Honestamente, no.
-Siempre le han contado que lo abandonaron.
-Porque es la verdad.
-Entonces me bebería todo el alcohol si fuera tú.
-¿Es tan malo, sobrino?
-Descubrimos más de lo que queríamos.
-"¿Queríamos?"
-Ni siquiera imagino qué pasará cuando volvamos a Italia así que alla salute! Alcohol para todos y que sobreviva el que quiera.

Enzo Leoncavallo no escondía su desconcierto y no reparó en tomar un pequeño vaso para llenarlo de licor y mirar a la nada mientras estallaba esa bomba. Tanto esfuerzo familiar para nunca dar explicaciones se había ido por la borda y ahora quedaba aferrarse a la mentira más simple y realista por la que Maragaglio no podría protestar ni replicar, a menos que quisiera hallar algo más o la incredulidad lo dejara insatisfecho. La actitud de Maurizio le era más enigmática por su forma de sonreír y resolvió no brindar con él para no agregar palabras. La charla planeada estaba descartada y entonces, el sonido de una canción vieja se quedó perturbando más a Maragaglio. 

-Cariño ¿Puedo hacer algo por ti? - consultó Katrina en su sitio, aunque su voz se oía claramente y hasta Carlota Liukin la percibió con inquietud.

-Estoy cansado, no es mala idea intentar dormirme - replicó Maragaglio antes de tararear un poco y con ello, calmar a los demás. La mujer que lo tenía enfrente sin embargo, podía sentir su rabia y creyó que en cualquier momento destruiría la mesa si continuaba en el ambiente aquel. Katrina deseaba irse para ahorrarse la vergüenza y se dio cuenta de que el dichoso tío Enzo se preparaba para detener a su sobrino al tiempo que Maurizio Leoncavallo parecía reservar una copa en caso de requerirla para sólo él sabría qué. El punto era que un hombre era capaz dejar todo como estaba mientras volaba en mil pedazos con la misma probabilidad y quizás eso la asustaba más.

-No soy tan idiota, mujer - pronunció Maragaglio como si le adivinara el pensamiento y prefirió besarla para disfrutar su aliento a ajenjo y su perfume de cerezas. La chica temblaba de los nervios.

-Estoy tan furioso que no me han dado ganas de demostrarlo. Katrina ¿Crees que debería quitar al tipo que está cantando ahí? Me tiene harto.
-¿Qué? No te vayas, cariño.
-Prometo comportarme.

El hombre se levantó con una gran sonrisa al oír que el aficionado empuñaba una guitarra y conseguía que su público lo acompañara con palmas mientras anunciaba que su siguiente canción había aparecido en un disco de temas setenteros de intérpretes desconocidos y estaba seguro de que nadie la había escuchado en París hasta que sonaron los primeros acordes. La reacción de Carlota Liukin y sus amigos fue la de reírse fuertemente ante el involuntario chiste, cohibiéndolo y ocasionando que cambiara parte de la letra. Tal pieza era muy popular en Tell no Tales cuando se celebraban cumpleaños o se regañaba seriamente a un hijo luego de una equivocación importante, así que la familia Liukin solía escucharla con enorme frecuencia como migrantes en Venecia y en el hogar parisino de Anton Maizuradze casi no pasaba día sin que le acusaran de vago.

-¿Qué canción es? - curioseó Marat Safin antes de que Carlota intentara seguir el ritmo.
-Se llama "It never rains" o parecido, me la pone papá cuando se enoja - replicó ella.
-¿Quién la canta?
-Albert Damon.
-¿Perdón?
-Fue famoso cuando mi papá era joven.
-Lo recordarían mis padres de Moscú.
-Ahora anima fiestas en Tell no Tales.
-¿Lo conoces?
-Cantó en mi graduación de primaria y lo llevaron a un banquete en un torneo de patinaje.
-¿Te gusta esta canción, verdad?
-La voy a poner el día que mi hermano Andreas regrese arrastrándose.
-¿De qué hablas?
-Mi hermano se va a ir de la casa.
-Ah, ya entiendo. Bueno, se la pones en volumen alto y dices que yo te lo pedí.
-Hecho.
-¿Quieres brindar, Carlota?

Ambos chocaron sus vasos y ella se dedicó a demostrar que se sabía la letra de aquella melodía falsamente alegre, la cual sin duda hablaba de un sueño que no se materializaba y se convertía en una tentación para volver a casa con la pena y el sonrojo por delante. Marat comprendió la razón de usar semejante método de reprimenda y concluyó que no era una manera sutil de demostrar una profunda molestia o al menos, no era el tipo de regaño que resistiera recibir alguna vez. Carlota se reía pero en el fondo, tenía presente a su padre repitiendo la canción en la madrugada y a su madre desahogándose luego de una jornada pesada. Fue entonces que Maragaglio subió al escenario sin el mínimo respeto, sujetó el micrófono, arrebató la guitarra al desconcertado aficionado y con gran arrogancia miró a los presentes.

-Apuesto mi siguiente whisky a que canto mejor "It never rains" ¿Quién se anima?

La gente se miraba entre sí y Katrina levantó la mano para que pareciera que se divertía. Con tal de evitar que la escena fuera más ridícula, Marat también apostó, aunque a cambio se ganara una broma sobre "la bebida para niños" que podía ofrecer. Maurizio Leoncavallo era expectante y su tío miró al suelo con las manos en los bolsillos, con la misma sensación de frustración que su sobrino en el escenario había sentido a los veintitrés años en un parque mientras reunía dinero para tomar un vuelo a Nueva York.

-En vista de que a nadie más le interesa perder, le dedico esta canción a mi tío Enzo por arruinarme la vida - declaró Maragaglio y Katrina se cubrió la cara como si el comentario hubiera estado de más. La gente volteaba hacia los Leoncavallo y luego de aguardar un minuto, el propio Maragaglio comenzó a interpretar aquella canción causando un gran asombro, incluso para sí mismo.

-Ay, por Dios ¡Es hermoso! - se admiraba Katrina con las piernas temblándole. El público guardaba un silencio maravilloso y Maurizio Leoncavallo miraba a su tío sin saber qué sentir. Durante un instante, el primo Maragaglio emulaba un rockstar, rejuvenecía, volvía a ser el chico divertido que le había enseñado a fugarse de casa y hecho pensar en cosas como ser un artista o un inventor. El gesto de ese hombre de cuarenta y tres años delataba que había anhelado sentirse lleno de vida por tanto tiempo.

-"Will you tell the folks back home I nearly made it? Had offers but don't know which one to take... Please! Don't tell' em how you found me..."* - cantaba Maragaglio con nostalgia y el tío Enzo entendió el mensaje antes de que aquel acabara abruptamente su actuación y dejara la guitarra con desprecio en el piso. Los presentes aplaudían con espontánea admiración pero él optaba por salir a fumar y maldecir en voz baja.

-Maragaglio se escapó y lo encontré en Londres trabajando como músico callejero. En lugar de callarme, le dije a mi padre y fue de inmediato por él - dijo Enzo.
-¿Te odia porque el abuelo hizo eso?
-Mi padre nunca se portó bien con tu primo y por mi culpa, Maragaglio no se marchó.
-El abuelo murió. 
-No arregló las cosas.
-Tío, yo no creo que seas responsable.
-Es que no fuiste testigo de lo violento que fue.
-Pasaron muchos años.
-Maragaglio intenta retomar sus planes ¿sabías? Pero a todos los lugares donde va le han dicho que es muy tarde.
-¿Hace audiciones?
-¿En dónde crees que estuvo ayer? 
-¿Tú lo viste? Dijo que tenía trabajo.
-Entregué un vestido para una sesión de fotos en Radio France y él venía saliendo, no lo saludé... Pregunté, me enteré de que buscaban actores para un musical y rechazaron a tu primo por la edad.
-¡Pero tiene talento!
-¿Verdad que debí cerrar la boca hace veinte años? ¡No me digas que pasó mucho tiempo! 

El tío Enzo determinó pasar su momento de culpa con un poco de whisky y observando a su sobrino Maragaglio tarareando "It never rains" en voz baja desde la puerta. No se le ocurría qué decirle o mínimo ofrecerle más alcohol mientras comprobaba que las jóvenes habían caído rendidas ante esa voz tan fresca, incluso Katrina se había convertido en la envidiada chica del lugar y Carlota Liukin era una repentina fan con la cara sonrosada de un hombre al que quería profundamente de todas formas. En "La Belle Époque" el snobismo se transformaba en autenticidad por un momento.

El frío retornó a París esa misma tarde luego de la breve tregua soleada del sábado y amenazaba con nevar sin que Maragaglio se moviera de su lugar. Algo lo retuvo lo suficiente para que, en medio de su ánimo amargo, se le acercara un hombre de unos setenta años, ojos aceitunados, piel dorada y el cabello corto. Por su aspecto, se parecía a Ricardo Liukin sólo que con una actitud menos dramática y más distraída, aunque algo irrespetuosa y divertida. 

-Me dijeron que hablara con ¿Maragaglio? Soy Goran Liukin Jr. y estoy buscando a mi nieta, Carlota Liukin.

Enzo Leoncavallo se quedó boquiabierto en su lugar y con la seguridad de que el tal Goran lo había reconocido, llamó a su sobrino Maurizio.

-Hay problemas ¿Quieres traer a Carlota de una vez para que no haya escándalo?
-¿Qué pasa?
-Mauri, házlo.

Maragaglio se hallaba petrificado y el señor Liukin giró su cabeza, riendo un poco de Enzo y comparándolo con el otro previo a preguntarle con tono socarrón:

-¿Es tu hijo?
-No.
-Salió al viejo Leoncavallo, qué desgracia. 

La conversación no continuó y Carlota Liukin dejó el local para toparse con su abuelo, a quien no había visto en años. El hombre la abrazó afectuosamente y ella no pudo evitar estar contenta con la sorpresa, aunque tuviera la sensación de que alejarse era la única idea buena en ese instante. Maurizio Leoncavallo prestó atención a su primo, cuya expresión iba acentuando su desolación.

-¿Carlota puede dar un paseo conmigo? Le he traído regalos y también quiero celebrarle la medalla que se ganó. Me han dicho que será escoltada ¿Me dejan llevarla a Montmartre? Regresaría en la noche.

Maragaglio pasó saliva y dijo:

-Tienes permiso Carlota ¿Llevarás a tus amigos? 
-Si mi abuelo quiere... Iré por ellos.

Carlota corrió confusa donde Marat y los demás para sacarlos de ahí mientras su abuelo contemplaba de frente a los Leoncavallo sin pronunciar palabra. En un momento dado, el hombre fijó sus ojos en Maragaglio y esbozó una sonrisa casual, provocando que el otro regresara donde Katrina inmediatamente para llevársela a su habitación y encerrarse ahí mientras la ira se atoraba en su garganta. 
*Extracto de "It never rains in Southern California", canción interpretada y escrita por Albert Hammond (1972)