viernes, 25 de noviembre de 2016

Las noches de Mónaco (Serie navideña y octava temporada)


Gare de Lyon, París.

-Me... Me voy con ustedes - pronunció Tennant Lutz con voz apagada y Ricardo Liukin volteó a verlo desconcertado. El chico portaba una valija muy pequeña y parecía necesitar aprobación para atreverse a marcharse.

-De acuerdo, Tennant.
-Gracias.
-¿Traes dinero?
-El suficiente para bajar en Niza.
-De acuerdo, dámelo.
-Perdón si los molesto.
-¿Cómo te enteraste de nuestro viaje?
-Judy Becaud es muy escandalosa, yo estaba en el hotel.
-Bueno, no importa mientras sólo lo sepa ella. Iré por los boletos, te encargo a los chicos, Tennant.
-Bien.

Ricardo Liukin se colocó en la fila en la taquilla de la estación mientras Carlota tomaba asiento sobre su maleta y Adrien se concentraba en resolver una sopa de letras. Andreas tampoco fingió su desdén.

-¿También te largas? - inició agresivo.
-No me gusta París - contestó Tennant.
-Cállate, Carlota es fanática de la ciudad.
-No quiero estar aquí, es todo.
-Ojalá pensáramos lo mismo que tú.

Andreas miró a sus hermanos y Tennant pasó saliva por los nervios, temeroso por seguir hablando.

-Conseguí dos literas, Andreas tendrás que dormir en un asiento - anunció Ricardo al regresar - Tennant, puedes quedarte con nosotros hasta la mañana ¿te parece?

El joven Lutz apenas respondió sí, depositando su insignificante equipaje entre el de la familia Liukin en un arrebato de confianza ante la ausencia de preguntas. Aunque no era su intención, el chico mostraba un talante exaltado y Ricardo creyó que tenía un problema. Si era grave, no iba a dudar en deshacerse de él.

-Salimos a las 11:45, quiero que Carlota y Adrien vayan a la cama cuando abordemos, no hagan escándalo y no se peleen - ordenó Ricardo.
-Dile eso a Adrien, que grita por todo.
-Podrías empezar por darle el ejemplo, Andreas.
-Dáselo tú, eres el papá.
-Gracias, acabas de mostrarle a tu hermano lo tonto que es un bocón.

Tennant Lutz levantó la mirada y se admiró de Ricardo. Sin aspavientos ni gritos había puesto a su hijo mayor en su lugar y Adrien parecía entender la lección aunque su atención prestada fuera poca. Carlota en cambio revisaba su celular y el señor Liukin resolvió quitárselo, sin mediar negociaciones.

-¡Iba a preguntar cómo sigue Joubert!
-Te avisaré cuando sepa algo.
-¡Pero el teléfono es mío!
-Yo lo pago.

Ricardo apagó enseguida el teléfono ante el gesto berrinchudo que recibía en respuesta. De todas formas, la chica estaba castigada, perdiendo cualquier derecho de replicar en su defensa.

-Tennant, tú y yo tenemos que hablar - terminó el señor Liukin, procediendo a imitar a su hija con su equipaje.

En el andén había poca gente y los trenes arribaban vacíos después de haber hecho escalas en Bélgica o España. El que esperaban los Liukin provenía de Alemania y según la información del boleto, era de marcha lenta, cosa que impacientaba más a los tres hermanos y causaba risa en Ricardo, que sabía que así los tendría controlados un rato. Únicamente para evitarse malas caras, prefirió no comprar la cena; los burritos le disgustaban a Carlota lo suficiente para encabezar una rebelión anti - mudanza.

11:45 Gare de Lyon, interior del tren.

-¡Quítate Andreas!
-¡Quítate tú, cucaracha!
-¿A quién le dijiste cucaracha?
-¡Carlota cucaracha!
-¡Cállate idiota!
-¡Ya basta! - intervino Ricardo en la discusión y empujó a Carlota a su habitación, cerrando la puerta en su cara. A Andreas le sostuvo por la capucha de su sudadera y lo sentó a fuerza en la sección que le correspondía, colocándole al lado el equipaje para que no pudiera moverse ni ocasionar problemas. Tennant se había situado junto a la ventana del lado opuesto y Ricardo se sentó frente a él, ordenando dos cafés en el acto.

-Te invito, Tennant, relájate.
-Gracias.
-Se nota que tienes frío.
-¿Qué hace?
-Te doy mi bufanda.
-No me toque
-Perdón, no sabía que te iba a incomodar.
-Ah... Lo siento, olvídelo, gracias.

Tennant bajó los ojos y se disponía a depositar su cabeza sobre la mesa cuando alguien tocó en la ventana para llamarlo.

-¿Svante? - murmuró y se incorporó para encontrarse con él en la entrada del vagón, próxima a cerrar.

-¿Qué haces aquí? ¿Quién te dijo?
-"Iba a visitarte en el hotel" - escribió Svante en su pizarrón.
-¿Para qué?
-"Preguntar cómo sigues".
-Estoy bien.
-"¿Por qué te vas?"
-Es algo de último minuto.
-"Te habría acompañado".
-No voy solo.
-"Perdón"
-Discúlpame, Svante.
-"No te preocupes ¿Piensas volver?"
-No lo sé, realmente no quiero.
-"Iré a visitarte".
-Gracias.
-"¿Somos amigos?"
-Sí, adiós.

Svante alcanzó a besarle la frente cuando el tren cerraba y Tennant retomó su sitio, bebiendo el café de golpe y agitando su mano en despedida; Svante hacía lo mismo en el andén.

-¿Es tu amigo? - preguntó Ricardo.
-Creo que sí.
-¿No estás seguro?
-A decir verdad, le intereso.
-¿Algo romántico?
-Ha querido cuidarme.
-¿Cuidarte?
-De todas formas estoy en deuda con él.
-¿La pagarás algun día?
-No puedo.

Ricardo no intentó saber a qué se refería Tennant. El tal Svante poco a poco quedaba atrás al iniciar la marcha y el inspector del vagón le recordaba la pequeña escala en Niza a los viajeros nuevos, recomendándoles no abandonar sus lugares y aguardar a los vendedores de comida hasta que se aproximaran a las ventanas.

-¿A dónde va señor? - reanudó Tennant la charla y Ricardo pidió más café.

-A Italia pero el tren que necesito sale de Montecarlo.
-Nunca he ido a Italia.
-Supongo que tampoco a Mónaco.
-No tengo dinero.
-Carlota me había dicho que tenías un trabajo.
-Me pagaban poco.
-¿Eras cantinero?
-Ayudante en una sex shop.
-¿No eres menor de edad?

Tennant afirmó con la cabeza .

-Tienes la misma edad de Andreas ¿tus padres nunca te cuidaron?

El joven Lutz sacó un cigarrillo en respuesta.

-Disculpa, Tennant.
-Mis abuelos cuidaron de mí.
-¿Por qué dejaste Jamal?
-Mi abuela murió hace poco y después de diciembre no hay trabajo ni turistas.
-Te entiendo, mi abuelo también me crió y sé que es pasar vacas flacas.
-Mi madre está en la cárcel con cadena perpetua.
-¿Puedo saber qué hizo?
-Mató a cinco personas a golpes.
-Que terrible, disculpa....
-No me avergüenza.
-¿En serio?
-La gente tiene días malos y a veces eso pasa.
-¿Matar a cinco?
-Mi mamá era ejecutiva de la bolsa de valores.
-De repente me parece coherente.
-La llevaron al límite.

Ese relato le recordó a Ricardo lo que había sucedido con Joubert Bessette en Cobbs.

-Mi padre también vive - continuó Tennant.
-¿Qué hace para vivir?
-Se dedicaba a elaborar licor con mi abuelo.
-¿Qué pasó con él?
-Se quedó internado en un hospital.
-Tennant, de verdad me disculpo por preguntar.
-Está bien, de todas formas me quedé solo.
-¿Por qué?
-Mi padre es adicto a la heroína y tiene una orden restrictiva desde que trató de inyectarme ketamina con una aguja infectada.
-Sin comentarios.
-Él tiene VIH.
-Debe ser difícil.
-Trabajo desde niño y pasé mucho tiempo destilando con mi abuelo.
-¿Te gusta llenar botellas?
-El alcohol es una de mis pasiones, estudié mucho para ser enólogo.
-¿Vas a trabajar como tal?
-Cuando sea un adulto, por ahora sólo puedo servir tragos.

Tennant estaba orgulloso de su familia y Ricardo intuía que se hallaba conversando con el único sano de un clan de extravagantes psicópatas. El muchacho se atrevía a contarle porque no tenía dónde ir o quizás era una manera de pedir ayuda.

-Dime Tennant ¿hay alguien a quien puedas llamar?
-Mi hermana también está en la cárcel
-¿Nadie?
-Tengo otro hermano pero quien sabe cómo encontrarlo.

Tennant fumaba con resignación.

-El tabaco corrompe el paladar - comentó Ricardo.
-Quise probarlo.
-¿Por qué?
-Hasta antes de hoy ni siquiera tomaba café.
-¿Te excita?
-¡No, nada!
-Oye, lo decía en el sentido de que te sobreestimula.
-¡No, no siento nada especial! Por favor, no me toque ...
-¿Qué te sucede?

Tennant se levantó y desapareció velozmente por el pasillo, Ricardo fue tras él, preocupado.

Al mismo tiempo, Carlota Liukin salía de su camarote para quejarse por los gritos de su hermano Adrien y rápidamente, Andreas Liukin giró su cabeza con furia.

-¡No fastidies, Carlota!
-¡Ayúdame!
-¡Dale un chocolate!
-¿Tienes uno?
-¿No puedes conseguirlo sola?
-¡Mi papá me acaba de quitar la mesada!
-¿Todavía tenías dinero?
-Iba a comprar unos guantes y mis revistas.
-¡Yo te pedí prestado y me dijiste que no tenías nada!
-¡No te quise dar porque lo querías para un estúpido videojuego!
-¿Y a ti qué te importa? Igual te lo pagaba.
-¡No se me dio la gana!
-¡Eres una cucaracha!
-¡Que no me digas cucaracha!
-¡Por tu culpa también nos mudamos, bruja!
-¡Discúlpate por eso!
-¡Claro que no! ¡Bruja cucaracha!
-¡Ay, cállate idiota!

Carlota se fue a los golpes con Andreas y Adrien gritó más fuerte, atrayendo las miradas de los pasajeros y del vigilante, que dejó pasar a un chico que se aprestaba a terminar el alboroto.

-¡Ea, que se termina ya! ¡Andreas quédese en su lugar como se lo ordenaron y cierre la boca! Adrien, usted vaya a su cama y espere a que le atiendan, el chocolate no le urge y usted señorita Carlota, cálmese de una buena vez ¡se ve terrible peleando! Ese comportamiento no es propio de una jovencita elegante.
-Carlota es una corriente, en su cumpleaños se descontó a una chica - añadió Andreas socarrón y su hermana se le lanzaba de nuevo hasta que fue sujetada por las manos y arrojada al dormitorio en donde Adrien continuaría con su pataleta un buen rato.

Mientras el boletero le buscaba para que calmara a sus hijos, Ricardo se halló en un baño, con el abrigo de Tennant en brazos y éste vomitando sin poderse detener. Por si las dudas, en el botiquín de la pared había pastillas contra el mareo y pasta de dientes, quizás útiles para gente normal, pero por la escena, Ricardo supo que aquél chico se había tragado una enorme angustia y una amarga vergüenza.

-¿Te sientes mejor? - le preguntó después de diez minutos.
-No me toque, por favor.
-¿Por qué lo haría, Tennant?
-Necesito un abrazo pero no quiero que confunda las cosas.
-¿Por qué me aprovecharía?
-Porque no pondría resistencia.

Tennant se aseó la boca y Ricardo lo miró bien: Cabello recién cortado, rostro pequeño con ojos grandes, aspecto aniñado.... Era perfecto para gustarle a cualquiera y con mayor justificación al verlo moverse con esa postura grácil que le delataba la edad.

-¿Resistirte a qué?
-Sólo no me toque, por favor.
-Tennant, tranquilo.
-Quite su mano de mi hombro.
-Claro.
-Creo que me enfermé.

Ricardo aguardó pacientemente hasta que Tennant tomó su abrigo y se lo colocó mientras tiritaba de frío.

-Ahora puedes contarme lo que hiciste.
-¿Qué dice?
-Tennant, una cosa es que no quieras que alguien te toque y otra que por algo tan simple como una conversación te pongas mal ¿Las palabras que usé te incomodan?
-No.
-Entonces no te entiendo.
-Me sentí un poco mal.
-Si quieres hablar, te espero en dónde estábamos, si no, te despediré en Niza por la mañana y te pido de una vez que no te acerques a mi familia. Con tu permiso.

Ricardo dejó el tocador sin conceder un segundo y retomó el asiento de momentos atrás, sin prestar atención a las recomendaciones del vigilante del vagón respecto a poner orden con sus hijos.

-Ellos no gritan ahora - contestó apenas y dio el sorbo al café que le quedaba, consciente de que Tennant le miraba a lo lejos sin carácter ni fuerzas para presentársele. Sin embargo, Ricardo recordó la confianza que el chico le tenía y que por aquella razón no había escondido la singularidad del clan Lutz; así que le concedió crédito y se acercó a él después de darse cuenta de que Andreas cabeceaba sobre las maletas.

-Toma asiento, Tennant.
-Gracias.
-Aquí nadie nos oye, dime.
-Perdón por malinterpretar sus palabras.
-Descuida.

Tennant Lutz exhaló profundo.

-Tuve sexo con un chico.
-Así que eso era. No te sientas equivocado por eso, tampoco tienes que esconderlo.
-No entiende, señor Liukin.
-¿Te lastimó?
-¡No soy gay!
-De acuerdo.
-¡No me mire así! Créame, por favor.
-Te creo, no te alteres.
-Es que .... Nadie sabría que le digo la verdad.
-Tennant, sólo pregunté si el tipo te lastimó.

El muchacho asentó con ojos llorosos.

-Me acosté con él porque estaba frustrado, furioso. Me desahogaba ¿comprende?
-¿No tomaste en cuenta que era un hombre?
-Al principio me negué, no soy homosexual; él me había encontrado en la calle, me asaltaron esa noche. Desperté y estaba desnudo en una cama, cuando vi a este chico, lo eché y me vestí pero pensé que me había hecho algo y cuando lo quise confrontar me llevó de nuevo a la habitación y me quitó la ropa, luego dijo que me ayudaría y que me quería, que me daría lo que yo deseara, que lo haríamos una vez... Me convenció y sólo me atreví.
-¿Te traicionó?
-En la mañana me dejó un sobre con 50 €, como si me hubiera pagado por un servicio.
-¿Es lo que te tiene así?
-Fui a buscarlo y le partí la nariz.
-¿Qué es lo que te duele?
-Que confié en él ¿En qué clase de idiota me convierte eso?
-¿Conocías a este muchacho?
-Lo vi una vez antes.
-¿No le hablaste?
-No.
-¿Le preguntaste por qué estabas desnudo en esa cama?
-Sí pero no recuerdo la respuesta.
-¿Había alguien más?
-Cumber ¿lo conoce? Se disculpó conmigo esta tarde.
-Sé quien es ¿qué tuvo que ver?
-Cerró la puerta cuando me vio con el chico y luego me acompañó a golpearlo y me presentó a Svante.
-¿El que se despidió de ti?
-Svante me ayudó, me escribió que debía entender lo que pasó.
-Tennant, yo seré menos blando: El tipo con el que estuviste abusó de ti.
-¿Qué debo hacer?
-Romperle la nariz fue una gran idea.

Tennant lloraba y Ricardo, en un arrebato paternal le abrazó en consuelo, comprobando que no estaba frente a un niño.

Observando atento se hallaba otro joven que había colocado una mesa y un par de sillas al lado de la habitación de Carlota Liukin, misma que salió en pijama y con el cabello alborotado después de pelear con su hermano Adrien, que ahora dormía plácidamente en la parte de arriba de la litera.

-Buenas noches, señorita Carlota - dijo el chico.
-¿Miguel?
-Compré algo de sushi ¿gusta cenar?
-Gracias, tengo hambre.
-¿No va a tener otro round con sus hermanos?
-Espero que no.
-Tuve que intervenir, no deseo que usted sea más castigada.
-¿Eras tú?
-Los regañarán por la mañana de cualquier forma.
-¿Cómo lo sabes?
-Conozco a su padre.

Carlota alzó la mirada antes de tomar asiento.

-¿Qué le pasa a Tennant?
-Pensé que no se fijaría en él.
-Es raro ver a mi papá abrazando a alguien que no sea yo.
-Tennant lo necesita.
-¿Y por qué estás aquí?
-Trabajo para usted ¿lo recuerda?
-No tengo con qué pagarte.
-No estoy aquí por dinero.
-¿Entonces?
-Carlota, por el momento disfrute su sushi, aun hay bastante camino por recorrer.

Carlota se encogió de hombros y tomó unos palillos para degustar sus alimentos, comprobando que no faltaban la salsa de soya ni una copa de helado de matcha y vainilla.

-Sabes lo que me gusta, Miguel.
-Es fácil al prestar atención.
-¿Por qué no me acompañas? Toma la mitad de mis rollitos.
-No, gracias.
-Si mi padre te ve, te va a matar.
-No lo hará, confíe en mí.

Carlota volteó de nuevo hacia Tennant y constató que éste se iba calmando poco a poco, en parte porque Ricardo no decía palabra y prefería seguir invitándole café, porque el trayecto a Niza no era cálido ni se podía observar por la ventanilla.

martes, 1 de noviembre de 2016

El cuento de día de muertos: La bicicleta


Tell no Tales del espejo:

-¿Alguien sabe dónde está Andreas? - preguntó Micaela Mukhin a su familia una noche durante la cena. Después de un silencio breve, Roland Mukhin contestó:

-Sigue en la Fuerza Aérea, es general de grupo.
-Vaya, logró ser alguien.
-Aun combate a partidarios del Gobierno Mundial en el continente negro, llegaron cartas con su nombre.
-¿Puedo leerlas?
-Te las daré después de la cena pero son cuatro.
-No importa, colocaré su sitio en la mesa y cuando regrese no tendrá que buscarlo.

Micaela procedió a acomodar una silla al lado de su propio asiento y después continuó degustando macarrones con queso muy contenta, mirando a Bérenice con falsa calidez.

-Encontré la tumba de Kuragin - dijo la mujer de repente y Roland depositó sus cubiertos en el plato, con la resignación de la noticia por ser esperada.

-¿Dónde está?
-En la Tell no Tales real, en el cementerio de la playa.
-¿Quién lo enterró?
-Alguien me dijo que un niño estaba ahí y cuando quisieron darme un escarmiento me lo mostraron.
-Micaela....
-Lo mejor fue reconocerlo, se veía apacible y sonriente, no llevaba mucho tiempo muerto cuando lo vi. Sé que sigue allí porque le daba miedo a la gente que estaba conmigo. Le echaron tierra encima y unas flores, Kuragin siempre sacó lo mejor de la gente.

Aquél relato mórbido provocó que Luiz y Marat abandonaran rápido el apetito y Bérenice permaneciera callada mientras intentaba librarse del impulso por llorar que no la dejaba en paz desde que podía ver a su madre.

-Quiero visitar a Kuragin ¿quien me acompaña? - dijo Micaela alegre - Seguro habrá mucha gente y a nadie le extrañará si ponemos cosas y tomamos un refrigerio.

Roland Mukhin sonrió y aceptó el plan con idéntica sonrisa, desconcertando más a Bérenice que alcanzaba a murmurar:

-Mañana tengo que trabajar.
-Es una lástima, te contaremos luego - sentenció Micaela y prosiguió la cena a pesar del gesto asombrado de Bérenice por la indiferencia de sus padres.

-¿Podrías darme tu balin rostov? No cruzaremos Roland y yo sin él.
-Sí, mamá. Toma.
-Gracias, prometo abrirte el portal para que no llegues tarde a tu empleo ¿Vas a llevar al bebé a la guardería?
-Supongo que no.
-Está bien, así tendré más tiempo de conocerlo.

Bérenice reprimió sus ganas de ponerse grosera y terminó con su plato velozmente para tener derecho de retirarse pronto. Ya lo hacía cuando su padre invitó a Luiz y a Marat al paseo sin discreción alguna y aunque se negaron, la atmósfera era de exigencia. Los Mukhin necesitaban ayuda con las compras funerarias como flores y pintura para quitar lo gris de la tumba, también trasladar a Roland Mukhin entre las rocas iba a ser un problema.

-No se hable más, estamos de acuerdo - concluyó Micaela Mukhin y Bérenice pudo irse a su habitación, en donde golpeó el colchón una y otra vez para deshacerse de su coraje. No entendía porque su madre era tan fría y menos porque se había adaptado velozmente a la dinámica familiar, sin darles tiempo de hacerle preguntas o una bienvenida.

Día siguiente, Tell no Tales real:

Tell no Tales no celebraba a sus muertos por ninguna razón. A decir verdad, era una ciudad que prefería olvidarlos hasta que otro familiar ocupara un lugar junto a los parientes. Así debía ser y así se hacía. El cementerio de la playa, sobre una cuesta gris, escasamente recibía visitas de gente que mostraba lo bien que le estaba yendo en la vida; había copias de exámenes aprobados y títulos universitarios, collares, la medalla de Verner Tomos continuaba colgada de una cruz. Los profanadores preferían sustraer cuerpos del servicio forense o del hospital antes que pararse allí y los ladrones contaban sus botines lejos de ese lugar que era custodiado no por un velador, sino por un cuervo viejo que tosía cuando llegaban personas.

Aquella semana era excepcional. Tell no Tales enterraba a las víctimas de los derrumbes, en su mayoría amados abuelos y jóvenes oficinistas que dejaban hermanos pequeños como hijos únicos y tardíos de padres cuya energía iba en caída libre pasados los cuarenta y siete años. Alguna señora comentaba como un anciano había cubierto a su mujer durante la caída del asilo y los rescatistas los habían encontrado abrazados y fallecidos. En otro extremo se contaba la historia de un veinteañero contador al que un muro aplastó con tanta fuerza que los sesos salieron como la fruta de una lata. El cuervo volaba a la altura de los rostros de la gente y se detenía cada que se abría una fosa y se depositaba al nuevo huésped, como si calculara cuánto le tomaría recorrer el cementerio a partir de ese día para cumplir con sus labores y sobretodo, para atrapar larvas en el tiempo adecuado. Como también tenía suerte, los niños le echaban migajas y las almacenaba al lado de una lápida cuya última visita sucedió ese mismo enero. El cuervo recordaba bien ese entierro porque una niña llamada Carlota Liukin lo había ahuyentado y tiempo después no apareció un sólo insecto para comer, por lo mismo, era un lugar seguro para guardar provisiones y dormir.

Sin embargo, ese cuervo notaba una diferencia esa tarde. Una de las tumbas anónimas con vista al mar no tenía la sombra que debía a las tres de la tarde y celoso de su puesto, se posó sobre ella, alerta.

En el Panorámico sin embargo, se contaba una historia más evasiva o cuando menos divertida. La zona de bares era una fiesta de miserables borrachos que con el colapso habían perdido todo, de niños de familias pudientes que pasaban el día en las barras comiendo guisos con arroz y jugando con otros chicos de clase baja o rusos y gente de Blanchard cuyo barrio pobre contaba con la paradoja de tener cimientos firmes y ser inmune a la ola de destrucción que el descontrolado canal St. Michel ocasionaba sin piedad en el lujoso vecindario de Nanterre. En cuestión de horas, la autoridad le había pedido a la gente más despreciada que diera asilo a los damnificados hasta encontrar solución a la emergencia.

La cantina de Don Weymouth no era la excepción. Bérenice y Evan Weymouth lidiaban con peticiones de jugo, pelotas, crayolas tiradas y al mismo tiempo, separaban a los ebrios, limpiaban vómitos y rezaban porque la cerveza y el salkau no se agotaran para no ser ellos los encargados de desatar una batalla campal por la que los niños harían sus apuestas. De un bando estaban los acomodados ejecutivos y del otro los rudos pescadores, ambos con posibilidades serias de irse a los golpes, unos por volverse desgraciados y los otros por tener que ayudarlos. La policía sólo esperaba y en el mercado cercano se habían agotado los dulces que entrarían en juego.

-¡Jefe! Ya es mi hora de comida - avisó Bérenice y salió a la calle, misma en la que seguía el carnaval de la decadencia. Ni el puesto de kebab o los hot dogs de enfrente estaban exentos de interminables filas y con hambre, Bérenice caminó al mercado, recordando que a esa hora sus padres estarían con Kuragin. A Bérenice le ponía triste que aun esa mañana le negaran la invitación para ir y que por elaborar su picnic, no pensaran en ella ni para pasar a dejarle un almuerzo.

En su camino, Bérenice recordó a Kuragin, un pequeño que detestaba los panecillos de harina y no le gustaban sus clases en la escuela, escapándose cuando podía. La familia se preguntaba hasta la fecha qué había hecho el niño para que el Gobierno Mundial no hiciera más que llevárselo y al menos, su destino era caso resuelto, asumiendo que sus ejecutores fueran conocidos.

-Deseo verlo - susurró al llegar a la calle vecina y constatar que las cocineras le anunciaban a la multitud que las raciones de comida se agotaban y volvieran mañana. Entre la lluvia de reclamos y los caninos que hurgaban sobras junto a una gran pared se formó un remolino violento y asustada, Bérenice regresó corriendo a la cantina, cerrando la puerta tras de sí. Todo indicaba que la amenaza de una pelea colectiva estaba por concretarse y al oír que de salkau en buenas condiciones nada quedaba, se puso a sacar a los clientes más propensos a la furia, esperanzada de evitar la destrucción del local mientras el bullicio del exterior crecía. Tentada por confirmar sus sospechas, la joven volteó a la calle, viendo en cambio a Marat detenerse frente a la banqueta. Bérenice no se contuvo y salió a su encuentro, mismo que le provocó una sonrisa cuando él le extendió la mano y le hizo la seña de subir.

-¡Gracias Marat! - exclamó y se colocó detrás de él en una bicicleta amarilla.

-¿Me llevarás con Kuragin? - preguntó ella con timidez ante la obviedad y se sujetó fuerte de la cintura de Marat al bajar por la altísima cuesta que llevaba al corredor de la playa. El cementerio continuaba alejado y él pedaleó lo suficiente para detenerse un momento frente a una juguetería ambulante en la que quería elegir un regalo para el niño difunto: un globo, un papalote, un perro de plástico o una pelota, tal vez unos dardos. Mientras escogía, Bérenice se despojó de las sandalias y corrió a mojarse los pies, igual a cuando era chica y Kuragin la retaba a pasarse los huesos de pollo mientras permanecía de pie ante al mar tranquilo. El cielo era rosado y Marat se le acercó al adquirir un pequeño papalote azul.

-Si vas a llorar, es la hora.
-El Pacto se llevó a Kuragin, Marat.
-No sé qué decir.
-Nunca me aprendí su cara.
-¿Qué edad tenías cuando se fue?
-Siete creo.
-¿Era mayor que tú?
-Era más pequeño, mi mamá guardó su pañoleta roja.
-¿Tu hermanito era inteligente?
-No lo sé, conmigo jugaba mucho. Sólo me acuerdo de eso, en una playita como ésta, con nuestras bicicletas, él escribía en la arena y rodábamos en la orilla todos los días.
-Qué divertido.
-Me dolió ver que mi mamá lloró mucho cuando lo perdimos y ahora está tan contenta....
-Tranquila.
-Es que no entiendo por qué, si no puede abrazar a Kuragin ni hablarle.
-¿No será que tú sientes eso?

Bérenice pateó el agua con enojo.

-No lo puedes cambiar - dijo Marat con atrevimiento.
-Es que esperaba encontrarlo para decirle que lo quiero mucho.

Marat no entendía de muertos ni de tristeza puesto que jamás había perdido a nadie y sólo podía guardar silencio ante las tragedias porque evitarlas era ingenuo. Él prefería creer que estaría listo para afrontarlas al tiempo que Bérenice retomaba su camino sin preguntarle si le prestaba su bicicleta. Yendo en línea recta por intuición, la joven descubrió que el lugar era muy similar a donde Kuragin y ella acostumbraban pasar el tiempo, pero era un poco más bonito y cuidado, con palmeras en las cuales les habría gustado subirse para cortar un coco y compartirlo. Marat corría detrás y en la cuesta del cementerio volvió a tomar el control, ascendiendo con dificultad hasta que la bicicleta se atascó en la arena.

-¡Te reto a una carrera! - gritó Bérenice y los dos corrieron con dificultad hasta tocar terreno plano y seco, divisando una lápida pintada de verde y un árbol decorado con farolitos de papel. Estaba claro que se trataba de la morada de Kuragin y Micaela y Roland Mukhin interpretaban canciones alegres con una guitarra. Luiz cargaba en brazos al bebé Scott y miraba curioso un funeral a la distancia.

-Viniste, Bérenice - saludó Roland Mukhin - ¿Te gusta? Kuragin quedó frente al mar.
-Es precioso.
-¿Quieres un bocadillo? Tu madre hizo empanadas de fruta.
-Gracias.
-¿Estuviste llorando?
-¿Se nota mucho?
-No te preocupes, tu madre y yo nos sentíamos igual que tú.
-¿Y por qué están felices hoy?
-Porque encontramos a nuestro hijo y nadie puede hacerle daño.

Bérenice abrazó a su padre y se sentó sobre la tumba para devorar empanadas, posando los ojos en el horizonte.

-Nos acompaña un cuervo - notó Luiz al cabo de un rato.
-Le daré de comer, él ha cuidado a Kuragin estos años - añadió Micaela Mukhin pero el animal prefirió huir a su refugio.

Aquel cuervo era listo. La morada de Kuragin Mukhin había cambiado de color y de sombra, un aura siniestra se dejaba percibir y la sorpresiva visita no dejaba lugar a dudas: Los Mukhin no pertenecían al orden natural. Ese lugar que tanto se había esforzado por cuidar y que usaba para pasar algunas tardes ahora se transformaba en un altar de angustia y tristeza, en el que había sucedido algo tan macabro que más valía dejarlo en su sitio sin aproximarse. Los Mukhin y Marat le daban desconfianza y por sus rostros vacíos, se aterrorizó.