viernes, 21 de agosto de 2020

Las pestes también se van (Las hermanas Berton)


Venecia, Italia. 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.

¿Quién bebe una cerveza con una copa al mediodía, en una mesa exterior y esperando a su padre o a Ricardo Liukin? Anna Berton. Y no enfurecía porque la gelateria "Il dolce d'oro" estuviera cerrada; ni siquiera le molestaba que no le avisaran que nadie se presentaría. Pero un sábado carente de noticias le provocaba inquietud y la ciudad solitaria aún más. Tal vez, eso influyó en que Susanna Maragaglio decidiera darse una vuelta por ahí a pesar de saber qué estaba sucediendo, consciente de que no era bienvenida.

-¿El imbécil de tu marido te pidió el divorcio o debo correrte a sillazos? - saludó Anna apenas mirando a la otra.
-Vine a darle un aviso a mi padre - replicó Susanna mirando al suelo.
-Dímelo y le pasó el recado.
-Dice Maragaglio que hay un brote de influenza y lo mejor es que nos quedemos en casa.
-Me aseguraré de cuidar de papá. Adiós.
-Pensé que a Ricardo Liukin le interesaría saberlo.
-Yo le prevengo.
-Bien, he cumplido con mencionarlo; supongo que me voy.
-¿Qué más te dijo ese tipo?
-Maragaglio.
-Da igual como se apode o se llame. Es un desgraciado.

Anna se cruzó de brazos luego de verter la cerveza restante en su copa. Susanna eligió tomar asiento frente a ella. 

-La ciudad se pondrá en cuarentena esta tarde, al parecer es una emergencia.
-¿Seria?
-A Maragaglio se lo confirmaron esta mañana. Le han dicho que no puede volver hasta que se calme la situación y eso podría ser en tres semanas si la gente no sale a la calle.
-Pero Susanna, en las noticias no han dicho nada.
-Katarina está hospitalizada porque no podía respirar.
-¿Cómo? ¿Le ha dado influenza?
-La mandaron a terapia intensiva en el hospital de San Marco.

Anna Berton abandonó su postura defensiva y no disimuló su sorpresa.

-¿Tan mal está? - preguntó con los ojos más abiertos que de costumbre.
-Le pusieron una mascarilla de oxígeno y es hora que no se le quita la fiebre. Maragaglio está muy preocupado, no pude decirle algo para calmarlo.
-Imagino que irás a verla.
-No se puede, hay muchos enfermos y quieren frenar el contagio lo antes posible. Mi marido me ha pedido que me encierre con los niños.
-¿Lo harás, Susanna?
-Fui a Rialto en la mañana por víveres.
-Tendré que ir a lo mismo.
-Anna ¿Papá va a vivir contigo?
-Me mudaré a su casa y mi esposo y mis hijos me ayudarán con él.
-Me alegra mucho. Cuídenlo, por favor.
-Por supuesto.
-¿Puedo saber algo?
-No sé que podría ser.
-¿Vas a perder tu departamento en San Polo?
-¿Quién te comentó?
-Maragaglio y yo les habríamos prestado dinero para su hipoteca.
-¡Ay, por favor, Susanna! ¡Nadie quiere tener que ver con ese idiota con el que te casaste!
-Pude ayudarte.
-A mí me da igual perder un piso, así no debo nada.
-Tú no eres así, Anna.
-Apenas me estoy recuperando, llevo dos meses recibiendo mi sueldo sin retrasos en la editorial y estoy saldando las tarjetas de crédito. A mis hijos no les ha faltado nada y la gelateria va mejorando. Susanna, mi esposo y yo aún solucionamos nuestros problemas y de todas formas, no es conveniente que nuestro padre esté solo; el médico dice que le va a cambiar la medicina del asma y le hará otros estudios ¿Necesito de tu ayuda? Claro que no.

Anna Berton no añadió más al respecto y terminó su cerveza mientras pensaba en las noticias recibidas. No creía que Katarina Leoncavallo estuviera tan enferma y que la ciudad fuera clausurada sin avisar gran cosa. Sabía que su marido y sus hijos se hallaban preparando sus maletas para evitarse el disgusto del desalojo, pero ahora debía pensar en su padre y su salud cada vez más frágil. Tenía que pasar a verlo.

-Supongo que esperaremos a que el Ayuntamiento diga algo - mencionó mientras sus cejas de arco le delataban la tensión y miraba a su hermana como toda la vida, porque la consideraba estúpida y por eso se le reflejaba una profunda lástima.

-Cuida bien a tus hijos, Susanna. Yo me encargo de lo demás.
-Sí, lo sé.
-¿Qué te hizo Maragaglio? Que no traes la mirada baja por Katarina.
-No te burles, Anna.
-¿Me dirás qué pasó o lo averiguo preguntándole cómo siempre? Con aquello de que miente diario y si dice una cosa debo creer lo contrario...
-¡Llevas veinticinco años fastidiándonos con eso! ¡Cállate, Anna!
-¿Ahora qué fue?
-Llamó Marine Lorraine a la casa - añadió Susanna Maragaglio al volver a su habitual docilidad. Se veía sorprendida.

-¿Esa quién era? Déjame hacer memoria... ¿La becaria?
-Esa mujer.
-¿No se habían deshecho de ella, Susanna?
-Algún contacto debió quedarle en Intelligenza si obtuvo el teléfono de la casa.
-¿Y si Maragaglio se lo dió?
-Por favor, Marine lo acosaba.
-Sigo creyendo que se acostó con ella.
-No fue así.
-Maragaglio no te habría mencionado una palabra si no se hubiera metido en problemas. Hasta parece que no lo conoces.
-¿Qué tienes en su contra?
-¡Te advertí que es un idiota! ¡Te lo dije en esta misma mesa hace veinticinco años! ¡Lo topé en Milán antes que tú, Susanna! 
-No le simpatizas.
-Porque te digo la verdad. Él ya era un mujeriego cuando vino aquí, pero sólo a ti se te ocurre fijarte en ese cretino.
-No debí contarte nada.
-Si no estuvieras inquieta, no abrirías la boca conmigo. En eso son iguales ustedes dos. 

Anna Berton recargó uno de sus codos sobre la mesa para enfatizar que tenía razón y su hermana no supo qué añadir por un instante. A lo lejos se oía una sirena de emergencia e incluso la corriente del agua.

Las hermanas Berton siempre habían sido diferentes. Anna con sus rizos y Susanna con su melena lacia, una con pantalones y blusas sin mangas y la otra de falda larga o vestidos de manta hasta los tobillos. Una fiestera y la otra soñando con un príncipe azul; una apegada a su padre y la otra haciendo lo que podía para que nadie se enfadara con ella. Anna era la mayor y Susanna la niña que se había encargado de nunca dejarla dormir. La primera ahora trataba de ser la persona razonable después de fracasar con la hipoteca y la segunda permanecía sumisa.

-¿Qué te dijo la tal Marine? - curioseó Anna al calmarse un poco.
-Que le urgía hablar con Maragaglio y eso es todo.
-¿Supo dónde está él?
-No, aunque no me extrañaría que en Intelligenza le avisaran.
-¿Averiguaste qué busca?
-Se va a casar y quería que Maragaglio se enterara.
-¿Para qué?
-Invitarlo, creo. Le colgué.
-¿No le dijiste algo? ¿Mínimo un "muérete bruja"?
-Le grité que se fuera al diablo y un "maldita zorra".
-¿No te dolió la lengua?
-Si los niños me hubieran oído, estaría llena de vergüenza. Detesto usar malas palabras ¿sabes?
-Qué ofendida debió sentirse Marine al escucharte.
-Anna, no te rías.
-Es que no eres grosera.

Susanna veía a su hermana que sonreía por imaginarla peleando por teléfono y no sabía cómo defenderse.

-¿Qué más te angustia? ¡Venga, mi niña!
-Anna, no soy tu burla.
-Es que me reservo las opiniones y eso me cuesta ¿eh?
-Maragaglio no se mete contigo.
-¿Nunca te contó por qué?
-Sé que era el idiota que te molestaba.
-Te aferraste muy rápido ¿Qué te hizo ese hombre? 
-Lo amo, Anna. 
-Ojalá nunca llegue el día en el que te va a doler haberle creído todas sus palabras. Maragaglio es un desgraciado - contestó Anna Berton golpeando la punta de un dedo contra la mesa y sacando un cigarrillo que desprendía un olor delicado.

-Mejor dime: ¿Qué te dijo esa tal Marine que te puso mal?
-¿Para qué?
-No empieces, Susanna.
-Hmmm... Habló de un viaje a Tell no Tales del que yo no sabía.
-¿Perdona?
-Maragaglio fue con ella y estuvieron trabajando en un caso difícil.
-¿Se resolvió en una cama?
-¡Anna!
-La costumbre, lo siento.
-Por eso no te cuento nada.
-No tienes amigas, con alguien hay qué hablar.
-Marine me contó que Maragaglio pasó dos semanas buscando a los Liukin.
-No puede ser ¿Hace cuánto?
-Cinco años.

Anna Berton se quedó sin habla y se cruzó de brazos al pensar que el asunto aquél era muy extraño ¿Maragaglio había atraído a los Liukin a Venecia? ¿Qué cosas podrían interesarle de aquella familia? ¿Se trataba de una desafortunada coincidencia o de algún error de los agentes en Intelligenza? De antemano sentía desconfianza de que Ricardo Liukin hablara de tal hombre como de un vecino molesto y sabía cuánto se enfadaría si llegaba a enterarse de aquella plática. 

-No sé qué hacer, nunca le he preguntado a mi esposo sobre su trabajo y si lo hago con este asunto, tal vez se enoje o si me cuenta, será poco... Los Liukin estuvieron en nuestra casa una vez y pensé que había sido lindo invitarlos porque eran nuevos en la ciudad, pero ahora no puedo pensar - expresó Susanna Maragaglio rascándose el brazo y buscando la respuesta en el rostro tiburonesco de su hermana.

-¿Tengo qué contestarte?
-Si no tienes idea, no. Anna ¿Qué le dirías tú?
-Nada.
-¿Deveras?
-O le aviso que la tal Marine se atrevió a decirme todo lo que hubo entre ellos. A lo mejor se echa la soga al cuello y me entero de cómo me engañó.
-¿Por qué vuelves a ese tema?
-Hay que matar dos pájaros de un tiro y te puedo prestar la escopeta.
-Anna...
-Hablo de los Liukin también. Una vez que confiese, ya le podrías decir a qué te referías. Algo tienes que hacer con ese mentiroso.

Susanna Maragaglio suspiró de fastidio y se arrepintió de contarle a su hermana sobre aquella llamada ilógica.

Anna Berton, sin embargo, creía que sembrar el germen de la duda traería un resultado. Lo había intentado antes sin éxito, pero Marine lo facilitaba inesperadamente y luego de pensar en sus palabras, se lanzó al ruedo.

-Marine era la que siempre invitaba a Maragaglio a sus eventos familiares ¿verdad?
-¿Por qué lo preguntas, Anna?
-Es que tu marido te llevó varias veces y de repente te salió con que ella se había vuelto loca.
-Eran compañeros de trabajo.
-Susanna ¿estás segura?
-¿Por qué?
-¿Has ido a otras fiestas de oficina?
-Claro que sí.
-¿Incluyes las de Alondra Alonso?
-Estuve en el cumpleaños de su hija.
-¿Y Maragaglio no se perdió? 
-Anna, déjanos en paz.
-Es una pregunta como cualquier otra.
-Tu insistencia me está enojando.
-Es que con Alondra pasa tanto tiempo trabajando...
-¡Por favor!
-Pero con Marine se llegó a escapar, como el día que me arrastraste a un bautizo en Torcello ¿te acuerdas, Susanna? Maragaglio de repente tuvo que ir a Amalfi y casualmente, la becaria se desapareció.
-Arrestaron a un mafioso y lo vimos en televisión.
-Esos dos regresaron con un bronceado perfecto y lo recuerdo porque alguien te preguntó dónde estaba ese imbécil luego de una semana. Se suponía que en Intelligenza conocían de su "misión" y tú no supiste ni qué decirles.
-Se aclaró, Anna.
-¿Y por qué Maragaglio se tardó tanto en la playa si fue una detención de rutina, según él? 
-No era el único matón que quería atrapar.
-Nadie pudo localizar a Marine ni a tu esposo hasta que volvieron a casa y ni siquiera se tomaron la molestia de informar en el trabajo porque ¡oh, coincidencia! Katarina le pidió a Maragaglio ir a Milán y en lugar de llevarte a ti, se volvió a largar con la becaria. 
-Anna, tenían cosas qué hacer.
-De acuerdo, tal vez sobre Amalfi tengas razón pero ¿en Milán? ¿No era un asunto personal? Maragaglio iba de visita con su prima ¿a qué fue Marine?

Susanna se cruzó de brazos y puso aquel gesto que delataba que se dedicaría pensar en la nada. Anna Berton se desesperaba porque no tenía intención de rendirse y por más que sostenía la mirada sobre su hermana, ésta última más la ignoraba. Pero el esfuerzo no podía seguir siendo tan inútil de parte de las dos.

-Maragaglio... - iba a decir algo Anna.
-Ese viaje a Milán nunca me ha dado buena espina - confesó Susanna con los ojos fijos en la puerta cerrada de "Il dolce d'oro". Su hermana pasó saliva y la sujetó de la mano.

-Siempre que lo pienso, me pongo muy inquieta. Maragaglio nunca conversa de su trabajo ni de lo que hace, pero mencionó todo lo que pasó allá.
-Susanna, se trataba de una cuestión de familia y tu marido se llevó a Marine Lorraine.
-No, Anna; no es eso.
-¿Entonces?
-Se volvió más amoroso conmigo, empezó a hablar en la cama y a llamar desde la oficina.
-¿Era tan desatento antes? Con razón me desagradaba más.
-¿Se habrá quedado con ganas de que tuviéramos una niña?
-¡Ay, por Dios! ¡Creí que era algo más importante!
-Han pasado cuatro años y aún recuerdo cómo miró a Katarina cuando llegó a esta ciudad. Ella es como la hija que no tenemos.
-¿Eso te inquieta?
-Es lo que no sé.

Anna Berton había movido bien las piezas y a cambio, se estrellaba con un tema diferente. A su hermana la ponía intranquila una vieja travesía y la joven Katarina Leoncavallo parecía ser más importante que Marine Lorraine.

-Cuando Maragaglio vuelva, querrá ver a Katy primero. Bueno, después de nuestros niños. Ojalá ella se recupere o pueda estar en casa para ese día, también a mí me angustia mucho que se haya enfermado y no puedo acompañarla.
-Desearé que sea así
-¿Sabes, Anna? A veces me encanta pensar que soy casi su madre. Mi esposo y yo la hemos querido bastante.

Anna Berton no estaba segura de por qué comenzaba a sentir que entre Maragaglio y Susanna algo estaba roto. Su hermana no se había dado cuenta de que su nerviosismo era real, que su marido experimentaba una circunstancia extraordinaria y en lugar de descubrirlo, era silente cómplice. El inconsciente y constante miedo de perder a Maragaglio nunca había llegado a tal punto de negación. Y cómo una persona a la que aún le sobra una pizca de cordura, Anna Berton lo entendió. A Susanna no le interesaban ni Marine Lorraine, ni Alondra Alonso ni ninguna otra mujer que se enredara o le dijeran que era amante de su esposo porque él volvía a su lado, aún a costa del evadido dolor que provocaba. Pero con Katarina Leoncavallo la historia era distinta. A Katarina la conocían desde pequeña, les había dado un motivo para nunca perder la esperanza y formar una familia con sus propios niños. Si la gente de Venecia los hubiera conocido en aquella época, habrían pensado que Maragaglio y Susanna eran los padres de esa jovencita tan hermosa. Pero el reencuentro con ella en Milán derivó en un suceso catastrófico, inconcebible y alocado del que Susanna se defendía no enterándose de lo que hacía su esposo con su tiempo libre, dándole concesiones que no eran inocentes aunque lo aparentaran, como dejarlo ser el admirador más fiel de Katarina.
 
-Entonces Marine sólo llamó para fastidiar - retomó Anna el tema original.
-Así fue.
-¿Siquiera dijo algo más interesante?
-Qué bueno que se casa, a lo mejor me deja tranquila. Maragaglio creyó que era una acosadora y me alegro mucho de no haber dudado de él.
-Lo que digas, Susanna.
-Empezaré la cuarentena, pasaré más tiempo con mis niños y prepararemos una sorpresa para su papá.
-¿Vas a contarle a los Liukin de esto?
-¿De que los buscaban? No.
-Ricardo Liukin es mi amigo.
-Pero se trata del trabajo de mi marido.
-De todas formas tienes que avisarle que Marine es una bocafloja.
-Se suponía que eran nuestros amigos.
-¿No tendrá que ver con Sergei Trankov?
-¿Sabes algo, Anna?
-Lo que Ricardo me cuenta, de que el tal Trankov lo metió en problemas por unos diamantes. Más le vale al inútil de Maragaglio no seguir con el tema.
-¿Por qué?
-Porque lo único que se va a ganar es que le partan la cara.
-¿Qué puedo remediar? Lo echaría a perder, Anna.
-Susanna, yo creo que tu esposo está cometiendo un error.
-Si así fuera, él dejaría el tema en paz.
-¿Marine te reveló de qué se trata todo esto?
-Es algo de lo que Maragaglio aún no se entera.
-Él es el agente en Intelligenza más renombrado ¿y tiene un misterio?
-Debo platicarlo con él, Anna. Él no puede dejar a los Liukin aunque quiera.
-¿Es grave?
-Espero que Marine esté mintiendo porque la mato. Me envió un sobre con unos papeles confidenciales por paquetería exprés y se supone que llega hoy.  
-¿Te dio una pista?
-Trankov le entregó o le va a entregar a mi marido una copia de los documentos, pero no puedo creerlo porque Intelligenza quiere atrapar a ese hombre.
-Menos entiendo.
-Marine encontró al padre de Maragaglio o eso me aseguró.
-¿Te contó quién es?
-Anna, no le digas a nadie.
-Prometido.
-No le comentes a Ricardo Liukin, por favor.
-¿Maragaglio es un Liukin?
-¡Baja la voz!
-Perdón... ¿Lo es?
-Según Marine, sí.
-Está loca.
-En el sobre voy a leer que Maurizio Maragaglio es el hijo entre Carolina Leoncavallo y su hermano, un tal Goran Liukin Jr.
-Susanna, eso no puede ser cierto ¡Ese señor es el padre de Ricardo!
-Hace cinco años, Maragaglio buscó a los Liukin por una razón, pero Marine me jura que él desconoce su parentezco. Le grité "zorra" y le colgué.
-No abriré la boca.
-Anna ¿qué haré si es verdad?
-Tienes que hablar con Maragaglio y no te aseguro que salgas bien librada.
-¿Por qué?
-Por las preguntas que deberás hacerle. Esto va a salir muy mal, Susanna.

Una vez descifradas las inquietudes, Anna Berton abrazó a su hermana, dudosa de acompañarla durante las tres semanas de encierro que habrían por delante, consternada de hallar oro puro en lugar de quitarle la venda autoimpuesta de los ojos. Maragaglio con sus secretos era la postergada agonía en una ciudad clausurada que oculta una bomba de tiempo.

Anna volvió a suspirar y luego de soltarse, recogió su botella y su copa. Se prometió a sí misma no buscar a Ricardo Liukin y miró a Susanna Maragaglio como si le prometiera quedarse muda. Ambas entendían que no frenarían las consecuencias.