lunes, 13 de enero de 2014

El día en el espejo



Tell no tales:

Bérenice Mukhin halló a Anton Maizuradze en la calle Nathalie mientras este continuaba recostado en el suelo. Al lado de él, Edwin Bonheur intentaba auxiliarlo porque el chico se había raspado la cara y tenía una herida en la boca.

-¿Estaba contigo?
-Se puso a gritar y corrió y corrió, creo que alucinó.
-¿En dónde estaban?
-En un restaurante. 
-¿Se alocó?
-Dijo que me estaba convirtiendo en estatua, vio a una niña vestida de rojo que la verdad no existe y se fue con su mochila, todo raro ¿se sentirá bien?
-Bérenice, voy a levantarlo, dame una mano.

La chica reaccionó sin aspavientos y le sonrió a Edwin, que impresionado veía como el vestido de ella la traicionaba al reclinarse, permitiendo contemplar una especie de escote.

-Asunto arreglado ¿cómo estás, Anton?
-Pues el ánimo me ha mejorado y se me quitó el dolor.
-Me asustaste.
-Perdón, mujer, uno no planea tener un ataque y desmayarse en la calle.
-La buena noticia es que te lastimaste poquito.
-También que Edwin no me dejaría morir en la vía pública, es un buen amigo.
-Un gran chico merece una recompensa.
-¿Qué le vas a dar?
-Estoy pensando.

Edwin pasó saliva y Bérenice asumió que había cumplido con el agradecimiento anticipadamente, puesto que él no dejaba de contemplar su busto.

-No vuelvas a mirarme de más - sugirió ella y dio la media vuelta. Anton se aproximó solo para agradecerle el haberlo buscado.

-De nada, pequeñín. ¿Estás seguro de que no te sientes mal?
-A cualquiera le pasa, de seguro tragué una mirruña de ácido en una galleta loca.
-¿Perdón, qué?
-Nada, tal vez me deshidraté y por eso ando pensando en drogas.
-Entonces vamos a buscar agua y me acompañas a la calle Göetze si quieres porque tengo que ver a los Liukin y se me va a hacer tarde.
-¿Göetze? Yo iba para allá - intervino Edwin.
-¿Para qué?
-Tú sabes... Bérenice...

Ella bajó la mirada y suspiró profundamente, Edwin hizo lo mismo.

-Como que salgo sobrando - declaró Anton - Iré a que me atiendan por allá.
-¡No! - gritaron los dos.
-Pónganse de acuerdo ¿van a coquetear, se irán a Göetze o qué?
-Yo creo que primero te curamos - respondió Edwin - El hospital no está lejos.
-¿Nos vamos por el espejo?
-¿Por qué este niño...?
-Larga historia.
-De acuerdo, mujer.
-Oye, que bueno que estés aquí.
-Fui muy oportuno ¿no lo crees?
-Eres una buena persona, gracias Edwin.

Bérenice besó la mejilla del hombre y se encaminaron abrazados rumbo a la calle Maupassant. Anton por su parte se rascaba la cara como si fuera un gato para quitarse la tierra que le cubría las heridas y aseguraba que le habían sucedido golpes más severos en las persecuciones del bote que ya no realizaba porque la policía detenía a los niños que las practicaban.

-En el mercado del pescado nos extrañan, el señor Ponarina vendía más cuando llegábamos los chamacos hambrientos por darle a la pedaleada y aventarnos basura.
-Es una lástima que les quiten la diversión - añadió Edwin.
-¿Qué más da? Todavía nos quedan los partidos de fútbol en la calle y el luge en las avenidas grandes. Se nos ocurrirá algo para rescatar nuestras carreras.
-¿Qué tal si las convierten en un festival?
-Suspendieron nuestro desfile en diciembre y el teatro. El gobierno no quiere a los rusos y menos en bicicletas.

Edwin y Bérenice miraron a Anton con cierta compasión y ella le prometió resolver el problema.

-¿Cómo lo harás? - le preguntó Edwin al oído.
-Tendré que pedirle un favor a los Korobeynikov.
-¿Sabías que son mafiosos, verdad?
-¿Qué sugieres? ¿Dejarlo en manos de los Rostova? Ya sé ¿Qué tal si pongo a Sergei Trankov a cargo? Él conoce su trabajo.
-¿Por qué no confías en mí? ¿No crees en el poder de las cartas? 
-No cuando tú las escribes. 

Anton volteó, completamente seguro de que peleaban por su culpa.

-Estoy bien salado.
-¿Por qué lo crees, chiquitín?
-¿Chiquitín? Bérenice eres muy graciosa.
-Gracias, pero ¿te cayó sal?
-Ja ja, más o menos, es que todo mundo se pelea cuando estoy cerca.
-Yo no lo hacía.
-Pero Edwin sí ¿Cuándo es la boda?
-¿Cuál?

Edwin vió a Bérenice de frente y detuvo su paso.

-Lo que el niño quiere decir es que tú y yo parecemos una pareja discutiendo.
-Pero no estamos juntos.
-Podrían porque se nota que se gustan - declaró el chico Maizuradze - Si buscan padrino pues me llaman y ya.
-Tienes mucha imaginación, chiquillo.

Bérenice y Edwin intercambiaron una mirada cómplice de ironía antes de que a ella le pareciera escuchar la voz de Gwendal Mériguet ascendiendo por la cuesta de Poitiers.

-"No se quejen y caminen"
-"¿Por qué no cargas maletas?"
-"Estoy batallando con la de Sonia"
-"¡Ah!"
-"Ya hiciste gritar a Adrien. No alegues más enfrente de él"
-"¿Me perdonas, Ricardo?"
-"Tuviste esta estúpida idea"
-"Bérenice Mukhin nos sacará de Tell no Tales ¿de acuerdo".
-"Gwendal, cállate".

Los murmullos se hacían más fuertes y Edwin se llevó las manos a la nuca, apenado.

-¡Los Liukin!
-Ricardo me reñiría, me lo gané por imbécil.
-Calma, vienes conmigo, si le explico, él entenderá.
-¿Le confesarás que anduviste espiándonos? El espejo no miente.
-Al menos te defiendo hoy.
-Bérenice... Bérenice...

Edwin permaneció en su pose mientras Anton, ajeno a cualquier reparo, se aproximaba a la familia Liukin y saludaba con alegría.

-Nos da gusto verte - le decía Ricardo.
-Le ayudo con su equipaje.
-Es un poco pesado... ¿qué te pasó?
-No fue nada, me ponen un curita y se acabó el asunto, me estaban llevando al hospital.

Cuando Ricardo oyó aquello, estiró un poco el cuello, sabiendo al instante que Bérenice acompañaba al niño, pero alcanzó a ver a Edwin que no decidía entre ocultarse o fingir indiferencia.

-¿Qué hace, señorita Mukhin? Aléjese de él y venga con nosotros - le sugirió Ricardo por saludo.
-Edwin nos guiaba con el médico, no pasa nada.
-Bérenice, no haga preguntas ni ponga pretextos. Vámonos.
-Señor, le aseguro que todo está bien.
-No con ese caballero aquí.
-Él no ha hecho mal.
-Bérenice, perdona, pero mi hermano tiene razón - añadió Gwendal. Era fácil deducir que la familia Liukin había charlado sobre Edwin y su anteriormente buena opinión se transformaba en un sentimiento deleznable.

-No te quedes conmigo, síguelos - concluyó Edwin.
-Pero tú...
-Bérenice, ya escuchaste. Estaré bien, nos vemos luego.
-Entonces adiós.
-Adiós.

Bérenice lanzó un beso al aire y se aproximó a Ricardo Liukin como si la hubiera regañado.

-Cuelgue de mi brazo para conversar mejor.
-Claro que sí, permítame llevar algo de su equipaje.
-No, mejor guíeme por donde vamos.
-Hay que hacer una parada con el médico.
-Es verdad ¿usted sabe qué le sucedió a Anton?
-Se cayó por ir corriendo.
-Ese muchacho es muy travieso.
-También chistoso.
-Es un chico sano, como todos deberían serlo. 
-¿Usted sabe dónde le arreglarán la cara?
-En la siguiente calle.
-Qué alivio. Por cierto, quiero disculparme.
-¿Razón?
-Lo he hecho venir con tantas molestias.
-Descuide.
-¿Hay algo que pueda compensarle?
-En absoluto.

Bérenice sonrojó pero no le dio tiempo de sentir más pena.

-Me quedo en urgencias - anunció Anton.
-Te cuidamos en lo que llega tu madre - ofreció Gwendal.
-¿No tienen prisa?
-Unos minutos más no harán diferencia.
-Pues ¿a dónde van?
-A Hammersmith.
-¿Con Carlotita? ¿Qué hacemos aquí? ¡A toda marcha! Tengo que verla.
-Te heriste, deben limpiarte.
-Me quito la sangre en el camino, Bérenice ¿por dónde vives hay agua?
-Sí, pero usamos muy poca.
-Con eso sobra ¡Andando! 
-Anton, creo que deberías ir a consulta.
-¡Si Carlotita me ve con heridas de batalla me va a querer! ¡Todos síganme!
-¡Anton, regresa! - exclamó Bérenice iniciando una carrera hasta la esquina, en donde embistió al pequeño.

-¿Lo que acabo de ver es real? - preguntó Ricardo que daba pasos al frente - Ustedes dos, levántense y déjense de tonterías.
-¡Pues es tarde y quiero despedirme de mi Carlotita!
-¡Pero alucinaste! Tienes que ir con un doctor - respondió Bérenice a un Anton que prosiguió en línea recta.

-¡Con ese niño no se puede! - dijo ella - Perdone, señor Liukin, pero buscaré un espejo o un reflejo por aquí. Anton no vendrá mientras se niegue a curarse en el hospital. Venga por acá.

La muchacha sujetó la mano de Ricardo y le hizo un gesto a Gwendal para que el grupo los siguiera. La avenida Gardel estaba delante y ella tuvo la ocurrencia de entrar al buffet chino del señor Feng. Nadie comprendía qué ocurría.

-El espejo está al fondo.
-Señorita Mukhin, ¿pretende llevarnos a la cocina?
-¿Quiere ir a Hammersmith? 
-¿Está jugando?
-Deme dos minutos.
-Usted de verdad es un poco loca y más yo por hacerle caso.
-¡Por favor, no se vaya!

Pero Adrien se aproximó a Bérenice y después de darle un tirón a su vestido, levantó un balín que se había caído.

-Adrien, discúlpate y devuelve eso - Ordenó Ricardo pero el chico arrojó tal objeto al espejo del frente y sin más, lo atravesó. 

-¿Dónde fue? 
-Calma, señor.
-¿Me va a decir que me calme? ¡Bérenice, entregueme a mi hijo!
-Tendrá que ir por él, está al otro lado.

Ricardo iba a contestar algo pero ella apretó su mano y juntos entraron a la dimensión del espejo.

-Supongo que debemos hacer lo mismo - comentó un desconcertado Gwendal que con mayor asombro contempló a Bérenice yendo de un lado a otro para convencer al resto de la familia Liukin de no tener miedo.

-Pon el ejemplo, tío Gwendal.
-Todos entren antes que yo - ordenó él con insólita autoridad. Los demás se empujaron como si tuvieran prisa.

-Bérenice, estás loca.
-¿Tienes miedo, tío?
-¿Hammersmith está al lado opuesto de otro espejo?
-¿Qué es opuesto? Quien sabe, pero llegaremos a Hammersmith tan rápido que... ¡Cierra la boca!

Ella arrastró a Gwendal hasta la Tell no Tales gemela que ahora contemplaba a sus visitantes con curiosidad y aprestaba sus precarias armas por si aquellos fueran invasores. Algunos habitantes urgían a otros para llamar cuanto antes a Matt Rostov.

-Son mis amigos - dijo Bérenice al colocarse frente a los Liukin - No nos tardaremos, pueden guardar sus piedras, no han venido a robar, los llevaré a otra ciudad. No le digan a Matt.

Bérenice se colgó del brazo de Ricardo y lo forzó a dar el paso.

-¿En dónde rayos nos vino a meter?
-En Tell no Tales versión cascajo.
-¿Qué?
-Recorreremos un par de lugares y ¡voilá! estará en Hammersmith.
-Qué complicado.
-Puede ir donde desee desde cualquier espejito, aunque depende de qué ciudad salga. Si usted estuviera en Áms..dam... Ámst... como se diga...
-Ámsterdam.
-Como sea, tendrá que recorrer su ciudad paralela primero.
-¿Esta es la cuarta dimensión?
-Qué buen chiste ¿ha pensado ser comediante? 

Ricardo no pudo decir nada. 

-En esta Tell no Tales hay música todo el día, mucha fiesta y tenemos la cara con filo... Lo olvidaba: si ven a sus gemelos, no les hablen, algunos son ... Son espantosos.
-¿Por feos?
-Peligrosos - confesó Bérenice con la piel de gallina. Los Liukin optaron por atarse la cintura para no separarse y sentir si alguno estaba en problemas.

-¡Bérenice! - se comenzó a oír por doquier y la chica saludaba en todas direcciones. Las cosas se tornaron más extrañas cuando varios chicos se aproximaron para invitarla a bailar y con toda naturalidad le mostraban sus cuchillos para presumir que estaban tallados a mano. Pronto, los Liukin supieron que eso era parte del cortejo y que las jóvenes tendían a conversar con los que fueran más hábiles en esa complicada tarea. Mostrar talento en los deportes también era apreciado y por las aceras abundaban los aficionados que después de colaborar en su respectiva brigada de reconstrucción o taller se relajaban con la práctica del baloncesto. 

-Antes de la revolución, esta Tell no Tales ganaba muchos trofeos - comentó Bérenice con un poco de nostalgia.
-Es difícil imaginárselo.
-De todas formas era un mal lugar para vivir, no había músicos ni ritmos para bailar.
-¿Eso es lo que le gusta? 
-¿De qué habla?
-De bailar.
-¡Me encanta! Se ha puesto de moda hacerlo por las tardes ¡Vamos a la playa!
-Bérenice, no vinimos hasta acá por eso.
-¡Sólo unos minutos! 
-No puedes hacer eso.
-¿Bromea?

Acto seguido, Bérenice corrió velozmente y como nadie quiso perderse, la familia Liukin fue tras ella, no obstante las caídas que sufrían. Al llegar a la orilla del mar, Gwendal ya se había desatado y alcanzó a la chica.

-¿Qué te pasa?
-Tío Gwendal, ven, baila conmigo. 
-Mujer, esto no es parte del trato.
-Rélajate y mira, hay una orquesta, ya van a tocar. 
-Nadie logra ubicarse aquí y lo único que se te ocurre es ¿ponerte a danzar? 
-Adivinaste.

Como ella hiciera la seña de que voltease, Gwendal supo que sus sobrinos no estaban del todo incómodos, al menos no Andreas que parecía captar que era oportuno hablar con chicas y Sonia que se rodeaba de muchachos inesperadamente.

-¡Señor Ricardo, venga! - gritó Bérenice - Gwendal es un aguafiestas, usted en cambio si quiere divertirse y si no, bueno, nunca me quedo sola.

Gwendal y Ricardo se atisbaron con extrañeza mientras la muchacha se acercaba a Sonia y entre ambas elegían a quienes pasarían un momento muy agradable con ellas. 

-Recuérdame educar a Carlota para que nunca se porte así.
-Y a mí que no vuelva a confiar en Bérenice.
-Es una mujercita imposible de ignorar, mejor te aconsejaré no dejarte llevar por sus encantos.
-¿Acaso los notas?
-Veinte años menos y no la hubiera dejado pasar. 
-Yo tampoco lo haría pero la conozco un poco. Nunca tendrás cuñada.
-¿Apuestas? 
-Unos tragos a que no me verás con nadie en serio.
-Perdiste desde ya.

Mientras tanto, Adrien y Javier, despojados de los zapatos y sosteniendo un cubo, realizaban algo menos ortodoxo, pero más productivo. 
Guiados por el cómic que leían aquella semana, observaban los reflejos en el agua para encontrar en que punto era bueno preparar el portal a Hammersmith y para ello se valían de las ilustraciones que indicaban que debían encontrar un banco de peces diminutos.

-Creo que es este - declaró Javier - va a la izquierda como el dibujito.
-Sí es, se ve Hammersmith desde aquí, gracias a los amigos marinos por ponerse en donde deben.

Pero la trama del cómic también avisaba de problemas y Adrien se precipitó en aventar el balín a las olas.

-¡Bérenice! - llamó una airada voz - ¿Cuántas veces hay que decirte que no traigas gente del otro lado? 

El hombre que reclamaba era Matt Rostov, furioso por enterarse de lo que sucedía. 

-Devuélveme tu balín inmediatamente.
-No lo tengo.
-De seguro lo prestaste, no puedo creer que seas tan irresponsable.
-Ella me lo regaló, zoquete - respondió Adrien.
-Niño, dame eso, te puedes lastimar.
-No hablas con un cualquiera - y acto seguido, el pequeño se tragó el balín.

-¡Eres un chiflado! - externó Matt Rostov, pero Adrien se arrojó al portal.
-¡Tras el niño!

Los Liukin no tuvieron mucho tiempo de reaccionar. Para evitar que el lío se hiciese más grande, tomaron sus pertenencias y se arrojaron al agua.

-Tú vienes conmigo - anunció Matt Rostov a Bérenice, sujetándola del brazo.
-Pero tú no conmigo, zoquete - contestó ella que lograba soltarse pateando arena a los ojos de él y se echaba a correr para cerrar el portal.

jueves, 2 de enero de 2014

La casa desolada ("La sonata del hielo". Fin de la serie)



Hammersmith, 3:50 am.

Viktoriya Maizuradze estaba cansada de permanecer sentada y se le ocurrió recorrer los aparadores de los locales comerciales duty - free que colmaban la sala de espera al tiempo que constataba como Sergei Trankov tocaba el cristal de una joyería con ambas manos y por lo visto, llevaba bastante ahí, pretendiendo alejarse de una Carlota Liukin que presumía entretenida un presente "diseñado personalmente" por Lavinia Watson con tal de que el grupo se rindiera ante ella nuevamente.

-¿Interrumpo?
-Ah, Vika eres tú. No, no interrumpes.
-Menos mal ¿Qué haces? Aparte de ver, claro.
-Elijo una piedra.
-¿Darás un obsequio?
-Me gusta ver diamantes en los escaparates.
-Y una pensando que los hombres son iguales.
-¿A qué viene el comentario?
-Los hombres se paran en las joyerías para comprar anillos de compromiso, no porque les atraigan las mercancías.
-Me complace anunciar que hoy conociste a un tipo al que le agradan los brillantes.
-¿Y por qué estás escogiendo?
-Es por alguien.
-¿Quién?

Sergei no escuchó la pregunta y continuó viendo piedras con fascinación, comparándolas, estimando quilatajes, calculando costos y descartando aquellas cuyos acabados no fuesen óptimos o su tamaño fuese insuficiente.

-¿A quién le darás un diamante? - interrogó Viktoriya con mayor inquietud pero el guerrillero no le atendió. Molesta, ella se cruzó de brazos y repitió enérgicamente:

-¡A quién le darás un diamante!
-Eh ¿Dijiste algo?
-Quería saber a quien le comprarás una cosa de estas.
-Ah claro, una disculpa por no atenderte, es que entre tantos brillantes no sé cuál es el mejor.
-No me has contestado.
-¡Ese diamante rosa es perfecto! En cuanto abran pediré que lo preparen.
-¡Sergei!
-¿Qué?
-¿A quién piensas regalárselo?
-Ah... Carlota Liukin ¿por qué?

Viktoriya experimentó extrañeza y volteó rápidamente a ver a aquella niña que alardeaba y atraía las miradas de asombro de las chicas en particular.

-¿Para qué te tomas la molestia si ella no necesita más cosas?
-Carlota Liukin es la primera que me inspira comprarle joyas... No preguntes.
-Sergei, nadie compite contra "Lavinia Watson"
-Excepto ese diamante rosa. ¿Crees que le guste?
-Mejor dámelo.
-No, para ti estaría mejor algo más discreto como el pequeño brillante de allá ¿no te parece?

Viktoriya sacudió la cabeza y prefirió dejar a Sergei atrás, topándose luego con una tienda que atrapó su mirada. 

-"Mejor la sigo" - pensó el rebelde y con resistencia, dejó de lado su plan de ver más piedras preciosas, estimando que no tardaría mucho en volver. 

-¿Qué crees? Amo las muñecas - confesó Vika a un Sergei que a primera vista no les hallaba algo especial - Algunas son muy caras, por eso soy afortunada con la tengo.
-¿Sólo tienes una?
-Las de porcelana siempre aumentan su precio, por si te interesa darle algo costoso a Carlota.
-Ja ja, debería hacerte caso pero ella me detestaría de verdad.
-Ni se nota que ustedes dos no se quieren.
-Es divertido.
-¿Por qué buscas regalarle una piedrota del tamaño de mis malos pensamientos?
-Carlota es hermosa.

Viktoriya separó los labios un poco y abrió más los ojos, sorprendida.

-He aprendido que la belleza es peligrosa - dijo él - pero ¿qué voy a hacer? Carlota Liukin hace que cualquier alhaja rara o joya falsa luzca bien, pero las reales se le ven mejor.
-¿No la usarás de modelo?
-Jamás, es solo que he aprendido a regalar. Es mentira que todas las mujeres sean amigas de los diamantes.
-¿Carlota lo es?
-No, pero darle otra cosa es subestimarla.
-¿Por?
-Carlota no ha sido educada para ser una eterna clasemediera y dentro de poco, lo que le den perderá su valor. Este es el momento de obsequiarle lo que sea para que ella lo recuerde bien y sé que conservaría el diamante rosa con tal de pensar que me odia.

Sergei sonrió porque aquello le causaba gracia. El desagrado de Carlota con él era comparable a cualquiera de sus berrinches.

-Entonces no le des una joya.
-¿Qué sugieres?
-Aventarle una pelota de papel para que te odie con ganas.
-Sería un lujo para ella. Quiero que Carlota me recuerde por desconcertarla en lugar de irritarla. Es posible que no le vea pronto.

Vika pretendía no comprender algo que parecía contradictorio, pero preguntó qué clase de regalos eran adecuados para ella y sus amigas, que con sus risitas quebrantaban el sonido murmurante del viento.

-Con Zamo no hay que pensarlo mucho, unas flores la hacen feliz.
-¿Vera?
-¿Nunca le has regalado algo hecho por ti misma? Un brazalete de listón con cuentas de plástico azules le encantaría.
-¿Pavlova?
-Casi lo mismo aunque mejor usa esferas de madera.
-¿Khorkina?
-Uy... Quedarías bien con algo muy útil. ¿Un teléfono quizás? Una agenda o una funda. No experimentes, la queen es difícil de complacer y un regalo afectivo le disgustará.
-¿Cómo sabes tanto?
-Las mujeres dejan pistas.
-¿No leerás la mente?
-Touché.
-Sí, claro... ¿Y a mí? ¿Qué es lo mejor?

El guerrillero la vio con seriedad.

-Un diario, hojas de papel, plumas de tinta resistente al agua, cuadernos de pasta dura, post-its, una nota diaria avisándote que te compraron café y una goma de borrar para que la uses de decoración en tu escritorio.
-¿En serio?
-Para externar lo que no dices.

Viktoriya se preguntó de donde había salido Sergei Trankov y porque adivinaba lo que ella quería con tal precisión.

-¿Mi padre te ha dicho como soy?
-Más bien poco, no somos amigos. 
-Lo son pero no se dan cuenta.
-A tu padre no le es grato simpatizar con quien vive fuera de la ley y hace bien.
-Eres la primera persona con la que convive en mucho tiempo.
-Lo suponía.
-Mi padre es solitario, si no te estimara no estarías conmigo.

Para Sergei era evidente: Viktoriya Maizuradze era muy expresiva. Sus ojos, sus pómulos y hasta su figura eran la extensión cabal de una personalidad delicada pero no se podía engañar a esa joven fácilmente. Cuando ella volvió a la contemplación de las muñecas, él supo que aquella fijación provenía de las ausencias del teniente Maizuradze y la sensación de que las cosas iban mal.

-¿Qué muñeca te gusta?
-Ninguna más que otra. Desearía llevarlas a casa.
-No te alcanzaría el dinero.
-Si por mi fuera, todas las muñecas de porcelana del mundo me pertenecerían. De verdad las amo, me encantaría armar una colección y ordenar cualquiera que viese. Pero tengo una y esa es la más bella del mundo.
-Toda niña escoge a su favorita.
-Yo no porque nunca he tenido más. El otro día vi un catálogo y ¿sabes de qué me enteré? Mi muñeca es del '76, pieza única y es el modelo deportivo "Nadia". El precio original era de 500€ y cuando papá la adquirió costó el doble, luego el precio se disparó y ahora cuesta más de 30.000. Muchos me han preguntado si la venderé y han intentado robarla pero es más resistente que las de este local que son frágiles y se matan por ellas en lugar de entregarlas a niñas que les darían un mejor uso. El valor no está en el objeto, está en el significado. Mi muñeca es especial porque mi padre me la dio y cuando muera será lo que me quede de él y ese funeral podría ser en poco tiempo. Si él me regalara otra muñeca, me rompería el corazón porque he temido que eso signifique que se irá para siempre.

Sergei guardó silencio y pensó que después de todo, el teniente Maizuradze tenía suficiente suerte de su lado como para no contar con dinero para costear una muñeca ni en bazares de viejas cosas. Viktoriya de cualquier modo tenía en su poder una canasta con productos de belleza y ese obsequio lucía mejor hecho.

-¿Mi padre te ha dicho a qué guerra se irá? 
-Él vino a verte.
-Ha querido ocultarme lo de su asignación pero vi su boleto y su vuelo es directo a Moscú mientras yo haré una escala en París.
-No ¿de qué hablas?
-¿Dejarías de hacerte tonto, por favor? 
-Es que no hay nada que explicar.
-¿Es Afganistán, China? ¿Los Balcanes?
-¿Qué? Espera, ya te contesté que él te visita.
-Tampoco te dijo.
-A decir verdad, no sé.

La joven se aproximó un poco más al aparador.

-A cada guerra que inventan, mandan por él.
-No creas en eso.
-La última vez estuvo en Novosibirsk y de milagro no lo mataron.
-Si él estuviera en misión, te habría dicho.
-No tiene que confesármelo, con el uniforme basta. Es el que lleva en el campo.
-¿No es un traje de oficina?
-Mi padre es muy importante para el ejército, le han pedido ir elegante a todos lados, así pise fango.

A Viktoriya se le humedecían los ojos.

-Esta semana ha sido una pesadilla.
-Ninguna noche es tan mala.
-Solo tengo a mis compañeras y ellas sufren igual. El hermano de Vera fue enviado a Georgia y ella lo acompañará, Zamo debe reportarse en su base en cuanto regresemos, Sveta tiene que ir a un entrenamiento obligatorio y Anna espera por los resultados de la evaluación militar para saber si la liberarán del servicio y si no, se trasladará a un frente. A dondequiera que voltee, mi familia se va a separar y los satélites no se quedan atrás. Ni siquiera el amigo nuevo está lejos de las armas ¿y qué lugar ocuparán todos si esto termina? ¿Leíste el periódico? Si en esta ciudad escriben que el equipo ruso de gimnasia regresará a su país y se dedicarán a servirle a la milicia ¿qué no dirán en RIA Novosti? Se les olvida que somos cinco chicas que no serán ni un equipo si fuéramos a estar juntas en un año o dos. ¿Mi padre? Otra vez me tragaré la angustia aunque a diario él llamara ¿Qué hay de ti? Solo con imaginar que tu futuro es incierto y que te van a clavar un cuchillo o meterte una bala por andar de revolucionario ya puedo deducir con los demás. Ninguno será el mismo o la misma y se acabó, destruyeron mi casa o más bien, le dieron martillazos a los escombros.
-¿Y si al volver a verte, decidimos construirte una casa más grande? 

Viktoriya miró a Sergei y giró sobre sus pasos para llegar a su butaca. Perdería a sus compañeras y su padre se transformaría en el teniente Maizuradze de tiempo completo sin dejar margen para que ella lo reconociera de nuevo. Asimilaba apenas que acababan de transcurrir los días más felices de su vida, con todo y lágrimas. De la competencia fallida por equipos, de la angustia en las finales y de su propio éxito quedaban cenizas ya. Abrazando su muñeca como el más preciado tesoro, Viktoriya deseó que se cumpliera lo de la nueva casa, de una vez por todas y sin más dolor que el de sentir que su padre se moría en vida.