jueves, 7 de enero de 2021

La noche especial (Cuento de la Navidad Ortodoxa e inicio de la temporada diez)


París, Francia. 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.

-Cariño ¿A dónde vamos? - preguntó Katrina cerca de la medianoche.
-Te dije que iríamos por tu hamburguesa - contestó Maragaglio mientras se vestía luego de darse una ducha. La chica apenas se ponía un suéter.

-¿A esta hora?... ¿Estás bien, corazón?
-Estoy mejor, Katrina.
-Es que te quedaste tan dormido hace rato que creí que ibas a descansar hasta mañana
-El Mckee más cercano está en la Rue d'Échelle.
-Es muy tarde.
-Quiero llevarte.

Maragaglio encontraba cada vez menos resistencia en los labios de su amante y luego de ajustar su abrigo, la observó colocarse un sombrero colorido. Ella no creía que salir fuera una buena idea, pero prefería seguirle la corriente y se permitió tomarle la mano al dejar la habitación. Desde la estancia se escuchaba el interminable llanto de Judy Becaud.

-Corazón, pasemos rápido si quieres.
-No te preocupes, Katrina.
-¿Hablarás con ella?
-No.

Maragaglio guió a la joven hacia la salida y decidieron caminar rumbo a la pirámide del Museo del Louvre, misma que resultaba más lejana de lo que aparentaba en la Rue de la Poinsettia. Nevaba calmadamente pero se podía caminar y Katrina notó que le gustaba que los copos cayeran y se posaran apenas en sus hombros mientras su chamarra le ayudaba a mantener el calor. La sensación de no estar tiritando era nueva para ella, así como la de andar en silencio sin que le molestara. Para ser un sueño, era más que perfecto.

Pero Maragaglio estaba con un ánimo pesimista aunque su rostro no lo demostraba y contaba las veces que había roto su estricta dieta en París. Por supuesto, evadía parte de su realidad con otras preocupaciones como el aumento de sus canas o si pronto sufriría calvicie, a final de cuentas nunca le había ido bien durante los viajes a Francia o no solían presentársele tantas dificultades juntas en otro lugar. La ceguera, lastimar a Katarina, enterarse de golpe sobre su origen, pelear con Carlota además de descubrir su negocio semi ilegal de diamantes y que había dormido con Marat, odiar a Marine y que el Almirante de Flota de la Marina Mundial lo quisiera matar, le habían dado los mejores elementos para contar a cualquiera si llegaba a ser un anciano. Lo increíble era que había dejado pasar las pistas sobre cada drama, como si subestimara a la gente común y corriente o muy en el fondo, hubiera esperado semejante semana tan mala y prefiriera enfrentarla de una vez. Aún no decidía como proceder pero vio a Katrina sonreír, imitándola aunque apenas tuviera ganas, preguntándose si a pesar de las circunstancias, ella disfrutaba de su compañía y llamarlo "cariño" o "corazón" había sido sincero en alguna ocasión. 

-Se ve hermoso - comentó Katrina y él continuó su paso sin agregar un gesto, intentando encontrar el disfrute, aunque todo se viera gris. Maragaglio no deseaba asumir nada durante la velada y al alcanzar el Louvre, se dedicó a besar a la joven mientras mantenía por fin la mente en blanco y el equilibrio firme.

-Maragaglio, no hagas esto... Te pido que pares - se apartó ella.
-¿Te molesto?
-No, cariño, es que te he dicho que mi boca es para mi novio.
-Lo lamento.
-No es así, corazón.
-Tienes razón.
-Me vas a acostumbrar y no quiero.
-Acostum... ¿qué? Jajajaja, Katrina, sabes que no funciona así.
-Eres adictivo.

Ella hablaba con gran seriedad y él retornó a su silencio reflexivo que le hacía parecer un niño regañado ¿Acaso Katrina le halagaba o le recriminaba? ¿Protestaba acaso? Se moría por preguntar pero la mirada lo detenía y ella lo sabía.

-Aun podemos volver y no será extraño que tengamos sexo - mencionó la joven.
-Comamos algo juntos por lo menos.
-No te sientes bien, corazón.
-Te prometí algo en la tarde, déjame cumplirlo.
-Ay, Maragaglio.
-Estoy tranquilo.
-Te siento enojado.
-No tendría ánimos para cenar.

La chica lo miró con lástima pero siguió la ruta hacia un local de la cadena Mckee cuya puerta estaba rodeada de flores muertas. El interior tenía un lindo piso de madera oscura y unas mesas pequeñas con vista a la calle mientras su letrero luminoso rosa anunciaba su servicio de veinticuatro horas y café ilimitado a partir de medianoche y hasta el amanecer. Katrina y Maragaglio agradecían que la calefacción estuviera en uso al marcar en una papeleta las características de su orden. Él quiso aceptar de una vez por todas que el tocino era su mayor debilidad y ella elegía al azar mientras a la encargada le daba risa.

-Carlota Liukin nos vio entrar, cariño.
-No es que interese, Katrina.
-Está con Maurizio.
-A ese imbécil le rompí la ceja por ti, así que tampoco importa.
-Nos están llamando.

Maragaglio suspiró fastidiado y optó por aguardar su orden en el mostrador. Anton Maizuradze, sin embargo, se aproximó para darles gorritos de fiesta y Katrina se colocó el suyo como si estuviera en tregua. 

-Lo único bueno de mi trabajo son las fiestas - mencionó mientras miraba el pastel que Maurizio Leoncavallo iba a partir de un momento a otro.

-¿Son frecuentes?
-No, quizás por eso acepto cuando me prometen ir a una.
-¿Cuál ha sido la mejor, Katrina?
-Él año pasado cumplí dieciocho y mi cliente más fiel me llevó a un club con sus amigos en Fontainebleau así que terminé muy ebria, me enfermé pero hubo destrozos, escapamos sin pagar y me quedé dormida en un sillón que alguien tiró en la calle.
-¿Te divierte recordarlo?
-Fue un buen verano, Maragaglio. Me dieron un pelotazo mientras bailaba y me aventaron champagne.
-Fue una fiesta muy cara.
-Conocí a mi novio ahí.
-¿Qué estaba haciendo?
-Dejó las bebidas con su camión.
-Si un día se porta como idiota, avísame.
-¿Por qué?
-Sólo házlo y lo arreglaré.

Como si recibiera una descarga ligera, Katrina sintió cierto cosquilleo en su columna vertebral y sus rodillas querían arrojarla al piso sin dejarla levantarse. Iba a maldecir al hombre que estaba frente a ella, pero Maragaglio era más atento a buscar lugares distantes de Carlota Liukin y no advertía gran cosa. La joven entendió que podía frenar en ese segundo y se entretuvo mirando la cocina del lugar con la fascinación que el hambre provoca durante una racha en que es posible aplacarla.

-Katrina y Maurizio - pronunció la empleada que los atendía y ambos tomaron sus charolas de plástico con idéntico gesto, aunque a ella la detuvo el tenue reflejo en un cristal rayado. Katrina pudo apreciar a su amante formando una hermosa imagen que amenazaba con atraparla. 

-"¿Quién eres? - se intrigó en silencio y tuvo el tino de voltear hacia su comida para distraerse de nuevo en algo menos problemático.

-¡Ven Katrina, te aparté un asiento! - exclamaba Anton Maizuradze y la chica se adelantó para entrar en el ánimo de la fiesta de inmediato. Alguien le sopló con una serpentina para darle la bienvenida.

-Creí que no vendrían - reprochó Carlota Liukin.
-Te habría encantado y mi trabajo es arruinarte - contestó Maragaglio.
-Éramos felices sin ti.
-Con gusto me voy.
-Gracias.

Maragaglio dio la media vuelta pero Maurizio Leoncavallo no permitió que se fuera, recordando que en ese festejo estarían en paz. A esas alturas, los amigos de Carlota Liukin encontraban parecidos a los que no les habían prestado atención y ahora sabían que Maragaglio y la misma Carlota fácilmente podían ser la misma persona si un día cambiaban lugares.

-Es mi cumpleaños y esfuércence porque no acabe mal - regañó Maurizio y enseguida sonrió para alentar a los demás a abrir sus cajas y comenzar a comer. Katrina de inmediato se fascinó al probar una papa frita con pimienta y Carlota y Maragaglio se miraron confusos al notar que habían escogido los mismos ingredientes para una hamburguesa triple e idéntica bebida de melón.

-¿Cantamos "Feliz Cumpleaños" o no? - consultó Maurizio y el grupo respondió que no pero la pequeña Amy de inmediato sacó un paquetito envuelto en papel verde brillante.

-Gracias por el regalo ¿Me dejan verlo?... ¿Un suéter?
-Carlota me ayudó a escogerlo - dijo la niña.
-Muchas gracias ¿Algo más?
-Tengo una pluma para ti - añadió la joven Liukin.
-La envolviste, te lo agradezco... ¿Cómo sabías lo que quería?
-No tenía idea, sólo se me ocurrió.

Las risitas empezaron a aparecer y al intentar probar su hamburguesa, Katrina no pudo sostenerla, así que la carne y demás ingredientes se le cayeron.

-Me llené las manos de salsa - se rió ella.
-No te preocupes, tengo los dedos llenos de grasa - replicó Maragaglio.
-Manché mi blusa.
-Mañana iremos por otra... ¡Te pusiste roja!
-¡Ay, no!

Todos continuaban con su gran carcajada mientras el restaurante se vaciaba y acaso entraban los empleados del servicio de limpia por generosos vasos de café. Nevaba tan despacio que nadie reparaba en cómo la capa blanca se iba haciendo más espesa en el suelo.

-Una vez mi abuelo me preguntó que quería de cumpleaños y se negó a comprar hamburguesas, entonces Maragaglio me llevó a escondidas al día siguiente - evocó Maurizio.
-Eras un niño de siete años.
-Eres tan viejo.
-¡Siempre me ha llamado "viejo"! Déjame en paz, jajajaja.
-Maragaglio era el primo divertido.
-Era rockero y joven.
-Pero nació Katarina y te volviste aburrido.

Se suscitó un breve silencio y Katrina volvió a ver con detenimiento a Maragaglio.

-Tu hermana necesitaba los cuidados de cualquier bebé y Susanna y yo hicimos lo que se pudo.
-Yo siempre estuve para Katy.
-Pero eras un niño, Mauri. Alguien debía librarte del abuelo.

Todos fingieron que la cena seguía en paz y Katrina levantaba los trozos de carne que podía mientras Anton Maizuradze y David Becaud le enseñaban a rearmar su hamburguesa y le sugerían maneras de agarrarla. Su rostro de primeriza causaba mucha ternura y la mancha de mostaza en su nariz era coqueta, ocasionando que Maragaglio le diera un beso encantador.

-Esto es tan raro - comentó Carlota.
-No le digas a Susanna - solicitó Maurizio Leoncavallo.
-Mi boca no es tan grande.
-Ella es linda.
-¿Susanna o Katrina?
-Katrina.
-¿Por qué Maragaglio y tú no se llevan bien?
-Tenemos diferencias por Katy. Maragaglio siempre fue o intentó ser una clase de papá y ahora quiere seguir mandándonos.
-Yo creí que era mi padre.
-¿Enloqueciste, Carlota?
-Tiene una foto con mi mamá.
-Eso no significa nada y menos ahora que soy tu tío.
-Maragaglio y mi papá van a estar felices, no sabes.
-¿Qué hay de ti?
-¿Le llamaré hermana a Judy alguna vez? 
-No si no te nace.
-Entonces me lleva la cachetada.

Carlota dio el sorbo a su bebida mientras pensaba en que Maragaglio se sentía peor que los demás y había recibido las noticias más atroces. Por lógica limitación por la edad, la joven no comprendía cómo se podía disfrazar la frustración y la rabia con la careta de la seducción. 

La noche era linda y luminosa y los presentes siempre la recordarían cuando quisieran estar solos, por destrozados que estuvieran. 

-No sé comer - admitía Katrina luego de su último intento por sostener algo de pan y preguntar si le darían pastel. Maurizio Leoncavallo admitiría que había conseguido tal postre con un relleno salado y el contraste entre la crema de mantequilla y un tocino pulverizado impulsó numerosas bromas sobre si Carlota podría comerlo en un concurso. Maragaglio admitía ser capaz de retarla.

-Cariño ¿Así se siente estar con una familia? - consultó Katrina.
-Es parecido - dijo Maragaglio.
-¿Celebras así con tus hijos y con tu esposa?
-Son cosas más pequeñas, comida en casa. No creo que entiendan muy bien de qué se trata o tal vez sólo mi hijo mayor.
-¿Te quieren?
-¿Los niños? Aún no tienen edad para odiarme.
-¿Tu esposa te ama?
-Sí.
-¿La amas?
-¿A Susanna? Nunca lo he sabido.
-¿En serio?
-Cuando me di cuenta, no me imaginaba sin ella.
-Es que amas tanto a otra mujer, que cualquiera reventaría de celos.
-Dejé ir a Katarina.
-Corazón ¿lo hiciste?
-Prefiero quedarme sin ella a hacerla gastar su juventud. Y deseo estar contigo antes de volver a casa.
-Maragaglio, no me beses.
-No lo haré.
-Déjame consentirte, cariño, quiero ser yo quien te bese.

Katrina sujetó el rostro de Maragaglio y rozó sus labios apenas, saboreando el peligro de dejarse llevar por ello. Nunca había sentido a un cliente apasionado como él, ni había encontrado a ese hombre con el que le fascinara estar, ni siquiera se había sentido parte de alguien y ahora estaba frente a él, convertido en amante. 

-El martes tomo un vuelo pero estaré de vuelta, mujer.
-Yo veré a mi novio.
-¿Aceptas ir conmigo a Helsinki?
-Cuenta conmigo, corazón.

Ambos se sonrieron y abrazaron antes de reintegrarse a la fiesta y también cooperaron con la diversión y las canciones mientras el tiempo pasaba en cámara lenta. Lo ocurrido era tan íntimo, que Katrina casi lloraba de felicidad.