sábado, 2 de abril de 2022

El último encuentro de Lía y Matt

Festejo por la liberación de Milán en mayo de 1945. Fotografía del diario Corriere Della Sera.

2 de Junio, 1945. Bar dei venti fiori, Milano, Italia.

-Los niños pueden ir a la escuela con calma ¿No te parece lindo? - sonreía Lía Leoncavallo a su marido, Maurizio Leoncavallo y ambos brindaban con sus tazas rebozantes de chocolate en su primer desayuno solos luego de acabada la guerra en el país. Para el encargado de la barra, verlos con ropa de buena calidad y dinero en el bolsillo era chocante. A diferencia del empleado anterior, este no los conocía.

-Ayer hubo una redada y arrestaron a un par de colaboracionistas de Mussolini, del resto no se sabe nada - añadía Maurizio.
-¿Aún queda alguno?
-Creo que lo sabremos pronto, pero me alegra no tener que verlos en el trabajo otra vez.
-¿Volverás a Fiat?
-No, Lía. Hablé con Saverio Troiani ayer ¿Te acuerdas de él?
-¡Claro! El sindicalista de los obreros en Turín.
-Tiene una filial aquí, quiere que su organización se vuelva nacional.
-¿Te unirás?
-Me ha propuesto ser delegado local.
-¡Eso es maravilloso! ¡Nuestros hijos deben saber de esto! ¿Cuándo empiezas?
-En dos días.
-Bueno, podemos celebrar.
-He sabido también que podré acreditar mis estudios de bachiller el próximo año.
-Maurizio ¿En serio tienes tantos planes?
-Lo pensé mucho cuando estaba por los partigianos... Te parecerá absurdo pero quiero titularme en ingeniería, en metalúrgica.
-Conoces muy bien el trabajo ¡Házlo!
-Me alegra que las campañas hayan terminado. 
-Hemos pasado la década juntos - recordó Lía y chocó su taza con la de él a manera de brindis. Él empezó a reírse.

-Nos ha dado tiempo de tener seis hijos.
-No me he quejado - respondió ella.
-Es que pudimos perderlo todo.
-Carolina y Federico no tienen miedo de cuidar a sus hermanos.
-Enzo nació el mes pasado.
-El día que trajeron el cuerpo de Mussolini.
-Llegué a tiempo.
-Me alegra que hayas estado en la Piazzale Loreto.
-Apoyé a un grupo hermano, es todo.
-¿Sabes que ocurrió esta madrugada? Federico encontró los ropones de bautizo de Giancarlo y Daniele. No tendremos que comprar uno nuevo para Enzo e iremos a la iglesia cuando quieras.
-Haré los arreglos enconces, Lía.

Ella suspiró y le cambió la voz.

-Estoy cansada.
-¿Te sientes bien?
-Cumplí cuarenta y siete años, Maurizio.
-Te ves linda.
-Gracias, es que me inquieta un poco.
-¿Qué ocurre?
-De pronto me doy cuenta de que soy una madre vieja.
-No es cierto.
-El médico me advirtió que no debo embarazarme otra vez.
-¿Aun piensas en eso?
-Nunca daré a luz a otra niña.

El encargado del bar los miró con sorpresa y se detuvo a mirar a Lía Leoncavallo para darse cuenta de lo atractiva que era. Por su parte, Maurizio Leoncavallo era tan hermoso, que ruborizaba a cualquiera que lo viera fijamente.

-¿Quiénes son? - preguntó a su distancia un hombre de cabello rubio entrecano, ojos azules y acento fuerte al hablar. La mesera no dudó en ser gentil.

-La señora y el señor Leoncavallo, son clientes de hace mucho.
-¿Desde cuándo?
-Antes de la insurrección.
-¿En serio?
-El señor es partigiano y el dueño también.
-Gracias.
-¿Le ayudo con algo más?
-¿Podría traerme un poco de whisky?
-Por supuesto.

El ambiente en el café era triste y los escombros de la calle aún no tenían fecha para desaparecer. El edificio de enfrente había recibido el impacto de una bomba y asombraba que se mantuviera en pie, al igual que los árboles que le custodiaban y la banqueta quemada. Desde su lugar, el hombre pensaba que tal vez Maurizio y Lía eran de los pocos afortunados a los que la lucha no les había quitado algo importante.

-Su trago, señor - interrumpió la mesera.
-Muchas gracias.
-¿Gusta algo más?
-Una servilleta, tal vez.
-En un momento.

Afuera, mucha gente corría con alegría y un par de hombres se introdujeron sin saludar.

-Maurizio! Maurizio! ¡Debes venir con nosotros! - dijo el más joven, uno que parecía tener veinte años y su enorme sonrisa contagiaba a los demás. El señor Leoncavallo pasó su sorbo de chocolate con rapidez.

-¡Han arrestado a Cesare Mazzoni! ¿No tienes que acusarlo de algo? - añadió el muchacho.
-Quiero ver cómo lo encarcelan, voy con ustedes.
-Mazzoni te marcó la cara ¿Cuándo se te quitó la cicatriz? 
-No lo sé, no lo había notado. 

Y dirigiéndose a Lía, Maurizio no dudo en acariciarle las mejillas.

-Tengo que ir con ellos - dijo torpemente.
-Lo sé, anda.
-Perdona por dejarte así.
-No te preocupes, debes declarar contra Mazzoni. Buona fortuna, Maurizio.
-Grazie, principessa.

Él se despidió con un beso prolongado y apasionado, ocasionando el sonrojo de los presentes. A Lía se le humedecían los ojos y se contuvo para llorar, viéndolo partir y luego asomándose hacia la calle para mirarlo desaparecer al ir de frente rumbo al lugar donde estaría el colaboracionista al que le cobraría una deuda de honor. Al ocupar de nuevo su sitio en la barra, la mujer desahogó el llanto.

-¡Al fin detuvieron a ese hijo de puta! ¡Por fin! - gritó ella y la mesera corrió a confortarla. Los pocos presentes parecían congratularse con ella y algunos aplaudían para mostrar simpatía.

-¡Ese bastardo casi viola a mis hijos y entregó a Maurizio con los fascistas! ¡Que lo cuelguen y lo desollen! ¡Que lo quemen! - continuó Lía y envalentonada, pidió el licor más fuerte que encontraran. De pronto, su elegancia se transformaba en disfraz al quitarse los zapatos y su collar. Se puso tan contenta que por poco derramaba su vaso con ginebra al momento de recibirlo.

-¡Tengo que celebrar, habrá un desgraciado menos en la calle! ¿Verdad que es una buena noticia? ¡Al fin se acabó! Tráiganme otro vaso ¡Van a colgar a Mazzoni! - remató la mujer y pasó de golpe su trago. De pronto, la algarabía afuera cobraba sentido y ella no podía ser más feliz.

-También atraparon a Ludovico Fioretti, vea - comentó alguien señalando a la puerta y Lía se topó con la imagen de un hombre siendo arrastrado. Curiosa, se colocó otra vez en la entrada y no ocultó su impresión al reconocer al detenido.

-Le advertí que apoyar a Mussolini le traería malas consecuencias - expresó la mujer con desdén y aquel la identificó igualmente, pero no pronunció palabra.

-¡Orgullosa estoy de ser la esposa de un obrero! ¡Dios bendiga al partigiano Maurizio Leoncavallo! - exclamó Lía y luego de que el rostro de Fioretti se descompusiera más, la multitud continuó llevándolo a la fuerza hacia la misma dirección donde se hallaba Mazzoni. Ambos serían exhibidos en un lugar público muy importante.

-¿Podría brindar de nuevo? Tengo un recién nacido al que no puedo amamantar, así que da igual - declaró ella al regresar a su sitio y de inmediato recibió un enorme vaso de whisky con soda dulce. A punto de tomar el sorbo, Lía se observó en el espejo del frente y descubrió en el reflejo al hombre entrecano que llevaba un tiempo sin apartarle los ojos.

-Déjame tomar una copa contigo - pidió él.
-¿Has estado aquí mucho tiempo?
-Te vi llegar con tu marido.
-No imaginé que me encontrarías, Matt Weymouth.

Él tomó su whisky de golpe y enseguida pidió el mismo trago que Lía para estar con ella. De frente en la barra, ambos lucían agotados e incluso extraños.

-Tu esposo debe ser muy valiente - inició él.
-Maurizio es listo, por eso la guerra no lo engulló.
-Eligió el bando correcto.
-Te equivocas, Matt. A Maurizio jamás le han gustado los fascistas.
-Lo siento.
-Nunca me sentí más honrada de ser su esposa que hoy. Cuando lo conocí, me impresionó que él nunca siguiera la corriente, que cada Camisa Parda le pareciera repugnante ¡Él no eligió el bando! Ser partigiano siempre ha estado en su sangre, aún antes de que existiera tal título.
-¿De verdad lo quieres?
-Lo encontré en una fábrica en el '34 y un año después me volví madre de sus hijos ¿Crees que si no lo hubiera amado entonces, podría decir hoy que es el hombre más digno? Me casé con un partigiano, con uno que existía antes de que aparecieran los demás ¡Es un simple obrero, Matt!

Lía brindó consigo misma con la ginebra que le quedaba. 

-Todos en la empresa se daban cuenta de cómo me gustaba Maurizio. Pese a la guerra hemos sido felices.
-Sigues siendo muy expresiva.
-No encuentro razón para dejar de serlo ¿También sobreviviste a las balas, Matt?
-Me uní a "La résistance" de París.
-No esperaría menos de ti.
-Me di de baja en el ejército francés hace unos días.
-¿Cómo te fue con los nazis?
-Fue el infierno.

Nadie entendía qué decían Lía y Matt y él le impresionaba que la mujer no hubiera olvidado su francés ni su melodioso acento. 

-He pensado volver a Tell no Tales.
-¿Para perder el tiempo, Matt?
-Quiero vivir tranquilo.
-No sé qué puedas hallar allá.
-No tengo dinero, tampoco una casa, la mujer me dejó y dicen que están contratando.
-Eres ingeniero, te irá bien.
-Construí un tren que no he usado y dos barrios por los que jamás he caminado.
-Agathe me escribió cuando mandaste entubar el Canal Saint Michel.
-Ahora hay agua en las casas.
-Algún día explotará.
-¿Eres una experta en construcción?
-No conoces el canal, por eso lo sé.

Matt Weymouth sonrió como si hubiera escuchado un disparate, una subestimación a sus cálculos. 

-El señor Liukin se quedó en la campiña cuidando a tu hijo ¿Irás a visitarlos, Lía?
-No tengo interés.
-¿Por qué?
-Matt, no me hagas recordar cómo quisiste matarme.

La mujer siguió bebiendo alcohol, expectante por otros colaboracionistas detenidos, deseando que pasaran frente a ella aunque no les confrotara. Aun le sorprendía que el otrora respetado ingeniero Ludovico Fioretti fuera llevado a la horca y fugazmente recordó su amorío, decepcionada de constatar cómo él se convertía en un fascista irremediable.

-¿No quieres vengarte? - retomó Matt la conversación.
-Ir a prisión por ti me parece ridículo.
-Lía, tú no me has perdonado.
-Por supuesto que no.
-¿Entonces?
-Me sirve más sentir rencor por otras personas.
-¿Y por mí?
-Mirame ¡Sin ti he sido más feliz!
-Eres muy directa.
-Era tonta pero te olvidé.
-Gracias por eso.
-Tengo a quienes odiar y a quienes amar mucho más. Tú eras un sueño de niña ¡Jamás nos quisimos, Matt!
-Eso no es cierto.
-De haberme amado, no te habrías atrevido a hacerme daño.
-¿Vas a reprochármelo siempre?
-Recordártelo y nada más... Matt, gracias a ti abandoné Tell no Tales.
-¿Prefieres vivir aquí?
-Es el único lugar donde no siento vergüenza.

Lía chocó su vaso con el de Matt y tomó su bebida de un impulso.

-Vas a terminar mareada.
-De repente me ha dado una sed que no había sentido nunca. Me alegra que sobrevivieras a la guerra, Matt.
-Nada que un buen refugio en las alcantarillas no solucionara.
-¿Disparaste alguna vez?
-En las barricadas, pero no sé si maté a algún nazi.
-Que lástima, lo habría festejado.
-¿Tú hiciste algo heroico, Lía?
-Le escupí a Mussolini en la cara cuando gobernaba el país.
-¿En serio?
-Lo juro por mi madre. También aprendí a usar un fusil y peleé contra la policía varias veces. Si una bala mía atravesó el pecho de un fascista, tampoco me enteré.
-¿Cómo tuviste tiempo de tener hijos?
-La imaginación es útil.
-Tu marido y tú están locos.
-Él siempre dijo que ganaríamos la guerra.

Para Matt Weymouth era tan singular estar frente a Lía, que debió admitir que no la conocía más. Ni ella tenía dieciséis años ni el veinticinco; tampoco eran los mismos que habían revivido la pasión en una época distinta. 

-Gané esta medalla combatiendo a los nazis. De pronto creo que me gustaría dártela.
-Quédatela, Matt. 
-No me sentiría tranquilo llegando con ella a casa. No la saco de mi bolsillo por presumir.
-Algo malo debiste hacer.
-Acompañé al "niño fantasma".
-¿A quién?
-¿No oíste de él?
-Un niño soviético que destruye armas.
-Existe.
-Creí que era un cuento.
-Prometí regresar a Francia, verlo de nuevo y despedirme antes de tomar el barco a casa.
-¿Qué haces aquí?
-Alban Anissina me contó de ti.
-No pudo quedarse callado.
-Lía, él sigue siendo nuestro amigo.
-¿Viniste a Milán sólo para saber cómo estoy?
-No deseaba creerle a los que me dijeron que tu esposo es más joven que tú.
-¿Maurizio es tu verdadero interés? 
-He confirmado que no tienes mucho en común con él.
-Somos felices.
-Se nota.
-¿Qué pensaste encontrar?
-Me dio curiosidad el tipo; a la prima Agathe no le cayó bien.
-Ay Matt ¿Qué te dijeron?
-Que te habías casado con un inútil.
-Te engañaron.
-Ese hombre te ama.
-Yo también lo amo.

Lía sonaba segura, incluso una especie de suspiro acompañaba sus reacciones cuando hablaba de Maurizio Leoncavallo. A Matt Weymouth le era novedoso, puesto que nunca creyó que ella fuera capaz de amar a otra persona. Él no podía hacerlo.

-¿Sabes dónde debería estar, Matt? Acompañando a Maurizio ¡Tenemos tanto de qué alegrarnos hoy!
-Espera ¿Te vas así?
-Sí, sólo pagaré mi cuenta ¡Qué vivan los héroes de Italia! Maurizio Leoncavallo es un partigiano y el amor de mi vida, Matt.

Cuando el silencio quiso instalarse, fue el mismo Matt Weymouth quien optó por romperlo.

-¿Conservarías mi medalla, Lía?
-No.
-¿Podrías perdonarme?
-Tampoco.
-Mujer, yo...
-La vida nos puso a combatir fascistas y nazis y hemos salido victoriosos... Ahora has querido que nos encontremos aquí y dudo mucho que no hayas averiguado de este bar antes de atreverte a venir. Si el remordimiento te ha traído delante mío, debo repetir que el rencor lo tengo por otros. Por ti siento lástima desde hace tanto...
-Lía, lamento mucho lo que te hice en Tell no Tales.
-No acepto disculpas tuyas.
-Quizás moriré pronto.
-Pero no puedes reparar el pasado... Voy con los partigianos, ahí quiero estar.

Lía dejó un par de billetes en la barra y luego de calzarse y detener su collar y su saco bajo el brazo, salió al encuentro de su marido con una enorme sonrisa. Atrás de ella, otra comitiva custodiaba a un par de colaboracionistas y se entonaban arengas y canciones partigianas como si fuera una fiesta. Matt Weymouth permaneció en el local una hora más, acabando con un par de tragos y tratando de no ser consumido por sus propias culpas en ese instante.

Poco más de un año después, él recordaría la charla luego de leer en un periódico de Tell no Tales que Italia se convertiría en una república luego de un referéndum. El partigiano Maurizio Leoncavallo había realizado una exitosa campaña en contra de la monarquía por las ciudades del norte de aquél país. 
*El texto es mera ficción.