martes, 30 de diciembre de 2014

Postales desde Belén (Los relatos del adviento, El cuento de Palestina)



Fotografía tomada de trajinandoporelmundo.com

Belén, Palestina.

El teniente Maizuradze se hallaba en una cafetería mientras leía con cierto interés el artículo de París Match en el que Carlota Liukin no disimulaba su felicidad por hallarse en en la capital francesa. La expectación por todo lo que ella hiciera era compartida por las niñas que se molestaban si se cambiaba de página.

-¿Puedo saber qué pasa?
-¡Carlota nos encanta!
-¿Cómo supieron de ella?
-¡Por las revistas! Supimos que es famosa ¡y que su novio también es famoso!
-Bueno, eso es cierto pero ¿tienen idea de por qué hablan de esta chica?
-No entendemos francés.
-¿Qué saben de Carlota?
-¡Que patina en hielo y tiene una medalla de oro!
-¿Sólo una? ¿No les dice algo?
-Que va a ganar muchas.
-Tal vez lo haga, lo que no necesariamente significa que pase ¿eh?
-También se ve que usa ropa muy fina y es rica.
-¿Quién se cree esos cuentos?
-Es que parece princesa en las fotos.

Ilya Maizuradze quedó perplejo ante tal argumento, quizás reflexionando en que las pequeñas tenían razón si comparaban sus humildes existencias y pertenencias con la calidad estándar de la vida de la joven Liukin, misma que aun en el mundo exterior eran superior a la que el propio teniente y su familia solían acceder.

-Si quieren, les cuento lo que sé.
-¡Por favor!
-Les confirmaré unas cosas: sí tiene trece años, sí es presumida y sí atiende a los que le piden autógrafos.
-¿Es francesa?
-Casi, ella nació en Tell no Tales pero se tuvo que cambiar de país para practicar lo que le gusta.
-¿Habla inglés?
-Bastante bien, le ayudaba a Anton con su tarea.
-¿Anton?
-Es un amigo suyo, sólo los muy fans lo ubican.
-¿Salió en un comercial?
-No dudo que no tarde en hacerlo.
-¿Usa maquillaje?
-Cuando compite.
-¿La adora todo el mundo?
-Se hace querer.
-¿Su novio Joubert es un príncipe?
-Lamento defraudarlas.
-¿Pero es rockero?
-Eso es más creíble.
-¿Qué podemos hacer para patinar como ella?
-Tomar sus patines y practicar en la plaza.
-¿Por qué Carlota no usa niqab?
-Bueno, ella no es musulmana ni ortodoxa; no sé si en otras religiones usan velos pero su familia es católica así que supongo que ella comparte sus creencias.
-¿Y se lleva con los judíos?
-Oh, oh, qué preguntita… Pero imagino que sí.
-¿Alguna vez vendrá de visita a Belén?
-Es muy difícil, los patinadores no suelen ir a los países en los que no concursan.
-Queríamos que supiera que tiene un fan club con nosotras.
-¿No le han mandado una carta?
-No sabemos a dónde.

El teniente Maizuradze lo pensó un poco: ni siquiera él estaba seguro de la dirección a la cual mandar saludos y Carlota Liukin no se interesaba por las computadoras todavía para abrir un mail, motivo por el que se abstuvo de sugerir alternativas.

-¿Si le ponemos en el sobre que es para ella, cree que la podamos enviar?
-Lamento decir que así no funciona el correo.
-¡Pero todos la conocen!
-No siempre es posible ir contra las reglas.
-¡Lo podemos intentar!
-¿No les preocupa el Mossad?
-No abrirían un paquete.
-Abren todo.
-Les mandamos saludos si quiere.

Él carcajeó enseguida, ni a él se le habría ocurrido semejante gesto ¿de burla o cortesía? con espía alguno y en ese instante no sonaba tan mal.

-¿Qué le enviarán a Carlota Liukin?
-Fotos de nosotras, de cuando la vemos en televisión y las revistas que tenemos.
-¿Ninguna de la ciudad donde viven?
-Es que en todas salen nuestras cabezotas.
-No importa, a ella le agradaría ver cómo es Belén y como la admiran.
-¿Tiene un sobre?
-No, pero pediré una caja.
-¡Así cabrán nuestros regalos!
-¿Cargan con tanta cosa a diario?
-Mientras no sean revistas de chicos, nuestras mamás nos dejan.
-¿Sus padres no dicen algo?
-Que mientras Carlota dé buenos ejemplos, está bien.
-¿Qué quieren decir con “buenos ejemplos”?
-Que no pelee, no haga escándalo, obedezca a su papá y no siga hombres malos.
-Sobre los hombres malos …. Pueden estar seguras de que nadie le permitiría a Carlota Liukin estar del lado de un vago, un impuro o un delincuente.

El teniente Maizuradze sabía que eso último no era posible, no en balde había visto a la jovencita juntarse con su hijo Anton para hacer tonterías y peor, enloquecida de amor por Sergei Trankov.

-Consigamos estampillas, en la oficina de correos de seguro nos darán algo para depositar lo que traen.
-Anotamos nuestros nombres en las fotos.
-Carlota Liukin no sabe árabe.
-Pero tiene asistentes para eso.
-Mejor los traduzco.

El hombre se levantó y dejó en la mesa un billete para saldar su ensalada antes de preguntarse por que ofrecía cierta ayuda y si de forma inconsciente también deseaba avisar a la señorita Liukin de que en aquella parte del mundo un grupo de niñas la admiraba en serio. Más bien, era un ansia de comunicarse con alguien, aunque fuera ella.

-¿Qué le dirán a Carlota?
-¿Usted escribe cuando camina?
-Sí, era normal para mí cuando no había terminado mi tarea escolar en casa.
-¿Le pondría que la amamos y que nos visite y que nos gusta su peinado?
-Desde luego.
-¡Y que deseamos que gane muchas medallas!
-¿Qué hay para los amigos del Mossad?
-Que nos caen bien aunque sean unos metiches.
-¿Les parece bien si decimos “estimados amigos del Mossad, los saludamos aunque metan su narizota en lo que no les importa, entendemos su trabajo y que Allah o Yaveh los proteja”?
-Si leen “Allah” se van a enojar.
-Bueno, sólo Yaveh.
-¿Cree que logremos enviar todo?
-Con saber que Ellie Magazine Israel va incluida, no creo que haya problemas.
-La oficina de correos está allá.

El teniente Maizuradze cruzó la acera hasta un diminuto local que desde hacía días acumulaba la correspondencia de los lugareños, misma que era regresada por las autoridades israelíes después de escudriñar hasta los bordes de papel que la mantenían cerrada. La mayoría de los mensajes iban dirigidos a Gaza y Jerusalén Este, con la esperanza de recibir noticias de parientes o amigos.

-Buenas tardes ¿qué se les ofrece?
-Señorita, venimos a mandar un paquete.
-¿Dónde está?
-¿Tiene una caja?
-Hay varias por aquí, ésta servirá si no va a meter mucho.
-Un par de revistas y fotos.
-¿Trae estampilla?
-Compraré una, es para correo internacional.
-Entonces su paquete nunca saldrá.
-¿Sabe por qué?
-El gobierno de Israel ha bloqueado los envíos hasta que haya bajado la amenaza terrorista.
-Por favor, nadie es tan idiota como para atacar alguna ciudad fuera del muro.
-Ellos dicen que somos terroristas suicidas, aunque han sido hechos aislados.
-Supongo que haré el esfuerzo por pasar con esto en Jerusalén.
-¿Hará fila?
-Tengo una tarjeta del Gobierno Mundial.
-Si mi esposo tuviera una…
-Perdón.
-¿Algo más en que pueda servir?
-Así está bien, de todas formas gracias.

Ilya Maizuradze abandonó la oficina junto a las chiquillas y con desenfado se sentó en la banqueta mientras ellas lo rodeaban.

-Entonces ¿usted va a Israel?
-No precisamente.
-Es que tenemos amigas allá y nunca podemos escribirles.
-Eso debe cambiar.
-A una de ellas la castigaron por mandarnos pósters.
-¿De verdad?
-Es que ella se llama Claudette Milman y es judía. Vive en Tel Aviv.
-¿Cómo la contactaron?
-Uno de nuestros hermanos tiene un café internet y nos ayudó a abrir un foro de fans de Carlota. Claudette se unió y otras niñas la siguieron, pero a ella la descubrieron y no sabemos qué le pasó.
-Puedo mandarle un mensaje aprovechando que voy para allá. Denme su dirección y escríbanle, confíen en mí.

El grupo comenzó entonces a dictar una serie de frases del tipo “te extrañamos”, “esperamos que puedas ir a Bompard” y “te queremos mucho” mientras alistaban una muñeca de trapo y una cajita como muestra de su cariño.

-¡Maizuradze! ¿Ahora qué te traes? - dijo un hombre al encontrarlo.
-Niñas, les presento a mi amigo…. A Vladimir Putin pero le pueden llamar “tío Vlad”.
-¿Qué haces?
-Quieren que lleve sus mensajes al mundo exterior.
-¿Para quiénes?
-A una chica de Tel Aviv y a Carlota Liukin.
-No me recuerdes a esa insolente.
-Cállate, hay niñas presentes.
-Da igual.
-Casi nos vamos, lo prometo.
-Qué bueno porque en Moscú nos esperan unos cuantos papeles.
-¿Por qué no te relajas?
-Corremos peligro.
-Es un muro, no una bomba.
-La que no ha caído por el favor de alguien.
-Ambas partes entenderán que los enemigos son quienes quieren verlos peleándose.
-¿Ves este reloj? Cuando lo tire a la basura, eso pasará.
-Soy optimista.
-Nos espera un convoy en el desierto.
-No voy a tomar camino hoy.
-Se te agotan los permisos.
-Hay mensajes que enviar.

El teniente Maizuradze volvió a su redacción y corrigió todo lo que las niñas pedían asegurándose de no afectar la oración de las cinco ni que nadie se ofendiera por ser cortés con ellas, pero no era necesario. Con sólo pronunciar “Carlota Liukin” una y otra vez, cualquiera sacaba una sonrisa.



En 2015 se termina la sexta temporada pero hay más que contar y novedades que mostrar; pero por compartir, leer, sugerir y estar al pendiente del blog este 2014, les doy las gracias. 


sábado, 27 de diciembre de 2014

En el valle de Hesparren (Los relatos del adviento)


Después de de infructuosas visitas a la pista de hielo del pueblo, Tamara había permanecido encerrada en casa, arreglando el huerto de manzanas y leyendo mientras su madre la contemplaba sin saber como quitarle la apatía. Por otro lado, Bernard Didier todos los días reprochaba algo: que si los árboles estaban maltratados, que la prensadora se utilizaba mal, que el jugo natural sabía amargo... Su hija sólo encogía los hombros con total indiferencia.

-Mañana es 14 de julio, habrá un desfile ¿van a ir?
-Tengo manzanas que recoger.
-Hija, anímate... Bernard, dile que venga.
-Prefiero que se quede a terminar en la huerta.
-Por fin estamos de acuerdo en algo - señaló Tamara, quien enseguida retomó su libro y se recostó sobre el sofá, ignorando por completo las labores domésticas y el humo del cigarrillo de su padre.

-¿Aun tienes algo que hacer?
-Hago un esfuerzo por no vomitar tu sopa del mediodía, mamá.
-Me refería a los manzanos.
-No he terminado con las serpetas*.
-Sal a que te dé aire.
-Tomé mucho en la mañana.
-¡Por lo menos recoge la escalera!
-Lo tenía pensado.
-¡Pues ve ahora!
-¿Es muy necesario que me levante?
-Nunca me enojo contigo pero te ordeno que termines tu recolección y hagas la de mañana porque me acompañarás al desfile ¡Y quiero esa escalera en la bodega cuando acabes!
-Con un "por favor" era suficiente.
-Por favor.

De mala gana, Tamara se puso de pie y salió a su jardín, mismo al que no le había hecho gran cosa por encontrarse eliminando la plaga del árbol más frondoso. Algunas ligeras marcas a consecuencia de un ramazo daban fe de lo peligroso que se estaba tornando aquel trabajo; además de que la recolección iba con retraso y una cantidad suficiente de licor de manzana no estaría listo para Navidad.

-Estúpido estómago, cómo duele - se reprochaba mientras lidiaba con unas hojas que se estaban secando. El otoño había llegado con antelación al valle.

-Ouch, ouch, arde, arde - exclamó al sentir el corte con unas hojas, mismas que arrojó al pasto y aplastó en venganza - Este árbol siempre ha sido un desgraciado - y continuaba con las quejas mientras iba a la toma de agua y llenaba un cántaro para limpiarse la herida.

-Qué horror, ya me irritó, terminaré usando otras pinzas - exclamó mientras buscaba una toalla para secarse - Odio a esos gusanos, ¿nadie atiende los manzanos cuando no estoy? Duele, duele, necesitaré cinta - y al tiempo que solucionaba su molestia, su madre le decía a alguien que podía pasar a verla siempre y cuando no la interrumpiera.

-¡Tamara! Tienes visita.
-Estoy ocupada ¿o es la policía?
-¡Es Christophe Simond, quiere hablar contigo!
-Que venga hasta acá, tengo que seguir quitando serpetas!
-¡Pasa, Christophe! Luego les mando algo de beber, si quieres ayúdala.

El hombre atravesó el huerto y se acercó a Tamara con una sonrisa, sin preguntar que incidente la forzaba a lavar sus manos con abundante jabón.

-Usa otras pinzas.
-Ya lo sabía, compraré otras cuando acabe lo del desfile.
-¿Vas a celebrar con tu familia?
-No tenemos planes, sólo ir a ver botargas y gritar que amamos a Francia y a la revolución, tonterías luego.
-Los manzanos lucen sanos.
-En cuatro días estarán limpios.
-No son los únicos con plaga, en otras granjas hay arañas rojas.
-Me alegra no lidiar con eso.
-Me contaron que fuiste a buscarme.
-La semana entera, ¿dónde andabas?
-En un seminario en Ustaritz, quieren abrir su propio club de hielo.
-Me parece bien, ¿sigues a cargo aquí?
-Sí, pero delego más, ja ja.
-Quería preguntarte algo.
-¿Qué podría ser? No pertenezco a las grandes ligas.
-Era algo personal.
-¿Era o es?
-Personal - profesional, no es complicado.
-¿Qué deseas?
-Preguntarte si tienes grupos para niños, me ofrezco a entrenarlos.
-¿Carlota Liukin dejó de pagar?
-La verdad es que me metí en problemas y me urge el dinero.
-¿Es por Luca Fabbri?
-Sigue burlándote, cuando te dé el puñetazo no te sorprendas.
-Tamara, puedo darte el empleo, empieza pasado mañana a las siete; terminas a las dos, te da tiempo de atender la huerta.
-Gracias.
-Ni siquiera debiste pedírmelo, con que te presentaras era suficiente.
-¿Cómo iba a saber?
-Tamara, somos amigos, yo comprendo.
-¿Qué comprendes?
-Todo, por algo te fuiste ¿no?

Ella sonrió.

-Tengo prioridades.
-No voy a irme.
-Lo sé, es sólo para que no te aburras si no hablo.
-Es una lástima que no me cuentes.
-¿De qué?
-Liukin y su cambio de dirección.
-No importa quien la entrene; si la soporta podrá montarle cualquier estupidez que parezca espectáculo del Bolshoi.
-¿Te agrada lo que hace, verdad?
-Mucho, nunca patiné así.
-Pero me encantaba tu manera de hacerlo.
-Oí que le quieren poner a Tatiana Tarasova o Elena Buianova, Carlota les caería bien pero a los cinco minutos la van a ahorcar. 
-No es tan mala.
-¿Crees que Carlota Liukin no es una pesadilla? Es la chica más arrogante y vanidosa que he conocido, una vez que te encanta lanza el peor de los zarpazos ¡y es una diva! Te juro que en Tell no Tales nadie la quería cerca durante las prácticas.
-Honestamente, en los reportajes que vi, ella parecía muy dócil.
-Atiende indicaciones pero algo pasa; a lo mejor porque la cuidaba, no sé.
-¿Hacías eso?
-Su padre lo intenta pero nada le sale bien con sus hijos y con Carlota menos. Le ayudaba y también fue malo.
-¿Es por disciplina?
-Ella se aplica y realmente progresa, pero está chiflada. La Carlota Liukin que yo conozco es insegura, ansiosa, caprichosa y una rata.
-¿Tan horrible es?
-Nada aprecia, todo le parece fácil, nada le cuesta y peor: ¡siempre se sale con la suya! No sé como lo hace, pensé que si la ponía a lavar platos, sacudir muebles o responsabilizarla totalmente de su gatito le ayudaría pero pasó lo contrario.
-Me recuerda tanto a ti.
-¡Hey!
-Eras tan presumida que ni yo te aguantaba.
-Claro que no.
-No llegabas a ser rata pero casi.
-Christophe, no quiero que Carlota entrene con eminencias, hasta sería demasiado, ella es tan .... Su talento me sobrepasaba y sobrepasó a Ingo Carroll, a Alexei Mishin y a Pasquale Camerlengo cuando fue a probarse de niña.
-El crecimiento puede detener esto.
-Christophe, no sé que hacer.
-Enfocarte en tu juicio.
-¿Y Carlota?
-También tienes que pedírmelo, acepto tu intercambio.
-Me entiendes siempre.
-Una condición, dame un beso.

Tamara sujetó insegura las manos de Christophe Simond y este ladeó su cabeza un poco para besarla bien. Ella se tensó.

-Tan bueno como la última vez.
-Calla.
-Sigo soltero.
-Soñaba con eso hace diez años, luego vino Gwendal.
-Te dije que aquí esperaría.
-No me agrada que lo hayas hecho.
-¿Quieres que te ayude con la cosecha?
-Con las serpetas.
-Será un placer ¿tú recogerás frutos?
-No he cubierto mi cuota.
-Me encanta tu manera de cortar manzanas.
-Me pondré a escogerlas.
-Bienvenida a casa.

La mujer sonrió y colocó una canasta en su brazo mientras Christophe se ocupaba del árbol. Cuando Tamara era una niña, él solía auxiliarla con las plagas y no temía tocar insectos u arañas con sus dedos, en más de una ocasión ambos se habían divertido contándolos o habían regresado de su entrenamiento para pasar la tarde en la huerta.

-¿Has venido a visitar a mis padres?
-De vez en cuando, es para saber de ti.
-No sigas.
 -Tamara, crees que no me importa pero creí que estabas cometiendo un error con Gwendal.
-No hablaré del tema.
-Pero yo sí... No te cuesta nada admitir que no me escuchaste.
-Christophe, se te olvido que me mudé porque iba a ser complicado progresar contigo a mi lado, como entrenador no eras tan bueno como ahora.
-Tu abuela no era mejor.
-Más ambiciosa sí. 
-Pero saliste corriendo por un chico, no por ella.
-Te quedaste con una idea equivocada sobre mi partida.
-¿Por qué te marchaste?
-En Lyon se organizaban mejor las cosas y tuve coreógrafos importantes.
-Lo que teníamos era perfecto.
-Christophe, no puedo regresar el tiempo. Lo que sentí a los dieciséis no se compara con la impresión que me causas a los veintiséis.

Tamara no quiso dar más explicaciones y en silencio recogió algunas manzanas de buen aspecto, mientras se debatía en vender las más maduras a las granjas o aprovecharlas como relleno de pasteles. Su amigo en cambio contemplaba con curiosidad de niño a las serpetas antes de molerlas con sus manos.

-¿Te gustaría salir esta noche?
-En el pueblo está todo cerrado.
-¿Nunca te gustó la víspera del 14 de julio?
-Es mi día favorito y no es sarcasmo.
-No te vez contenta.
-Mi padre es un idiota y mi madre una sumisa, ambos se juntan y me hacen querer huir; me choca el campo y ciertas personas que vienen a burlarse.
-¿No soy de esas?
-Estás a nada.
-Te invito a cenar.
-A tu casa no voy.
-¡Oh, vamos!
-A solas contigo, ni a la esquina.
-Aquí somos tú y yo.
-Mi madre nos espía, mira.
-No señales.
-Lo más que puedo hacer por ti es decirte que en esta casa la cena es un estofado de res.
-Amo los estofados de los Didier, deliciosos.
-Yo paso.
-Tienes que comer.
-No he vomitado en dos días, si te consuela.
-Una marca ¿no?
-En realidad es por la avena matutina, leí que es buena para el estómago.
-No tardarás en soportar comida de verdad.
-¿Ensaladas? Esas no son rechazadas por mí.
-Me refería a comida completa.
-Ah, no me gusta el sabor.
-Mentirosa.
-Bueno, lo que cocina mamá es tolerable.
-Es maravilloso.
-Christophe, tus coqueteos no funcionan.
-El primer amor nunca se olvida.
-No fui el tuyo.
-Estuviste cerca.
-¿Cuándo entenderás que cambié y entendí que no me hacías sentir lo mismo que Fran Herranz y que no te amé con la devoción que le tuve a Gwendal Mériguet? Eras mi maestro, solamente lo asumí.
-Diez años después nos seguimos gustando.
-Impresión de volver a verte, espejismo y eres viejo.
-No soy viejo, sólo te llevo doce años.
-Ja ja, quédate con nosotros, el sofá es un buen lugar.
-¿Quién le avisa a tus padres?
-Diles que vas a tu casa después del desfile.
-Hecho.
-¿Qué esperaras?

Christophe descendió y notando que Tamara estaba próxima, se aventuró a robarle un beso mientras Anne Didier se emocionaba desde su puerta, omitiendo que su hija sacudía la cabeza sin molestarse.
Esta última sólo pensaba en la forma de rechazar a ese pretendiente expectante, así le hubiese rescatado una emoción olvidada por mucho tiempo: la euforia posterior a saberse deseada.



*Glosario:
Serpetas

miércoles, 24 de diciembre de 2014

El cuento de Navidad (Los relatos del adviento)


Julia Lipnitskaya y Maxim Kovtun / Foto cortesía de tumblr.com/tagged/yulia+lipnitskaya

Carlota Liukin fue enviada a casa el 13 de julio, día en que coincidentemente cesaron las lluvias de cristales de hielo. Ella miraba a la calle desde el asiento de un taxi y su padre le advertía que las cosas eran distintas a lo planeado.

-¿Encontraron a Tamara?
-No y eso me preocupa.
-¿Le avisaron a la policía?
-Sí y debo decir que no les interesa mucho el reporte.
-¿Algo más que haya que saber?
-Que en la casa te esperan con una gran fiesta.
-Me parece bien, gracias papá.

Carlota sonrió y se dedicó a revisar su celular, mismo al que llegaban constantemente los mensajes de Joubert Bessette, mismos que la ponían contenta a pesar de ocultárselos a su padre.

-¿Admiradores? - preguntó él.
-Todos me desean cosas buenas.
-Cambiaré tu número.
-Sí, es mejor.
-Por cierto, ¿ya leíste las noticias?
-¿Cuáles?
-Sergei Trankov fue visto por última vez en Voronezh, Rusia.
-Qué buena noticia.
-No volverás a verlo.
-Claro que no.... ¡No, jamás! Él definitivaente se fue, se esfumó, adiós, adiosito.
-Me alegra que lo tomes así.

Ella disimulaba que su padre estaba equivocado y que a la distancia, Trankov la seguía, no porque al fin la apreciara, sino porque habían personas nuevas alrededor y se aseguraba de que fueran confiables.

-Al fin dejé de ver al mensajero.
-¿A quién?
-Al mensajero, el que te inundaba de cosas.
-Qué raro chico.
-Nunca lo vi irse del hospital.
-A lo mejor lo mandaba alguien.
-Sí y sé que fue Joubert Bessette.
-¿Qué?
-Honestamente ¿quién más sabría que te encantan las lilas y que detestas leer cartas?
-Pero me llevaba de todo.
-Estaba a punto de decirle que tendríamos una discusión si no se iba. Carlota, espero que hayas arreglado tus asuntos porque los chicos se acabaron para ti al menos un tiempo. Te inscribí en la escuela, busco junto a Haguenauer a un entrenador, tuve casi que arrodillarme ante la prensa para que te dejaran en paz y aun hay que justificar tus lesiones.
-Haré mi parte, papá.
-Confío en ti.
-Supe que le prohibiste a Joubert verme.
-La próxima vez que se acerque, lo llevaré con la policía.
-No hagas eso.
-Su lugar es la prisión, tú lo sabes mejor que nadie.

Carlota bajo la mirada y continuó respondiéndole a su chico, no sin advertirle que las cosas estaban mal y que luego lo veía. Poco después, el auto se detuvo frente a la casa de Romain Haguenauer.

-¡Bienvenida Carlota! - clamó este último al verla descender y la recibía con un fuerte abrazo.
-Hola, ¿cómo estás?
-Feliz, tienes que ver cómo me has dejado la estancia.
-No estuve aquí.
-Ese chico, el mensajero, no ha parado de acomodar tus regalos.

Al ver a Miguel Ángel, la joven le hizo la seña de que se ocultara, misma a la que el otro hizo caso sin entender bien porque lo pedía.

-Al menos no es tu "noviecito" Joubert.
-No empecemos, Romain.
-No se te acerca más, eso es ganancia.

Ella omitió la respuesta y prefirió saludar a sus hermanos, mismos que la veían igual que a una plaga.

-Llegó la "señora importante".
-Te extrañé, Andreas.
-El enano y yo, nunca.
-Al menos a mi si me aprecian, no como a otros.
-Adrien tiene pesadillas contigo.
-Entonces si me quiere.

Los tres hermanos entraron al detectar al unísono el aroma de las botas de queso con nuez que Judy Becaud acababa de preparar. Esta incluso, les servía jugo de manzana para que no pelearan por quien tenía "preferencia".

-¡Que bueno que llegaste, Carlota!
-Judy, eres un ángel, siempre cocinas lo que me gusta.
-Miguel Ángel me lo sugirió.
-¿Quién?
-El mensajero.
-Es un poco extraño.
-Como siempre entrega lo que Joubert te manda, imagino que te ha de conocer un poco.
-Cuando termine, lo despediré para siempre.
-Por lo menos deja que coma algo, ha cargado un montón de cajas.
-Que mi papá no lo vea ¿Puedo tomar esto?
-Adelante.
-Judy, que bueno que te encontramos, te adoro.
-Gracias, cielo.
-¿Cielo? Así me dice mi papá.
-Me lo pegó.
-Ahora regreso, Judy.

La joven Liukin sostuvo una charola con más bocadillos y buscó al mensajero cerca de las escaleras, donde sólo podía verlo Sonia Liukin, misma que no se decidía entre acercarse o permanecer en su cuarto.

-¡Mensajero!
-Señorita Carlota, creí que estarías aquí más tarde.
-Cambio de planes... Toma, son para que no te dé hambre.
-Gracias, en un momento termino con tus cosas.
-¿Te parece bien recibir una propina?
-No la necesito.
-Bueno, entonces paso a lo siguiente.
-¿Qué se te ofrece?
-Cuando termines sólo despídete. ¿Ya acabaste aquí?
-No entiendo.
-¿No hay más paquetes para mí?
-No.
-A eso me refiero, si no hay más, adiós.
-Mmh, bien, yo no quería irme.
-¿Tu autógrafo, verdad? Aquí lo tienes.

Ella tomó un trozo de papel y escribió una dedicatoria muy breve, pero ilustrada con corazones y estrellas. Miguel lo tomó pensando que era natural.

-Au revoir.
-¿Quieres que me vaya?
-No tienes más trabajo por hacer.
-Es que no me puedo separar de ti.
-¿Qué dices?
-Es que todavía hay mucho que recibir...
-¿Joubert sigue enviando cosas?
-Quería llevarte al Canal St. Martin.
-¿Es una cita secreta? Me lo hubieras dicho antes ¡Voy a arreglarme para ver a Joubert!

Carlota corrió por la escalera y rápidamente se instaló en su habitación, eligiendo enseguida un suéter gris, una blusa negra y cambiando su peinado a una trenza. En el bolso llevaba sólo el teléfono y algunos pañuelos.

-¡Vámonos!
-¿Es en serio?
-Joubert me está esperando, gracias mensajero.

Carlota tomó de la mano a Miguel y él se apresuró a salir del lugar sin que nadie se diera cuenta. Cómo conocía bien la ciudad, rápidamente "tomó prestada" una bicicleta y tomó rumbo al este. Como la joven Liukin no entendía de señales angelicales, no imaginaba que su acompañante le ordenaba a sus colegas encontrar a Joubert Bessette.

¿Cuándo te dijo que me guardaras el secreto? ¿Ayer?
-Es que no es un secreto.
-Te mereces el paraíso, eres un gran chico.

En lugar de aclarar las cosas, Miguel sucumbió a los halagos y pedaleó más fuerte, sin imaginar que Joubert Bessette se dirigía a Montmartre y antes había decidido pasar por St. Martin. Las coincidencias eran parte de la vida de Carlota.

-¡Ya lo vi! Detente mensajero.
-Ten cuidado.
-Voy a pedirle a tu jefe que te ascienda, eres grandioso, Miguel.

Carlota besó a Miguel Ángel en la mejilla y por demás feliz, se aproximó a Joubert Bessette.

-¡Joubert, Joubert! - gritó ella.
-¡Carlota!
-¿Esas flores son para mí?
-Las compré por aquí.
-Son hermosas ... ¡Tenía tantas ganas de verte!
-Pensé que estarías con tu padre.
-¿Perderme nuestra cita? Nunca.

Contrario a lo que ella acostumbraba, ambos se dieron un tierno beso.

-¿Quieres caminar?
-Me encantaría, Joubert.
-Ven, adelante está más lindo.

Carlota creía estar en un sueño cuando él le tendió la mano y la estrecharon fuertemente; no pasó mucho para que distinguieran a una familia de patos y encontraran una banca en donde conversar.

-¿Te dieron de alta o hay que cuidarte en casa?
-No debería estar aquí, pero no me perdería esto contigo.
-Hay que ir con tu padre.
-No quiere que nos volvamos a ver.
-¿Qué vamos a hacer?
-Habla con él.
-Esperemos que no me corra como la última vez.
-Mi papá es muy comprensivo, ya verás.
-Más que el mío, sí.
-¿Por qué lo dices?
-Discutimos, como siempre.
-¿Qué tal?
-Me apunté en los cursos de un colegio en Ilê de la Cité y el se molestó mucho.
-¿La escuela de música?
-También es liceo, no me caería mal estudiar.
-Te apoyo con eso.
-Supe de mamá.
-Oh, ¿todo bien?
-Empeoró y no puedo verla.
-¿Por qué?
-Tengo una orden restrictiva, yo no sabía.
-¿Cómo pasó?
-Llamé a un abogado.
-Pero ¿dónde está ella?
-En una clínica de cáncer en Suiza.
-¿Has intentado verla?
-La semana pasada fui a Berna, nadie me supo decir nada.
-¿Le has llamado?
-¿Por qué crees que mi padre me regañó?
-Es que no entiendo, deberías estar al lado de tu madre.
-Eso mismo digo.
-¿Tu padre no piensa hacer nada?
-No mueve un dedo si no hay un trago, lo viste en Hammersmith.
-Puedes buscarle ayuda.
-He visto a Andrew Bessette ebrio desde que era niño, lo he llevado a desfilar por desintoxicación una y otra vez, intenté hacer algo por él; tal vez no he insistido más.
-Te quiere, lo sabes.
-A veces te envidio, Carlota.
-Tienes a tu mamá.
-Pero la tuya te amaba y tu padre por lo menos se ocupa de ti.

Carlota guardó silencio y para reconfortar a Joubert, posó la cabeza en su hombro.

-Supe de tu cena con amigos.
-Haguenauer y Judy lo son, el resto es familia.
-No estoy invitado.
-Lo estarás.
-Hay otra cosa.
-¿Qué te causa gracia?
-Tu amigo, Anton.
-¿Qué hay con él?
-Me llamó para saber cómo estás.
-¿Qué le dijiste?
-Que te encuentras bien.
-¿No te hablo de los demás?
-¿Judy no te dijo que David y Amy están aquí en París?
-¿Cuándo pasó?
-No me dieron detalles, pero dile a Judy que ya sabes y que Anton le manda saludos.
-¡No voy a estar sola! Bueno, no lo estoy pero tendré con quien platicar.
-Me caen bien tus amigos.
-No conozco a los tuyos.
-No tengo, es la verdad.
-Pero habrá, te lo aseguro.
-Es hora de que vuelvas.
-Joubert, te invito a mi fiesta.
-No me dejarán pasar.
-Hoy si.

Carlota se incorporó y estrechó a Joubert con ternura, mientras él le correspondía con guiños coquetos. Él amaba hacer eso.

jueves, 18 de diciembre de 2014

La otra vida (Los relatos del adviento)



Imagen cortesía de solobebes.org

Bérenice Mukhin acostumbraba ver las estrellas cada jueves y aprovechando que Luiz dormía, se aproximó a su ventana para ver a las prostitutas que recogían a sus hijos con las vecinas de los edificios del frente. En la Tell no Tales del espejo casi nadie admiraba esas tiernas imágenes que alegraban la noche y aligeraban el ánimo.

-Una criaturita está llorando - advirtió Bérenice al distinguir entre la gente a una mujer que intentaba calmar a su hijo arrullándolo y besándole la frente - Ella se ve tan feliz….

La joven permaneció asomada un buen rato, imaginando cómo se vería si su vientre alguna vez creciera y pudiera sentir cómo daba vida a una hermosa niña o a un lindo chico; no obstante, recordara de inmediato su aborto cercano y los tres que había sufrido antes, llenándola de desilusión y tristeza.

-Si tuviera la oportunidad, si me dejaran hacerlo - lloró - Por favor, por favor, por favor, quiero ser mamá, sería la mejor del mundo, prometo a cambio no ser tonta, deseo tener un bebé - y reiteró aquello durante la noche, aun cuando se recostó al lado de Luiz y lo abrazó para no sentir frío. Posiblemente, por creer que funcionaría, ella jamás quitó su mirada de las estrellas.

Alía d siguiente, Bérenice se colocó ante la mesa del comedor y enseguida tomó un vaso de jugo mientras hojeaba el periódico para ver si encontraba alguna novedad sobre Sergei Trankov, quien desde su “escape” había acrecentado su fama entre las dos dimensiones.

-¿Vas a ir al trabajo? - interrumpió su padre.
-Sí, pero todavía es temprano.
-¿Tu jefe sabe?
-Le avisé ayer, me dijo que llegara a la una.
-¿Qué hora crees qué es?
-Las doce.
-Doce y media.
-De todas formas no tengo mucha prisa.
-No quiero que te retrases.
-No pasará, papá.
-Tú lo dijiste…. Por cierto, prueba esto, Luiz hizo pan francés.

Berenice no dudó un momento y puso alimento en su boca, saciándose momentáneamente y declarándose lista para comenzar el día, así hubiese olvidado cambiar sus pantuflas.

-¿A qué hora vas a llegar?
-A las diez pero el sábado.
-¿Mañana o noche?
-Noche, esta semana no me quedaré a hacer limpieza.
-De acuerdo, salúdame a tu jefe.
-Lo haré, papá.

La chica sonrió sutilmente y vio a su novio preparando más jugo, creyendo que a él también se le consumía el tiempo.

-¿Te llevo al trabajo? - preguntó él.
-Claro, ¿qué harás hoy?
-Conseguí que me encargaran reparar unas persianas en el barrio ruso y voy a ayudar con una mudanza.
-Perfecto, podemos almorzar juntos.
-¿Empanadas?
-¡Me gustan, si! Con mucha carne, por favor.
-Y también te tengo que avisar algo.
-¿Qué?
-Voy a estar decorando una casa en Láncry para una fiesta “senegaláise”
-¿Qué es eso?
-No tengo idea.
-¿Y dónde está Láncry?
-Es un barrio que en este espejo no existe.
-Qué raro, sabía de gente sin gemelos pero no de vecindarios.
-Beberán salkau, con suerte te toca entregar el pedido.

Bérenice aplaudió un poco y apuró su desayuno en vista de que no saldría sola, pero no olvidó en ningún instante ponerse un gorro, agarrar un suéter y abrazar a su padre.

-Nos vemos mañana, papá adorado.
-Cuídate, hija. Luiz estás a cargo. Diviértanse y no se olviden que me quedo aquí.
-Vendré a ver cómo está - dijo el chico y junto a la joven, se aprestó a cruzar el espejo, no sin antes darse el beso de la buena suerte. Afuera los esperaba un clima caluroso.

-Debo quedarme, ten un lindo día y vienes a comer conmigo - pronunció ella dulcemente ante la puerta de la cantina y abrazó a Luiz firmemente, con ganas de que no se alejara y conversara con ella el resto de su jornada.

-¡Demasiado cariño antes de las tres hace daño! - señaló Evan Weymouth como alegre saludo al distinguirlos en la banqueta, estrechándoles la mano en añadidura y preguntando qué se habían hecho los vestidos cortos y el cabello alborotado que alguna vez distinguieron a Bérenice.

-Por el momento no usaré nada de eso, pequeño jefe.
-La clientela los va a extrañar.
-Cuando me sienta mejor, me pondré muchas cosas nuevas.
-Qué bien. Luiz, te robo a la chica, hay que servir tragos.
-Te veo más tarde, amor - recalcó ella a su novio y él la observó entrando al local, saludando a los parroquianos y siendo recibida por un Don Weymouth que agradecía al cielo y colocaba a la muchacha detrás de la barra.

-No quiero bailecitos ni tonterías - se oyó hasta la acera y Bérenice pronto comprendió que su labor sería la de llenar jarras y tarros mientras Evan trataría de cubrir las mesas. La única cosa que ella podía hacer fuera de su lugar era programar música.

-Adiós, hermosa - exclamó Luiz haciendo el ademán de despedida y ella respondió con una enorme sonrisa.
-Ya estuvo bueno de coqueteos, a trabajar - exigió Don Weymouth.
-De inmediato, jefe.
-Estaré en la cocina, tengo un pedido que aún no queda bien, cualquier duda ve a tocarme y por favor, saca la basura a las diez.
-Entendido, no se preocupe.
-A veces tiemblo cuando dices eso.

La joven permaneció recargada en la barra y se distrajo viendo a Evan que limpiaba el piso y era presa de las crueles bromas de los pescadores, mismos que le pedían a la muchacha que dejara su puesto y se sentara a platicar con ellos, no sin quejarse porque “estaba tapada como monja”.

-Todavía están sobrios - notó Evan mientras el resto de la clientela arribaba a buen ritmo, dejando las primeras propinas. Algunas chicas saludaban a Bérenice y le preguntaban cómo estaba, sin pedir más razones de su ausencia.

-¿Podrían ponerme algo de merengue? - clamó ella al cabo de un rato, cuando las órdenes empezaron a llegar como lluvia y un visitante de nombre Moussa Diallo le hizo caso antes de pararse frente a ella.

-Buenos días, busco al señor Don Weymouth.
-En un momento le llamo, está ocupado.
-¿Podrías servirme algo?
-¿Cerveza, vodka, vino, salkau?
-El salkau es para otra gente.
-Bueno, ¿algo suave?
-Soda, no busques más.
-Aquí tiene, en un momento mi jefe lo atiende.

Berenice giró hacia atrás, tocando la puerta de madera sutilmente.

-Adelante.
-Jefe, un hombre le busca.
-¿Quién?
-Alguien de nombre ¿mousse?… Parecido.
-¿Qué quiere?
-No le pregunté.
-¿Le ofreciste algo de tomar?
-Soda.
-Bien, déjame ver de qué se trata y mientras ayúdame. Vierte el dulce de ese bote y sigue mezclando, pruébalo si tardo mucho.

Ella obedeció al instante sin importarle su inexperiencia con el salkau, pero el aroma del dulce de leche la motivaba a mover una gran cuchara y cayó dos veces al suelo por la fuerza que debía imprimir para lograr el toque perfecto. Ella reía y reía.

-Deja de jugar - le dijo Evan cuando entró a cambiarse al vestidor.
-Ay, pequeño jefe, es que me sale tan mal.
-Para ser la primera vez, pareces niña.
-Ni siquiera sé si estoy revolviéndolo.
-Hay que darle el sorbo - agarrando un vaso.
-¿Qué tal?
-Sabe muy bien, toma.
-Qué dulce.
-Esto ya está, déjalo.
-Pensé que era licor.
-No está muy fermentado, espera dos días.
-¿Qué tal los clientes?
-¿Extrañas tu fiesta?
-No me aburro.
-¿Estás bien?
-Sí, la barra es muy difícil.
-No, lo que quiero decir es si te sientes bien, es que cuando supe lo que te pasó…
-Descuida.
-¿Segura?

Ella asentó, así tuviera una molestia: de manera persistente, el llanto de un bebé le llegaba a los oídos y aunque buscaba su dirección de origen, no lograba ver nada.

-Bueno, te dejo, tengo que ir a resolver un problema.
-¿Cuál, pequeño jefe?
-Quien pidió este barril desea que lo llevemos a su casa ahora.
-¿Por qué?
-Va a iniciar su fiesta de cumpleaños y quiere los invitados no mueran de sed.
-¿Justo ahora?
-Son personas que han venido de Senegal. Voy a Láncry, luego nos vemos.
-¿Láncry?
-Es el barrio del norte. Mejor vuelve a la barra.
-¿Si te acompaño?
-¿Qué? ¿Quién se va a quedar atendiendo acá?
-Tienes razón, pequeño jefe. Suerte.

Bérenice retornó a su labor sintiéndose un poco triste porque Evan Weymouth siempre la invitaba a sus excursiones y ahora había hecho una excepción inexplicable, a pesar de que necesitaría ayuda y su viejo padre no se la brindaría.

-El carpintero colocó lo que le pedí en las paredes, lástima que no hayamos podido armar el escenario - comentaba Moussa Diallo coincidentemente, como si ese detalle le diera risa. Poco después entraría Luiz a anunciar que contaba con material para una tarima.

-¡Amor! - gritó Bérenice.
-Te vine a ver antes.
-¿Cómo vas con tu encargo?
-Terminé con los rusos muy temprano pero ahora arreglaré la casa de Láncry.
-¿Ustedes dos se conocen? - intervino Diallo.
-Es mi novio.
-Tienes suerte, es un buen chico ¿Por qué no la llevas a mi fiesta?
-¿Me darían permiso de ir?
-Señor Weymouth ¿Puedo ocupar a la señorita? Necesito gente que me ayude a atender a mi familia y ustedes son los expertos en salkau.
-Le mandaré a Evan.
-Pero mire a esta muchacha, se nota su entusiasmo.
-Bérenice tiene pendientes.
-Sólo es un día, además, se ve que sabe de música y no quiero que nadie se aburra.

Bérenice puso cara de súplica y bailó un poco.

-Evan me va a reportar cada hora que haces, mujer.
-¡Gracias, jefe!
-Pero no te quiero con el novio al lado.
-Prometido.
-Los quiero de regreso en la noche, sin pretextos.

La joven besó el rostro de Don Weymouth y salió deprisa, no sin ver cómo Evan hacía lo que podía con el barril.

-¿Le diste el visto bueno al salkau? - preguntó el señor Weymouth a su hijo.
-Nos van a pedir para otra ocasión.
-Confiaré a ciegas, me cuidas a esta niña.
-Es un trato.
-Evan - añadió en voz baja - Entre más temprano salgan de ahí, te lo agradeceré, la chica anda rara.
-Cuenta con eso.

Luiz y Bérenice abordaban la camioneta de Moussa Diallo en la parte trasera, con el propósito de cuidar la bebida y también de saciar la curiosidad de ver Láncry. Algo nuevo fuera del espejo no era cosa de todos los días.

-¿Te pasa algo? - quiso saber Evan Weymouth al ver a Bérenice volteando a otra parte.
-No me hagas caso, creí escuchar a un niño, pequeño jefe.
-Aquí se la pasan gritando por sus madres borrachas.
-No lo sabía.

La desconcertada joven optó por recostarse en el hombro de Luiz para reflexionar en aquello pero los gritos del ficticio niño retaban su paciencia.

-Bérenice, si no te sientes animada, no hay problema con que te vayas.
-No es eso, es que voy a un lugar que no conozco - sonriendo - Ojalá nos guste.
-Menos mal, pensaba que estabas oyendo voces.

Ella casi delataba que así era, pero su intranquilidad se compensaba por la imprudencia de Moussa Diallo al volante, que por la urgencia de no ser descubierto fuera de su oficina, tomaba ventaja de su velocidad para esquivar otros vehículos.

-Perdón, se me hace tarde - se disculpaba el hombre sin saber que a los otros tres les aterraba más que el barril se tambaleara, aunque tampoco se quejaban.

-Casi llegamos, déjenme dar la vuelta.
-Jure que esto se va a acabar - suplicó Bérenice poco antes de que se detuvieran y ella en consecuencia sufriera un golpe en la frente.

-¿Estás bien?
-No me hagan esa pregunta, ouch.
-¿Todo bien?
-Es nada, yo .... - La chica entonces volteó hacia atrás, perturbada por el llanto de una chiquilla al que seguía una voz distinta, más lejana pero igual de molesta.

-Si fuera mamá, mis hijos nunca gritarían.
-Bérenice, ¿quieres descansar?
-A mí me dieron permiso de servir a los clientes, no voy a sentarme ni a irme.
-No te enojes.
-Luiz, ayúdanos a bajar el salkau.

Con pésimo humor, Bérenice saltó a la banqueta y como pudo, acomodó unas tablas para bajar el pedido, tal y como pensó que su chico lo haría de estar solo. Únicamente al enfurecer, ella registraba algunos lapsus de sentido común y hasta de ingenio, como si sus demás intentos de concentrarse fueran en vano. Alguna vez lo había notado pero su adicción a la felicidad solía ganarle la partida.

-¿Dónde ponemos la bebida, jefe? - dijo a Moussa Diallo.
-Al centro del patio y comiencen a repartirlo, allá dentro sabrán que hacer. Luiz, sólo haz la tarima.
-Todos entendimos, vamos.
-Los dejo, tengo junta con mi jefe.
-Adiós.

Evan y Luiz se miraron mutuamente, como si no supieran qué decirle a la mujer que rodaba el barril y de pronto se veía auxiliada por algunos invitados, así como saludada por Jawara Diallo, que con su grabadora al lado cantaba algunas melodías y preparaba refrigerios.

-Los vasos están en la mesa de allá.
-Gracias, ¿quiere uno?
-Dénle todo a los invitados, yo sigo cocinando acá.
-Eso huele bien.
-¿Te gusta el pollo, chica?
-Está muy bueno, aunque no mejor que el de mi madre.
-Nunca cocinaría nada como tu madre, corazón. ¿Cómo te llamas?
-Bérenice Mukhin.
-Bienvenida, cuando termines con ese barril te puedes quedar, estás invitada.
-Qué bien.
-Quien guste venir puede pasar. Anda.
-¿Quién quiere salkau? - gritó Berenice recuperando un poco la sonrisa y disponiéndose a trabajar por el resto de la tarde, así experimentara una especie de atracción por los ruidos de los bebés que la rodeaban y algunos que ya sabían caminar le jalaban los leggins, como si anhelaran que jugara con ellos.

-¿Mejor?
-¿Qué?
-Te ves más contenta.
-De repente me dieron ganas de reír. Luiz, perdona si fui muy mala.
-No te preocupes.
-Termina la tarima, los músicos ya vinieron.
-Rápido entonces, suerte.

Ella lo besó y lo veía cada que podía, ya que los vecinos de los Diallo pasaban a dejar regalos y por cortesía se les ofrecía salkau, el cual parecía inagotable y no saciaba la sed que por el intenso calor cualquiera podía experimentar y era muy molesta; Berenice sin embargo no había renunciado al suéter pero estaba a nada de deshacerse de sus pantuflas.

-¿Señora Diallo, hay un recién nacido aquí?
-Varios, muchacha.
-Es que uno llora.
-Ha de ser uno de al lado, los que están en esta casa se quedaron dormidos.
-Todo el día he tenido esos pucheros en la oreja.
-En este barrio hay nuevos niños a cada rato.
-Desde anoche oigo pequeñitos en todas partes.
-¿Por qué no vas a caminar?
-Debo quedarme.
-Despéjate unos minutos, ve a la banqueta por lo menos.
-¿Quién rellenará los vasos?
-Pondré a alguien.

Bérenice asentó y abandonó la incipiente fiesta mientras pasaba las manos por su rostro y aprovechaba para tomar un poco de agua y estirar las piernas.

-¿Estaré imaginando el bebé? - se preguntó al cabo de unos minutos, cuando el sonido se hacía más fuerte y la obligaba a averiguar por ahí, llegando a la plaza Madiba, o mejor dicho, a la arboleda del lugar, misma que era una extensión del bosque.

-Hace frío, ¿cómo no se siente a una cuadra? Hasta nieve hay... ¡Por lo que sea, ya no aguanto esos gritos! ¿Quién ... ?

Ante su presencia, una brisa insoportable y gélida pareció revelar una especie de destello que iluminaba un tronco. Como un grito desgarrador proviniera de allí, la joven se aproximó lentamente, expectante de que nadie la atacara.

-¡Quién sea que eres, tengo unas ramas en la mano y no temo usarlas! - amenazó al contemplar una sombra roja que salía huyendo no sin dejar caer una fina lluvia de copos de nieve. En ese momento todo era tan surreal, que ni ella se percataba de que se hallaba en la profundidad del bosque.

-¡Te daré una paliza! - prosiguió - ¿Qué formas son éstas de...? ¡Quién me esté haciendo esta broma, cállese! ¡Me duelen los tímpanos! - y un crujido la paró en seco. Ella pisaba el tronco.

-Ay, perdón, discúlpame criaturita - se conmocionó al ver como en un hueco, yacía un bebé que gemía desesperado y tembloroso, suplicante de protección y apenas cubierto por una cobija de lana humedecida - ¿Quién te puso aquí? ¿El que lloraba eras tú? ¿Cómo? Me he pasado el día escuchándote, te abrazo.... Te llevaré a un lugar calientito, sé que estás asustado pero todo va a salir bien ¿quién te abandonaría aquí? Estás muy bonito, me llamo Bérenice y cuidaré de ti.

Cubriendo a aquél ser frágil con su suéter y cediéndole su gorro, la chica procedió a volver sobre sus pasos, consciente de que el pequeño necesitaba abrigo inmediato; pero apenas tomaba camino por el sendero cuando una niña, la del abrigo rojo, se plantó frente a ambos, impidiéndoles el paso y congelándolo todo.

-¡No te nos acerques, usaré mis ramitas!.... No te importa, ya las convertiste en hielo, da igual ¡sé karate! ¡bueno, no! pero pasaré a tu lado y en paz nos quedamos... ¿No? ¡Óyeme, necesito que te quites, este niño tiene que llegar a un lugar seguro! Hazte a un lado, no te tengo miedo.

En lugar de responder, la niña se descubrió el rostro.

-¿Carlota Liukin? - se sorprendió Bérenice, que estaba en problemas. La figurilla suspiró y de inmediato, millones de cristales de hielo diminutos y transparentes cayeron en el lugar.

-¿Qué haces? - prosiguió la mujer al comprobar que el interés de la chiquilla estaba en el bebé, mismo al que quiso ver de muy cerca para acariciarle la frente.

-¡No lo toques! ¿Quieres matarlo? - la niña negó con uno de sus dedos - ¿Tú lo pusiste ahí? - el gesto se repitió - ¿Lo conoces? Tampoco, entonces ¿a qué viniste, a irte con él? - la otra asentó - ¿Es tu hermanito, sobrinito, primito? ¡No! ... ¿Quién eres?

La niña se cruzó de brazos y después de examinar a Bérenice, sacudió su abrigo.

-Lo encontré primero; bueno, lo tomé antes que tú, el bebé es mío... ¿Cómo que no? Tú no querrás aguantar berrinches y malestares, no cambias pañales porque eres Carlota Liukin, ¿si te dejo verlo, nos dejas ir? Sí, bueno, esta es su cara.

Pero la otra chascó los dedos, provocando que su atuendo se convirtiera en un impresionante vestido blanco y los cristales formaran una corona en su cabeza. Berenice se dio cuenta de que el bebé corría peligro.

-¡No lo beses, no se irá contigo! ¡Yo voy a amarlo para que viva, yo puedo educarlo! - cambiando el tono de voz - Puedo ser una buena madre, no permitiré que le hagas daño, ¡dios ayúdame, deseo tener un bebé! - y ante las súplicas de Berenice, la niña avanzaba lentamente.

-Los muertos no sienten amor - remató al sentir a Carlota con su inclemente frío. Por un segundo, Bérenice aguardó a que aquella silueta intentara arrebatarle al bebé, pero en su lugar, la figura sólo atinó a susurrar la palabra "amor" y a derramar una lágrima antes de pasar de largo y desvanecerse. Junto con ella, el bosque desapareció.

-¡Oh bebé! Me angustié tanto como tú, ya pasó - exclamó Bérenice sin entender nada, salvo que inexplicablemente había caído la noche en Tell no Tales - Ven, necesitamos ayuda, estuve en la casa de la esquina, seguro ahí entenderán lo que pasó.

Incorporándose, la joven corrió pidiendo auxilio, llamando la atención de su novio Luiz que le buscaba y de Matt Rostov

-¡Matt, Matt! ¡El bebé está muy mal! - expresó ella al reconocer al último. Courtney Diallo se asomó a verlos.

-¿Dónde estaba?
-¡En la nieve, lo siento como helado!
-Hay que desvestirlo, ¿cuánto tiempo pasó antes de que lo trajeras?
-No lo sé, ¡Matt haz algo!
-Su pulso continúa bien.
-Le puse mi gorro, no se me ocurrió otra cosa.
-Bérenice, cálmate - bajando la voz - Este brazalete dice que se llama Scott, lo llevaré al hospital.
-Te acompaño.
-Tienes que contarme todo.
-Hecho.

Matt Rostov volteó hacia Courtney, expresando que tenía una emergencia. Luiz en cambio apretaba a Bérenice y le enjugaba las lágrimas a pesar de que esta se encontraba afectada.

-¿Crees que Scott se va a recuperar?
-Sí, tranquila.
-¡Fue mi culpa, Luiz! No hice caso cuando lloraba, el pobrecillo estaba tiritando cuando lo vi.
-Pero estás aquí y el bebé se recuperará.
-¡Debí traerlo antes!
-Verás que se pone bien.
-Me espanté mucho.

Courtney Diallo que no entendía bien lo que sucedía, decidió acercarse a Bérenice y averiguar lo que fuera posible.

-¿Estás bien?
-¡No!
-Matt es un gran doctor.
-¿Qué tal si ya no puede hacer nada por mi bebé?
-¿Es tuyo?
-Su nombre es Scott.

Bérenice siguió con su llanto antes de echarse a correr detrás de Matt Rostov y Luiz la perseguía. A lo lejos, el viejo del muelle le ordenaba al viento hacer un largo viaje hasta hallar a la niña del abrigo rojo y advertirle que no volviera a aparecerse ante Bérenice Mukhin ni nadie más antes de que cayera el invierno o una persona equivocada fuera capaz de recordarla. La reina de las nieves no obstante, se ocultó antes de recibir el mensaje.

jueves, 11 de diciembre de 2014

La noche del beso* (Los relatos del adviento)



Fotografía de Fannie Wang ©

Tell no tales, julio 2002:

-¡Hey, doctor Rostov, por aquí!
-¿Eh?
-¡Rápido, que no nos vean!
-De acuerdo.

Matt Rostov abandonó su caminata por el corredor del jardín del hospital y se acercó al escondite improvisado de la doctora Courtney Diallo entre unos arbustos y un árbol. Ella tomaba un descanso a la par de estudiar los libros que él le había recomendado.

-Hola, Matt.
-Me dijeron que estabas en Sanidad.
-Terminé temprano pero no fui a casa.
-¿Qué hacías ahí?
-Me tocó repartir los medicamentos mensuales, me encanta.
-¿Más que entrar a cirugía?
-No hay reclamos y siempre me abrazan.
-¿Quién o quiénes?
-Las mamás, las abuelitas, discapacitados, tú sabes.
-¿Por qué lo hacen?
-Porque reviso a los bebés y les digo que todo está en orden.
-Supongo te diviertes.
-Es el único día del mes que puedo quedarme tranquila y dormir antes del fin de semana.
-No extrañaste nada.
-No.
-De todas formas fue aburrido, no hubo nadie a quien acomodarle el intestino.
-Me enteré.
-¿Por qué no te has ido?
-A diferencia de usted, doctor Rostov, yo me quedé a ver si puedo ayudar antes de que den las nueve.
-Mejor sal y diviértete.
-Repaso lo de la cirugía ventricular, es que después de verte operar me sentí muy insegura.
-¿Cómo practicas?
-Como me quitaron el pase a la morgue, tuve que recurrir a los pollos del mercado.
-Para las incisiones pequeñas te servirá.
-Ahora mi madre cree que me gusta cocinar.
-Me hubieras pedido mi tarjeta.
-¿Cómo la obtuviste?
-Por ahí, luego te doy una.
-¡Eres increíble, Matt!
-Eh ¿qué?

La doctora Diallo se sonrojó un poco y procedió a levantar sus apuntes, pero llevada por su nerviosismo descubrió las hojas donde tenía guardados sus poemas.

-¿Escribes?
-A veces, nada importante.
-¿Puedo leer?
-No lo recomiendo, son frases malas y rimas horribles.
-¿Es tu pasatiempo?
-No lo tomo en serio.
-Tu habilidad me parece interesante.
-¿Lo es?
-¿Por qué lo dudas?
-Es que detesto malgastar mi pluma.
-Si una vez quieres una crítica, te la doy.
-Gracias, Matt.
-¿Una manzana?
-Justo lo que me hace falta.
-¿Te ayudo a estudiar?
-Prefiero acabar por hoy.
-Bueno, te veo el lunes, iré a cubrir un turno.
-Oh, creí que no tenías nada que hacer esta noche.
-Mmh, realmente no.
-Habrá una fiesta y pensaba invitarte.
-Bueno, te acompañaré un momento.
-Eso me caería muy bien, mis padres no me molestarían preguntándome si tengo novio o no el resto del año.
-¿Courtney, qué pasa?
-Es que soy la primera mujer graduada de la familia, mi mamá cree que por eso no me casaré y dedicándome a la medicina no hay mucho tiempo de conocer a alguien que no sea doctor y ... Ay Matt, disculpa, cuando me pongo nerviosa hablo de más.
-No estoy obligado a quedarme aquí, puedo ir contigo y me quedo hasta el final de tu fiesta ¿te parece?
-¡Me salvarías la vida!
-¿Qué celebras?
-El cumpleaños de un primo, será algo grande. Vienen invitados de Senegal y un grupo de salsa.
-¿Senegal?
-Los Diallo somos de allá.
-¿Por qué no me habías dicho?
-Porque no sé mucho de ti.
-Pregunta, no hay nada que no responda.

Él sonrió y le tendió la mano para ponerse de pie y acomodar los papeles, leyendo velozmente un "¡Es que Matt me encanta! ¿lo notará?" y disimulando que no había visto nada.

-Esto es tuyo.
-Gracias, chico.
-Entonces me estás invitando a...
-Al cumpleaños de mi primo.
-¿Cómo irás vestida? No es indiscreción, creo.
-Tengo un nuevo vestido negro.
-¿Formal?
-Se parece a uno de Calista Flockhart, lo vi en una revista.
-No sé quién es Calista pero imagino que te verás bien.
-Ojalá ¿Y tú? ¿Tienes un atuendo?
-Esta playera gris que ves.
-Cielos, conseguiremos algo. Iré al vestidor ¿vienes?
-¿Perdón?
-Que, que me esperes, yo quiero que me veas... ¡que me veas con el vestido!
-Tranquila, Courtney.
-Es que es la primera vez que llevo a alguien a casa como en seis años.
-No es una cita.
-¿No lo es?
-Bueno, es un favor.
-¡Es verdad! Es sólo eso...
-La pasaremos bien, no te preocupes.

Courtney sonrió sin emoción y no abrió la boca mientras recorría los corredores al lado de un Matt Rostov que tampoco se esforzaba por continuar la conversación y pensaba más bien en el festejo.

-Espérame, no creo tardar - anunció ella al ponerse frente a la puerta del vestidor femenino.
-De acuerdo.
-No te muevas.
-Dejaré mi bata y regreso.
-Eso está bien.
-Nos vemos.

La doctora Diallo bajó la cabeza y corrió a darse una ducha mientras se preguntaba qué estaba haciendo mal: ¿se notaba desesperada? ¿era muy obvia su intención de llamar la atención? El caso es que Matt Rostov no daba señales de tratarla diferente a una compañera de trabajo y solía verla con gestos de extrañeza ante su cada vez más atrevida e involuntaria coquetería, como dándole por su lado ¿o sintiendo pena ajena? ¿y si lo asustaba? Definitivamente era todo, menos una buena impresión.

-Si este vestido falla... Ay, no ¡estoy plana! y esto queda tan largo y... Matt es un hombre, no creo que no me haya visto ¿la espalda? El uniforme no me ayuda - desahogó cuando se vio en un espejo y constató que ni alborotando su cabello lograría que este quedara menos lacio. Encima, su angustia empeoró cuando sintió que ni maquillándose luciría un rostro más bello, o de menos, diferente.

-¿Él estará afuera? ¿Se verá atractivo? - se cuestionó antes de atravesar la puerta y verlo ahí, aseado y con su playera gris, misma que lo hacía ver muy bien y le daba un porte divertido.

-Lindo atuendo.
-¿Tú crees?
-Claro, el negro te sienta bien.
-Gracias, Matt. Tú te ves ... Guapo.
-Aproveché para pasar por la regadera, un poco de loción y puedo ir a donde sea.
-Vivo en el barrio Láncry.
-No lo conozco.
-¿Nunca te han hablado de la calle Dakar?
-He oído que hay muchos restaurantes.
-Mucha comida callejera, dirás.
-Habrá que probar.
-Hoy no, mi mamá querrá que le des tu visto bueno a la sazón Diallo.
-¿Cuál es el menú?
-Thieboudienne, dibi, chura - gerté y bon bon.
-¿Qué dijiste?
-Pescado, cordero a la parrilla, arroz con leche que se supone que es una sopa y buñuelos de coco.
-¿Por qué complican los nombres?
-Es cultural.
-Suena a que será una locura ¿Estás lista?
-Sí.

Courtney tomó a Matt de la mano y lo llevó consigo al estacionamiento, sorprendiéndolo por primera vez.

-¿Te agrada?
-¿Viajas en bicicleta?
-¿Si te digo que no?
-¿Qué haces con esto, Courtney?
-Es que siempre pido ayuda, no sé usarla.
-¿Por qué no tomas un auto o el metro?
-No te quiero contar lo que me pasó en un vagón y no tengo licencia, además los autos me gustan pero no para tener uno.
-¿Quién suele venir por ti?
-Mi primo, pero como está de fiesta hoy no se apareció.
-¿Me invitaste para que te ayude a llegar a tu casa?
-No te rías y no, no te dije por eso.
-Eres muy rara.

Si antes ella no se sentía segura, con las palabras de Matt Rostov terminó por borrar cualquier expresión de su rostro y su mente parecía colocarse en pausa mientras él optaba por manejar y le sugería sujetarse fuertemente.

-Suelo ir casi de pie.
-¿Ves el camino?
-Me gusta.
-Ten cuidado, Courtney.

La mujer prácticamente temblaba cuando tocó los hombros de Matt y todo el trayecto contempló su nuca mientras le daba indicaciones: tomar la avenida Jean - François Champollion, desviarse en la calle Orly, ir derecho hasta la calle Morocco y adentrarse en el Point St. Martin junto al canal para dar con Láncry y buscar la esquina de Dakar con la plaza Madiba. La casa de la familia Diallo estaría más que accesible porque era la única con un enorme patio delantero y el humo de las parrillas se distinguía a pesar de la débil iluminación de los focos que rodeaban el lugar.

-Señorita Diallo, hemos llegado.
-Matt, en serio, te va a gustar mucho el ambiente, ¿quieres bissap?
-¿Esa es la escala para medir la pancreatitis, verdad?
-Esa es la "bisap", pero en "senegalés" bissap es otra cosa. Deberías dejar al médico en el hospital, Matt Rostov.
-¿Dónde pongo la bicicleta?
-La cadena está en la reja.
-¿Por qué te vas?
-Voy por las bebidas, puedes entrar cuando acabes con eso.
-Me quedaré aquí.
-¡No seas tímido!
-No conozco a nadie.
-Eso es lo de menos, mejor vamos juntos.

Courtney volvió a estrechar la mano de Matt y lo llevó consigo al interior con el propósito de presentárselo a todos. El grupo musical ya estaba en lo suyo pero aun no iniciaban las canciones de baile, razón por la que la concurrencia iba y venía.

-¡Este es el festejado! Mi primo Moussa.
-¡Courtney! Te doy un gran abrazo.
-Felicidades por tus treinta años.
-¿Trajiste regalo?
-Te lo mandé a la oficina en la mañana.
-¿La corbata?
-Era lo que querías.
-Estuvo muy bien, me salvaste en la junta... ¿Quién es él? ¿Tu novio?
-¡Oh no! Es Matt, un amigo.
-Compañero de trabajo - intervino el doctor Rostov.
-Bienvenido a mi fiesta, hay música, la cerveza está por allá, han venido las chicas lindas, aprovéchalo, hermano.
-¿Gracias, Moussa?
-Moussa Diallo, si un día quieres un contador.
-Lo tendré en cuenta.
-Si no te gustan mis amigas, Courtney busca novio.
-¡Primo, cállate! - contestó la mujer un poco sonrojada.
-Es que siempre hablas de Matt; hermano, ella vale oro ¿eh?
-Moussa, no digas eso.
-Los dejo para que se lo presentes a la familia.
-¡No!
-¡Tía, mira! ¡Mi prima trajo al hombre que le gusta!
-Ay, no.

Courtney se llenaba de vergüenza cuando su madre, con todo y turbante abandonaba un poco la vigilancia de las parrillas y con la mano por delante se acercaba a saludar sin esconder la sorpresa.

-¡Buenas noches! ¿Quién es este apuesto muchacho?
-Es... Es Matt Rostov, mamá, mi colega...
-¡El del hospital! No me habías dicho que era blanco.
-¡Mamá!
-¿Lo trajiste a conocernos? ¿Cuándo se te va a declarar?
-Señora, sólo acompaño a Courtney - aclaró Matt.
-Ese es un buen detalle, toma lo que quieras muchacho. Los estaré vigilando.
-No es necesario, yo me iba.
-¿Por qué?
-Tengo que cubrir el horario nocturno.
-Es una pena, gracias por venir de todas formas.
-De nada.
-Soy Jawara Diallo, muchacho, ven cuando quieras.

Matt asentó e hizo un ademán para indicar que se marchaba, luego miró a Courtney seriamente.

-¿Podemos hablar?
-Matt si es por esto, quiero pedirte una disculpa.
-¿Te parece ir afuera?

Ella contestó que sí y ambos salieron juntos, colocándose en la banqueta, en donde nadie los veía.

-Matt, lo siento, no quería que esto pasara, no creí que mi familia te trataría así.
-Estoy confundido.
-Lo sé, es que no les había presentado a nadie, no lo tomes a mal.
-Courtney, ¿por qué no me dijiste que hablaste con tu familia acerca de mí?
-Es que no imaginé que me habían mal entendido.
-No sé qué decir.
-Perdóname, es que me preguntan sobre lo que hago en el hospital y cuando les dije que te encontré, se entusiasmaron.
-Acepté venir porque comprendo que a veces la familia pregunta porque una mujer como tú no sale o no conoce a nadie pero esto fue demasiado.
-Matt, no creí...
-Courtney ¿qué pasa? ¿por qué todos piensan que seremos pareja?
-Tal vez porque mis amigas, mis primas y mi hermana menor ya se casaron o tienen hijos y yo llevo seis años sin nada de novios o amigos; apenas tengo veintisiete años, pero por una razón que no encuentro, eso me empieza a incomodar.
-¿Y les dijiste que ...?
-Qué me caes bien... Una vez se me salió decir que creo que eres lindo, pero nada más.
-¿Cuánto me conoces?
-Sé que eres algo adicto al trabajo, te gustan las manzanas y no ... Fuera del quirófano, no sé más.
-Exacto y yo tampoco sé como eres.
-Matt...
-Courtney, no creas que no me halagas.
-¿Qué?
-Sé que yo te gusto, eres muy obvia.
-No...
-Deberías cuidar más tus apuntes cuando te pongas nerviosa.
-No puede ser.
-En realidad, me di cuenta antes.
-¿Cuándo?
-Bérenice me abrazó y tú estabas ahí.
-¿Ella te atrae todavía?
-¿Por qué eres tan insegura?
-Perdón, Matt, esto no debió pasar.
-Courtney, creo que eres bonita.
-¿Lo crees?
-Sí, tienes ojos grandes, sonríes mucho, eres inteligente.
-Gracias.
-Pero...
-Oops.
-Courtney, ¿por qué no nos conocemos primero? ¿Por qué parece que estás desesperada por mí? Te veo casi diario desde hace dos meses pero ninguno de los dos ha hecho algo por dar el primer paso y las personas normales conversan de cualquier cosa que no sea su trabajo, tienen citas ¿entiendes?

Ella afirmó.

-Courtney, me gustas, pero tomémonos un tiempo, volvámonos amigos, si después se da algo más, qué bien, pero si no funciona, tampoco pasa nada. No te impacientes ni te presiones, intentemos ir poco a poco.
-Matt, no tomes esto a mal.
-Comprendo lo que sucede, pero no estoy preparado; no es personal, tuve una relación importante antes de cruzarme contigo y no quiero acelerar nada.
-Lo sé.
-Courtney, sólo puedes estar segura de que me agradas y sí me gustas, en serio sí.

La mujer apretó un poco los labios, pero no agregó más, quizás porque la voz se le había ido y Matt Rostov se aprestaba para regresar al hospital, pero él se daba cuenta de que ella estaba a punto de llorar.

-Me gustas, es real - pronunció el hombre y besó la mejilla de Courtney para dejarlo claro. Ella apenas percibía el sonido de la música.

*I know your birthday is in few days but I've been so inspired by the performance at TEB and this is my way to say "Merci monsieur Bourzat, joyeux anniversaire!".


Glosario básico:
Gastronomía senegalesa.
Bissap
Índice clínico de gravedad en pancreatitis aguda: BISAP.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Un instante de magia (Los relatos del adviento)



Sergei Trankov se ocultaba en el distrito XIII de París y volvió a su apartamento después de buscar a la familia Liukin por semanas. Convencido de que acercarse a ellos le acarrearía dificultades, no se había atrevido a preguntarle siquiera a Tennant Lutz qué podía hacer o a Adelina Tuktamysheva donde ir y le necesidad de lejanía le traía una ansiedad incesante.

-Si pudiera deshacerme de esta cosa - clamaba mientras se aseguraba de que su ropa cubriera bien el dije de Carlota Liukin, mismo que colgaba de su cuello y lo lastimaba terriblemente, ocasionándole sangrados por un roce profundo que se antojaba más doloroso. Él prefería no imaginar la causa para no quitársela y arriesgarse a perderla, así Lubov intentara infructuosamente sanarlo a diario.

-Carlota ¿dónde estás? - repetía al tiempo que su mujer trataba de llamar su atención besando sus mejillas y tomando asiento a su lado con un poco de algodón y agua oxigenada.
-Esa playera tiene más sangre que las otras, déjame ver.
-Lubov, estoy bien.
-Levanta los brazos.
-No me quites la ropa.
-Sergei ¿no te das cuenta? Tus heridas están peores, mira esta llaga y la piel se te escama ¡Ay, Dios! El dije se te entierra en el pecho, quítatelo.
-¡No, Lubov!
-Suéltame.
-No intentes hacer nada.
-¡Mi muñeca duele! Sergei…
-Si encuentro a Carlota Liukin, se lo daré enseguida.
-¿No has podido con eso?
-No.
-Te lastimaste, te aliviaré.

Lubov logró desprenderse de Sergei y buscó más agua oxigenada entre las repisas, al tiempo que la sangre adquiría una apariencia rojo brillante.

-Esto no va a doler - mencionó ella, despojándolo de la camisa y posando un poco de algodón en la herida más grande. Como él casi gritara, la mujer le tapó la boca.

-Perdona, es que no deben oírnos.
-Lubov, no sigas.
-Te puede dar una infección.
-Estoy bien.
-No digas eso.

Lubov entonces le besó la mejilla largamente.

-Voy a curarte - señaló enseguida y él no se resistió.

-Cuesta trabajo quitarte la sangre, siento que te lastimo. Mira estas marcas, dame ...

Sergei volvió a sujetarla fuertemente, pero la mirada angustiada de la mujer le hizo ceder.

-Esta cadena debe quedarse guardada en otro lado, eres tan sensible...

Lubov continuó frotando delicadamente el pecho de Sergei y lagrimeba por ver como la piel continuaba levantándose.

-Iré a buscar a esa niña por ti y le diré lo que su dije te ha hecho.
-¿Qué ganarías? Es inseguro que andes por ahí.
-¿Y cuándo te vas no pasa nada?
-No quiero que hables con Carlota Liukin.
-Sergei, no saldrás así.
- Ocúpate de tus cosas.
-Estoy angustiada.
-No sé por qué.
-Nunca te había visto tan mal, ni siquiera cuando los marinos te golpeaban.
-Me corté, no es grave.
-Has perdido muchísima sangre, te ves enfermo, ve a la cama.
-No, Lubov, tengo que salir.
-¡Sergei, te siento un poco frío!
-¡No te importa! - exclamó violentamente y se incorporó.
-¿Dónde vas?
-Me daré una ducha.
-Sergei, te estás tambaleando.
-No te fijes.
-Déjame aliviarte - sosteniéndolo.
-Lubov, tengo que entregarle a Carlota ese dije.
-Ven, te sentirás mejor con un jugo y primero te ayudaré con un baño tibio, no te esfuerces.

De forma torpe, Lubov Trankova condujo a Sergei a la regadera, lo desnudó por entero y dejó que el agua arrastrara la sangre hasta que el chorro llegó al piso totalmente transparente, mientras alistaba algo de jabón en una esponja para frotar las llagas sin presionar. Él batallaba por no quejarse.

-Qué horribles son estas marcas, no te pongas esa cadena por favor... Eso, relájate.

La mujer continuó besando a Sergei cuánto podía, acariciándolo y contemplándolo, sabiendo que era lo más cercano al tipo de contacto íntimo que anhelaba con todas sus fuerzas y que era posible que nunca sucediera.

-¿Te sientes mejor?
-Sí.
-Sergei, mírame. No vuelvas a hacerte daño, te lo ruego.

Él agitó la cabeza suavemente.

-Vamos, debo darte azúcar.

Lubov agarró una toalla y con sumo cuidado, secó el cuerpo de él y lo abrazó por última vez antes de vestirlo y recostarlo.

-Bebe, es jugo de durazno y creo que hay galletas, come todas. Iré por más antiséptico, no te muevas.

Pero Sergei no hizo caso. Lubov atravesaba la puerta de su habitación cuando él sujetó el dije y huyó por la ventana con un par de botas en mano, mismas que calzó en un tejado cercano. Los rayos del sol le ocasionaban ardor pero la sensación dolorosa le era indiferente al saltar de edificio en edificio hasta Montmartre, preguntándose en que balcón hallaría a Carlota Liukin o en que banqueta o rincón podría apartarla del gentío y demostrarle dos cosas: que era incapaz de quedarse con algo que no era suyo y sobretodo, que estaba vivo.

-¿Dónde estás, niña? - clamaba con insistencia mientras resbalaba en un techo y sufría en consecuencia otro sangrado, pero por el dije que hendía la palma de su mano derecha.

-¡Rayos! Carlota me va a matar - gritó antes de detener su marcha y percibir sus labios resecos. El temblor de su cuerpo era más intenso.

-Esta vez no me siento bien - pronunció antes de caer. Fue tal el ruido que hizo al golpear su cabeza, que alguien fue a revisar su techo.

-No se preocupe, sé a quien llamar - aseguró un muchacho que al notarlo agotado, realizó una rarísima seña de auxilio cubriendo sus ojos tres veces y tronando los dedos, misma que atendió Tennant Lutz con velocidad inmediata.

-¿Y tú eres?
-Luke Cumberbatch.
-¿Cómo sabes el código de Trankov?
-Memoria fotográfica.
-Nos cuidamos mucho.
-Recuerdo hasta lo que no se ve.
-¿Cuánto tiempo lleva el jefe aquí?
-No conté.
-¿Por qué no le levantaste la cara por lo menos?
-Porque respira y está ensangrentado.
-Lo regresaré con su mujer, gracias.
-Oye, Trankov está buscando a una Carlota.
-Lo sé.
-¿Sabes de cuál está hablando?
-Me prohibieron revelarle cualquier aspecto de ella.
-Mientras tanto, que bueno que él se mate.
-Algo pasó en Hammersmith, quédate con eso.

Lutz sujetó a Trankov y con la colaboración de Cumberbatch, lo cargó en hombros.

-Tennant, llévame con Carlota Liukin - susurró el guerrillero.
-Lo siento, le prometí a su mujer que ...
-¡Quiero terminar con algo! ¿Me llevas con Carlota o te acuchillo aquí mismo?
-Trankov, te ves mal.
-¿Qué hay que hacer para que obedezcas?
-Hey Lutz - intervino Cumberbatch - no sigas negándote. Trankov necesita médico y Carlota Liukin fue internada en Bércy.
-¿Carlota está en un hospital? - preguntó Sergei - Lutz ¿por qué nadie se tomó la molestia de avisarme?
-No quisimos exponerlo.
-¡Me habrían evitado esto!
-Es peligroso, hay periodistas en todas partes.
-¿Eso me ha detenido antes?
-No.
-Me las arreglaré.
-¿Qué hacemos con el testigo?
-Intégralo al grupo, es más inteligente que tú - replicó el hombre antes de sentirse fortalecido y dar grandes saltos a otras azoteas. Sergei Trankov parecía un gato.

El boulevard Bercy estaba al otro lado del puente y a diferencia del Distrito XIII, había que caminar mucho para llegar a cualquier lugar. El guerrillero lo comprendió sin hacer aspavientos, consciente de que un tropiezo o un parpadeo hacia atrás lo convertiría en un ser reconocible y por ende, perseguido.

-"Me planto, averiguo donde metieron a Carlota, le dejo el dije y me voy" - pensaba insistentemente y se echó a correr por el puente, seguro de que su pijama lo disfrazaba muy bien. El sol continuaba molestándolo pero pasar por el río le aseguraba cierta brisa fresca y un poco de sombra en el último tramo, sitio en el que debía tomar la decisión de ir por la izquierda o dar una vuelta para llegar a la parte trasera del hospital, que desde su distancia se veía algo alejado.

-¡Adelina! - exclamó al recordar que le había pedido ser casi la sombra de los Liukin pero ella tardó en aparecer, debido a que su labor le causaba pereza.

-Hola, amado líder, ¿qué pasó, amado líder?
-A buena hora te dignas venir.
-Es que no estaba lista.
-Creí que conocías las reglas.
-Me las sé de memoria, lo que no significa que las respete ¡dah!
-No tendrás regalo de cumpleaños.
-No te acordaste de cuándo fue, líder.
-Pero no hay tiempo de regañarte, llévame con Carlota Liukin.
-Ja, ja, ja ¿es broma?
-No me alegra que no lo sea.
-Pues mi respuesta es "no iremos"
-¿Qué? ¿Tú también te niegas?
-Acuerdo grupal.
-¡No te atrevas Adelina!
-No es mi decisión, líder.

Adelina decía adiós cuando Trankov perdió la paciencia y le apretó el brazo.

-¿Qué haces?
-Se te acabó la buena suerte, a mí me pones enfrente de Carlota o no pasas de esta tarde.
-No eres capaz.
-¿No?
-¡Me duele!
-No estoy jugando, ¡camina!

Atemorizada, la chica tomó el rumbo adecuado sin osar dejar de fingir que paseaba alegremente si un transeúnte le miraba, absteniéndose también de asustarse más por constatar que el guerrillero podía ser un enemigo letal si se le hacía enfurecer. Prácticamente, había que dar gracias porque él aun estaba en plan "amable"

-Carlota tiene una cama en Pediatría - dijo Adelina con apremio a una cuadra de distancia - Si llegas por la puerta principal, tienes que ir atrás de la recepción.
-¿Otra ruta de entrada?
-En emergencias a un costado, el lugar te quedaría al fondo.
-¿Algo más?
-Busca el número 502 en la habitación del pasillo central, hay como doce niñas compartiendo el sitio.
-Lárgate y no abras la boca.
-¡Pero Carlota va mucho al jardín!
-¿Dónde?
-Atrás de Pediatría hay una puerta.
-Adelina, no te conviene guardarme secretos.

Trankov se apartó con el único afán de hacerse pasar por un paciente o al menos burlar la seguridad, pero las sugerencias de Adelina eran imprácticas y notando que existía una puerta de servicio al lado de emergencias, tomó la alternativa.

-"Veamos, no hay una bata o un uniforme... Una bata, me salvé, ahora un mapa o algo... Oncología a la derecha, traumatología en la misma dirección, ¡pediatría! al frente, el jardín ¿habrá otra entrada? No y sí, sólo agacho la cara".

Inseguro, él se coló por el corredor, mezclándose entre los enfermos y asegurándose de que el personal no le preguntara nada, en vista de que el reflejo le devolvía una imagen poco saludable de sí mismo y su postura firme se debilitaba, recordando súbitamente su malestar.

-"Soporta un poco más, el jardín está ahí" - se ordenó al visualizar el paso a un metro. Deteniéndose para recuperar un poco el aliento, comenzó a buscar a Carlota Liukin entre los arbustos, observándola finalmente en una banca, leyendo y recibiendo el sol.

-¿Por qué no estás sola? - dijo al distinguir a una enfermera que se iba, probablemente para volver un poco más tarde. Al ser la única oportunidad, él se apresuró a terminar todo.

-¿Carlota, eres la única dentro? - preguntó fuertemente. Con su voz, ella cerró su novela al instante, se levantó y asustándose, esperó por la figura de Sergei Trankov.

-Carlota ... - dijo él. La joven tenía la piel erizada y casi imaginaba la respiración del guerrillero cuando una brisa movió su cabello.

-Te devuelvo tu dije.
-Ponlo en el pasto.
-Quiero dártelo.
-Lo recogeré.
-No sería lo mismo.
-Me da igual.
-A mí no. Carlota, tú me salvaste la vida.

La joven giró, abriendo más los ojos de contemplar a Sergei Trankov aproximándose. Notándolo tan mal, ella deseó por un momento abrazarlo, pero en su lugar le dio la espalda y recogió sus cosas.

-He venido de muy lejos, creí que te daría gusto verme.

Ella lo miró de nuevo, nerviosa porque él sangraba.

-Tu dije me lastima, tómalo por favor.

Carlota jamás había escuchado al guerrillero suplicarle algo tan en serio y le arrebató la cadena sin dirigirle la palabra.

-Te lo agradezco, niña.

Pero cómo él cayera rendido, Carlota lo tomó en brazos, sin saber si debía ayudarlo. Entonces las lágrimas se descubrieron en el rostro de ella, mismas que se escurrían en él y aliviaban su dolor. Al acariciarle las mejillas, la chica presintió que la misma muerte los rondaba y por cuidar a Sergei, lo cubrió con una cobija.

-Mi pulso es tan insignificante - comentó él.

Carlota en cambio, lloró más, pero el viento comenzó a girar alrededor de ella e inició una delicada lluvia de cristales de hielo que cubrió el jardín y se extendió por la ciudad lentamente, llenando de reflejos de colores hasta el mínimo espacio.

-Como en Hammersmith ... - murmuró Sergei Trankov y Carlota Liukin, evocándolo igualmente, se inclinó a estrecharlo con más fuerza y después de mirarlo a los ojos, lo besó en los labios.

-¿Qué hiciste? - cuestionó el guerrillero con vitalidad, pero la joven no contestó y él, un poco aterrado, se levantó y se apartó, notando que cada vez una lágrima de ella se estrellaba,  se transformaba en un diamante.

-Carlota...

Ella se vio rodeada de aquella fina lluvia y dio sus pasos hacia atrás, cerrando los párpados para conservar al hombre estando de pie como un hermoso recuerdo y no cómo él reaccionaba ya, pidiéndole que conversara, pero ella tan paradójicamente feliz, cerró la puerta del jardín y congeló el cerrojo. Los cristales de hielo formaban lindas figuras pero los que tocaban a Sergei Trankov borraban sus heridas, aunque él experimentara un miedo increíble a que Carlota Liukin le retirara el habla y en su lugar, se contentara con manifestarle un amor imposible.