Julia Lipnitskaya y Maxim Kovtun / Foto cortesía de tumblr.com/tagged/yulia+lipnitskaya
Carlota Liukin fue enviada a casa el 13 de julio, día en que coincidentemente cesaron las lluvias de cristales de hielo. Ella miraba a la calle desde el asiento de un taxi y su padre le advertía que las cosas eran distintas a lo planeado.
-¿Encontraron a Tamara?
-No y eso me preocupa.
-¿Le avisaron a la policía?
-Sí y debo decir que no les interesa mucho el reporte.
-¿Algo más que haya que saber?
-Que en la casa te esperan con una gran fiesta.
-Me parece bien, gracias papá.
Carlota sonrió y se dedicó a revisar su celular, mismo al que llegaban constantemente los mensajes de Joubert Bessette, mismos que la ponían contenta a pesar de ocultárselos a su padre.
-¿Admiradores? - preguntó él.
-Todos me desean cosas buenas.
-Cambiaré tu número.
-Sí, es mejor.
-Por cierto, ¿ya leíste las noticias?
-¿Cuáles?
-Sergei Trankov fue visto por última vez en Voronezh, Rusia.
-Qué buena noticia.
-No volverás a verlo.
-Claro que no.... ¡No, jamás! Él definitivaente se fue, se esfumó, adiós, adiosito.
-Me alegra que lo tomes así.
Ella disimulaba que su padre estaba equivocado y que a la distancia, Trankov la seguía, no porque al fin la apreciara, sino porque habían personas nuevas alrededor y se aseguraba de que fueran confiables.
-Al fin dejé de ver al mensajero.
-¿A quién?
-Al mensajero, el que te inundaba de cosas.
-Qué raro chico.
-Nunca lo vi irse del hospital.
-A lo mejor lo mandaba alguien.
-Sí y sé que fue Joubert Bessette.
-¿Qué?
-Honestamente ¿quién más sabría que te encantan las lilas y que detestas leer cartas?
-Pero me llevaba de todo.
-Estaba a punto de decirle que tendríamos una discusión si no se iba. Carlota, espero que hayas arreglado tus asuntos porque los chicos se acabaron para ti al menos un tiempo. Te inscribí en la escuela, busco junto a Haguenauer a un entrenador, tuve casi que arrodillarme ante la prensa para que te dejaran en paz y aun hay que justificar tus lesiones.
-Haré mi parte, papá.
-Confío en ti.
-Supe que le prohibiste a Joubert verme.
-La próxima vez que se acerque, lo llevaré con la policía.
-No hagas eso.
-Su lugar es la prisión, tú lo sabes mejor que nadie.
Carlota bajo la mirada y continuó respondiéndole a su chico, no sin advertirle que las cosas estaban mal y que luego lo veía. Poco después, el auto se detuvo frente a la casa de Romain Haguenauer.
-¡Bienvenida Carlota! - clamó este último al verla descender y la recibía con un fuerte abrazo.
-Hola, ¿cómo estás?
-Feliz, tienes que ver cómo me has dejado la estancia.
-No estuve aquí.
-Ese chico, el mensajero, no ha parado de acomodar tus regalos.
Al ver a Miguel Ángel, la joven le hizo la seña de que se ocultara, misma a la que el otro hizo caso sin entender bien porque lo pedía.
-Al menos no es tu "noviecito" Joubert.
-No empecemos, Romain.
-No se te acerca más, eso es ganancia.
Ella omitió la respuesta y prefirió saludar a sus hermanos, mismos que la veían igual que a una plaga.
-Llegó la "señora importante".
-Te extrañé, Andreas.
-El enano y yo, nunca.
-Al menos a mi si me aprecian, no como a otros.
-Adrien tiene pesadillas contigo.
-Entonces si me quiere.
Los tres hermanos entraron al detectar al unísono el aroma de las botas de queso con nuez que Judy Becaud acababa de preparar. Esta incluso, les servía jugo de manzana para que no pelearan por quien tenía "preferencia".
-¡Que bueno que llegaste, Carlota!
-Judy, eres un ángel, siempre cocinas lo que me gusta.
-Miguel Ángel me lo sugirió.
-¿Quién?
-El mensajero.
-Es un poco extraño.
-Como siempre entrega lo que Joubert te manda, imagino que te ha de conocer un poco.
-Cuando termine, lo despediré para siempre.
-Por lo menos deja que coma algo, ha cargado un montón de cajas.
-Que mi papá no lo vea ¿Puedo tomar esto?
-Adelante.
-Judy, que bueno que te encontramos, te adoro.
-Gracias, cielo.
-¿Cielo? Así me dice mi papá.
-Me lo pegó.
-Ahora regreso, Judy.
La joven Liukin sostuvo una charola con más bocadillos y buscó al mensajero cerca de las escaleras, donde sólo podía verlo Sonia Liukin, misma que no se decidía entre acercarse o permanecer en su cuarto.
-¡Mensajero!
-Señorita Carlota, creí que estarías aquí más tarde.
-Cambio de planes... Toma, son para que no te dé hambre.
-Gracias, en un momento termino con tus cosas.
-¿Te parece bien recibir una propina?
-No la necesito.
-Bueno, entonces paso a lo siguiente.
-¿Qué se te ofrece?
-Cuando termines sólo despídete. ¿Ya acabaste aquí?
-No entiendo.
-¿No hay más paquetes para mí?
-No.
-A eso me refiero, si no hay más, adiós.
-Mmh, bien, yo no quería irme.
-¿Tu autógrafo, verdad? Aquí lo tienes.
Ella tomó un trozo de papel y escribió una dedicatoria muy breve, pero ilustrada con corazones y estrellas. Miguel lo tomó pensando que era natural.
-Au revoir.
-¿Quieres que me vaya?
-No tienes más trabajo por hacer.
-Es que no me puedo separar de ti.
-¿Qué dices?
-Es que todavía hay mucho que recibir...
-¿Joubert sigue enviando cosas?
-Quería llevarte al Canal St. Martin.
-¿Es una cita secreta? Me lo hubieras dicho antes ¡Voy a arreglarme para ver a Joubert!
Carlota corrió por la escalera y rápidamente se instaló en su habitación, eligiendo enseguida un suéter gris, una blusa negra y cambiando su peinado a una trenza. En el bolso llevaba sólo el teléfono y algunos pañuelos.
-¡Vámonos!
-¿Es en serio?
-Joubert me está esperando, gracias mensajero.
Carlota tomó de la mano a Miguel y él se apresuró a salir del lugar sin que nadie se diera cuenta. Cómo conocía bien la ciudad, rápidamente "tomó prestada" una bicicleta y tomó rumbo al este. Como la joven Liukin no entendía de señales angelicales, no imaginaba que su acompañante le ordenaba a sus colegas encontrar a Joubert Bessette.
¿Cuándo te dijo que me guardaras el secreto? ¿Ayer?
-Es que no es un secreto.
-Te mereces el paraíso, eres un gran chico.
En lugar de aclarar las cosas, Miguel sucumbió a los halagos y pedaleó más fuerte, sin imaginar que Joubert Bessette se dirigía a Montmartre y antes había decidido pasar por St. Martin. Las coincidencias eran parte de la vida de Carlota.
-¡Ya lo vi! Detente mensajero.
-Ten cuidado.
-Voy a pedirle a tu jefe que te ascienda, eres grandioso, Miguel.
Carlota besó a Miguel Ángel en la mejilla y por demás feliz, se aproximó a Joubert Bessette.
-¡Joubert, Joubert! - gritó ella.
-¡Carlota!
-¿Esas flores son para mí?
-Las compré por aquí.
-Son hermosas ... ¡Tenía tantas ganas de verte!
-Pensé que estarías con tu padre.
-¿Perderme nuestra cita? Nunca.
Contrario a lo que ella acostumbraba, ambos se dieron un tierno beso.
-¿Quieres caminar?
-Me encantaría, Joubert.
-Ven, adelante está más lindo.
Carlota creía estar en un sueño cuando él le tendió la mano y la estrecharon fuertemente; no pasó mucho para que distinguieran a una familia de patos y encontraran una banca en donde conversar.
-¿Te dieron de alta o hay que cuidarte en casa?
-No debería estar aquí, pero no me perdería esto contigo.
-Hay que ir con tu padre.
-No quiere que nos volvamos a ver.
-¿Qué vamos a hacer?
-Habla con él.
-Esperemos que no me corra como la última vez.
-Mi papá es muy comprensivo, ya verás.
-Más que el mío, sí.
-¿Por qué lo dices?
-Discutimos, como siempre.
-¿Qué tal?
-Me apunté en los cursos de un colegio en Ilê de la Cité y el se molestó mucho.
-¿La escuela de música?
-También es liceo, no me caería mal estudiar.
-Te apoyo con eso.
-Supe de mamá.
-Oh, ¿todo bien?
-Empeoró y no puedo verla.
-¿Por qué?
-Tengo una orden restrictiva, yo no sabía.
-¿Cómo pasó?
-Llamé a un abogado.
-Pero ¿dónde está ella?
-En una clínica de cáncer en Suiza.
-¿Has intentado verla?
-La semana pasada fui a Berna, nadie me supo decir nada.
-¿Le has llamado?
-¿Por qué crees que mi padre me regañó?
-Es que no entiendo, deberías estar al lado de tu madre.
-Eso mismo digo.
-¿Tu padre no piensa hacer nada?
-No mueve un dedo si no hay un trago, lo viste en Hammersmith.
-Puedes buscarle ayuda.
-He visto a Andrew Bessette ebrio desde que era niño, lo he llevado a desfilar por desintoxicación una y otra vez, intenté hacer algo por él; tal vez no he insistido más.
-Te quiere, lo sabes.
-A veces te envidio, Carlota.
-Tienes a tu mamá.
-Pero la tuya te amaba y tu padre por lo menos se ocupa de ti.
Carlota guardó silencio y para reconfortar a Joubert, posó la cabeza en su hombro.
-Supe de tu cena con amigos.
-Haguenauer y Judy lo son, el resto es familia.
-No estoy invitado.
-Lo estarás.
-Hay otra cosa.
-¿Qué te causa gracia?
-Tu amigo, Anton.
-¿Qué hay con él?
-Me llamó para saber cómo estás.
-¿Qué le dijiste?
-Que te encuentras bien.
-¿No te hablo de los demás?
-¿Judy no te dijo que David y Amy están aquí en París?
-¿Cuándo pasó?
-No me dieron detalles, pero dile a Judy que ya sabes y que Anton le manda saludos.
-¡No voy a estar sola! Bueno, no lo estoy pero tendré con quien platicar.
-Me caen bien tus amigos.
-No conozco a los tuyos.
-No tengo, es la verdad.
-Pero habrá, te lo aseguro.
-Es hora de que vuelvas.
-Joubert, te invito a mi fiesta.
-No me dejarán pasar.
-Hoy si.
Carlota se incorporó y estrechó a Joubert con ternura, mientras él le correspondía con guiños coquetos. Él amaba hacer eso.
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