jueves, 30 de noviembre de 2017

El momento de la ruptura


Recordando a las víctimas del 19 de septiembre, Ciudad de México, 2017.


-Señor Lleyton, lo siento - exclamó Claudia Muriedas al ver a su jefe, insólitamente borracho y lamentándose en su escritorio mientras resaltaba su silueta en la penumbra. "¡Vaya a casa!" gritaba él con insistencia y al cabo de unos minutos, el hombre se desplomó, ocasionando que lo llevaran al hospital. En la calle, los heridos se contaban por miles.

Ese día, a las nueve de la mañana, había sonado la alerta por una gran ola que se aproximaba en dirección suroeste, próxima a impactar el barrio costero de Herault; sin embargo, la expectativa se convirtió en pánico cuando los tellnotelianos notaron que el muro de agua era más grande de lo usual y venía precedido de un ruido monstruoso. En el Panorámico, la gente salió huyendo a resguardarse hacia al Centro o en Blanchard y se propagó el miedo en las colinas de Poitiers cuando la multitud que intentaba estar segura, desató una estampida.

La ola entró con enorme fuerza, arrasando el punto previsto pero su violenta corriente arrastró lo que quedaba del barrio Marchelier e inundó lo poco que aun continuaba de pie en Nanterre, incluyendo la guardería pública y un hospital ginecobstétrico privado que todavía albergaba pacientes. Nadie se reponía cuando un inédito temblor provocó el rompimiento generalizado de cristales, insólita caída de unos cuántos edificios y gritos hasta que un ruido, parecido a un quiebre, detuvo a la gente. Todos sintieron un golpe desde el piso y luego, un segundo sonido que, pasado un instante, se identificó como una explosión. Era el canal Saint Michel rompiendo el suelo finalmente, formando cascada y cubriendo Nanterre, sin dejar escapatoria a quienes estaban ahí.

Desde entonces, en el Hospital General de Tell no Tales, el personal no lograba darse abasto y resultó muy frustrante para Courtney Diallo tener que internar a Lleyton Eckhart mientras sus compañeros atendían infartos y fracturas expuestas, al tiempo que Matt Rostov se concentraba en los cuerpos que poco a poco llegaban al sótano forense. Gente ahogada o aplastada, en su mayoría identificada, sólo esperaba por el acta de defunción y él se dedicaba a hacérselas, expectante de no recibir a alguien conocido.

En la sala de espera, Don Weymouth aguardaba por sus placas luego de sufrir una caída que le costaba algunas costillas rotas y en el otro extremo, Bérenice Marinho recibía a Luiz lesionado de un brazo luego de participar en una espontánea brigada de rescate en Marchelier y parte del barrio ruso, donde mucha gente intentaba sacar con vida a cuántos se pudiera de Grobokin y Katsalapov; el escuadrón de bomberos solicitaba herramientas para poder romper el concreto mientras la policía acordonaba los cuadrantes más dañados y la gente juntaba agua y comida caliente para voluntarios y damnificados.

-¿Alguien viene con el fiscal Eckhart? - preguntó Courtney Diallo y Claudia Muriedas se levantó enseguida.

-¿Se desmayó?
-Sólo se cayó, nada grave.
-Me asusté.
-Entiendo ¿El señor Eckhart fue quien reconoció a su hermana temprano, cierto?
-Desgraciadamente.
-Creo que tendrá que pasar por una nueva identificación.
-¿Qué?
-Es todo lo que puedo decir.

Courtney se alejó deprisa y la señorita Muriedas volteó hacia la habitación de Lleyton mientras recordaba que Bérenice continuaba en un pasillo recibiendo calmantes y aguardando también por el pequeño Scott, que se hallaba en observación. De recordarlo, Claudia Muriedas se echaba a llorar y no era para menos, en la ropa de ambas se distinguían yeso, concreto y polvo.

-¿Puedo preguntar qué pasó? - dijo Kovac al llegar con ella.
-El señor Eckhart...
-Lo de Lleyton ya lo sé ¿qué les ocurrió a ti y a Bérenice?
-¡Estuvo horrible!

Y así, Kovac supo que Claudia se había encontrado a Bérenice camino al barrio Carré, cuando una iba a la nueva guardería y la otra a la estación de policía después del temblor. Luego de recoger a Scott y consolarse junto a otras madres asustadas, ambas comenzaron a caminar por la esquina de Gent, coincidiendo desafortunadamente con el colapso de la Torre de Oftalmología. Como aquello cayera hacia la calle, destrozó la fachada del edificio del frente y Bérenice quedó atrapada una angustiante hora en los que Claudia y espontáneos voluntarios consiguieron abrir un hueco y sacarla, echándose a correr las dos despavoridas porque el pequeño Scott estaba perdiendo sangre luego de que un vidrio se encajara en su costado.

-La sedaron porque no dejaba de gritar - concluyó la señorita Muriedas y Kovac la abrazó enseguida.

-Ya pasó.
-El bebé se veía muy mal.
-¿Descansaste?
-No.
-Regresa a casa.
-No puedo dejar al señor Lleyton.
-Yo lo cuidaré, tú tienes que ir con tu familia.
-Oí que se siguen cayendo cosas.
-Vete por el Centro, ahí no hay daños, parece.
-¡Gracias, Kovac!
-Te avisaré si algo...
-Sí, yo me despediré de Bérenice.
-Iré a verla en un rato, despreocúpate.
-Ojalá Scott se recupere.
-Seguro está en buenas manos.

Claudia se retiró enseguida, diciendole "adiós" a Bérenice y Luiz al pasar junto a ellos.

-Qué mal día - susurró Kovac para sí mismo y observó a Lleyton dormir profundamente, como si estuviera listo para la resaca.

-Y el hombre más coherente de esta ciudad está reducido a un inútil - concluyó y pronto vio a los Eckhart abrazando a Luiz, sin saber la razón. Bérenice continuaba aplatanada en una silla sin poder decir nada coherente y únicamente saludaba con una mano, a la espera de noticias por las que no podría responder.

-¡Este muchacho salvó a mi nieto! - exclamó Samantha Eckhart y los presentes aplaudieron y dieron palmaditas a Luiz, incluyendo personal médico que lo había visto llegar con el hijo de la desafortunada Alisa Eckhart.

-¡Se metió al agua por el niño! - exclamó uno de los testigos que al igual que el chico estaba lastimado.
-Mi nieto llevará el nombre de este jovencito - siguió la señora Eckhart -¿Cuál es su nombre?

Luiz se sonrojó.

-Mejor póngale el nombre de mi padre - contestó.
-¿Cuál es?
-David.
-Ese será, muchas gracias.
-De nada.

Los Eckhart entonces procedieron a ir a la habitación de Lleyton, aunque uno de ellos se atrasó para darle a Luiz su tarjeta y decirle: "Si necesitas un trabajo, sólo llama".

"Luiz es increíble" pensó Kovac y pronto le dio la mano a los Eckhart.

-Es una pena encontrarnos de este modo - dijo Samantha Eckhart.
-También lo lamento.
-Kovac, tendremos el funeral de Alisa mañana.
-Mi sentido pésame.
-Debí saber que Lleyton se volvería loco.
-Estará bien.
-Alisa era su mejor amiga.
-Igualmente mía.
-Mi yerno murió también, no lo puedo creer.
-Lo lamento.
-Kovac, es una gran noticia que estés aquí.

Bérenice desde su lugar se sintió muy triste por Lleyton Eckhart. Con tanto calmante, ella no podía llorar y sabía que pasado el efecto, le suministrarían algo para mantenerla callada.

-Cuando despierte Lleyton, por favor avísame, Kovac - terminó la señora Eckhart y él contestó con desgano que lo haría, pensando más bien en lo que había afuera. Las sirenas de emergencia no dejaban de sonar.

-¿Familia Marinho? - preguntó una doctora.
-Acá estamos.
-¿Usted es?
-Luiz Marinho.
-¿Es el padre de Scott Marinho?
-Sí.
-¿La señorita es su madre?
-No puede hablar, le hicieron tomar algo para que no grite.
-Entiendo; de todas formas, vengo a dar reporte del pequeño a ambos.
-¿Cómo está?
-No necesitamos hacerle una transfusión; ya lo trasladamos a la sala de recuperación de Pediatría.
-Qué tranquilidad.
-El cristal que provocó la lesión al pequeño no alcanzó a perforar órganos vitales, tuvo mucha suerte.
-¿Lo podemos ver?
-En un par de horas, cuando despierte.
-Gracias.
-Es increíble, nadie más sobrevivió al derrumbe en Gent.

A Luiz le dio un escalofrío y enseguida estrechó a Bérenice, recordando que edificio y medio había caído sobre ella.

Kovac en cambio, no tenía qué contar. Había estado todo el tiempo en Poitiers, en el departamento de Lleyton y no se había enterado de nada antes de salir.

00:30 hrs, Hospital General de Tell no Tales.

-¿Lleyton, estás bien?
-No puedo creer lo que vi.
-¿Puedes con eso?
-¿Maddie se enteró ya?
-Creo que tendrás que decirle.
-Llama a la señorita Muriedas, dile que necesito un traje negro, registros de mantenimiento en el canal St. Michel del último año, planos de los barrios sumergidos y edificios colapsados, algo de whisky y la explicación de por qué dieron mal la alarma de marea alta.
-Acabas de tener resaca.
-Kovac, estoy en medio de un posible caso de negligencia, un último trago antes de que me avienten sopa podrida en la calle es justo lo que necesito.

Kovac accedió a contactar y vio a Lleyton adelantarse, evitando como fuera cruzar la mirada de la gente que entraba y salía del pasillo del forense, acertando en que más de una familia estaba reclamándole por no estar con una pala y un casco en las brigadas que en esos momentos esquivaban otro derrumbe en la calle Hasse.

-Lleyton, no hagas caso - pronunció Kovac al alcanzarlo.
-¿Hiciste lo que te pedí?
-La señorita Muriedas te ve en la oficina.
-¿Te quedarías con Maddie en lo que me cambio para el funeral?
-¿Quieres que le diga algo?
-Sólo acompáñala.

Lleyton y Kovac se aproximaron a la escalera de emergencia y esperaron por su turno para ascender mientras los reclamos seguían para el primero.

-Aguanta.
-Tienen razón, Kovac, lo de St. Michel fue algo que debí atender.
-Pasaste semanas enteras trabajando en eso.
-No lo suficiente.

Lleyton Eckhart aceleró su paso hasta la planta baja, donde Maddie Mozer se desesperaba por informes y atendía las constantes llamadas de sus padres con impotencia. Kovac ya preparaba su hombro y mordía su lengua.

-¡Lleyton! Qué bueno que estás bien.
-Voy al trabajo.
-Supe lo de Alisa, lo siento mucho.
-No podré quedarme en el funeral.
-Supe que Bérenice fue rescatada en Gent.
-Ella y su hijo.
-Suena muy estúpido hablarte de ella.
-Maddie, yo tengo una noticia que darte.
-¿Encontraste a mi hermano?
-Lo acabo de ver.
-¿Dónde está?
-Maddie, debes ser fuerte....
-No.
-Perdón.
-No es cierto, Lleyton....
-Sabes que trabajaba para contener el canal...
-¡Cállate, no es verdad!.
-Maddie, yo perdí a mi hermana en Nanterre.

Maddie le dio una cachetada a Lleyton y él optó por irse con la cabeza baja; Kovac sin embargo, detuvo a la mujer y la abrazó fuertemente, preguntándose en ese momento qué estaba haciendo.

-También yo lo lamento - añadió Kovac y se quedó sin palabras.

Mientras tanto, Lleyton abordó el metro rumbo a la oficina. La gente lo miraba con desdén y más de uno le reconocía el aroma del whisky pero no lo interpelaban; no podían porque este recibía mensajes varios y de pronto la llamada de la señorita Muriedas, reportándole casi a gritos que estaba próxima a la estación de policía.

-Me falta poco para llegar ¿tiene la documentación que solicité?... ¿Me espera el director de Obras? ¿Para mañana? Mucho mejor ¿alguna otra noticia? ... Bien, la veo en unos minutos, lamento hacerla trabajar a estas horas, prometo darle unos días para que esté con su familia, hasta luego.

Abrumado y disimulando la tristeza, a Lleyton Eckhart le pareció una eternidad el traslado entre distintos puntos del vecindario Centro. El hospital estaba cerca de esa frontera de los barrios ruso y Panorámico; la estación de policía se pegaba mucho al barrio ruso con cercanía a la plaza Pushkin.

-¿A quién se le ocurrió hacer un vecindario circular? - caviló en voz alta y recordó que era para proteger el centro de la presencia de los inmigrantes y los pobres. La Tell no Tales del pasado no salía de su trinchera hasta que el célebre ingeniero Mattiah Weymouth tuvo la idea de poblar Poitiers y entubar el canal St. Michel, dando paso a los ahora inexistentes vecindarios de Marchelier y Nanterre.

-¿Alguien reportó fugas de agua en días recientes?
-Los rusos lo hicieron todo el tiempo - contestó un transeúnte.
-Y dijeron que la tierra se abría en Grobokin - respondió otro.
-Katsalapov está junto a Marchelier - se oyó otra voz.
-El agua se filtró primero en el barrio ruso, nadie nos hizo caso - concluyó un jovencito, que por su voz, delataba ser vecino del lugar.

-¿Cuándo empezó? - le inquirió Lleyton.
-El año pasado, luego de la ola que golpeó el dique del Panorámico.
-Lo recuerdo, hubo demanda porque no se le dio mantenimiento y la marea llegó al canal.
-Pues desde ese día.
-¿Tuvimos un año de fugas?
-Lo sorprendente es que el Saint Michel no reventara antes - añadió Lucas de Vanny. Lleyton lo reconoció y se le acercó intrigado.

-En la Universidad de Ciencias sugirieron liberar el caudal poco a poco.
-¿Por qué no se hizo?
-Porque el canal volvería a tener cascada y Nanterre y Marchelier se inundarían. Durante un año se la pasaron reforzando las tuberías y tuvo que pasar un tsunami para que se entendiera.
-¿Tsunami?
-Marea alta no fue.
-Nadie lo avisó así.
-¡Porque no funciona bien esa alarma! ¿Nadie se hace cargo de las supervisiones?
-No se me informó.
-¡Esto es el colmo! ¡Las autoridades de Sudáfrica habían notificado dos horas antes!

Si no fuera porque Lleyton sufría un dolor de cabeza, habría entrado en rabia contenida como los demás, reprochándose no haber sido estricto con los servicios públicos como lo era con los infractores comunes. La culpa toma diversas formas, una de ellas viene acompañada de la anterior confianza.

-Encerraré a esos imbéciles - murmuró Lleyton antes de recordar que el nuevo Director del Departamento de Obras Civiles e Hidráulicas era un ingeniero muy joven, reemplazante de uno muy veterano que vagamente había sugerido desplazar a la gente a Poitiers, Carré y Chartrand.

-Weymouth falló y nada hicimos - suspiró Lucas De Vanny vagamente y descendió en la misma estación que Eckhart, yendo de lado opuesto.

-Tal vez lo vea para que la Fiscalía arme el proceso - dijo De Vanny por despedida y Lleyton lo observó marchar igual a los que tienen remordimientos por haber guardado la razón. A las afueras de la estación estaba ubicado un improvisado acopio y la gente gritaba para obtener agua y lámparas.

-¡Lleven el material médico al barrio ruso! ¡Carré está lleno! - indicó Ely Alejandriy al enterarse de que varios niños rusos presentaban raspones o quemaduras leves por intentar levantar escombros en Katsalapov o preparar y repartir sopa caliente en la ciudad.

-¡Señor Eckhart! - exclamó ella al verlo y se le acercó a Lleyton con lógica preocupación.

-Voy a la oficina, buenas noches.
-Hemos recibido ayuda de los vecindarios que no tienen daños; la gente de Làncry nos trae agua y en Blanchard reparten antiinflamatorios.
-Muy bien.
-No tenemos comunicación con el barrio Crozet y se corta en Avignon.
-¿Han sabido de algún otro colapso?
-Sólo Hasse hace rato, están inspeccionando un edificio en Poitiers pero parece que todo está bien.
-¿Quién coordina este acopio?
-Yo, señor.
-¿Algo de la costa?
-Herault está hundido.
-Los otros dos cuadrantes.
-Ah, el muelle está bien y Costeau sin novedad.
-¿La prensa ha dicho algo sobre la alarma?
-Parece mentira pero la de tsunami se descompuso y la estaban arreglando, la información llegó tarde y por eso activaron la otra.
-Qué ironía.
-El canal fue el que movió el piso, en las noticias vi como pasó.
-Quien iba a pensar que podía ser muy fuerte.
-¿Iban a recuperar la cascada? ¿Es cierto?
-Cuando tenga el expediente lo haré del conocimiento de todos.
-Expedientes como siempre.
-Me comprometo a explicarlo con el director de obras.
-No pudieron resolver la demanda de Grobokin ni dar una versión convincente y ahora que ya sabemos que pasó ¿qué va a agregar, señor?
-El ingeniero que se encargaba de atender ese asunto falleció en el canal Saint Michel a dónde fue por un último dictamen que el Departamento le pidió.
-¿Marcel Mozer murió?
-Está en el forense.

Lleyton suspiró un poco molesto y se retiró sin decir nada, metiéndose en la cabeza que revisando documentos sería de mayor utilidad que en la calle. Por todos lados se escuchaban reportes constantes: Barrios Centro, Blanchard y Chartrand sin novedad, la zona del muelle estaba tranquila, en Crozet los vecinos se apersonaban a donar ropa y comida para mascotas; un perro en Carré era rescatado y algunos indigentes ayudaban a los bomberos a remover anuncios que habían caído en el canal, justo en donde el agua corría tranquila desde siempre. En Avignon había una tensa calma luego de que los servicios no se pudieran restablecer y la gente que se aventuraba al traslado, volvía con noticias de falta de agua.

-¡Manden botellas a Avignon! - gritó alguien - ¡Y un electricista, urge! - y algunos transeúntes se organizaban enseguida para dar asistencia. En las banquetas también había gente que continuaba en medio de crisis nerviosas y niños pequeños llorando.

-"Esto es un desastre" - Pensó Lleyton de sólo ver como se formaban las brigadas y siguió caminando por un par de esquinas sólo para ver que la estación de policía parecía un desierto. Ni en la recepción o en las oficinas de denuncia había persona alguna y el elevadorista que quedaba estaba ansioso por irse.

-¿Mi secretaria llegó? - le preguntó al chico.
-No tiene mucho.
-Qué bien.
-¿Ya vio las noticias?
-No muchas.
-Mi familia vive en Carré.
-¿Están bien?
-Les tocó ver como se cayó Oftalmología.
-Lo siento.
-Supe que su hermana, murió. Mi pésame, señor Eckhart.
-Gracias, ve a casa.
-Todos le trajimos flores.

Lleyton no agregó más y descendió en el cuarto piso, viendo a Claudia Muriedas contando los arreglos y contestando escasos mensajes. No había nadie más.

-¡Señor Eckhart!
-Claudia ¿qué me tiene?
-El Departamento de Obras civiles mandó copias de los planos de Herault, Nanterre y Marchelier, se comprometieron a enviar los de edificios por la mañana y el director lo verá en la cafetería de la esquina para desayunar.
-¿Novedades?
-El derrumbe de Hasse.
-Me enteré.
-Y acaban de desalojar las dos calles de Carré que están junto a Nanterre; habilitaron la guardería como albergue.
-¿Algo va a caerse o sólo es por seguridad?
-Una torre de departamentos se vendrá abajo de un momento a otro, era la que estaba junto a Oftalmología.
-¿Usted estuvo ahí, verdad?
-Pensé que el bebé de Bérenice iba a morir.
-Algo le escuché a Kovac.
-El canal está muy cerca, creo que nadie podrá volver a Gent.

Lleyton estrechó a Claudia y luego miró alrededor, convencido que de no podría llevar todas las flores al funeral.

-Colgué su traje en el perchero.
-Gracias, señorita.
-También lo siento mucho por usted y por la señorita Mozer con lo de su hermano.
-¿Cómo se enteró?
-Kovac llamó.
-¿Qué quería?
-Avisar que lo alcanza en el velatorio.
-De acuerdo, iré a cambiarme.... Vaya con su familia.
-¿Está seguro?
-Yo me encargo de revisar papeles y todo eso, la veo el miércoles.
-¿De verdad?
-Usted tiene personas que abrazar.

Lleyton se retiró a su oficina y en silencio, se cambió el traje. Sobre su escritorio, la foto de su hermana se veía oscura y por no sentirse más triste, la bajó y tomó una copa de ron, infundándose valor de decirse que iría al funeral y no vería a Alisa nunca más. La última vez que habían conversado, ella le reprochó el no visitarla y no conocer a su sobrino todavía; él había respondido cualquier cosa, una evasiva que no quería recordar y que en aquel momento no tenía más sentido. Los muertos no se llevan las palabras y los vivos tienen derecho a no cargar con ellas.

Luego de dar un vistazo vago a la calle y a la papelería del caso Grobokin, Lleyton Eckhart se dio cuenta de que no podía lidiar con su duelo en soledad. El ruido de los voluntarios en la calle, las sirenas de emergencia y los llantos eran cosas que él no podía soportar más. Estaba hartándose pero los demás estaban igual y se paralizaban de miedo por escasos momentos. En Tell no Tales nadie ayudaba porque el corazón lo demandara; ayudaban para poder respirar.

-¡Señor Eckhart! Disculpe, creí que no había nadie - llamó una joven oficial y Lleyton cerró su oficina.

-¿Qué se le ofrece?
-He estado recogiendo reportes en los barrios del centro y del norte, no sé qué hacer.
-Los teléfonos no han sonado.
-Caminé por todos lados, estoy segura de que varias cosas no se han atendido.
-Bueno ¿qué le han dicho?
-¿No se iba ya?
-Descuide.
-En Blanchard se reportan robos a tiendas y caída de postes viejos.
-Eso es diario.
-En Carré requieren vigilancia en almacenes, sólo hay dos vehículos judiciales en la zona.
-Llame al inspector de la zona poniente y diga que le ordeno aumentar el patrullaje.
-En Láncry no pasan ambulancias.
-¿Hay heridos?
-Algunos por cristalazos.
-Que en la estación organicen traslados a la clínica más cercana.
-Hay saturación de víveres en Panorámico y aquí en Centro.
-Pide voluntarios.
-En Crozet requieren bomberos para retirar anuncios caídos y cerca del derrumbe de la calle Fontan hay un suicida y no encontramos negociador.
-¿Un suicida?
-Necesitan que se mate o se quite para levantar otro anuncio.
-No me digas ¿esa cosa cayó junto al canal y el tipo quiere atención?
-Parece que la novia murió aplastada por la publicidad.
-Qué mal chiste... ¿O fue literal? ¿Nadie puede arreglar eso?
-Todos quieren verlo caer.
-¿Incluso tú?
-No creo, señor. Me dio lástima cuando me dio su nombre.
-Los suicidas nunca dan su nombre ¿quién es?
-Juan Martin Mittenaere, creo que espera que su novia le conteste.
-¿Mittenaere?
-¿Lo conoce?
-Historias de tenis, avise que yo iré a ayudar con él.
-Enseguida... Nadie más toma nota de los reportes, señor.
-¿Sólo usted?
-No sé si debo continuar levantando quejas y llamados.
-Siga con eso, alguien tiene que hacerlo.
-De acuerdo. Señor Lleyton, todos los compañeros nos sentimos tristes por usted, nuestro pésame.
-Gracias, creo. Voy a Fontan, continúe trabajando.
-A la orden.

Lleyton suspiró con la cabeza baja y luego de colocarse el abrigo, descendió por el elevador. Hasta ese momento, no había reparado en nada, ni siquiera en la lámpara de la señorita Muriedas que se había caído y roto o en los papeles regados por el suelo y que ahora estaban húmedos por los arreglos florales, formando un cuadro muy desafortunado; en una esquina había incluso un retrato inclinado. En el edificio se notaba que al momento del sismo, la gente tomaba su café y se estaba saludando.

De nuevo en la calle, Lleyton optó por tomar la ruta más corta al canal Saint Michel yendo por la plaza Pushkin, en ese momento llena con casas de campaña improvisadas. Los socorristas iban y venían de las esquinas aledañas y se daba a conocer el derrumbe del centro comunitario de Grobokin, ya sin gente adentro para alivio de todos.

-Falta localizar a los desaparecidos de Katsalapov, ya mandaron a alguien al forense - informaba un vecino y las chicas se llenaban de lágrimas que Lleyton no quería ver para no conmoverse de más y poder hablar con Juan Martín Mitteneare, que en ese momento podía convertirse en su válvula de escape antes de llevar el ataúd de su hermana Alisa.

-¡Del centro nos mandan material para quemaduras!  - avisó otra persona y se formó una fila al instante, dando paso libre a Lleyton y a otros más que se dirigían a la calle Dubrova o ayudar a desalojar Katsalapov por temor a que el suelo se separara más. Ya se escuchaba la corriente del canal.

A la altura de lo que antes era Marchelier, se veían únicamente los escombros de la calle Hasse y la no tan cercana Fontan y Lleyton caminó sorprendido cerca de la orilla, en donde se apreciaba el rostro más siniestro del canal Saint Michel, que seguía abriendo su caudal hasta el mar mientras flotaban autos, techos, árboles, suelo y basura. Conforme caminaba más hacia el norte, la corriente se antojaba más violenta.

-¡Hay sobrevivientes en Hasse! - gritaba un bombero - ¡No vayan a Gent, necesitamos ayuda aquí! ¡En Gent no hay gente que salvar!
-¡Urgen gasas! - exclamaba una enfermera y los voluntarios gritaban por su petición al mismo tiempo mientras los equipos de los canales de televisión se mantenían grabando o en medio de enlaces en vivo en los que, al menos, se informaba a toda África y Francia de la emergencia. Lleyton se cubrió la cara y corrió para no ser reconocido enseguida y luego de brincar por varios montones de escombros, arribó sin advertirlo a Fontan. El escenario parecía una terrible escena del crimen, con policías y peritos recogiendo muestras de los cuerpos que se iban sacando de un complejo de departamentos que ocupara la calle de esquina a esquina hasta el día anterior. En la parte en donde corría el canal, había una especie de punto de apoyo formado por coches estacionados, parte del techo del edificio y una antena que sostenía un enorme anuncio de cuyo borde estaba sentado Juan Martín Mittenaere sin moverse. El complejo de Fontan había sido lo primero en caer y a diferencia de los otros colapsos, este se había dado durante el golpe del tsunami, segundos antes de que el Saint Michel y el terremoto aterrorizaran el resto de la ciudad. De hecho, desde ahí podía observarse como el canal se había abierto paso para arrasar Marchelier, la cascada estaba a unos cuantos metros de distancia.

-Señor Eckhart, hemos intentado convencer al suicida de que tome una decisión - pronunció un rescatista por bienvenida.
-¿Por qué no pasan por él?
-Porque el anuncio se tambalea, no podemos arriesgarnos.
-¿Les ha dicho que quiere?
-Que rescatemos a su novia; ella le habló hasta hace unos minutos, le dijo que dormiría un poco y que estaba bien.
-¿Es la chica aplastada por el coche rojo?
-Él cree que si se mueve, la mata.
-¿Por qué no la rescataron?
-Ella misma nos dijo que no valía la pena, vimos con nuestras linternas que está destrozada desde el torso.
-¿Cómo sobrevivió tanto tiempo?
-Porque él no se mueve, tal vez.
-Entonces no es un suicida.
-Amenazó con lanzarse si no sacamos a la mujer.
-Me haré cargo.
-Señor Eckhart....
-Le dije a una oficial que este sería mi trabajo.
-¿No lo esperan en un sepelio?
-¿Todos lo saben?
-Perdone, señor.
-Arreglo esto y me voy.
-Mi pésame.
-Supongo otra vez que gracias.

Lleyton se despojó del abrigo y del saco y subió sus mangas para parecer amigable. Sin hacer ruido, se acercó al vehículo rojo y se inclinó hacia la víctima, que ya no respondía y cuyo bello rostro parecía quedar congelado para siempre. Un enorme charco de sangre rodeaba a la mujer, que se notaba cansada de sobrevivir más de la cuenta. Sus ojos tal vez habían observado la espalda de Juan Martín Mittenaere como última seña de amor.

Ante ello, Lleyton se incorporó con lógica tensión y avanzó hacia el borde, tomando asiento junto al anuncio sin saber bien qué decir. Juan Martín giró su cabeza para verlo sin esperar nada bueno.

-Buenas noches, Juan Martín.
-¿Qué buscá? Los bomberos trabajan para sacar a mi novia y a mí de este lugar.
-¿Quieres un jugo?
-No me puedo mover, mi chica dice que cada que me acomodo un poco, siente que se le va a romper la pierna.
-Disculpa.
-Desde las nueve estamos acá, han ido quitando metales de la otra esquina, ya casi llegan. Belén me dijo que hay que tener cuidado porque se lastimó la espalda y el coche medio detiene esto.
-¿Belén?
-¿Lindo nombre, no?
-¿Cómo llegaste ahí?
-Casi me caigo al pavimento, me sostuve fuerte de esto y me subí pero cuando quise regresar a la calle, estaba Belén pidiéndome que no me moviera.
-¿Belén es tu novia?
-Nos casaríamos el martes pasado.
-¿Qué pasó?
-Me canceló y me estuvo viendo en la semana para lo de mi reembolso por la fiesta.
-¿Vivías en este edificio?
-Nada más ella, en la otra esquina estaba el café al que íbamos siempre ¿Sabe? Cuando me senté aquí, el canal se abrió de allá, de la calle Ámsterdam, empezó a temblar y no sé, sólo vino el agua y todo lo arrancó bajo mis pies.
-Yo estaba por entrar a la oficina.
-No sé cuánto muerto hay cerca, perdí la cuenta cuando dijeron treinta.

"Treinta y uno" pensó Lleyton mientras miraba de nuevo a Belén y Juan Martín lo intuía.

-Me la traje de Argentina, de Tandil de donde soy yo, se graduó de medicina y se hizo cardióloga, la contrataron enseguida en el hospital grande de aquí.
-Yo te recuerdo mucho de un Masters en París.
-¿El de hace dos años? Me retiré porque esta mano izquierda no juega más, me operaron y dijeron que eso se acababa. Abrí en Láncry un restaurante etíope si un día gustá de ir.
-¿Por qué te instalaste en Tell no Tales?
-Porque en la Argentina ahora no se puede abrir nada, los bancos se llevaron el dinero.
-Entiendo.
-Acá la gente prospera con poco, por eso muchos se están mudando.
-Supongo que a Belén y a ti les gustó la idea de una gran isla con cordillera y corriente fría.
-Nos fuimos a Madagascar y a Reunión que quedán cerca en nuestras primeras vacaciones. Recuerdo que Toud y Hammersmith le disgustaron mucho; a Jamal fuimos en año nuevo y le encantó.
-¿Por qué no se casaron?
-Por el motivo más normal del mundo, enloqueció por un tipo que es forense en el hospital.
-Lo siento.
-Pero yo sabía que Belén Mazza me ama a mí y por eso vine a verla hoy. Todos los lunes descansa y se pone un vestido rosa, me sonrió y me dijo que el tal Rostov que le gustaba se casó con una chica negra de las de Láncry.
-¿Estaba triste?
-No y eso era lo que me gustaba de ella, nada la ponía triste.

Lleyton suspiró y miró de nuevo hacia atrás, en donde Belén Mazza aun lucía rozagante y bonita.

-¿Usted sabe cómo vivir sin ella? - preguntó Juan Martín de repente y Lleyton no pudo decir nada.

-¿Ya está muerta, verdad? De nada sirvió quedarme quieto, a lo mejor yo le hice daño cuando me aferré a esto.
-La sangre aun está caliente.
-Yo iba a vivir aquí con ella, dejé de rentar una casita de Láncry.
-No pienses en ello.
-Me he quedado solo, no tengo nada ¿Qué debo hacer?
-Juan Martín, no es el único que perdió.
-Lo sé, pero de mí si dependía Belén.

Lleyton intentaba ser tan estoico como le diera la cabeza y pidió un jugo para distraerse; una paramédico se lo dio enseguida.

-Estoy hablando con usted porque no tengo valor de ir al funeral de mi hermana - confesó - Peleamos la última vez que le hablé.
-¿Dónde estaba su hermana?
-En un hospital privado cerca de aquí.
-¿El neonatal? Vi como lo cubrió el canal, luego un chico se lanzó por un bebé.
-Por mi sobrino.
-¿En serio?
-¿Sabes que es lo más banal? Que ese buen hombre es el marido de la mujer que me vuelve loco.
-Es más patético que lo mío.
-Pero mi hermana Alisa me importaba y yo reaccioné bebiendo media botella de tequila e intoxicándome con ginebra barato en lugar de, no sé, ayudar a encontrarla. Estorbé en el hospital, descubrí que no hago mi trabajo y ahora sólo intento salvarte de ahí.
-Yo me quiero ir.
-Si bajas, dile a Belén adiós.
-Es que deseo escuchar su voz y si me muevo...
-Ella entenderá.

Eso último, Lleyton lo expresaba para sí mismo, con tal de asumir que nada tenía remedio. Juan Martín, temeroso, intentaba hacer lo propio y entre acabar cayendo al canal por una distracción o simplemente dejar que sucediera lo inevitable, mejor era permitirle a los demás que continuaran limpiando el lugar.

-Venga, dame la mano - pronunció Lleyton y Juan Martín se la extendió con culpa antes de recibir el tirón que lo bajó a tierra. El anuncio entonces, aplastó el coche rojo por entero y el cuerpo de Belén Mazza quedó finalmente partido.

-¡Perdóname! - gritó Juan Martín y Lleyton lo alejó del lugar, al mismo tiempo que comenzaba a caer una fuerte brisa.