martes, 8 de febrero de 2022

Las pestes también se van (For the peace of all mankind)


Miércoles, 20 de noviembre de 2002. Hospital San Marco della Pietà. Venecia, Italia.

Cuando el reloj marcó que faltaban veinte minutos para las dos de la tarde, se supo que Marco Antonioni era el nuevo paciente del quinto piso y ocuparía un lugar entre Tennant Lutz y Julia Töivonen en la habitación número ocho. Aquello provocó que Maeva Nicholas y Susanna Maragaglio prestaran más atención a su alrededor y Alessandro Gatell volteaba a mirarlas con la expectativa de detener una posible pelea. Sin embargo, era Tennant Lutz quien abiertamente declaraba su rechazo al nuevo vecino y esperaba echarlo cuando antes, no sin reclamarle a nombre de Miguel Louvier, sin obtener siquiera que el chico volteara a verlo.

La lluvia estaba dejando Venecia y un ligero chubasco se hacía sentir al descubrir que otra sorpresa había llegado sin preguntar. Katarina Leoncavallo estaría junto a Marco en todo momento y su mascarilla de oxígeno no era tan grande como habían afirmado los rumores del hospital. Ella fue colocada al lado izquierdo de Juulia Töivonen y ante el asombro de Gatell, se comportaba de forma más adecuada que los demás.

-Katarina, poco a poco iremos disminuyendo el oxígeno para probar que respiras mejor. El cambio de antiviral te hizo muy bien y comenzaremos con la dieta que te recomendó la nutrióloga. Procura descansar y no tomes más agua de la permitida ¿De acuerdo?... Eh, Marco, mañana te realizan el estudio de corazón así que cenarás temprano y por favor, trata de estar tranquilo. Vigilas que Katarina se termine la comida y que no la vomite, por favor. Descansen - indicaba Bruno Pelletier.
-¡Doctor! ¿Llamó mi hermano? - preguntó la joven Leoncavallo.
-Le he dicho lo que me has pedido, aunque no ganas nada haciéndole creer que sigues en Terapia Intensiva.
-Lo siento.
-He tenido que avisarle de Marco.
-¡Entonces dígale la verdad mañana! 
-Muy bien pero ¡Quietos, niños! ¿Podrían dejar de abrazarse y dedicarse a dormir?

Ante el desconcierto de Juulia, Tennant y Gatell, Katarina se aferraba a los largos brazos de su nuevo novio y le aconsejaba cerrar los ojos para que ambos se repusieran más rápido para que al llegar el horario de comida no resintieran su falta de descanso. A ambos los cubriría una manta de color marfil.

-¡Lo olvidaba, Katarina! Te voy a retirar las pastillas para dormir, ya vi que no las necesitas - señaló Pelletier al revisar otro papel, pero apenas alzó la vista, la descubrió besando a Marco y acomodándose para no tener frío de nuevo.

-La mascarilla también se irá por lo que estoy viendo - murmuró divertido y un tanto sorprendido porque la joven recuperara energías. Al salir al pasillo, Gatell mismo se encargaría de sacarlo del ensueño al decirle que Katarina volvería a sentir dolor una vez que su adrenalina hubiera pasado.

-¿Revisaste sus papeles? 
-Por eso me ocupo de que siga la dieta, doctor Gatell.
-¿La vas a llenar de calcio?
-También de proteínas porque ha estado perdiendo masa muscular... Gatell ¿Le hablaste de este asunto? 
-¿Ella está consciente de que es serio? Cuando le mandé a hacer los estudios, le compartí mis sospechas.
-¿Qué le dijiste?
-Que su peso es bajo.
-¿Te habló de los escalofríos?
-Le dieron por la fiebre.
-¿No te mencionó que lleva un mes sintiéndolos? Tampoco le notificaste su osteopenia.
-No me dio tiempo.
-Como sea, yo la atiendo.
-¿Omití algo?
-Preguntarle qué come y asegurarte de que tomara vitaminas. 
-Le pedí análisis de sangre.
-Pero llegaron antes de que enfermaras y no los leíste. Iré a llenar documentos y hacer revisiones, me retiro.

Pelletier se alejó feliz de hacer una reprimenda a Gatell y luego de pasar a otra habitación con algunos pacientes rezagados, pensó mucho en Katarina Leoncavallo y Marco Antonioni. A él lo conocía desde hacía tiempo, era su paciente y llevaba meses sugiriéndole abandonar su empleo de gondolier. También recordaba sus largas charlas sobre Katarina, las confidencias de escasas frases compartidas, la rutina de acompañarla a casa ante las incesantes miradas de Maurizio Leoncavallo o de Maragaglio. La vez que ambos se encontraron en la biblioteca y ella se había reprimido tanto, que en lugar de leer, había llorado por la impotencia de saberse vigilada. Para Pelletier, ayudar a alguien que consideraba su amigo era un gran gesto y por eso había aprovechado la oportunidad para lograr que la pareja al fin se encontrase, así el método fuera un tanto ortodoxo y hasta vulgar. Al menos, podía estar con ambos mientras sanaban y desear lo mejor, a salvo de que los dominantes Leoncavallo se atrevieran a intervenir en lo inevitable.

Luego de hacer llamadas extra a familiares de enfermos que iban mejorando, las enfermeras y otros médicos tomaron descanso. El horario de comida estaba por comenzar y el tal Tommy Gunn se levantó de la cama para caminar un poco. Aunque llevaba un tanque de oxígeno consigo, había oído sobre la presencia de Katarina y quiso verla, curioso por la bata de enferma a la que el sudor volvía transparente. Era tal la belleza, que los primeros sobrevivientes de Terapia Intensiva contaban cómo eran sus muslos, cómo su cintura se marcaba y cómo la sombra seductora de su pecho los obligaba a maldecir la prenda que lo cubría. A una mujer así, no podía dejársele ir.

Tommy fue asomándose en cada habitación de la quinta planta y luego de encontrarse a Maeva Nicholas para no dirigirle la palabra, se dirigió a la siguiente puerta, encontrando al desconocido Tennant Lutz reclamando y llamando "descarada" a Katarina sin pudor. Una cortina rosa mate separaba la cama de junto y Tommy entonces sorprendió a Marco Antonioni besando a la chica mientras ésta intentaba correr otra tela rosa para impedir la vista de la boquiabierta y desconcertada Juulia Töivonen. Tal y como los rumores habían prometido, la bata de Katarina Leoncavallo dejaba ver la exacta forma de su cuerpo y de no ser porque Marco la abrazaba, no habría hecho falta verla desnuda. El hombre se impresionó tanto, que prácticamente salió corriendo para buscar un sitio donde pudiera estar solo.

-Oye ¿Qué hay de Maurizio? ¿Él sabe de esto? - alcanzó a preguntar Juulia.
-Que se vaya al diablo - murmuró la joven Leoncavallo.
-Muchas gracias.
-¿Podrías ayudar con la cortina?
-Supongo que sí.

La joven Töivonen cumplió la petición y de paso, le sugirió a Tennant Lutz cerrar la boca. Aquél no quería ceder y prometía que Miguel iba a tomarse tan en serio el asunto, que no quedaría ni rastro de Marco. Los enamorados se reían de él sin malicia y continuaban con sus abrazos y caricias mientras respiraban a momentos con sus mascarillas para no sofocarse.

En el hospital podía sentirse una vibra un poco más relajada que en los días anteriores y un necesario silencio se instaló en cada rincón junto a efímeros rayos de sol. La proximidad del invierno se anunciaba en las ventanas empañadas, pero cualquier quejoso podía ser feliz con un poco de mimos de parte del personal. Las bandejas con comida y agua empezaron a ser repartidas y el asco de Maeva Nicholas motivaba a Susanna Maragaglio a levantarse y tratar de alimentarla adoptando una posición maternal que en esa instancia no sabía si era hipócrita. Las dos mujeres apenas se miraban, no disimulaban la incomodidad, pero lograban consumir un plato de pasta.

-Me dijeron que Ricardo está en un hotel - contó Maeva luego de esforzarse con un bocado. Susanna sonrió como si aquello le diera pena y replicó preguntando.

-¿Por qué lo metieron en uno?
-Para que no ande contagiando. No sé mucho, sólo que se queda con Miguel.
-Han de estar angustiados por Tennant.
-¿Quién no? Se puso peor que yo.
-Él no devuelve cada cosa que pasa a su estómago.
-Prometo no hacerlo hoy.
-Maeva, es normal.
-Esto duele. 
-Algo, pero es más difícil no respirar.
-Es cierto. Escuché que Katarina llegó tan mal, que la iban a intubar.
-Era nuestro temor en casa, pero resistió.
-Tienen que agradecerle a Ricardo.
-¡Ay, Maeva! 
-Oye, Susanna ¿Es cierto que Maragaglio vendrá a verte?
-No creo que lo dejen pasar... Pero me habías oído antes, tramposa.
-Al menos tu hombre está sano.
-Me interesa que cuide a los niños.
-¿Se quedaron solos?
-Los llevaron con mi hermana.
-Eso está bien.
-¡Con que Anna no se peleé con Maragaglio!

Aquella conversación se escuchó perfectamente en la habitación contigua, cuando Katarina y Marco interrumpían sus demostraciones de afecto por prestar atención a sus charolas con comida. Incluso, el impertinente Tennant establecía tregua para acabar con su hambre y divertirse un poco, comentando que sentía un olor familiar cerca y quizás era señal de que se recuperaría pronto. Juulia guardaba silencio y se limitaba a alimentarse con una gran sonrisa.

-¿Qué te dieron? - preguntó Marco.
-Tengo pescado, pasta, una ensalada verde, un pudín de chocolate y creo que muesli... ¿Cómo me voy a comer todo esto? ¿Por qué tu bandeja está más vacía? - se asustaba Katarina.
-Dijeron que te darían dulce.
-El pescado está salado.
-Claro que no.
-¡No como sal!
-Por eso te sabe así.
-¡Es horrible!

Entonces otra voz se escuchó.

-La sal es para estimular tu apetito - dijo el doctor Pelletier.
-¿Qué? Sólo me dará sed - se quejó ella.
-Necesito que te acabes todo. 
-Esto es incomible; Marco no tiene tantas especias.
-Haré que subas de peso, Katarina.
-¿Con cuánto salí?
-Cuarenta kilos.
-Ah, con razón me siento mal.
-Milagro que no te hayas fracturado o desmayado.
-¿En serio puedo... Usted sabe, acabarme toda la comida?
-Si no lo haces, te quito a Marco de junto.

Katarina se rió y enseguida ingirió cada cosa que le habían servido con previsible voracidad. Pelletier la miró con agrado y se retiró al pasillo para revisar unas evaluaciones antes de tomar su propio almuerzo en otra parte. Alessandro Gatell no le cuestionaba; no tenía argumentos para ello y cierta vergüenza se apoderó de él al notar que su colega atendía a la joven Leoncavallo de manera más acertada. Claro, podía acusarlo de ser poco ético al consentir que Marco Antonioni estuviera con ella pero, dado el hacinamiento, había una causa un tanto justificable. Sin embargo, era capaz de decir que Katarina tenía razón: Los alimentos eran terribles; los pacientes los consumían por no existir alternativas. Si había que hacer un reporte, debía ser sobre la cocina y su menú desastroso de pescado.

-¡Te daría chocolate si no te lo hubieran prohibido, Marco! - exclamaba ella y todos se daban cuenta de que la joven probaba el postre con desbordado entusiasmo. 

-Es asqueroso - se quejó Tennant Lutz al lograr olfatear su raciones y también al percatarse de que la pareja de junto desbordaba de hormonas.

-Tu boca sabe a chocolate, Katarina - expresaba Marco y la besaba sin querer despegársele. Sin embargo, fue el mismo Tennant el que, alegre de recuperar su sentido más preciado, notó que el aroma familiar que le agradaba se mezclaba con el de la chica Leoncavallo con bastante fuerza. Marco Antonioni olía a madera y sal como cualquier gondolier; Katarina soltaba una dulce fragancia de miel, pero un espíritu de sándalo y alcohol desconcertó al chico y luego de correr un poco la cortina para percibir mejor, descubrió lo que no hubiera anhelado. 

-¡Katarina, eres una maldita bruja! - gritó Tennant, pero sus vecinos no le hicieron caso y él mostró su cara de decepción involuntariamente a Susanna Maragaglio al volver ésta a su lugar junto al doctor Gatell.

-¿Estás bien? - le inquirió ella e inquieta, se acercó para saber qué ocurría. Tennant no habló y se limitó a terminar sus raciones con enojo creciente, incrédulo igualmente. 

-Si van a pelear, háganlo fuera de este hospital - pidió Gatell y el ánimo volvió a calmarse, al punto de que no había ruido ni voces después de unos minutos. Así transcurrió una hora un tanto aburrida, con apenas lluvia al exterior; con el sol un poco más resplandeciente. Cuando el personal volvió a sus labores, Katarina y Marco dormían aparentemente, cada uno en su propia cama, ella aferrándose a su manta para no sentir tanto frío, a pesar de seguir sudando sin parar. Su olor era intenso para Tennant, quien no sabía si se hallaba asqueado o con hartazgo de saber sobre las aventuras de los demás, de tener certeza de quién había tenido sexo con tal o cuál persona. Ahora entendía que Katarina Leoncavallo había provocado un lío peor al previsto y lo más grave era saber que Ricardo Liukin era corresponsable en la misma proporción. Temía provocar un escándalo o que su voz se oyera por todo el pasillo, así que movió la cortina de nueva cuenta cuando los encargados de la cocina se retiraron luego de asear un poco el lugar para no dejar restos de comida.

-Katarina ¿Estuviste con mi padre? - curioseó con tono bajo.
-Él me trajo - respondió ella con un murmuro.
-¿Dónde estaban?
-¿Qué quieres saber?
-Te acostaste con él.
-¿Qué?
-¡Hueles! 
-¿De verdad? Me bañaré cuando me sienta menos rara.
-¿No lo niegas?
-Le prometí hablar con Miguel y no verlo.
-¿Qué rayos? ¡Eres una...!

Tennant no completó su frase.

-Ella te oyó, dejala en paz - intervino Marco y enseguida besó a su novia, además de tapar la vista del vecino sin miramientos. El joven Lutz se quedó sin palabras, tratando de entender lo ocurrido cuando reparó en que una nueva explosión de hormonas invadía su agotado olfato. Callado y con mayor enojo, decidió batallar una vez más, pero al descubrir la tela rosa, se topó con la visión de Katarina Leoncavallo desvestida, bella.

-Increíble - expresó Tennant y regresó a su lugar para no seguir mirando. Una involuntaria satisfacción le daba la oportunidad de estar más tranquilo, entendiendo de golpe lo que la chica provocaba en cualquier hombre cuerdo o estúpido que se cruzara delante. Gracias a una sombra, se dio cuenta de que Marco correspondía al deseo femenino después de preguntar por el consentimiento y no quiso enterarse de lo demás. De pronto, el asunto con Miguel se hallaba resuelto y los Liukin se habían librado de Katarina rápidamente. Un complot familiar no era necesario, pero el costo de la lejanía era terrible y delatar o esconder lo pondría contra la pared. Más que nunca, Tennant deseó no ser un bocón y recordó entonces que le debía su lealtad a Ricardo Liukin, el único ser humano que le había aceptado en un momento vulnerable y era incapaz de juzgarlo por las decisiones tontas que acostumbraba tomar.

-¿Qué hiciste, papá? - se dijo a sí mismo y observó al doctor Pelletier entrando al cuarto dispuesto a seguir con sus anotaciones. La cara de cautivo le apareció casi enseguida y Tennant adivinó bien.

Pelletier miraba la espalda de Katarina Leoncavallo y a Marco Antonioni amándola con besos lentos y sus manos temblorosas. Ella incluso se ataba el cabello para dejar libre su cuello y despejar su rostro antes de dejarse llevar por el ritmo de su novio, al que no paraba de susurrarle que le amaba mucho.

Cuando los ojos del médico se posaron en la cintura de ella, este pensó que era momento de apartar a la pareja para prevenirse un regaño. No lo haría. Optó por respetar su privacidad y se prometió no sorprenderlos haciendo el amor otra vez. Y tomando en cuenta la espera mutua, era natural que ambos jóvenes no necesitaran más tiempo para decidir algo tan importante.