domingo, 18 de febrero de 2018

E lei ha detto: Arrivederci! (Segunda parte)


El tren llegó a Grenoble a medianoche y Carlota descendió sólo para sentir un gran frio y constatar que en las expendoras no existía una sola lata de sopa; había ensaladas de 3€, sándwiches desde 2€; todo lo que excedía el presupuesto de una moneda por día. De acuerdo a la guía de turistas, al lado de la estación se ubicaba el "express car" y no muy lejos de ahí, los autobuses, pero al salir, Carlota desistió de la clase económica por cuestiones climáticas y entró deprisa a la sala del servicio de junto, en donde había calefacción y ni siquiera tenía que ver el rostro del desvelado vendedor. Le habían contado que en Francia instalaban máquinas para adquirir boletos y enfrente tenía una, así que al descifrarla, apartó su lugar para irse a París a las dos de la mañana y recibir su derecho a una botella de agua, una fruta, un paquete de pilas y una almohadilla. Mucho mejor de lo esperado, sólo restaba leer un poco o tomar una siesta.

La calma de Carlota, por obvias razones, contrastaba con el drama en Venecia. Como ningún Liukin entraba al hotel Florida antes de las seis de la tarde, nadie se había percatado de su ausencia. El recepcionista detuvo a Andreas para preguntarle si la familia se iría luego de ver a su hermana dejar el lugar con su maleta y luego de responderle que no, el muchacho revisó la habitación. Todo parecía en orden, incluso los collares colgados junto al espejo hasta que Andreas descubrió la nota en la que Carlota declaraba: "Me voy de esta familia y haré mi vida. Llamaré cuando tenga un apartamento y sea una patinadora famosa; no me busquen. P. D. Díganle a Ricardo que no me importa y que no se meta. Andreas, tomé de tu dinero, luego te pago".

Aunque estaba de acuerdo con ella, el chico se precipitó hasta "Il dolce d'oro" a la voz de "Carlota se fue de la casa", no sin iniciar la búsqueda por su cuenta. Desconcertado, Ricardo recogió el papel del suelo que su hijo había lanzado y luego de leerlo, corrió enseguida hacia la Piazza di San Marco a preguntar si alguien había visto a su hija. Todos respondían que no, a excepción de la señora Martelli, que al oír al señor Liukin gritar, le preguntó que ocurría.

-Mi hija dejó esto.
-No entiendo francés.
-Se fue de la casa.
-¿Cuántos años tiene?
-Catorce.
-¡Santo Dios! ¿Tiene una foto?
-Esta de mi cartera.
-¡La vi con un tipo esta tarde!
-¿Como era?
-Alto, blanco, cabello muy corto pero rizado; le dio un regalo en una caja.
-¡Haguenauer! ¿Por qué no lo pensé?
-Lo ayudaré, espere.

Los dos salieron de la plaza rumbo a cada hotel que hallaban para preguntar por Haguenauer pero parecía que perdían el tiempo. Entonces, la señora Martelli decidió buscar en el atracadero de San Marco.

-Tengo una idea, los chicos del vaporetto pueden ayudar.
-¿Cómo?
-Sólo déjeme hacer todo lo posible por usted.

Ambos se aproximaron a la parada cercana del vaporetto al Palazzo Ducale.

-¡Leonora! Come stai? - saludó el capitán a cargo y ella fue directo al grano.
-Se perdió una niña ¿habrá manera de que nos auxilies?
-Claro ¿tienen foto?
-Es esta - Ricardo la extendió.
-La enviaré por fax y pediré que la compartan, a lo mejor uno de los muchachos la vio o la encuentra.
-Gracias.
-¿Mando aviso a Murano?
-Por favor.
-¿Algún otro lugar en especial?
-Mestre y Burano, estuvimos allí - añadió el señor Liukin.
-Pediré que revisen en Torcello por si acaso; conectaré con el capitán del servicio de ferry para revisar Mestre y Jessolo ¿alguna otra cosa que nos pueda decir, señor?
-Lleva un pantalón de mezclilla azul y una camiseta beige estampada con flores, trae el cabello teñido de rubio y suelto.
-De acuerdo, ya doy aviso ¿saben si estaba con alguien?
-Mi hija se reunió hoy con Romain Haguenauer, un amigo de la familia.

El capitán dio la información a las estaciones de vaporetti y distribuyó la imagen de Carlota lo más rápido posible. Con el atardecer culminando, la búsqueda se haría más complicada y la señora Martelli eligió involucrar a la policía mientras se enteraba de la discusión entre la chica y Ricardo por una competencia.

El señor Liukin comenzaba a culparse por lo ocurrido. Cuando un oficial le pidió detalles, todos supieron que desde París se presentaban dificultades entre padre e hija y los motivos de la mudanza, en parte por mantenerla alejada de las pistas de hielo.

Mientras tanto, Andreas se había unido a Tennant y entre los dos, hallaron a Haguenauer en un café del barrio de Santa Croce. Luego de observarlo varios minutos, el hombre aparentaba estar solo y se le aproximaron inquisitivos.

-¿Dónde está Carlota? - inició Andreas, golpeando una mesa.
-¿De qué me hablas?
-¡No finjas, Haguenauer! ¿Dónde dejaste a mi hermana?
-¿Disculpa? Yo he estado por aquí, mi hotel es ese de junto y no he visto a Carlota desde las dos, le hizo berrinche a tu padre.
-No mientas porque te parto la cara
-¡No sé a donde fue tu hermana! ¡Revisa si quieres!

Como no estaba funcionando, Tennant aligeró el tono.

-Carlota nos dejó una nota, dijo que se va.
-¿A qué se refieren?
-Ella dice que nos deja.

Haguenauer miró a los dos chicos seriamente y colocó sobre la mesa un par de billetes enseguida para pagar su cuenta, acordándose de que la joven Liukin solía irse cuando se deprimía.

-No debe andar lejos, vámonos.

Así los tres comenzaron a mostrar la imagen de Carlota por la ciudad al tiempo que se hacía de noche.

En otro rincón de Venecia, Yuko hacía lo que podía. Le habían encargado a Adrien y con él iba por donde se le ocurría, fuera una plaza, un templo, una tienda o un bacaro. Nadie había visto a Carlota Liukin ni en Dorsoduro ni en San Polo y al darse aviso en Cannaregio, una legión de vecinos se unió al intento de hallarla. No hubo esquina o callejón sin revisar, se entrevistaba a los indigentes, a los turistas, en los hospitales. Ninguna otra niña iba a desaparecer en Venecia y el comisionado de policía, temeroso y pálido, asignó a un tal Fabbio Caresi la tarea de hallarla. Caresi era el detective del caso Martelli y antes de que se le metiera la idea de relacionar a Elena con Carlota, Miguel, que sentía haber fallado como ángel de la guarda, lo poseyó. Sólo así podía ir al rescate.

Lo primero que hizo el poseído Caresi fue preguntar "¿a dónde iría Carlota Liukin de desaparecer voluntariamente?". Ricardo Liukin lo miró como si le dieran un puñetazo pero tenía tanto sentido que declaró "París" enseguida por ser "lo único en Europa que ella conoce". El reporte se dio de inmediato y se supo que ningún tren a París había abandonado Italia todavía. El más alejado se hallaba en Aosta y fue detenido para una revisión. No había autobús directo pero también se preguntó por aquellos que traspasaban la frontera francesa, sin que nadie diera certeza de nada. Parecía impensable pero tampoco se registraba a ninguna Carlota Liukin en los vuelos comerciales y se preguntó en los privados con idénticos resultados. A lo mejor ella había dado otro nombre pero a juzgar por la foto, era increíble que nadie la viera.

Algo de luz se arrojó a las once de la noche, cuando en la oficina de la policía de Cannaregio, llegó la vendedora de boletos de tren. Declaró enseguida que Carlota había adquirido un billete a Turín luego de preguntar por el precio a París. Caresi se enlazó a Turín para preguntar por las imágenes de las cámaras de seguridad, apareciendo Carlota a las ocho y media en la taquilla pero luego, en el punto ciego, volvió a desaparecer. Se solicitaron los registros enseguida y se supo que de nuevo había preguntado por París. Los cuerpos policiacos de la región de Piamonte revisaron de nuevo los trenes, los boletos, las caras. No había resultado.

-¿A dónde más iría? - preguntó el poseído Caresi y entonces extendió la búsqueda.

-¡Mónaco! ¡Enseguida llamen a Mónaco! - exclamó - ¡Localicen a Marat Safin! ¡A toda la gente que conozcan en París! Señor Liukin, le prometo que traeré a Carlota de vuelta.

Ricardo no notó nada extraño en ese momento debido a la angustia pero si vio a Leonora Martelli llorosa. Era inaudito que le ayudara, que insistiera en no detener la marcha de los vaporetti por si la teoría parisina fracasaba. Como los trenes tenían escalas, se preguntó en Padova, en Brescia; se hacía un esfuerzo en Milán. Pronto, localizaron a Marat Safin en Marruecos y se pidieron bitácoras de vuelo, listas de pasajeros e imágenes de seguridad. Nada.

-Habla Miguel - escuchó Marat en el teléfono.
-¿Por qué la policía italiana me llama por Carlota? ¿Pasó algo grave?
-Marat, ayúdame, no la encuentro.
-Me dijeron que tal vez venía a buscarme pero no tiene sentido.
-Carlota se fue de casa.
-Repite eso.
-¡Que se marchó de casa! No hay indicios de ella, el último rastro fue en Turín y parece que va a París.
-¿Turín? ¿Qué rayos haría en Turín?
-Hemos buscado en trenes y autobuses.
-¿Y si pidió aventón?
-¿Qué?
-¿Qué puedo hacer desde aquí?
-Sé que Carlota pedirá ayuda, te llamará, por favor avísame.

En medio de la incertidumbre, la labor requirió más gente. Las carreteras que pasaban por Turín podían ser clave, había voluntarios dispuestos a verificar, cada hora que pasaba era desesperante. Las llamadas de Ricardo a París colocaron a su familia en las estaciones de tren, a Judy Becaud a esperar en "Le Belle Époque", a los amigos en el aeropuerto... ¿Y si Carlota no había ido a Monaco ni a París? Esa idea se le ocurrió a Miguel luego de pensar en qué haría una persona al irse. No solo eso, en el caso Martelli y por lo que podía ver en el alma de Caresi, se habían escudriñado los destinos de los trenes varias veces. Si Turín era el último punto; entonces también era el primero y pidió los registros de boletos. Repasar la información que en la madrugada era posible mandar resultó muy útil cuando un voluntario encontró una pista: alguien vio a Carlota correr para alcanzar un tren "a las ocho más diez". Se revisó de nuevo la cámara del andén y ella salía del punto ciego hacia un vagón cuyo número no se distinguía completo pero en la bitácora de la estación tenía señalado el horario de la última corrida a Grenoble.

-¡Grenoble! ¿Qué demonios se fue a hacer ahí? - vociferó Ricardo con gran remordimiento.

Aunque se emitía el boletín de localización en Grenoble, Carlota ya había usado su boleto y de repente charlaba con el conductor del vehículo que la trasladaba a París. En el asiento de atrás podía mirar como el paisaje se veía igual de seco luego de tomar ruta por Dijon y se moría de risa con las revistas del corazón. Aunque no tenía sueño, se recostaba en su almohadilla o dibujaba algo para tener qué vender por ahí, en el distrito XIII tal vez; el chofer le comentaba que había vivido con su novia en un departamento del tamaño de un pasillo pequeño.

-Llegaremos a las siete con cuarenta y cinco a Bércy ¿está bien?
-Es excelente, señor.
-¿Qué hará después de llegar?
-Visitar a alguien.
-¿Un familiar?
-Un amigo en el hospital.
-Debe ser muy importante.
-Quiero llegar a tiempo.
-¿Es grave?
-Me han dicho que sí.

El conductor no podía rebasar su límite

-¿Tienes una identificación? - inquirió el chofer.
-Ay, claro, mire.
-Perfecto.... "Aquí a Central: mi pasajera es Meryl Assenet, repito, Meryl Assenet a bordo, auto KH-572 a París, dos de la mañana ¿Coincide con la venta?... Entendido, de nada Central"
-¿Eso qué fue?
-Hay un lío en Italia, una niña cruzó la frontera.
-Qué malo.
-Pero entraremos a Fontainebleau sin problemas, la policía ya sabe que esa chica no está aquí. Toma tu credencial, disculpa.

Carlota exhaló de alivio y sujetó su cabello, haciendo resaltar sus mechones desteñidos. Como extra, se maquilló y cambió de chaqueta al pasar cerca del control policial, sorprendiéndose de que los oficiales fueran omisos.

-La policía es igual hasta en Nueva York - se rió el taxista.
-Les habría dado mis datos.
-Mejor descansa, que no has dormido.

La joven Liukin aceptó la sugerencia y cerró los ojos por un buen tramo, aferrada a su bloc de dibujo en el que aun conservaba varios retratos de Marat sin concluir. Seguramente también soñaba con él como era su nueva costumbre o con su mascota que permanecía en calma y sin hacer ruido en su improvisada caja de cartón.

El amanecer despuntaba cuando, a media hora de París, otro retén policial apareció en el horizonte. A diferencia del anterior, el oficial al mando detuvo el coche y despertó a Carlota con un timbre molesto.

-Identificazione, per favore.
-¿Qué?
-Il suo nome.
-¿Por qué me detuvo?
-Porque aparece en el video de la cámara de una máquina en Grenoble.
-¿Quién rayos es usted?
-Maurizio Maragaglio; Servizio Italiano d'intelligenza nella Unione Europea.
-¿Qué es eso?

El tipo le sonrió a Carlota y con celular en mano no dudó en gritar para burlarse de ella.

-Carabinieri di Venezia? Maragaglio qui, dov'è il fiscale Caresi?... Perfetto, dígale que tengo enfrente a Carlota Liukin - ella pasó saliva - La llevaré de inmediato a Venecia, se creyó muy lista cambiando la ruta. Tomaremos un vuelo y a la una de la tarde la devolveremos en casa, ciao.

El hombre aquel no era agradable de ver a simple vista. Tenía las cejas muy juntas, sus ojos aceitunados eran pequeños y un poco rasgados, tendía a mostrar la lengua cuando se hallaba tenso. Costaba trabajo distinguirle los labios y cuando los cerraba, se asemejaban a una línea completamente recta que causaba desconcierto. Lo malo era que su aspecto contrastaba con lo transparente y tonto que era y Carlota lo notó intentando no morir de risa. Del conductor del taxi mejor ni preguntó porque la había delatado para salvar su trabajo.

-Signorina, descienda por favor, la llevaremos a París.
-No entiendo ¿podría llamar a mi hermano?
-Adelante.

La desconcertada Carlota recibió un celular para llamar y los demás agentes tomaron su equipaje y su mascota para acomodarlos en una camioneta. Maragaglio, sospechosamente, decidió que la joven iría con él en motocicleta.

sábado, 3 de febrero de 2018

E lei ha detto: Arrivederci! (Primera parte)



Luego de un par de días, los Liukin abandonaron Mestre. En Venecia concluían las labores de limpieza y era viable reanudar el abasto de agua mientras volvía la actividad en el Mercato Rialto y los vaporetti trasladaban a la gente a su trabajo. Aquella semana fue muy calmada, con escasos turistas y poco ruido y en el hotel Florida todo estaba tal y como los Liukin lo habían dejado. De regreso al colegio, Carlota reanudó las pruebas para los equipos deportivos y luego de resultar buena en volleyball y dardos, fue admitida en hockey sobre pasto. Para Ricardo esa era una buena noticia y también lo fue saber que Adrien estaba en el grupo de avanzados de la escuela de autistas; Miguel y Tennant buscaban trabajo y Andreas no faltaba a clases. Yuko por su cuenta, no se quejaba del casino y parecía que nadie iba a molestar pronto.

Luego de mucho insistir y de ver puertas cerradas, Ricardo Liukin halló un jueves una vacante en una decadente gelateria de San Marco llamada "Il Dolce d'oro" en la que compraban niños pequeños y atendía una mujer de cabello rizado cuyo padre se negaba a retirarse. Luego de sentir que regresaba en el tiempo y de que, al menos, las máquinas eran nuevas, el hombre aceptó ser ayudante y no dudó en anunciarlo a la familia por la tarde... Pero la impresión de los demás osciló entre la fatalidad y la pena ajena al conocer aquel local que daba la impresión de quedar destartalado a cada segundo.

-Bien por ti, ya me voy - dijo Andreas y huyó mientras Adrien y Carlota elegían la lástima y se sentaban ante una mesa luego de ordenar un par de copas de gelato de mantequilla con pasas. Tennant, que no conseguía reponerse, quedó de pie frente al mostrador y Miguel, quizás intentando ser entusiasta sacó una maceta de algún lado para alegrar las paredes blancas. Yuko sonrió por compromiso pero se propuso no añadir comentarios mientras se le ocurría algo que pretextar si le preguntaban.

El viernes en cambio, fue una jornada muy diferente. A la una era la cita entre Romain Haguenauer y Carlota y por evitar que su padre la descubriera, Andreas se ofreció a llevarla a condición de cubrirlo con el evento de surf del sábado. En la Piazza di San Marco, desierta todavía, esperaba Haguenauer con una caja de botines nuevos y parecía tener el tiempo contado porque revisaba su reloj constantemente. Cerca de él, la madre de Elena Martelli iba juntando a un pequeño grupo para el habitual tour por las atracciones venecianas y no tardó en mirar a Carlota corriendo para llegar a tiempo.

-Bueno, te ves.
-¡Andreas!
-Quedé con Levina, adiós.
-¡No me dejes aquí!
-¿Sabes usar navaja?
-¿Qué dices?
-Nos vemos en casa, Carlota.
-¡Oye!
-Haguenauer, ya calma a la cucaracha.

Carlota iba a lanzarse contra Andreas cuando Haguenauer la sujetó por una muñeca para tranquilizarla.

-Creí que habían dejado el drama en París.
-¡Andreas es un idiota!
-Nada que no sepa ¿Me vas a saludar?

Carlota abrazó a Haguenauer antes de sentirse observada y optó por alejarse de ahí.

-¿Dónde me llevas, Liukin?
-Es que ahí está la mamá de una niña que encontraron muerta en el Gran Canale.
-Qué horrible.
-Y su otra hija casi se lanza de una ventana.
-¿Por qué me cuentas cosas tan trágicas?
-Es que vi cuando sacaron a Elena Martelli del agua y de lo otro, se lo oí a papá.
-¿Quieres decirme que Venecia es más peligrosa que París?
-Quitando los suicidios de la semana pasada, es una ciudad que está más bonita, mira.

Haguenauer se impresionó de que Carlota tomara esas cosas de manera tranquila y le hizo compañía hasta un costado del Palazzo Ducale, con vista a Lido y Dorsoduro; había que aprovechar que los cruceros no atracaban.

-¿Cómo estás, Romain?
-Con mucho trabajo, la Federación me regresó a Lyon.
-¿Te gusta vivir allí?
-Bastante más que en París, en INSEP nadie soporta a Guillaume.
-¿Por qué?
-No te rías.
-Perdón.
-Es que programa sus entrenamientos durante la madrugada, su entrenador no nos ayuda.
-¿El tal Simmond?
-¿Te acuerdas de él?
-Afortunadamente no es mi coach.
-Me alegro por eso.
-Lo malo es que no tengo uno y mi padre me vigila siempre.
-No está aquí, Carlota.
-Le dije que sería chaperona de Andreas.
-¿Consiguió novia tan rápido?
-Y los dos son surfistas.
-A tu padre le dio un ataque.
-No cae en coma porque no sabe que Andreas estará compitiendo mañana.
-¿Estás segura?
-Ayudaré a mi hermano a escapar.
-¿Te trajo hoy a escondidas?
-Se lo debo.
-Qué raro, tu padre me pidió tus patines nuevos.
-¡Gracias!
-¿Me mintieron?
-¿Tú que crees?
-Embusteros.
-Estoy impaciente por volver.
-Y la federación quiere que cumplas tu contrato.
-Causé baja de Milán.
-Me temo que sí pero te conseguí un evento aquí en Murano.
-¡Sólo tomaría un vaporetto!
-¿Un qué?
-Un bote.
-Va a ser muy difícil pero si consigues un puesto decente, pasaremos por alto que no consigas la segunda medalla a la que te comprometió Tamara.
-¿Decente?
-María Butyrskaya, Elena Sokolova, Sasha Cohen y Julia Sebestyen están inscritas.
-¿De verdad?
-No irás a Bompard tampoco.
-No lo sé ¿cuándo es?
-Después del Francia - Rusia en el tenis...
-¡No es cierto! Marat juega hoy.
-A ese punto quería llegar.
-¿Cuál?
-No has entrenado por andar con él ¿o qué significa esto?
-Salí en el "Hola" y no me enteré.
-Hay gente que se muere por tu respuesta.
-Me invitó a una caridad.
-Y de buena fuente supe que tomó vacaciones contigo.
-¡Tennant!
-Adoro a ese bocazas.
-Marat es un gran amigo mío.
-Más te vale, ni yo toleraré que andes como loca por otro chico; suficiente tuvimos con Joubert y nunca reclamé por Trankov.
-¿Cómo sigue Joubert?
-¿No sabes?
-Nada.
-¿No has estado al pendiente?
-Mi padre bloqueó a los Bessette.
-Esto es duro.
-Puedo con ello.
-Bueno...Hace tiempo que no registra actividad, parece que lo declararán con muerte cerebral.
-Ay Dios.

Carlota llevó una de sus manos al rostro.

-Lamento darte este tipo de noticias.
-Y yo me negué a que lo trajeran aquí.
-¿Qué?
-¿Por qué le hice caso a Marat? ¡Yo tenía que quedarme con Joubert!
-¿De qué me perdí?
-Es que la mamá de Joubert vino a verme para decirme que lo internarían en esta ciudad y Marat le dijo que no; después yo creí lo mismo porque pensé que él tenía razón.
-¿Estás bien?
-Me urge un gelato.
-¿Qué dijiste?
-Mi papá trabaja aquí cerca.

Con la cabeza baja, Carlota dirigió a Haguenauer hacia "Il dolce d'oro" y encontraron a Ricardo barriendo la calle mientras salía un grupo de niños con grandes conos de gelati de fresas. El señor Liukin saludó confundido y su deprimida hija entró a pedir su propio gelato de almendras con miel.

-Romain, disculpe que no le dé la mano - prosiguió Ricardo.
-No se preocupe, entiendo.
-¿Qué lo ha traído a Venecia?
-Quería saber cómo estaban.
-¿Y esa caja que tiene mi hija?
-Un regalo de París que aun no abre.
-Lo veremos juntos en casa.
-De eso quiero hablarle.
-¿Quien le dijo que nos encontraba aquí?
-Judy Becaud.
-Le pedí que no le informara a nadie.
-No la culpe, yo insistí. Carlota tiene un contrato.
-Le pagaré cada centavo a la gente con la que firmamos.
-Le ofrecí a su niña una alternativa.
-¿Cuál?
-Una competencia aquí en Murano; sólo tiene que acabarla.
-Mi hija no vuelve a patinar ¿entiende?
-Señor, es sólo para que terminemos y usted no pierda dinero.
-Lo prefiero antes que verla otra vez ahí... Siempre debí hacerle caso a su madre.
-Señor, es una opción más económica.
-No nos interesa. Recoja su obsequio, Carlota lo rechaza.

Ricardo reanudó el aseo de la calle y Haguenauer ingresó a la gelateria en donde Carlota luchaba por no llorar.

-Oí todo, disculpa.
-Supongo que me llevo esto.... Anunciaré tu baja definitiva al volver a INSEP.
-¡No lo hagas!
-Carlota, tu padre decide esas cosas, yo no voy a meter a la federación en un problema y tú tampoco.
-¿Y lo que yo quiero qué?

Haguenauer se encogió de hombros.

-Bien, entonces haré todo sola.
-¿Qué? ¡Cálmate!
-¡Estoy harta!

Carlota tomó la caja con sus nuevos patines y se plantó frente a Ricardo.

-Voy a patinar.
-No lo voy a repetir, devuelve eso.
-¡No!
-¡Carlota!
-¡Me niego!
-No estás en posición.
-No puedes obligarme.
-Claro que sí, eres una niña.
-Sabía que no puedo decirte nada.
-¿Qué harás al respecto?
-Voy a patinar.
-No.
-Sí.
-¡No me faltes al respeto!
-¡Vete al diablo!
-¡Retráctate!
-¡Nunca!
-Si te vas ahora no habrá mesada ni permisos y te sigues olvidando de patinar.
-¡No me importa!
-No puedes moverte sin el dinero que te doy.
-¡Ni siquiera es tuyo!
-¿Perdona?
-¡Es de la cuenta de mamá!
-¿Quién te dijo?
-¡Desde el principio lo sé!
-Pero como beneficiario, también puedo negártelo.
-Bien.
-¿Dónde vas?
-A entrenar.
-¡No tienes permiso!
-Me interesa tanto...
-¡Vuelve acá!
-¿Cuál es tu maldito problema?
-Ya conversamos sobre esto.
-Nunca pasó.
-Dejé claro que yo no voy a permitir...
-¡No son tus cosas, déjame en paz!
-Esas decisiones no las tomas tú.
-Voy a practicar.
-Sólo yéndote de la casa.

Carlota pasó saliva.

-¡Me largo!
-Entonces devuelve tu celular y tu mesada, no puedo mantener a alguien que se va.
-¡Toma todo!
-¡No avientes nada al piso!
-¡Y te doy la chamarra y este gorro, hasta los tenis los compraste tú!
-Sigue con tu berrinche, Carlota, vas perfecto.
-¡Eres un idiota y no volveré a verte más!

Ricardo levantó lo que Carlota dejó tirado y no pronunció palabra. Haguenauer eligió igualmente el silencio y se fue sin despedirse.

La joven Liukin se dirigió a pie hasta el hotel Florida y aunque perdió unos calcetines en el camino, al llegar se limitó únicamente a tomar su maleta y seleccionar la ropa que había adquirido junto a su madre, dejando aquello que Ricardo le decía que era para ella. Atrás quedaban pulseras, abrigos, artículos de limpieza y la única muñeca que le quedaba luego de las mudanzas. El flamingo y el delfín rosa de la fiesta de Burano iban con su equipaje y escribió una nota para Andreas, no sin "tomarle prestado" algo de dinero para el boleto del tren y hurgar en los papeles de su padre hasta hallar su pasaporte, su visa y sus documentos escolares.

En la estación de Santa Lucía, la corrida a París iniciaba a las ocho de la noche y como era imperativo marcharse pronto, Carlota optó por abordar el tren a Turín y buscar alguna conexión que la dejara cerca de Francia si no hallaba otra más o menos directa; tenía contempladas también un par de escalas en Verona y Milán, haciendo que la duración del viaje se prolongara por seis horas. Después de buscar un asiento y pedir ayuda para subir su equipaje al compartimento superior, la joven miró su reloj y luego de diez minutos exactos, se inició la marcha sin aguardar a nadie.

La primera parada era Mestre, todos los trenes a Venecia o desde ella deben detenerse ahí, en donde casi nadie baja cuando se vuelve a la Italia continental. El vigilante del vagón revisaba los boletos y una vez que se entregaba el plan de viaje y se relevaba al maquinista, los paisajes eran lo único disfrutable. Irse de Mestre transmitía una sensación liberadora y los bosques, colinas y puentes de piedra provocaban que los turistas hablaran y hablaran sobre lo bellos que eran. Carlota lo apreciaba también, no obstante, se colocara unos audífonos para buscar una estación de radio en el que narraran el juego que tenía Marat contra un tal Rachid Mebarak. Aunque ella no entendía de tenis ni podía imaginar otra cosa que no fueran dos personas pasándose una pelota de un lado a otro, le gustaba escuchar que Marat iba ganando dos sets a uno y que gracias a su probable triunfo, la semifinal de Copa Davis sería contra Francia en el Palais Omnisports en noviembre. Si Carlota llegaba a París, tal vez podía verlo y saludarlo, además de presumir su emancipación. Lo primero que haría sería buscar a Judy Becaud para pedirle asilo y un empleo en su nuevo negocio; anotarse en alguna escuela cercana y ahorrar mucho para mudarse y no causar molestias. También podría audicionar para ser modelo de chamarras o pantalones o manos; algo saldría en el camino para pagar las cuentas y los entrenamientos en INSEP tal vez la harían candidata a una beca mayor a la de su contrato original. Así iba a ser, incluso estaba dispuesta a servir hot dogs, como Guillame le había sugerido.

En medio de las fantasías sobre su futuro, Carlota reparó en un detalle: el tren de Turín a París costaba 176€ y uno a Grenoble 120€; de Grenoble a París eran 108€ y la cuentas le indicaban una quiebra técnica total; no le alcanzaría ni para una lata de sopa caliente en una máquina expendedora a menos que tomara un autobús, que de acuerdo a una guía de viaje le saldría en 34€ o un taxi privado por un precio similar y cinco horas de camino a cambio de 45€ libres para gastos ¿y si todo salía al revés? ¿Si Judy no la recibía, iría con sus tíos de vuelta al hotel Odessa o le pediría ayuda a Gwendal? Todos la regresarían a Venecia sin excepción ¿Iría a una posada de 10€ la noche mientras se las ingeniaba cuatro días para conseguir dinero? ¿Qué pasaba con el aseo personal? ¿Y qué había de los Bessette? ¿No iba a ser ruin pedirles algo luego de dejar a Joubert atrás? Por supuesto, ella comenzó a morderse las uñas y se imaginó haciendo retratos y cantando en la calle ¿no iba a resultar mal, cierto?

Pero Carlota no se estaba arrepintiendo, al contrario. Tenía que irse para poder patinar, Ricardo se lo había dicho y la condición no era tan... digamos, difícil de seguir. Quizás eso fue lo que la motivó a permanecer en su lugar y revisar que nadie se llevara sus cosas en las escalas, a rechazar bocadillos y bebidas a la venta abordo y no abrir la boca para no levantar algún reporte. Daba igual no ver Verona ni Milán y no poder pisar los bosques que se presentaban en su camino. A las ocho, el tren arribó a Turín y decidida adquirió el billete a Grenoble en un trayecto próximo a iniciar; hasta tuvo que correr para alcanzar a entrar y perder la oportunidad de comer una sopa de tomate que lucía prometedora desde una máquina en el andén.