domingo, 18 de febrero de 2018

E lei ha detto: Arrivederci! (Segunda parte)


El tren llegó a Grenoble a medianoche y Carlota descendió sólo para sentir un gran frio y constatar que en las expendoras no existía una sola lata de sopa; había ensaladas de 3€, sándwiches desde 2€; todo lo que excedía el presupuesto de una moneda por día. De acuerdo a la guía de turistas, al lado de la estación se ubicaba el "express car" y no muy lejos de ahí, los autobuses, pero al salir, Carlota desistió de la clase económica por cuestiones climáticas y entró deprisa a la sala del servicio de junto, en donde había calefacción y ni siquiera tenía que ver el rostro del desvelado vendedor. Le habían contado que en Francia instalaban máquinas para adquirir boletos y enfrente tenía una, así que al descifrarla, apartó su lugar para irse a París a las dos de la mañana y recibir su derecho a una botella de agua, una fruta, un paquete de pilas y una almohadilla. Mucho mejor de lo esperado, sólo restaba leer un poco o tomar una siesta.

La calma de Carlota, por obvias razones, contrastaba con el drama en Venecia. Como ningún Liukin entraba al hotel Florida antes de las seis de la tarde, nadie se había percatado de su ausencia. El recepcionista detuvo a Andreas para preguntarle si la familia se iría luego de ver a su hermana dejar el lugar con su maleta y luego de responderle que no, el muchacho revisó la habitación. Todo parecía en orden, incluso los collares colgados junto al espejo hasta que Andreas descubrió la nota en la que Carlota declaraba: "Me voy de esta familia y haré mi vida. Llamaré cuando tenga un apartamento y sea una patinadora famosa; no me busquen. P. D. Díganle a Ricardo que no me importa y que no se meta. Andreas, tomé de tu dinero, luego te pago".

Aunque estaba de acuerdo con ella, el chico se precipitó hasta "Il dolce d'oro" a la voz de "Carlota se fue de la casa", no sin iniciar la búsqueda por su cuenta. Desconcertado, Ricardo recogió el papel del suelo que su hijo había lanzado y luego de leerlo, corrió enseguida hacia la Piazza di San Marco a preguntar si alguien había visto a su hija. Todos respondían que no, a excepción de la señora Martelli, que al oír al señor Liukin gritar, le preguntó que ocurría.

-Mi hija dejó esto.
-No entiendo francés.
-Se fue de la casa.
-¿Cuántos años tiene?
-Catorce.
-¡Santo Dios! ¿Tiene una foto?
-Esta de mi cartera.
-¡La vi con un tipo esta tarde!
-¿Como era?
-Alto, blanco, cabello muy corto pero rizado; le dio un regalo en una caja.
-¡Haguenauer! ¿Por qué no lo pensé?
-Lo ayudaré, espere.

Los dos salieron de la plaza rumbo a cada hotel que hallaban para preguntar por Haguenauer pero parecía que perdían el tiempo. Entonces, la señora Martelli decidió buscar en el atracadero de San Marco.

-Tengo una idea, los chicos del vaporetto pueden ayudar.
-¿Cómo?
-Sólo déjeme hacer todo lo posible por usted.

Ambos se aproximaron a la parada cercana del vaporetto al Palazzo Ducale.

-¡Leonora! Come stai? - saludó el capitán a cargo y ella fue directo al grano.
-Se perdió una niña ¿habrá manera de que nos auxilies?
-Claro ¿tienen foto?
-Es esta - Ricardo la extendió.
-La enviaré por fax y pediré que la compartan, a lo mejor uno de los muchachos la vio o la encuentra.
-Gracias.
-¿Mando aviso a Murano?
-Por favor.
-¿Algún otro lugar en especial?
-Mestre y Burano, estuvimos allí - añadió el señor Liukin.
-Pediré que revisen en Torcello por si acaso; conectaré con el capitán del servicio de ferry para revisar Mestre y Jessolo ¿alguna otra cosa que nos pueda decir, señor?
-Lleva un pantalón de mezclilla azul y una camiseta beige estampada con flores, trae el cabello teñido de rubio y suelto.
-De acuerdo, ya doy aviso ¿saben si estaba con alguien?
-Mi hija se reunió hoy con Romain Haguenauer, un amigo de la familia.

El capitán dio la información a las estaciones de vaporetti y distribuyó la imagen de Carlota lo más rápido posible. Con el atardecer culminando, la búsqueda se haría más complicada y la señora Martelli eligió involucrar a la policía mientras se enteraba de la discusión entre la chica y Ricardo por una competencia.

El señor Liukin comenzaba a culparse por lo ocurrido. Cuando un oficial le pidió detalles, todos supieron que desde París se presentaban dificultades entre padre e hija y los motivos de la mudanza, en parte por mantenerla alejada de las pistas de hielo.

Mientras tanto, Andreas se había unido a Tennant y entre los dos, hallaron a Haguenauer en un café del barrio de Santa Croce. Luego de observarlo varios minutos, el hombre aparentaba estar solo y se le aproximaron inquisitivos.

-¿Dónde está Carlota? - inició Andreas, golpeando una mesa.
-¿De qué me hablas?
-¡No finjas, Haguenauer! ¿Dónde dejaste a mi hermana?
-¿Disculpa? Yo he estado por aquí, mi hotel es ese de junto y no he visto a Carlota desde las dos, le hizo berrinche a tu padre.
-No mientas porque te parto la cara
-¡No sé a donde fue tu hermana! ¡Revisa si quieres!

Como no estaba funcionando, Tennant aligeró el tono.

-Carlota nos dejó una nota, dijo que se va.
-¿A qué se refieren?
-Ella dice que nos deja.

Haguenauer miró a los dos chicos seriamente y colocó sobre la mesa un par de billetes enseguida para pagar su cuenta, acordándose de que la joven Liukin solía irse cuando se deprimía.

-No debe andar lejos, vámonos.

Así los tres comenzaron a mostrar la imagen de Carlota por la ciudad al tiempo que se hacía de noche.

En otro rincón de Venecia, Yuko hacía lo que podía. Le habían encargado a Adrien y con él iba por donde se le ocurría, fuera una plaza, un templo, una tienda o un bacaro. Nadie había visto a Carlota Liukin ni en Dorsoduro ni en San Polo y al darse aviso en Cannaregio, una legión de vecinos se unió al intento de hallarla. No hubo esquina o callejón sin revisar, se entrevistaba a los indigentes, a los turistas, en los hospitales. Ninguna otra niña iba a desaparecer en Venecia y el comisionado de policía, temeroso y pálido, asignó a un tal Fabbio Caresi la tarea de hallarla. Caresi era el detective del caso Martelli y antes de que se le metiera la idea de relacionar a Elena con Carlota, Miguel, que sentía haber fallado como ángel de la guarda, lo poseyó. Sólo así podía ir al rescate.

Lo primero que hizo el poseído Caresi fue preguntar "¿a dónde iría Carlota Liukin de desaparecer voluntariamente?". Ricardo Liukin lo miró como si le dieran un puñetazo pero tenía tanto sentido que declaró "París" enseguida por ser "lo único en Europa que ella conoce". El reporte se dio de inmediato y se supo que ningún tren a París había abandonado Italia todavía. El más alejado se hallaba en Aosta y fue detenido para una revisión. No había autobús directo pero también se preguntó por aquellos que traspasaban la frontera francesa, sin que nadie diera certeza de nada. Parecía impensable pero tampoco se registraba a ninguna Carlota Liukin en los vuelos comerciales y se preguntó en los privados con idénticos resultados. A lo mejor ella había dado otro nombre pero a juzgar por la foto, era increíble que nadie la viera.

Algo de luz se arrojó a las once de la noche, cuando en la oficina de la policía de Cannaregio, llegó la vendedora de boletos de tren. Declaró enseguida que Carlota había adquirido un billete a Turín luego de preguntar por el precio a París. Caresi se enlazó a Turín para preguntar por las imágenes de las cámaras de seguridad, apareciendo Carlota a las ocho y media en la taquilla pero luego, en el punto ciego, volvió a desaparecer. Se solicitaron los registros enseguida y se supo que de nuevo había preguntado por París. Los cuerpos policiacos de la región de Piamonte revisaron de nuevo los trenes, los boletos, las caras. No había resultado.

-¿A dónde más iría? - preguntó el poseído Caresi y entonces extendió la búsqueda.

-¡Mónaco! ¡Enseguida llamen a Mónaco! - exclamó - ¡Localicen a Marat Safin! ¡A toda la gente que conozcan en París! Señor Liukin, le prometo que traeré a Carlota de vuelta.

Ricardo no notó nada extraño en ese momento debido a la angustia pero si vio a Leonora Martelli llorosa. Era inaudito que le ayudara, que insistiera en no detener la marcha de los vaporetti por si la teoría parisina fracasaba. Como los trenes tenían escalas, se preguntó en Padova, en Brescia; se hacía un esfuerzo en Milán. Pronto, localizaron a Marat Safin en Marruecos y se pidieron bitácoras de vuelo, listas de pasajeros e imágenes de seguridad. Nada.

-Habla Miguel - escuchó Marat en el teléfono.
-¿Por qué la policía italiana me llama por Carlota? ¿Pasó algo grave?
-Marat, ayúdame, no la encuentro.
-Me dijeron que tal vez venía a buscarme pero no tiene sentido.
-Carlota se fue de casa.
-Repite eso.
-¡Que se marchó de casa! No hay indicios de ella, el último rastro fue en Turín y parece que va a París.
-¿Turín? ¿Qué rayos haría en Turín?
-Hemos buscado en trenes y autobuses.
-¿Y si pidió aventón?
-¿Qué?
-¿Qué puedo hacer desde aquí?
-Sé que Carlota pedirá ayuda, te llamará, por favor avísame.

En medio de la incertidumbre, la labor requirió más gente. Las carreteras que pasaban por Turín podían ser clave, había voluntarios dispuestos a verificar, cada hora que pasaba era desesperante. Las llamadas de Ricardo a París colocaron a su familia en las estaciones de tren, a Judy Becaud a esperar en "Le Belle Époque", a los amigos en el aeropuerto... ¿Y si Carlota no había ido a Monaco ni a París? Esa idea se le ocurrió a Miguel luego de pensar en qué haría una persona al irse. No solo eso, en el caso Martelli y por lo que podía ver en el alma de Caresi, se habían escudriñado los destinos de los trenes varias veces. Si Turín era el último punto; entonces también era el primero y pidió los registros de boletos. Repasar la información que en la madrugada era posible mandar resultó muy útil cuando un voluntario encontró una pista: alguien vio a Carlota correr para alcanzar un tren "a las ocho más diez". Se revisó de nuevo la cámara del andén y ella salía del punto ciego hacia un vagón cuyo número no se distinguía completo pero en la bitácora de la estación tenía señalado el horario de la última corrida a Grenoble.

-¡Grenoble! ¿Qué demonios se fue a hacer ahí? - vociferó Ricardo con gran remordimiento.

Aunque se emitía el boletín de localización en Grenoble, Carlota ya había usado su boleto y de repente charlaba con el conductor del vehículo que la trasladaba a París. En el asiento de atrás podía mirar como el paisaje se veía igual de seco luego de tomar ruta por Dijon y se moría de risa con las revistas del corazón. Aunque no tenía sueño, se recostaba en su almohadilla o dibujaba algo para tener qué vender por ahí, en el distrito XIII tal vez; el chofer le comentaba que había vivido con su novia en un departamento del tamaño de un pasillo pequeño.

-Llegaremos a las siete con cuarenta y cinco a Bércy ¿está bien?
-Es excelente, señor.
-¿Qué hará después de llegar?
-Visitar a alguien.
-¿Un familiar?
-Un amigo en el hospital.
-Debe ser muy importante.
-Quiero llegar a tiempo.
-¿Es grave?
-Me han dicho que sí.

El conductor no podía rebasar su límite

-¿Tienes una identificación? - inquirió el chofer.
-Ay, claro, mire.
-Perfecto.... "Aquí a Central: mi pasajera es Meryl Assenet, repito, Meryl Assenet a bordo, auto KH-572 a París, dos de la mañana ¿Coincide con la venta?... Entendido, de nada Central"
-¿Eso qué fue?
-Hay un lío en Italia, una niña cruzó la frontera.
-Qué malo.
-Pero entraremos a Fontainebleau sin problemas, la policía ya sabe que esa chica no está aquí. Toma tu credencial, disculpa.

Carlota exhaló de alivio y sujetó su cabello, haciendo resaltar sus mechones desteñidos. Como extra, se maquilló y cambió de chaqueta al pasar cerca del control policial, sorprendiéndose de que los oficiales fueran omisos.

-La policía es igual hasta en Nueva York - se rió el taxista.
-Les habría dado mis datos.
-Mejor descansa, que no has dormido.

La joven Liukin aceptó la sugerencia y cerró los ojos por un buen tramo, aferrada a su bloc de dibujo en el que aun conservaba varios retratos de Marat sin concluir. Seguramente también soñaba con él como era su nueva costumbre o con su mascota que permanecía en calma y sin hacer ruido en su improvisada caja de cartón.

El amanecer despuntaba cuando, a media hora de París, otro retén policial apareció en el horizonte. A diferencia del anterior, el oficial al mando detuvo el coche y despertó a Carlota con un timbre molesto.

-Identificazione, per favore.
-¿Qué?
-Il suo nome.
-¿Por qué me detuvo?
-Porque aparece en el video de la cámara de una máquina en Grenoble.
-¿Quién rayos es usted?
-Maurizio Maragaglio; Servizio Italiano d'intelligenza nella Unione Europea.
-¿Qué es eso?

El tipo le sonrió a Carlota y con celular en mano no dudó en gritar para burlarse de ella.

-Carabinieri di Venezia? Maragaglio qui, dov'è il fiscale Caresi?... Perfetto, dígale que tengo enfrente a Carlota Liukin - ella pasó saliva - La llevaré de inmediato a Venecia, se creyó muy lista cambiando la ruta. Tomaremos un vuelo y a la una de la tarde la devolveremos en casa, ciao.

El hombre aquel no era agradable de ver a simple vista. Tenía las cejas muy juntas, sus ojos aceitunados eran pequeños y un poco rasgados, tendía a mostrar la lengua cuando se hallaba tenso. Costaba trabajo distinguirle los labios y cuando los cerraba, se asemejaban a una línea completamente recta que causaba desconcierto. Lo malo era que su aspecto contrastaba con lo transparente y tonto que era y Carlota lo notó intentando no morir de risa. Del conductor del taxi mejor ni preguntó porque la había delatado para salvar su trabajo.

-Signorina, descienda por favor, la llevaremos a París.
-No entiendo ¿podría llamar a mi hermano?
-Adelante.

La desconcertada Carlota recibió un celular para llamar y los demás agentes tomaron su equipaje y su mascota para acomodarlos en una camioneta. Maragaglio, sospechosamente, decidió que la joven iría con él en motocicleta.

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