Cuando Carlota Liukin regresó a Venecia, su padre se arrodilló para abrazarla, dejándola muda y con deseos de llorar. Ni siquiera le pedía explicaciones ni parecía molesto, sólo le pedía no volver a irse, no dejar a su familia, que entendía sus razones y que había pensado en todas las cosas que le podían pasar en el camino.
Eso contaba Maurizio Maragaglio en un bacaro de Cannaregio cuando le preguntaron como había dado con la niña extraviada y el professore Scarpa le oía atento, sin creer en nada. Por alguna razón, Maragaglio cubría a Carlota diciendo que se había ido a París a causa de un amigo que agonizaba en un hospital y su padre no le permitía visitarlo a pesar de la urgencia. Con esto, la gente del vecindario no tomó a mal el desorden y el lunes siguiente, todos saludaron a Carlota amigablemente.
En el vaporetto, en la escuela, en Rialto, la joven Liukin recibía muchas muestras de cortesía y preguntó por Maragaglio para agradecerle, aunque el precio de esa atención fuera que Tennant le acompañara siempre. Ricardo revisaba el reloj y la llamaba cada dos horas para asegurarse de que a ella no le faltara nada, aunque esa sobreprotectora reacción se volvió en su contra. Romain Haguenauer buscó el club de hielo de San Marco para aprovechar que el señor Liukin se hallaba con la guardia baja y luego de un par de averiguaciones, encontró dicho lugar en Calle Gregolina con esquina Calle dei Fabbri, en frontera con el barrio Castello, frente a un canal. La entrada era una puerta de madera pintada de rosa y la pista parecía nueva. Al fondo, entrenaba Katarina Leoncavallo y su hermano le daba instrucciones que ella seguía al pie de la letra. En las gradas había gente que esperaba por la apertura al público a la una de la tarde y varios técnicos iban y venían para revisarlo todo.
-Buona sera ¿A quién busca? - preguntó el encargado del guardarropa.
-Buenas tardes, vengo con Maurizio Leoncavallo, de parte de la Federación Francesa.
-¿A quién anuncio?
-Romain Haguenauer.
-Un momento.
El hombre abandonó su puesto y se apresuró donde los Leoncavallo, que miraban a Haguenauer con sorpresa y lo hicieron pasar enseguida, aunque Maurizio permaneció de pie sin dejar de guiar a su hermana con una rutina que presentaría pronto. Él se haría cargo de ese encuentro.
-Ciao, Romain ¿cómo estás?
-Muy bien, me gusta este lugar.
-Lo ocupamos desde hace un año, es público.
-Ahorras dinero.
-Depende ¿qué te trae por aquí?
-Eres el único entrenador en la ciudad.
-Eso es deprimente.
-¿Cuántos patinadores tienes?
-Mi hermana y dos parejas de danza.
-¿Tienes espacio para una estudiante?
-Hay un turno de cinco a diez sin ocupar.
-Eso es bueno.
-¿A quién no quieres en Lyon?
-Yo quisiera recibirla en Lyon pero su padre no quiere.
-¿Ella? ¿Quién, Didier?
-Tamara es un imposible.
-Según el diario de hoy, volvió a practicar.
-¿Qué?
-¿No lo sabías?
-Ella no puede saltar.
-Aquí dicen que sí.
-¿Este diario es serio?
-Hablan del calcio como el mejor del mundo.
-¿Y publican sobre Katarina?
-Je je ¿la chica que envías no es Tamara?
-Nunca Tamara.
-¿A quién me quieres lanzar?
Haguenauer no entendía ni media palabra en el periódico.
-Disculpa, me distraje.... Carlota Liukin, catorce años, es de INSEP.
-¿Liukin? No.
-¿Qué dices?
-Que no.
-¡Vamos!
-Tenía coach ¿qué pasó?
-Rechazó a Simmond.
-¿A pesar del "divino" Cizeron?
-No le agradó, nos lo confirmó por escrito.
-¿Por qué la aceptaría en mi grupo?
-Tiene una competencia el fin de semana y es urgente que alguien le ponga un programa.
-¿No tiene montaje?
-Es complicado de explicar pero en esencia, no.
-¿Ha entrenado?
-En París trabajamos en algo pero no quedó muy bien.
-No hago milagros.
-¿Dices que sí?
-Es lo contrario.... Katarina, repite la step sequence.... Romain, no lo tomes a mal pero mi hermana es medallista olímpica, lo siento.
-Lanza tu oferta.
-¿Qué?
-Maurizio, mi federación te paga y Carlota Liukin nos interesa mucho ¿la viste en el campeonato de Europa?
-¿Por qué no fue al mundial junior?
-Se lesionó pero ya está bien, se recuperó en el verano.
-¿Ha entrenado estos días?
-No.
-¿Puedo saber el motivo?
-Se acaba de mudar.
-¿Por qué?
-La escuela pero tiene un buen horario.
-Quiero hablar con ella, la espero a las seis.
-Cuenta con eso.
-Pido diez mil.
-¿Qué?
-Siete mil para mí, el resto se va a la cuota de la pista, taller de mantenimiento de patines y vestuario.
-¿Vestuario?
-Tengo convenio con una costurera.
-Le pagamos menos a Simmond.
-Convenzan a Carlota de ir con él, ciao.
-Los Liukin no volverán a París.
-Pueden traer a alguien de Milan, está De Bernardis.
-En serio...
-Romain, lamento no ser de tu ayuda.
Maurizio Leoncavallo volvió a dedicarse por entero a Katarina y Haguenauer salió de ahí, sintiéndose en ridículo. Algo se le tenía que ocurrir y sólo imaginaba a Carlota echando a perder la charla con el entrenador antes de empezar. De todas formas, fue a "Il dolce d'oro" por ella a la hora de la comida y se la topó cuando regresaba de estar con Maragaglio en San Polo. En el local, Ricardo estaba ocupado sirviendo gelati a un grupo de niñas.
-¡Romain!
-Quita esa cara.
-Sigo enojada.
-Lo sé; vine para conversar de otra cosa.
-¿Es de patines?
-Sí.
-Mi papá no debe escuchar.
-Carlota....
-Hizo que me regresaran ¿sabes que el tipo que me encontró mintió para que él no se molestara más?
-Ese Maragaglio es tu amigo.
-Papá sólo fastidia.
-¡Oye! Estuve con él, se preocupó porque no estabas y movió a media ciudad, deja de quejarte.
-Perdón, es que no quería volver.
-Te aguantas y ya.
-Supongo que no hay opción... ¿Qué ibas a contarme?
-Encontré la pista y no está cerca de la escuela.
-Sabía que Andreas mentía.
-Hay un coach pero no da su brazo a torcer.
-¿Quién es?
-Maurizio Leoncavallo, a quien debes conocer bien.
-¿No es el idiota que tiró a la diva Fusar Poli?
-Ese mismo idiota.
-¿Qué hace aquí en Venecia?
-Es el coach de su hermana y nos interesa.
-¿De Katarina Leoncavallo?
-Medallista de Salt Lake; mejor carta no tiene el tipo.
-Es un tarado.
-Pero sabe su trabajo, Katarina está patinando como una diosa y aun son prácticas.
-Maurizio no sabe ni ponerse los patines.
-¡Tendrás que superar su error con la Fusar Poli!
-¿No hay otra persona?
-Si hubiera otra no estaría diciéndote que vayas con él a las seis.
-¿Tan tarde?
-Es su horario, él pone las condiciones.
-¿Cuánto cobra?
-Tu padre no lo pagaría.
-Tengo mesada, de algo servirá.
-¿Cuánto te dan?
-Suficiente.
-La federación te ofreció un contrato, Carlota; ve con Leoncavallo y convéncelo por lo que más quieras.
-Arrojó a la diva Fusar Poli al hielo.
-Y nos va a arrojar a todos si te portas como una demente ¡Cierra la boca, toma tus cosas y ponte a entrenar!
-Eh, si lo pones así, iré de una vez.
-Te citó a las seis.
-Prefiero que nos rechace temprano.
-¿Llevas patines?
-No los suelto desde que volví.
-Calle dei Fabbri con Grigolina, hay un canal.
-Te diré que pasó.
Carlota se fue enseguida, con Tennant siguiéndola otra vez. Ricardo aun no advertía lo ocurrido pero le angustiaba que la joven se hubiese marchado, razón por la que se retiró el delantal cuando pudo y se fue tras ella.
Cuando Carlota Liukin encontró el club de hielo, se preguntó si la minúscula banqueta podía sostenerla en pie. Había cruzado un puente que rechinaba de viejo y los botes iban a escasa velocidad por tan estrecho espacio. Grigolina no era una calle muy agraciada para ser veneciana y su decadencia era notoria si se miraba a Fabbri, siempre bella y blanca. La puerta del club del hielo estaba abierta y ella se sorprendió de ver ahí a mucha gente pasando la tarde como cualquier otro día. Maurizio Leoncavallo estaba de pie, junto a un borde y al verlo, ella quiso morir: Con lentes o sin ellos, el hombre era una copia de Maurizio Maragaglio, quizás más joven y con más cabello. Era obvio que cubría turno de chaperón pero estaba a punto de retirarse.
-Buona sera, signor Leoncavallo? - murmuró Carlota al acercársele.
-Buona sera, signorina ¿en qué puedo servirle?
-Me dijeron que usted es el coach de Katarina Leoncavallo, soy Carlota Liukin.
-Respondí que no sería de su ayuda.
-No fue lo que me contaron.
-Pudo venir a las seis.
-Prefiero resolver esto antes.
-¿Ve a las niñas de allá? Vaya con ellas y dígales que su sesión terminó.
Carlota respiró hondo y obedeció a Leoncavallo, creyendo que quería verla patinar. El hombre en cambio le miraba los pies y se rió un poco. Cuando ella terminó con el grupo, se aproximó de nuevo sin saber que esperar.
-¿Tus cuchillas son nuevas, verdad?
-Las he usado poco.
-¿Los botines también?
-Sí.
-¿Quieres un jugo? Charlemos.
La joven pasó saliva y cambió de nuevo su calzado antes de seguir a Leoncavallo hasta una pequeña plaza de la Calle Fabbri, atrás de la pista. Tennant guardaba distancia prudente y pronto advirtió que Carlota tomaba asiento frente a un café donde Leoncavallo ordenaba alguna bebida fría con sabor amargo.
-¿Qué la trajo a Venecia, signorina Liukin?
-El colegio, mi padre encontró uno que le gustó más que el de París.
-Eso es inusual.
-La ciudad me gusta.
-Eso es bueno.
-Venecia es lo más bello que he visto.
Carlota sonrió y Leoncavallo pareció imitarla.
-He visto muy poco de su trabajo, signorina, acaso su programa corto del campeonato europeo.
-¿No le gustó el libre?
-No tuve tiempo de asistir a su competencia.
-¿Quiere el video?
-No es necesario, me gustó la primera rutina.
-Gracias.
-¿Cuánto tiempo ha patinado, Liukin?
-Año y medio.
-¿Es un juego?
-No, yo no tomé clases antes; bueno, muy pocas.
-Eso no es posible.
-Mi entrenadora era muy estricta y siempre me ha sido fácil hacerlo todo.
-¿Fácil?
-Nunca he tenido problemas que no arregle rápido.
-No lo creo.
-Quiero concursar pero necesito ayuda y no conozco a nadie.
-Eso quería escuchar.
-¿Qué?
Leoncavallo suavizó su voz y eligió tutearla.
-Además de Tamara Didier ¿quién más te ha guiado?
-Haguenauer pero no puede quedarse.
-¿Por qué rechazaste al coach de Guillaume Cizeron?
-Por Brian Orser.
-¿Orser te dijo que no?
-Al contrario pero mi padre no me dio permiso de ir a Toronto.
-Entiendo por donde vamos. No creo ser lo que necesites.
-No lo dice de verdad.
-No compito contra Orser, no manejo ese nivel de exigencia.
-Necesito un coach ahora.
-¿Nadie en Italia podría auxiliarte? Tengo los números de algunos colegas. Lo siento, Carlota.
-¿Sólo es "no"?
-Con mi hermana he logrado éxito porque no es tan buena.
-¿Qué?
-No nos importa el resultado, ella sólo quiere estar ahí.
-Katarina es increíble.
-Por algo está conmigo y no con Orser.
-¿También la invitó?
-Lamento no ser lo que buscas.
-Genial, mi padre ganó... Gracias, supongo.
Carlota se levantó enseguida y dio la vuelta, topándose con Ricardo a los escasos pasos. Él la abrazó enseguida.
-Aquí estás, pensé que estabas molesta y por eso te fuiste.
-No, sólo vine aquí.
-Es que no supe que te dijo Haguenauer.
-Vine a ver la pista de hielo.
-Carlota, sabes que no puedes.
-Ni siquiera te asustes, el entrenador me dijo que no.
-Está bien, volvamos al local, tienes tarea y no deseo que andes sola.
-Papá, te estoy hablando de otra cosa.
-Ya te escuché, no te pongas triste.
-No estoy triste.
-De todas formas en el hockey te irá bien, sólo competirás cerca de casa, es lo que importa.
-Es por una materia de la escuela.
-Lo que es mejor, no tienes que hacer maletas.
-Papá, me acaban de decir que no ¿Vas a preguntar por qué?
-Lo haría pero cualquier motivo me parecerá bien.
-¿Qué te pasa?
-No te irás, no otra vez.
-¡Practicaría en esta ciudad!
-Para pedirme permiso de irte a otro lado.
-Ya sabes cómo es.
-No lo sé porque siempre estuvimos en Tell no Tales y no voy a averiguarlo ahora.
-Papá, no me hagas tomar mis cosas.
-No me vas a asustar de nuevo.
-¿Es que no te interesa lo que yo quiero?
-¡Por dejarte terminamos aquí!
-¡Vinimos hasta acá porque París te aterró!
-¡Decidí que basta!... Dame eso y vámonos.
-¡Son mis patines!
-Los agarraste sin permiso.
-¡No son tuyos!
-¡Devuélvelos!
-¡Entonces quédatelos pero no me vuelvas a hablar!
Carlota desarmó a su padre otra vez cuando arrastró a Tennant hacia la banqueta sin poder contenerse y comenzó a llorar. A su padre se le rompió el corazón, no estaba dispuesto a dejarla ir ¿al costo que fuera? Leoncavallo, que era testigo de esa escena, no se sentía capaz de intervenir hasta que el señor Liukin lo confundió con Maurizio Maragaglio y le extendió una disculpa.
-Scusi, mio nome è Maurizio Leoncavallo.
-¿Leon qué?
-Maragaglio es mi primo.
-Se nota.
-¿Gusta sentarse?
-No, yo voy con mi hija, perdóneme de nuevo.
-Soy el entrenador del club de hielo, la signorina Liukin habló conmigo.
-Gracias por decirle que no.
-Quería decirle que sí.
-Menos mal que se equivocó.
-¿No cree que comete un error?
-Puedo vivir con eso.
Ricardo se alejó mientras Carlota intentaba calmarse. Era claro que ella no deseaba tenerlo cerca.
Maurizio Leoncavallo sin embargo, se quedó pensando al respecto el resto del día, armándose de valor para visitar a los Liukin por la noche. Después de preguntar a su primo sobre cómo encontrarlos, Leoncavallo tomó el vaporetto hasta Ponte degli Scalzi y caminó hacia Calle Priuli Ai Cavaletti con la certeza de que alguien lo vería pronto. No erró cuando reconoció a Carlota Liukin en su balcón, leyendo un libro que no parecía escolar y con la puerta cerrada a su habitación como si no quisiera ver a nadie.
-Ciao - dijo él.
-¿Cómo me encontró?
-Mi primo.
-¿Maragaglio?
-Él.
-Hola entonces.
-Si trova il signor Ricardo?
-En la cocina.
-¿De este hotel?
-Ni siquiera nos permite ahora comer algo que no haya preparado él.
-No lo tomes mal, sólo te cuida.
-Se pasó de la raya.
-Creo que te ama.
-Claro que sí.
-Supe que intentaste marcharte de la ciudad por esta pelea del patinaje.
-Mataré a Maragaglio.
-Deberías.
-Eres mi única alternativa, tampoco es que me sienta muy aliviada.
-¿No confías en mí?
-Tiraste a Bárbara Fusar Poli dos veces.
-Pero tengo una carrera.
-Todos sabemos que eras una calamidad.
-Una que te puede ayudar.
-¿Cómo?
-Observa.
Leoncavallo se introdujo al hotel Florida y fue el primer sorprendido cuando Ricardo Liukin accedió a recibirlo frente a la estufa a condición de asearse las manos y ayudar rebanando queso. El señor Liukin no parecía tan malo y su actitud al saludar era amable cuando lo observó entrar sin hacer preguntas.
-El truco de la sopa de cebolla es conseguir unos buenos huesos de res y rasparlos para que los restos de carne le den más consistencia. Me alegra que sean muy baratos - comentó el señor Liukin en saludo.
-¿No le dicen nada por usar este espacio?
-No, de hecho me han ofrecido trabajar aquí pero pagan menos que en "Il dolce d'oro".
-No conozco.
-Es una gelateria en San Marco, ahí me reúno con mis hijos después de la escuela.
-Tendré que ir.
-¿Me ayuda con el queso? No lo ralle.
-No, nunca.
-¿Le han presentado a Tennant? Es un chico listo.
-¿Es su hijo?
-Sólo si se lo gana, hasta hoy va muy bien, mire como pica el cebollín.
-Mi primo me ha dicho que Carlota es su preferida, señor.
-No quería ser tan rotundo pero sí.
-Nadie se molesta.
-Mi familia lo sabe y Andreas y Adrien no se esfuerzan mucho en contradecirme ¿Los ve en la cocina?
-Tampoco tengo el gusto.
-Adrien es autista según el médico y a veces nos ignora por completo. Él es feliz.
-Para usted es complicado.
-Sí pero es un niño bueno y muy listo, sólo no pertenezco mucho a su mundo. Algún día.
-¿Qué hago con las rebanadas?
-Le indicaré cuando usarlas.
-Me habló del otro hermano.
-Sin comentarios sobre Andreas.
-Disculpe.
-¿Tiene hijos?
-Aun no, mi novia y yo lo pensamos.
-No los tenga, es el mejor consejo que le puedo dar en la vida.
-Mi padre dijo algo similar.
-Siendo maestro se le quitarán las ganas ¿Sabe cuánto vómito tuve que limpiar?
-¿Récord?
-Carlota nunca me dio ese problema, una vez la llevé con el pediatra porque era raro que fuera tan sana. Nunca devolvió la comida, jamás tuvo accidentes en pañales, no lloraba, dejaba dormir y era muy risueña. Todo se arruinó cuando la dejamos ver los juegos olímpicos.
-¿Por qué usted se opone?
-Al principio no pero su madre pensaba que era muy peligroso y han sucedido muchas cosas, admiradores locos, Tamara, el rechazo de la escuela; murió mi esposa y todo lo malo empezó.
-Lo siento.
-Sé que cuando crezca, Carlota comprenderá mi negativa y estará tranquila.
-No puede detenerla.
-Pero trato y no crea que no sé que la estoy hiriendo.
Ricardo añadió vino a su cacerola y la tapó enseguida.
-Quiero preguntarle algo, Maragaglio.
-Leoncavallo.
-Me confundo.
-No se preocupe.
-¿En serio le respondió a Carlota que no?
-Error de mi parte.
-¿Por qué?
-Supe lo del señor Simmond.
-Carlota a veces toma decisiones que no entiendo.
-¿Si ella se hubiera quedado conforme, estaría preparándose para un torneo?
-Es probable, nunca lo sabré.
-¿Le dijeron que no a Brian Orser? ¿De verdad?
-Nadie debe llevarse a mi hija lejos.
-Tenemos eso en común, mi familia decía que sí pero mi hermana no quiso dejarnos atrás y Orser se marchó. Ella sufrió mucho cuando yo me fui por trabajo y a mi vuelta, me pidió llevar sus planes de entrenamiento.
-¿Cómo les ha ido juntos?
-Bronce en Salt Lake.
-Igual que Verner.
-¿Quién?
-El ex compañero de Carlota.
-Creo que es bueno trabajar en familia, fracasamos o triunfamos juntos.
Ricardo no fue capaz de creer que Leoncavallo mentía y optó por hacerle colocar el queso sobre la sopa sin mencionar nada. Los farsantes eran complacientes pero Maurizio guardaba silencio y se limitaba a contestar cualquier pregunta de forma concreta, así fuera por el olor de la cocina o algo de su rutina. Para los Liukin era muy extraño ver un invitado que no causaba escozor en nadie y se quedaba hasta tarde conversando en privado.
Durante el martes, Carlota hizo lo que se suponía era su nueva normalidad: sus clases hasta las once, su práctica de cuarenta minutos con el equipo de hockey sobre pasto, ducha rápida, aguardar a que Tennant llegara por ella a la escuela, pasar a cambiarse de ropa y tomar el vaporetto para llegar con su padre y hacer enseguida la tarea. Los transeúntes comenzaban a acostumbrarse a verla pasar el día revisando sus apuntes, recibiendo al maestro Scarpa para repasar sus lecciones de italiano y yendo con su padre a la cremería si en "Il dolce d'oro" se había encargado alguna caja de mascarpone. Esa vida veneciana era muy tranquila y más feliz de lo que los Liukin hubieran querido soñar en París, con el sol otoñal y el viento cálido de una calle más o menos descubierta por turistas, con el silencio que dejaban unos vecinos que saludaban y se iban y pocas mascotas que causaran alergia. El atardecer en la ciudad era imperdible y Ricardo salió muy feliz del trabajo poco antes de las cinco, cubriendo los ojos de su querida hija y besando su frente.
-Ven, te tengo una sorpresa.
-No me gusta que me tapen la cara.
-Ten paciencia.
-¿Dónde vamos?
-Con Tennant jura que no.
Ambos se dirigieron a un bote y comenzó un paseo que tal vez Carlota habría adorado de poder ver algo. No fue un traslado tan tardado porque el tránsito había bajado y pronto Carlota creyó caerse cuando descendió pero no. Su padre la sostuvo y le hizo entrar a un sitio fresco y con olor a pino antes de retirarle al fin la venda y contemplar su felicidad instantánea.
-Allá está tu coach, obedécelo.
-No entiendo.
-Cualquier problema que tengas, sólo llama.
-¿A dónde vas?
-A casa, te espero a las diez.
-¿Tennant viene por mí?
-El señor Leoncavallo te llevará de regreso, si te hace algo, es hombre muerto.
-¿Qué?
-Te está esperando, anda.
-¿Me das permiso?
-Aprovecha que estoy de buenas.
-Papá...
-Sé que esto te importa y no te fuiste por patinar, sino por mí.
-Yo...
-No vuelvas a llorar ¿quieres?
-Me voy.
-Suerte.
Carlota abrazó a su padre y fue muy contenta donde Leoncavallo, quien sonriente le dio la bienvenida diciéndole las reglas.
-¡Ciao signorina! Lo primero que debes saber es que me llamarás "Maurizio", no "signor Leoncavallo", no "coach" ni nada de eso; a todo lo que te diga respondes "entendido" o sólo lo haces, nunca preguntes.
-¡Entendido!
-Si converso contigo es porque haces todo bien y si te digo "repite" es que es un desastre; si llegas tarde no hay sesión porque me habré ido enseguida y cualquier falta de respeto hará que te eche.
-¡Entendido Maurizio!
-¡Quiero tres vueltas alrededor de la pista y luego marcaremos figuras!
Ricardo se retiró antes de que Carlota lo notara y al atravesar la puerta, se encontró con Leoncavallo, que lo alcanzaba sólo para despedirse.
-Hablaremos de los detalles...
-Fue el idiota que tiró a la diosa Fusar Poli, no crea que no lo investigué.
-Fueron dos accidentes.
-Si algo sale mal, lo mataré.
-¿Hace esto por sus crisis de memoria, verdad?
-He empeorado bastante desde que llegué.
-¿Qué sucedió?
-Olvidé quien es la madre de mis hijos.
-¿Está seguro?
-Sé que lo sabía hasta ayer, le hablé de ella un poco.
-Tranquilo.
-Tampoco recuerdo porque vine a Venecia.
-Eso no está bien.
-Estoy en blanco.
-Señor Liukin...
-¿Puedo contar con usted?
-Los niños estarán bien con Haguenauer, eso lo sabemos.
-No estoy dispuesto a olvidarlo todo.
-¿Hay algo que pueda hacer?
-No está en sus manos, Maurizio. La sonrisa de mis hijos es lo que más valoro pero también estoy perdiendo esos recuerdos, más los de Carlota.
-Por eso no quería separarse de ella.
-Y sólo conseguí que se alejara y estuviera triste.
-Pero está contenta otra vez.
-Cuando ya no pueda hacerme cargo, por favor, se lleva a Carlota de aquí.
-Señor Liukin, no podría.
-¿Sabía que Tamara me dijo lo mismo? .
-Respecto a eso, me llamó.
-¿Qué le dijo?
-Que firmó unos papeles y volverá con usted.
-No confió en mí para preparar una bienvenida.
-Porque Carlota es una pesadilla, según ella.
Ricardo y Maurizio se apretaron la mano y se estrecharon afectuosamente, dándose cuenta de que tardaban y Carlota no tenía tiempo para desperdiciar de cara a su competencia. Maurizio Leoncavallo se preguntaba si estaba haciendo lo correcto.
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