jueves, 15 de febrero de 2024

Una rosa para los días de nieve (Las pestes también se van)


Viernes, 22 de noviembre de 2002.

Una vez consumada la boda de Katarina Leoncavallo, Ricardo Liukin determinó quedarse frente a la habitación donde descansaba Tennant Lutz y tomó un asiento junto a Alessandro Gatell, suponiendo que al fin se quedaría quieto como para tomar su tratamiento sin llamar la atención por su vitalidad o por mirar a los demás con arrogancia. Cierto descanso lo recorrió y reparó entonces que no había preguntado por Maeva Nicholas ni pensado en ella desde el viernes anterior, cuando se había perdido en Lido por una aventura. No ir a verla iba a ser un tanto insensible, así que se levantó, suspiró profundamente y se dirigió hacia la cama que se hallaba cerca de una puerta color café oscuro. La mujer salía de un ataque de tos y había estornudado, así que le dolía la nariz.

-¡Ricardo, creí que tardarías en encontrarme! - saludó ella con una sonrisa, aunque era evidente por su semblante que no podía moverse sin molestias.

-Me acaban de internar. Más bien yo soy el afortunado por estar aquí - replicó él y besó los labios de Maeva. Ambos se miraron unos segundos y se dieron la mano.

-¿Puedo acostarme a tu lado?
-No creo que se nieguen, Ricardo.
-Hace frío.
-Estoy muy enferma.
-Se nota.
-¡Hey!
-Perdóname.
-Te ves muy bien y yo soy un desastre.
-Eres hermosa.

Ricardo se colocó junto a ella y la abrazó, además de cubrirse con la misma manta.

-Ahora me siento mejor.
-Maeva, no vine antes porque me estaba peleando.
-Lo imaginé ¿Qué te parece? Katarina le fue a infiel a Miguel ¿No te enoja?
-Es mejor que se vaya.
-Se casó hoy, no puedo creerlo.
-Deja que salga de aquí.
-Siempre fue novia de ese gondolero, aunque digan que lo tenía prohibido y no podía verlo.
-Crees lo mismo que yo.
-Lo bueno es que no volverás a hablarle, Ricardo.
-Eso es relativo.
-¿Por qué?
-Es compañera de mi hija.
-¿Será necesario?
-Al menos le reclamé.
-Oh, qué bien.
-Katarina no me cayó bien.

Ricardo mentía con frustración, pero como Maeva no lo conocía lo suficiente, no lo adivinaba y le atribuía el rostro de pocos amigos a la preocupación por un Miguel que aún era ignorante de los hechos. Por la mente de él, sin embargo, se trataba de cruzar la idea de que Katarina era joven y lo normal de que cambiara con facilidad de relaciones, afectos y compañero sexual, a pesar de que él pretendiera que su fugaz aventura se prolongara como se había acordado en el hotel de Lido. 

-Quizás deberíamos celebrar que esa chica se ha ido - sugirió Maeva con mejor humor y él actuó como si la sugerencia fuera agradable, declarando además que tenía ganas de irse por ahí cuando ambos fueran dados de alta. Ella recordó que había rebasado el plazo de quedarse dos semanas en Venecia y aún no terminaba de filmar la película frente a la gelateria Il dolce d'Oro.

-Bueno, nos divertiremos mucho y podríamos empezar aquí - dijo Ricardo.
-¿Qué tienes pensado? Te digo que sí.
-¿No te estorba esa cánula en la nariz?
-¿A ti sí? 
-¿Qué tan cansada estás?
-Mmmm ¿Qué se te ocurre?
-¿Crees que alguien se dé cuenta?

Maeva rió nerviosa y permitió que Ricardo le besara el rostro, aunque para su sorpresa, no había una intención erótica detrás. 

-Eres muy bonita.
-Muchas gracias.
-Deberíamos descansar y quizás tomar una copa de agua después.
-Jajaja, estoy de acuerdo, Ricardo.
-Te extrañé.

Maeva se sintió relajada y feliz de golpe y estrechó más fuerte al hombre con tal de dormir en su pecho. Ese dulce gesto confortó a ambos, pero él exhalaba por la boca, hecho que lo hizo asumir que nada podía hacer más que resignarse a la realidad y dejar de ser un cretino. Estaba claro que perdería mucho si continuaba con su casi obsesivo deseo por Katarina Leoncavallo, sin estar conciente de que actuaba como si fuera un día cualquiera. 

Cuando Susanna Maragaglio regresó a su lugar, el doctor Alessandro Gatell le hizo la seña con la cabeza de que mirara hacia Maeva en silencio, pero no evitó la conversación.

-Todo está en su lugar.
-¿Segura, señora?
-Nadie más va a saber lo que usted y yo.
-Ricardo trajo a Katarina a este hospital y eso está registrado.
-Lo demás no pasó.
-Hecho.
-Me preocupa más la reacción de Maurizio, a esta hora tal vez esté enterado.
-¿El hermano de Katarina?
-Siempre han sido tan unidos... Se están separando ¿sabe? Es natural, son adultos.
-¿Qué le molesta, Susanna?
-Los vi crecer, son como mis niños.
-¿Eran inseparables? 
-No, pero siempre se contaron todo.
-Creí que Maurizio era bastante mayor.
-Tiene veintiocho años.
-La diferencia de edad me llama la atención.
-Entre hermanos esas cosas se borran.
-¿Usted cree?
-Esta boda es la primera decisión importante que Katy hace sin Maurizio y estoy orgullosa de ello.
-¿Por qué?
-Ella no se movía si no recibía la opinión de Mauri. Maragaglio y yo pensábamos que era un problema grave y a veces hablábamos de lo mucho que nos daba pena ver a Katy tan dependiente.

Alessandro Gattell guardó silencio y no supo qué concluir luego de tener conocimiento de lo que existía detrás, con la joven Leoncavallo que había vivido, respirado y deseado a través de un amor enfermizo y enorme por su hermano. Él había enjuagado sus lágrimas, había sostenido su mano, apoyado al intentar pelear con Juulia Töivonen y dicho la verdad sobre el absurdo de continuar enganchada de un imposible, con alguien que decidía y deshacía sin detenerse a pensar en ella. 

-No creo que un matrimonio le ayude a madurar - agregó Gatell.
-Marco Antonioni es un gran muchacho.
-No lo dudo, Susanna.
-Me habría gustado que pasaran tiempo de novios.
-¿Por qué no la aconsejó?
-Esos dos esperaron mucho.
-No entiendo.
-Katarina siempre ha querido estar con Marco, pero le hacía caso a su hermano de ignorarlo. Creo que por eso elegí dejarla y me sorprendí mucho de que mantuviera su decisión porque temí que se acordara de todas la veces que se arrepentía y no iba con su... Esposo, su ahora esposo.
-¿Maurizio es muy dominante?
-Algo, sí.
-¿Quiere que le diga que pudo haber hecho reaccionar a Katarina?
-¿De qué está hablando?
-No es un secreto de paciente, estrictamente... Maurizio está esperando un hijo y eso no le sentó bien a su hermana.
-¿Por fin? ¡Maurizio y Karin se pasaron años intentándolo!
-Ahí está el problema: El hijo es de otra mujer.
-¿Disculpe? 
-No entendí lo que pasó pero es la verdad.
-¿Cómo se enteró Katarina?
-Coincidió con la nueva novia de su hermano en Terapia Intensiva.
-¿Cómo lo tomó?
-Mal, no paró de llorar.
-No puedo creer lo que me dice.
-Luego llegó Marco y el resto ya lo vimos.
-Maurizio estaba muy decidido con Karin.
-Algo pasó estos meses y hasta donde sé, existió un acuerdo pero tampoco tengo idea.
-Pasaron demasiadas cosas.
-Susanna, le sugiero no tocar el tema hasta que se haga oficial y supongo que será cuando disminuya la epidemia.
-Debió ser duro para Katy.
-Ese día la sedaron.

Susanna Maragaglio no supo qué responder, percatándose de que Ricardo Liukin oía aquello con singular interés y arribaba a sus propias conclusiones sin disimular su desconcierto por la situación concurrente. Pero Maeva, incapaz de dormir por las mariposas en el estómago, comenzó a acariciar el pecho de su pareja para disminuir el sobresalto.

-¿Estaremos hablando alto? - preguntó la señora Maragaglio y vio como la propia Maeva se levantaba con dificultad para ir por ahí. Ricardo igualmente abandonó la cama y sostuvo a la mujer de la mano, con la curiosidad por delante. Ambos dieron un par de pasos por el pasillo y gracias a la distracción y cansancio del personal, atravesaron una puerta de emergencia cercana a los sanitarios. 

Solos, mirando como la nieve resbalaba por los cristales, distinguiendo de lejos a Katarina Leoncavallo y Marco Antonioni celebrando en otra área e impresionándose por el color del cielo, tomaron lugar en unos escalones y se sonrieron mutuamente.

-Se ven felices - inició Maeva.
-El amor joven es divertido.
-Este hospital tiene muchos puentes.
-Parece que vemos por una burbuja de cristal.
-Sí, es verdad.
-En primavera ha de verse bonito con el jardín abajo.
-Cuando me haya ido, quizás me reiré de esto.
-¿No quieres regresar a casa, mujer?
-En el trabajo me llaman "vieja".
-Son idiotas.
-Luego veo a las chicas nuevas o a gente como Katarina, tan lindas, tan jóvenes. A menudo me da por sentir que perdí el tiempo y que nunca acepté que no era buena en mi trabajo.
-Haces lo que te gusta.
-Vine aquí luego de rogar que me dieran mi papel en la película y quizás no me contraten después. 
-No creo que te pase eso.
-Ricardo, no sabes mucho de mí.
-¿Hay algo malo?
-Eres mi aventura en Venecia y quiero pasar más tiempo contigo.
-Por supuesto, Maeva.
-El viernes pasado quería sorprenderte en tu hotel y no te encontré. Fui a la gelateria y tampoco supe dónde buscarte.
-Había ido a comprar comida para el fin de semana.
-¿Y después?
-Katarina Leoncavallo me llamó para decirme que estaba enferma y necesitaba ayuda.
-¿Por qué no fue con su familia?
-Lo hizo pero nadie le prestó atención. Supongo que yo era su última opción.
-¿Por qué no le contó a Miguel?
-Eso no se lo pregunté. 
-De todas formas nos contagiamos.
-Así tenían que ser las cosas.
-Deberíamos estar bailando como esos dos.
-Katarina se ve preciosa.
-¿Te molesta?
-Sí, yo creí que la vería más.
-Al menos tu hijo no le hablará.
-Miguel va a decepcionarse.
-Ay, Ricardo.
-Hablaré seriamente con él.
-Tener hijos debe ser difícil.
-A veces no hago lo correcto.

Maeva no indagó en esa última frase y frotó el hombro de Ricardo Liukin para hacerlo sentir más calmado. Él entendió la intención al permitir que la mujer se recargara en su hombro y abandonó el habla un momento para contemplar alrededor, sentir frío y al fin identificar el dolor que le producía la cánula nasal, misma que deseaba remover aunque sangrara. También reconocía que en toda la semana no había olvidado cosa alguna y de hecho, le volvió la memoria sobre Maeva entrando en la Rosticceria Gislon por primera vez y compartiendo croquetas para romper el hielo.

-¿Pasa algo? - se alarmó ella.
-Estos tubos me lastiman.
-Igual a mí.
-Volvamos.
-Es una buena idea.
-¿Qué queríamos hacer aquí? 
-Estar solos.
-¿Para qué? 
-Hablar en tu caso.
-¿Qué hay de ti, Maeva?
-Decirte que te extrañé y que estar contigo me hace mucho bien, Ricardo.
-¿Quieres dormir conmigo?
-¿Dormir así, sin nada más?
-Lo que desees.
-Tengo sueño.
-También yo, entonces.

La pareja se puso de pie y Ricardo besó apasionadamente a Maeva, llegando a estar contra el cristal que le permitía darse cuenta del preámbulo en el que se hallaban Katarina y Marco en el otro pasillo, de las intenciones de estos de irse a un sitio más privado. El juvenil matrimonio parecía jugar con pétalos de rosas y de hecho, la fragancia de aquellas flores se iba colando por la ventilación del hospital, encendiendo la mente del señor Liukin, su deseo, el fuego que lo consumía, la certeza de que no saldría de su improvisada burbuja en horas. En algún momento, Katarina se detuvo a oler una rosa y aquello sedujo a Marco completamente. Ese instante acabó por cautivar a Ricardo y embriagó a Maeva de esa sensación, perdiéndose ambos, consiguiendo que nadie se diera cuenta o los molestara.

viernes, 9 de febrero de 2024

El desahogo (Las pestes también se van)


Viernes, 22 de noviembre de 2002.

-Maurizio se enteró, puedo estar en paz - dijo Maragaglio y sirvió un vaso con vino blanco antes de recibir un trozo de pastel de manzana y fingir que brindaba en la pequeña celebración por la boda de Katarina y Marco. Seguía nevando pero a él le tenía sin cuidado, mientras le miraban con expectante extrañeza.

-Se casó tu prima ¿Ahora qué vas a hacer? - preguntó Giampiero Boccherini con las mejillas rojas por el frío y los labios resecos.

-Concentrarme en Marine ¿Qué más?
-Estás decidido con esa mujer.
-Se encargó de enfadarme.
-Ten cuidado.
-¿Quieres dejar de burlarte?

Giampiero siguió riendo y Edward Hazlewood se limitó a ver sus pies para evitar dar su punto de vista, pensando en que Margaglio no se detenía a pensar en lo que hacía. El tipo podía dar un gran paso y al mismo tiempo, seguir prefiriendo su inmadurez sin reparar en un costo o en un engaño y nada parecía modificar su elección esta vez, ocasionando que su malestar fuera inocultable. Pronto, el mismo Hazlewood oyó decir al hombre que había pagado por el vestido de novia de Marine y que ella lo aceptaría apenas lo viera llegar con la caja, con otra certeza de que no resistiría sus coqueteos. Aunque Giampiero le advertía que jugaba con fuego, Maragaglio replicaba que tenía claro su plan y aguardaba por el alta médica de su esposa con la seguridad de que tenía tiempo de sobra para terminar con su antigua amante.

-Tirártela no te costará trabajo - concluyó Giampiero y Maragaglio suspiró falsamente, como si aquello fuera parte de una misión indeseada. Marine no se negaría y eso estaba muy lejos de representar otra cosa que no fuera la gratificación extra de una venganza con sus consecuencias incluidas. Al diablo la familia Lorraine, su guitarra y sus opciones, su cuerpo y lo que tuviera que entregar por arruinar la boda y reputación de quien lo tenía furioso y si provocaba el quiebre, mucho mejor. 

-"El abuelo lo habría resuelto antes" - pensó Maragaglio, admitiendo que había sacado lo retorcido y descarado del sádico aquel, aunque a veces, le diera por lamentar su ausencia. Muy en el fondo, el viejo Leoncavallo y su nieto incómodo eran bastante iguales, tan dispuestos a lastimar, a castigar con crueldad a quien se atreviera a trastocarles el orden; determinados a atacar sin descanso. Pero el muerto nunca se había distinguido por ser un conquistador y le molestaban los mujeriegos mientras llevaba el luto por delante. Las mujeres y hombres que le habían dicho en vida que poseía una cara bellísima, se habían llevado su furia como respuesta.

-Si se vuelve loca, mejor para mí - se convenció Maragaglio y comió pastel con una inesperada sonrisa, recordando que a Marine le fascinaban las manzanas y no era una mala idea enfrentarla con un dulce por delante. Casi podía verla complacida con el regalo, contenta de que él aún recordara cuánta atención le prestaba o el cariño que le decía tener. Era tan fácil, que asustaba un poco.

-¿Qué hacemos aquí? - quiso saber Giampiero luego de acabar con un vaso con vino blanco y servir inmediatamente un nuevo trago, despreocupado por todo.

-No te voy a embriagar, si es lo que preguntas - respondió Maragaglio.
-Tengo una botella en casa.
-Con mayor razón me niego a regresarte.
-¿Tú conduces?
-Pues claro, no quiero morir ahogado.
-Cuando el cáncer me acabe ¿Con quién vas a pelear?
-Con Hazlewood ¿Quién más?
-¿Crees que se deje?

Los tres hombres carcajearon apenas, aunque Edward Hazlewood se sorprendió un poco de lo que los otros dos decían. Quizás comprendían que necesitaban un trozo de conciencia mientras la muerte y el pago de cuentas los perseguían, aunque no se consideraba a sí mismo ejemplo alguno. Todavía titubeaba con la posibilidad de prevenir a Maragaglio sobre Katarina y su conocimiento de Marine porque era imposible que aquello lo detuviera. 

-Dejé a los niños solos y Susanna va a matarme si no regreso a cuidarlos ¿Se quedan? - prosiguió el propio Maragaglio mientras pensaba que en la policía era demasiado fácil conseguir comida sin importar la emergencia en la ciudad. Los agentes de seguridad estaban como él, saboreando pastel a la espera de alguna novedad. La calma llegaba para la gente sana en Venecia y los espacios vacíos abundaban para quienes podían recorrerlos, aunque Hazlewood considerara prudente ir a la orilla y caminar a casa, aliviado de que le hicieran caso. La lancha de Giampiero fue atada a una estación de góndolas cercana al hospital, aunque este no concordaba con la decisión y revisaba sus pertenencias, celoso de una botella de whisky que conservaba sellada.

-Cuando me muera, te la dejaré de herencia - le confesó a Maragaglio.
-¿Qué haré? ¿Beberla en tu nombre?
-¿Cuidarás de Anna?
-¿Disculpa?
-Es una buena mujer.
-Quieres que te siga al más allá.
-Házlo por mí, no tengo otra familia.
-Ni siquiera te deja criar a tu hijo.
-Fui malo, Maragaglio ¿Para qué darle penas si soy un borracho?
-Mi cuñada no debió embarazarse.
-Cuídate de no dejarle tu semilla a Marine.
-No soy tan estúpido.

Maragaglio respiró hondo y se vio a sí mismo caminando despacio, descubriendo que el barrio de San Polo no le gustaba tanto. Las calles largas eran fastidiosas, las casas, todas en blanco, brillaban mucho con la nieve aunque se encontrara nublado. Conforme se avanzaba, todo se volvía más colorido, los canales más grandes, la vibra más desordenada. Giampiero Boccherini aún tenía un gran tramo qué recorrer rumbo a Ghetto Vecchio, razón que hizo que Edward Hazlewood amablemente le ofreciera dormir en su casa, asegurándose además, de que aquél no tuviera alcohol disponible el resto del día. Los tres hombres estaban de acuerdo y al arribar frente a la puerta de la familia Berton, se despidieron amablemente, así Giampiero y Hazlewood prefirieran ver a Maragaglio dando unos corteses golpes y la expresión de Anna Berton de molestia al abrirle y recibirlo. 

-Vamos a descansar, fue una noche larga - sugirió Giampiero y Hazlewood de inmediato ingresó a su casa, no sin notar que la mujer había cerrado a prisa mientras su cuñado exclamaba "¡niños!" por saludo. 

En la morada de los Berton, los hijos de Maragaglio y sus primos se divertían con un videojuego ambientado en Hawaii mientras el marido de Anna los supervisaba. Los pequeños recibieron a su padre con grandes abrazos y sin soltar los controles, aunque a este no le importó y se sentó con ellos con en el suelo, preguntándoles por lo que estaban haciendo, sin desaprobar la actividad.

-¿Cómo está mamá? - preguntó uno de ellos.
-Muy bien, mañana le quitan el cable que le pusieron en la nariz. 
-¿Ya vamos a regresar a casa?
-Todavía no porque van a tenerla en cama descansando y cuidándola. Pero no se asusten, se está curando.
-¿Te vas a quedar con nosotros?
-Le llevaré ropa a mamá mañana y los dibujos que le han hecho. No me tardaré y pasaremos el resto del día preparando pizza.

Los pequeños se pusieron felices mientras Anna y su marido se miraban entre sí, sin atinar a consultar algo, pero Maragaglio se dió cuenta y se levantó luego de un minuto, yendo directo a la cocina, dónde su suegro le veía con asco. 

-Susanna está bien, se recupera rápido.
-¿Cuánto tiempo se quedará internada?
-Unos días más.
-Maragaglio, ahora tenga la bondad de no hablarme.

Ante tan breve episodio, los dos se retiraron por lados opuestos y mientras uno se recargaba en la pared de la sala, el otro se colocaba cerca de la entrada. 

-Maragaglio ¿No ha pasado otra cosa? ¿Cómo están Ricardo Liukin o Maeva? ¿Supiste de Katarina?- inquirió Anna. El hombre se disgustó enseguida.

-¿Quién te dijo lo de Ricardo Liukin?
-Su hijo Andreas llamó.
-Ah. De él no supe y de Maeva ni idea.
-Creí que preguntarías por ellos.
-Vi cuando internaron a Ricardo, el tipo parecía estar de vacaciones.
-¿Algún día vas a contestar de buena gana, Marabobo?... ¿Qué pasó con Katarina? ¿Se va a casar con Marco?

Maragaglio exhaló por la boca.

-La ceremonia fue hoy, yo firmé como testigo.
-¿En serio?
-Nunca fue una broma.
-¿Tan grave está Marco?
-No le han dicho a Katarina.
-¿Estás molesto?
-Con todo esto, sí. Voy a jugar con los niños.
-¿Susanna estuvo de acuerdo?
-Ella es la madrina.
-¿Por qué no viniste en toda la noche? 
-Estuve con Giampiero y con Hazlewood preparando lo del juez. Con tu permiso.

Mientras el hombre se acomodaba de nueva cuenta junto a sus retoños, a Anna la asaltaron inquietudes: ¿Katarina Leoncavallo se hallaba en sus cabales? ¿El apoyo de Susanna era incondicional? ¿Por qué Maragaglio había accedido a un deseo tan impulsivo como esa boda? Se entendía que Marco quizás tenía prisa por su salud ¿Pero Katarina? ¿Cómo lo iban a tomar los demás Leoncavallo?

-¿Escuchaste, papá? - susurró la mujer y recibió la afirmación inmediatamente, aunque miró de nuevo a Maragaglio y notó que este lucía incómodo y cansado, además de permanecer serio aunque sus hijos rieran por pasar algún nivel o por equivocarse con los controles del videojuego. El hombre de repente los abrazaba y besaba sus cabezas, pero su intranquilidad iba en aumento y aquello desconcertó a los adultos presentes.

-Maragaglio, deberías ir a dormir - sugirió Anna.
-Le prometí a los niños ayudarles con esto.
-El juego puede esperar... No has dormido, anda.
-No los he cuidado.
-Nosotros nos encargamos.

Maragaglio asentó y enseguida se dirigió a la escalera, dejando de ocultar el sueño y el cansancio, aunque le costaba respirar un poco. La habitación donde se hospedaban sus hijos tenía una cama pequeña, aunque aparentaba comodidad y las sábanas eran suaves y coloridas. El orden impresionaba mucho, sobretodo porque el espacio estaba lleno de juguetes y había tres grandes maletas recargadas sobre una pared, además de varias repisas vacías pero sin polvo. Al lado, estaba el cuarto del viejo señor Berton y se escapaba un penetrante olor a vainilla, algo natural porque aquella familia se había dedicado siempre a fabricar helado y los ingredientes dulces estaban presentes en casi cada rincón de la casa.

-Papá ¿Sigues con eso? - oyó Maragaglio decir a Anna antes de quedarse dormido y perder la noción del tiempo, al grado de perderse la comida y la cena, los juegos de sus hijos con su abuelo y la llamada del hospital por la mejoría de Susanna, quien al fin tendría un día de prueba sin un tanque de oxígeno y respondía al antiviral sin perder energía o buen humor.

El sueño que consumía a Maragaglio, sin embargo, estaba lejos de ser amable. A él mismo le impresionaba no despertarse después de toparse con personas y objetos que solían estresarlo, con papeles que aún no había revisado, con Alondra Alonso a quien no deseaba volver a ver. Recordó que tampoco había llamado a Katrina o a Carlota Liukin para hacerla enfadar y las cosas se tornaron más oscuras de pronto. El hombre había sentido que alguien le vigilaba y entonces el abuelo Leoncavallo, rejuvenecido y con la mirada sádica se le apareció de frente, burlándose de él y mostrándole visiones de Marine mezcladas con imágenes de Susanna y ambas dándole mimos, amor, lugar en sus casas y una familia. Las mujeres poco a poco iban quemándose mientras suplicaban por atención, pero él caminaba hacia una dirección diferente, fría y llena de luz, en dónde una figura más celestial flotaba y se alejaba, obligándolo a correr. Katarina Leoncavallo era aquella tierna visión, pero en lugar de mirar hacia Maragaglio, transformó radicalmente su ropa inocente por su vestido de novia y a su lado apareció un Marco Antonioni que la fundía consigo mismo. Aquello despertó a Maragaglio en la madrugada.

Anna Berton dormía escasas horas y esta vez le había dado por leer un libro pesado para inducirse el sueño, al mismo tiempo que pensaba en lo furiosa que la tenía la situación en casa, sin poder remediarla de momento. Su única expectativa era que Susanna se repusiera pronto para poder contarle de la nueva misión de su cuñado y contagiarle al fin sus sospechas, puesto que el tema de Katrina estaba vetado con tal de proteger a su hijo mayor y de alguna forma, a ella misma de otras dificultades. Pero algo tenía que hacer para arreglar las cosas, para recuperar a su hermana. De repente, escuchaba algunos ruidos de cosas cayendo, aunque los atribuía al gato y volvía a sumergirse en su lectura y en su búsqueda de soluciones. Pasó un rato y no parecía haber novedad, hasta que un golpe en el pasillo despertó a su marido y la alarmó a ella, obligando a ambos a salir y saber qué sucedía. 

-¡Anna, ayúdame! ¡Creo que a Maragaglio le está dando un infarto! - exclamó el señor Berton y su hija reaccionó buscando ayuda en la casa de enfrente, sin dudarlo ni voltear. Los golpes en la puerta la familia Hazlewood hicieron que Giampiero Boccherini abriera velozmente.

-¡Maragaglio se ha puesto mal, hay que llevarlo al médico! - gritó Anna, ocasionando incluso que Edward Hazlewood y su hijo Fabrizio abandonaran sus camas y la siguieran hacia la emergencia, contemplando a un Maragaglio cuya pierna derecha se había paralizado y su lengua se trababa, impidiendo que explicara su estado. Notando que al hombre le costaba respirar y sentía una fuerte opresión en el pecho, el grupo hizo el esfuerzo de sostenerlo y llevarlo a la calle, acordando que Fabrizio se adelantaría para pedir ayuda aunque lo vieran resbalar debido al hielo y no pudiera frenar hasta llegar al borde del canal próximo, librándose apenas de un golpe en las costillas. El chico se levantó únicamente para alzar los brazos, tratar de llamar la atención por medio chiflidos y gritos y ver a su padre hacer lo mismo para que le tomaran en serio. 

-¿Maragaglio entiende lo que está pasando? Eso va a ayudar - dijo Hazlewood y Anna realizó la pregunta a su cuñado, quien batallaba para moverse y dar la respuesta afirmativa. Giampiero Boccherini abrazaba a su amigo y trataba de frotar su espalda para calmarlo mientras el señor Berton se hallaba a si mismo auxiliando a su yerno para hacerlo respirar despacio. A nadie le había pasado por la cabeza llamar a una ambulancia, pero tuvieron suerte de que el mismo Hazlewood decidiera llamar directamente al doctor Pelletier para explicarle cada detalle y este le diera indicaciones para tomar el pulso o revisar la respiración. Una ambulancia acuática llegó instantes después y sorprendentemente, fue el viejo Berton quien determinó acompañar a Maragaglio y ordenó a Hazlewood seguirlo, acto que ni Anna o Boccherini podían entender. De acuerdo a los paramédicos, había cupo en la clínica ambulatoria anexa al hospital de San Polo y pronto, supieron que por tratarse de Maragaglio, sería aceptado para su evaluación sin más trabas. Alguien comentó entonces que mucha gente en Venecia le tenía aprecio y que nadie deseaba ver enfermo al protector de su ciudad. Esas palabras tan amables estaban lejos de tranquilizar al nuevo paciente, pero aliviaban un poco la preocupación de su suegro, que le mostraba una inesperada estima.

La oscuridad de los canales era llamativa esa noche, con las luces deslumbrando a quienes se guiaran por ellas, evitando la claridad. No se distinguía la puerta diminuta de la clínica en la calle aledaña al hospital hasta dar con un también reducido muelle a donde arribó el bote de emergencias. La sirena del vehículo y un timbre hicieron salir a un joven enfermero y Maragaglio fue conducido hacia una sala para tomar sus signos vitales. El señor Berton y Hazlewood fueron tras de él y supieron que el doctor Pelletier se mantenía expectante por teléfono, listo para cualquier diagnóstico. 

-Mediremos su oxigenación y su presión, aunque me dicen desde la ambulancia que todo parece en orden - dijo el enfermero. Una puerta se cerró, pero Hazlewood y el señor Berton podían verlo todo a través de un gran cristal. Lo que se decía en consulta, no obstante, permanecía en secreto y nadie hacía el esfuerzo de leer los labios.

-En un momento vuelvo - declaró el joven con un papel en la mano y poco después, una doctora entró a revisar a Maragaglio. Este último se sorprendió enormemente con lo que ella le iba informando, describiendo otros síntomas a los que debían darse respuestas de "sí" y "no" con la cabeza. La mujer no tocaba al hombre y en un momento dado, este no resistió más y rompió a llorar mientras cubría sus ojos. La escena hizo que el viejo señor Berton y Edward Hazlewood se miraran entre sí y resolvieran quebrar el aislamiento para saber si podían ser útiles en algo más que una distante presencia.

-Poco a poco el cuerpo va a ir abandonando la rigidez. Llore todo lo que sea necesario, está bien- aseguraba la doctora ya que la lengua de su paciente sería lo primero en regresar a la normalidad. 

-¿Qué ha sucedido? - intervino Berton.
-Maragaglio se recuperará en unos minutos, su presión y su respiración son normales.
-Pero no puede moverse bien y se ve agitado.
-También tiene hormigueo en las manos y los pies, miedo a morir y mucho estrés. Es un ataque de ansiedad pero está pasando.
-¿Sólo eso?
-La condición de ansiedad requiere de atención especializada, no es tan sencillo.

Ante el regaño, fue Margaglio quien esforzándose, logró pronunciar algo.

-En... Inte... Intelli... Intelligenza... Nanadie puede sasaber que... Que es... tuve aquí.
-Lo sabemos, no lo pondremos en el expediente - continuó la médica.
-Me... Me ascen... didieron, si alguien llega a saber que... Que me están diagnos... ticando ansiedad.
-Falta la evaluación psiquiátrica para confirmar y hay que exámenes físicos para estar seguros. Le haremos una tomografía y un análisis de sangre por la mañana.
-El pecho mememe duele.
-Los signos vitales dicen que no va a morir.

Maragaglio sollozó más fuerte y Hazlewood resolvió confortarlo enseguida. 

-¿Ha pasado algo en las últimas horas que lo haya puesto de mal humor o triste? - consultó la doctora.
-Katarina se casó ¡Es una niña! - prosiguió Margaglio 
-¿Por qué le importa Katarina?
-¡Es mi prima y la he cuidado! ¡Yo no quería que cometiera esa locura!... He estado trabajando mucho ¡Debí prestarle más atención para evitar todo esto!
-¿Cuántos años tiene?
-Acaba de cumplir veinte.
-Maragaglio, usted no puede evitar que ella decida cosas de adulto.
-¡Ella no está lista!
-Bueno, sus acciones indican que sí puede hacerse cargo, por algo firmó un acta de matrimonio.
-¡Está enferma y asustada!
-Ella tendrá que arreglar lo que haga mal.
-No quiero que sufra porque su marido está enfermo.
-Maragaglio, creo que tiene que asumir que esas decisiones no dependen de usted, que no puede controlar a nadie.
-¡Estoy consumido por el trabajo, por eso no estoy todo lo pendiente que quisiera! ¡Todo mundo me dice que Katarina tiene que vivir y yo no puedo permitir que algo malo le pase! La vigilo siempre, pero desde que se descarrió en Nueva York, yo siento que me pone una barrera, que no confía en mí.
-¿No cree que tal vez la estaba sobreprotegiendo?
-¡Mi deber es evitar que le hagan daño! ¿Por qué la dejé casarse? ¿Por qué me puse de testigo? ¡Me estoy odiando por eso!
-Lo hizo porque pensó en su felicidad.
-No me entiende, doctora ¡Mi trabajo era impedir que ella se fuera!
-¿Por qué?
-¡Ella no se defiende sola!

Hubo una gran pausa en la que todos anhelaron hallar la solución, pero sólo Hazlewood, identificado y un tanto conmovido, supo cómo continuar.

-Maragaglio, tú no puedes tener el control.
-¿Por qué no? ¡Yo lo tenía antes de que Katarina se fuera a Nueva York! ¡No sé por qué no tomé el maldito avión con ella!
-Tu prima iba a crecer, tarde o temprano ella se separaría de ti.
-¡No así!
-No dependía de lo que tú consideraras correcto.
-Desde París la noté muy rara ¡Y luego leí el informe sobre su estancia en América! ¡Me decepcionó lo que hizo, ella no era impulsiva!
-Te aferras a verla como una niña.
-¡Es una niña!
-¿Te duele que sea una adulta ahora, verdad?
-Me duele que no confíe en mí.
-La espiaste.
-Intenté que no le pasara nada malo.
-Pero no puedes pasar por encima de sus decisiones.

Los músculos de Margaglio iban destensándose y su hormigueo fue lo primero en desaparecer.

-Susanna me ha repetido eso desde que Katy era una niña.
-¿Por qué no le haces caso?
-Porque mi pequeña me recuerda tanto a mí.
-¿Cómo?
-Frágil, indefensa y triste.
-¿Has intentado protegerla de sentirse así?
-Desde que murió nuestro abuelo.
-¿Fue una pérdida fuerte?
-El maldito la golpeaba.
-¿Te tocaba defenderla?
-Me atreví una vez.
-¿En qué resultó?
-Desde ese día decido todo lo que mi familia hace.
-¿Qué cosa?
-Me encargo de que la familia siga junta, a dónde iremos, los detalles de las fiestas, los funerales... Katarina es mi razón para quedarme.
-¿Cuál es el motivo?
-Todos acabamos lastimándola. También tú lo harás, Hazlewood.
-No comprendo.
-Katarina se parece a mí porque la gente nos abandona cuando la necesitamos.
-¿Quién te hizo eso?
-Katarina creció sin sus padres ¿Nunca te dijo?
-¿Eres huérfano?
-Me abandonaron con mi abuelo y creo que nunca lo he superado.
-¿Fue tan malo?
-Todavía me da pesadillas... ¡Me siento culpable de permitir que a Katarina la torturara igual que a mí!
-Tú no la estás dejando por respetar que haga su vida ahora. Ya la cuidaste, ahora le toca a ella ser responsable.
-Susanna y yo la educamos juntos. Mi esposa puede soltar a Katy porque no es su hija, pero esa niña es parte de mí.
-No lo es.
-Hazlewood, por favor.
-Katarina te ama demasiado, pero tu sobreprotección la va a lastimar. Tienes que dejarla ir.
-Arreglé la boda porque tu hijo está grave y ahora tengo miedo de que las cosas salgan mal.
-¡Me sucede lo mismo! Pero si no respeto a Marco, él podría irse sin volver a hablarme. Katarina no te pertenece, suelta su mano y déjala ser.

Maragaglio no paraba de llorar, sentía su pulso acelerarse y aún creía que se desmayaría.

-¿Susanna no va a saber de esto? No vayan a angustiar a mi esposa, por favor - suplicó de repente.
-Si no te parece, nadie le cuenta, lo prometo - aseguró Hazlewood.
-Susanna es mi hogar, sin ella no soy feliz. En verdad la quiero, se lo juro, señor Berton. Usted nunca me ha creído pero ella es la persona más importante de mi vida y yo no voy a quitarle ese lugar ¡Por favor, no la angustien con esto! Hazlewood...
-Es una promesa.
-Ella debe verme fuerte, no con esta debilidad.
-Maragaglio, no eres débil.
-La boda de Katy fue demasiado, me está rebasando.
-Tienes el valor para afrontarlo.

Ni el señor Berton ni la doctora murmuraron algo y Maragaglio fue sintiéndose mejor, aunque no lo notara. Hazlewood era el único que percibía como la respiración de aquel iba calmándose y sus manos se movían más. El cansancio del mismo Maragaglio era tal, que poco a poco fue recostándose y quedando dormido con el alivio por delante. Su suegro le cubrió con una manta y resolvió quedarse hasta que existiera un diagnóstico.

miércoles, 10 de enero de 2024

Las noticias en Finlandia (Los días de fiesta, fin de la serie).


Helsinki, Finlandia. Viernes, 22 de noviembre de 2002.

-Entonces el vuelo sale en la noche - comentaba Carlota Liukin mientras bebía café y desayunaba un sándwich de queso con pavo que estaba disgustándole. Frente a ella, Marat Safin agradecía por haber preferido un plato con avena y disfrutaba de un poco de miel con fruta. Eran muy temprano, apenas las siete de la mañana y la chica tenía una práctica previa a su competencia en dos horas.

-Me van a matar cuando llegue a Moscú - rió él.
-No es tu culpa, no encontramos vuelo desde París.
-Tengo partido en... Cuando aterrice.
-Todo saldrá bien.
-¿A qué hora patinas, Carlota?
-Las cuatro.
-Me da tiempo.
-¿Y si no puedes llegar a Vantaa?
-No va a nevar hoy.
-Eso dicen.
-¿Supiste algo de tu papá en el hospital? 
-Sólo que lo internaron, Andreas dice que le pusieron tanque de oxígeno y me pasó el número del hospital. Tengo que marcar a las diez si quiero que le den un recado y no sé si haya televisión para que me vea más tarde o alguien le diga.
-Él estará bien.
-Nunca lo habían hospitalizado.
-¿Por qué estás enojada?
-Porque Maurizio está molesto con Katarina y se está portando horrible. Maragaglio regresó a Venecia y dijo que la va a dejar ser amiga del gondolero.
-Se dice gondolier.
-Como sea... ¿Te puedo contar un secreto, Marat?
-¿Vale?
-La familia de Jyri Cassavettes va a estar en el homenaje de la gala y exigieron que Maurizio no esté. Él ya se enteró, hizo un drama y hace rato se fue con mis compañeros a entrenar, pero los estaba regañando por no se qué que cosa que tiene que ver con lo de Jyri. De seguro a mí me va a tocar que me diga algo.

Carlota hablaba tan rápido, que a Marat le ganó le risa y no pudo comentar al respecto, limitándose a hacer una seña sobre mantener la boca cerrada. 

-¿Te cuento otra cosa? - siguió ella.
-De acuerdo.
-Dicen que Jyri odiaba a Katarina.
-¿No la cuidaba?
-Alisa Drei me lo platicó ayer. Es que no le avisaban a Maurizio.
-¿Perdón?
-Todas odian a Katarina y la tal Jyri le jalaba el cabello o le pegaba.
-¿Por qué te lo cuentan a ti?
-Esto es algo que Maurizio no sabe, así que no lo repitas: Katarina fue la que delató a su hermano en la agencia antidopaje.
-¿De qué estás hablando?
-Maurizio se drogaba y Jyri le compraba las cosas.
-No debieron contártelo.
-Me enteré en París, Katrina le dijo a Maragaglio que Maurizio se inyectó algo hace tres meses.
-¿No eres muy chica para hablar de esas cosas?
-En el patinaje te enteras de todo. En Venecia tenemos un topo y ojalá sepa quién es.
-¿Para qué?
-Saber de quién alejarme.

Marat se quedó mudo unos segundos.

-Todas cuidaron a Jyri.
-¿Por qué nadie defendió a Katarina?
-Te estoy contando que la detestan, Marat.
-¿Hay un motivo?
-Pensé que era por portarse horrible, pero es por bonita.
-¿Disculpa?
-Katarina se iba a quedar con los patrocinadores y con los jueces.
-Pero ella es buena patinadora ¿No?
-Las federaciones se la pasaron presionando y le jugaron sucio en Salt Lake y en otras cosas.
-¿No le dieron un premio?
-Katarina debió haber ganado.
-¿Qué pasó? 
-Michelle Kwan y Sasha Cohen se equivocaron en los olímpicos, así que no la pudieron sacar del podio.
-No comprendo.
-Se pusieron de acuerdo para quitar a Katarina de las medallas, pero todo salió mal. La dejaron en el tercer lugar porque no iban a darle el oro.
-¿La razón fue..?
-La misma por la que le niegan primeros lugares: Los patrocinadores se pelearían sólo por ella ¿Sabes cuánto le pagan a Katarina a través del comité italiano? Las marcas se van si ella no está.
-Es incoherente lo que me cuentas.
-Dicen que nadie puso una queja formal por lo de Salt Lake porque las federaciones amenazaron con irse si rectificaban el resultado y Michelle y Sasha de todas formas perdieron patrocinios. Yo tampoco entiendo muy bien lo que digo.

Pero Marat Safin comprendió que Katarina Leoncavallo era una máquina de hacer dinero para los demás y por ello, la tenían en un lugar de relevancia en el patinaje; sin embargo, era tal la envidia y frustración que provocaba, que sus compañeras constantemente la traicionaban, valiéndose de sus federaciones y manipulaciones para ello. 

-Jyri era igual de bonita, pero una joyería la cambió por Katarina y eso que era una niña- siguió Carlota.
-¿Por eso la trató mal?
-Como le gustaba a Maurizio...
-¿Se hizo la novia para fastidiarla más? 
-Esos chismes no me gustan, me hacen apoyar a Katarina.
-Es normal.
-No voy a entender por qué quemó a Jyri.
-¿Sigues con eso?
-Marat, sé que es cierto ¡Katarina fue por helado! 
-Me dijiste que le gusta y le dice a Maurizio que no.
-¿A nadie se le hizo raro? 
-A mí no.

Carlota se sintió tan sorprendida por la respuesta, que no pudo seguir con el tema. Después de morder el sándwich de mala gana, la chica se cruzó de brazos.

-No es que no te crea, es que no tienes pruebas - concluyó Marat.
-Katarina es muy agresiva.
-Ponte en su lugar, Carlota.
-Yo no le haría daño a alguien.
-Si todos los días la gente se encargara de volver tu vida un infierno, tal vez reaccionarías igual.
-¿Matando a alguien?
-Pensemos en algo que sí se puede comprobar. 
-¿Que la boicotean?
-Exacto ¿Cómo te sentirías si el blanco fueras tú?
-Creo que muy mal.
-¿Cómo trata Katarina a las demás patinadoras?
-Ni siquiera tiene amigas y sabes que no le gusta que se acerquen a su hermano.
-Piensa que Maurizio es como Andreas ¿Lo quieres mucho, verdad?
-Sí.
-Imagina que alguien le consiguiera drogas ¿No le dirías a tu papá?
-No lo pensaría.
-Katarina no es mala porque quiera, sino porque debe.
-¿Qué?
-Si lo que te dicen es cierto, las patinadoras que molestan a Katarina se merecen una lección.
-¿Cuál?
-La que sea, ella es la víctima.
-Pero no está bien.
-¿Ellas son buenas personas? ¿Qué dicen de Katarina todo el tiempo? ¿Qué cosas le hacen? Si les rompiera los dientes, estaría de acuerdo con ella.

Marat llevó un poco de avena a su boca y trató de entender la ingenuidad de Carlota Liukin mientras se recordaba a él mismo como esclavo. 

-Tu padre intervendría si alguien te maltratara. Katarina no tiene a nadie - hizo notar él mismo y aprovechó el momento para regresar al tema anterior.

-Cuando tomes el teléfono ¿Podrías saludar a tu padre por mí?
-Sí, Marat.
-Se recuperará, ya verás.
-Le dio influenza zombie.
-Eso sí lo creo.
-No sé por qué no volví a Venecia.
-Al señor Liukin no le gustaría que te contagiaras.
-Eso es cierto ¡Pero Katarina estuvo con nosotros en París! 
-No se nos acercó.
-A Maragaglio, sí.
-Bueno, es su primo ¿Maragaglio no se enfermó?
-Parece que no.
-Tranquilízate, Carlota, no vamos a ponernos mal.
-Ayer hablé con Miguel.
-¿Cómo está?
-Súper cansado, se quedó solo.
-Pobre de él.
-Le dije que Katarina hizo un amigo en el hospital y se puso muy contento.
-¿Perdón?
-Así fue.

Marat soltó una segunda risotada por darse cuenta de la inocencia de Miguel Liukin.

-Pero él está bien.
-Dice que se está recuperando y no tose. Oye Marat ¿Debería dejar que Katarina hable con Miguel o no?
-Ellos van a arreglar sus problemas, tú callada.
-Quiero arrancarle el pelo a esa mujer.
-Pero no lo vas a hacer.

La chica Liukin asentó y sentenció :

-Es bueno que Katarina y Miguel no estén juntos. Estaba por sugerir correrla a escobazos.

Marat optó por dejar las cosas en paz, permitiendo que Carlota acabara con su desayuno y revisara sus cosas una y otra vez. La joven tenía razones sólidas para rechazar a Katarina Leoncavallo, pero no comprendía del todo lo que él decía y quizás necesitaba más tiempo o recordar todas la cosas desagradables que había escuchado el día anterior.

-Ay, mi teléfono suena - dijo ella.
-Tienes el celular en la chamarra.
-Con razón lo pierdo a cada rato.

El chico se rió.

-¡Hola, Maurizio! Estoy desayunando... ¿De una vez? Pero quedamos a las nueve... ¿Cómo que no?...Te veo allá ¡Llego en no sé cuántos minutos! 

Carlota colgó y de un bocado acabó con la comida.

-¿Qué pasa?
-¡Marat, hay que correr!
-¿Por?
-¡Maurizio me quiere en la práctica!
-Acabas de comer.
-¡Tengo prisa!

El hotel donde se hospedaba Carlota se hallaba en la calle Nordenskiöldinkatu y al igual que un parque importante y un hospital, la Helsinki Ice Arena estaba a unos metros. Ella no conocía la ciudad y su estrategia había sido seguir a las demás patinadoras.

-Cálmate.
-Marat, debo llegar.
-Déjamelo a mí.
-¿Recuerdas cómo llegar?
-Hay que pagar la cuenta.
 -Voy a caminar.
-Estarás bien.

Él se sentía relajado y pronto, la chica comenzó a respirar despacio. La cafetería del hotel estaba llena pero el ruido era mínimo, dejando a la joven Liukin como si fuera la única persona escandalosa alrededor. 

Pasados unos minutos, Carlota y Marat salieron para experimentar involuntariamente una ciudad muy fría. Las banquetas de Helsinki eran resbaladizas y pequeñas, los autos estaban cubiertos de nieve y un tímido sol se dejaba ver para desaparecer poco después entre las nubes. No era un paisaje triste, aunque a ella se lo pareciera y el parque cercano tuviera sus árboles congelados. Un par de esquinas más la llevaban a su destino, pero no reparó en cuánto había caminado. El invierno finlandés la tenía pasmada por su intensidad, aunque él le asegurara que en Rusia era más crudo y que necesitaría una mejor chamarra. Afortunadamente, la arena donde se realizaba el Grand Prix de Helsinki, tenía una temperatura más aceptable y Carlota pudo despejarse de su capucha luego de registrarse en la entrada y saludar a un par de espectadores que esperaban por autógrafos y fotos.

-Me adelanto, Maurizio me está esperando - anunció la chica, dejando a Marat en el vestíbulo. Luego de atravesar una puerta y otro corredor, ella vio a sus compañeros Cecilia Törn y Jusiville Partanen en una conversación que se notaba enérgica y exigente por parte de Maurizio Leoncavallo. 

-Ustedes dos, a repasar sus secuencias de pasos circulares ¡Carlota, ven! Tengo noticias de Venecia - exclamó el propio Maurizio y la joven se aproximó con velocidad.

-Buongiorno, señorita Liukin, disculpe por traerla a esta hora.
-¿Qué pasa?
-Llamaron del hospital para decir que Tennant ha mejorado y el señor Ricardo está muy inquieto.
-¿Algo más?
-La oxigenación de tu padre volvió a bajar.
-Ay, no.
-Pero no parece muy afectado, sus estudios salieron bien... Bueno, me entiendes.
-¿Alguien más ha hablado?
-Andreas te manda saludos y que desea que te caigas.
-Qué divertido.
-Miguel se está recuperando bien, también envía buenos deseos.
-Menos mal, apenas pude llamarlo ayer ¿Algo más? ¿Maragaglio supo algo de la señora Susanna? ¿Y Katarina?

Maurizio Leoncavallo transformó su rostro serio a uno menos simpático.

-Nada importante... ¿No quieres repasar de una vez? Presentamos un nuevo programa corto en unas horas.
-Pero están los equipos de danza.
-¿Quién dijo que vas a patinar? Quiero un ensayo de salón, ver si tienes noción del tiempo. No saltes, no será necesario.
-Sí, Maurizio.

Carlota acomodó sus cosas en una butaca, segura de que Marat tendría el detalle de cuidarlas mientras marcaba su coreografía sin que su entrenador hiciera caso, aparentemente. Alrededor, los patinadores y otros coaches platicaban sobre cualquier cosa, menos sobre sus rutinas y poco a poco, los cuchicheos se volvieron más indiscretos. Se decía que algo importante estaba por suceder y que no le agradaría a mucha gente; que no le habían informado al principal involucrado de ello.

-Katarina tiene razón, todos parecen víboras - oyó Carlota pronunciar a Cecilia Törn y siguió preguntándose quién era el soplón que pasaba los chismes. 

-Andan diciendo que Katy se metió con alguien en el hospital y se volvió loca. Me creo lo segundo - se desahogó la joven Törn, advirtiendo que su compañera de entrenamientos respiraba aliviada y añadía que se alegraba de que no fuera algo importante.

-¿Katarina no era novia de tu hermano? - recordó Törn.
-Claro que no, sólo estaban jugando - protestó Carlota, incapaz de contradecir el hecho. La otra no le creyó, pero tenía una duda y enseguida preguntó:

-¿Es cierto que Maurizio y su hermana se pelearon en París? Todo mundo sabe que Katarina se va a ir a Canadá y su nuevo coach será Brian Orser.

La chica Liukin lo negó, a pesar de que ella misma había escuchado como Maurizio era nombrado "rata" en una conversación telefónica que no había sido privada. Sus incipientes sospechas de que el topo era Morgan Loussier, comenzaron a fortalecerse, aunque obtener una prueba sería complicado desde la lejanía. La plática incipiente culminaba en silencio profundo, pero las molestas voces de los demás eran altas y todos volteaban hacia Maurizio Leoncavallo, a quien señalaban como causante de una discusión el día anterior, aunque Carlota no sabía a qué se referían ni que era una acusación falsa, producto de otro desencuentro que sí era real, pero del que nunca sabría nada. No tardó en enterarse de que la familia de Jyri Cassavettes asistía a las prácticas oficiales del torneo y al igual que todos, guardaban un desprecio por Katarina que era profundo, pero en su caso, entendible. Nadie podía culpar a la entonces niña de desgracia alguna, aunque su responsabilidad era clara para ellos y la propia Carlota, que pasó saliva al distinguirlos muy cerca.

Conforme pasaba el tiempo, la vibra enrarecida del lugar se convertía en una expectativa alegre. Se decía que en algunas escuelas primarias se habían planeado visitas a la competencia y los organizadores pedían a los patinadores su apoyo para hacer sentir bienvenidos a varios grupos de niños. Ordenadamente, algunos de ellos comenzaron a entrar a las once de la mañana con banderitas de Finlandia en la mano y las mejillas pintadas de blanco y azul, aplaudiendo y saludando a los patinadores que aún permanecían en la pista y sus alrededores. Había entrevistadores de la radio y la televisión conversando entre sí y Maurizio los evitaba como podía, invadido por los nervios. Todos querían preguntarle algo y él quería ignorarlo hasta que sus alumnos se presentaran frente a los jueces. Era extraño que ni una sola vez se hubiera dirigido a la chica Liukin, pero sí a Marat Safin de forma amigable y le preguntara un par de cosas sobre su vuelo próximo, además de contarle sobre la posibilidad de visitar Moscú en el verano. 

El sonido local informaba acerca del final de las prácticas sobre el mediodía, dando pie a una pequeña firma de autógrafos entre quienes decidían concluir un poco antes con sus actividades y descansar antes de colocarse los vestuarios de competencia. Los participantes de la prueba por parejas también arribaban, creando un pequeño tumulto porque todos buscaban pasar hacia la salida o los vestidores, se saludaban y otros se evitaban. Carlota acabaría riendo fuertemente mientras entregaba dedicatorias a quienes se lo pedían y se contenía de impresionarse por toparse con patinadores que admiraba y que a su vez le decían "hola" o le deseaban suerte. Se escuchaban algunos aplausos y el recordatorio constante de que las pruebas iniciaban a las trece y media horas por parte de los organizadores, quienes se mostraban tensos por el entusiasmo desbordado de algunos participantes y porque la venta de boletos no reportaba números para festejar. La entrada iba a ser buena para la competencia femenina y la gala de despedida, no así para lo demás y nadie sabía si el evento resultaría rentable; aunque la audiencia televisiva prometía: los franceses querían ver a Carlota Liukin.

-¡Algo acaba de pasarle a Katarina Leoncavallo! - dijo un patinador y Maurizio Leoncavallo abandonó su lugar para prestar atención, dispuesto a enterarse de lo que fuera hasta ser interrumpido por su propio celular y por el sonido del de Carlota, quien contestó antes que él:

-¿Hola, quién llama?... ¡Tennant! ¿Cómo que te robaste el teléfono? ¿Cómo que pasó algo?... ¿Qué? ¿Que Katarina qué? No te entiendo ¿Puedes respirar?

Carlota cubrió su boca y Maurizio permaneció en suspenso un momento, hasta que optó por responder la llamada, descubriendo que era de Maragaglio y que en realidad, lo había ignorado toda la mañana. Aquello lo alarmó.

-¿Todo está bien? ¿Katarina sigue con el respirador? - preguntó él casi gritando en vez de saludar. Los patinadores no se despegaban con tal de confirmar el incipiente rumor que circulaba desde hacía nada, segundos.

-¿Qué pasó en Venecia? ¡Dilo ya!

Carlota Liukin se enteró en ese instante y deseó ser quien lo dijera, pero Maragaglio se adelantó y el gesto de Maurizio se convirtió en un rostro consternado con la mirada llena de ira.

-¿Cómo que Katarina se casó? - se acabó el hombre por alterar, causando conmoción en el recinto y que los demás se comunicaran con sus amigos, también del gremio del patinaje, para informarles.

-¿Con quién lo hizo? - prosiguió Maurizio con una voz que daba miedo. Carlota entendió que debía alejarse y se llevó a Cecilia Törn y a Marat Safin con ella, sin evitar oír el resto camino al pasillo de vestidores.

-¿El gondolero? ¡Dejaste que se casara con el gondolero!... ¿Firmaste de testigo? ¿Tú? ¡Eres un maldito bastardo! - concluyó el joven Leoncavallo, quedando inmóvil y con el talante perdido. La familia Cassavettes lo miraba con idéntico impacto, aunque aumentando su repudio: A Jyri la habían matado por celos y ahora, Katarina se había deshecho de su hermano aprovechando su ausencia, probando que su apego y aferramiento no eran para siempre. El crimen entonces, se quedaría impune, en silencio.