viernes, 9 de febrero de 2024

El desahogo (Las pestes también se van)


Viernes, 22 de noviembre de 2002.

-Maurizio se enteró, puedo estar en paz - dijo Maragaglio y sirvió un vaso con vino blanco antes de recibir un trozo de pastel de manzana y fingir que brindaba en la pequeña celebración por la boda de Katarina y Marco. Seguía nevando pero a él le tenía sin cuidado, mientras le miraban con expectante extrañeza.

-Se casó tu prima ¿Ahora qué vas a hacer? - preguntó Giampiero Boccherini con las mejillas rojas por el frío y los labios resecos.

-Concentrarme en Marine ¿Qué más?
-Estás decidido con esa mujer.
-Se encargó de enfadarme.
-Ten cuidado.
-¿Quieres dejar de burlarte?

Giampiero siguió riendo y Edward Hazlewood se limitó a ver sus pies para evitar dar su punto de vista, pensando en que Margaglio no se detenía a pensar en lo que hacía. El tipo podía dar un gran paso y al mismo tiempo, seguir prefiriendo su inmadurez sin reparar en un costo o en un engaño y nada parecía modificar su elección esta vez, ocasionando que su malestar fuera inocultable. Pronto, el mismo Hazlewood oyó decir al hombre que había pagado por el vestido de novia de Marine y que ella lo aceptaría apenas lo viera llegar con la caja, con otra certeza de que no resistiría sus coqueteos. Aunque Giampiero le advertía que jugaba con fuego, Maragaglio replicaba que tenía claro su plan y aguardaba por el alta médica de su esposa con la seguridad de que tenía tiempo de sobra para terminar con su antigua amante.

-Tirártela no te costará trabajo - concluyó Giampiero y Maragaglio suspiró falsamente, como si aquello fuera parte de una misión indeseada. Marine no se negaría y eso estaba muy lejos de representar otra cosa que no fuera la gratificación extra de una venganza con sus consecuencias incluidas. Al diablo la familia Lorraine, su guitarra y sus opciones, su cuerpo y lo que tuviera que entregar por arruinar la boda y reputación de quien lo tenía furioso y si provocaba el quiebre, mucho mejor. 

-"El abuelo lo habría resuelto antes" - pensó Maragaglio, admitiendo que había sacado lo retorcido y descarado del sádico aquel, aunque a veces, le diera por lamentar su ausencia. Muy en el fondo, el viejo Leoncavallo y su nieto incómodo eran bastante iguales, tan dispuestos a lastimar, a castigar con crueldad a quien se atreviera a trastocarles el orden; determinados a atacar sin descanso. Pero el muerto nunca se había distinguido por ser un conquistador y le molestaban los mujeriegos mientras llevaba el luto por delante. Las mujeres y hombres que le habían dicho en vida que poseía una cara bellísima, se habían llevado su furia como respuesta.

-Si se vuelve loca, mejor para mí - se convenció Maragaglio y comió pastel con una inesperada sonrisa, recordando que a Marine le fascinaban las manzanas y no era una mala idea enfrentarla con un dulce por delante. Casi podía verla complacida con el regalo, contenta de que él aún recordara cuánta atención le prestaba o el cariño que le decía tener. Era tan fácil, que asustaba un poco.

-¿Qué hacemos aquí? - quiso saber Giampiero luego de acabar con un vaso con vino blanco y servir inmediatamente un nuevo trago, despreocupado por todo.

-No te voy a embriagar, si es lo que preguntas - respondió Maragaglio.
-Tengo una botella en casa.
-Con mayor razón me niego a regresarte.
-¿Tú conduces?
-Pues claro, no quiero morir ahogado.
-Cuando el cáncer me acabe ¿Con quién vas a pelear?
-Con Hazlewood ¿Quién más?
-¿Crees que se deje?

Los tres hombres carcajearon apenas, aunque Edward Hazlewood se sorprendió un poco de lo que los otros dos decían. Quizás comprendían que necesitaban un trozo de conciencia mientras la muerte y el pago de cuentas los perseguían, aunque no se consideraba a sí mismo ejemplo alguno. Todavía titubeaba con la posibilidad de prevenir a Maragaglio sobre Katarina y su conocimiento de Marine porque era imposible que aquello lo detuviera. 

-Dejé a los niños solos y Susanna va a matarme si no regreso a cuidarlos ¿Se quedan? - prosiguió el propio Maragaglio mientras pensaba que en la policía era demasiado fácil conseguir comida sin importar la emergencia en la ciudad. Los agentes de seguridad estaban como él, saboreando pastel a la espera de alguna novedad. La calma llegaba para la gente sana en Venecia y los espacios vacíos abundaban para quienes podían recorrerlos, aunque Hazlewood considerara prudente ir a la orilla y caminar a casa, aliviado de que le hicieran caso. La lancha de Giampiero fue atada a una estación de góndolas cercana al hospital, aunque este no concordaba con la decisión y revisaba sus pertenencias, celoso de una botella de whisky que conservaba sellada.

-Cuando me muera, te la dejaré de herencia - le confesó a Maragaglio.
-¿Qué haré? ¿Beberla en tu nombre?
-¿Cuidarás de Anna?
-¿Disculpa?
-Es una buena mujer.
-Quieres que te siga al más allá.
-Házlo por mí, no tengo otra familia.
-Ni siquiera te deja criar a tu hijo.
-Fui malo, Maragaglio ¿Para qué darle penas si soy un borracho?
-Mi cuñada no debió embarazarse.
-Cuídate de no dejarle tu semilla a Marine.
-No soy tan estúpido.

Maragaglio respiró hondo y se vio a sí mismo caminando despacio, descubriendo que el barrio de San Polo no le gustaba tanto. Las calles largas eran fastidiosas, las casas, todas en blanco, brillaban mucho con la nieve aunque se encontrara nublado. Conforme se avanzaba, todo se volvía más colorido, los canales más grandes, la vibra más desordenada. Giampiero Boccherini aún tenía un gran tramo qué recorrer rumbo a Ghetto Vecchio, razón que hizo que Edward Hazlewood amablemente le ofreciera dormir en su casa, asegurándose además, de que aquél no tuviera alcohol disponible el resto del día. Los tres hombres estaban de acuerdo y al arribar frente a la puerta de la familia Berton, se despidieron amablemente, así Giampiero y Hazlewood prefirieran ver a Maragaglio dando unos corteses golpes y la expresión de Anna Berton de molestia al abrirle y recibirlo. 

-Vamos a descansar, fue una noche larga - sugirió Giampiero y Hazlewood de inmediato ingresó a su casa, no sin notar que la mujer había cerrado a prisa mientras su cuñado exclamaba "¡niños!" por saludo. 

En la morada de los Berton, los hijos de Maragaglio y sus primos se divertían con un videojuego ambientado en Hawaii mientras el marido de Anna los supervisaba. Los pequeños recibieron a su padre con grandes abrazos y sin soltar los controles, aunque a este no le importó y se sentó con ellos con en el suelo, preguntándoles por lo que estaban haciendo, sin desaprobar la actividad.

-¿Cómo está mamá? - preguntó uno de ellos.
-Muy bien, mañana le quitan el cable que le pusieron en la nariz. 
-¿Ya vamos a regresar a casa?
-Todavía no porque van a tenerla en cama descansando y cuidándola. Pero no se asusten, se está curando.
-¿Te vas a quedar con nosotros?
-Le llevaré ropa a mamá mañana y los dibujos que le han hecho. No me tardaré y pasaremos el resto del día preparando pizza.

Los pequeños se pusieron felices mientras Anna y su marido se miraban entre sí, sin atinar a consultar algo, pero Maragaglio se dió cuenta y se levantó luego de un minuto, yendo directo a la cocina, dónde su suegro le veía con asco. 

-Susanna está bien, se recupera rápido.
-¿Cuánto tiempo se quedará internada?
-Unos días más.
-Maragaglio, ahora tenga la bondad de no hablarme.

Ante tan breve episodio, los dos se retiraron por lados opuestos y mientras uno se recargaba en la pared de la sala, el otro se colocaba cerca de la entrada. 

-Maragaglio ¿No ha pasado otra cosa? ¿Cómo están Ricardo Liukin o Maeva? ¿Supiste de Katarina?- inquirió Anna. El hombre se disgustó enseguida.

-¿Quién te dijo lo de Ricardo Liukin?
-Su hijo Andreas llamó.
-Ah. De él no supe y de Maeva ni idea.
-Creí que preguntarías por ellos.
-Vi cuando internaron a Ricardo, el tipo parecía estar de vacaciones.
-¿Algún día vas a contestar de buena gana, Marabobo?... ¿Qué pasó con Katarina? ¿Se va a casar con Marco?

Maragaglio exhaló por la boca.

-La ceremonia fue hoy, yo firmé como testigo.
-¿En serio?
-Nunca fue una broma.
-¿Tan grave está Marco?
-No le han dicho a Katarina.
-¿Estás molesto?
-Con todo esto, sí. Voy a jugar con los niños.
-¿Susanna estuvo de acuerdo?
-Ella es la madrina.
-¿Por qué no viniste en toda la noche? 
-Estuve con Giampiero y con Hazlewood preparando lo del juez. Con tu permiso.

Mientras el hombre se acomodaba de nueva cuenta junto a sus retoños, a Anna la asaltaron inquietudes: ¿Katarina Leoncavallo se hallaba en sus cabales? ¿El apoyo de Susanna era incondicional? ¿Por qué Maragaglio había accedido a un deseo tan impulsivo como esa boda? Se entendía que Marco quizás tenía prisa por su salud ¿Pero Katarina? ¿Cómo lo iban a tomar los demás Leoncavallo?

-¿Escuchaste, papá? - susurró la mujer y recibió la afirmación inmediatamente, aunque miró de nuevo a Maragaglio y notó que este lucía incómodo y cansado, además de permanecer serio aunque sus hijos rieran por pasar algún nivel o por equivocarse con los controles del videojuego. El hombre de repente los abrazaba y besaba sus cabezas, pero su intranquilidad iba en aumento y aquello desconcertó a los adultos presentes.

-Maragaglio, deberías ir a dormir - sugirió Anna.
-Le prometí a los niños ayudarles con esto.
-El juego puede esperar... No has dormido, anda.
-No los he cuidado.
-Nosotros nos encargamos.

Maragaglio asentó y enseguida se dirigió a la escalera, dejando de ocultar el sueño y el cansancio, aunque le costaba respirar un poco. La habitación donde se hospedaban sus hijos tenía una cama pequeña, aunque aparentaba comodidad y las sábanas eran suaves y coloridas. El orden impresionaba mucho, sobretodo porque el espacio estaba lleno de juguetes y había tres grandes maletas recargadas sobre una pared, además de varias repisas vacías pero sin polvo. Al lado, estaba el cuarto del viejo señor Berton y se escapaba un penetrante olor a vainilla, algo natural porque aquella familia se había dedicado siempre a fabricar helado y los ingredientes dulces estaban presentes en casi cada rincón de la casa.

-Papá ¿Sigues con eso? - oyó Maragaglio decir a Anna antes de quedarse dormido y perder la noción del tiempo, al grado de perderse la comida y la cena, los juegos de sus hijos con su abuelo y la llamada del hospital por la mejoría de Susanna, quien al fin tendría un día de prueba sin un tanque de oxígeno y respondía al antiviral sin perder energía o buen humor.

El sueño que consumía a Maragaglio, sin embargo, estaba lejos de ser amable. A él mismo le impresionaba no despertarse después de toparse con personas y objetos que solían estresarlo, con papeles que aún no había revisado, con Alondra Alonso a quien no deseaba volver a ver. Recordó que tampoco había llamado a Katrina o a Carlota Liukin para hacerla enfadar y las cosas se tornaron más oscuras de pronto. El hombre había sentido que alguien le vigilaba y entonces el abuelo Leoncavallo, rejuvenecido y con la mirada sádica se le apareció de frente, burlándose de él y mostrándole visiones de Marine mezcladas con imágenes de Susanna y ambas dándole mimos, amor, lugar en sus casas y una familia. Las mujeres poco a poco iban quemándose mientras suplicaban por atención, pero él caminaba hacia una dirección diferente, fría y llena de luz, en dónde una figura más celestial flotaba y se alejaba, obligándolo a correr. Katarina Leoncavallo era aquella tierna visión, pero en lugar de mirar hacia Maragaglio, transformó radicalmente su ropa inocente por su vestido de novia y a su lado apareció un Marco Antonioni que la fundía consigo mismo. Aquello despertó a Maragaglio en la madrugada.

Anna Berton dormía escasas horas y esta vez le había dado por leer un libro pesado para inducirse el sueño, al mismo tiempo que pensaba en lo furiosa que la tenía la situación en casa, sin poder remediarla de momento. Su única expectativa era que Susanna se repusiera pronto para poder contarle de la nueva misión de su cuñado y contagiarle al fin sus sospechas, puesto que el tema de Katrina estaba vetado con tal de proteger a su hijo mayor y de alguna forma, a ella misma de otras dificultades. Pero algo tenía que hacer para arreglar las cosas, para recuperar a su hermana. De repente, escuchaba algunos ruidos de cosas cayendo, aunque los atribuía al gato y volvía a sumergirse en su lectura y en su búsqueda de soluciones. Pasó un rato y no parecía haber novedad, hasta que un golpe en el pasillo despertó a su marido y la alarmó a ella, obligando a ambos a salir y saber qué sucedía. 

-¡Anna, ayúdame! ¡Creo que a Maragaglio le está dando un infarto! - exclamó el señor Berton y su hija reaccionó buscando ayuda en la casa de enfrente, sin dudarlo ni voltear. Los golpes en la puerta la familia Hazlewood hicieron que Giampiero Boccherini abriera velozmente.

-¡Maragaglio se ha puesto mal, hay que llevarlo al médico! - gritó Anna, ocasionando incluso que Edward Hazlewood y su hijo Fabrizio abandonaran sus camas y la siguieran hacia la emergencia, contemplando a un Maragaglio cuya pierna derecha se había paralizado y su lengua se trababa, impidiendo que explicara su estado. Notando que al hombre le costaba respirar y sentía una fuerte opresión en el pecho, el grupo hizo el esfuerzo de sostenerlo y llevarlo a la calle, acordando que Fabrizio se adelantaría para pedir ayuda aunque lo vieran resbalar debido al hielo y no pudiera frenar hasta llegar al borde del canal próximo, librándose apenas de un golpe en las costillas. El chico se levantó únicamente para alzar los brazos, tratar de llamar la atención por medio chiflidos y gritos y ver a su padre hacer lo mismo para que le tomaran en serio. 

-¿Maragaglio entiende lo que está pasando? Eso va a ayudar - dijo Hazlewood y Anna realizó la pregunta a su cuñado, quien batallaba para moverse y dar la respuesta afirmativa. Giampiero Boccherini abrazaba a su amigo y trataba de frotar su espalda para calmarlo mientras el señor Berton se hallaba a si mismo auxiliando a su yerno para hacerlo respirar despacio. A nadie le había pasado por la cabeza llamar a una ambulancia, pero tuvieron suerte de que el mismo Hazlewood decidiera llamar directamente al doctor Pelletier para explicarle cada detalle y este le diera indicaciones para tomar el pulso o revisar la respiración. Una ambulancia acuática llegó instantes después y sorprendentemente, fue el viejo Berton quien determinó acompañar a Maragaglio y ordenó a Hazlewood seguirlo, acto que ni Anna o Boccherini podían entender. De acuerdo a los paramédicos, había cupo en la clínica ambulatoria anexa al hospital de San Polo y pronto, supieron que por tratarse de Maragaglio, sería aceptado para su evaluación sin más trabas. Alguien comentó entonces que mucha gente en Venecia le tenía aprecio y que nadie deseaba ver enfermo al protector de su ciudad. Esas palabras tan amables estaban lejos de tranquilizar al nuevo paciente, pero aliviaban un poco la preocupación de su suegro, que le mostraba una inesperada estima.

La oscuridad de los canales era llamativa esa noche, con las luces deslumbrando a quienes se guiaran por ellas, evitando la claridad. No se distinguía la puerta diminuta de la clínica en la calle aledaña al hospital hasta dar con un también reducido muelle a donde arribó el bote de emergencias. La sirena del vehículo y un timbre hicieron salir a un joven enfermero y Maragaglio fue conducido hacia una sala para tomar sus signos vitales. El señor Berton y Hazlewood fueron tras de él y supieron que el doctor Pelletier se mantenía expectante por teléfono, listo para cualquier diagnóstico. 

-Mediremos su oxigenación y su presión, aunque me dicen desde la ambulancia que todo parece en orden - dijo el enfermero. Una puerta se cerró, pero Hazlewood y el señor Berton podían verlo todo a través de un gran cristal. Lo que se decía en consulta, no obstante, permanecía en secreto y nadie hacía el esfuerzo de leer los labios.

-En un momento vuelvo - declaró el joven con un papel en la mano y poco después, una doctora entró a revisar a Maragaglio. Este último se sorprendió enormemente con lo que ella le iba informando, describiendo otros síntomas a los que debían darse respuestas de "sí" y "no" con la cabeza. La mujer no tocaba al hombre y en un momento dado, este no resistió más y rompió a llorar mientras cubría sus ojos. La escena hizo que el viejo señor Berton y Edward Hazlewood se miraran entre sí y resolvieran quebrar el aislamiento para saber si podían ser útiles en algo más que una distante presencia.

-Poco a poco el cuerpo va a ir abandonando la rigidez. Llore todo lo que sea necesario, está bien- aseguraba la doctora ya que la lengua de su paciente sería lo primero en regresar a la normalidad. 

-¿Qué ha sucedido? - intervino Berton.
-Maragaglio se recuperará en unos minutos, su presión y su respiración son normales.
-Pero no puede moverse bien y se ve agitado.
-También tiene hormigueo en las manos y los pies, miedo a morir y mucho estrés. Es un ataque de ansiedad pero está pasando.
-¿Sólo eso?
-La condición de ansiedad requiere de atención especializada, no es tan sencillo.

Ante el regaño, fue Margaglio quien esforzándose, logró pronunciar algo.

-En... Inte... Intelli... Intelligenza... Nanadie puede sasaber que... Que es... tuve aquí.
-Lo sabemos, no lo pondremos en el expediente - continuó la médica.
-Me... Me ascen... didieron, si alguien llega a saber que... Que me están diagnos... ticando ansiedad.
-Falta la evaluación psiquiátrica para confirmar y hay que exámenes físicos para estar seguros. Le haremos una tomografía y un análisis de sangre por la mañana.
-El pecho mememe duele.
-Los signos vitales dicen que no va a morir.

Maragaglio sollozó más fuerte y Hazlewood resolvió confortarlo enseguida. 

-¿Ha pasado algo en las últimas horas que lo haya puesto de mal humor o triste? - consultó la doctora.
-Katarina se casó ¡Es una niña! - prosiguió Margaglio 
-¿Por qué le importa Katarina?
-¡Es mi prima y la he cuidado! ¡Yo no quería que cometiera esa locura!... He estado trabajando mucho ¡Debí prestarle más atención para evitar todo esto!
-¿Cuántos años tiene?
-Acaba de cumplir veinte.
-Maragaglio, usted no puede evitar que ella decida cosas de adulto.
-¡Ella no está lista!
-Bueno, sus acciones indican que sí puede hacerse cargo, por algo firmó un acta de matrimonio.
-¡Está enferma y asustada!
-Ella tendrá que arreglar lo que haga mal.
-No quiero que sufra porque su marido está enfermo.
-Maragaglio, creo que tiene que asumir que esas decisiones no dependen de usted, que no puede controlar a nadie.
-¡Estoy consumido por el trabajo, por eso no estoy todo lo pendiente que quisiera! ¡Todo mundo me dice que Katarina tiene que vivir y yo no puedo permitir que algo malo le pase! La vigilo siempre, pero desde que se descarrió en Nueva York, yo siento que me pone una barrera, que no confía en mí.
-¿No cree que tal vez la estaba sobreprotegiendo?
-¡Mi deber es evitar que le hagan daño! ¿Por qué la dejé casarse? ¿Por qué me puse de testigo? ¡Me estoy odiando por eso!
-Lo hizo porque pensó en su felicidad.
-No me entiende, doctora ¡Mi trabajo era impedir que ella se fuera!
-¿Por qué?
-¡Ella no se defiende sola!

Hubo una gran pausa en la que todos anhelaron hallar la solución, pero sólo Hazlewood, identificado y un tanto conmovido, supo cómo continuar.

-Maragaglio, tú no puedes tener el control.
-¿Por qué no? ¡Yo lo tenía antes de que Katarina se fuera a Nueva York! ¡No sé por qué no tomé el maldito avión con ella!
-Tu prima iba a crecer, tarde o temprano ella se separaría de ti.
-¡No así!
-No dependía de lo que tú consideraras correcto.
-Desde París la noté muy rara ¡Y luego leí el informe sobre su estancia en América! ¡Me decepcionó lo que hizo, ella no era impulsiva!
-Te aferras a verla como una niña.
-¡Es una niña!
-¿Te duele que sea una adulta ahora, verdad?
-Me duele que no confíe en mí.
-La espiaste.
-Intenté que no le pasara nada malo.
-Pero no puedes pasar por encima de sus decisiones.

Los músculos de Margaglio iban destensándose y su hormigueo fue lo primero en desaparecer.

-Susanna me ha repetido eso desde que Katy era una niña.
-¿Por qué no le haces caso?
-Porque mi pequeña me recuerda tanto a mí.
-¿Cómo?
-Frágil, indefensa y triste.
-¿Has intentado protegerla de sentirse así?
-Desde que murió nuestro abuelo.
-¿Fue una pérdida fuerte?
-El maldito la golpeaba.
-¿Te tocaba defenderla?
-Me atreví una vez.
-¿En qué resultó?
-Desde ese día decido todo lo que mi familia hace.
-¿Qué cosa?
-Me encargo de que la familia siga junta, a dónde iremos, los detalles de las fiestas, los funerales... Katarina es mi razón para quedarme.
-¿Cuál es el motivo?
-Todos acabamos lastimándola. También tú lo harás, Hazlewood.
-No comprendo.
-Katarina se parece a mí porque la gente nos abandona cuando la necesitamos.
-¿Quién te hizo eso?
-Katarina creció sin sus padres ¿Nunca te dijo?
-¿Eres huérfano?
-Me abandonaron con mi abuelo y creo que nunca lo he superado.
-¿Fue tan malo?
-Todavía me da pesadillas... ¡Me siento culpable de permitir que a Katarina la torturara igual que a mí!
-Tú no la estás dejando por respetar que haga su vida ahora. Ya la cuidaste, ahora le toca a ella ser responsable.
-Susanna y yo la educamos juntos. Mi esposa puede soltar a Katy porque no es su hija, pero esa niña es parte de mí.
-No lo es.
-Hazlewood, por favor.
-Katarina te ama demasiado, pero tu sobreprotección la va a lastimar. Tienes que dejarla ir.
-Arreglé la boda porque tu hijo está grave y ahora tengo miedo de que las cosas salgan mal.
-¡Me sucede lo mismo! Pero si no respeto a Marco, él podría irse sin volver a hablarme. Katarina no te pertenece, suelta su mano y déjala ser.

Maragaglio no paraba de llorar, sentía su pulso acelerarse y aún creía que se desmayaría.

-¿Susanna no va a saber de esto? No vayan a angustiar a mi esposa, por favor - suplicó de repente.
-Si no te parece, nadie le cuenta, lo prometo - aseguró Hazlewood.
-Susanna es mi hogar, sin ella no soy feliz. En verdad la quiero, se lo juro, señor Berton. Usted nunca me ha creído pero ella es la persona más importante de mi vida y yo no voy a quitarle ese lugar ¡Por favor, no la angustien con esto! Hazlewood...
-Es una promesa.
-Ella debe verme fuerte, no con esta debilidad.
-Maragaglio, no eres débil.
-La boda de Katy fue demasiado, me está rebasando.
-Tienes el valor para afrontarlo.

Ni el señor Berton ni la doctora murmuraron algo y Maragaglio fue sintiéndose mejor, aunque no lo notara. Hazlewood era el único que percibía como la respiración de aquel iba calmándose y sus manos se movían más. El cansancio del mismo Maragaglio era tal, que poco a poco fue recostándose y quedando dormido con el alivio por delante. Su suegro le cubrió con una manta y resolvió quedarse hasta que existiera un diagnóstico.

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