jueves, 15 de febrero de 2024

Una rosa para los días de nieve (Las pestes también se van)


Viernes, 22 de noviembre de 2002.

Una vez consumada la boda de Katarina Leoncavallo, Ricardo Liukin determinó quedarse frente a la habitación donde descansaba Tennant Lutz y tomó un asiento junto a Alessandro Gatell, suponiendo que al fin se quedaría quieto como para tomar su tratamiento sin llamar la atención por su vitalidad o por mirar a los demás con arrogancia. Cierto descanso lo recorrió y reparó entonces que no había preguntado por Maeva Nicholas ni pensado en ella desde el viernes anterior, cuando se había perdido en Lido por una aventura. No ir a verla iba a ser un tanto insensible, así que se levantó, suspiró profundamente y se dirigió hacia la cama que se hallaba cerca de una puerta color café oscuro. La mujer salía de un ataque de tos y había estornudado, así que le dolía la nariz.

-¡Ricardo, creí que tardarías en encontrarme! - saludó ella con una sonrisa, aunque era evidente por su semblante que no podía moverse sin molestias.

-Me acaban de internar. Más bien yo soy el afortunado por estar aquí - replicó él y besó los labios de Maeva. Ambos se miraron unos segundos y se dieron la mano.

-¿Puedo acostarme a tu lado?
-No creo que se nieguen, Ricardo.
-Hace frío.
-Estoy muy enferma.
-Se nota.
-¡Hey!
-Perdóname.
-Te ves muy bien y yo soy un desastre.
-Eres hermosa.

Ricardo se colocó junto a ella y la abrazó, además de cubrirse con la misma manta.

-Ahora me siento mejor.
-Maeva, no vine antes porque me estaba peleando.
-Lo imaginé ¿Qué te parece? Katarina le fue a infiel a Miguel ¿No te enoja?
-Es mejor que se vaya.
-Se casó hoy, no puedo creerlo.
-Deja que salga de aquí.
-Siempre fue novia de ese gondolero, aunque digan que lo tenía prohibido y no podía verlo.
-Crees lo mismo que yo.
-Lo bueno es que no volverás a hablarle, Ricardo.
-Eso es relativo.
-¿Por qué?
-Es compañera de mi hija.
-¿Será necesario?
-Al menos le reclamé.
-Oh, qué bien.
-Katarina no me cayó bien.

Ricardo mentía con frustración, pero como Maeva no lo conocía lo suficiente, no lo adivinaba y le atribuía el rostro de pocos amigos a la preocupación por un Miguel que aún era ignorante de los hechos. Por la mente de él, sin embargo, se trataba de cruzar la idea de que Katarina era joven y lo normal de que cambiara con facilidad de relaciones, afectos y compañero sexual, a pesar de que él pretendiera que su fugaz aventura se prolongara como se había acordado en el hotel de Lido. 

-Quizás deberíamos celebrar que esa chica se ha ido - sugirió Maeva con mejor humor y él actuó como si la sugerencia fuera agradable, declarando además que tenía ganas de irse por ahí cuando ambos fueran dados de alta. Ella recordó que había rebasado el plazo de quedarse dos semanas en Venecia y aún no terminaba de filmar la película frente a la gelateria Il dolce d'Oro.

-Bueno, nos divertiremos mucho y podríamos empezar aquí - dijo Ricardo.
-¿Qué tienes pensado? Te digo que sí.
-¿No te estorba esa cánula en la nariz?
-¿A ti sí? 
-¿Qué tan cansada estás?
-Mmmm ¿Qué se te ocurre?
-¿Crees que alguien se dé cuenta?

Maeva rió nerviosa y permitió que Ricardo le besara el rostro, aunque para su sorpresa, no había una intención erótica detrás. 

-Eres muy bonita.
-Muchas gracias.
-Deberíamos descansar y quizás tomar una copa de agua después.
-Jajaja, estoy de acuerdo, Ricardo.
-Te extrañé.

Maeva se sintió relajada y feliz de golpe y estrechó más fuerte al hombre con tal de dormir en su pecho. Ese dulce gesto confortó a ambos, pero él exhalaba por la boca, hecho que lo hizo asumir que nada podía hacer más que resignarse a la realidad y dejar de ser un cretino. Estaba claro que perdería mucho si continuaba con su casi obsesivo deseo por Katarina Leoncavallo, sin estar conciente de que actuaba como si fuera un día cualquiera. 

Cuando Susanna Maragaglio regresó a su lugar, el doctor Alessandro Gatell le hizo la seña con la cabeza de que mirara hacia Maeva en silencio, pero no evitó la conversación.

-Todo está en su lugar.
-¿Segura, señora?
-Nadie más va a saber lo que usted y yo.
-Ricardo trajo a Katarina a este hospital y eso está registrado.
-Lo demás no pasó.
-Hecho.
-Me preocupa más la reacción de Maurizio, a esta hora tal vez esté enterado.
-¿El hermano de Katarina?
-Siempre han sido tan unidos... Se están separando ¿sabe? Es natural, son adultos.
-¿Qué le molesta, Susanna?
-Los vi crecer, son como mis niños.
-¿Eran inseparables? 
-No, pero siempre se contaron todo.
-Creí que Maurizio era bastante mayor.
-Tiene veintiocho años.
-La diferencia de edad me llama la atención.
-Entre hermanos esas cosas se borran.
-¿Usted cree?
-Esta boda es la primera decisión importante que Katy hace sin Maurizio y estoy orgullosa de ello.
-¿Por qué?
-Ella no se movía si no recibía la opinión de Mauri. Maragaglio y yo pensábamos que era un problema grave y a veces hablábamos de lo mucho que nos daba pena ver a Katy tan dependiente.

Alessandro Gattell guardó silencio y no supo qué concluir luego de tener conocimiento de lo que existía detrás, con la joven Leoncavallo que había vivido, respirado y deseado a través de un amor enfermizo y enorme por su hermano. Él había enjuagado sus lágrimas, había sostenido su mano, apoyado al intentar pelear con Juulia Töivonen y dicho la verdad sobre el absurdo de continuar enganchada de un imposible, con alguien que decidía y deshacía sin detenerse a pensar en ella. 

-No creo que un matrimonio le ayude a madurar - agregó Gatell.
-Marco Antonioni es un gran muchacho.
-No lo dudo, Susanna.
-Me habría gustado que pasaran tiempo de novios.
-¿Por qué no la aconsejó?
-Esos dos esperaron mucho.
-No entiendo.
-Katarina siempre ha querido estar con Marco, pero le hacía caso a su hermano de ignorarlo. Creo que por eso elegí dejarla y me sorprendí mucho de que mantuviera su decisión porque temí que se acordara de todas la veces que se arrepentía y no iba con su... Esposo, su ahora esposo.
-¿Maurizio es muy dominante?
-Algo, sí.
-¿Quiere que le diga que pudo haber hecho reaccionar a Katarina?
-¿De qué está hablando?
-No es un secreto de paciente, estrictamente... Maurizio está esperando un hijo y eso no le sentó bien a su hermana.
-¿Por fin? ¡Maurizio y Karin se pasaron años intentándolo!
-Ahí está el problema: El hijo es de otra mujer.
-¿Disculpe? 
-No entendí lo que pasó pero es la verdad.
-¿Cómo se enteró Katarina?
-Coincidió con la nueva novia de su hermano en Terapia Intensiva.
-¿Cómo lo tomó?
-Mal, no paró de llorar.
-No puedo creer lo que me dice.
-Luego llegó Marco y el resto ya lo vimos.
-Maurizio estaba muy decidido con Karin.
-Algo pasó estos meses y hasta donde sé, existió un acuerdo pero tampoco tengo idea.
-Pasaron demasiadas cosas.
-Susanna, le sugiero no tocar el tema hasta que se haga oficial y supongo que será cuando disminuya la epidemia.
-Debió ser duro para Katy.
-Ese día la sedaron.

Susanna Maragaglio no supo qué responder, percatándose de que Ricardo Liukin oía aquello con singular interés y arribaba a sus propias conclusiones sin disimular su desconcierto por la situación concurrente. Pero Maeva, incapaz de dormir por las mariposas en el estómago, comenzó a acariciar el pecho de su pareja para disminuir el sobresalto.

-¿Estaremos hablando alto? - preguntó la señora Maragaglio y vio como la propia Maeva se levantaba con dificultad para ir por ahí. Ricardo igualmente abandonó la cama y sostuvo a la mujer de la mano, con la curiosidad por delante. Ambos dieron un par de pasos por el pasillo y gracias a la distracción y cansancio del personal, atravesaron una puerta de emergencia cercana a los sanitarios. 

Solos, mirando como la nieve resbalaba por los cristales, distinguiendo de lejos a Katarina Leoncavallo y Marco Antonioni celebrando en otra área e impresionándose por el color del cielo, tomaron lugar en unos escalones y se sonrieron mutuamente.

-Se ven felices - inició Maeva.
-El amor joven es divertido.
-Este hospital tiene muchos puentes.
-Parece que vemos por una burbuja de cristal.
-Sí, es verdad.
-En primavera ha de verse bonito con el jardín abajo.
-Cuando me haya ido, quizás me reiré de esto.
-¿No quieres regresar a casa, mujer?
-En el trabajo me llaman "vieja".
-Son idiotas.
-Luego veo a las chicas nuevas o a gente como Katarina, tan lindas, tan jóvenes. A menudo me da por sentir que perdí el tiempo y que nunca acepté que no era buena en mi trabajo.
-Haces lo que te gusta.
-Vine aquí luego de rogar que me dieran mi papel en la película y quizás no me contraten después. 
-No creo que te pase eso.
-Ricardo, no sabes mucho de mí.
-¿Hay algo malo?
-Eres mi aventura en Venecia y quiero pasar más tiempo contigo.
-Por supuesto, Maeva.
-El viernes pasado quería sorprenderte en tu hotel y no te encontré. Fui a la gelateria y tampoco supe dónde buscarte.
-Había ido a comprar comida para el fin de semana.
-¿Y después?
-Katarina Leoncavallo me llamó para decirme que estaba enferma y necesitaba ayuda.
-¿Por qué no fue con su familia?
-Lo hizo pero nadie le prestó atención. Supongo que yo era su última opción.
-¿Por qué no le contó a Miguel?
-Eso no se lo pregunté. 
-De todas formas nos contagiamos.
-Así tenían que ser las cosas.
-Deberíamos estar bailando como esos dos.
-Katarina se ve preciosa.
-¿Te molesta?
-Sí, yo creí que la vería más.
-Al menos tu hijo no le hablará.
-Miguel va a decepcionarse.
-Ay, Ricardo.
-Hablaré seriamente con él.
-Tener hijos debe ser difícil.
-A veces no hago lo correcto.

Maeva no indagó en esa última frase y frotó el hombro de Ricardo Liukin para hacerlo sentir más calmado. Él entendió la intención al permitir que la mujer se recargara en su hombro y abandonó el habla un momento para contemplar alrededor, sentir frío y al fin identificar el dolor que le producía la cánula nasal, misma que deseaba remover aunque sangrara. También reconocía que en toda la semana no había olvidado cosa alguna y de hecho, le volvió la memoria sobre Maeva entrando en la Rosticceria Gislon por primera vez y compartiendo croquetas para romper el hielo.

-¿Pasa algo? - se alarmó ella.
-Estos tubos me lastiman.
-Igual a mí.
-Volvamos.
-Es una buena idea.
-¿Qué queríamos hacer aquí? 
-Estar solos.
-¿Para qué? 
-Hablar en tu caso.
-¿Qué hay de ti, Maeva?
-Decirte que te extrañé y que estar contigo me hace mucho bien, Ricardo.
-¿Quieres dormir conmigo?
-¿Dormir así, sin nada más?
-Lo que desees.
-Tengo sueño.
-También yo, entonces.

La pareja se puso de pie y Ricardo besó apasionadamente a Maeva, llegando a estar contra el cristal que le permitía darse cuenta del preámbulo en el que se hallaban Katarina y Marco en el otro pasillo, de las intenciones de estos de irse a un sitio más privado. El juvenil matrimonio parecía jugar con pétalos de rosas y de hecho, la fragancia de aquellas flores se iba colando por la ventilación del hospital, encendiendo la mente del señor Liukin, su deseo, el fuego que lo consumía, la certeza de que no saldría de su improvisada burbuja en horas. En algún momento, Katarina se detuvo a oler una rosa y aquello sedujo a Marco completamente. Ese instante acabó por cautivar a Ricardo y embriagó a Maeva de esa sensación, perdiéndose ambos, consiguiendo que nadie se diera cuenta o los molestara.

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