jueves, 29 de noviembre de 2018

Un hombre que se desea


Tell no Tales.

Después del concurso de belleza, la vida cambió un poco. Courtney Rostov - Diallo atendía cirugías con su banda de ganadora puesta y tenía sesiones de fotos en el hospital con su corona y su bata blanca; Eva de Vanny realizaba un anuncio de shampoo, Madice Hubbell había conseguido un patrocinador para su proyecto de danza sobre hielo y Kleofina Lozko planeaba su viaje sorpresa a París con el dinero de su premio. Detrás de ellas se hallaba Micaela Mukhin, que aun mantenía su empleo temporal como parte del Comité Nacional de Miss Nouvelle Réunion y se encargaba de sus relaciones públicas, así como de entregar facturas y cheques pendientes a los acreedores.

Aquella actividad tenía una ventaja: Al mediodía podía pasar a resguardarse del sol en la cantina Weymouth y además de saludar a su hija Bérenice, veía llegar en punto de la una de la tarde al joven Juan Martín Mittenaere, quien regularmente tomaba alguna bebida fría, dejaba una flor blanca en la barra para decorar y se marchaba sin olvidar decirle "buenas tardes, señora" con una sonrisa y mirándola unos segundos. Él era bien intencionado y aunque nunca había charla entre ellos, Micaela se resistía a intentar hablarle de cualquier forma. Prefería escucharlo siendo amigable con Bérenice y luego volver a sus labores, contenta y relajada. A veces, le daba por contemplar la nuca de su marido y abrazarlo por detrás mientras imaginaba cómo se sentiría hacerlo con Juan Martín, que además tenía una espalda ancha y fuerte. Ese pensamiento le daba risa de vez en cuando.

-Mamá ¿quieres algo? - preguntó Bérenice luego de extenderle un vaso con agua.
-He estado cansada.
-¿Aun vas con las misses?
-Deberías estar conmigo en lugar de atender borrachos.
-Don jefe me paga sin retrasos.
-Ganarías más si trabajaras en el comité. Hoy tengo que pasar por Courtney al hospital porque tiene una sesión con un fotógrafo que nos salió caro y encontrar a Kleofina para que firme un contrato antes de que se vaya a París a buscar a un tal Ilya no se qué. No me puedo partir en dos.
-Si quieres, busco a Kleofina.
-Te lo agradecería mucho, Bérenice. También aprovecharé para entregar unas facturas en el camino, así que me voy de una vez.

Micaela se incorporaba cuando Juan Martín regresó al local y se le colocó enfrente mientras la contemplaba con sus ojos azules.

-Señora Mukhin, discúlpeme por mi imprudencia pero quiero hacerle una pregunta.
-¿A mí?
-Sí, es por el patrocinio que pagué en Miss Nouvelle Réunion. Prometieron enviar un comprobante y no lo he recibido.
-Tal vez lo llevo aquí.
-¿De verdad? Lo agradecería bastante.
-He dado muchos papeles hoy. Aguarde, Juan Martín.

Micaela abrió la gran carpeta negra que portaba a todos lados y revisó cada factura cuando se topó con la correcta. Estaba a punto de sacarla cuando reparó en algo: En la parte superior de ese documento rosa estaba escrita la dirección del joven Mittenaere. No era la de su restaurante en Láncry, sino la de un apartamento en la calle Piaf, en el barrio Centre, cercano al Comité Nacional de Miss Nouvelle Réunion. Luego de hacerse tonta simulando que buscaba, memorizó la ubicación y extendió esa hoja al aliviado Juan Martín.

-¡Muchas gracias! Mi contador y yo podemos ir a Hacienda hoy mismo.
-De nada, Juan Martín.
-Señora, discúlpeme de nuevo.
-Dime "Micaela".
-¿Micaela? Un placer tratar con usted. Ojalá nos veamos un día en mi negocio.
-Es seguro.
-Bérenice y usted están invitadas.
-Qué detalle.
-Me retiro que la prisa me consume un poco. Adiós Bérenice... Buenas tardes, Micaela.

La señora Mukhin se quedó detenida un minuto. Juan Martín Mittenaere era atractivo, educado, con una voz calmada y una presencia amigable. Era lo que llamaríamos una persona positiva a primera vista, pero no era tan simple. Si algo le había enseñado la vida a Micaela Mukhin, era que con un hombre joven había que mostrar decisión y lo primordial que era parecer espontánea para disfrutar esa energía varonil con sus ganas, su olor y sus modales de aprendiz. Juan Martín le gustaba tanto....

-Bérenice ¿crees que luzco bien? - preguntó la mujer sacando un espejo.
-Te ves bonita.
-¿No se me notan las arrugas?
-¿Cuáles?
-Hablo en serio.
-Las de la sonrisa.
-¿Mucho?
-Eres una mamá muy guapa.
-Eso dices porque eres mi hija.
-¿Quieres cambiar de look?
-Pensaba hacerme un facial... Es para verme bien con el comité.
-Eres más linda que todas las misses juntas.

Micaela se rió de aquello y miró a Bérenice con su cabello quebrado y sus ojos miel, su falta de ojeras y nulas marcas de edad. Por un momento, envidió su juventud y sus atractivos; incluso pensó que si pudiera volver a tener veinticinco años al menos, nadie notaría a Bérenice y los borrachos dirigirían sus inapropiados piropos hacia ella. De adolescente y veinteañera, Micaela Mukhin solía ser más hermosa que su hija.

-Me voy porque aun debo obligar a Courtney a cumplir sus compromisos... Bérenice, no olvides lo de Kleofina porque te mato.
-Está bien.
-Si viene Juan... Nada, te veo en casa.
-¡Adiós!
-Bérenice, deja de portarte como niña.
-Perdón.
-Au revoir.

Micaela caminó para calmarse y aprovechando que tenía que dar un cheque a una tienda en la calle Tcherkovskaya, se dirigió al barrio ruso para ver los aparadores con ropa de segunda mano. Sabía que su cabello liso y negro no tenía estilo y sus vestidos de franela gris no resaltaban su cintura ni mostraban sus rodillas. Suponía que si revelaba un poco más su pecho, ajustaba la tela y usaba tacones, Juan Martín voltearía al menos una vez y quizás un labial rojo llamaría su atención.

En ese improvisado camino, Micaela se dio cuenta de que había cometido la torpeza de no llevar dinero y por tanto, debía quedarse con las ganas de probarse una camisa verde que parecía ajustarle y pasar por alto la oferta de suéteres de cuello de tortuga mientras un grupo de chicas contaba cada centavo para llevarse cualquier cosa y no preguntarse qué hacía una mujer madura enfrente de una tienda con ropa para veinteañeras.

Quizás, ese pensamiento la invadió por la noche, cuando al llegar a casa, vio a Roland Mukhin con su nieto, batallando para alcanzar un bote con mermelada en la cocina.

-Toma.
-Gracias, Micaela.
-El niño no debe comer azúcar.
-No es para él.
-¿Qué vas a hacer?
-Untar unos panes para ti.
-Gracias.
-¿Todo bien?
-Nada, sólo pensaba en que antes no teníamos nada de esto.
-Éramos jóvenes.
-¿Qué nos pasó?
-Me preguntas esto desde que volviste.
-No me acostumbro.
-Somos abuelos.
-Además de eso.
-Bueno, mi silla de ruedas no es cómoda y extraño moverme más en la cama ¿me entiendes?
-Hoy me sentí muy estúpida con tantas muchachas comprando cosas lindas y yo... No sé.
-Micaela, aun eres guapa, no tienes canas, te ves hermosa con esos vestidos que te pones.
-Lo dices porque aun me amas.
-Dentro de poco, te sorprenderá saber lo tontos que son los jóvenes.
-¿Por qué?
-Si yo tuviera veinte, haría lo que fuera por una mujer como tú.
-No es cierto.
-Sólo mírate. Un poco más de escote y no sabría controlarme.
-¿Hablas en serio?
-Ningún hombre ignora un botón desabrochado ni una falda.
-¿Debería intentarlo?
-Ni siquiera un jovencito podría decirte que no.

Quizás Roland Mukhin creyó que recibiría un beso o su mujer tomaría asiento en su regazo para abrazarlo pero Micaela reaccionó sacando un vestido del closet y desempolvando una máquina de coser para empezar a trabajar en cortes y ajustes que pudieran hacerlo más moderno. Al mismo tiempo, le preocupaba no tener maquillaje y en su descanso, se introdujo en la habitación de su hija para sacar un labial y una sombra oscura. Durante la ducha matutina, la inquietud le llevó a ondular su cabello y probar con un flequillo mientras cortaba lo que podía para quitarse volumen y darse una apariencia de mayor energía. En el desayuno, su marido se quedó sin habla y su sonrisa indicaba que ella había hecho lo correcto.

-Iré al comité a recoger los cheques de pago a los proveedores y trataré de ser útil hoy que van a rodar un promocional con Courtney de una campaña de chequeos médicos o algo así - dijo ella por saludo - No comeré, adiós.

Sin voltear a ver a Roland ni preguntar si Bérenice había llevado a su bebé a la guardería, Micaela Mukhin salió del espejo y caminó por la calle Lancet rumbo al Comité de Miss Nouvelle Réunion al mismo tiempo que advertía que la gente la observaba con atención y los oficinistas giraban la cabeza para comentarle que era muy guapa. Más de una mujer comenzó a admirarle el atuendo con escote en v y una apertura en la pierna izquierda cuando ingresó a la oficina y su jefa, Mathilde Tellier, se sorprendió tanto que decidió que no podía dejarla cerca de ella porque la opacaría.

-Te sienta bien el cabello ondulado ¿quién te lo hizo?
-Yo sola - contestó Micaela, arrogante.
-Ese vestido te quita años.
-Lo sé.
-¿Dónde lo conseguiste?
-Por ahí.
-¿Querías sentirte guapa? ¿Qué dijo tu esposo?
-Nada.
-¿No te dijo que te ves preciosa?
-Se quedó mudo.

Micaela se reía de la envidia que provocaba y pronto, recibió su carpeta con los cheques de pagos atrasados.

-Debes terminar hoy.
-Considéralo hecho, Mathilde.
-Me llegó el contrato de Kleofina firmado; falta el de Madice Hubbell ¿podrías ir con ella?
-Adelante.
-Vive en la calle Piaf, en el edificio Montand.
-¿En dónde?
-Es el interior nueve. Dijo que te ve allí porque tiene que entrenar y no le da tiempo de venir.
-¿Te dio alguna hora?
-De preferencia en la tarde, como a las cinco.
-Hecho.
-Ah, Micaela, llamó el dueño del restaurante etíope ¿pasarías a entregarle una copia de su comprobante de pago? Con tantas cosas, olvidé ponerla con su factura.
-¿Juan Martín?
-Justo él. Vive en el interior siete de ese mismo lugar. Dijo que hoy estará ahí todo el día.

La señora Mukhin pasó saliva y pronto, sintió como si el mar se abriera ante sus ojos: Toda la noche había pensado en un pretexto para visitar al joven Mitteneare e inesperadamente, el descuido de Mathilde Tellier y una miss poco interesada le daban uno que, aunque débil, podía llevarla a conocer un territorio que lo mismo podía ser salvaje que dulce. Sin perder tiempo, revisó varios papeles para trazar una ruta, teniendo claro a quien vería al final.

Con mucha energía, Micaela Mukhin dedicó sus pies y su prisa a lidiar con molestos acreedores que no tardaban en expresarle quejas. A algunos no les había gustado el color de sus cintillos promocionales, otros habían querido recibir sus pagos días antes y los menos, expresaban su interés en volver a anunciarse en el concurso de belleza y pedían citas con Mathilde Tellier para concretar planes. En todos lados, la mujer hallaba cumplidos e invitaciones a comer sin excepciones y tomaba esas oportunidades para obtener contactos y recomendaciones que luego usaría para convencer a su jefa de darle un contrato permanente. Como estaba siendo un día excelente, la señora Mukhin no se sentía cansada y luego de un par de llamadas y una comida con vino en Poitiers, notó que Madice Hubbell le había enviado un mensaje para reunirse con ella un poco más temprano. Micaela no dudó en retocar su maquillaje y recortar camino por la larguísima calle Helmut sólo para toparse a Juan Martín saliendo de una tienda. Él llevaba una corbata negra y un pantalón de vestir que lo hacía verse más serio de lo que era, además de un reloj que se notaba que le gustaba mucho.

-Buenas tardes, señora.... Micaela - dijo él con una amable sonrisa.
-Buenas tardes.
-Se ve muy bien.
-Gracias, Juan Martín.
-De verdad, muy guapa.
-¿Te agrada?
-Ese vestido le sienta.
-Tengo talento para la costura.
-¿Lo hizo usted misma? Le quedó muy lindo.

Micaela Mukhin sonrió intentando no empezar a reírse sin parar.

-¿Dónde va, señora? Micaela, perdón.
-No te preocupes... Tengo una cita en el edificio Montand.
-¿En serio? Es una coincidencia, yo vivo en el número siete.
-¡Qué mundo tan pequeño!
-Supongo que va con Madice Hubbell.
-Sí ¿la conoces?
-Del concurso.
-Es cierto, perdón.
-Resultó ser mi vecina; su madre es la propietaria del restaurante en el primer piso.
-Puedes ver que hace la competencia.
-Es un buffet como casi todo lo que hay en la ciudad.
-Algún plato debe ser especial.
-Me han dicho que el pollo con melón es sabroso.
-Es una lástima que ya no tenga hambre.

Micaela hizo reír a Juan Martín y caminó a su lado mientras veía que él había adquirido comestibles y detergente.

-Me acabo de mudar acá - comentó el joven.
-No parece.
-Renté luego del sismo. Mi casero es un señor Liukin que vive en Italia.
-¿No queda lejos de tu negocio?
-Sólo tomo el metro hasta la estación Madiba.
-Está bien.
-Me gusta mucho este barrio. No tengo cosas tristes como en Carré.
-¿Tristes?
-No puedo pasar por ahí sin pensar en el complejo de Fontan y sólo vine a estar tranquilo.

Micaela no agregó palabra y observó al chico abriendo la puerta y cediéndole el paso.

-Muchas gracias.
-De nada, señora... ¡Micaela! Prometo acostumbrarme.
-De acuerdo.
-Que le vaya bien.
-Igualmente.
-Lo olvidaba... Dejé un mensaje en la mañana por un comprobante que el comité no me entregó. Mi contador dijo que hay que justificar la factura. Perdón por mencionarlo ahora.
-Veré si lo tengo y paso a verte ¿en qué número estás? ¿ocho..?
-En el siete. Es el segundo piso.
-De acuerdo, yo me encargo.
-Gracias.
-Gracias a ti, Juan Martín.

Aunque ambos debían ascender por una escalera, el joven Mittenaere eligió permanecer en la planta baja mientras veía a Micaela Mukhin alejarse. Ella se obligaba a no voltear mientras creía que hacía bien en fingir que no sabía nada de él. Cuando llegó al segundo piso, reconoció la entrada del departamento siete y se imaginó enseguida que sería un lugar agradable, quizás con un jarrón de flores blancas, algún cuadro raro en la estancia; con sábanas oscuras...

Al advertir que Juan Martín no tardaría en acercarse, la mujer corrió al piso de arriba y se precipitó en llamar a la puerta de la familia Hubbell, siendo recibida de inmediato por Madice, que no tenía mucho de haber llegado de un entrenamiento.

-¡Hola, señora Mukhin!
-Madice, me da gusto saber de ti. No te había visto luego del concurso.
-He estado ocupada.
-Vine con tu contrato ¿gustas leerlo?
-Claro, pase por favor ¿le ofrezco agua...?

Aquella pequeña conversación se oyó perfectamente en el nivel inferior.

Cuando Micaela Mukhin se distraía, la gente tendía a tardarse más de la cuenta. Eso le ocurría con Madice Hubbell, que leía cada cláusula y repasaba lo que no entendía mientras hacía preguntas sobre si se respetarían sus horarios de entrenamiento o trabajaría los fines de semana modelando maquillaje. Su padre estaba con ella revisando cada punto y cada acento y a momentos, observaba a la señora Mukhin, preguntándose de dónde había salido una mujer tan hermosa.

-¿Cuántas veces tengo que firmar? - quiso saber Madice.
-Abajo de cada documento, por favor.
-Son cuatro, de acuerdo. Señora Mukhin ¿es cierto que no se quedará en el comité?
-Aun estoy en pláticas.
-Los patrocinadores sólo confían en usted y nosotras también.
-¿Quién dice?
-Kleofina y yo no renunciamos porque vimos como gestionó el evento, señora. Esa tal Mathilde no tiene idea.
-Es una buena jefa.
-El chico del restaurante etíope tuvo problemas con Hacienda hoy por un comprobante. Estoy segura de que no querrá saber nada del concurso cuando salga del problema.
-Contaba con él para las fiestas de fin de año.
-Puede hablarle, vive aquí abajo.
-¿Qué? - Micaela optaba por hacerse tonta.
-Si quiere, la ayudo.
-No será necesario pero muchas gracias por decirme.
-Se instaló en el departamento siete.
-Aprovecharé para aclarar esto. Nos vemos luego, Madice.
-Por favor ¡no se vaya del concurso!
-No depende de mí pero intentaré convencer a Mathilde. Adiós.
-¿Podría hacer algo por mí?
-Por supuesto.
-¿Me saludaría a Juan Martín? Es que no sé cómo hablarle todavía, se ve tan calmado...
-Déjalo en mis manos.
-¡Gracias!
-Me voy.

Micaela Mukhin atravesó la puerta de los Hubbell con la seguridad de que Madice no era rival para ella. Era joven, rubia y simpática pero Juan Martín Mittenaere era más serio, cortés y enfocado, además de que, durante Miss Nouvelle Réunion, nunca le prestó atención a aquella chica ni la había volteado a ver. Por el contrario, aquel joven había pasado gran parte de ese tiempo auxiliando a la señora Mukhin en cuantas dificultades se presentaban y la había felicitado por conseguir que ese caos fuera un éxito.

Convencida de que su presencia aliviaría cualquier desazón que existiera entre el comité y Juan Martín, Micaela Mukhin descendió las escaleras y se detuvo un momento frente al número siete del edificio Montand para dominar sus nervios. Quiso presionar el timbre pero el joven Mittenaere abrió inesperadamente.

-Disculpe ¿la asusté?
-Iba a llamar.
-Tengo que entregarle esta linterna al administrador.
-Puedo esperarte.
-Oh no, señora... ¡Micaela!
-En serio.
-La devolveré más tarde. Pase, por favor.
-Gracias.
-¿Le sirvo un café? Acabo de hacerlo.
-Hace un poco de frío.
-¿Con crema?
-Lo prefiero solo.
-Yo lo acompaño con un alfajor.
-No los conozco, Juan Martín.
-Son dos galletas unidas con dulce de leche.
-¿Te gusta el azúcar?
-Trato de evitarla pero de repente extraño Argentina.
-¿Argentina?
-Soy de Tandil.
-Soy de un exótico lugar, de Tell no Tales.

Juan Martín volvió a carcajear un poco ante el humor de Micaela y ella lo contempló vertiendo el café en un par de tazas oscuras. En el piso aun había cajas con trastes y decoraciones, señal de que él aun no se instalaba por completo pero el cuadro exótico estaba en la sala y las puertas de las habitaciones estaban abiertas. Para sorpresa de la señora Mukhin, ese apartamento era muy grande para una sola persona.

-Perdón si no tengo tan arreglado como debiera. Aun hay cosas que no sé donde poner - se excusó el chico.
-No te preocupes, yo dejé desastre en mi casa luego de coser.
-No es lo mismo.... Tengo balcón y terraza y ni siquiera sé si meteré a amigos a hacer asado.
-¿Por qué decidiste venir aquí?
-Este lugar es muy familiar y mi casero creyó que era una pena dejarlo solo.
-¿El señor Liukin que vive en Italia?
-Hay cocina ¿sabe lo extraño que es hallar una estufa en una casa de Tell no Tales?
-¿Eso te convenció?
-En parte. Si mi familia viene un día, tal vez los traiga.

Juan Martín dio un sorbo a su café mientras miraba a Micaela Mukhin y ella se quedó sin habla, haciendo el esfuerzo por no soltar su taza.

-Señora... ¡Micaela! ¿Por qué no me sale?
-Está bien.
-Iba a preguntarle por el recibo.
-Oh, es verdad.
-Perdóneme por la insistencia.
-Entiendo, fue culpa nuestra en el Comité. En un momento te lo entrego, sé que lo necesitas.
-Siento que la estoy apurando.
-Pero vine por ese papel.
-Tiene muchos documentos en su carpeta.
-Son los contratos de algunas misses... Aquí está.
-¡Se lo agradezco tanto!
-Me alegra que este asunto se haya arreglado.
-De verdad, le ofrezco disculpas por ser un poco impaciente.
-No tienes por qué, Juan Martín.
-Prometo portarme mejor la próxima vez.
-¿Próxima?
-¿Seguirá en el comité? Me agrada trabajar con usted.

Micaela sentía que su rostro se hacía rosa.

-¿Otro café?
-Ah, Juan Martin yo...
-¿Tiene que irse?
-No quise decir eso.
-La entretuve mucho.
-No es así. Acepto otra taza.
-Nunca la había visto feliz.
-¿No?
-La hace ver linda.

Juan Martín se incorporó para servir otra taza y Micaela no pudo contenerse. Él iba a comentar alguna cosa cuando escuchó unos tacones y poco después sintió el par de brazos de aquella mujer delgada y pequeña posarse en su pecho mientras el resto de la silueta se le adhería en la espalda. Pronto percibió como aquella mujer aspiraba su loción y contemplaba su nuca, ansiosa. Era claro que ella se había precipitado pero él respiró hondo.

-Señora Mukhin, lamento darle la impresión equivocada - y acto seguido, él giró para que lo soltara.

-¿Equivocada?
-Señora, lo siento.
-Yo pensé que.... Ay, estoy avergonzada.
-La culpa es mía, señora... No pasá nada.

Micaela Mukhin tomó asiento nuevamente mientras una infinidad de cosas se presentaban en su mente.

-¿Está bien? Señora, me disculpo...
-Perdóname por entender mal. Me marcho de una vez.
-¿Quiere que alguien venga por usted?
-¡Déjame sola!
-Si necesita un pañuelo...
-¡No me toques!
-Señora, no quise apenarla.

Micaela Mukhin caminó hacia la puerta y se fue tan veloz como pudo, topándose en la esquina con el grupo de jovencitas del día anterior, todas con ropa nueva, con hombres en la cabeza, con la seguridad de que nada les había salido mal en la vida. Ellas acaparaban las miradas ahora, se reflejaban en los aparadores y todo les iba perfecto; no estaban cansadas ni hartas luego de trabajar o quedar bien y mucho menos habían tomado una arriesgada iniciativa que las dejara en ridículo.

Juan Martín Mittenaere en cambio, desanudó su corbata y se asomó por la terraza, sintiendo frío y un poco de pena por la señora Mukhin. Había sido un momento muy incómodo para los dos y él no quería herirla. Se sentía halagado a pesar de todo pero prefería colocar distancia y acabó con su café sin querer preguntarse por qué no se había dado cuenta antes. Al menos, quedaba la cantina Weymouth para tomar un trago, aunque no entrara al mediodía para evitar otra escena.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Esto es Skate America (Segunda parte)


París, Francia. Sábado, 9 de noviembre de 2002, 4:00 am, Bistro "La belle époque", Edificio Mélies.

-¡Maurizio! Creí que verías a Katarina más tarde.
-Soy su coach ¿Cómo va la competencia?
-Sasha Cohen le está ganando a Michelle Kwan.
-¿No se cayó? Era lo que me temía.
-Katy se ve muy hermosa con su nuevo vestido.
-Me alegra que le gustara.
-Sigo sin entender por qué le haces esto - reprochó Maragaglio y dio un sorbo a una cerveza fría. Por televisión se veía iniciar la rutina de una patinadora húngara de nombre impronunciable.

-Maurizio, perdona por hospedarte aquí - señaló Maragaglio poco después.
-Me dieron una cobija caliente.
-Me agradó Judy Becaud, es muy atenta.
-A mí también.
-Me he disculpado por las molestias que causamos.
-¿No estás cansado?
-Carlota Liukin da trabajo - rió Maragaglio.
-Honestamente ¿esperabas ese alboroto en el aeropuerto y en Bércy?
-Me alegra que tú no.
-¿Qué harás hoy?
-Carlota tiene una visita con medios en el Musée d'Orsay a las dos de la tarde, una pequeña comida a las cuatro y Copa Davis a las cinco ¿Te veremos allí? Hoy juega el tal Marat Safin.
-La Federación me pidió acompañarla al tenis.
-Recibí un informe que no me gusta.
-¿Sobre qué?
-Parece que Carlota comenzó este "coqueteo" con Safin cuando Joubert Bessette estuvo en coma.
-Omitieron contármelo.
-Maurizio ¿Recuerdas el tiroteo en esta ciudad que me mantuvo ocupado? Se supone que tenía que llevar a Carlota al juzgado número uno a declarar lo que recordara y reencontrarla con Joubert.
-¿En serio?
-Pero moví influencias y conseguí las fotos de los sospechosos. El juez admitirá lo que Carlota diga por escrito.
-Un problema menos.
-Amén.

Mientras una patinadora japonesa ejecutaba su rutina en pista, Maragaglio bebió la cerveza de golpe. Quería estar listo para ver a Katarina y batallaba por no bostezar mientras su primo notaba que era cierto lo que le habían dicho en Venecia: Maragaglio no se perdía las competencias de Katarina, por terrible que el horario fuera. Eso explicaba las ojeras.

-¡Ahí está Katy! - exclamó el propio Maragaglio cuando ella salió a la pista. La competidora previa esperaba sus calificaciones.

-Dile que se ve muy bien.
-Claro - replicó Maurizio.
-Siempre ha sido bonita.
-Debiste ver la cara de Miguel cuando le modeló con el vestido.

Maragaglio sintió como si un breve ensueño se le fuera. A veces, creía que su primo disfrutaba fastidiarlo.

-No debiste permitirle estar con ese farsante.
-Miguel es un buen chico.
-Por favor, Maurizio. Ni siquiera sabemos quien es.
-Lo resolveremos.
-Tenemos que cuidar de Katy.
-Mi hermana se cuida sola.
-Ya es su turno.

Era innegable que Maragaglio lucía ansioso y ese anuncio de "Representing Italy: 2002 olympic bronze medalist... Katarina Leoncavallo" llegaba a llenarlo de orgullo.

-"Katarina Leoncavallo ha cambiado su programa libre de 'La boheme' por 'Black Swan' luego de ver los protocolos de NHK Trophy" - se escuchaba a un comentarista.
-"Su hermano, Maurizio Leoncavallo, no ha viajado a Nueva York por encontrarse ajustando detalles en los programas de Carlota Liukin" - intervenía una mujer.
-"Katarina no tendrá compañía en su kiss 'n' cry"

Maragaglio y Maurizio se miraron mutuamente.

-¿Qué habrá pasado? Karin me llamó para decirme que estaban bien.
-¿Cuántas veces hay que decirte que tu novia no le agrada a Katy, Maurizio?

Ambos volvieron a fijar su vista en la pantalla y Katarina Leoncavallo inició su rutina alzando los brazos y dando un giro.

-"Katarina tuvo una práctica en solitario con algunos problemas, veamos.... Primer elemento, combo triple flip ¡su rodilla toca el suelo en el triple toe! Es probable que se lo cuenten como caída porque también apoyó una mano... Doble axel ¡y triple toe! Qué desplazamiento! ¡Cuidado! Un pequeño desequilibrio por ahí".
-"Marca ahora el cisne un poco ¡y miren ese triple lutz! Lo ha mejorado bastante estos meses... Bonito primer spin; un sit con variación... Comienzo a sentirla tensa, los brazos muy rígidos" - notaba la analista.
-"El segundo spin es muy bello igualmente, con un entry de ilusion, un layback de manual... Oh, miren eso ¡intenta unir su cabeza a la pierna durante el biellman! Se nota que ha entrenado con Carlota Liukin"
-"Pero Carlota logra la extensión completa, mantiene la pierna recta... Vaya, hay competencia en el Team Leoncavallo"

Maragaglio apenas concebía lo que observaba.

-¿Le cambiaste las piruetas a Katy? - preguntó.
-Ahora gira más rápido - contestó Maurizio y los dos vieron como la chica intentaba concretar una transición.

-"Katarina luce muy tiesa, no consigue moverse con fluidez, algunos elementos de la presentación parecen un poco forzados... Excelente triple loop".
-"Trata de transmitir el cisne pero no consigue marcarlo".

Katarina lucía estresada y a cada segundo, sus intentos de ballet la iban asemejando a una marioneta o una muñeca de hojalata.

-"Más problemas, doble flip...El ina bauer muy apresurado ¡pero se recupera con el combo triple salchow, doble toe y rippon doble toe!"
-"¡Otra influencia de Carlota Liukin que ha estado practicando saltos con los brazos sobre su cabeza!"

-¿Cómo supieron eso? - gritó Maurizio Leoncavallo desde su lugar y aquello se escuchó por todo el Edificio Mélies, dejando claro que era lo que sucedía en realidad. Maragaglio prefería esperar a que acabara la rutina porque sentía que se enfadaba.

-"Hay problemas en la coreografía, noto que Katarina batalla mucho con sus brazos" - enfatizaba la narradora.
-"El spiral no consigue la extensión que seguramente se había planeado... Secuencia de eagle, split jump, eagle de nuevo... Finalmente la caída en el doble axel"
-"Me parece que esto acaba de costarle la plata incluso; Sasha Cohen y Michelle Kwan tuvieron rutinas sin errores"
-"Último combo spin de camel, sit y posición en i... Katarina finaliza con una bella figura, rodilla al hielo y los brazos hacia atrás... Ay, ay, ay"
-"No se vio cómoda durante la rutina, no sé. De repente los entrenadores están conscientes de que se necesitan cambios pero Katarina Leoncavallo no es una bailarina".
-"Se nota que el arribo de Carlota Liukin al Venezia Skating Club la está obligando a trabajar diferente".
-"Pero Katarina es una saltadora fantástica y con un estilo muy moderno. Creo que se está arriesgando mucho, viene de ganar una medalla olímpica"

Maurizio Leoncavallo no sabía qué pensar y se limitó a alzar la ceja izquierda mientras su primo le miraba enfadado, con los brazos cruzados.

-¿Katarina está imitando a Carlota Liukin? - preguntó Maragaglio con severidad y hubo un silencio que le concedía la razón.

-¿Por qué le haces esto a Katy?
-Si Carlota tiene una mejor técnica, la voy a aprovechar - se justificó Leoncavallo.
-¿Viste lo que pasó?
-Sé lo que hago.
-Ni siquiera lo ocultas.
-¿Ocultar qué?
-Carlota Liukin es tu favorita.
-Por favor.
-Katarina se ha matado entrenando por complacerte y no lo valoras, imbécil.

Maurizio Leoncavallo optó por volver a mirar la pantalla y aguardar calificaciones. Las críticas seguían y eran desfavorables.

Por otro lado, la soledad de Katarina ante el repleto Madison Square Garden era chocante. No había ni una sola pancarta para ella entre el público ni le habían dado regalos y aunque se empeñaba en esconderlo, le dolía profundamente que nadie la quisiera. En el kiss 'n' cry se veía pequeña y nadie se acercaba para abrazarla o de menos decirle algo. Ella delataba que no quería saber sus notas.

-"Katarina Leoncavallo from Italy has marked....- anunció el sonido local y se hizo otro silencio eterno. Los jueces parecían confundidos.

-"For technical merit: 5.6, 5.6, 5.6, 5.5, 5.3, 5.6, 5.5, 5.4, 4.9, 5.1..."

Katarina se cubrió la cara y siguió la masacre:

-"Artistic marks are: 5.7, 5.7, 5.6, 5.6, 5.6, 5.7, 5.6, 5.5, 5.0, 5.4. Ordinals: 3, 3, 3, 3, 3, 4, 3, 4, 3, 4, 5, 5... Katarina Leoncavallo from Italy is placing 4th in the free program and is currently in 3rd place".

La joven lloraba con enorme frustración y faltando sólo la competidora María Sotskova, se quedó en los bordes para ver que ocurría. Compartiendo cierta impotencia desde el televisor, Maragaglio se hallaba tan furioso que no volteaba a ver a su primo con tal de seguir expectante. Sabía que Sotskova tenía la puerta abierta para recibir una gran nota y los locutores especulaban sobre si adelantaría a la joven Leoncavallo en el podio.

-Katarina nunca había recibido notas de cuatro - oyó reprochar Maurizio y pasó saliva. Un indeseado resultado amenazaba con concretarse ya que Sotskova patinaría espléndidamente y el nacionalista público la aplaudiría de forma cálida y entusiasta. Para ese instante, nadie se había dado cuenta de que Katarina Leoncavallo se escondía detrás de unos grandes adornos de acrílico para ocultar un poco su vergüenza mientras los reflectores acaparaban el kiss 'n' cry.

-"María Sotskova is placing 3rd in the program and is 4th place overall" - se dio a conocer. Entre Maurizio y Maragaglio no existió palabra alguna durante largos minutos. En la transmisión se oían claramente los abucheos de los asistentes y el rostro de resignación del jurado número ocho; es decir, el que le había dado a Katarina Leoncavallo sus evaluaciones más bajas. Los narradores no dudaban en señalar su desacuerdo y pronto, anunciaron el inicio de la ceremonia de medallas. Sasha Cohen se veía muy feliz por haber ganado y la entrevistaron poco antes de aparecer en pantalla el gráfico con las posiciones finales, dando pauta a que Maragaglio se quejara amargamente.

-Supongo que te felicito por tu capricho, Maurizio.
-Hago mi trabajo.
-Katarina te había dicho que no y la obligaste a aceptar esa rutina ridícula.
-Ella estará bien.
-¡Jamás había tenido calificaciones de cuatro!
-¡El jurado no quería seguir viendo La Boheme!
-¡La humillaste!
-Katarina hará lo que le ordene porque soy su entrenador.
-Entonces felicidades porque pusiste a una medallista olímpica a copiar a una niñita que todavía es nadie ¿Quieres que te ovacione de pie?

Maragaglio aplaudió sarcástico y pronto contempló a Katarina recibiendo su medalla de bronce sin poder detener sus lágrimas. Las críticas que le hacían eran terribles.

-¿Nos vamos a las seis de la mañana a INSEP verdad? - preguntó Maragaglio sin calmarse.
-Terminamos a la una.
-¿Irás al tenis, Maurizio?
-Te dije que la Federación me lo pidió. Hoy juega Marat.
-Te veo en diez minutos.

Maragaglio subió por las escaleras con la intención de darse una ducha y se topó con Carlota Liukin y Marat Safin, quienes se alistaban para sus respectivas prácticas. La chica lo saludó con un abrazo y el joven optó por no decir cosa alguna. Maurizio Leoncavallo en cambio, los recibió con una sonrisa y como Marat tenía prisa, ella lo despidió con un beso en la mejilla.

-Te ves terrible - expresó Carlota cuando pudo girar hacia su entrenador.
-Muchas gracias.
-Ja ja ¿Cómo le fue a Katarina?
-Calificó al Grand Prix Final.
-¡Era lo que ella quería!
-Vamos a trabajar mucho para que esté lista.
-Veré su rutina más tarde.
-No he apagado el televisor.
-Ya está.
-Gracias.
-¿Por qué me miras así, Maurizio?
-Te tengo noticias.
-¿De las buenas?
-¿Tú qué crees?
-Nos habían dicho que nos tenían algo para cuando llegáramos.
-El jefe me dio este sobre ayer.
-¿De qué se trata?
-Es tu asignación para el Grand Prix de Helsinki la próxima semana.
-¡No es cierto! ¿Se drogaron?
-Una patinadora japonesa se dio de baja y tomaron en cuenta tus calificaciones recientes.
-¿Vamos a ir? ¡Di que sí, Maurizio!
-A tu padre no le va a gustar ¿y no tienes un examen el martes?
-Llegamos a Venecia, hago la prueba y volamos en la tarde.
-¿No hemos comenzado a entrenar para Bompard y estás planeando el viaje a Helsinki?

Carlota tomó el sobre y luego de leerlo, abrazó a Maurizio Leoncavallo. Cómo no podía contenerse, la joven salió del Edificio Mélies y alcanzó a Marat en una esquina para darle las buenas noticias y volver a desearle buena suerte.

El sol comenzaba a ser visible cuando Maurizio salió a cerciorarse de que todo estaba en orden y, al igual que el día anterior, la luz primeriza tocaba el rostro de Carlota Liukin, que de tan feliz, contagiaba una gran sonrisa

lunes, 12 de noviembre de 2018

El Trofeo Bompard (Segunda parte)


París, Francia. 17:30 hrs.

-Benvenue, señorita Liukin! - exclamó un agente aduanal al ver a Carlota Liukin delante suyo. Alrededor, el personal volteaba para ver dónde se hallaba ella y poco a poco, las peticiones de autógrafos y fotografías formaban un remolino que tomó por sorpresa a Maurizio Leoncavallo.

-¿Carlota es famosa porqué....? - preguntó a su primo. Maragaglio alzaba la ceja izquierda.
-Por ser bonita.
-¿En serio?
-En este país se volvieron locos por ella. Creo que tendré más trabajo del calculado - suspiró Maragaglio y se aproximó a Carlota para calmar las cosas. El agente aduanal entendió que había un plan de seguridad en marcha.
-Oh, disculpen. Me emocioné por ver a mademoiselle Liukin - confesó el hombre.
-No se preocupe ¿podemos pasar? - inquirió Maragaglio y aquél se apresuró a sellar el ingreso de Carlota sin hacer preguntas de rutina o ponerle peros por las cuchillas de sus patines.

-Señorita Liukin, procure no pasar tiempo entre multitudes - pidió Maragaglio y la escoltó al corredor de entrega de equipaje, donde continuaron las peticiones a la joven de parte de cautivos admiradores. Al mismo tiempo, Maragaglio le preguntaba a Carlota sobre sus actividades durante el vuelo ya que había estado inquieta.

-Estaba leyendo un cuento.
-¿De qué trata?
-En la feria de un pueblo Javier Marini le propone matrimonio a Alejandra Moliner y hay fuegos artificiales. Al mismo tiempo hay una falla en un juego mecánico y su amigo Martín mete la mano para recibir una descarga en lugar de que los hijos de Alejandra y otros más se electrocuten.
-Qué dolor.
-Martín sale disparado y queda empalado pero las sillas voladoras se detienen y los niños quedan a salvo.
-Es más cruel de lo que pensaba.
-Al final Javier y Alejandra se están preparando para el debut como actriz de ella.
-Algo así nunca se me habría ocurrido.
-Tengo que aprenderme una frase del texto para la clase de literatura. Elegí una que dice "Que el momento más feliz de mi vida viniera acompañado de uno de los momentos más tristes, me recordó que la vida necesita compensar las sonrisas del mismo modo que manda trágicas coincidencias".
-No leas cosas tétricas.
-Mi maestra dice que es un cuento anónimo uruguayo. Creyó que me gustaría
-¿Por qué?
-Porque piensa que los Liukin tenemos cosas fúnebres en la cabeza.
-¿Apenas se dio cuenta?

Carlota actuaba como si estuviera recitando en un teatro y luego de tres horas con esa actitud, Maragaglio estaba cansándose. El público continuaba entusiasta y una niña admiradora se acercó para decir "Carlota, te está esperando la prensa afuera".

-Aquí intervengo para el control de daños - mencionó Romain Haguenauer y tomó a la joven Liukin del brazo mientras le indicaba que hablara lo menos posible y no revelara detalles en el camino. Ella preguntaba si podía contestar sobre el tenis y del torneo Bompard y recibió el permiso. Las puertas al corredor exterior se abrieron para Carlota en cuanto su coach logró identificar su maleta y batallar para que le concedieran el paso. Una muchedumbre esperaba y sus gritos aturdían a Maurizio Maragaglio, que sin dudar, se colocó detrás de Carlota mientras intentaba identificar una ruta de salida.

"¡Mademoiselle Liukin! ¿Algunas palabras para Le parisien?".... "Aquí para TV5 Monde"... "TF1 Martinique en directo" escuchaba un asombrado Maurizio Leoncavallo al mismo tiempo que Carlota saludaba a cuánta gente podía y se detenía para controlar a los reporteros mientras los flashes amenazaban con deslumbrarla.

-"¡Benvenue Carlota!" - le decía la prensa.
-Merci beacoup.
-"¿Lista para el Trofeo Bompard?"
-He trabajado mucho, mis rutinas les gustarán a todos.
-"¿Cómo ha sido colaborar con Maurizio Leoncavallo?"
-Muy cansado y divertido.
-"A Katarina Leoncavallo le ha ido muy bien en el programa corto de Skate America ¿Crees poder igualar su desempeño?"
-Katarina es excelente, me encantaría sacar sus mismas notas.
-"Tuviste una gran actuación en Murano Cup frente a rivales de primera clase ¿Harás lo mismo en Bércy?"
-Daré todo mi esfuerzo.
-"¿Asistirás a los partidos de Copa Davis, Carlota?"
-Qué rápido cambian de tema.
-"¿Apoyarás a Francia o estarás con Marat Safin?"
-¡Marat! Él me invitó pero sabe que no puedo estar de su lado, jajaja.
-"¿Cómo lo conociste, Carlota?
-Fue por una recaudación de fondos en Mónaco.
-"Se les vio en Venecia".
-Me ayudó con mis donativos y se lo agradezco mucho.
-"Se rumora que son más que amigos"
-Qué cosas tan extrañas dicen.
-"A propósito: ¿Tendrás un encuentro con Joubert Bessette?"
-¿Joubert? Me encantaría tener la oportunidad de saludarlo.
-"Estuvo en coma casi dos meses"

Romain Haguenauer sabía que los medios buscaban qué había ocurrido entre Carlota y Joubert y necesitaban una respuesta más para armarse la historia. Correctamente presentía que el público sospechaba que Marat Safin tenía que ver y el Trofeo Bompard quedaría eclipsado por el escándalo si no se marchaban enseguida.

-Muchas gracias por recibirnos de esta forma - intervino Haguenauer - Los esperamos en el Palais Omnisports de Bércy el próximo jueves para la competencia - y colocó a Carlota junto a su coach y Shanetta James y Morgan Loussier para que los fotógrafos sacaran imágenes involuntarias promocionales. Acto seguido, Maurizio Maragaglio volvió a enganchar el brazo de Carlota y le hizo caminar por ese gran corredor mientras el gentío batallaba por aproximársele. Ella de repente concedía algún autógrafo si quien se lo pedía era una niña y se paró un momento a contemplar las pancartas de su club de fans.

-No quiero ser impertinente ni ordenarle nada pero en la banqueta le esperan para ir a Bércy - le recordó Maragaglio y Carlota Liukin suspiró antes de levantar su brazo para despedir a la multitud.

-Disculpe ¿Maurizio Leoncavallo? - inquirió un reportero cuando el grupo abandonaba el lugar.
-Maurizio, contesta - sonrió Carlota y el risueño Leoncavallo enseguida tuvo su propia entrevista, dando posibilidad a su primo de dirigir a los demás hacia el estacionamiento. Morgan Loussier llevaba las maletas de Shanetta y Carlota y pronto sintió una mano próxima a dejar su infantil estado, además de una voz de similares características pidiéndole que le dejara quedar bien con la joven Liukin.

-Carlota ¿conoces a este chico? - preguntó Morgan y ella reaccionó con alegría.
-¡Anton! - exclamó la joven y Maurizio Maragaglio se percató entonces de que su plan de guardaespaldas había fracasado desde el principio. El desconocido niño abrazó a Carlota.

-Quiero presentarles a Anton Maizuradze, un amigo mío - dijo ella - Anton, te presento a Shanetta James, a Morgan Loussier y a Maurizio Maragaglio, mi escolta.
-¿Escolta? ¿Va a estar con nosotros en la cena de pizza?- curioseó Anton.
-¿Habrá cena de pizza?
-No sabíamos que habría sexto invitado.
-¿Sexto?
-Vas a traer a Marat ¿verdad, Carlota? Le dije a todos que no es tu novio pero igual lo queremos interrogar.
-¿Para qué, Anton?
-Es que dicen que estás enamorada.
-¿De dónde sacaron eso?
-El que quiere verte es Jouberto pero ya le dije que si se acerca, le daré un trancazo.
-No tenías que hacerlo, Anton.
-Te extrañé, Carlota.

Ambos sonrieron y fueron aproximándose a un automóvil gris del que salieron corriendo Amy y David, sus otros amigos. Si Maurizio Maragaglio no hubiera investigado, jamás habría estado seguro de que Carlota Liukin iba a provocarle dolores de cabeza.

-¡Amy! ¡Te extrañé mucho! - exclamó la chica.
-¡Tenemos que hablar! ¡Tienes que contarme de Marat!
-Te diré todo más tarde.
-Judy te ha reservado un lugar muy bonito en el bistro ¡lo tienes que ver!
-Me dijeron de la cena de pizza.
-¡Ay, Anton! ¡Te dije que era sorpresa! - reprochó Amy y mientras regañaba al niño por bocazas, Carlota le daba un abrazo a David y este le contaba al oído que Marat estaba hospedado en el Edificio Meliés.

-¿Cuándo llegó? - se sorprendió ella.
-Esta mañana. Judy lo recibió.
-¿Por qué?
-Tu papá se lo pidió.
-¿Qué? Mi papá detesta a Marat.
-Es para que lo vigilen.
-No entiendo. Todo mundo actúa raro si se trata de él. Adelina me organizó una cita.
-Prometimos ayudarla con eso.
-¿Ustedes?
-Sólo dime algo, Carlota.
-Suelta.
-¿Marat es tu novio?
-No.
-Entonces nadie sabe ni papa.
-¿Perdón?
-Es que la idea del paseo en Montmartre es de él.
-Me sorprende, David.
-¿Ese guardaespaldas que te mandaron es bueno?
-Es tonto.
-Siempre cuídate de los tontos.

Maurizio Maragaglio sospechó enseguida que los cuatro niños tenían algo entre manos y decidió improvisar, así que hizo que se depositara la maleta de Carlota en una cajuela y para demostrar que burlarlo sería complicado, ordenó que el grupo se dividiera. Los amigos se irían en el auto gris con Morgan Loussier mientras la chica Liukin partiría en un coche negro que Romain Haguenauer le había pedido prestado a la Federación Francesa de Deportes sobre Hielo y en lugar de llegar con Judy Becaud, iría enseguida a Bércy para ocupar su lugar en las gradas para el primer juego de la Copa Davis.

-¡Quería saludar a Judy! - protestó Carlota.
-Lo siento tanto - contestó Maragaglio, sarcástico.
-¡No fue lo que acordaste con mi padre!
-Tampoco acordamos que tuvieras una cita con Marat Safin en Montmartre el lunes. Por supuesto que cancelarás tu asistencia.
-¿Qué?
-Entre tus amigos hay un soplón, señorita Liukin.
-¡No te rías!
-No le faltes al respeto a mi trabajo.
-¿Quién es el topo? ¿Es Maeva, verdad?
-¿La señorita Nicholas te ayuda en esto? Qué red tan complicada.
-¿Ella no fue?
-Quizás hay alguien que está muy preocupada por su hermano y se ha metido a espiarle las llamadas.
-¡Dinara! ¿Cómo te avisó?
-¿Qué importa? Me hizo preguntarme qué habrán hecho en Mónaco el joven Safin y tú.
-Nada.
-Entonces no necesitaban deshacerme de mí.... Está decidido, no irás a Sacré Coeur.
-¿Qué rayos?
-No me burlo de ti porque no tiene caso.
-¡Te estás carcajeando!
-¿Podemos concentrarnos en ir a Bércy?
-¿Y mi equipaje?
-En el otro auto.
-¡Mi maquillaje está ahí!
-Vamos a un juego de tenis, no a una recaudación de fondos.

Carlota abrió la boca incrédula y furiosa y pronto, sonó su celular. Luego de abordar y situarse junto a Shanetta, supo que había recibido un mensaje de Sergei Trankov, volviendo a sonreír un poco. Sólo suplicaba por ver la cara de Maragaglio cuando sus previsiones se vinieran abajo y Adelina Tuktamysheva entrara en acción. Trankov le pedía que confiara en esa chica.

El camino desde el aeropuerto Charles de Gaulle carecía de belleza. Pastos altos, molestos encharcamientos, humo de fábricas y un cielo gris eran lo mínimo soportable rumbo al interminable tráfico del periférico de París y como es normal cuando el otoño asienta sus reales en Europa, empezó a llover a cántaros, dificultando cualquier intención de llegar a tiempo a donde fuese. Romain Haguenauer no paraba de usar el claxon y de pronto, notó que el automóvil gris estaba junto a ellos y alguien abría la puerta trasera para salir. Poco después, Maurizio Leoncavallo tocó gentilmente en la ventanilla para que Romain le dejara subir con él.

-Estás empapado.
-Perdón, Romain, me equivoqué. Vi a Morgan en el otro coche pero me dijeron que Carlota viene en éste. Cuando lleguemos al Edificio Meliés, me cambiaré de ropa.
-No debiste venir.
-¿Por qué?
-Por que nos dirigimos a la copa Davis.
-¿Qué hay del equipaje?
-No lo sé. El agente Maragaglio dice que es por seguridad.

Leoncavallo volteó hacia su primo sin comprender nada y luego a Carlota, cuyo gesto de "ni modo" era divertido. Shanetta no decidía entre tomarlo con humor o llorar y se percataba de que Maurizio Maragaglio disfrutaba el momento y se había salido con la suya.... No por mucho. Carlota comenzaba a burlarse de él aunque era evidente que le caía bien. Tratándose de Marat, no podía ser una buena niña.

-Sugiero que tomemos la ruta hacia Daumesnil, parece despejada - sugirió Maragaglio y Haguenauer aceptó en el acto. El deja vú sobre el escape de Carlota del mes pasado se hizo presente y el propio Maragaglio recordó que en ese viaje había sentido que regresaría muy pronto. Tenía demasiadas cosas qué hacer y luego de perder de vista a los amigos de la joven Liukin, respiró tranquilo. El Boulevard Bércy estaba cercano al hospital Bércy y casi seguro estaba de que ella pensaba lo mismo pero no podía saberlo. Carlota lo miraba de vez en vez, sin atreverse a decir "¿te acuerdas?" y se cubría la cara sonrojada.

-Que hayas huido esa vez trajo algo bueno - admitió Maragaglio.
-¿Qué fue? - se interesó Carlota.
-Ahora regresas para patinar y con tu padre confiando en ti.
-¿Es una ventaja, verdad?
-Recuerda que las locuras no salen bien.
-¿Es un consejo?
-Nadie lo vale. Rercuérdalo.

A Maurizio Leoncavallo le llamó la atención aquella conversación porque sonaba natural, nada parecida a la resistencia de Venecia. Y recordó. Maragaglio había mentido por Carlota una vez y acababa de decirle sutilmente que no lo traicionara a través de una advertencia. Para Leoncavallo, aquel nivel de comunicación era sorprendente y se preguntó si su primo comprendía ciertos motivos de la joven Liukin al punto de no querer admitirlo.

-Dentro de mi plan se encuentra cuidarte en el kiss and cry, Carlota - confesó Maragaglio emocionado.
-¿También ahí?
-Tramité una acreditación y Mauri estuvo de acuerdo.
-¿Qué pasará con Romain?
-Me temo que el señor Haguenauer te verá desde una butaca.
-Perdón, Romain - dijo la joven y recibió una sonrisa en respuesta. El camino a Bércy jamás había puesto a Carlota nerviosa.

En París algunas cosas habían cambiado un poco: Se contaban más autos estacionados en ambos lados de las calles, los semáforos marcaban altos cortos, la gente se aglomeraba en las esquinas luego del almuerzo y las salidas del metro se volvían solitarias rápidamente. Acaso había más vendedores ambulantes de mala bisutería y se notaban más graffitis, pero a pesar de ello, París recibía a Carlota Liukin con rayos de luz y un calmado viento que poco a poco convertían la tormenta en una agradable llovizna. Cuando Haguenauer condujo a un costado de la Gare de Bércy, el cielo comenzó a despejarse y al llegar al estacionamiento del Palais Omnisports, el cielo se tornó azul. Carlota sintió la calidez del sol de su rostro y levantó los ojos para no perderse de aquella escena tan bonita. Un arcoiris se dejaba ver mientras unos pocos admiradores reconocían a la joven y se aproximaban para saludarla y para pedirle su firma a Maurizio Leoncavallo, quien no sabía que fuera del circuito del patinaje, también se estaba volviendo popular.

-Así será toda la semana - suspiró Shanetta James y Romain Haguenauer se acercó a sus colegas para acabar con aquello. Una fila enorme esperaba a las puertas del recinto y para no arriesgarse a un tumulto o que la prensa se introdujera entre los vehículos, el grupo estuvo de acuerdo en acercarse al acceso del estacionamiento, a esa hora vetado para el público. Maurizio Maragaglio, no obstante, procuraba no perder de vista ningún detalle y aunque los rayos del sol le lastimaban, caminó en calma mientras preparaba su identificación y le pedía a Carlota que portara su invitación en el cuello.

-A partir de este momento, estoy a cargo - sonrió Maragaglio y los demás parecían obedecerlo cuando el guardia quiso negarles el paso.

-Intelligenza Italiana tiene más rango que France Securité o Scotland Yard - recordó Maurizio Leoncavallo.
-¿De verdad? ¿Por qué? - preguntó Romain Haguenauer.
-Digamos que la Marina confía más en la agencia desde que se resolvió el caso Burbank. Sergei Trankov casi es arrestado.

Carlota pasó saliva de escucharlo y Haguenauer la miró seriamente.

-Maurizio sabe de Sergei - mencionó ella.
-¿Tienes idea de qué es el caso Burbank? - curioseó Haguenauer.
-No quiero enterarme.
-Mi primo localizó y entregó a Raymond Floost a la Marina - anunció Maurizio Leoncavallo y Carlota supo que los tres estarían en problemas si se notaba que secreteaban.

-Floost se sacrificó por Trankov. El banco Burbank colaboraba con fondos para la compra de armas en el mercado negro y Floost era prestanombres - dijo el mismo Maragaglio, que sólo había escuchado a Maurizio.
-Eso no es cierto - suspiró Carlota.
-A propósito, tengo sospechas de que Trankov te ha seguido a esta ciudad.
-No será fácil encontrarlo.
-Me decepcionaría si no pone obstáculos.
-Él siempre escapa.
-Cuando lo tenga en mis manos, le preguntaré qué le ha dado por perseguirte.
-No creo que te lo diga, Maragaglio.
-Tengo el diamante dorado con sus huellas. Su juego se acabó.

Carlota, Maurizio y Haguenauer se atisbaron confusos y luego de que el guardia les diera la autorización de pasar, decidieron disimular integrando a Shanetta a una charla sobre los próximos entrenamientos y fingiendo que buscaban sus lugares en las gradas.

-Llegamos temprano - reprochó Shanetta.
-La señorita Carlota necesita apartar su lugar detrás del equipo ruso - rió Maragaglio.
-¿Por qué no me sorprende?
-Lo que me desconcierta es que la hayan dejado invitar a toda la gente que quiso.

Carlota no pudo evitar mirar con una pequeña sonrisa a Maragaglio con tal de seguir fingiendo y pronto, tomó un asiento de la cuarta fila, con la esperanza de que la cabeza de Marat fuera visible. En el suelo estaba marcado que la escuadra rusa ocuparía unas cómodas butacas del lado derecho y Maragaglio se sintió feliz de saber que verían la cara del umpire con frecuencia. En los bordes, había anuncios sobre el Trofeo Bompard y los técnicos que verificaban la cancha no dudaban en jurarle a Carlota que el martes por la mañana estaría sustituida por una linda pista de hielo. Ellos se asegurarían de que tuviera una sesión de entrenamiento privada ese mismo día.

-Un grand merci a tous! - respondió ella y Maragaglio tomó lugar a su lado, contento porque el grupo había recibido cortesía y su primo aun no acaparaba la atención de la joven Liukin, misma que quería sentarse mientras se arrepentía de no cambiarse los botines y llamaba a su amiga Amy para decirle que verían la Copa Davis juntas.

-¿Carlota da problemas cuando está con sus amigos? - consultó Maragaglio a Haguenauer cuando éste se situó junto a él.
-Me gustaría decir que no.
-¿Qué es lo más común?
-La chica se escapa.
-¿Sucede a menudo?
-Tiene talento.
No ocurrirá conmigo a cargo, señor Haguenauer.
-En París y en Tell no Tales sucedieron cosas que quisiéramos olvidar.
-¿Por culpa de Trankov?
-Carlota estuvo en coma luego de recibir un batazo.
-No lo sabía.
-Es un agente de inteligencia ¿me juega una broma?
-¿Quién la agredió, Haguenauer?
-No lo sabemos pero le robaron el bolso ese día.
-¿Trankov tuvo que ver?
-Honestamente, lo creo incapaz.
-¿Por qué?
-Tampoco mató al caricaturista Vérlhac y ¿secuestrar a Carlota en Venecia? A esa niña no la soporta ni Dios. Además, en el tiroteo aquí en París, Trankov no está involucrado ¿No le parece que se está engañando?
-¿Cómo sabe que Trankov es inocente en el caso Vérlhac? 

Carlota Liukin volteó hacia ambos y respondió por Haguenauer:

-Porque Trankov está robando diamantes.
-Carlota, no me haga pensar que usted sabe más de lo que dice - concluyó Maragaglio mientras se alegraba de recibir nuevas pistas. Si antes se le figuraba que los Liukin tenían que ver con Trankov, las negativas torpes de Haguenauer y las evasivas infantiles de Carlota se lo confirmaban. Sólo restaba encontrar un papel o una llamada para al fin arrestar al guerrillero y con él, a sus cómplices. A su lista, Haguenauer se añadía y aunque a la joven no pudiera hacerle nada, ya saldría ocasión de cobrarle la cuenta.

-Te equivocas, lo sé - le dijo Carlota inesperadamente y se levantó por un jugo mientras el estómago le quemaba por abrir la boca. Maurizio Leoncavallo fue con ella sin tener idea de nada y aunque ambos sentían la mirada inquisitiva de Maragaglio, fue a la joven a quien el semblante le cambió por completo.

Luego de salir de su vestidor, Marat Safin tocó los hombros de Carlota Liukin y al igual que en el cuento uruguayo que ella estudiaba, los demás los observaban con gran expectativa. Maurizio Leoncavallo se hizo a un lado para luego ver que ellos se daban un beso en la mejilla y en particular, Carlota rodeaba la cintura de su amigo al caminar. La chica aun era muy bajita y Marat medía un metro con noventa así que fue inevitable que los presentes se rieran al notarlo.

-Te he extrañado mucho, Marat - dijo ella sin ocultar que las mejillas se le volvían rosadas y él reaccionaba con una sonrisa espontánea y rodeándola igualmente por los hombros, aunque ella le sostuviera la mano derecha unos segundos para que no se soltaran pronto.

-Estuve entrenando en Montecarlo con mi equipo - contestó Marat.
-¿De verdad?
-Con Misha Youzhny, Zhenya Kafelnikov y Kolya Davydenko.
-¿Quiénes?
-Mis compañeros.
-Me habías hablado de ellos... Perdón, Marat.
-No te preocupes, Carlota.
-¿No deberías estar en calentamiento?
-¿No deberías quedarte en tu asiento?
-Voy por té helado.
-Yo te acompaño.
-Tengo que avisarte que descubrieron nuestro plan para ir a Montmartre.
-¿En serio?
-Marat ¿por qué tu hermana no me traga?
-Iba a decirte que tu amigo Tennant tampoco me soporta.
-¡Tennant! ¿Nos habrá delatado también?
-En las noticias dijeron que vienes vigilada.
-Te presentaré al agente Maragaglio.
-Estaré encantado.
-Jura que no.

Carlota y Marat continuaron platicando de cualquier cosa y Maurizio Leoncavallo los contemplaba como si se contagiara de una especie de felicidad y su curiosidad se hubiera saciado luego de preguntarse un par de veces cómo iba a reaccionar de al fin verlos juntos. En ese momento, a ningún testigo le cabía duda de que la joven Liukin se había enamorado profundamente.

-¡Marat! No te he dicho de mi entrenador nuevo - se sonrojaba más ella.
-¿Quién es?
-Ay ¿dónde está?... ¡Maurizio, ven! ¡Él es Marat Safin!

Marat extendió su mano y poco después, Maurizio Leoncavallo le correspondió el gesto amablemente. Algunos chismosos cuchicheaban que otro entrenador habría pegado grito en el cielo.

-Carlota te ha tenido muy presente. Me contó de su paseo en el Gran Canale - señaló Maurizio.
-Fue un buen día. Ella me dijo que la haces sufrir con un arnés.
-Es para que salte como debe.
-También hablamos de sus nuevos programas.
-¿Te ha dicho de qué se tratan?
-Ella está muy feliz porque montaron "Anna Karenina".
-Entonces no te ha contado todo, Marat.
-¿No?
-Imagino que quiere mantener una sorpresa.

Maurizio y Marat parecían congeniar y ambos se ofrecían a pagar la bebida de Carlota cuando el público comenzó a entrar al recinto y a reconocer a los tres detrás de una valla metálica que no tardaría en removerse. Las cámaras fotográficas no paraban de capturarlos y el personal le indicó a Marat que regresara con su equipo, ya que no tardarían en iniciar las actividades. El primer juego de la semifinal de la Copa Davis entre Rusia y Francia sería el de Nikolay Davydenko contra el capitán francés Sebastian Grosjean y los organizadores quisieron aprovechar para colocar a Carlota en cuántas imágenes fuera posible con tal de atraer a más prensa. El mismo Grosjean aguardó a que Marat Safin se despidiera apresuradamente y juntó a Paul Henri Mathieu, Fabrice Santoro y Nicolas Escudé para complacer un poco a los medios y uno de ellos no vaciló en pintarle unas franjas azules y rojas a Carlota en las mejillas. Ella, claro está, no los conocía pero se sentía cómoda fingiendo que sí.

-¡Vamos a ganar esta serie y ellos traerán el trofeo a casa! - declaró Carlota.
-"¿Apoyas a Marat Safin?" - le preguntó un reportero malicioso.
-No puedo hacerlo ¡soy francesa!
-"Pero Marat es tu amigo"
-Hoy juega en nuestra contra.
-"¿Es cierto que serás la abanderada de Francia en este evento?"

Carlota no sabía qué responder así que Sebastian Grosjean tomó la palabra.

-La señorita Liukin es nuestra capitana honoraria y portabandera por acuerdo del equipo. Ella juega con nosotros, así que tenemos ventaja.

Maurizio Leoncavallo apenas daba crédito a la escena cuando reparó en algo: Su primo Maragaglio había estado detrás de Carlota todo el rato y la idea de la bandera no le agradaba nada. El coordinador de los actos protocolarios pronto anunció que los patrocinadores estarían presentes la siguiente semana para el Trofeo Bompard y el capitán Grosjean había nombrado a Fabrice Santoro como embajador del equipo de tenis para ese evento. A nivel relaciones públicas, todos cumplían con su parte.

Dado que el tiempo escurría tan veloz como una corriente de agua, Carlota Liukin fue llevada al túnel principal y pronto, le dieron a sostener una bandera francesa un poco pesada. Uno de los asistentes le indicaba que ella saldría frente a la escuadra rusa y se colocaría en su lado de la cancha para la ceremonia de himnos. Maurizio Maragaglio continuaba como su sombra y acordaba con el encargado de seguridad estar con ella mientras terminaba ese alboroto. Para disimular, un oficial escoltaría a la otra niña voluntaria con la bandera rusa y Maurizio Leoncavallo tomaría su sitio en el graderío al concluir. Maragaglio estaba tan distraído improvisando que pronto, una chica de cabello oscuro, cara redonda y ataviada de negro, le gritó "¡quítate, idiota!" y le ponía su bandera en la cara antes de situarse delante de Sebastian Grosjean como si llevara horas preparada para salir ante la audiencia que iba abarrotando Bércy. Carlota giró a verla con agrado.

-Me dejaron meterme ¿puedes creerlo? - rió aquella.
-Adelina ¡te van a descubrir!
-Claro que no, tontita.
-Nos cacharon con el plan de la cita.
-No te preocupes, tu guarura no puede seguirnos al baño en INSEP ¿o sí?
-¿No sería muy obvio?
-No si es el del vestidor.
-Pero si me escapo, Maragaglio sabrá dónde encontrarme.
-A que no.
-A que sí. Adelina, no quiero que nos metamos en un problema.
-Maragaglio será el mejor agente del mundo pero hace mucho que quiero burlarme de un policía.
-La pregunta es ¿cómo?
-Carlota ¿ya se te olvidó cómo te ibas con Trankov?
-Sólo lo hacía.
-¿Por qué fallaríamos ahora?

Carlota fingió que Adelina Tuktamysheva era una fan y le firmó un garabato en un calcetín cuando ésta se retiró un zapato, ocasionando la risa de quienes las veían.

-Ya vamos a empezar ¡allez, allez, allez les bleus! - arengó Carlota al equipo francés y mientras aquellos aplaudían, ella vio a Marat colocarse detrás de sus compañeros al tiempo que las luces del recinto se tornaban azules para hacer la presentación. A falta de un minuto, ambos se aproximaron.

-Davai Marat!
-Spasibo, Carlota.
-Ganarás.
-¿No estás del lado de Francia?
-No si se trata de ti.
-¿Le mentiste a todos?
-No es correcto ¿no crees?
-Se darán cuenta.
-¡Tenía tantas ganas de verte!

Carlota estrechó fuertemente a Marat y como la bandera ondeaba mucho y los cubría bien, ella besó al chico en los labios y sobre su tatuaje de código de barras en el brazo. El primero fue un accidente pero el segundo no y tanto Maurizio Leoncavallo como Maurizio Maragaglio se percataron enseguida, ambos entendiendo que Carlota Liukin y Marat Safin no eran precisamente amigos y éste último, si bien se contenía por ser un joven de veinte años, presentía que se enamoraría de ella.