jueves, 31 de marzo de 2011

Ultimátum


Victoria estaba encantada con Andreas.
Desde que ella había llegado de Suecia, el hijo mayor de los Liukin le gustó por su actitud, y al conocerlo más a fondo se quedó prendada. Él era además muy guapo y dinámico.
Se veían siempre afuera del restaurante Salón Kaatz ya que vivían en el mismo edificio y comenzaron a trabajar en los almacenes de Piaf para conseguir dinero e irse a veranear a Jamal en agosto, famoso centro vacacional entre los adolescentes por un lago y bajos precios para todo.

Ella se encargaba de sus finanzas ya que si lo dejaba en manos del chico, invariablemente éste compraría la tabla que estaba buscando para practicar snowboard o lo perdería por ahí: Andreas tenía el defecto de ser muy despistado y cada que extraviaba algo aplicaba la frase "Todo va y viene, ya lo encontraré".

Por esos días, la hermanita de Victoria, Joshi, la acompañaba a todas partes provocando un poco de tensión en su relación ya que la chiquilla era demasiado absorbente y Andreas era víctima constante de sus desplantes: Cuando no le gritaba en la calle que dejara en paz a su hermana, le hacía berrinche porque él se rehusaba a cumplir caprichos tales como comprarle peluches o chocolates. La última vez el chico recibió una mordida en el brazo y eso derivó en una discusión de la cual Victoria estaba triste.

-Si estás molesto, dímelo.
-No hagas drama.
-¡Tampoco me hables así!
-Perdón.
-¡No me dices qué te pasa y yo estoy preocupada!
-¿Qué quieres que te explique? ¿Qué tu hermana ya me fastidió? ¿Qué estoy cansado de soportarla?
-¡Comprende! ¡Mi mamá no la puede cuidar!
-¿Porqué no contratan a una niñera?
-¡Me pagarán por esto! ¿No era lo que queríamos?
-¡A Joshi no!
-¡Pero planeamos ir lejos! ¡Esas cosas cuestan!
-¡No tanto para aguantar a una niña loca!
-¡Si eso es lo que piensas de mi hermana aléjate de mí!
-¡Bien!

A raíz de eso, Andreas determinó ser más cuidadoso con sus palabras pero como ella se negó a recibirlo durante varios días, se dedicó entonces a salir para conocer otras jóvenes. Victoria estaba celosa pero tenía razón: No le iba a permitir hablar mal de su familia ni tratar mal a miembro alguno de ella.

Durante esa semana, fue Ricardo quién estableció un límite a Andreas.

-No sólo es de disculparse, lo que hiciste fue muy descortés.
-Sólo pedí un consejo, no un sermón.
-No lo pasaré por alto. No se trata así a ninguna mujer y no te convertirás en un cobarde. Si realmente la quieres vas a demostrarlo.
-Ya intenté hablar con ella y no quiere escucharme.
-Entonces no estás tan interesado... ¿Sabes que haría? Aparte de conversar con Victoria, yo trataría de conocer mejor a su hermanita y conviviría con la niña sin chistar; tal vez así tu novia te dé una oportunidad, pero lo que pasó es algo que no se olvida ni perdona. La mayoría de las mujeres que conozco siempre toman en cuenta como nos llevamos con sus familiares si quieren continuar con la relación. Y la otra es que fue muy desagradable de tu parte pasear con otras chicas ¿Qué pretendías?
-Pensé que después de eso Victoria se acercaría.
-Mal hecho. Das a entender que tu noviazgo no es algo que tomaste en serio. Arréglalo. Jura que estaré esperando ver que haces. Hazlo correctamente esta vez.

Joshi se encontraba en el parque cuando Andreas llegó a buscarla.

-Hola.
-Hola tú.
-¿Has venido con Victoria?
-Ella es sólo mía.
-Qué posesiva.
-Eres feo y malo.
-Te iba a dar chocolate pero .. no.
-No me agradas.
-No me enseñes la lengua.
-¡Sí!
-¡Calma! Déjame con Andreas un momento Joshi. Prometo que te compro un helado.
-¡Y una diadema!
-Eso también.
-Bueno pero Andreas parece vago.

Después de ver que la niña se quedaba cerca, Victoria prosiguió.

-Ella suele ser .. Irritante.
-Los enanos son difíciles.
-Joshi es agotadora.
-No tanto como mis hermanos cuando se alocan y eso es muy seguido.
-Estoy ... No sé qué decir .. Me siento enojada contigo y también te quiero matar.
-¿Alguna vez te han dicho que exageras?
-¡Andreas!
-Luego no me dejas decirte nada.
-Pregunto y no contestas bien aunque te vea la cara de molestia.
-No es nada.
-Y vas otra vez.
-No soy bueno en esto. Te digo lo que me enoja y terminas gritándome.
-Porque eres muy agresivo cuando hablas de las cosas y las personas. Lo de Joshi me hizo sentir muy mal. Ya la conoces y la verdad me sentí furiosa cuando la llamaste loca.
-Yo me enojo todos los días con ella.
-Trato de controlarla pero no soy como mamá.
-Lo que pasa es que a veces quiero darte un beso o abrazarte y estoy incómodo con ella observando lo que hacemos.
-Concuerdo .. ¿Sabes que me lastimó también? Verte con otras. Quedé como idiota.
-No.. Ahí si es mi culpa... Te quise dar celos.
-¡Ah! ¡Qué infantil eres Andreas!
-Pensé que habíamos terminado.
-¡Claro que no! Pero creo que ahora ya no somos nada.
-Yo me equivoqué.
-No vengas con eso. Gánate la confianza de nuevo.
-Bien.
-Y algo más: O aprendes a tener paciencia o te vas olvidando de mí. Una sola palabra en contra de Joshi y te vas. Y no me hagas lo de irte a conocer otras de nuevo porque te va peor.
-Supongo que ya todo está claro.
-Estás a prueba. No vas a besarme hasta que me asegure de que no eres un idiota. Te devuelvo la mitad del dinero que ahorramos mañana.
-¿Ya no iremos a Jamal?
-Preferiría que no. Luego nos vemos.

Victoria llamó a Joshi. Andreas le dió el chocolate a la pequeña y se alejaron.

domingo, 27 de marzo de 2011

El último paso


Después de su altercado en la calle, Anton no dejaba de entrenar. Lena Tarasova lo tenía castigado y hasta iba por él a la escuela. El Campeonato Mundial estaba a la vuelta de la esquina y el chico durante días creyó que sería suspendido para participar hasta que otros entrenadores intercedieron para que eso no ocurriera. En casa, Cecilia le tenía prohibidos los videojuegos y su padre le había dado un empleo en la pizzería. Con el dinero que ganaba con las propinas, decidió ayudar a Evan Weymouth: en los vestidores, el chico Maizuradze vió cómo las cuchillas de los patines de su colega se desprendían de los botines.
Al recibir el paquete con su equipo nuevo, Evan se alegró mucho. La nota adjunta decía que Don era el responsable del obsequio. Anton creía que era lo mejor. También se las arregló para que David no supiera que Judy era la persona que le dejaba alimentos en la mesa todos los días.
Lo único que tenía triste al niño era no ver a Carlota. Aunque se llamaban siempre en las noches, él no quería emprender viaje a Moscú sin despedirse de ella personalmente. Recordaba que tenían una salida pendiente. Entonces comprendió lo que era estar tan cerca y ser tan lejanos. Aunque ella estuviera a dos calles de distancia en la escuela, no podían verse.

-¿Porqué no vas a buscarla? - Le preguntó su padre - Ya terminaste aquí.
-Me toca lavar el piso.
-Déjalo. Yo lo hago. Sirve que dejas un encargo. Creo que a ella le encantará que lleves la cena.

Sin nada que perder, el muchacho llegó a Piaf y tocó el timbre correspondiente pero no obtuvo respuesta.
Después de varios intentos se quedó sentado en la banqueta. Andreas que venía de una fiesta, lo reconoció.

-¿Qué hay? Carlota se duerme temprano. Si quieres la llamo.
-No. La veré cuando vuelva.
-Bueno .. ¿Me dejas la pizza?
-Toma.
-Le digo que me diste esto. Te ves.

Pero cuando Anton comenzó a caminar de regreso, Andreas despertó a su hermana. Era medianoche.

-El ruso te quiere ver.
-¿Dónde está?
-Estaba. Ya se fue.
-Es muy tarde.
-Si yo fuera tú me salía a decir hola.
-Me van a regañar.
-Gabriela y Ricardo ya están soñando y Gwendal ni cuenta se da. Anda, te llevo.
-No puedo ir en pijama.
-Cómo si eso importara.
-A mí me da pena.
-Ponte vestido.
-No tengo uno lindo.
-Te complicas. Pónte el primero que encuentres.
-El que me regaló mamá.
-El que sea.

Después de media hora, la niña estaba lista. Andreas la ayudó a salir.

-Conozco un atajo al barrio ruso.
-Creo que mejor regresamos.
-Ya estamos en la calle así que no hay retorno.

Insegura, Carlota siguió a su hermano. De no ser porque Anton mataba el tiempo, no lo habrían alcanzado. Ella lo llamó.

-¡Anton!

El chico volteó y se abrazaron. Después de preguntarle cómo estaba y contarle que a las ocho de la mañana se marcharía, decidió llevarla a un lugar cercano. La pista pública al aire libre de la callejuela Steuer.

-Hay una vista a la rueda de la fortuna que está increíble.
-No traigo patines.
-¿Qué importa?
-Echaremos a perder el hielo.
-No te preocupes, lo arreglarán.

Andreas los acompañó mientras pensaba en la manera de dejarlos por ahí para irse con Victoria a pasar la noche con los amigos que habían conocido hace poco. El calor era sofocante.

Steuer se encontraba solitaria. Carlota dudaba si hacía lo correcto en estar ahí pero Anton la animaba a continuar. Para ser dos niños (aún se consideraban infantes), se comportaban como si hicieran una locura digna de chicos de dieciséis aunque no era nada grave.

-Sígueme.
-Creo que me da miedo.
-¿Miedo?
-No hago cosas sin pensar... Bueno... No acostumbro que sean muy seguido.
-No te caerás.
-Debo ir a casa.
-Tu hermano ya no está.
-¿Qué? ¡Ay no!
-Yo te cuido.
-No creo que sea buena idea.
-Confía en mí.
-Debes levantarte temprano.
-Te enseñaré a patinar.
-Pero ya sé hacerlo.
-No como yo.
-Pero no traigo nada.
-Todo va desde cero. Dame tu mano.

Ella lo hizo.

-Lo primero que debes hacer es tratar de equilibrarte. Tu espalda debe estar recta, tu cadera alineada y tus hombros relajados. Yo me colocaré detrás y te sostendré. Intenta deslizarte.
-No estoy segura.
-No pienses.

Carlota lo intentó. Anton a cada momento la guiaba o le hacía bromas. La chica reía como nunca y él creyó que era oportuno comprobar si pasaría algo entre los dos. Poco a poco preparó la escena. Le propuso descansar. Ella estaba tan divertida que aceptó. El color azul de las luces era perfecto, nadie pasaba y además ambos lucían relajados.

-Después de la pelea ya no te vi.
-No he salido mucho. Mi papá va a la escuela y me lleva a casa.
-Yo he estado entrenando. Por poco y me pierdo la competencia. Cuando se enteraron en las pistas de los problemas que tuve con la policía, casi me sacan del equipo.
-Qué bueno que no pasó.
-De todas formas ya no regresaré. En cuánto acaben los mundiales pienso volver a la normalidad.
-¿Qué?
-Esta será mi última temporada. No me gusta patinar.
-¡Pero tienes mucho talento!
-Se acabó.
-¿Y tus papás saben?
-Mi mamá se molestó pero como entré al equipo de fútbol de la escuela ya no me dijo nada... Tarasova me quiso convencer pero tienen a Weymouth, a Jeffrey y a Weir. No me necesitan.
-No son tan buenos como tú.
-Lo serán.
-Suerte en Moscú.
-Gracias.
-Debo regresar.
-No te vayas. Todavía no he terminado.
-Jeje.
-Concluye tu primera lección profesional con unos minutos de improvisación.
-Giremos.
-Pero no saltes.
-Ni siquiera sé cómo hacerlo... Y no es mi primera clase.
-Pues no se nota.

Con las sonrisas a flor de piel, jugaban a que bailaban. A Carlota que se sentía incómoda de que alguien la tocara, ahora no parecía importarle que Anton la tomara de la cintura. Cuando ella se daba la vuelta, él se precipitó y le dió un beso en los labios. Pero ella se quedó repentinamente dormida.

Sonrojado, la sostuvo. Carlota era hermosa. Él creía que veía a una diosa griega, como las esculturas que le mostraron en la instrucción de historia. Era idéntica a Atenea, tal vez más bella... Anton exageraba pero estaba feliz. Cuando Andreas se apareció, llevo a su hermana y le prometió al chico Maizuradze que irían a la estación.

En el Tren del Cielo, David y Amy interpretaban los cánticos en ruso que solían usarse para alentar a los que se iban lejos. Carlota se presentó acompañada por su madre; le deseó suerte y le obsequió un balón, además del jersey de los Blackhawks autografiada por Thomas su tío. Anton comprendió que la niña no recordaba el beso pero algo era seguro: en cuánto llegara a su destino, la primer llamada que recibiría sería la de ella.. Y también su primer bienvenida.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La hierba quemada


Noviembre 1914.

Lía volvió de Toud y lo primero que hizo fue ir al campo de flores. Su novio le había prometido verse allí cuando regresara. Eran los últimos días de sol y algunos tímidos cristales de nieve ya brillaban en la bahía.
Ella estaba ansiosa. En dos días, Matt cumplía veinticinco años y lo primero que harían juntos era un picnic pero él no llegaba. Pensando que quizá tenía un contratiempo, Lía lo esperó una hora. Nada. Sin entender porqué la había dejado plantada, regresó a su casa. Imaginaba la forma de hacerle un reclamo. Sería firme y no iba a permitir que él se saliera con la suya; si pensaba que ella era una niña ingenua de la que se podía reír lo mejor sería que tomara otro rumbo. Eso era darse a respetar o era lo que le habían dicho. Conforme pasaban las horas y él no se aparecía para la disculpa pertinente, ella más se irritaba pero al dar las cuatro comenzó a preocuparse. Si algo no distinguía a Matt era no dar explicaciones. Viendo la ciudad desde su casa se preguntó que pasaría si ella se atrevía a buscarlo, si una persona con dignidad lo haría. Cómo era creciente el presentimiento de que algo no andaba bien, tomó un chal y salió de casa. Sus padres no se darían cuenta ya que en el dispensario tenían cita.

Rara vez, una jovencita era vista al atardecer caminando sola. Lía llegó por primera vez ante la puerta de los Weymouth. La moza que iba saliendo al verla la dejó pasar y le pidió que esperara a su señora. Ella pensaba que la chica era la enfermera solicitada con urgencia.

-Señora, ha llegado la muchacha.
-Iré a recibirla.

Después de cruzar el primer patio, la madre de Matt vió a la joven Liukin sentada.

-¿Porqué está esa mujer ahí?
-Venía llegando y preguntó si era la residencia señora, yo creí que venía atender al joven enfermo.
-¿Matt está enfermo?
-¡Fuera! ¡Llamaré a la fuerza pública! ¡Madeleine, ve por un oficial!
-Si Matt no está bien déjeme verlo.
-¡Largo!  ¡He solapado a mi hijo mucho tiempo pero se acabó! ¡Retírate! ¡Las malasangre no tienen derecho a nada!
-¡No hasta saber qué tiene!
-¡¿Qué sucede?! ¡¿Qué son esos gritos?!
-¡Que ha venido la indeseable Fabian!
-¡¿Cómo se atreve a poner un pie en mi casa?!
-Lo siento señor sólo vine a ver a Matt porque no fue a nuestra cita.
-¡Así cómo tuvo la indecencia de presentarse, tenga la poca dignidad que le queda de irse!
-¡¿Que no has oído?!
-No voy a moverme.

Al llegar un policía, éste cortésmente pidió a Lía que saliera y no provocara que las cosas llegaran a mayores, como era su primera infracción la dejaría marcharse pero ella se negó.

-No sea tonta señorita, tendré que llevarla a prisión.

Recordando entonces que los dorados podían auxiliar a un médico, apeló a esa posibilidad. Madeleine fue a llamar entonces a Alban Anissina que se encontraba en la habitación de Matt.

-No necesito una moza.
-Si no le contesta personalmente los señores se molestarán.
-¡No puedo abandonar ésta habitación! ¡En cualquier momento se puede morir mi paciente!
-Si quiere yo me encargo en lo que usted atiende en la puerta.
-¡Qué necedad! ¿Es muy necesario?
-Mucho.
-Bien. Hidrátelo. ¡Más vale que esté vivo cuando vuelva!

Alban corrió. Al ver a Lía no pudo evitar sentir que le ofrecía su ayuda en gratitud por haber atendido a su madre sin costo. Cómo su caso era complicado, pensó que ella no podía servirle más que para llevarle agua y lavar las compresas, tal vez como su asistente. La quinina se le estaba terminando y necesitaba a alguien que fuera al dispensario por más. Bien podía emplear a Madeleine pero era muy nerviosa y se asustaba con facilidad, además de ser bastante torpe cuando se requería de su atención.

-Seré el responsable.
-Pero, doctor .. ¡Es una dorada!...
-¡No importa! ¡No debo apartarme de mi paciente! ¡La necesito para los mandados y la limpieza!

Con cierta vergüenza, Lía siguió a Alban al interior. Sin detenerse a admirar nada, llegó a una recámara grande y lujosa del primer piso. Las cortinas estaban cerradas. Matt yacía delirante. Madeleine lagrimeaba asustada.

-¿Cuándo empezó?
-Al darle agua. No tiene mucho.
-Puede irse Madeleine. Por favor Lía asee sus manos y traiga compresas de agua helada.
-Claro.

Rápidamente ella logró ubicar las zonas de la casa. En la cocina, tomó un balde y de un cuarto de toallas el mayordomo le facilitó lo demás. De vuelta, Alban le pidió que colocara en la frente de Matt todo lo correspondiente y le ayudara a suministrarle el medicamento.

Lía comprendió que su novio estaba muy grave apenas sintió su piel. La fiebre no cesaba y cuando iluminó la habitación para evitar tropezarse, el color amarillo de la tez la aterró.

-¡Por Dios!
-Si va a impresionarse no va a ser útil. Contrólese.

Conteniendo sus emociones siguió toda indicación que le era dada. En los escasos momentos que Matt dormía, ella se percató de que Alban estaba muy cansado y preocupado. No era para menos, era su mejor amigo el que llevaba seis días sin dar señales de mejoría.

-Tiene malaria..... La quinina no ha dado resultado.

Agathe volvió de la escuela y pasó a ver a su primo. Reconoció a Lía cuando la descubrió lavando la taza dónde Matt tomaba té. No la interpeló.

-¿Sigue igual?
-Ha empeorado. El delirio se presentó otra vez.
-¿Va a morir?
-No me atrevo a decir que no.
-¡Algo tienes que hacer!
-¡Ya lo hice todo! ¡No tengo la culpa de que nada funcione!

La prima de Matt salió de la habitación, llorando desesperada. Entró al estudio e intentó en vano memorizar el verso que presentaría al día siguiente.
Alban por su parte le hablaba a su amigo de lo que sucedía a su alrededor. Le contaba de su madre que estaba triste, su padre canceló sus reuniones de negocios y también las cenas de gala.
Lía se quedó al cuidado esa noche porque el médico inesperadamente tuvo que atender un parto.

-Creí que estarías en casa. Son las dos de la mañana.
-No puedo Agathe, no lo quiero dejar solo. Tú tienes escuela, ve a dormir.
-Se me ha ido la semana en vela.. ¿Ya vino mi tía?
-Hace una hora.
-Ganaste.
-¿Perdón?
-Ganaste. Yo lo esperé para casarnos y otras jóvenes de París no lograron interesarlo lo suficiente para que se quedara. A veces susurra tu nombre y hace dos noches se alteró clamando por ti. Es raro que esté tan tranquilo ahora.
-Quizá porque le he leído. Mi madre se calma cuando lo hago y pensé que tal vez serviría.
-Él dijo que deseaba escucharte... Creo que eso le devolvió el sosiego.
-Es hora de la medicina.
-¿Lo despertarás?
-Alban me ha ordenado ser muy estricta. Yo dejaría a Matt descansar pero la enfermedad no. Voy a preparar su taza.
-¿Por qué?
-La quinina lo deshidrata. Alban me ha dicho.

En silencio, Agathe contempló a Lía suministrando a su primo aquello que se suponía debía curarlo. Aquél hombre se veía indefenso y apenas podía abrir los ojos, pero al saber que Lía estaba ahí se sintió reconfortado. Estaba muy débil para decir algo pero dócilmente logró tomar el agua, previamente hervida para evitar que le diera otra infección. Pero fue terrible. La temperatura de por sí alta, se elevó y Matt se retorcía del dolor en los huesos; el sudor se volvió incontrolable y Lía despertó a su suegros para después salir con la esperanza de que un galeno se encontrara disponible o Anissina regresara. Varios vecinos encendieron sus luces y abrieron las puertas de sus edificios para averiguar lo que acontecía.
Cómo no podía perder más tiempo retrocedió.
De vuelta en la habitación de Matt ella trató de apaciguar las molestias de su amado con más quinina pero empeoraba a cada instante. Alban apareció y logró controlarlo. El resto de la noche no hubo mayor novedad pero en la mañana se tuvo que pedir la asistencia de otro médico porque el amigo del joven Weymouth no podía solo. Los episodios de delirio eran cada vez más severos. Lía no resistió más y comenzó a llorar. ¿Cómo podía ayudar a Matt si todo lo que se podía hacer se había realizado? De tanto pensar de pronto creyó encontrar la solución.

-¡Se curará con hierba quemada!
-¿Qué es eso?
-¡Un remedio que usa papá! ¡Confíen en mí!

Con el corazón a punto de salir de su cuerpo, la chica recordó que su padre en la cartera siempre llevaba consigo un frasco con esa planta que alguna vez curó a un enfermo de tifoidea. Esa era la respuesta. Goran siempre dijo que la infusión lo arreglaba todo. Sin nada que perder, extrajo las hojas y a toda prisa  preparó la bebida. En la casa Weymouth le preguntaron porque se había ido pero ella no dudo ni un segundo en verter el líquido incoloro en una taza y darlo a Matt. Con la angustia, ella oraba porque funcionara ...

-¡Convulsiona!

Alban realizaba un esfuerzo sobrehumano para terminar con eso.

-¡¿Qué brebaje le diste bruja?! - Cuestionaba la madre de Matt - ¡Se está muriendo!
-¡Él se recuperará! ¡Se lo prometo!

Pero ni Lía tenía idea de que sucedería. No era la reacción que esperaba. Cuando su novio se quedó sin aire, ella creyó que lo había sentenciado a muerte pero después de la crisis, Matt volvió en sí.

-¿Que sientes ahora?
-Tengo la boca seca Alban.
-Lía trae agua.
-Claro.
-¿Algo más?
-Me duele el pecho.
-Tomaré tu pulso.

La palidez se había quitado y la fiebre retirado.

-Tu corazón va rápido.. ¿Mareo, molestias en la cabeza?
-Me duele el pecho al respirar... me está costando trabajo jalar aire.
-Me quedo para ver que pasa.
-Gracias Alban.

El joven Weymouth dormitó durante la tarde. Por primera vez en la semana todo parecía tranquilo pero la madrugada fue un caos porque Matt volvió a caer en ataque. Alban pasaba las de Caín para evitar que se asfixiara hasta que cayó inconsciente.

-¿Ahora qué hago?

Lía intentó reanimarlo.

-Matt, Matt... Por favor vuelve... ¡Denme más té!
-¡Eso lo tiene así!
-¡No se me ocurre qué hacer!
-Todavía respira ... tal vez salga.
-Sólo quise ayudarlo.

En casa de Lía, Goran se percató de que la hierba  había sido tomada; sobre la mesa se encontraba la bolsa de algodón y el pocillo dónde su hija la hirvió.

-Lía.... Tomarla es muy peligroso.

A prisa salió tras ella... ¿De qué clase de locura era presa su hija? Incesantemente preguntó por ella hasta que una monja le dijo que estaba de asistente de Anissina en la casa Weymouth. El padre Shultheiss ya había hecho la unción a Matt temiendo lo peor.

-Buenas tardes.
-¿Qué se le ofrece?
-Goran Liukin ... Soy el padre de Lía.
-La que asiste al doctor Anissina.
-Es urgente.
-No creo que mis señores le permitan entrar.
-¡Mi hija le ha dado un veneno a su novio! ¡Yo puedo evitar que se muera!
-¿Se refiere al té milagroso que lo cura todo?
-¿Ella dijo eso?.. Se lo suplico. Usted no quiere una desgracia.

El mayordomo le cedió el paso. Goran subió a la habitación.

-A un lado... Voy a curarlo.
-¿Papá?
-¡No vuelvas a tomar nada sin mi permiso! ¡Doctor, necesito que me ayude a atar varios torniquetes! ¡Los demás tráiganme agua helada! ¡Cómo adoras hacer infusiones Lía vas a ir por hojas de frambuesa y  miel! ¡Vas a reparar tu desastre!

Angustiada, la chica obedeció. Su padre tomó el té y lo dió a Matt. En media hora le dio un ataque de tos y se alivió por fin.

-¿Que era lo que tenía?
-Malaria... No es época.
-¿Qué tan severa?
-Seis días antes del té.
-¿Qué le dió usted doctor?
-Quinina y no pasó nada.
-La hierba quemada le quitó la enfermedad.. Lo malo es que se queda para envenenar.
-Estuvo convulsionando mucho.
-¡Pudiste haberlo matado Lía!
-Yo no pensé ..
-¡Evidentemente no pensaste!
-¡Me acordé del hombre al que curaste con el té!
-¡Y murió asfixiado! ¡¿Porqué crees que nadie usa la hierba y en esta ciudad no la conocen?! ¡Echaste a perder mis muestras! ¡¿Cómo voy a distinguirla de las plantas carbonizadas cuando vaya a las montañas de la pradera?! ¡Fuiste muy irresponsable!
-¡Quería salvarlo!
-¡Pero hiciste lo contrario! ¡No nos volveremos a acercar a esta familia! ¡Nos vamos! Dénle más frambuesa y estará bien mañana.

Tomando del brazo a Lía, Goran volvió a casa. Su hija se encerró y durante la noche no paró de llorar.




martes, 15 de marzo de 2011

Gwendal


-Cuéntanos como te sientes ahora, no tengas miedo.
-No puedo maestra.
-Trata de externarlo, no fue tu culpa.

De pie en su salón, Carlota había escrito su ensayo semanal para la clase de Sexualidad. Por lo sucedido días antes, por primera vez se le pidió a las alumnas que se limitaran a hablar acerca de la trifulca con los chicos. Muchas de las niñas tenían hermanos en el Colegio Ruso y si algo tenían en común en sus redacciones era que pensaban que se repetiría tarde o temprano algo similar.

-Anda, yo estoy aquí- Intervino Amy.

Carlota respiró profundamente, tomó su hoja y procedió:

-Amy me dijo ese día que nos fuéramos porque algo andaba mal. Yo no sabía porqué casi corría para llegar a otra calle pero cuando vi a Hoult me asusté.... Él venía con Sandhu y Guillaume.. Con Guillaume yo tuve un problema antes de que me cambiaran de escuela; no pensé volver a verlo... Hoult me perseguía y cuándo me tiró, sentí que me iba a hacer algo malo .... ¡Ay no puedo!
-Tranquila. Toma asiento.
-Quiero ir a casa.

Amy le colocó el suéter y lloró con ella. En la tarde, ambas tenían que iniciar una terapia.

-Creo que hoy nos retiramos temprano. Quiero que entiendan que no voy a exponer a su compañera Carlota; mi interés es que ustedes comprendan la gravedad de lo ocurrido. Por favor no le hagan preguntas ni la hostiguen.

Las chicas se iban en silencio. Ricardo, que acaba de regresar de Italia esperaba a su hija.

-¡Te extrañé!
-Ya estoy aquí. Vamos a estar bien.
-La he pasado fatal.
-Hable con tu madre y voy a conversar con todos en la noche. Al menos ya no tendrás que lidiar con tus ex compañeros de la Cívica y Adrien tampoco porque lo acabamos de matricular con los rusos. Supe que tus amigos compartirán el grupo.

Ambos se reunieron con Gabriela y fueron al supermercado. En casa arreglaron el comedor. Adrien llegó después de comprar el material que requería para su nuevo colegio. Como de costumbre, la familia recibía muchas llamadas y entre las tareas, el equipaje de Ricardo y la sesión de Carlota con la psicóloga que le habían asignado, Andreas se apareció.

-¿Dónde estabas?
-Por ahí.
-Esas no son respuestas.
-¿Cuándo te he dicho mi rumbo Gabriela?
-Por lo menos saluda a tu padre.
-Ah ¿Qué hay?
-¿Ni siquiera un cómo te fue?
-Te veo bien, volviste.. mmm ¿Para qué pregunto?
-Respétame Andreas.
-Por eso no cuestiono lo evidente.
-Ya que pasó un momento brillante le pido a ambos que se laven las manos. Necesitamos estar como la familia que somos, conviviendo civilizadamente. Los espero en la mesa.

Contrario a lo planeado, el silencio reinó y pronto Gabriela se dió cuenta del fracaso de sus planes. Mientras sus hijos bromeaban discretamente entre ellos, Ricardo no se atrevía a abrir la boca. Ni ella pensaba en algo oportuno. Al terminar, Carlota se quedó en la sala. Su padre le dijo que estaba preocupado. Considerando el momento, Andreas y Adrien se acercaron. Su hermana se derrumbó.

-¡¿Qué le hice a Hoult?! ¿Por qué no me deja en paz?
-Calma no tienes la culpa
-¡Ya me cansé de que siempre me digan eso! ¡A ustedes no los tuvieron en el piso tratando de quitarles la playera!
-Nos duele tanto como a ti.
-¡Y sufrí mucho viendo como amenazaban a Andreas en la pelea y casi me muero de náuseas cuando tuve que decirle a todo mundo lo que me pasó! ¡¿De eso quieren hablar?! ¡Yo no!
-Entiendo Carlota. Me da miedo que te hagan daño, a tu padre también.
-No me importó la navaja de Hoult en ese momento, era lo de menos; nadie te pone una mano encima, para eso estamos los hermanos.
-¡Pudiste morir Andreas!
-¡Sólo fue el brazo!
-¡Eso es lo que más me molesta! ¡No te importa! ¡Hoult te pudo herir en el estómago o el corazón!
-¡O le pudo pasar a tu amigo!
-¡Creí que sacarías a Antón de ahí y nos iríamos! Me sentí peor cuando Adrien tuvo que salvarte poque casi lo lastiman.

Consternados por las emociones exaltadas, Gabriela y Ricardo a medianoche se quedaron solos. Era uno de esos instantes en los que dudaban de sus capacidades paternas.

-Hace un minuto eran niños que nos tiraban el licuado en la cara o metían lombrices.
-Y no tomábamos tanto café.
-Nos estamos volviendo espectadores Gabriela. ¿Por qué no estuve aquí para proteger a mi niña?
-¿Y dónde estaba yo? Me siento tan culpable y tan irresponsable.
-Compartido.
-¿Alguna vez imaginaste que nos toparíamos con esto y descubriríamos que ellos son capaces de defenderse y arriesgar todo? No sabemos manejar el crecimiento de nuestros hijos. Andreas hace a voluntad, Adrien está dejando de pensar en consecuencias y Carlota que es mucho más delicada no puede soportar el crecer y se volvió blanco de agresiones que si no se tratan la dejarán traumada. Se supone que estamos capacitados para las emergencias y resulta que los desatendimos.
-Andreas ya no nos toma en cuenta y después de lo que ha pasado menos.
-¿Hablamos con él?
-El problema es cómo nos dirijimos, si vamos a terminar discutiendo no va tener caso.
-En eso tienes razón.
-Adrien no socializa.
-Estoy tratando de corregir eso aunque admito que intervenir por su hermano me pareció buena señal dentro de lo poco rescatables que han sido éstos días.
-Sorprende.
-Calota me contó que no quiere salir pero estoy diciéndole que lo enfrente.. No tengo un sólo argumento coherente en su caso y eso que soy mujer.
-¿Crees que a la larga el cambio de escuela le ayude?
-Al principio fue para que ya no la molestaran y mira. Quería posponer su transferencia hasta que tu estuvieras aquí pero considere que ella perdería muchas clases..
-¿Qué vamos a hacer?

En ese instante el timbre sonó. Ricardo atendió.

-Buenas noches.
-Buenas noches ¿En qué puedo ayudarlo?
-Me da gusto verte.
-¿Quién es usted?
-Gwendal Mériguet, tu hermano.

Ricardo lo miró fríamente.

- Busqué a Lorenzo pero nunca me recibió, me cancelaba la cita. Cuando me entere de que vivías aquí vine de inmediato; casi los alcanzo en Italia pero me fue imposible localizarlos.
-¿Así que mi padre sí se fue por Elisabetta?
-Ella me dijo que los tengo a ustedes; los he buscado toda mi vida.
-¿Cuándo naciste?
-Mayo del 72.

Gabriela tan sorprendida como su marido le sugirió que hablara con el desconocido.

-Mi padre nos abandonó ..
-Los recordaba todo el tiempo o eso parecía pero no los mencionó.
-¿Fue bueno contigo?
-El mejor papá.
-Odié a tu madre y lo odio a él...
-Lo siento.
-¿Te parece muy fácil pedir una disculpa?

Gabriela intervino :

Ricardo no seas muy duro .. ¿Y si mejor lo dejamos pasar? Tienen mucho de qué conversar.

Su marido confundido se dirigió a Gwendal:
-No representas algo bueno para mí.
-Por lo menos dame la oportunidad.. No me la niegues como Lorenzo que es muy orgulloso.

Considerando las circunstancias, Ricardo accedió. Ambos fueron al balcón principal y Gabriela cerró la puerta, notando que Gwendal se parecía demasiado a su esposo.


sábado, 12 de marzo de 2011

Onírica

                                                                             
I

Matt se encontraba en la playa. Era mediodía. Aquél sábado no podía ver a Lía porque ella iría con sus padres a Toud. El calor era muy intenso y al chico lo recorría una sensación de tedio y enfermedad. La marea era muy agresiva con él. Así había sido toda su vida. Era evidente que el mar no lo quería y lo rechazaba de forma cada vez más violenta. Cuando niño, Matt tuvo la aterradora experiencia de ser casi tragado por las olas para después ser expulsado en las rocas. Desde ese día sólo empapaba sus pies por la fobia que sufría al agua. No supo cuándo pero de repente se quedó dormido. 

Los pasajes de su mente se confundían y lo atormentaban. A menudo se despertaba deprimido y sudando frío pero tenía un sueño recurrente: una mujer que caminaba por la ciudad, con ropa rara y otras cosas igualmente extrañas lo esperaba con ansiedad en la misma calle a las tres de la tarde. Al verlo se arrojaba a sus brazos e iban a distintos lugares. Era como si tuvieran una cita diferente cada ocasión. Él se cansaba de pasar el atardecer a su lado y lo más estremecedor era cuando le prometía volver. Matt se esforzaba en decir que no pero cuando ella le preguntaba si regresaría no podía negarse. La enigmática joven juraba que lo adoraba y él le correspondía. Lo más bonito se presentaba cuando nevaba. Los lagos congelados eran excelentes para patinar y jugar; la seducía y después de amarla carnalmente le preguntaba su nombre; Matt lo olvidaba apenas abría los ojos y se sentía culpable. Creía que le era infiel a Lía de algún modo pero no aún no podía detener esos episodios que se estaban volviendo diarios, llenándolo de remordimiento. 

-Quiero que te vayas - repetía - No me vuelvas loco.

Pero era inútil. Cerró los ojos de nuevo y no se libró de la aparición de su compañera inconsciente.

-¿Quién eres?
-Me amas.
-No te conozco.
-No vendrías Matt.
-Estoy enamorado de Lía.
-Hace mucho tiempo la dejaste.
-Tú jamás has sido real. Ni siquiera sé tu nombre y no entiendo porqué no luces como las chicas normales.
-Lo mismo me han dicho de ti pero me encantan tus trajes. 
-¿Qué deseas de mí?
-Que ya no olvides que vives aquí.

Matt comprendió que se confundiría más si continuaban las preguntas pero volvió a cuestionarla.

-¿Cómo te llamas?
-Carlota.

Anocheció cuando el chico abrió los ojos. 

-Carlota... Carlota déjame de una vez.. Que sea el último encuentro por favor.

Se levantó y fue a casa.

       II

-Edwin
-¿Qué sucede pequeña?
-¿Ya llegó mi madre?
-Se quedó en la estación. Tiene que arreglar un par de cosas.
-¿Y Andreas?
-Llegó hace dos horas y está encerrado en su cuarto. Lo dejaron ir porque Anton declaró a su favor.
-¿En serio?
-Sí.. Todo estará bien.
-Gracias por quedarte conmigo.
-Gabriela no iba a dejarte sola.

La niña miró el reloj. Eran las dos de la mañana.

-¿Qué tienes?
-Algo me está molestando.
-Cuéntame.
-¿Es normal soñar con gente que no conoces?
-Bastante común.
-¿Y también lo es sentir algo por él?
-¿Por quién?
-Últimamente he soñado con alguien.
-¿Y qué sucede?
-Él viste anticuado .. Y yo tengo veintiún años. Se supone que vamos a un montón de sitios pero al final él no recuerda quién soy y siempre tengo que decirle mi nombre.
-¿Y tú sabes el suyo?
-Matt.
-¿Qué te tiene tan inquieta?
-Lo que pasa entre él y yo cuando vamos a los lagos.
-¿Puedo saber?
-Me da pena porque soy chiquita.
-¿Es algo muy íntimo?
-Una mujer me entendería mejor.
-No te preocupes.
-Le digo siempre que lo extraño cada que se va y que lo amo.
-¿Eres feliz con esto?
-Lo espero en la puerta de este edificio a las tres y no puedo evitar abrazarlo.
-¿Le has preguntado porqué lo ves?
-Matt tampoco lo entiende.

Carlota tomó agua y Edwin la durmió de nuevo. Durante el sueño coincidió con el desconocido quién en 1914 estaba en cama, enfermo de fiebre.








sábado, 5 de marzo de 2011

La pelea


El Colegio Ruso ganó el trofeo de hockey y los alumnos de la Escuela Cívica inundaron la calle Miterrand donde se encontraba el convento del Sagrado Corazón. Eran las once y media de la mañana y las niñas terminaban la jornada escolar cuando David se apareció. Al verlo, Amy le hizo la seña de que se fuera.

Miterrand era muy frecuentada por los estudiantes de primaria porque las librerías también se ubicaban allí, pero a raíz del partido final de la liga infantil, las fricciones entre los bandos se habían descontrolado llevando una rivalidad estrictamente deportiva a un enfrentamiento anunciado y lamentablemente las chicas lo presenciarían.

Algunas comenzaron a esconderse detrás de las escaleras del convento y las más veloces lograron llegar a la esquina para avisarle a los chicos que no pasaran; el Colegio Ruso estaba a dos calles.

-Esto se va a poner peor - decía Amy mientras se iba con Carlota - Más vale que David haya ido a casa.
-¿Porqué?
-Si lo ven lo golpearán. Los de la Cívica siempre buscan líos con los rusos y están enfadados por lo que pasó en el hockey.
-¿Siempre lo hacen afuera de aquí?
-La última vez fueron a Dubrova.
-No conozco ese lugar.
-Anton y David van allí a tomar clases.

Ellas doblaban la esquina cuando Hoult se plantó enfrente impidiéndoles el paso.

-Hola hermanita de Andreas.

Ambas se dieron la media vuelta pero el muchacho dijo:

-Te ves mucho mejor de amarillo .. ¿Los rusos son tus amigos?

Amy contestó:

-¿Si lo fueran a ti qué?
-Nadie que no sea del Colegio Ruso usa la bufanda de su equipo a menos que se trate de las chicas de la escuela de monjas.
-Vámonos Carlota.
-¿No me presentaras a tu amiga, niña Liukin?

Ambas continuaron su camino pero Hoult corrió tras ellas alcanzándolas en la calle Sotnikova; aunque intentaron evadirlo él se arrojó tomando a Carlota de su tobillo y se colocó encima sin dejarla moverse. Amy lo pateó pero Sandhu llegó inesperadamente para impedir que lastimara a su consanguíneo mayor y recibió la ayuda de otros muchachos para contenerla. Entre ellos estaba Guillaume.

Carlota recibió un puñetazo en el abdomen y quedó rendida ante su agresor y sin aire; Amy intentaba gritar pero no podía .... 

En Miterrand, la batalla campal estaba dejando muchos heridos y las niñas los llevaban a la enfermería dónde sus profesoras los curaban. La directora llamó a la policía pero los oficiales no lograron contener el desorden hasta que usaron agua fría. En ese instante, la multitud se dispersó dejando a las chicas auxiliando a los pocos que quedaron.

Anton acababa de llegar a casa cuando Elena le avisó de la riña. Creyendo que David estaba en problemas, se dirigió a ayudarlo pero al llegar a la esquina la escena le hirvió la sangre.
Lleno de furia se le echó encima a Hoult. 

- ¡No la toques imbécil!

Carlota se deslizó hasta quedar libre y aprovechando el desconcierto jaló a Amy. Pronto se pasó la voz de lo que sucedía y el rumor llegó a oídos de Andreas quién estaba practicando con su patineta. Sin pensarlo fue a Sotnikova. David también se enteró. 

Muchos observaban la pelea pero nadie se metía para detenerla. Los niños estaban en silencio. Ningún adulto hacía acto de presencia y Anton estaba perdiendo.

-¡Déjalo Hoult! - Imploraba Carlota inútilmente. 
-¡Basta! - gritó David enfilándose a defender a su amigo pero se adelantó Andreas. Hoult llevaba una navaja.

-¡Corran! ¡Yo me encargo! 

Los cuatro niños se tomaron de la mano pero no podían alejarse. Carlota estaba alterada y no quería abandonar a Andreas. Adrien salió de repente azotando a Hoult contra la pared desarmándolo pero su hermano ya estaba herido. Edwin que presintió que algo malo sucedía apartó a los estudiantes.

-¡Llegué tarde, maldita sea! ¡Todo mundo fuera de aquí! 

Hoult y su banda huyeron. Los chicos se retiraron en todas direcciones. 

-¿Estás bien Carlota? - Ella asintió.- Los llevo al hospital.

En urgencias, Andreas recibió puntadas. Su antebrazo izquierdo presentaba una cortada grande y profunda pero no tenía más daños. Anton salía con un curita en la ceja. 

-Siempre te he dicho que no te enfrentes con nadie.
-Lo sé Carlota.
-No importa Andreas gracias.
-No te molestarán otra vez. 
-Adrien fue muy valiente.
-Se le tenía que quitar la timidez.
-Mamá verá eso y preguntará que hiciste.

En la sala de espera, David consolaba a Amy y Anton saludó a Carlota. Adrien tomaba agua.

-Vamos a casa - señaló Andreas - Edwin nos deja.

Pero antes de irse, una trabajadora social los detuvo y un gendarme llevó a Andreas a la estación.

-Recibimos una queja de la familia Hoult.

Edwin decidió acompañarlos.

-Adelántate Carlota. Yo lo arreglo. 
-Por favor haz que vuelva a casa.
-Te lo prometo. Avisa a tu madre.