miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hacer por hacer* (Cuento largo)


Anna Capellini & Luca Lanotte / AP

Carlota continuaba llorando cuando se le ocurrió buscar a Sergei Trankov en el tren. No sabía exactamente porqué, pero creyó que era obvio que el guerrillero viajaba en calidad de polizón; incluso, cualquiera con dos dedos de frente se percataba de los murmullos que escapaban a través los muros y de las claves utilizadas por el intruso que le indicaban si podía pasar a una sección que no estuviese vigilada.

-¿En qué parte de esta cosa se escondería? En la cocina sería muy obvio pero nunca dejaría que lo encontraran tan fácil. Es más probable ...

La joven giró sobre sí misma.

-Que él me busque primero.

Sergei estaba parado, mirándola entre divertido e intrigado. De hecho, Carlota había pecado de lista al decidir no esforzarse por hallarlo, pero al mismo tiempo sabía que dentro de las paredes falsas cercanas a la bodega del vino era más seguro toparse con él.

-Buena doble jugada, niña. Me impresionas.

Carlota permaneció muda por haber comprobado su teoría. Él observaba el gesto de la chica e intuía que no deseaba explicarle los motivos que la habían animado a encontrarlo.

-Más te vale volver a tu cuarto.
-Esa es una buena idea.
-Detente.
-¿Ahora qué?
-Estás roja. Lávate la cara.
-Claro, cuando este sola.
-Entonces te cedo el paso para no incomodar más.
-Me siento mal de todas formas.

El hombre posó sus pupilas sobre ella de manera más interesada, notando su confusión y su miedo. De tan sorprendida, Carlota cerró los ojos y Sergei se apresuró a sostenerla. Era la tercera ocasión que la chica se dormía repentinamente frente a él.

-Bueno, lo increíble es que siempre me comprometes.

Él la estrechó con más fuerza y trató de encontrar a alguien que pudiera hacerse cargo. Por los pasillos sólo hallaba gente ebria y parejas ocasionales. Aquello pintaba mal y supuso que debía emplear su sentido común para dar con la habitación dónde ella se hospedaba; seguramente se localizaba en una especie de zona familiar, cercana al comedor y la puerta sería la más bonita o al menos, la más blanca.

Por la nula vigilancia en los corredores, Sergei daba pasos relajados y se dió tiempo de ver mejor el rostro de Carlota. Aquella muchachita era inusualmente atractiva para su edad y arrebatadoramente bonita, tanto, que él se alegraba de ser un adulto, tomar su distancia y hasta de que ella, por momentos, le desagradara por las frecuentes tonterías que cometía. Asumía que la joven no definía bien sus sentimientos y que no solía recibir castigos o pagar consecuencias. Hasta su buena suerte era inagotable.

-Rayos, creo que me conoces más de lo que yo a ti. Empecemos, tu recámara tendría algo distinto ¿Pero qué?

El guerrillero atisbó de nuevo a la chica y advirtió que el detalle que buscaba era algo tan simple como una flor porque a la joven le daba por llevar margaritas a todos lados. Así fue cómo caminando un par de corredores más, él hallaría lo predicho. Con dificultad abrió la habitación y al depositar a Carlota en su cama, oyó un ruido, como si la entrada se azotara. Consciente de que lo mejor era escabullirse, trató de alterar un cerrojo que no cedió ante la fuerza, los trucos y los golpes. Para colmo, la chica despertó por el ruido y se asustó por la presencia de Sergei, dándose cuenta de que su infortunado defecto había ocasionado aquello.

-No puedo arreglar esto. Nos quedamos encerrados.
-Ya se había trabado ayer.
-Y eso que se pagan 300€ por abordar.
-Tú vienes de gratis.
-Porque no me queda de otra.
-Pudiste comprar un boleto.
-Niña, soy guerrillero, me pueden arrestar.
-Eso es cierto, pero ya no soy una mocosa.
-¡Ja, ja, ja!
-¿De que te ríes?
-De que sigues con eso de que ya no eres pequeña.
-Voy a cumplir catorce.
-¡Uy, que madura y grande eres!
-No te burles.
-Si quisiera hacer eso ni te enterabas.
-¡Eres irritante!
-¡Y tú eres una niña dormilona! Dime que no.
-¡Ay, te odio!
-Pues no me caes tan bien que digamos.
-Te hago el favor de dirigirte la palabra así que no te queda ponerte exigente.
-Y a ti no te queda portarte como la reinita que no eres.
-Al menos soy más selectiva y no me ando besando con cualquiera, como otro que está aquí fastidiando.
-Pongamos en claro las cosas: Yo decido con quién estar porque puedo; en cambio, tú eres tan pequeñita, que debes resignarte a olvidar a un hombre a quién por lo mismo no le interesas y no te quiere.

Carlota no respondió y cubrió su rostro, escapándosele el llanto nuevamente. Por un momento deseó que regresara el tiempo con tal de evitar buscar a Sergei.

-Perdóname, Carlota.
-¡Te odio! ¿Me escuchas? ¡Te odio tanto que hasta parece que te quiero! ¡Me irritas tanto!
-Cuando te calmes te arrepentirás de todo lo que dijiste.
-¡Lo sé!
-Harías mejor quedándote callada.
-¿Porqué?
-Das la impresión de no saber lo que quieres y es molesto ¿No crees?
-También aborrezco que tengas razón.

La muchacha se cubrió con una manta y procedió a enjugarse las lágrimas. Sergei comprendió súbitamente que ella aún no se había desahogado del todo y que necesitaba con urgencia casi vital un abrazo. No tenía caso juzgarla por lo sucedido en los cerezos o cuestionarla respecto al verdadero lugar que ocupaba Joubert en su vida; así que se sentó en la orilla del colchón y la estrechó en un claro gesto de afecto. Cualquier enojo o resentimiento quedaba subsanado.

-Lamento haberte herido, niña.

Carlota permaneció quieta durante una hora. En la ventana se formaba escarcha.

-Quédate conmigo.
-No debo, chiquita, mejor me marcho.
-Quería hablar contigo.
-¿De qué?

La chica supuso bien que Sergei no le creería nada del döppelganger ni del mundo alterno en el lago. Las cosas estaban tan torcidas, que era mejor no moverlas de dónde estaban.

-De ... Zooey ¿Qué ocurrió con ella?
-No voy a responder.
-El príncipe encantador ha hablado.
-¿A quién se le habrá ocurrido semejante sobrenombre?
-Seguramente a un metiche, igualito a ti con mis problemas.
-¿Quieres pelear?
-Perderías.
-Te llevo un mundo de ventaja.
-Ganaré porqué soy un encanto.

Trankov abrió la boca sorprendido, incorporándose y llevando las manos a su cintura, no sin nerviosismo: Carlota Liukin estaba más que consciente de su hermosura y no dudaría en usarla, sin sacrificar un sólo ápice de inteligencia.

-Eso fue un golpe bajo.
-¿En serio?
-Recomendaría que no te muevas.
-¿Te asusto, Sergei Trankov?
-Me haces querer huir de aquí.
-No te haré un sólo rasguño.
-Cuando se trata de peligro, no hablo de ti.
-¿Serías agresivo conmigo?
-Nunca me voy sin morder, pero - guiñando un ojo - tú no conseguirás que yo caiga. Te vas a complicar la vida si no te controlas.
-¿Me crees tan tonta?
-¡Madura un poco!
-De acuerdo, pero no te sonrojes.
-Te suplico que tengas más cuidado con lo que haces, con tu tono de voz y con tus intenciones. Puedes toparte con un tipo narcisista y abusivo.
-Mi papá dijo algo parecido.
-¡Al fin un poco de cordura!
-Después de todo, creo que si soy muy joven.
-Qué aprietos estoy pasando.
-¡Discúlpame! ¡No fue mi intención!
-Qué voluble eres.

Carlota intentaba parecer una chica ingenua, pero no se había portado como tal; ni siquiera sabía porque había actuado de forma tan coqueta.

-¿Ya te vas?
-Sí, niña. Tengo una idea para abrir el cerrojo.
-¿Cuál?
-Patear la entrada. Buenas noches.
-¡No!
-¿Ahora qué?
-Yo .. Nada, tu sigue.

Sergei dió un puntapié a la puerta, misma que no se destrabó. En ese instante, Carlota lo abrazó.

-Creo que pasaremos la noche juntos.
-Nadie aquí dentro va a cerrar los ojos, niña. Vuelve a taparte con esa cobija enorme.
-¿Qué hay de ti?
-Intentaré irme. Descansa, Carlota.
-Si te da hambre, tengo unos bombones con chocolate y un poco de té.
-Mejor guárdalos. Gracias.
-Entonces prométeme algo.
-Depende.
-Siempre vas a creer lo que yo diga.
-Qué favor tan extraño y más porque no me fío de ti.
-Sólo di que sí; es importante.
-Bien, imaginemos que acepto ¿Me tendré que tomar en serio todo lo que salga de tu boca?
-Algo así.
-No encuentro nada coherente en lo que me pides.
-Voy a necesitar que no me ignores, lo que te voy a decir pronto es muy importante.
-¿Es personal?
-Nos involucra, Sergei. Es algo que yo no entiendo y tal vez tu sí.
-¿Das tu palabra de que me estás hablando con la verdad?
-Así es.
-Vale, entonces te haré caso cuando me cuentes todo. Lo prometo.

La joven asentó. El guerrillero giró su cabeza hacia la perilla y realizó el último intento por liberarse, sin lograrlo. Carlota volvió a su cama y él ocupó una silla al lado de la litera cuando ella le ofreció los dulces. Sergei la miró con incomodidad y esperó hasta que ella bostezó para reflexionar un poco y llegar a la conclusión de que no cumpliría su promesa.

*Tema inédito de Miguel Bosé en el disco "Lo mejor de Bosé" (1999) Video a continuación.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Carlota en el reflejo


El cubo con ruedas llevaba cuatro días forzosamente estacionado en Vichy. El oficial a cargo había organizado partidas nocturnas de bingo, rifas y descuentos en la boutique detrás de la recepción con tal de que los pasajeros no se aburrieran y comenzaran a pelear entre sí. También se anunciaba una fiesta, misma que tendría lugar esa misma noche en el salón del vagón siete. La calefacción seguía funcionando adecuadamente, obligando a dejar los abrigos de lado y apenas se escuchaban las ráfagas que arrancaban los carteles afuera.

En el bar, se comentaban los chismes del semanario "Oggi" que había dedicado todo un número a Zooey Izbasa con el "affaire Trankov" y la presencia de la "princesita de Mónaco" que viajaba camuflada de turista.

-No creo que haya tal princesa - expresaba un hombre al bartender.
-He visto muchas cosas; por experiencia puedo asegurarle que estos rumores fueron provocados.
-¿Para qué?
-Entretenimiento. Mientras la gente siga buscando a la niña ¿A quién le preocupa no poder irse? Además, todos están socializando y tengo propinas extra.

El barman continuó sirviendo tragos y el hombre de la barra miraba a su alrededor, mientras ignoraba la carcajada escandalosa de un sujeto que observaba una película absurda por el televisor. Eran las ocho.

-¿Irá a divertirse?
-No creo.
-¿Los festejos no son para usted?
-Tan espontáneos, no.
-Entonces descanse, la noche será muy larga.
-Me temo que no será así. Buenas noches y quédese con el cambio.

El cantinero deslizó el billete hacía sí, comprobando que su cliente no tenía reparos en darle un gran bono extra; guardó en su bolsillo aquél pago y no registró el whisky en la caja.

Por su parte, el hombre caminó por los corredores con cierta prisa, como si temiera toparse con alguien o intentara esconderse, pero la gente inundaba los espacios aguardando la fiesta y pronto se vió atrapado enfrente del módulo telefónico porque nadie le cedía el paso y su voz no se percibía en medio del cuchicheo insistente de las muchachas con vestidos elegantes que no paraban de admirarlo; incluso, una de ellas se atrevió a acercársele. El sitio olía a violetas y él revisaba con prisa las manecillas.

-Hola, mi nombre es Allison ¿Cómo te llamas?
-Yo .. No te ofendas, estoy buscando a alguien.
-Vaya, qué mala suerte.
-Discúlpame, eres linda, hablo en serio. Pásala bien.
-No hay problema.
-Perdón.

Él trató de retirarse en vano. Su faz ya no presentaba un gesto tranquilo y la chica que le había dirigido la palabra, lo notó enseguida.

-No te preocupes, te ayudo. Sólo observa.

Allison se colgó del brazo del desconocido y con su acento suave, logró que le dejaran pasar con rapidez asombrosa.

-Ventajas de ser mujer - aseguró Allison al detenerse en el pasillo contiguo - Me encantó ayudarte.
-Gracias, eres muy amable.
-Ahora sí podría saber quién eres.

Él sonrió y le habló al oído. Ella lo miró con interés y realizó un gesto con el que aseguraba que no lo diría a nadie. Ambos se alejaron sin más, aunque Allison permaneció intrigada unos minutos antes de volver con sus amigas.

El hombre aprovechó que el corredor no estaba bien iluminado para revisar los números de los cuartos sin ser molestado. Por más que se esforzaba, no hallaba el número correcto y prefería no preguntarle a las escasas camareras que aseaban las perillas. Él continuó por los vagones infructuosamente y se dió por vencido. El tiempo estaba agotado y si alguien lo descubría, todo el plan B, que era desaparecer, se vendría abajo. Lo único apropiado era ocultarse en alguna habitación y aprovechar la ventana.

-¡Creí que estarías en el otro tren! - externó una joven que sin duda alguna lo conocía. Por coincidencia, las luces se encendieron y él pudo ver a su interlocutora, que estaba probando una nueva imagen.

-¿Alguien más te ha visto?
-Sólo una chica en la recepción.
-¿Te reconoció?
-No creo que lea revistas.
-¿Porqué?
-Casi cualquiera sabe quién soy.
-Pocos te reconocerían con traje. Después de todo, bañarse si cambia el aspecto de la gente.
-¿Qué insinuas?
-¡Nada!

El hombre miró a la jovencita con la certeza de que había dicho algo sin querer y sacó algo de su solapa.

-Mejor cuida tu pasaporte Giulietta Eglantine Charlotte Jacqueline Bérenice Cleménce Léopoldine Liukin, alias "Carlota".
-¡Dámelo!
-De acuerdo, "Charlotte".
-Carlota suena más bonito.
-¿Cuántas veces te has presentado con tu apodo?
-No me agrada mi nombre completo y nadie se lo sabe, ni mi papá.
-¿Bromeas?
-No. Palabra que sólo mi mamá me puso de mote ese tratado.
-Con más razón guarda bien tus documentos.
-¿Dónde estaba?
-¿Importa?

Él continuaba examinando el atuendo de Carlota y sonrió.

-Es bueno saber cuándo empezaste a vestir con falda corta.
-¿Qué dices?
-Ven conmigo.
-No te acerques.
-¿No te fías de mí?
-Después de lo de Zooey he llegado a la conclusión de que eres un idiota.
-Siempre has sido celosa.
-¿Qué mosca te picó?
-A partir de hoy, nunca vuelvas a nombrarme Sergei. Para ti, soy Matt.

Matt levantó a Carlota, misma que no se explicaba la actitud de su amigo.

-Te mostraré algo.

La jovencita se sujetó del cuello de Matt. Ambos entraron en una habitación y él deslizó el cristal de la ventana.

-¿A dónde vamos?
-A jugar.
-No entiendo.
-Ya verás.
-Hace frío.
-Juro que no.

Ambos abandonaron el tren mientras ella se preguntaba porqué se dejaba llevar y porqué en la oscuridad no dejaba de distinguir el rostro de Matt, mismo que presentaba una expresión ligeramente más dura y unos sutiles pliegues junto a los ojos.

-¿Qué te pasó?
-¿De qué hablas?
-La cicatriz en tu garganta.
-Gajes del oficio.

La estación de Vichy lucía desierta y el pueblo parecía fantasma. Por la humedad, Carlota pensó que estaba brisando y existía una espesa niebla a su alrededor. El hombre continuaba sin inmutarse por el camino, mismo que daba la impresión de ser breve. Al fondo, se observaba una luz blanca.

-Podrías bajarme - sugirió ella.
-Aún no.

Carlota creía estar soñando. Los árboles eran escasos y las casas eran pequeñas. El suelo de piedra no era muy firme pero marcaba los límites entre el pueblo y la naturaleza virgen. La joven casi quería carcajearse de que Vichy fuera más bien una aldea. Al llegar al resplandor, él la soltó con delicadeza.

-Aguarda. No creo tardarme.
-Matt ...
-Confía en mí.

Matt enfiló sus pasos hacia un lago que había resistido la tormenta. El reflejo era nítido, así que volvió dónde la chica.

-Ven, te gustará.

Carlota sentía un extraño confort y al detenerse frente al agua, quedó cautivada.
Definitivamente, no lucía como una muchacha de casi catorce años. Su cabello a la barbilla, las curvas de su cuerpo y sus gestos no correspondían a una chiquilla.

-No soy una mujer ¿Qué sucede? - caviló impresionada. Si se detenía a observar con detenimiento, había algo más que un reflejo. Ante sus ojos se formaba un mundo alterno que le era conocido. La calle Piaf, la playa y el parque De Gaulle. Estaba viendo sus sueños como en un espejo.

-¿Estoy dormida?
-No.
-¿Porqué me has traído?
-Porque sí.

La Carlota del agua corría por las avenidas, bailaba, gritaba y cantaba, al tiempo que usaba ropa muy atrevida y colorida al igual que su labial. Por alguna razón, esa chica siempre estaba rodeada de gente y su sonrisa ponía de buenas a cualquiera. El sol se hallaba presente y las flores resaltaban su belleza apenas pasaba.

-¡Bérenice! - le llamaban y lejos de girar con el desagrado típico de Carlota, respondía afablemente. Aquella muchacha aparentaba divertirse pero había un detalle: ocasionalmente, examinaba a su contraparte terrenal.

-¡Ella puede verme, Matt! ¡¿Qué clase de brujería es esta?!
-¿Qué es real? ¿Lo sabes?
-¿Qué quieres decir?
-Sigue soñando, por favor.

Carlota iba a expresar algo pero él la contuvo tocando sus labios.

-Te esperaré. Sé que aún puedes sanar.
-No comprendo ¿Curarme de qué?
-El problema es el diseño .. Sólo debo encontrar el orden correcto de las piezas.
-¿Cuáles? ¿Qué te ocurre? ¿Estás loco? ¡Matt!

Él procedió a sumergirse con rapidez pasmosa. La joven Liukin se inclinó aterrada pero en el mundo al lado opuesto había acción. La otra Carlota (Bérenice) corría hacia Matt, de quién estaba en verdad efusiva y sinceramente enamorada. Por lo que se podía entender, se trataba de una pareja que llevaba mucho tiempo conformada. Ambos giraban tomados de la mano y desaparecieron después de que él le contara una especie de secreto al estrecharla. Acto seguido, el lago se cubrió de hielo.

Aún en la orilla, Carlota Liukin comenzó a llorar. Pronto advirtió que se hallaba sola y moriría de frío si no tomaba el abrigo que Matt había olvidado. Suplicó que nadie hubiese ido a buscarla y con lógico pánico, corrió hacia el tren. La ventana por dónde había salido aún continuaba abierta.

La canción del video es "The leavers dance" del grupo The Veils