Después de su altercado en la calle, Anton no dejaba de entrenar. Lena Tarasova lo tenía castigado y hasta iba por él a la escuela. El Campeonato Mundial estaba a la vuelta de la esquina y el chico durante días creyó que sería suspendido para participar hasta que otros entrenadores intercedieron para que eso no ocurriera. En casa, Cecilia le tenía prohibidos los videojuegos y su padre le había dado un empleo en la pizzería. Con el dinero que ganaba con las propinas, decidió ayudar a Evan Weymouth: en los vestidores, el chico Maizuradze vió cómo las cuchillas de los patines de su colega se desprendían de los botines.
Al recibir el paquete con su equipo nuevo, Evan se alegró mucho. La nota adjunta decía que Don era el responsable del obsequio. Anton creía que era lo mejor. También se las arregló para que David no supiera que Judy era la persona que le dejaba alimentos en la mesa todos los días.
Lo único que tenía triste al niño era no ver a Carlota. Aunque se llamaban siempre en las noches, él no quería emprender viaje a Moscú sin despedirse de ella personalmente. Recordaba que tenían una salida pendiente. Entonces comprendió lo que era estar tan cerca y ser tan lejanos. Aunque ella estuviera a dos calles de distancia en la escuela, no podían verse.
-¿Porqué no vas a buscarla? - Le preguntó su padre - Ya terminaste aquí.
-Me toca lavar el piso.
-Déjalo. Yo lo hago. Sirve que dejas un encargo. Creo que a ella le encantará que lleves la cena.
Sin nada que perder, el muchacho llegó a Piaf y tocó el timbre correspondiente pero no obtuvo respuesta.
Después de varios intentos se quedó sentado en la banqueta. Andreas que venía de una fiesta, lo reconoció.
-¿Qué hay? Carlota se duerme temprano. Si quieres la llamo.
-No. La veré cuando vuelva.
-Bueno .. ¿Me dejas la pizza?
-Toma.
-Le digo que me diste esto. Te ves.
Pero cuando Anton comenzó a caminar de regreso, Andreas despertó a su hermana. Era medianoche.
-El ruso te quiere ver.
-¿Dónde está?
-Estaba. Ya se fue.
-Es muy tarde.
-Si yo fuera tú me salía a decir hola.
-Me van a regañar.
-Gabriela y Ricardo ya están soñando y Gwendal ni cuenta se da. Anda, te llevo.
-No puedo ir en pijama.
-Cómo si eso importara.
-A mí me da pena.
-Ponte vestido.
-No tengo uno lindo.
-Te complicas. Pónte el primero que encuentres.
-El que me regaló mamá.
-El que sea.
Después de media hora, la niña estaba lista. Andreas la ayudó a salir.
-Conozco un atajo al barrio ruso.
-Creo que mejor regresamos.
-Ya estamos en la calle así que no hay retorno.
Insegura, Carlota siguió a su hermano. De no ser porque Anton mataba el tiempo, no lo habrían alcanzado. Ella lo llamó.
-¡Anton!
El chico volteó y se abrazaron. Después de preguntarle cómo estaba y contarle que a las ocho de la mañana se marcharía, decidió llevarla a un lugar cercano. La pista pública al aire libre de la callejuela Steuer.
-Hay una vista a la rueda de la fortuna que está increíble.
-No traigo patines.
-¿Qué importa?
-Echaremos a perder el hielo.
-No te preocupes, lo arreglarán.
Andreas los acompañó mientras pensaba en la manera de dejarlos por ahí para irse con Victoria a pasar la noche con los amigos que habían conocido hace poco. El calor era sofocante.
Steuer se encontraba solitaria. Carlota dudaba si hacía lo correcto en estar ahí pero Anton la animaba a continuar. Para ser dos niños (aún se consideraban infantes), se comportaban como si hicieran una locura digna de chicos de dieciséis aunque no era nada grave.
-Sígueme.
-Creo que me da miedo.
-¿Miedo?
-No hago cosas sin pensar... Bueno... No acostumbro que sean muy seguido.
-No te caerás.
-Debo ir a casa.
-Tu hermano ya no está.
-¿Qué? ¡Ay no!
-Yo te cuido.
-No creo que sea buena idea.
-Confía en mí.
-Debes levantarte temprano.
-Te enseñaré a patinar.
-Pero ya sé hacerlo.
-No como yo.
-Pero no traigo nada.
-Todo va desde cero. Dame tu mano.
Ella lo hizo.
-Lo primero que debes hacer es tratar de equilibrarte. Tu espalda debe estar recta, tu cadera alineada y tus hombros relajados. Yo me colocaré detrás y te sostendré. Intenta deslizarte.
-No estoy segura.
-No pienses.
Carlota lo intentó. Anton a cada momento la guiaba o le hacía bromas. La chica reía como nunca y él creyó que era oportuno comprobar si pasaría algo entre los dos. Poco a poco preparó la escena. Le propuso descansar. Ella estaba tan divertida que aceptó. El color azul de las luces era perfecto, nadie pasaba y además ambos lucían relajados.
-Después de la pelea ya no te vi.
-No he salido mucho. Mi papá va a la escuela y me lleva a casa.
-Yo he estado entrenando. Por poco y me pierdo la competencia. Cuando se enteraron en las pistas de los problemas que tuve con la policía, casi me sacan del equipo.
-Qué bueno que no pasó.
-De todas formas ya no regresaré. En cuánto acaben los mundiales pienso volver a la normalidad.
-¿Qué?
-Esta será mi última temporada. No me gusta patinar.
-¡Pero tienes mucho talento!
-Se acabó.
-¿Y tus papás saben?
-Mi mamá se molestó pero como entré al equipo de fútbol de la escuela ya no me dijo nada... Tarasova me quiso convencer pero tienen a Weymouth, a Jeffrey y a Weir. No me necesitan.
-No son tan buenos como tú.
-Lo serán.
-Suerte en Moscú.
-Gracias.
-Debo regresar.
-No te vayas. Todavía no he terminado.
-Jeje.
-Concluye tu primera lección profesional con unos minutos de improvisación.
-Giremos.
-Pero no saltes.
-Ni siquiera sé cómo hacerlo... Y no es mi primera clase.
-Pues no se nota.
Con las sonrisas a flor de piel, jugaban a que bailaban. A Carlota que se sentía incómoda de que alguien la tocara, ahora no parecía importarle que Anton la tomara de la cintura. Cuando ella se daba la vuelta, él se precipitó y le dió un beso en los labios. Pero ella se quedó repentinamente dormida.
Sonrojado, la sostuvo. Carlota era hermosa. Él creía que veía a una diosa griega, como las esculturas que le mostraron en la instrucción de historia. Era idéntica a Atenea, tal vez más bella... Anton exageraba pero estaba feliz. Cuando Andreas se apareció, llevo a su hermana y le prometió al chico Maizuradze que irían a la estación.
En el Tren del Cielo, David y Amy interpretaban los cánticos en ruso que solían usarse para alentar a los que se iban lejos. Carlota se presentó acompañada por su madre; le deseó suerte y le obsequió un balón, además del jersey de los Blackhawks autografiada por Thomas su tío. Anton comprendió que la niña no recordaba el beso pero algo era seguro: en cuánto llegara a su destino, la primer llamada que recibiría sería la de ella.. Y también su primer bienvenida.
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