Noviembre 1914.
Lía volvió de Toud y lo primero que hizo fue ir al campo de flores. Su novio le había prometido verse allí cuando regresara. Eran los últimos días de sol y algunos tímidos cristales de nieve ya brillaban en la bahía.
Ella estaba ansiosa. En dos días, Matt cumplía veinticinco años y lo primero que harían juntos era un picnic pero él no llegaba. Pensando que quizá tenía un contratiempo, Lía lo esperó una hora. Nada. Sin entender porqué la había dejado plantada, regresó a su casa. Imaginaba la forma de hacerle un reclamo. Sería firme y no iba a permitir que él se saliera con la suya; si pensaba que ella era una niña ingenua de la que se podía reír lo mejor sería que tomara otro rumbo. Eso era darse a respetar o era lo que le habían dicho. Conforme pasaban las horas y él no se aparecía para la disculpa pertinente, ella más se irritaba pero al dar las cuatro comenzó a preocuparse. Si algo no distinguía a Matt era no dar explicaciones. Viendo la ciudad desde su casa se preguntó que pasaría si ella se atrevía a buscarlo, si una persona con dignidad lo haría. Cómo era creciente el presentimiento de que algo no andaba bien, tomó un chal y salió de casa. Sus padres no se darían cuenta ya que en el dispensario tenían cita.
Rara vez, una jovencita era vista al atardecer caminando sola. Lía llegó por primera vez ante la puerta de los Weymouth. La moza que iba saliendo al verla la dejó pasar y le pidió que esperara a su señora. Ella pensaba que la chica era la enfermera solicitada con urgencia.
-Señora, ha llegado la muchacha.
-Iré a recibirla.
Después de cruzar el primer patio, la madre de Matt vió a la joven Liukin sentada.
-¿Porqué está esa mujer ahí?
-Venía llegando y preguntó si era la residencia señora, yo creí que venía atender al joven enfermo.
-¿Matt está enfermo?
-¡Fuera! ¡Llamaré a la fuerza pública! ¡Madeleine, ve por un oficial!
-Si Matt no está bien déjeme verlo.
-¡Largo! ¡He solapado a mi hijo mucho tiempo pero se acabó! ¡Retírate! ¡Las malasangre no tienen derecho a nada!
-¡No hasta saber qué tiene!
-¡¿Qué sucede?! ¡¿Qué son esos gritos?!
-¡Que ha venido la indeseable Fabian!
-¡¿Cómo se atreve a poner un pie en mi casa?!
-Lo siento señor sólo vine a ver a Matt porque no fue a nuestra cita.
-¡Así cómo tuvo la indecencia de presentarse, tenga la poca dignidad que le queda de irse!
-¡¿Que no has oído?!
-No voy a moverme.
Al llegar un policía, éste cortésmente pidió a Lía que saliera y no provocara que las cosas llegaran a mayores, como era su primera infracción la dejaría marcharse pero ella se negó.
-No sea tonta señorita, tendré que llevarla a prisión.
Recordando entonces que los dorados podían auxiliar a un médico, apeló a esa posibilidad. Madeleine fue a llamar entonces a Alban Anissina que se encontraba en la habitación de Matt.
-No necesito una moza.
-Si no le contesta personalmente los señores se molestarán.
-¡No puedo abandonar ésta habitación! ¡En cualquier momento se puede morir mi paciente!
-Si quiere yo me encargo en lo que usted atiende en la puerta.
-¡Qué necedad! ¿Es muy necesario?
-Mucho.
-Bien. Hidrátelo. ¡Más vale que esté vivo cuando vuelva!
Alban corrió. Al ver a Lía no pudo evitar sentir que le ofrecía su ayuda en gratitud por haber atendido a su madre sin costo. Cómo su caso era complicado, pensó que ella no podía servirle más que para llevarle agua y lavar las compresas, tal vez como su asistente. La quinina se le estaba terminando y necesitaba a alguien que fuera al dispensario por más. Bien podía emplear a Madeleine pero era muy nerviosa y se asustaba con facilidad, además de ser bastante torpe cuando se requería de su atención.
-Seré el responsable.
-Pero, doctor .. ¡Es una dorada!...
-¡No importa! ¡No debo apartarme de mi paciente! ¡La necesito para los mandados y la limpieza!
Con cierta vergüenza, Lía siguió a Alban al interior. Sin detenerse a admirar nada, llegó a una recámara grande y lujosa del primer piso. Las cortinas estaban cerradas. Matt yacía delirante. Madeleine lagrimeaba asustada.
-¿Cuándo empezó?
-Al darle agua. No tiene mucho.
-Puede irse Madeleine. Por favor Lía asee sus manos y traiga compresas de agua helada.
-Claro.
Rápidamente ella logró ubicar las zonas de la casa. En la cocina, tomó un balde y de un cuarto de toallas el mayordomo le facilitó lo demás. De vuelta, Alban le pidió que colocara en la frente de Matt todo lo correspondiente y le ayudara a suministrarle el medicamento.
Lía comprendió que su novio estaba muy grave apenas sintió su piel. La fiebre no cesaba y cuando iluminó la habitación para evitar tropezarse, el color amarillo de la tez la aterró.
-¡Por Dios!
-Si va a impresionarse no va a ser útil. Contrólese.
Conteniendo sus emociones siguió toda indicación que le era dada. En los escasos momentos que Matt dormía, ella se percató de que Alban estaba muy cansado y preocupado. No era para menos, era su mejor amigo el que llevaba seis días sin dar señales de mejoría.
-Tiene malaria..... La quinina no ha dado resultado.
Agathe volvió de la escuela y pasó a ver a su primo. Reconoció a Lía cuando la descubrió lavando la taza dónde Matt tomaba té. No la interpeló.
-¿Sigue igual?
-Ha empeorado. El delirio se presentó otra vez.
-¿Va a morir?
-No me atrevo a decir que no.
-¡Algo tienes que hacer!
-¡Ya lo hice todo! ¡No tengo la culpa de que nada funcione!
La prima de Matt salió de la habitación, llorando desesperada. Entró al estudio e intentó en vano memorizar el verso que presentaría al día siguiente.
Alban por su parte le hablaba a su amigo de lo que sucedía a su alrededor. Le contaba de su madre que estaba triste, su padre canceló sus reuniones de negocios y también las cenas de gala.
Lía se quedó al cuidado esa noche porque el médico inesperadamente tuvo que atender un parto.
-Creí que estarías en casa. Son las dos de la mañana.
-No puedo Agathe, no lo quiero dejar solo. Tú tienes escuela, ve a dormir.
-Se me ha ido la semana en vela.. ¿Ya vino mi tía?
-Hace una hora.
-Ganaste.
-¿Perdón?
-Ganaste. Yo lo esperé para casarnos y otras jóvenes de París no lograron interesarlo lo suficiente para que se quedara. A veces susurra tu nombre y hace dos noches se alteró clamando por ti. Es raro que esté tan tranquilo ahora.
-Quizá porque le he leído. Mi madre se calma cuando lo hago y pensé que tal vez serviría.
-Él dijo que deseaba escucharte... Creo que eso le devolvió el sosiego.
-Es hora de la medicina.
-¿Lo despertarás?
-Alban me ha ordenado ser muy estricta. Yo dejaría a Matt descansar pero la enfermedad no. Voy a preparar su taza.
-¿Por qué?
-La quinina lo deshidrata. Alban me ha dicho.
En silencio, Agathe contempló a Lía suministrando a su primo aquello que se suponía debía curarlo. Aquél hombre se veía indefenso y apenas podía abrir los ojos, pero al saber que Lía estaba ahí se sintió reconfortado. Estaba muy débil para decir algo pero dócilmente logró tomar el agua, previamente hervida para evitar que le diera otra infección. Pero fue terrible. La temperatura de por sí alta, se elevó y Matt se retorcía del dolor en los huesos; el sudor se volvió incontrolable y Lía despertó a su suegros para después salir con la esperanza de que un galeno se encontrara disponible o Anissina regresara. Varios vecinos encendieron sus luces y abrieron las puertas de sus edificios para averiguar lo que acontecía.
Cómo no podía perder más tiempo retrocedió.
De vuelta en la habitación de Matt ella trató de apaciguar las molestias de su amado con más quinina pero empeoraba a cada instante. Alban apareció y logró controlarlo. El resto de la noche no hubo mayor novedad pero en la mañana se tuvo que pedir la asistencia de otro médico porque el amigo del joven Weymouth no podía solo. Los episodios de delirio eran cada vez más severos. Lía no resistió más y comenzó a llorar. ¿Cómo podía ayudar a Matt si todo lo que se podía hacer se había realizado? De tanto pensar de pronto creyó encontrar la solución.
-¡Se curará con hierba quemada!
-¿Qué es eso?
-¡Un remedio que usa papá! ¡Confíen en mí!
Con el corazón a punto de salir de su cuerpo, la chica recordó que su padre en la cartera siempre llevaba consigo un frasco con esa planta que alguna vez curó a un enfermo de tifoidea. Esa era la respuesta. Goran siempre dijo que la infusión lo arreglaba todo. Sin nada que perder, extrajo las hojas y a toda prisa preparó la bebida. En la casa Weymouth le preguntaron porque se había ido pero ella no dudo ni un segundo en verter el líquido incoloro en una taza y darlo a Matt. Con la angustia, ella oraba porque funcionara ...
-¡Convulsiona!
Alban realizaba un esfuerzo sobrehumano para terminar con eso.
-¡¿Qué brebaje le diste bruja?! - Cuestionaba la madre de Matt - ¡Se está muriendo!
-¡Él se recuperará! ¡Se lo prometo!
Pero ni Lía tenía idea de que sucedería. No era la reacción que esperaba. Cuando su novio se quedó sin aire, ella creyó que lo había sentenciado a muerte pero después de la crisis, Matt volvió en sí.
-¿Que sientes ahora?
-Tengo la boca seca Alban.
-Lía trae agua.
-Claro.
-¿Algo más?
-Me duele el pecho.
-Tomaré tu pulso.
La palidez se había quitado y la fiebre retirado.
-Tu corazón va rápido.. ¿Mareo, molestias en la cabeza?
-Me duele el pecho al respirar... me está costando trabajo jalar aire.
-Me quedo para ver que pasa.
-Gracias Alban.
El joven Weymouth dormitó durante la tarde. Por primera vez en la semana todo parecía tranquilo pero la madrugada fue un caos porque Matt volvió a caer en ataque. Alban pasaba las de Caín para evitar que se asfixiara hasta que cayó inconsciente.
-¿Ahora qué hago?
Lía intentó reanimarlo.
-Matt, Matt... Por favor vuelve... ¡Denme más té!
-¡Eso lo tiene así!
-¡No se me ocurre qué hacer!
-Todavía respira ... tal vez salga.
-Sólo quise ayudarlo.
En casa de Lía, Goran se percató de que la hierba había sido tomada; sobre la mesa se encontraba la bolsa de algodón y el pocillo dónde su hija la hirvió.
-Lía.... Tomarla es muy peligroso.
A prisa salió tras ella... ¿De qué clase de locura era presa su hija? Incesantemente preguntó por ella hasta que una monja le dijo que estaba de asistente de Anissina en la casa Weymouth. El padre Shultheiss ya había hecho la unción a Matt temiendo lo peor.
-Buenas tardes.
-¿Qué se le ofrece?
-Goran Liukin ... Soy el padre de Lía.
-La que asiste al doctor Anissina.
-Es urgente.
-No creo que mis señores le permitan entrar.
-¡Mi hija le ha dado un veneno a su novio! ¡Yo puedo evitar que se muera!
-¿Se refiere al té milagroso que lo cura todo?
-¿Ella dijo eso?.. Se lo suplico. Usted no quiere una desgracia.
El mayordomo le cedió el paso. Goran subió a la habitación.
-A un lado... Voy a curarlo.
-¿Papá?
-¡No vuelvas a tomar nada sin mi permiso! ¡Doctor, necesito que me ayude a atar varios torniquetes! ¡Los demás tráiganme agua helada! ¡Cómo adoras hacer infusiones Lía vas a ir por hojas de frambuesa y miel! ¡Vas a reparar tu desastre!
Angustiada, la chica obedeció. Su padre tomó el té y lo dió a Matt. En media hora le dio un ataque de tos y se alivió por fin.
-¿Que era lo que tenía?
-Malaria... No es época.
-¿Qué tan severa?
-Seis días antes del té.
-¿Qué le dió usted doctor?
-Quinina y no pasó nada.
-La hierba quemada le quitó la enfermedad.. Lo malo es que se queda para envenenar.
-Estuvo convulsionando mucho.
-¡Pudiste haberlo matado Lía!
-Yo no pensé ..
-¡Evidentemente no pensaste!
-¡Me acordé del hombre al que curaste con el té!
-¡Y murió asfixiado! ¡¿Porqué crees que nadie usa la hierba y en esta ciudad no la conocen?! ¡Echaste a perder mis muestras! ¡¿Cómo voy a distinguirla de las plantas carbonizadas cuando vaya a las montañas de la pradera?! ¡Fuiste muy irresponsable!
-¡Quería salvarlo!
-¡Pero hiciste lo contrario! ¡No nos volveremos a acercar a esta familia! ¡Nos vamos! Dénle más frambuesa y estará bien mañana.
Tomando del brazo a Lía, Goran volvió a casa. Su hija se encerró y durante la noche no paró de llorar.
Ingrid,
ResponderBorrarSiento que estoy leyendo un Cuento, una bonita novela donde involucras al léctor. Sabes llevar al público a la emoción y nos dejas con una sonrisa en el rostro.
Escribes muy bonito, creas literatura.
Felicidades!
Sergio