Carolina Kostner / Foto cortesía de Rai Sport 2
Hesparren, Francia.
Tamara le mostró a Ricardo cómo elegir una manzana, podar los árboles y ubicar posibles plagas en lugar de redundar sobre las maquinaciones de Andreas, no obstante, existiera cierta tensión que los mantenía cercanos y les evitaba, paradójicamente, mirarse la cara.
Fue después de las recolecta cuando regresaron con Anne Didier y se toparon con que, en lugar de la cena, les retiraban sus pertenencias y las colocaban cerca de la entrada.
-¿Por qué tocas mis cosas? - protestó Tamara.
-Perdona, es que olvide por completo que tendremos un huésped.
-¿Quién?
-Un chico de Suecia que tu padre encontró en internet. Nos mandó un mail agradeciéndonos el asilo por tres días.
-¿Le dieron mi cuarto? ¿Dónde voy a dormir?
-En el sofá, no te apures.
-¿Y Ricardo?
-Afuera hay una hamaca grande y cómoda.
-¿Quieres que se le suban las ratas?
-Ricardo, no se inquiete, casi nunca pasa.
-¡Casi nunca! Ese es el punto, mamá.
-Ay, Tamara, exageras.
-¿Cuánto tiempo va a durar?
-Mencioné que tres días.
-¿Cuándo llega esa molestia?
-Tu padre no tarda, no querrá llenar el jeep de tierra.
-A mí me recibió con esa reliquia llena de lodo.
-Fue una emergencia, perdónalo.
-Irse por el camino largo no es de urgencia.
-De todas formas hay que recibir bien a las visitas, arregla la mesa. Ricardo ¿gusta ayudarme a bajar los platos de la alacena?
Tamara y Ricardo obedecieron, no sin sentir cierta desconsideración por el aviso. Aunque era la joven la que se hallaba furiosa y le chocaba la idea de comportarse afablemente con quien iba a adueñarse de su cama y le pediría algo por hallarse inconforme.
-¡Hija, cámbiate esa playera! - pidió Anne Didier al advertir que la playera de Tamara tenía marcas de tierra.
-¿Dónde me voy a quitar la que traigo?
-En tu recámara pero rápido.
-¿Otra cosa?
-Péinate.
-¿Qué quieres que haga?
-Quítate el pelo de la cara ¡pero ya!
-Voy, voy, no tardo.
Tamara procedió a complacer a su madre, percatándose de que habían cambiado las sábanas y el cuarto no olía a la humedad de siempre. Las herramientas de la huerta tampoco se hallaban ahí. Al borde de enojarse más, la joven cepilló su cabello y se despojó del calzado, dispuesta a portarse indiferente con el invitado. Se tardó lo necesario para oír una llave, la voz de su padre, el saludo de Ricardo y una bienvenida, todo viable de arruinar y nadie podría reclamarle.
Tamara volvió al exterior, topándose al instante con la sonrisa de su madre.
-Ven, te quiero presentar.
-Mamá, no se va a quedar y no lo voy a ver.
-Es un chico amable.
-No lo habías visto.
-No enchueques la boca.
-Me acabas de correr de mi cuarto.
-Derecha y bonita, deja esos zapatos.
-¡No!
Pero Tamara ingresó a la sala y por la fuerte impresión soltó lo que traía, echó los hombros hacia atrás y levantó su rostro.
-Ella es mi hija, él es Thorm Magnussen - externó Anne Didier y el invitado extendió su mano, Tamara la estrechó apenas - Se quedará tres días pero adelantó su llegada.
-Encontré un tren en Gijón hacia Hendaye y lo aproveché, disculpen por no prevenirlos con más tiempo.
-No te sientas mal, Thorm, qué bueno que estás aquí. Tamara, muéstrale su habitación.
-¿Yo? - preguntó la aludida con desconcierto.
-Disculpa, Thorm, ella es un poco tímida.
-No me incomoda - replicó él.
-Ven - agregó Tamara, segura de que sus mejillas estaban sonrosadas. El chico la siguió en silencio aunque su equipaje pesaba demasiado.
-Aquí dormirás - dijo ella al abrir.
-Se ve muy bien, ¿hay mosquitos?
-Por el calor.
-¿Aire acondicionado?
-No existe.
-Pasaré la noche sudando.
-En Hesparren hace frío.
-Ya entendí, me congelaría de madrugada, ¿teléfono?
-En la cocina y hay un baño aquí, no tienes que salir.
-Me gusta, todo bien.
Thorn se reflejo en un espejo y Tamara aprovechó para contemplarlo detenidamente: cabello café, ojos azules, piel tan pálida como la leche disimulada por un disparejo bronceado y un discreto piercing en la nariz, labios pequeños, nariz recta pero de tamaño apropiado y barba tipo candado, corta y definida.
-Gracias por recibirme.
-De nada.
-¿Hay un horario?
-Mis padres tienen uno.
-¿Cómo va?
-El desayuno a las seis y media, trabajo en la huerta desde las ocho, se come a las tres, el resto de la tarde limpian la casa, cena a las nueve y duermen a las once.
-¿Y tú?
-Me levanto como ellos pero trabajo en el pueblo.
-¿Qué haces?
-Estoy en un club de patinaje.
-Supongo que no pasas tiempo por aquí.
-En la tarde recojo manzanas.
-¿Me dejarías ver cómo lo haces?
-¡Cuando quieras!
-Hecho.
Tamara abandonó el cuarto sin pensar en nada y dócilmente ayudó a su madre a servir la cena, asegurándose de que Thorm recibiera un lugar frente a ella. El huésped agradecía la hospitalidad puesto que venía agotado y un poco hambriento.
-Imagina que es tu casa - comentó Anne Didier cuando Thorm tomó una cuchara. Aunque Tamara creía que su actitud la delataba, la verdad era que adoptaba su posición más seria, inhibiendo a Ricardo y a quien quisiera platicarle algo, pero también daba oportunidad a que Thorm explicara que hacía en Hesparren y cuánto tiempo llevaba de viaje, enterándose de que él veraneaba después de dos años trabajando como profesor de español en Estocolmo. Conforme la cena avanzaba y el vino hacía efecto, Tamara contemplaba más al inquilino, de quien recibía una que otra sonrisa, pero ninguna intencionada, sino más bien mostrando simpatía inicial.
El resto de la velada fue una tortura para la chica, que miraba las puertas e imaginaba que Thorm las atravesaría en cualquier momento. Finalmente, la inquietud la llevaría a pasar la noche afuera, sin ver en ningún momento a nadie más y soportando el frío, mientras su mente divagaba en lo que acababa de ocurrir.
Como siempre ocurre en los pueblos pequeños, el canto del gallo despierta a todos y con la familia Didier, esa regla era inquebrantable. Tamara entró de nuevo a casa a las seis para vestirse y lavarse la cara, sin atender a su madre que llevaba café.
-No pegaste ojo.
-El sofá es cómodo.
-No te enfades tan temprano.
-¿Viste si dejé mis botines en la mochila?
-Yo los metí.
-Gracias.
-¿Tienes que dar clase tan temprano?
-Termino a las doce.
-Creí que ayudarías a Thorm a recorrer el valle.
-No me lo pidió.
-En ese caso, ponte un suéter y come algo.
-Voy tarde.
-No me desprecies la taza.
-Me llevo un plátano ¿en paz?
-Ay, de acuerdo, adiós.
Tamara acabó de colocarse un suéter rosa y salió deprisa por su bicicleta. Ajustaba un pedal cuando notó que Thorm también se iba.
-Hola.
-¿Dónde...? Hola.
-Veré la pesca de merluza.
-Debiste levantarte antes.
-Me gusta ver como llega la carga.
-No habrá nada, ayer mis padres sacaron tilapia.
-Entonces me meteré a nadar.
-Diviértete.
-¿Qué harás hoy?
-Atender a mi grupo, son niños pequeños.
-Suerte.
-Adiós Thorm.
-Nos vemos.
Tamara se marchó sin mirar atrás, pensando que ir a la playa con él sería más divertido que ir a la pista y una de las razones era que podía servir de guía a Saint Jean de Luz o alguna orilla menos concurrida; pero Christophe Simmond iba a despedirse cualquier día y la dejaría a cargo, así que tampoco quería perdérselo.
Imaginar como es el día de alguien más puede agriar las cosas y le sucedió a Tamara durante la mañana. Con el fin del verano, hordas de mochileros se presentaban en el Pays Basque y era fácil que Thorm conociera a alguien con quien pasarla bien sin necesidad de preguntar a los Didier por su granja. A las once, aquella sospecha se concretó cuando su madre la llamó para avisarle que el huésped no llegaría ni a la cena por ser invitado a una fiesta de Biarritz. La joven respondió que no le importaba pero lo sabía y después de colgar apresuradamente, enfureció al punto de que cualquiera sentía temor de equivocarse frente a ella. Más tarde y con el pretexto de que le ayudaría con las manzanas, Ricardo Liukin fue por ella y no recibió más que un frío saludo y una actitud funeraria.
La segunda jornada con el visitante fue peor. Tamara tropezaba con todo, perdía sus pertenencias y miraba el reloj con nerviosismo, además de resistirse a probar bocado porque su garganta se cerraba. A cualquier intento de hablar se detenía y salir a cubrir su turno significaba voltear a todos lados con la esperanza de hallar a Thorm por ahí, aunque fuera confundiéndolo.
En esa tarde, Tamara pasó por los viñedos, descubriendo al visitante en medio de un brindis. Era fácil deducir que había pasado las horas recorriendo el valle y no figuraba si demoraría más, colocándola en la indecisión de acercársele o no. Thorn en cambio la distinguió enseguida e intentó alzar su brazo para llamarla, pero ella montó su bicicleta.
Por un instante, la chica sólo pensó en la mirada de él, tan seria y propia de un hombre que se concentraba en un punto fijo, con un azul no muy profundo sino cristalino. Ella se intimidaba y aunque lo había escuchado por un minuto, recordaba su voz como si lo tuviera al lado.
-¡Hey, aguarda! - susurró él cuando imprevistamente la alcanzó y continuó sonriendo amigablemente - Dijiste que me mostrarías como trabajas.
-¿En serio?
-Si no te hubiera visto, no sabría cuando empiezas.
-No te veía desde ayer.
-Conocí un bar en Biarritz y anduve de fiesta con amigos nuevos, ellos me trajeron a las granjas y al castillo.
-¿Te quedaron ganas de cortar manzanas?
-No creo que sea predecible.
-Muy de vez en cuando.
-¿Cómo hoy?
-No lo sé pero tendrás que hacerme caso, no es tan fácil.
Tamara se dio cuenta de que Thorm llevaba igualmente una bicicleta y parecía muy dispuesto, tanto que ya iba a su lado. De todas formas no esperaba contar con su entera atención y él tenía una impresión rígida pero no mala de ella; más bien correspondiente a la de una persona que se encontraría en el metro a diario. Aunque no se dirigieron la palabra el resto del trayecto, se trató de un recorrido agradable, en el cual, él conoció un sendero repleto de árboles enormes.
-¿Por qué tu familia no siembra vid? - preguntó él al llegar a la granja.
-Mis padres dicen que la gente prefiere comer a beber.
-¿Venden las manzanas?
-Como sidra en navidad, la prensadora y la botella trabajan solas.
-¿Vives aquí?
-Temporalmente, no planeo quedarme.
-¿Buscas algo en el pueblo?
-No me atrae vivir en el campo.
Ella acomodó su bicicleta en el granero y el chico la imitó, pensando que era la rutina diaria. Más tarde lavaron sus manos y supieron que Anne Didier no se encontraba pero había dejado un cocido listo para servir.
-¿Tienes hambre, Thorm?
-Un poco, no desayuné.
-Siéntate, mi mamá preparó morcilla con lentejas y unos pimientos.
Como si fuera dócil, Tamara arregló la mesa y volvió a quedarse frente a él, que se maravillaba con el olor.
-Ricardo y mi padre regresarán luego, fueron a Bayonne por mostazas; no sé por qué no te llevarían.
-Les dije que no.
-Eso me da tiempo de mostrarte que hago aquí, estar quieto no te caería mal.
Thorm rió y ella sonrojó intensamente pero sin dejar de contemplarlo durante la comida, prácticamente hipnotizada. Sus ademanes transmitían cierta ternura pero él los confundía con timidez, como cualquiera que la hubiera observado.
-Thorm, ven - pidió ella repentinamente y el joven se incorporó mientras comentaba que la sazón de Anne Didier era estupenda - Ayúdame con unas ramas que no alcanzo, te diré de cuáles se toman cosas ¿Sabes usar tijeras?
-Sólo he regado plantas.
-Sostendré el sesto.
Con la cabeza baja, la chica guió al invitado hacia el jardín, impresionándole a éste el tamaño de los manzanos alrededor. Para ese instante, a Tamara volvió a paralizársele la voz e intentaba esconderlo sin éxito, aunque Thorm, convencido de su timidez, comenzó a entender qué sucedía. (Continuará)
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