lunes, 14 de abril de 2014

El interrogatorio sobre Carlota


Sergei Trankov hacía lo posible por conservar el rostro inexpresivo y la postura rígida en la sala de interrogatorios para ejercer como defensa el silencio y suprimía cualquier signo de frío o dolor para resistir la luz ámbar que le alumbraba la cara ya que por ser el estímulo más insignificante era el más riesgoso. Los golpes en la espalda, el cuerpo mojado y los azotes contra la mesa eran males menores y se metía en la cabeza que entre más insistieran en hacerlo hablar, más lejana sería la probabilidad de que lo enviasen a Cobbs.

-"No me importa ser electrocutado, no voy a morir" - pensó desafiante. Los oficiales habían fracasado al intentar sofocarle una hora antes y aquello lo hacía sonreír en sus adentros para irritación de Vladimir Putin, que entre más creativo se mostraba con sus torturas, menos disposición recibía del prisionero.

-Pregúntenle sobre vodka, a lo mejor de eso si nos platica.
-Está asustado, no tarda en cantar.
-Entonces pónganle a su padre enfrente ¿para qué lo tenemos aquí? si él lo entregó, que él lo interrogue- aconsejó un cansado novato. Putin por poco aplaudía.

-Traigan a Fabian Weymouth - se ordenó. Sergei Trankov alcanzó a escuchar aquello justo cuando se enteraba que su tiempo límite de siete horas aún distaba de cumplirse.

-No voy a pasar la prueba - musitó apenas lo suficiente para que Putin volteara a verlo desde su lugar sin malicia.

-Eres admirable, Trankov - le comentó. 

En Moscú, la nieve arreciaba y comenzaba a enterrar las banquetas con determinación. En la habitación, el guerrillero finalmente abandonaba la creencia de hallarse en el sótano, eligiendo pensar que lo habían metido en el primer piso, regalándole la vista a la calle como esperanza.

-El señor Weymouth aceptó hacerse cargo, pero quiere que lo dejemos solo, señor presidente - avisó el novato.
-¿Quién se ha creído?
-Es mi padre - respondió Sergei muy severo y Putin le estrelló la cabeza contra la mesa.

-Si que eres duro, Trankov... No vuelvas a contestarme como si fuera un tonto.

Putin se apresuró a salir y en la puerta, estrechó la mano de un hombre de cabello cano y ojos caídos.

-Todo suyo.
-Gracias, ¿me da la llave? Voy a quitarle las esposas a mi hijo.
-¿Por qué?
-¿De qué sirve llevarlo resfriado a Cobbs? Además, a él se le trata por las buenas. 

Putin no concedió el permiso y el hombre atravesó el umbral como si fuese propietario del edificio para encontrarse a Sergei.

-Matthiah, levanta la cara.

El rebelde se sorprendió de ver a su padre porque esperaba que esa presencia fuera una broma, un invento.

-¿Qué? ¿Pensabas que nadie más viajaba por el tiempo? Das vergüenza.

Fabian Weymouth se colocó detrás del guerrillero y lo desató.

-Ahora ponte esto, no quiero que te enfermes.

Sergei tomó una playera y una chaqueta.

-También la gorra.
-Me congelaba.
-Mírate muchacho, ¿dónde te hiciste ese tatuaje? ¿es un hurón, eh?
-Fue en Marsella.
-¿2002 o mil novecientos y tantos? 
-1908, me lo hizo un empleado del astillero.
-Vulgar pillo.
-¿Cómo aprendiste a sacar esposas?
-Las legiones en África dejan buenas habilidades.
-¿Cómo me encontraste? 
-El viejo del muelle me forzó a venir.
-¿Por qué hiciste que me trajeran aquí?
-Porque un hombre necesita recibir palizas cuando es como tú. Estás vuelto un guiñapo, siéntate.

Sergei acató sin chistar.

-¿Cómo vas de un tiempo a otro?
-No lo sé, padre, en serio no lo sé.
-Mentira.
-¡De qué te sirve!
-Matthiah, no te corresponde gritar.
-Absténte de llamarme Matthiah.
-Sergei Trankov no es mi hijo, tú sí.
-Que importa.
-¡Insolente! No eres el hombre que eduqué.

Fabian Weymouth tomó a Sergei por la espalda.

-Es una lástima que tomes el papel de lo que esa niña te convirtió.

El guerrillero no sabía qué contestar.

-Viniste a salvar una época que no es la tuya.
-¿Queda alternativa? 
-¡Regresar a casa!
-¿A qué volvería?
-A construir el futuro.
-Pues está hecho, no tengo a qué ir contigo. 
-¿Abandonarás a Alban, a tu prima y a tu madre? 
-Dile a mamá que la quiero.
-Matthiah, te he liberado de la carga familiar y de los negocios para que seas tú mismo pero has hecho una caricatura aborrecible. Tienes a varias mujeres sufriendo por seguir a una niña caprichosa que se dedica a manipularte ¿Por qué le dejaste tu destino a la tal Carlota? 

Sergei continuaba con su silencio al respecto.

-Tienes sangre seca en la frente, límpiate.
-Gracias por el pañuelo.
-No te entiendo, siempre fuiste un patán y estabas a gusto. A veces quisiera que no hubieras dejado la vida disipada, hasta te habría soportado más escándalos con cortesanas caras antes que esto.
-¿No eras tú el que suplicaba que yo cambiara?
-¡Vuelve a verte, Mattiah! Las cicatrices, las arrugas, el miedo ¡Ese no eres tú!
-¡Intento ser un buen hombre!
-¿Cuánto más hay que repetírtelo? ¡Eres el títere que Carlota Liukin desea que seas! ¡Un hombre debe proteger a una mujer, no a una niña! 
-¡Carlota ya no es una niña!
-¡Pero tampoco es una mujer! ¡Ella es un monstruo! 
-¡Carlota es sólo una chica que no alcanzo a entender!

Fabian Weymouth propinó un puñetazo a Sergei, más por incredulidad que por la genuina convicción de hacerlo por enojo. 

-¿Cuándo la conociste?
-El año pasado, en el parque De Gaulle.
-No hablo de ese encuentro, hijo.
-Entonces ¿de cuál? 
-De la primera vez que la soñaste.
-Nunca me la he topado así.
-¡Mientes! ¡Todas tus amantes se han quejado de oírte confundirlas con ese nombre de Carlota! 
-¡Carlota es sólo una jovencita que salvé de un enfrentamiento en el parque! 
-¿Y tus sueños? ¿Y tus pesadillas? ¿Y tus viajes? ¿No se supone que esa niñita te ordena cómo vivir? 
-Carlota Liukin me desagrada.
-Qué falsedad.
-No puedo rendirle pleitesía como ella le exige a todos los que la conocen y admiran.
-Pero no eres capaz de negarte a salvarla de sí misma ¿Por eso te has hecho su guardaespaldas?
-No caigo tan bajo.
-Porque estás hundido.
-No me volví un guerrillero por protegerla, es el futuro de Tell no Tales el que pende de un hilo y es mi responsabilidad cuidar lo que construí.
-¿Por qué estás aquí y no allá?

Trankov agachó la cabeza. No tenía motivos para responder, estaba indefenso.

-Le revelaste al teniente Ilya Maizuradze que no valía la pena luchar por esa ciudad ¿Podrías contarme qué cambió?
-¿Quién te enteró de esa charla?
-Yo fui a seguirte... Voy a disculparme con ese buen hombre, lo han culpado de tenderte una trampa.
-Afortunadamente, le creo más a él que a ti.
-No empecemos una discusión más personal, que tengo otros reproches igual de serios.
-A los cuáles no les aguarda una respuesta que no te haya dado antes.
-De todos los problemas que has tenido, de este no puedo sacarte.
-La cárcel y la pena de muerte son consecuencias lógicas.
-No es el tema que me atañe.
-¿Entonces? 
-Carlota y Tell no Tales.
-Insistes en un caso perdido y otro más rescatable.
-¿Cuándo comenzaste a soñar con ella? 
-No digas más, mejor interrógame como lo haría Vladimir Putin, es más conveniente.
-He anhelado que entiendas que hacerle caso a ese monstruo de muchacha no está bien.
-Deja de llamarla monstruo.
-¿Cómo quieres que la nombre?
-Como te ingenies, pero no monstruo.
-Mattiah, debes deshacerte de ella y no cooperas conmigo.
-Carlota no va a parar, lo sabes.
-Es importante que me digas en qué segundo iniciaron tus sueños, porque principalmente por ella es que estás aquí.

Trankov no concedía ni un poco de verdad a su padre, no la suya. Carlota era un problema que sentía que debía arreglar solo y ahorrarle a los demás la frustrante tarea de pensar en ella; pero el pudor también lo enmudecía. Algo tan íntimo, como un instante dormido, era abrumador de desahogar.

-¿Lía sabe con quién has soñado?
-¿Lía?
-No soy tan inocente, noto que has pasado noches a su lado.
-No le he contado que Carlota es su bisnieta.
-¿Algo que le hayas explicado?
-Que me encuentro con ella; Lía la vio una vez.
-¿Por qué no te abandonó?
-Porque le dije la verdad, ya no quiero acercarme a Carlota, me aterra y al mismo tiempo deseo tanto...
-¿Qué cosa?
-Carlota Liukin es la única que existe en mi mente cada noche.
-Mattiah, esto es inconcebible ¡Deja de decir idioteces!
-¡Si te contara mis delirios, no me alcanzarían las horas para que entendieras!
-¿Qué te ha provocado esa niña? 

Sergei Trankov se incorporó y se recargó frente al cristal de la sala. Con lentitud, depositó las manos en los bolsillos de su pantalón y después de hurgar en ellos, sacó un collar con dije de plata en forma de corazón, recordando que Carlota Liukin se lo había dado a guardar y por alguna circunstancia, no lo devolvió.

-¿Qué te hace creer que Carlota no está rezando por mí? - señaló de pronto - ¿Que no llora o que no se preocupa?
Es cierto, no sé cómo voy de una época a otra y cómo esa chica maneja mi vida, pero conozco muy bien mi misión.

Trankov apretó el dije con su puño y al descubrirlo de nuevo, deslizó su pulgar sobre él, abriéndolo y deslumbrándose por lo que guardaba.

-"Cuenta conmigo, Carlota" - pensó.

-¿Que traes en la mano?
-Algo que me pertenece, padre.

Sergei Trankov cerró el corazón y dando la media vuelta, lo mostró a Fabian Weymouth y después a Vladimir Putin.

-¡Me juraron que lo habían revisado! - gritó Putin, Sergei sonrió espontáneamente.

-Suelta eso, hijo - clamó el señor Weymouth.
-¿Conoces esta joya?
-¡Es el Corazón del mar! ¡El del Zar! ¡El que robó el pirata!
-¡Oye, Putin! ¿Te interesa? - cuestionó Sergei de frente al cristal polarizado de la sala. 
-¡Estás loco Mattiah! - exclamó su padre.
-Mattiah Weymouth debe hacerse a un lado, papá; seré Sergei Trankov hasta que esto termine y volveré a mi tiempo y a casa, me dio gusto hablar contigo.

La puerta del lugar se abrió al momento en que Sergei se colgó el dije, permitiéndole salir al pasillo.

-Siempre te convendrá mantenerme vivo, Putin.
-Tienes tres minutos, vete por el oeste.
-¿Tiene coartada?
-Miles.

Sergei rió más y se consagró a correr velozmente.

-"Sergei Trankov se escapa, no le disparen y no lo detengan, repito: no lo detengan" - oían los militares y los policías del edificio por radio. La niebla blanca era ya tan densa que el guerrillero era prácticamente invisible, haciéndole ganar cierta carrera a las manecillas cuando llegó al enorme patio oeste. Se registraban sus pisadas en los micrófonos pero nadie podía localizarlo. Al llegar a un enrejado, Sergei sacó un balín rostov de un bolsillo, lo arrojó y destruyó barricadas y explosivos alrededor, dejando atrás definitivamente el lugar con mucha seguridad. La ciudad de Moscú se encontraba a diez kilómetros a pie. 

Sergei Trankov determinó caminar al lado de la carretera una vez que estuvo alejado, reflexionando sobre el golpe de suerte que acababa de experimentar, encontrando un teléfono amarillo a la orilla de un retorno. No le quedaba claro si era de mañana o el atardecer prolongaba su duración, pero había mucha luz y esa niebla espesa se transformaba en nieve. 

El guerrillero intuía que era oportuno protegerse en la cabina y dejar que la tormenta siguiera su curso. No poseía nada para cambiar su aspecto y no ser reconocido, tampoco un abrigador suéter debajo, pero ambas desventajas lo tenían sin cuidado mientras contemplaba tentadoramente el auricular. 

-Cuánto miedo sentí - expresó al asimilar la situación, hallarse con la frente sobre las rodillas y los ojos repletos de insólito llanto, así como un temblor en las manos. Él supo que la próxima ocasión sería capturado por el Gobierno Mundial y nadie saldría a postergar su momento final.

Aun se imaginaba como lo recibiría Lubov y a qué rumbo tendrían que marchar, cuando optó por resistirse y no usar el teléfono, pero al hacerlo, alguien golpeó la puerta de la cabina.

-¿Carlota? 

Una figura ataviada en rojo, la mismísima niña del abrigo rojo, lo miraba a través del cristal y se desintegraba en medio de una lluvia de diamantes. 

-"Habla con ella" - sugirió la figurilla antes de desvanecerse por completo. Trankov se puso de pie y descolgó, pero recordaba un solo número y era el más apropiado.

-"¿Hola?" - respondió una voz triste.
-Carlota Liukin, sé que eres tú.

Hubo un silencio que duró apenas. Sergei reconocía los pasos de Carlota al apartarse de los demás y la escuchó llorar de alivio y emoción.

-No es necesario que pronuncies nada, Carlota. Estoy vivo y estoy bien... Voy a Moscú y quizás no deje rastro más tarde.

Sergei Trankov percibía la respiración de la joven.

-Puede ser la última vez que logre localizarte y decirte "hey, todo será mejor desde hoy", o sea la primera de muchas; pero nunca podré darte las gracias como ahora. Yo te debo mi vida.

Él estrelló su mano izquierda en el cristal. 

-Carlota Liukin, soy tu guerrillero y pelearé por ti, a eso vine hasta este rincón. Aunque no puedo corresponderte, honraré el amor que me has dado y será un gran aliciente verte feliz. Un día, al final de este camino, cuando me toque el turno de ir de vuelta a mi hogar, sabrás que mi dedicación a ti es verdadera y que nunca te olvidaré. 
Anhelo que al llegar ese concluyente instante, todo entre nosotros se haya saldado. Crece, cambia, madura, prueba y vive, lo mereces, ¡tienes estos años para intentar y levantarte! Si nos volvemos a ver, será el lugar y nuestra oportunidad
¡Te deseo un futuro "te amo, Carlota Liukin"!

Él cortó la llamada y abandonó la cabina decididamente para retomar la ruta hacia Moscú. Al otro lado del auricular, Carlota Liukin lloraba de alegría, desconociendo que su dije de plata había rescatado a Sergei Trankov.

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