martes, 1 de abril de 2014

Entre Bérenice y Maddie


Tell no Tales:

-Buen discurso sobre la detención de Sergei Trankov, fue muy convincente fiscal Eckhart.
-Me limité a explicar el procedimiento ¿alguien ha logrado contactar a la embajada rusa?
-Seguimos en eso.
-Oficial, quiero que Trankov sea custodiado por la Marina, que alguien consiga una orden, cualquier juez accederá.
-¿Algo más?
-¿Cómo va la revisión de expedientes?
-Maddie Mozer se ha negado a entregar los que faltan, dice que lo hará cuando le devolvamos el resto.
-No puede ser, debemos acabar a más tardar el jueves, si no tenemos los archivos listos a cualquier hora nos llegará un diluvio de reclamos por el desorden. Yo lo arreglo, alguien sírvame café y póngalo en mi escritorio. 

Lleyton Eckhart presionó el botón del elevador mientras se cubría la cara con la mano izquierda para simular estrés de forma efectiva y prepararse para una nueva y pesada jornada.

-No es necesario buscarme, me cambiaron de lugar - le avisó una mujer que salía del ascensor - Mejor haz algo con ese aspecto ¿estás enfermo Eckhart?
-¿Perdón?.. Me distraje, Maddie ¿me harías el gran favor de enviar lo que ordené?
-Sígueme, mi lugar está cerca de la escalera.

Lleyton y Maddie cruzaron el tercer piso y ella abrió una bodega. El aguardó a que la mujer se colocara en su puesto detrás de un cristal y le invitara a tomar asiento.

-¿Te gusta? Tengo luz natural.
-¿Cuándo trasladaron el archivo para acá?
-Tres meses.
-¿Qué?
-Tú estuviste de acuerdo, Lleyton, hasta me felicitaste.
-No me acuerdo.
-Nunca prestas atención... ¿Lleyton? Hey, atiéndeme, no tengo tu tiempo ¡Lleyton!
-Lo siento, lo siento, no dormí.
-Se nota, luces pésimo, qué ojeras y ¡dios! ¿te bañaste?
-Sí ¿no parece? ¿huelo mal?
-No, pero... ¿tienes resaca? 
-¡Por supuesto que no! 
-Lleyton, fui tu esposa, te conozco y ¿qué rayos tomaste? ¿Fue whisky, verdad? Lleyton, responde... ¡Ea, mírame y responde! 
-¿Dijiste algo?
-Ya... Mmh ¿Quién es la chica? 
-Qué absurdo, mejor sepulta mi oficina con todas esas cajas y me avisas cuando hayas acabado.
-Lleyton, no te daré un documento más... ¡Ay, no! ¿Otra vez? ¡Hombre, tu asunto está aquí enfrente!
-Discúlpame, me siento cansado.
-No te creo, jamás ignoras el trabajo.
-¡Me embriagué, de acuerdo! Bueno no, pero el whisky no ayuda.
-Lo sabía ¿a qué se debió el milagro?
-¿Cuál?
-El de tomar unos tragos ¿ser el fiscal general ya te hizo efecto? 
-Pasé unas noches terribles, me... 
-¿Lleyton?
-Qué hermosa...
-¡Ah, lo sabía! ¡Es una mujer!
-¡No!
-Acabas de decir "qué hermosa" y eso aplica con chicas ¿de quién se trata?
-Mira Bére... ¡Maddie! Tenemos mucho que hacer.
-¡Me confundes con ella! Ya dime ¿cómo es?
-Maddie, sólo quiero ocuparme del desastre en los archivos y es lunes.
-¿Te reconoces, Lleyton? Te emborrachaste por una mujer, ja ja ja.
-¡Claro que no!
-Es inútil, te pusiste en evidencia con tanta distracción.
-¡No me gusta ninguna mujer o muchacha!
-¿Es Sandra Izbasa?
-Ella no cuenta como mujer.
-¡Aw! A Lleyton Eckhart le gusta una bella donna; me alegra que recuerde que es humano. 
-Deja ese cuento.
-Vamos, Lleyton, no habías suspirado por nadie en años.
-Maddie, no entrometo mi vida personal con mis colegas.
-Otra vez pones tu barrera.
-Me parece correcto separar mi intimidad de la oficina y ya he dicho bastante.
-Sigues siendo el mismo tipo con el que estuve casada. 
-Mira, Maddie, no es que no confíe en ti, es que debo resolver esto por mi lado.
-¿En serio te inquieta esta desconocida? ¡Qué lindo, Lleyton! 
-Pues no es tan bonito, tengo que arrestarla.
-¡No! ¿Es una bandolera? ¿Te convertirás en su Clyde?
-No te rías.
-Es que me cuesta creerlo ¿es una ladrona? ¿viuda negra? ¿prostituta?
-Mesera.
-Eso no es un delito.
-Ella es una infractora.
-Dime su nombre.
-No te confiaré algo así.
-¿En qué restaurante trabaja? 
-No la encontré en un lugar de esos.
-No se me ocurre otra cosa... ¿un club nudista?
-¿Por qué entraría a un negocio así?
-Cierto, eres muy aburrido.
-¡Mujer! 
-Nunca vas a un estadio, te choca el parque, no sales ni por un helado y te gusta comer en Poitiers porque algo bueno debías tener.
-Fui a otro sitio el sábado.
-Je, detalles. ¿El sábado, en serio?
-Por la mañana y por coincidencia me encontré a la chica, no avisé a los oficiales y terminé regresando por ella en la noche. Quedé como estúpido.
-Si no le avisaste a la policía es porque te... ¿Qué pasa Lleyton? ¿Te gustó mucho?
-Si trajera a esa chica a esta jefatura, me darían una condecoración enseguida.
-¿En serio?
-Cuando me acerqué a ella, me volví un idiota, corrí y no paré de beber whisky por todo el Panorámico.
-Ahora sí tengo la boca abierta.
-Quise ver cuáles cantinas debo clausurar y ella estaba justo en esa.
-¿Cuál? 
-¿Y si me confundí y ella es una persona muy diferente?
-¿En dónde la viste?
-¿Recuerdas que me desagrada el salkau?
-¡La cantina de Don Weymouth! 
-La chica me atendió, hasta bebí esa cosa para darme valor.
-¿Tomaste salkau? ¡Ja ja ja! 
-Me porté como una gallina sin cabeza.
-Ay, Lleyton, esa mujer te atrae bastante.
-¿Por qué no la detuve?
-¿Quieres que te ayude?
-Deseo saber quién es, qué hace, de dónde viene, qué le interesa o si se acuerda de mí.
-Eso es fácil, yo puedo preguntarle.
-Gracias.
-Ven, resolvamos esto.

Maddie agarró su bolso y obligó a Lleyton a ir detrás, huyendo por la escalera. El pobre hombre no podía resistirse al paso de ella.

-¿Qué planeas? - le preguntó en la calle. 
-Tranquilo, Lleyton, voy a ayudarte.
-¿A qué? 
-A hacer tu trabajo.
-¿Estás loca, Maddie?
-El demente eres tú, te gusta una criminal.
-Con todo respeto pero yo no debería venir.
-Todo lo que debes conocer de la mesera se obtiene sencillamente.

Lleyton y Maddie se trasladaron al Panorámico por metro mientras ella se reía a momentos y le daba por creer que él finalmente llegaba a una especie de tope con su devoción por el trabajo. Cuando arribaron a la estación, era tal el pánico de Eckhart que su acompañante comenzó a tratarlo como pequeño.

-Mira, Lleyton, tú te quedas aquí a esperarme y yo me encargo de hablar con la chica. Si te mueves, te las verás conmigo.
-Pero tengo que verla.
-Estás hiperventilando, no hay motivo.
-Regresa tan pronto como puedas.
-¡Venga, mi niño! Je, je, no puedo creer que estoy resolviéndote un aprieto. Dame algo de tiempo. 

Maddie abandonó el solitario andén en
medio de un ataque de risa y llegó a ese escenario peatonal que era la zona de bares. Asomándose por el mirador, se percató de que la probabilidad de que Eckhart no exagerara se reducía a una y si no visitaba la taberna ya, nunca podría comprender qué acontecía con exactitud. 

Tomando las cosas con escepticismo, Maddie giró hacia el local de los Weymouth y le bastó colocarse en el marco de la puerta para enterarse de lo primordial: La dichosa mesera no era la alucinación etílica de un workaholic, sino un personaje notable por su chispeante personalidad.

-¿Bérenice Mukhin? ¿Aquí? - habló para sí al tiempo que la aludida soltaba unas lagrimillas encima del periódico por Sergei Trankov y las intercalaba con la toma de órdenes de los pocos presentes. Para evitar que sospecharan de su vigilancia, Maddie escogió una mesa y se limitó a recibir su turno.

-Buenos días, señorita.
-Te digo hola.
-¿Se le ofrece desayuno?
-¿Cuál es el menú? 
-Estofado de vegetales.
-Prefiero beber algo ¿hay salkau?
-Los sabores de hoy son guanábana, manzana y avellanas.
-Dame un vaso de avellanas.
-Claro.

Bérenice fue directo a cumplir el pedido y Maddie la vio llorar.

-Aquí tiene.
-¿Puedo saber que te pasa?
-Capturaron a Sergei Trankov y eso me pone muy triste.
-¿Eres una de sus admiradoras?
-Es mi héroe.
-Qué mainstream.
-¿Main... qué?
-¿A quién no le gusta Sergei? digo.
-A las que tienen mal gusto.
-Ahora que lo dices, concuerdo.
-¿Supo que lo atraparon? Pero escapará, confío en él.
-Si tú lo dices.

Bérenice pudo continuar conversando si su jefe no le hubiese puesto a limpiar la barra de inmediato. Para Maddie, aquello era inentendible: estaba frente a una chica buscada por las autoridades y a nadie le interesaba delatarla, al contrario. 

-Lleyton, estás frito - murmuró cuando la contempló mejor. Hasta al exhibir su risa fingida delante de los pescadores, Bérenice lucía natural y su labial rojo destacaba por entero sus rasgos.

-No le cobré el vaso, son 25c - dijo la mesera al darse cuenta de que Maddie tomaba gratis.
-Por supuesto, te doy el dinero.
-En un momento le devuelvo el cambio.

Maddie, que aun consideraba que Bérenice Mukhin era mujer normal, se llevó una rotunda sorpresa cuando aquella demostró que su memoria era deficiente ya que había olvidado servir dos o tres tragos. A lo mejor era por novatez, igual de resaltable que su comportamiento divertido, pero Maddie también constató que Bérenice no sabía de números y era Don Weymouth quien realizaba las cuentas por ella con tal de que la clientela no se quejara por la entrega errónea de cantidades sobrantes.

-Sus monedas, señorita.
-Gracias, oye mujer ¿te sentarías un momento conmigo?
-¿Por qué no?
-¿Haces lo mismo a diario?
-¿Qué cosa?
-Estar con la gente en su mesa.
-Si ellos lo piden, sí. Yo los complazco en lo que buscan.
-¿Hablamos de la cantina todavía?
-Sí, afuera no me llevo con nadie, don jefe me despediría si se me llego a poner de acuerdo con alguien para vernos lejos de aquí.
-¿Cuánto tiempo llevas trabajando?
-Desde el viernes, lo sé porque le pusieron carita feliz al calendario y yo siempre marco así ese día.
-¿Recuerdas a todos tus clientes?
-Si no se hacen notar, se me olvidan sus caras después de cobrar.
-Es que, he venido aquí antes y eres la novedad.
-Dicen que les caigo muy bien.
-¿Te vas a acordar de mi rostro?
-Tal vez, lo más seguro es que no.
-Es que te quiero preguntar algo.
-¿Qué?
-¿Recuerdas a Lleyton Eckhart?
-¿Quién es?
-El nuevo fiscal general de Tell no Tales, estuvo el sábado bebiendo salkau, tú le atendiste.
-No sé nada.
-¿Me dices la verdad? Él ha salido en el periódico.
-Sí, perdón.
-Así está bien.
-¡Chica, saca la basura! - mandó Don Weymouth al instante, Bérenice se incorporó enérgicamente y sujetó con dificultad dos enormes bolsas hasta el contenedor de la banqueta. Acto seguido, la joven corrió a asearse las manos y a instalarse en la barra, a esperar parroquianos. Como se aburría pronto, ella depositaba un poco de dinero en la rocola y bailaba merengue o las canciones de Michel Teló, recibiendo aplausos de los pescadores y propinas extra. Para Maddie, contemplar a esa mujer era desconcertante.

-¡Chica, deja la fiesta! ¡Ve al mercado!
-¿Qué le traigo, jefe?
-Manda a pedir cuatro cajas de zarzamoras para mañana, te doy dinero exacto.
-¿A quién le digo?
-Al señor que viste de anaranjado, no hay manera de fallar, de todas formas anoté en el sobre por si se te olvida.
-Allá voy, jefe.
-Toma, te compras algo.
-Muchas gracias, ¿usted querrá un antojo?
-Entrega bien el encargo al señor de anaranjado ¡anaranjado!
-¡Lo veo luego!

Bérenice salió y Maddie oyó decir con los pescadores que la chica tenía una retención tan mala, que era milagroso que no se equivocara frecuentemente al servir mesas. De hecho, le daban propinas mayores a lo que estilaban para evitarle el bochorno de contar y más de uno sabía que Bérenice no leía ni las letras grandes, aunque a la clientela le agradaba tenerla ahí dentro por ser bonita y no considerar los piropos subidos de tono como acoso. 

-Pues qué caballerosos - susurró Maddie antes de contar cinco minutos y ver a Bérenice de regreso.

-¿Pudiste dejar el encargo?
-Me dieron el recibo, jefe.
-Menos mal, mejor te felicito ¿Qué comes?
-¡Una pop-tart de chocolate! Me la vendió la señora de los dulces, ¡siempre quise probar una!
-Me alegra chica, vuelves a tus labores cuando hayas terminado con tu ...
-¡Pop-tart!
-Esa cosa... Evan llega a las once y media y te quiero bien arreglada porque en esta cantina somos decentes y vamos a misa de diario como Dios manda. 
-Lo que me ordene, jefe. 
-Que por la Santa Trinidad no nos han cerrado y hay que dar las gracias.
-Así es, como rápido.

Para Maddie, tal escena fue suficiente para marcharse discretamente, con conclusiones no halagadoras. Al pisar la calle, se sentía más que incómoda.

-¡Lleyton! ¡Te dije que esperaras en la estación! - gritó y cruzó la acera.

-Tenía que verla.
-¡También compraste una estúpida pop-tart!
-Maddie, me estoy volviendo loco, la seguí por el mercado, no me controlo mucho, ¿hay algo mal?
-Ella no se acuerda de ti el sábado ¿contento?
-¿Qué? ¡Hice el ridículo enfrente de ella!
-Lleyton, ni siquiera podrías llevarla a declarar ante el juez si se te quita la locura de que esta mujer te atrae como animal. 
-¿Sí es Bérenice?
-Sin falla, pero no es conveniente acercarte a ella.
-¿Qué supiste?
-No es competente para ningún proceso penal y un estudiante con una semana de derecho es capaz de demostrarlo. Lleyton, esta mujer no sabe leer, ni de números o en qué día vive a menos que le ponga carita feliz al calendario o algo así entendí. Si trabaja en esta cantina es porque todos prácticamente se masturban pensando en ella y si le piden algo, Don Weymouth se tira a orar para que no la riegue.
-¿Quieres decir que ella es tonta?
-Ignorante, tonta y olvidadiza. Tengo que reconocerle que anda con buena actitud y tiene ganas de trabajar, a lo mejor tiene un poco de talento pero ... Ay, Lleyton, lo lamento.
-¿Tiene novio?
-No lo investigué, pero le gusta Sergei Trankov y no la culpo ¿a quién no?
-Maddie, ¿debo olvidarme de este asunto porque ella no es muy lista?
-Tienes que librarte de este cuento porque si ella no aprendió lo elemental, menos como es tu cara. 
-Maddie, no me has dado un motivo para olvidarme de ella.
-¿Qué sea una pandillera no te basta?
-Dijiste que no es consciente de muchas cosas.
-Lleyton, hasta la gente más cabeza de chorlito de este mundo sabría quien eres, si ella no ¿qué te hace pensar que si te presentas de nuevo en el local, recordará que te vio antes?

Lleyton no contestó.

-Vámonos, en la jefatura hay cosas importantes que hacer.

Él siguió a Maddie unos escasos metros, reflexivo. Le costaba creer que la efervescente Bérenice Mukhin no fuera capaz de reconocerlo al menos en la portada del diario o que lo sucedido el sábado le pasara inadvertido, pero la voz optimista de Bérenice se esparcía por la calle, forzándolo a voltear y descubrir que estaba detrás de él.

-¡Señor! ¡Qué bueno que lo veo! Me preocupé mucho por usted.
-¿Tú me estás diciendo...?
-Es que usted bebió tanto salkau y lo vi tan mal que quise alcanzarlo en la calle pero no lo encontré.
-¿Entonces, me recuerdas? 
-Perdónenos por lo del sábado ¿pero se siente bien?
-Sí, yo...
-¡La señorita lo conoce!
-Ella es Maddie, soy Lleyton y tú... 
-¡Bérenice! 
-Voy a encontrarte en la cantina siempre.
-Eso espero, que bien que no le paso nada malo. Buen día.
-Igualmente... ¿Cómo me reconociste?
-Es que voy a la tienda y lo vi pasar.
-Gracias por tu consideración.
-Les dejo, acabo de olvidar qué debo comprar pero aquí dice. Adiós.
-Adiós, Bérenice.

Lleyton Eckhart sonrió y hasta abrazó a Maddie porque Bérenice se le había acercado.

-¡Ella me conoce!
-Lleyton, calma.
-¡Y decías que no!
-No parecía, ¿estamos?
-¿Qué voy a hacer? Maddie, guarda el secreto.
-No me metas en tus cosas... Más.
-Gracias.
-Lleyton, te aconsejo que no la busques.
-Sé que no debo.
-¿Ahora qué sigue?
-¿Quieres compartir una pop-tart?

Maddie aceptó pero no perdió detalle de Bérenice, que abandonaba un expendio de materias primas con dos botellas de pulpa de vainilla. Lleyton Eckhart miró a la mujer con felicidad.

 

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