sábado, 13 de mayo de 2023

Ricardo y los Hazlewood


Jueves, 21 de noviembre de 2002.

Edward Hazlewood no evitó asombrarse al mirar la puerta de la casa Leoncavallo y constatar que un farol iluminaba intermitentemente la calle. El sentimiento no provenía por algo ajeno al continuo desconocimiento y la rutina. La Calle del Pignater era obligatoria para llegar al remolino que se formaba por la noche en una parte cercana del canal y que era lindo de ver cuando el alumbrado público funcionaba. 

-Iré por el vestido... Señor Hazlewood, usted debería acompañarme - mencionó Maragaglio al salir del bote y extender su mano cortésmente para evitar que su improvisado invitado cayera al agua. El hombre respondió al gesto de forma predecible y quedó establecido que Giampiero Boccherini esperaría en el frío.

-Bienvenido y supongo que será la primera de muchas visitas - añadió Maragaglio y abrió con la advertencia de que su familia estaba contagiada de influenza y no harían ruido para evitar algún escándalo. Sin luz, Hazlewood tropezó cuando el otro le dirigió a los escalones, pero nadie se perturbó por el golpe en la madera.

-Perdón.
-No se preocupe, suba y quédese en la segunda puerta a la derecha.
-¿Es la habitación de Katarina? No puedo pasar.
-Señor Hazlewood, no lo haría de todos modos.
-Es que no soy irrespetuoso y si me dicen que no en un lugar, no insisto.

La mezcla de madurez, inocencia y temor de Edward Hazlewood llamaba la atención de Maragaglio, que no podía ocultar que el hombre empezaba a agradarle y se preguntó si Marco Antonioni era heredero de algunas de esas características. En la puerta de Katarina se hallaba la famosa bolsa donde ella guardaba sus cartas, pero a la vista y vacía. A Maragaglio le extrañó.

-Abriré, así que si pudiera abstenerse de ver algo...
-No tenga cuidado.
-Señor Hazlewood, no haga ruido.
-Seguro.

Los dos se miraron apenas y cuando el cuarto se abrió, cada cual siguió el plan como se acordaba.

El espacio donde Katarina Leoncavallo solía dormir tenía paredes blancas y una cama de aspecto antiguo con una mesita circular y una lámpara pequeña en forma de bola de cristal del lado izquierdo. El lugar estaba decorado con varias series de luces, un par de macetas junto al espejo, cortinas también blancas y un clóset de madera de color verde claro que delataba cierto desorden. En la mesa frontal, una computadora portátil, varios lápices y acuarelas se hallaban cerrados. Maragaglio no dudó en alimentar a la mascota de la chica, un sapo viejo y perezoso que moriría cualquier día y había acompañado a la familia por quince años. 

-Bien, busquemos ese vestido. Perdona Katy - dijo Maragaglio y Hazlewood le oyó pese a permanecer al pie de la escalera. 

Abrir el clóset de esa joven mujer era un tanto nostálgico, al punto de sonrojar a Maragaglio con tantos vestidos de colores pasteles. El amarillo era el color predominante, aunque había prendas azules y lilas. El intento de Katarina por lucir más a la moda se notaba también, con vestidos y pantalones de colores oscuros o materiales brillantes, chamarras de cuero, botas, medias y faldas sin utilizar, todo ajustado, sofisticado. 

-Lo que estoy buscando no está aquí - susurró y le dio por hurgar en el baúl que la joven ocultaba bajo su cama. Aunque esperaba hallar peluches, fotos o diarios, le sorprendió que el modelo deseado estuviera junto a una serie de papeles de aspecto viejo y un fuerte aroma a rosas. Katarina era aficionada a la caligrafía y sus pensamientos estaban consignados en estilos exquisitos.

-"No debo sentir esto", "Sólo pienso en él, pero el gondolier es quien me acompaña a casa", "¿Mi amor hará caso?", "Me ha dicho hoy su nombre: Es Marco" - y frases similares se leían mientras Maragaglio se negaba a darle una identidad al "él" del que su prima hablaba. Poco después, encontró otro papel que lo hizo revisar debajo del vestido, tomando en el acto una camisa y una confesión que enunciaba:

-"No sé por qué lo hice. Acabo de estar con Miguel y le he dicho a Maurizio que le quiero... Pero encontré a Marco en la lavandería y le he robado su camisa, la que sé que le gusta. Él no me la pidió de vuelta, gritó que podía quedármela. Creí que me hablaría de una cita y me arrepentí de rechazarle el paseo por el viñedo de Santa Lucrezia el otro día".

Maragaglio comprendió parte de una historia que no le habían contado y pensó que era todo, pero la cajita de sorpresas le dio un extra que no supo cómo tomar. Una nota que no iba con las otras ilusiones.

-"El profesor Hazlewood me ha hecho reír, me hace feliz".

"¿Qué es esto?" Se intrigó Maragaglio mientras prestaba oído para percatarse de que su invitado sería descubierto si no lo sacaba del pasillo. Con sigilo, logró llegar hasta el hombre y lo jaló hacia el interior de la habitación.

-¿Qué pasa? - preguntó Hazlewood.
-Silencio.
-Creo que alguien...
-Por eso, quédese quieto.
-¿Nadie notará la luz?
-No.

Ambos prestaron oído a una pisadas pesadas y una intensa tos que desaparecieron al cabo de unos segundos. Entonces hubo un suspiro de alivio.

-No debería quedarme - expresó Hazlewood al clavar la mirada en el piso.
-Saldremos por la ventana.
-¿No es imprudente?
-Mi tío tiene insomnio.
-¿Vive con él?
-Es el papá de Katarina.
-Si se diera cuenta, sería muy malo.
-Apagaré las luces y nos vamos.
-¿Tiene el vestido?
-No sé si lo apruebo.
-Parece bonito.
-Es de novia.
-¿Ella es de las chicas que guardan algo así para el momento justo?
-Diseña cosas.
-Qué bien.
-Andando.
-¿Ese sapo ha comido?

Hazlewood había tratado de no ver y al final, lo habían vencido las circunstancias. 

-Sí, le di uno de esos insectos que Katarina guarda.
-Es viejo.
-Mi abuelo se lo regaló a mi primo Maurizio y él prefirió dárselo a su hermana. Ella lo quiere, aunque creo que no vivirá otro año.
-Eso es seguro, es muy pasivo.
-Salgamos de aquí.

Ninguno se movió.

-Esa camisa es de Marco - notó Hazlewood.
-¡Ah! Katarina la tenía guardada, voy a ponerla en una caja que está por aquí.
-Me la llevo, si no le molesta.
-Es un regalo para ella.
-Sería un gran detalle si la usaran en la boda.
-Es imposible tomarlo bien.
-Cuántas luces.
-Katarina le tiene miedo a la oscuridad.
-Eso no es cierto.
-¿Qué dice? 
-Me comentó alguna vez que también compró un proyector y cuando tiene insomnio, lo usa.
-Yo no sabía.
-Le gusta formar figuras. El año pasado me mostró un pirata hecho con una serie como las que tiene aquí.
-¿Por qué no me enteré?
-Porque sucedió en mi curso de Física Creativa. A Katarina le apasiona la ciencia, la convencí de hacer sus exámenes y entrar a una facultad.

Maragaglio pegó su espalda a la pared y de repente Hazlewood se volvió un extraño ¿Qué motivaba a Katarina a acercarse al maestro y qué secretos tenía guardados con él?

-¿Qué le contestó?
-¿Katarina? Me pidió ayuda para entrar al salón de la prueba y le dio un colapso nervioso. La llevé al hospital y me pidió no decirle a nadie.
-¿Cuándo fue eso? 
-En febrero, antes de irse a una competencia.
-Pude apoyarla.
-Cuando un alumno siente vergüenza, yo no lo exhibo. El examinador me contó que no era la primera vez que pasaba.

Aparte de la intriga por el momento en que había tenido lugar el acontecimiento, a Maragaglio le costaba aceptar que desconocía más cosas de las que creía y empezó a cuestionarse sobre la verdadera confianza que Katarina declaraba tenerle depositada. Todo ello mientras Hazlewood era presa de otro impulso y le mostraba que ese cuarto escondía un bello mural que sólo se percibía con luz negra. Ese hombre estaba enterado porque la joven le había pedido acompañarla a adquirir los materiales. El diseño era precioso.

-Tengo que preguntar por Marco en el hospital y me he tardado aquí.
-¿Quién es usted?
-Edward Hazlewood ¿Por qué?

Ambos se aproximaron a la ventana mientras la tos de momentos atrás retornaba para recordarles que no era pertinente continuar en la casa. Maragaglio no tuvo dificultades al descender, pero la inexperiencia del otro llevó al suelo a ambos. La nieve de la calle funcionaba como colchón pero a Giampiero Boccherini le dio risa.

-¿Qué? ¿Ahora van a retozar? 
-¡Cállate!
-¿Estás enojado, Maragaglio?
-Giampiero, por favor, tengo dolor de cabeza.
-¿Te sientes mal?
-Haremos un servicio de paquetería.
-No entiendo lo que haces.
-¡Katarina me guarda secretos!
-Jajajaja, todas las mujeres esconden algo.
-Ella me contaba todo ¡Ahora lo hace con él!

Maragaglio señaló a Hazlewood mientras se acomodaban en el bote y la caja con el vestido y la camisa formaba una barrera entre ambos.

-¿Te cambió? ¿Por qué no me sorprende, Marabobo?
-Giampiero, te voy a llevar al otro mundo.
-Tu prima seguirá decidiendo que no te necesita.
-Se suponía que éramos amigos y ahora resulta que mi vigilancia falló y no la conozco.
-¿Todavía te preguntas por qué te perdió la confianza?
-La cuido.
-La espías.
-Ni eso me sale bien.
-Es tu culpa.
-Si le hubiera dado permiso de salir con Marco Antonioni, tal vez habrían terminado para esta fecha.
-Qué atrevimiento frente al señor.
-Cuando Maurizio se entere, es un hecho que los reclamos serán para mí.
-¿Vas a dejar respirar a Katarina o Hazlewood se seguirá encargando de eso?
-¿Disculpa?
-No conozco mujer que no necesite con quien hablar y entre la familia, su hermano y tú, a ella no le quedó alternativa.

Maragaglio no pronunció más y el viaje en la lancha fue menos dramático. Hazlewood, ajeno a los otros dos, imaginaba a su hijo con su camisa puesta y le fue divertido mantenerse firme al opinar que la prenda de color blanco y bordado plateado de rosas, no le agradaba. 

-Marco tardará un poco más en recuperarse, pero le gustará invitarlo a la casa, Maragaglio - fue la única cosa dicha mientras la nevada volvía a desatarse con intensidad. Las ambulancias acuáticas aparecían con cierta frecuencia y en las proximidades al hospital de San Marco della Pietà, los tres hombres observaron a Ricardo Liukin en un traslado. Así fue como entendieron que la cautela no era opcional y vieron cuando el hombre fue recibido para una urgente prueba respiratoria. El médico de guardia gritaba que nadie se fiara de un aspecto saludable y decidieran con cuidado entre utilizar una mascarilla o una cánula. Ricardo recibió una mascarilla y una gran dosis de antiviral mientras reportaban que se había hospedado en un hotel previamente para evitar contagiar a otras personas. Su salud se había comprometido en minutos, durante una revisión.

-¡Dos murieron en el quinto piso! ¡Llévenlo allí! - ordenó otra persona y Ricardo desapareció de la vista inmediatamente.

-No quiero enfermar - temió Maragaglio al recordar sus besos con Katarina y dudar de su salud. Giampiero buscaba donde atracar y Hazlewood sugirió hacerlo por el costado del hospital, donde arribaban algunos doctores, entre ellos, Luc Pelletier. 

El ruido en el área de emergencias de San Marco della Pietà podía tapar el impactante silencio de la cuarentena veneciana. El infierno se presentaba como un lugar lleno de personas inmóviles y la piedad existía apenas para quienes lograran sobrevivir a las horas en observación. Ricardo Liukin atravesaba en camilla un mar de cadáveres futuros, distinguiéndolos de quienes pagarían sus penitencias. La muerte olía a sal y conforme se iba alejando rumbo al elevador, el aire helado se le reveló como un enemigo inadvertido, aunque también le aliviaba la sensación de pánico anterior. Las personas que estarían a salvo seguramente tenían un aroma a yodo y él era parte del grupo, en un arrogante desplante. Por la falta de camas, Ricardo se quedaría en una silla, envidiando en el acto a quienes podían acostarse.

-La enfermera Wendy comenzará a atenderlo - dijo el camillero
-¡No le han hecho el exámen que pidieron! - recordó otra persona y el señor Liukin fue llevado a otra sala sin percatarse de que Maeva y Susanna Maragaglio lo habían reconocido.

Pocos minutos después, era Luc Pelletier quien se aparecía para tomar un improvisado turno sin dejar de demostrar su cansancio. Wendy Bacchini se aproximó para darle informes.

-De Marco Antonioni ¿Qué tenemos?
-Un desmayo, doctor. Su oxígeno bajó a ochenta pero lo estabilizamos.
-¿Qué hicieron?
-Le suministré corticoides y cambié la mascarilla por una cánula nasal.
-¿Usted sola?
-Con el doctor Gatell, es que nadie vino a auxiliarnos.
-¿Por qué no me avisó? Habría llegado antes.
-Llamamos a Urgencias y nos dijeron que mandarían a alguien pero tardaron tanto que...
-¿Cómo está Gatell?
-Dormido, es que se esforzó mucho.
-¡Está enfermo! 
-Disculpe, doctor.
-¿Y Marco?
-En su cama y se niega a estar quieto.
-Pasaré a verlo y le haré algunas preguntas... Vi que traían a un paciente.
-Me dieron sus papeles, le van a realizar un estudio pero no me han dado las formas.
-Arréglelo y me avisa cuando lo tengamos con los demás pacientes.

Pelletier traía consigo un paquete envuelto en un papel blanco frágil y consideró que era buen momento de entregarlo, sobretodo porque poca gente se llevaría una sorpresa anticipada.

-Marco - llamó el médico al atravesar la puerta del dormitorio donde aquel platicaba con una recién levantada Katarina Leoncavallo que conversaba sobre lo sucedido horas atrás. 

-Es que te desvaneciste y aún sigues pálido - se alarmaba ella mientras estrechaba las manos de su novio. La chica había ignorado la petición de no retirarse su mascarilla de oxígeno.

-Con la cánula me siento mejor.
-Marco ¿Qué te dijeron? Wendy me mandó a dormir.
-Nada importante, me cambiaron el tanque de oxígeno.
-Qué susto.
-No te espantes, chica bonita
-Pero ¿Te pasó algo antes? ¿Dolor, mareo...?
-Nada, de verdad.
-Si quieres descansar, podemos casarnos otro día.
-Te lo prometí.
-Puedo esperar unos días más.
-Me quedo acostado hoy para que me veas como nuevo en la boda.
-De acuerdo y no le pones mala cara a las medicinas.
-Dalo por hecho, Katarina.

Ella besó a Marco en la frente, la mejilla izquierda y los labios. Entonces el doctor Pelletier decidió intervenir.

-Niños, el recreo se acabó. Katarina, te lo advertí, en la mañana te colocaré la cánula.
-Perdone, doctor.
-Voy a revisarles la oxigenación antes de que llegue el juez. 
-¿Qué trae en la mano?
-Le entregaré este paquete a Marco... No, mejor a ti. Lo envían Maragaglio y el señor Hazlewood, además de desearles una linda boda.
-¿Es un regalo?
-No, señorita. Ambos creen que es muy importante, vinieron personalmente a dejarlo.
-¿Mi primo?
-Él mismo me lo dio.
-¿Está enojado?
-Lo que lamenta es no presentarse a la firma, pero tenemos una epidemia.
-Creí que se enfadaría.
-Te deseó buena suerte.

Katarina sonrió y enseguida se deshizo de la tapa que se interponía con su curiosidad.

-¡Es tu camisa de rosas! - gritó ella y Marco Antonioni la tomó con cansancio pero feliz. 

-Te la di, Katy.
-Te verás guapo con ella.
-Más guapo, dirás.
-Sí.
-Ahora tengo un atuendo decente ¿Qué te trajeron?
-¡Es mi vestido! Lo usaría en el casamiento de Maurizio.

Ambos se miraron un momento.

-¡Te va a encantar!
-¿Segura?
-Marco ¿No te dijo tu papá que te dediqué unos bocetos?
-No lo mencionó.
-De uno de ellos salió este lindo modelito.

Ella tomó la mejilla del chico.

-Me casaré contigo.
-A mi hermano le encantará tu pastel de chocolate cuando estemos en casa.
-Pero te tengo que cuidar, no prepararé lo que no puedas comer.
-Me conformaré con una cucharadita. 
-¿En serio?
-Katy, te prometo que aceptaré un trabajo de oficina. En la universidad me están ofreciendo un puesto de asesor académico y me garantizan salir temprano.
-¡Eso está muy bien!
-Y te dejaré armar mis legos.
-Tú no los sueltas por nada del mundo.
-Tengo un montón sin abrir, juro que esperé por ti... ¿Me dejas ver tu vestido?
-¿Qué? ¡No!
-¡Sabes que llevaré tu camisa favorita!
-¡Es de mala suerte que te enseñe algo!
-¡No es justo!

Luc Pelletier contemplaba aquella escena con agrado, pero debió interrumpirla porque aún había algo más que avisar.

-Katarina y Marco, entiendo que su romance los haga sentir que no están enfermos pero además de regresar cada quien a dormir, deben saber que Maragaglio está haciendo lo que está en sus manos para que se casen hoy.

La pareja reaccionó con alegría.

-Sugiero que duerman para tener energía en la mañana, yo estaré de guardia - concluyó el doctor y abandonó el sitio con el humor más ligero. Afuera, algunas enfermeras tomaban un descanso y Pelletier no interfirió, consultando personalmente las circulares de tratamiento y anotaciones del propio Gatell que, a falta de personal, había tomado unas horas para atender la ronda del quinto piso.

-Doctor Pelletier, el nuevo paciente está listo - avisó Wendy Bacchini.
-¿Eh? ¿Tan rápido?
-La oxigenación se confirmó en ochenta y siete; los paramédicos tenían la lectura en ochenta.
-¿Cuándo harán algo bien en las ambulancias?
-No sea duro, han trabajado como nosotros.
-Sabe a qué me refiero, Wendy.
-El paciente no es fumador ni tiene padecimientos crónicos, excepto de memoria.
-¿Qué edad tiene?
-Cuarenta y cuatro años.
-No es un anciano.
-Hace poco acudió al hospital de San Salvatore para una consulta neurológica.
-¿Alzheimer prematuro, sífilis, alguna inflamación o registro de traumatismo?
-Nada.
-Tendré que verlo ¿Cómo se llama? 
-Ricardo Liukin.
-¿Dónde va a estar? 
-En el pasillo, junto al fumador de la mascarilla.
-¿Le han proporcionado antiviral?
-Cuando ingresó.
-¿Cómo lo ves físicamente?
-¿Me lo pregunta de verdad? Parece sano.
-¿Otro?
-Él se siente como si no estuviera enfermo.
-Esta influenza es rara.
-Buscaré unas mantas, en un momento vuelvo, doctor.
-Wendy, primero tómese unos minutos y un café.
-Gracias.

Pelletier no lo expresaba, pero se sentía más cómodo con las desconocidas enfermeras provenientes de Vicenza y Verona que con las que cotidianamente convivía. Wendy Bacchini en especial le resultaba eficiente y conservaba un genuino interés por los pacientes.

Intrigado por conocer a Ricardo Liukin, el médico aguardó en su sitio hasta que vio pasar a uno de los camilleros con un vaso de café y luego a un enfermero dirigiéndose dónde sus compañeras.

-¿Dónde está el señor Liukin? - preguntó sin que le oyeran y caminó por el pasillo para descubrir que el susodicho no se encontraba en su lugar.

Al mismo tiempo, el propio Ricardo daba sus pasos hacia el lado contrario, viendo con insólito gesto cínico a Susanna Maragaglio, misma que apenas atinó a saludar con un "hola" breve. El hombre lucía radiante e incluso llevaba su tanque de oxígeno con ligereza al momento de voltear a la habitación donde Katarina Leoncavallo continuaba conversando con Marco Antonioni sobre su boda y lo que harían al ir a casa; ella en especial confesaba que había alquilado un lugar en el hotel Florida pero no pensaba regresar más que a recoger su maleta y pagar la cuenta. 

-Tengo mucha ropa ¿Tendremos espacio en tu casa?
-Puedo guardar mis cosas en un cajón, chica bonita.
-Me vas a acompañar por mis luces, mi proyector, tengo un telescopio por ahí, mis carpetas, mis diseños ¡Y mi sapo te va a encantar, Marco!
-Nunca he tenido un reptil mascota.
-Nos divertiremos mucho.
-Primero arreglaré las cosas con mi cuñado y con Maragaglio creo que no habrá mayores problemas. 
-¿Qué le dirás a Maurizio?
-Que las cosas cambiaron y tendrá que respetarnos. 
-Nos tengo planes después del mundial de patinaje.
-¿Vas a dejar de entrenar?
-No lo sé, patinar me hace llorar. Hablé con un entrenador antes de irme a Nueva York y me aconsejó meditarlo. Quiero ganar una medalla en el mundial esta temporada y luego no tengo idea. El profesor Hazlewood me habló de otra cosa, de recuperar clases y tratar de pasar los cursos que necesite.
-¡Te podría ayudar!
-Pensaba pedírtelo.
-Tenemos mucho qué estudiar ¿Te vas a inscribir para las pruebas de febrero? 
-Ya lo hice.
-¡Es una gran noticia, Katarina!
-Prométeme que me acompañarás y no me permitirás escapar del salón.
-¿Dónde aplicarán los exámenes?
-En el Liceo Artistico en San Marco.
-Este es el plan: Primero nos curaremos, saldremos de aquí y nos instalaremos en la casa. Al día siguiente resolvemos lo de tu familia y lo de Miguel y enseguida estudiamos.
-Hecho.
-Al menos Tennant no tomó tan mal lo nuestro.
-Es que no ha podido.
-¿Sabes algo de los Liukin que pueda ser importante? 
-Saben golpear.
-¿Me llevaré un puñetazo?
-Yo te defiendo, Marco.

Ricardo soltó una risita que atrajo la atención de la pareja.

-No somos tan directos, sólo nos llevamos sorpresas - mencionó el hombre y los otros dos le miraron con cierta conmoción.

-Si no estuviéramos enfermos, ustedes no estarían pensando en un matrimonio que no sé cómo vayan a hacer funcionar... Oye, Katarina, tú jamás mencionaste que el gondolero te importaba.
-Le habrías dicho a Miguel o a mi hermano - respondió ella tratando de no bajar la cabeza.
-Sabes que no - prosiguió Ricardo.
-Tampoco te cae bien Marco.
-Eso no es verdad.
-No te creo.
-¿Estás segura de lo que harás?
-Sí.
-Entonces tendré que asumir mi papel en este asunto ¿No habías dicho que querías continuar?

Katarina no supo por qué había esperado que Ricardo le hablara de Miguel y no de sí mismo.

-Cambié de opinión - declaró ella.
-Pensé que te vería de nuevo.
-Marco siempre me ha hecho ilusión.
-Lo escondiste.
-De ti, tal vez.
-¿Sólo de mí?
-Toda Venecia lo sabe y tú eres casi un recién llegado.
-Te esperaba para nuestra cita de la próxima semana.
-Pero me armé de valor y elegí a Marco.

El señor Liukin no tuvo ganas de discutir el punto mientras una lujuriosa furia le acaloraba el cuerpo. El deseo que sentía por la joven Leoncavallo era imposible de disimular.

-He terminado con tu familia y no tendrás problemas. Adiós, Ricardo - cerró Katarina y el otro sonrió antes de voltear y darse cuenta de que Tennant Lutz seguía la escena con detalle. 

-Esto no es todo, niña ¿No vas a saldar la cuenta con Miguel? - retomó Ricardo y fue Marco quien se levantó.

-Ella concluyó con ustedes ¿Se entendió, señor?
-Que haga conmigo lo que quiera, con mi hijo no.
-Katarina dijo que se acabó. 
-No es tu asunto, niño.
-Se equivoca.
-Baja ese brazo.
-Cualquier cosa que le pase a Katarina, también es mi problema. Ella terminó con los Liukin.

Ricardo trató de esquivar a Marco, pero éste último no tuvo miedo de frenarlo. La mano del joven Antonioni se sostuvo firme en el pecho de su adversario y contrario a cualquier predicción, el señor Liukin tuvo la sensación de que lo estaban poniendo en su lugar y encima, lo habían derrotado. 

-¿Es tu forma de pelear? Es increíble - admitió Ricardo y se dió la media vuelta.

-Marco, ven, debes descansar - se aproximó Katarina para calmar la agitación del muchacho y a cambio recibió un gran abrazo.

-Te prometí que lo arreglaría, chica bonita.
-Lo sé, siéntate y respira ¿Estás bien?
-Un problema menos.
-Perdona.
-Habíamos hablado antes, no hay nada qué disculpar.
-Pero tienes que calmarte.

El joven Hazlewood volvía a su cama cuando Luc Pelletier entró al cuarto.

-¿Qué pasó? ¿Por qué no duermen y por qué un paciente de nuevo ingreso vino a hacer un escándalo y ustedes cooperaron con el espectáculo? - reclamó el médico.
-Mi papá vino a preguntar cómo estamos, nada más - intervino Tennant.
-El señor Liukin llegó con problemas de oxigenación inestable y me importa muy poco que siga moviéndose como si no le pasara algo ¡Les pedí que se durmieran! - gritó Pelletier y Katarina y Marco no tardaron un segundo más en acostarse y cubrirse con sus mantas. El doctor corrió las cortinas de cada cual y apagó las luces con la intención de prenderlas más tarde.

En el pasillo, Ricardo Liukin continuaba en búsqueda de un lugar que considerara apropiado y nadie hizo el esfuerzo en calmarlo. Pelletier prefería hacer otra cosa.

Al exterior del hospital volvía a nevar y los encargados de los ingresos en Urgencias lidiaban con ello tratando de no resbalar y despejando como podían la entrada mientras se gritaban unos a otros sobre qué pacientes habían mandado a tal o cual piso, quienes esperaban pruebas o las ganas que tenían de irse. Maragaglio, Hazlewood y Boccherini observaban todo desde su bote, convenientemente alejados, sin hablarse. Las escenas provocaban miedo ante sus ojos, eran extremas y absurdas, cada vez más inimaginables, pero resistían por la convicción de que al llegar el amanecer iba a ser necesaria su presencia. 

-Pelletier está llamando - murmuró Maragaglio por haber esperado con paciencia. Hazlewood también se sumaba a la expectativa, pero lo demostraba acercándose y mirando el celular.

-Maragaglio aquí ¿Qué ha pasado? ¿Katarina recibió el paquete? ¿Cómo reaccionó?

Giampiero Boccherini trataba de no mofarse de la actitud infantil de su amigo.

-"Katarina estaba feliz y haciendo planes con Marco" - contaba el médico.
-Pero ¿ella opinó algo?
-"Creo que no esperaba la sorpresa pero no pasó algo más; se emocionó por su vestido y no se lo enseñó a nadie".
-¿Eso fue todo?
-"Respecto al detalle, sí".
-¿Y Marco?
-"Se rió mucho, creo que le gustó que le trajeran una camisa. Me inquieta que no descanse pero... ¿El señor Hazlewood sigue ahí?"
-No nos hemos ido.
-"¿Podría charlar con él?"

Maragaglio enseguida le dijo a Hazlewood que hablara y puso el altavoz.

-¿Doctor Pelletier?
-"Me informaron lo del desmayo de Marco y vine a atenderlo. El doctor Alessandro Gattel detuvo la crisis en mi ausencia".
-¿Mi hijo está bien?
-"No se le ha quitado el buen humor... Lo que me alarma es que le cambiaron la mascarilla por una cánula nasal y la oxigenación disminuyó otra vez".
-¿En cuánto está?
-"Ochenta y dos".
-¿Qué procede?
-"Tratar de aumentar ese nivel. El doctor Gatell le aplicó corticoides y funcionó ¿Autoriza su uso?"
-Creí que esa decisión la tomaba mi hijo.
-"Es que hay efectos secundarios".
-Úselos, no hay problema.
-"Le haré a Marco un nuevo electrocardiograma y un nuevo estudio para sus pulmones".
-¿Los hará temprano?
-"Antes de la boda, sí".
-¿Mi hijo está grave?
-"Sospecho que el problema con la oxigenación comenzó antes de la influenza ¿Marco llegaba agitado a casa? ¿Dormía bien?"
-Me decía que estaba cansado y tenía insomnio.
-"¿Alguna vez lo vio respirando con dificultad?"
-No, sólo me habló de un poco de mareo el día que empezó a estornudar.
-"Marco tal vez le estuvo ocultando sus síntomas".
-Me habría dado cuenta.
-"Hablaré nuevamente con él, señor Hazlewood".
-Lo que sea necesario.
-"Se ve pálido".
-¿Cree que mejore?
-"La neumonía no cede pero confío en que el tratamiento funcionará".
-¿Qué cree usted?
-"Que costará un poco más de trabajo pero Marco saldrá adelante. Iniciamos la medicación para disminuir los triglicéridos y con la información que me den los nuevos análisis, podré darle un diagnóstico más exacto. Debemos estar conscientes de que el Síndrome de Marfan permite que el paciente lleve una vida normal, es sólo que en el caso de Marco se ha complicado un poco y hay que trabajar en ello".
-Muy bien, esperaré por los estudios ¿Marco duerme ya?
-"Espero que sí"

Hazlewood no se despidió de Pelletier y Maragaglio decidió continuar con la conversación, aunque recibiera a cambio palabras similares sobre Katarina y su tratamiento. Giampiero Boccherini parecía impresionado de enterarse de que tan enferma se hallaba la joven.

-Pelletier se queda en "veremos" como cada doctor que conozco - se quejó Maragaglio al colgar y Hazlewood asentó, aunque en una actitud más comprensiva hacia quien cuidaba de Marco. 

-¿Cómo que la Katarina está desnutrida? Dale de comer, Maragaglio - expresó Boccherini.
-Es la estúpida dieta que le puso el hermano.
-¿Cuándo le vas a partir la cara al Maurizio?
-Apenas lo vuelva a ver.
-¿Ella se va a reponer?
-No lo sé ¡Soy tan imbécil! ¡Debí llevar a esa niña con otro entrenador o convencerla de quedarse en Canadá!
-¿Seguro no bebiste?
-¿Tienes un cigarrillo?

Boccherini negó con su mano derecha mientras Maragaglio intentaba tranquilizarse. El celular sonó nuevamente y los tres hombres estaban hartos del aparato, conscientes de que no había remedio ajeno a soportarlo.

-¿Por qué no aviento esta cosa al agua? Que se vayan al infierno todos - protestó Maragaglio antes de decidirse a responder. No reconocía quien le llamaba.

-No sé quién seas pero sé breve - dijo de mala gana.
-"¿Hablo con Maurizio Leoncavallo?"
-¿Cuál de los dos?
-"Ah, Maragaglio. Mi padre me sugirió buscarlo".
-¿Quién es usted?
-"Soy Damon Lorraine, hijo del señor Albert Damon Lorraine".
-¡Damon! No te... ¿Todo está bien?
-"Creo que sí".
-Me alegro.
-"Mi papá quiso que lo localizara, es que queremos pedirle un favor".
-¿Pasa algo?
-"Me... Me quedé varado aquí en el aeropuerto, no puedo tomar un vuelo a París y debo ir a la boda de mi hermana Marine".
-¿En dónde estás?
-"En Tessera. Nadie me deja reponer mi boleto o moverme a algún lado".
-¿Estuviste en Venecia?
-"Estudio en el Liceo Artistico di San Marco... Lo que pasa es que estuve con mi banda en San Donà di Piave y quisimos volver cuando nuestro amigo Marco se enfermó. Él se sentía muy cansado, por eso no pudo hacer unos conciertos con nosotros ".
-¿A qué Marco te refieres?
-"Marco Antonioni... Sé que no le cae muy bien a usted".
-¿Cuánto tiempo has estado fuera de Venecia?
-"Como dos semanas".
-Entonces no estás contagiado de influenza... Hablaré enseguida con el director del aeropuerto para que te permitan ir con tu hermana, hiciste bien en buscarme ¿Algo más?
-"No, sólo era... Estoy apenado".
-No te preocupes, Damon. Marine me invitó a la fiesta así que lo mínimo que puedo hacer es conseguir que la acompañes... No me cuelgues, te pondré en espera mientras arreglo el problema.

Maragaglio alejó su teléfono unos minutos para darse un respiro y pensar en una obviedad: Marco Antonioni había ocultado su estado de salud antes de que la influenza le delatara y ahora nadie podía avisarle al señor Hazlewood de que sus expectativas eran irreales.

-Voy a cobrarme una cuenta. Guarden silencio mientras amenazo al idiota que dirige el aeropuerto - ordenó Maragaglio y sus compañeros permanecieron inmóviles en sus asientos, contemplándolo reprimiendo el sarcasmo, agotado y con la voz de un cazador. Tantas cosas tenía el hombre en la mente, que Hazlewood acabó por ofrecerle un cigarro, sintiéndose irónico y decepcionado por recriminarle a su hijo Fabrizio sobre su hábito de consumir tabaco. 

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