Este cuento comemora la Navidad Ortodoxa.
2 de agosto, 2002.
El cumpleaños de Carlota y Adrien Liukin estaba por comenzar, había regalos, pastel y familiares reunidos en un encantador bistro llamado "Les dois Jules" pero al fondo del local, Edwin Bonheur esperaba a una Bérenice Mukhin que no llegaba a su cita. La razón era sencilla: ella acababa de escapar del trabajo y al cruzar el espejo, cometió el error de no fijarse a donde llegaba, dando como resultado que se perdiera.
En lugar de tirarse al pánico, Bérenice reventaba de risa y actuaba coqueta con les flics* para que le dieran las instrucciones adecuadas pero sólo los sonrojaba, lo mismo que a los peatones que la veían con su vestido rosa de can can. Ella fingía cantar e imitaba a las bailarinas de los "ridículos" espectáculos del cabaret, arrebatando carcajadas y aplausos mientras posaba para las fotos y sacaba de los bolsillos de su falda el labial fucsia para dejar las marcas de sus besos en toda clase de mejillas.
-Suelo ser muy cariñosa - sentenció antes de que se le ocurriera seguir con sus gracias. Por supuesto, para su numerito no era necesario aclarar que llevaba puesto el uniforme de mesera.
-¡París, te amo! - le decía a su público y terminaba su sesión bailando una polka de forma cómica para escabullirse poco después entre la nutrida muchedumbre que visitaba Les Halles.
-¡Alguien diga como llegar a "Le dois Jules"! - solicitó de pronto y nadie le indicaba la dirección, pero los parisinos parecían atraídos por su aspecto y varios se dispusieron a ayudarla.
-Toma el metro y baja en Montparnasse - sugirió alguien.
-Vete a Montmartre - le decía la mayoría y otros sugerían buscar cerca del Quartier Latin, pero una voz grave y varonil advirtió:
-Les dois Jules está cerca de Notre Dame.
Todos callaron y detrás de Bérenice apareció un hombre irreprochablemente bien vestido, al que de inmediato se arrojó en brazos.
-¡Mi héroe! - gritó y por la euforia, cayó con él, besándolo en agradecimiento.
-Quítate de encima.
-Mi héroe, era un sueño abrazarte mientras nos acostamos juntos.
-¿Qué? ¡No!
-¿Sergei, me dejas alborotada y en el suelo?
Como la gente observaba, Sergei Trankov optó por quedar medianamente bien e incorporó a Bérenice, misma que suspiraba y continuaba apretándolo.
-¡Mi amado guerrillero de la justicia, cómo he deseado que estés a mi lado!
-¿Quieres cerrar la boca? - En voz baja - ¡Sigues diciendo que soy un guerrillero y no van a tardar en reconocerme! Si me voy arrestado, te arrastro conmigo, ¿Te llamas Bérenice?
-¡Te acuerdas de mí!
-¡Silencio y vámonos de aquí!
Como la joven notara que Trankov estaba realmente irritado, bajó la mirada y se colgó de su brazo mientras fingía ser obediente.
-No es tan lejos, camina.
-¿Dónde estoy?
-En Le Marais.
-¿Cruzaremos un puente?
-¿De verdad no tienes idea de donde está ese café o te haces la tonta?
-No tengo idea y sobre lo otro la verdad es que soy tontísima.
-Tan tonta, no sabes...
-Ay, tan lindo mi héroe.
-¡Deja de hacer eso!
-¿Qué?
-Pongamos la cosas sobre la mesa.
-¿Qué mesa?
-No me coquetees, no hables, no te hagas la graciosa y no mandes besos a quien sabe quien. Pórtate como si tuvieras un poco de cordura, por favor.
-¿Cordura? ¿No es un cordero?
-A eso me refiero. No quiero oírte otra vez con tus locuras y disparates.
¿Quieres que... cierre el pico de a deveras?
-Te lo suplico.
-¿Es porque así me ves más bonita la cara?
-Actuaré como que sí.
-De acuerdo, ¡guapo!
Bérenice guiñó su ojo y él intentó no sonreírle para no delatar que al final de todo le caía bien. Sergei Trankov no era tan distante de los que encontraban un irresistible atractivo en la otrora pandillera y amaban sus deshinibiciones y atrevimientos; pero en su caso, tales atributos lo hacían sospechar de una máscara, aunque no era capaz de pedirle que le mostrara quien era ella en realidad.
-¿Y a dónde ibas? - preguntó la joven.
-Shhh.
-¡Bah! ¿Por qué querría saber? Con ese traje, de seguro a las carreras de caballos.
-¿Para qué?
-¡A un restaurante elegante!
-Ayer estuve en uno... Parecido.
-¿Camisa nueva?
-Vas a empezar.
-¡Es por una chica!
-¡No!
-La loción delata lo contrario... ¿Dije "delata"? ¿Qué es eso?
-No voy con ninguna mujer, si eso te quita la curiosidad.
-Tanto porte no es para ir a jugar cartas o tomar cerveza.
-De vez en cuando un hombre quiere sentirse impecable.
-Más un guerrillero como tú, ja ja ja. "del amor!.
-Un guerrillero del amor ... ¡que es justo lo que no soy!
-Ya dime ¿quién es?
-No te importa.
-¿Ni por mi cumpleaños?
-¿Perdón?
-Es que hoy es mi cumpleaños, ah.
-Es un chiste.
-Puedo probarlo.
-¿Cómo?
-Mi cita tiene un regalo para mí y cuando me vea gritara un fuerte "¡Feliz cumpleaños! Lo vi ensayarlo .
-¿Un hombre te invitó a salir?
-Yo lo hice, pero él no dijo que no. Iremos a nuestro lugar favorito.
-¿Qué tiene de especial "Le dois Jules"?
-En los cumpleaños sirven pastel de chocolate con menta a menos que el festejado lo odie y té hasta que se ahogue en él.
Sergei entonces guardó silencio y pensó ¿chocolate con menta? ¿qué clase de persona aguantaría ese sabor si no era en diminutos dulces? Más aún ¿por qué acompañar algo tan fuerte con té? Y se alteró con su propia respuesta: La amante de semejantes combinaciones ¡era Carlota Liukin!
-Llama a tu cita y dile que van a otro lugar.
-Pero me gustan los estofados de Le dois Jules y quería mi pastel.
-Pues te sabrán amargos.
-Es simple comida.
-No lo será tanto.
-¿Estás nervioso?
-En serio ¿no conoces otro sitio?
-¡Quieres que vaya contigo a otro lugar! ¡Qué romántico!
-No conmigo, sino con tu cita.
-Ah... ¡Pues no, no deseo cambiar mis planes porque se te antoja!
-Llama al valiente que decidió verse contigo y explícale que no puedes llegar.
-¡Edwin es mi mejor amigo!
-¿Edwin? ¿Cuál Edwin?
-¿Celoso?
-¿De qué Edwin estás hablando?
-Edwin Bonheur ¿por qué?
Sergei Trankov abrió más los ojos y con terror le pareció tener enfrente la escena en la que Carlota Liukin abrazaba a Edwin Bonheur como desesperada en los cerezos. No quería imaginarse qué ocurriría si se encontraban en el bistro.
-¿Pasa algo, mi amor?
-Lo de menos sería dejar que esa bruja se meta en problemas - comentó el guerrillero.
-¿Qué bruja?
Pero a bote pronto, él recordó que había conocido a Bérenice cuando extrañamente acompañaba a la familia Liukin en el aeropuerto de Hammersmith. Por donde lo viera, no debía llevarla a Le dois Jules pero no lograba convencerla de que desistiera.
-En vista de que me detestas, me iré por método tradicional.
-¿Qué y qué?
-No me quieres secuestrar, no te interesa una cita y tengo poco tiempo, me iré en el espejo para saludar a Edwin.
-¿Espejo?
-Buscaré el restaurante solita.
-¡No! - sujetándola de la mano, pero le bastó parpadear para encontrarse enfrente de Le dois Jules y ver como Bérenice aseguraba un balín rostov en una media.
-¿Cómo hiciste esto?
-Pasamos por el espejo, pero como estamos en París no tardamos más que un pestañeo.
-¿El espejo?
-Te diría el secreto, pero no lo haré porque no te dejas dar besitos.
-Dale con eso.
-De todas formas ya tengo novio y un bebé.
-¿Entonces por qué me tratas así?
-¡Por molestarte!
Trankov se impresionó con la respuesta y aquello no hacía más que empeorar.
-¡Mira, Sergei! ¡El señor Liukin! Hace tanto que no lo veo, ¡hola!
-No grites.
-¡Hola, tío Gwendal!
-¡Cállate!
-Me acercaré a saludar.
-¡No!
Bérenice era muy veloz y el guerrillero se estiró para detenerla, pero como no conseguía su silencio ni tapándole la boca, la inclinó hacia atrás y la besó, pero la cabeza de la mujer casi se recargaba en el regazo de Carlota Liukin.
-¡Oh por Dios! Esa es pasión - comentó alguien mientras la joven Liukin se llenaba de asombro al reconocer al guerrillero.
-¡Quita tus manos de ella! - ordenó y él volteó a verla con pánico - ¡Deja de besarla! - pero Bérenice no se soltaba y con fuerza levantó a Trankov mientras le atrapaba los labios con maestría. El rostro desesperado del guerrillero no parecía confundirse con uno que hallaba placer salvaje en semejante escena, pero el bullicio llamó la atención de los comensales y uno en especial metió su cuchara. Desde el fondo del local, otro hombre gritó confundido "¿Bérenice, qué te pasa?", ocasionando que la última se desprendiera de su acompañante con una enorme sonrisa.
-¡Edwin! ¿Puedes creerlo? ¡En el camino me encontré con mi héroe!
-¡Ese payaso!
-¡Sergei no es un payaso! - gritó Carlota Liukin previo a enterarse de que Edwin Bonheur era el responsable del comentario.
-¡No es un payaso! Entonces ¿qué es? A todas las mujeres les hace lo mismo, ¡les da un beso y se las lleva a la cama!
-¡Oye! - gritaron Carlota, Bérenice y Sergei.
-Disculpa, Carlota.
-¿Qué haces aquí?
-Iba a comer con esa mujer, pero alguien se quiso adelantar.
-¡Pero mi héroe sólo me hizo compañía en el camino! - intercedió Bérenice.
-¿Por eso llegas tarde? ¿Qué estaban haciendo?
-Ay, Edwin, no te enojes.
-¿No tuviste nada que ver con él?
-Sólo me trajo y a cambio le di sus besitos.
La familia Liukin no entendía nada, pero acordaron cambiar a Carlota de lugar y taparle los oídos para que no escuchara más imprudencias, pero Bérenice enfureció y retadora preguntó a los presentes:
-¿Quieren ver que hice con este hombre? - señalando a Sergei - ¿Quieren que les muestre como me convenció de revolcarme con él?
-No digas idioteces - reclamó Sergei.
-¡Pues me agarró por la cintura y me besó así!
La mujer parecía succionar el rostro del pobre Trankov y la multitud ovacionaba inexplicablemente, pero Carlota Liukin, que se encontraba de pie, que había tratado de conservar los estribos y actuar como si no le importara, no renunció a girar sobre sí y mirar la escena ¿El resultado? Su aun inexpresivo rostro se transformó en colérico y su postura de bailarina en la de un gato erizado. Pudo contenerse unos segundos, pero en lugar de llorar o quedarse en silencio, eligió insólitamente estallar en celos.
-¡Quita tus manos de mi Sergei! - gritó y se abalanzó sobre Bérenice, jalándole el cabello, colgándose hasta tirarla y rodar por el suelo mientras la otra gritaba y los demás batallaban por separarlas. Los hermanos de Carlota, excitados por semejante show, se comportaban como si aquello fuera una función de lucha libre y sugerían patadas, pedían ver sangre y celebraban el único puñetazo que apareció y que dejaría a la señorita Mukhin con un gran moretón en el ojo. Era tanta la gente agolpada en torno a Les dois Jules, que la policía fue advertida y apareció cuando Sergei Trankov sujetó a Carlota Liukin, quien no estaba dispuesta a parar hasta ver a la otra rogándole perdón y prometiendo no acercarse más al guerrillero.
-¡Les flics, les flics! - exclamaban los espectadores y medio mundo salía huyendo, entre ellos, Bérenice y Edwin.
-Carlota, si no quieres tener problemas, ¡corre! - sugirió Trankov y la llevó de la mano, sin darle oportunidad de detenerse hasta un parque en Les Halles, en donde tomaron asiento en una banca.
Sin mirarse, cansados, visiblemente asustados y con la ropa rota - a ella le faltaba un trozo de suéter, a él le habían arrancado los botones del chaleco - ambos iniciaron la conversación, en medio de un ataque de risa.
-¿Por qué hiciste eso?
-¿Cuál de todas las cosas?
-¡Cuando te le aventaste a esa mujer pensé que te habías vuelto loca!
-No sé qué pasó, me di cuenta porque le había dado en la cara.
-Estabas hecha una fiera.
-Ella me enojó, eso alego en mi defensa.
-¿Por qué?
-Esa tipa se pasó contigo.
-Pude haberle dicho algo.
-¡Parecía aspiradora, ni respirar podías!
-¡Te veías muy graciosa!
-Tú igual.
-Yo no se como te agarré.
Hubo un silencio muy extraño a continuación y él la observó con una sonrisa sutil.
-No lo vuelvas a hacer - dijo Sergei en lugar de mencionar cualquier otra cosa y abrazó a Carlota para calmarla un poco más. Ella reaccionó tomando sus manos.
-Tú y yo tenemos una relación.
-¿En serio?
-Una que no sé muy bien de que va.
-Pero relación.
-¿Amigos?
-¿Lo somos?
-Te odiaré siempre, bruja.
-Lo mismo va para ti, imbécil.
Ambos se rieron y continuaron viendo a la nada. Carlota ni siquiera reparaba en que su cabello estaba revuelto, pero lucía tan perfecta que Sergei Trankov no se tomó la molestia de avisarle.
*Flics = En slang parisino significa policías.
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