domingo, 16 de marzo de 2014

La palmera


Bérenice salió de la cantina de Don Weymouth el domingo por la mañana con el bolsillo lleno de billetes y monedas ganados los días anteriores y se preguntó qué haría con tanto dinero.
Comprar comida era la primera opción, pero no conocía un solo lugar que ofreciera un desayuno casero y acabó observando a la poca gente de Poitiers que entraba a los bistros, preguntándose cuál era el más confiable. Las campanas sonaban por doquier y ella asumió que debía darse prisa. En la avenida Gardel, el restaurante de comida tailandesa se convertía por las mañanas en un cálido lugar para tomar el primer café del día.

-Estará bien aquí - sentenció e ingresó. 

-Buenos días, ¿qué se le ofrece? - preguntó a Bérenice la encargada de la caja. La chica no sabía qué pedir más allá de lo que los Liukin le habían servido hacía un par de jornadas.

-Croissants, mantequilla, salchichas, ensalada de frutas y café.
-¿Orden para una persona?
-Orden para - Bérenice se quedó pensando: tal vez, Matt Rostov estaba en casa, cuidando a Roland Mukhin - para tres, para llevar.
-Son 10€ 
-Se los doy.

Pero se presentó otra dificultad: si Bérenice apenas leía, mucho menos sabía distinguir números si no era en un tablero con calificaciones de gimnasia. Dubitativa, ella intentaba contar la cantidad correcta y la empleada se deleitaba con la exhibición.

-También ponga miel de abeja - dijo Bérenice, molesta porque la chica de la caja se reía de ella. Ésta última supo que era una indirecta para que dejara de burlarse.

-Claro.
-Coloque todo en una bolsa del restaurante, por favor.
-Faltaba más.
-Espero que la mantequilla sea fresca.
-Sí, esa se le dará.
-Con pan recién horneado.
-Como ordene, señorita.

Bérenice pagó con lo justo teniendo un poco de suerte y salió rumbo al parque De Gaulle. 

Ella se sentía cansada y no quiso hallar un espejo, conformándose con un modesto charco entre dos árboles. Lanzando un balín rostov, abrió un portal y se arrojó sobre él, saliendo cerca del edificio donde vivía. La Tell no Tales del reflejo estaba especialmente calurosa y disfrutable, la brisa fresca se agradecía y ella corrió donde su padre para evitar un disturbio por la comida que llevaba.

-Papá, volví - anunció al introducirse a su apartamento. Roland Mukhin regaba una moribunda planta junto a la ventana de la sala.

-Me tranquiliza que regreses conmigo. ¿Cómo te fue? ¿Arreglaste lo que te hacía falta?
-Primero cuéntame ¿La pasaste bien? 
-Bérenice...
-Papá...
-Oh, de acuerdo. Matt me visitó el viernes, me pidió que te avisara que no podrá cuidarme la próxima semana, irá al otro lado a conseguir materiales de mantenimiento para los vecinos.
-Tendré alguna idea ¿estabas solo, verdad? 
-En este momento sí, ayer un chico vino a buscarte y se quedó toda la tarde.
-¿Quién?
-Luiz, dijo que te había invitado a una brigada de reconstrucción.
-Luiz, Luiz...
-Le apodan "Bob".
-¡Ah, Bob! Lo conocí en una feria de galletas, quería juntar dinero para conseguir cosas de la brigada.
-Supe de eso.
-No le dije donde vivo.
-Él preguntó en la calle, casi todos te conocen. Va a tocar la puerta en cualquier momento, salió por otra planta que se está secando enfrente y no quiero que fallezca.
-¿Él volvió?
-Es un muchacho bastante atento.
-Gracias al cielo.
-¿Ahora me contarás que hiciste?
-Serví mesas en una cantina.
-¿Por qué?
-Me dio hambre y un señor que se llama Don Weymouth me ofreció llenarme el
estómago a cambio de que yo trabaje de mesera.
-Qué adecuado.
-También gano dinero con las propinas y me dieron el pago por lo que hice desde el viernes.
-Bérenice, me parece perfecto que hayas obtenido un empleo, te felicito.
-Gracias, papá adorado.
-¿Qué trajiste, por cierto?
-¡Ah! El desayuno.
-¿De veras?

Bérenice aseó sus manos y preparó la mesa, impresionando a su padre con las maravillas que contenía una gran bolsa de papel.

-Hace tanto que no veía pan como ese.
-Recién hecho.
-¡Miel! La probé una sola ocasión cuando era niño.
-Adelante es tuya.
-Gracias, hija.
-De nada, papá.

Ambos procedieron a tomar bocado, sorprendiéndose por el sabor fresco y la sazón. La mantequilla, tan ajena, era lo que más les gustaba. 

-Llaman a la puerta.
-Yo abro.

Bérenice observó por la mirilla y retiró un seguro.

-¡Hola, Luiz!
-Hola, Bérenice, qué bueno encontrarte.
-Pasa ¿Cómo estás? 
-Bien, bien, con mucho qué hacer.
-Siento lo que pasó con tu puesto de blinis.
-Me indemnizaron.
-¿Qué dices?
-La chica que te molestó en el barrio ruso me dijo que no la demandara y me dio un cheque, pero ¿tú? ¿dónde andabas? 
-Trabajando, por eso no me encontraste ayer.
-Pero hoy sí.
-¿Gustas desayunar con nosotros? Hay fruta y más.
-¿De dónde sacaste todo? 
-Lo compré del otro lado, anda.

Luiz sonrió y procedió a colocar la maceta que llevaba en el piso antes de lavarse.

-Toma asiento, jovencito - mencionó el señor Mukhin.
-Rescaté la planta que pidió.
-Un poco de agua y asunto resuelto, come.

El chico sorbió un poco de café y como los Mukhin, olvidó los modales para saciarse. Al igual que ellos, el hambre no le daba para desperdiciar nada.

-¡Es la mejor comida del mundo! - añadió por comentario. 
-Si sigo en la cantina, podré traer más.
-¿Cantina? ¿Qué es eso?
-Un lugar donde venden bebidas, Luiz.
-Qué loco, no sabía de algo así, Bérenice.
-Es divertido.
-Por lo que ofrecen, tal parece.
-¿A qué te dedicas, muchacho? - intervino Roland Mukhin.
-Soy carpintero.
-Qué útil ¿qué reparas? 
-Con la brigada lo que sea, estas semanas nos ocuparemos de los parques.
-Los pequeños necesitan donde jugar.
-Por eso quiero invitar a Bérenice, el primer lugar está casi listo, pintaremos las cercas y plantaremos flores. Matt Rostov dice que atraeremos lluvia si llenamos la ciudad de plantas.
-Ojalá funcione, pero ¿qué más haces?
-¿En el día?
-Aparte de la carpintería.
-Practico fútbol con los compañeros.
-Es un buen deporte.
-Hoy tengo pensado ir a jugar a la playa y tal vez meterme al mar ¿quieren venir? 
-Vayan ustedes, con mi silla de ruedas sólo les estorbaría.
-No, señor. El agua le haría bien.
-No muevo mucho las piernas.
-Entre Bérenice y yo lo cuidamos.
-¿Harían eso por mí?
-Sí, papá - contestó Bérenice - Muchas gracias, Luiz.
-Por nada, lo hago con gusto.
-Haré una maleta, entonces. Vengo en un momento.

Bérenice abandonó el comedor y entró en su habitación para sacar velozmente un par de toallas viejas y ponerse un bikini negro que no había usado en años. Las zapatillas de baño tampoco eran nuevas pero combinaban con el vestido de satín vino que eligió y un sombrero de palma. A su padre le llevaba una cobija.

-¿Están listos? - preguntó ella al salir y encontrarse con que Roland portaba ropa más ligera.
-¿Quieres ir caminando?
-Me gustaría Luiz, pero batallaremos en la escalera con mi padre.
-Podemos hacerlo, vamos.

Ella asentó y salió del apartamento con ambos, sorprendiéndose con la habilidad de Luiz para manejar la situación y descender de la escalera con relativa rapidez. El señor Mukhin sostuvo que era resultado de subir y bajar tablas de madera y objetos delicados.

-Este chico es inteligente - murmuró Roland Mukhin al hallarse en la acera y tomar rumbo. Como era fin de semana, la gente perdía cierta mirada agresiva y cedía el paso sin molestarse.

-El partido se pondrá emocionante - predijo Luiz al ir hallando a sus conocidos. 

-¿Juegas bien a la pelota? - preguntó Bérenice.
-Tengo virtudes.
-Me las presumes, por favor.
-Por mi cabeza de palmera.

La joven alborotó los rizos de Luiz y al tocar la arena con los pies, él se despojó de la camisa.

-Siempre estoy preparado - aseguró.
-Voy a gritar si metes goles.
-¿En serio, Bérenice?
-Primero hay que ayudar a mi papá a estar de pie en las olas y luego me hago tu porrista.
-Ustedes dos hablan mucho y se tardan en hacerme mover - replicó el señor Mukhin. Los dos jóvenes se sonrieron mutuamente y acercaron a Roland a la orilla del mar.

-El agua se siente distinta a lo que recordaba.
-Ven, papá.
-Quiero que seas fuerte.
-Tengo una idea - dijo Luiz - señor, sújetese de mis hombros.

Bérenice se entusiasmó y vio como su padre, pese a la ayuda, estaba encantado con dar algunos pasos.

-Gracias, "Bob" - susurró ella en el oído de su amigo. 
-Me alegra ayudar.

La joven se colocó detrás de su padre para sostenerlo mejor y anduvo mucho rato caminando por la marea, hasta que él se cansó y regresó a su silla.

-Deberíamos venir seguido. Oye Luiz, vas a pasar más tiempo junto a nosotros.
-Por supuesto, señor.
-Bérenice, tu amigo me simpatiza.

La chica sonrió y guiñó un ojo a Luiz.

-¡Oye, Bob! ¿Vas a jugar? - gritó un muchacho, lanzando un balón.

-Ve, chico. Te animo desde aquí.
-Te dedicaré mis jugadas, Bérenice.
-Qué halago, ¡anota muchas veces!

Bérenice cubrió a su padre al iniciar el partido y le besó la frente. Él lucía momentáneamente revitalizado.

No podía decirse menos de Luiz, que cada instante posible le sonreía a Bérenice en afán cómico y ella le respondía agitando las manos. Cuando él tenía el balón, la muchacha lo arengaba con expresiones como "¡vamos, vamos!" o "¡venga, dale!" y admiraba su velocidad. Si él fallaba un tiro, ella le aseguraba que para la próxima marcaría, si él no erraba, Bérenice celebraba echándosele a los brazos y adulándolo con gran afecto.

-Se hará tarde pronto - dijo él.
-No es mediodía.
-Pero tu padre está fatigado.
-Tienes razón.
-Entonces es hora.

Luiz dio la seña de que se retiraba del partido y después de sacudirse un poco de arena, se marchó con los Mukhin. A donde fuera, todos lo nombraban "Bob" y Bérenice supo que bastante gente lo apreciaba por su talento para el balompié.

-Nunca había conocido a alguien tan famoso.
-No lo soy, señor.
-Hasta un apodo tienes, muchacho.
-Dicen que es por el pelo. 
-Creí que era por el fútbol.
-Si descubro que es un "Bob", le haré saber.

Los tres arribaron bastante exhaustos al departamento y con pocos ánimos, Roland Mukhin sobremanera y Bérenice lo depositó en su cama y lo arropó. En la sala, Luiz despejaba el comedor y esperó a que ella saliera para asegurar las ventanas y pedirle que se sentaran juntos en el sofá.

-Me siento agotado.
-Igual yo.
-Aún es domingo.
-Debo trabajar mañana y no he dormido.
-Tampoco he pegado el ojo.
-¿Quieres quedarte? Sobraron salchichas del desayuno.
-Encantado, no acostumbro comer.
-Somos dos.
-Me agrada tu padre.
-Es mutuo con él.
-Bérenice, eres genial, tenía que repetírtelo.
-Tú eres el divertido y tienes mucho talento en los pies.
-Hoy me motivó una mujer muy linda.
-Perdón por colgarme de ti.

Luiz se acercó a Bérenice.

-Quiero besarte la mejilla.

Ella cerró los ojos y aceptó el gesto, correspondiéndolo segundos más tarde. Bérenice se acomodó en el pecho de Luiz y ambos se abrazaron antes de caer dormidos. 

 

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