sábado, 1 de marzo de 2014

La nueva temporada


                 Foto: Vincent Graton (c)

Al regresar de Hammersmith, una nube de arena cubrió a Bérenice Mukhin y ésta corrió rumbo a su apartamento para evitar que una próxima tormenta le volviera imposible el paso. 

Estos episodios de la sequía eran esporádicos en la Tell no Tales del espejo pero eran muy peligrosos y ella se preocupó por su padre, a quien había dejado solo durante unos días.

-Papá, ¿estás bien? Han pasado un montón de cosas, perdón por irme y no avisar - dijo en cuanto llegó a casa.
-Bérenice, entiendo que cuidarme es abrumador, no te sientas mal.
-No, papá, te he descuidado mucho.
-Matt Rostov me contó que has estado ocupada arreglando las piezas, no me molesta.
-¿Matt?
-Ha venido a platicar conmigo, me ha llevado de paseo y me ayudó a levantarme de esta silla de ruedas para asomarme a la calle. Estás cubierta.
-Le daré las gracias en cuanto lo vea.
-También supe que ustedes dos terminaron.
-No íbamos a funcionar.
-Él me dijo lo mismo.

Bérenice contempló a su padre con un poco de pena.

-Te guardé una fruta.
-¿Perdón, papá?
-Matt me trajo la comida, pensé que te gustaría compartir una pera conmigo.
-No es necesario, come tú.
-Bérenice...
-Estoy satisfecha, descansa.

Bérenice Mukhin se dio la media vuelta, aseguró las ventanas y al verse reflejada en ellas se topó con su angustiosa realidad: estaba sola, sin dinero y con hambre.

En su lado no había mucho que conseguir. Las famosas brigadas de reconstrucción no proporcionaban alimento o pago monetario y las cajas de harina escaseaban. Ni atrapar ratas era buena idea: estaban igual de desnutridas que sus vecinos humanos, volviéndose inútiles. Algunas veces, los Rostova regresaban con carretas de comida pero las porciones no alcanzaban y era imposible hacer entender al gentío que los enfermos y los ancianos tenían preferencia.

Comprendiendo que necesitaba ganarse el pan de algún modo, Bérenice esperó a que acabara la tormenta y determinó salir del espejo para buscar un lugar en el que no se opusieran a darle, al menos, un bocadillo. En la Tell no Tales del Gobierno Mundial se podían hallar maravillas en los botes de basura, detrás de los restaurantes o en la playa los indigentes se reunían para hurgar así que ella podía imitarlos.

-Papá, voy a irme.
-¿Dejaste algo pendiente?
-Olvidé una pieza en el otro lado.
-Bien, yo puedo atenderme.
-¿No te enojas?
-Tienes trabajo, házlo.
-Espero no tardar mucho.
-Si pasa algo, llamaré a Matt Rostov.
-Eh, si es muy necesario, por mí no hay problema. Te veo después.
-Cuídate, Bérenice.

La joven besó a su padre y cruzó el reflejo de las ventanas, con la angustia de no ser descubierta por nadie. Caminó sin detenerse por Poitiers y el centro, acabando en el Panorámico, enfrente de una cantina. Pocos habían tocado el contenedor de desperdicios del frente y vigilante de que nadie la viera, apartó papeles y latas, hallando un emparedado masticado y un durazno caduco. Ella pudo haber saboreado alguna de estas cosas, pero el olor que se escapaba de la cantina fue irresistible y se aproximó a la puerta, dándose cuenta de que los parroquianos eran escasos y el anfitrión era un hombre mayor que lucía como una buena persona.

Impulsada por la necesidad, la joven cruzó la puerta con la cabeza baja y se instaló en la barra. Todos voltearon a verla.

-Buenas noches, señorita ¿en qué puedo atenderle? - dijo Don Weymouth cortésmente.
-Hola.
-¿Quiere ocupar un tocador o hacer una llamada?
-No, disculpe.

Bérenice dio la media vuelta pero la fragancia a guiso recién hecho hizo que se retractara y bruscamente presionó su estómago.

-¿Me daría algo de comer? No tengo dinero ni trabajo pero prometo que lo repondré.
-Así que has venido por eso, lo hubieras dicho antes.

Acto seguido, Don Weymouth sumergió un cucharón en una enorme olla, sacando un potaje naranja al que sirvió con una pieza de pan.

-Provecho, mujer - señaló el hombre con empatía. Bérenice en cambio, se abalanzó sobre los alimentos, sin importar que hiciera ruido. Incluso levantó el plato y lo llevó a su boca.

-¿Te sientes mejor?
-Muchas gracias.
-¿Te gustó?
-Estaba delicioso.
-Nadie más tiene la receta. Los camarones se secan y se cocen con las verduras.
-¿Cómo puedo pagarle? 
-¿Ayudarías esta noche?
-¡Claro jefe! 
-Retira los tarros de la mesa de atrás y toma la orden de los que acaban de entrar.
-No escribo muy bien.
-Podrás de memoria.
-Trataré, tampoco soy muy lista.
-Para estar aquí con que sepas hablar sobra. Nada más ten en la cabeza que hay que cobrar al servir, yo te diré cuanto es.
-Bien, le obedezco jefe. 

Bérenice sonrió con gratitud y corrió a atender a los clientes mientras Evan Weymouth salía de la bodega del lugar y quedaba boquiabierto por ver a la mujer que con confianza saludaba.

-¿Quién es?
-Nos ayuda por hoy, mejor lava este plato.
-¡Ah, entiendo! Ella paga con trabajo.
-Que va, lo que me llama la atención es que animó un poco aquí. A darle muchacho, casi es hora de que se llene y tus amigos beben hasta terminarse la reserva.
-¿Vas a querer algo?
-Con las mesas estás cubierto, pónte a asear lo que falte.

Evan procedió a realizar sus labores al mismo tiempo que Bérenice avisaba a Don que le habían pedido una bebida extraña.

-¿Qué era? salque, salchot, salo...
-Salkau.
-¿Qué es eso? 
-Bebida de sémola.
-Me pidieron pero de mandarina.
-Al salkau se le fermenta y se le mezcla con fruta, parece que no lo has probado.
-No sabía que existía.
-Te daré un poco cuando termine el turno ¿Sirvo por vaso o por litro?
-Por litro, creo ¿Si me equivoco no me despide, verdad?
-Aprenderás con el ajetreo. Entrega esto, cobras 2€ y si no pagan, los echas.
-¡A la orden jefe! 

La chica se alejó y un cliente habitual preguntó a Don Weymouth:

-¿De dónde habrá salido la muchacha?
-De la calle, no hay duda.
-Es bonita ¿por qué no la dejas como empleada?
-¿Con qué le pago? Y la cantina es peligrosa; me preocupa que las jovencitas pasen a tomar algo y si contrato a esta, voy a tener más pendientes.
-Ni te fijes, con las propinas se cubre y por ella tampoco, entre los conocidos de siempre la cuidamos. 
-No me convences.
-En una de esas trae más clientes.
-¿Los compañeros de mi hijo?
-Aunque sea de esos.
-No quiero alborotos.
-Pero Evan es un patinador de los que salen en la tele y si le sigue no podrá cubrir sus turnos. Si la gente viene más ¿quien te echará la mano? Además ¿quieres que el chico atienda el negocio toda la vida? 

Don Weymouth volteó a ver sus fotografías, considerando que era casi un hecho que no deseaba ver que Evan pasara el tiempo lidiando con ebrios.

-¡Aquí está el dinero, jefe! - Expresó Bérenice - Y me pudieron otra ¿jarra? de salkau blanco, ya lo pagaron.
-Salkau puro. Pon el billete en la barra.
-Hecho.
-Son 5€.
-Me dijeron que así estaba bien.
-Entonces hay propina. Guárdala, es tuya.
-No entendí.
-Si te dan dinero demás y hay un "así está bien" o "así déjalo", el sobrante es de tu propiedad.
-¡Cuánta generosidad! 
-Anda a servir.

Bérenice asentó y retomó su labor en lo que el lugar recibía más gente.

-¡Chica, aguarda! - pidió Don - Necesito que pongas atención, el viernes es difícil y nos seguimos hasta el sábado cuando dan la medianoche ¿Puedes quedarte? 
-Cuente conmigo, jefe.
-La mayoría de los clientes son adolescentes pero a los ancianos y los cincuentones se les atiende primero y se les dan los asientos cuando estamos llenos.
-Bien.
-Otra más: Cuando te digan que quieren entremés, pregunta cuántos hay que dar. La comida no se cobra a menos que no haya bebidas.
-Entendido.
-Y átate el cabello, luego hace calor.
-¿Tiene una cinta?
-Las clientas siempre traen, de seguro te prestan o regalan una.
-¿Las mujeres también beben?
-Se ha vuelto costumbre.
-Vuelvo al trabajo jefe.
-Siempre ve con una sonrisa.

Bérenice afirmó y se dispuso a levantar botellas vacías, servilletas usadas o lo que los parroquianos tiraban. Algunos le hablaban para que se aproximara y la invitaban a sentarse, otros halagaban su cuerpo y los más arrojados la sentaban en sus regazos. Ella estaba tan habituada a esa clase de trato, que prefirió sacar cierta astucia e incitar a quien se dejara a tomar más. Ella obtenía a cambio propinas mayores.

-Evan, mira. La chica ha entendido de que va el negocio.
-Nos conviene, papá.
-¿Volverás a entrenar?
-El lunes retomo.
-¿Podrás trabajar por la tarde?
-Hasta septiembre, ya llegaron mis asignaciones. 
-¿Encontraste a tu reemplazo?
-Si pagas con salkau, saldrá más de uno.
-Está prohibido en esta cantina ¿no les basta con billetes?
-No busques más, la chica parece buena.
-Sabes que no me gusta ver a la mujeres por acá.
-Pues no se puede lavar platos y servir tragos al mismo tiempo.

Evan era razonable, la demanda aumentaba y había que adaptarse.

Por esos días, la cantina recibía mayor flujo de visitantes. De estar repleta únicamente durante los partidos de fútbol importantes o la final del hockey por ser la última opción, ahora era un sitio de moda por vender salkau, una bebida tradicional despreciada por tener fama de "sucia" pero eso la volvía atrayente para los jóvenes que la consumían con gran soltura y llevaban a sus amigos a satisfacer su curiosidad. Las mujeres eran un grupo aparte y se notaba de inmediato: Ordenaban directamente y eran propensas a recurrir al entremés. No eran particularmente dadas a dejar propinas pero sonreían y socializaban, se las arreglaban para que les invitaran rondas y Bérenice no tardó en obtener la cinta para el pelo antes de retornar a la barra.

-En el rincón quieren cinco cervezas  dos jarras con ¿tomate? y otra con arándano. Más allá pidieron dos con menta y una de kiwi.
-¡Más salkau! Que bueno que resucite. Mire, él es mi hijo Evan, también atiende.
-¡Hola Evan! Soy Bérenice. Ahora vuelvo, dejaré los pedidos.
-Cobra 23€ 
-A la orden jefe, qué divertido trabajo tiene.

Evan miró a su padre conteniendo la carcajada.

-Ya oíste, es divertido - irónizó.

Don Weymouth sabía que la joven hablaba en serio, solo había que verla tan entusiasta con el ruido y el desorden. Conforme la noche avanzaba, más y más gente abarrotaba el local complicando el servicio pero a Bérenice le bastaba con bailar y cantar para calmar los ánimos y convencía a todos de depositar monedas en la rocola para continuar la fiesta.

A medianoche era la locura. No se podía entrar o salir sin dar codazos, se insinuaban conatos de golpizas y el vómito de los primeros borrachos aparecía por el suelo. Nada afectaba a Bérenice que iba, venía y saltaba por doquier. Los pescadores la comparaban con las meseras con las que el local solía contar en sus buenos tiempos, cuando Don Weymouth era niño y aprendía de su madre el oficio de preparar salkau. En la cantina se contaban historias sobre como esas atractivas mujeres consolaban a hombres desesperados o estafaban a los forasteros. Los nuevos parroquianos escuchaban, pero Bérenice no les parecía tan especial como para imitarlas. 

-Evan, nunca te dejes engatuzar por la chica nueva - comentó Don por su lado.
-¿Por qué lo haría?
-Porque la calentura y la estupidez van de la mano ¿Alguna vez te conté cómo conocí a tu madre?

Evan quiso comentar algo al respecto pero su novia Eva hizo acto de presencia, besándolo en lugar de saludar.

-Vine con las chicas.
-Qué bien.
-¿Hay salkau de fresa?
-Hasta para regar plantas.
-Perfecto, dame una jarra y quiero otra de kiwi, tres de arándano y siete entremeses.
-Apenas alcanzaste comida. 
-Oye ¿descansas un momento? Te caería bien tomar algo conmigo.
-No puedo, hay mucho que hacer.

Segundos más tarde, Bérenice anunciaba:

-Un vaso de apio y un entremés y por favor, alguien limpie por allá, nos dejaron un regalo estomacal y salieron huyendo.
-No hay guiso.
-Pero estás sirviendo platos, Evan.
-Son para una orden que llegó antes.
-¿Qué le explico al viejo del muelle?
-¿Él? Lleva esta ración y su bebida, Dile que mi padre invita.
-De acuerdo.
-¿Te está yendo bien con las propinas, verdad?
-Me hacen reír y me regalan dinero, qué raro.
-Así pasa. En un momento paso jabón por el piso.
-En un ratito regreso.

Bérenice siguió con su tarea al tiempo que Eva miraba a su novio con enojo.

-¿De dónde sacaron a ésa?
-Paga con trabajo.
-Se parece a la tipa de las noticias.
-¿La que le gusta a todos?
-La que se metió con el cantante de Brasil.
-No vendría aquí porque la policía la busca.
-Deja de verla.
-Hoy me ayuda, ni modo que no la mire.
-No te hagas tonto, te estoy vigilando.

Evan río y optó por limpiar de una buena vez. Bérenice en cambio continuaba con su juego de coquetería pese a que los accidentes comenzaban a ocurrir porque los imprudentes tiraban los tragos, empapándola y provocando que su ropa se tornara pegajosa. Ella también sacaba del lugar a los impertinentes y los peores rompían los vasos pero se comportaba cariñosa y los alejaba. Con todo, el dinero fluía.

-¡Muchacha! Ven acá.
-¿Qué necesita, jefe?
-Me han comentado que estás cayendo bien y el servicio es más rápido.
-Gracias, es que me he entretenido como nunca.
-¿Te gustaría venir más días? Las propinas son tuyas y comerías tres veces durante el turno.
-¿De veras?
-Evan y tú probarían los entremeses y a veces irían al mercado a conseguir lo que falte. 
-Es un buen trato.
-Prométeme nada más que te portarás bien.
-Lo que usted diga.
-Y cambia esa ropa ¿ves las fotos del techo? Los ancianos quieren ver una mujer como esas.
-Me pondría plumas, unos moños y ¡corsé!, ¡también mallas de encaje!
-Atrás tengo ropa vieja, te la pruebas por la mañana.
- ¡Se lo agradezco, jefe! 
-Bueno, pues a trabajar que la clientela es exigente.
-¡Gracias, gracias! 

Evan atisbó a su padre nuevamente.

-La contrataste.
-Más bien aprovecho que los bebedores antiguos parecen un poco felices.
-Pero no deseas que las mujeres vengan.
-Si ella lo hace bien, cuando te vayas ocupará tu lugar. 
-¿En serio? 
-Sigue lavando tarros o cambio de opinión.
-Estamos saturados, mejor me pongo de mesero.
-¿Te crees muy listo? La muchacha sabe hacer esto sola. Deja de verle los muslos que no hay nada para ti.

Evan se echó a reír de una vez y su padre le dio una palmada en el hombro. El joven se limitó a cubrir sus labores sin pensar que tenía suerte de abandonar la cantina pronto: Bérenice había encontrado accidentalmente un empleo.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario