Carlota Liukin salió de Notre Dame con un ánimo extraordinario y se encontró con el hecho de que Tennant Lutz era quien la esperaba para regresar al hotel en lugar de Sergei Trankov. Por vez primera, la joven no se quejó.
-Él tuvo que irse.
-Comprendo.
-¿Pasamos por helado o solo quieres...?
-Caminemos.
-De acuerdo.
-¿Qué hay con el perro?
-Lo traje a despejarse, hacer ejercicio, divertirse, lo necesita de vez en cuando.
-Se ve muy lindo pero hay que irnos.
-Bien.
-¿Sergei se fue a...?
-Misión, lo conoces.
-Ojalá hubiera sido con Lubov.
Tennant Lutz se encogió de hombros y emprendió camino mientras Carlota acariciaba la cabeza del perro cada que podía.
-¿Es tuyo?
-¿Algo así?
-¿De quién es?
-Pongámoslo en que lo paseo.
-¿Tienes algo que hacer más tarde?
-Trabajo en un bar.
-Ah, creí que habías dejado tu oficio.
-Gano mejores propinas.
-Obvio, es París.
El chico sonrió nervioso y no agregó más, seguro de que a ella le importaba un comino lo que hiciera. Esto le posibilitaba ocultar que anhelaba separarse de los guerrilleros y se volcaba en buscar trabajo por la ciudad. A veces hallaba ocupaciones de tres días o dos como mesero o afanador, como vendedor de productos en stands de esquina y aquel día como cuidador de una mascota, pero el dinero no le alcanzaba y contra su voluntad, había regresado donde Sergei Trankov para no tener que pagar una renta en un departamento de siete metros cuadrados donde el colchón era un lujo y el baño brillaba por inexistente.
-Mira, hay alguien ahí, ¿de qué sabor quieres tu helado?
-De fresas ¿No quieres?
-No, sólo te invito.
-Bien, sujetaré la correa un momento.
Lutz en cambio, miraba con un poco de pánico sus monedas y casi no quería entregar la que saldaba la cuenta pero pensaba "es Carlota, hay que impresionar".
-¿Te gusta?
-Está delicioso, pruébalo.
Cuando Tennant y Carlota se alejaron del carrito, continuaron su plática.
-Un poco más de vainilla y cobrarían 10€ por el barquillo.
-Que suerte que lo vendan en la calle.
-Que suerte tienes de que te lo compre...
-¿Qué dijiste?
-Nada, que me contarás lo que pasó.
-No diría mucho.
-¿No sabré, verdad?
-Me contenta decirte que no.
-Es la primera vez que te veo de buen humor.
-Lo estoy... ¿Seguro que no quieres uno?
-No, gracias.
-¿A qué hora entras a trabajar?
-A las nueve.
-Falta mucho. ¿En qué calle está?
-Eh, en... en... Rue de l'Université.
-¡Cerca del Petit Palais!
-Más o menos, hay que caminar y...
-Conseguir un empleo ahí es súper difícil.
-Soy un buen bartender.
-Cantinero.
-Pero el caso es que lo tengo.
-Por cierto, Tennant, yo quería preguntarte hace tiempo sobre lo que me hiciste en Hammersmith.
-¿Quitarte al público?
-Chistoso que eres.
-Soy súper gracioso.
-Me refiero a ese beso.
-¿Cuál, bonita?
-No me digas bonita y sí, es "ese" beso ¿Por qué lo hiciste?
-Porque quise, no fue tan especial.
-Dijiste que estabas interesado.
-Interesado en desconcertarte, más no en alimentar tu ego.
Carlota se cruzó de brazos y cerró sus ojos en señal de divertida incredulidad, preguntándose que era lo que en realidad él pretendía o porque le daba la impresión de que era un tonto no muy perdido. Tennant Lutz en cambio, creía que ella se había dado cuenta de su farsa y que se burlaba muy en sus adentros, como sucedía desde que la vio por primera oportunidad.
-Oye chico, me vas a matar.
-¿Ahora qué?
-Tengo hambre.
-Termina ese helado y te llevo al hotel a que te sirvan lo que sea.
-Pero detesto la comida de ese lugar.
-No pasaré por una pâtisserie*.
-No quiero pan.
-¿Traes con que sobrevivir?
-Creo que sí - revisando su bolso - 200€.
-¿Eres rica?
-Mi papá dice que no.
-Eres de las que siempre tienen dinero ¿miento?
-No.
-Y ni pregunto de donde lo sacas.
-De mi mesada.
-¿Pues cuánto te dan?
-¿Quieres sushi?
-¿Te gusta?
-Joubert me hizo adicta.
-¿Vas a pagar?
-Si me invitas las bebidas.
-¿Hablamos de soda o té?
-Lo que yo pida.
-¿No quieres que te prepare algo más tarde?
-¡No seas tacaño!
-Te di un helado.
-Tennant, nunca serás más que un cantinero si actúas así.
-Los millonarios escatiman centavos.
-No con toda la gente.
Carlota se reía por nervios pero el chico se sentía avergonzado y sabía que iba a ser un extraño error negarle la invitación.
-No nos dejarán entrar con el perro.
-¿A qué hora lo devuelves?
-Ya casi, debo dejarlo en Cambon.
-Estamos lejos.
-Algo así pero traje la moto.
-¿Dónde la estacionaste?
-En, cerca de ese árbol.
-Rayos.
-La encontraré.
-Tennant, mejor dime que iremos a pie.
-Pero en serio la traje.
-¿Cómo vas a llevar a este lindo perro y a mí en ella?
-Era el otro problema que no consideré.
-Ni te esfuerces, mejor iré a casa.
-Carlota, disculpa no sería cortés dejarte sola.
-Chico, entiendo, está bien.
-Oye no...
-Nos vemos.
Carlota se dio la media vuelta y él sobreentendió que aquella despedida era seria. Ir por ella era estúpido y el perro de alguna forma reclamaba ir con sus dueños, al punto de intentar sacarse la correa, complicando una eventual petición de aguardar un poco. Tennant Lutz se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta de que carecía de posibilidades cuando miró a la jovencita sacando su celular nuevo y llamando a su mensajero para que la regresara con seguridad a Montparnasse.
-¿No quieres el sushi?
-Iré con Miguel Ángel, no te preocupes.
-Trankov me va a acuchillar o algo si no te cuido.
-Él entenderá y mejor regresa a ese perro.
-Esperaré.
-¿A qué?
-A Miguel porque me aseguraré de que en serio te vayas con él.
-Tennant, no quiero que te regañen, vete.
-Carlota, no me voy a mover.
-No soy yo la que trae a la mascota de alguien y menos la que va a cobrar por caminar.
El chico sin embargo, se detuvo junto a ella y aunque no se dirigían la palabra, ambos se observaban de reojo, la chica deseando que se marchara de una buena vez; él haciendo lo mismo, nada más que con la intención de que Miguel sufriera un accidente, se enfermara o mínimo llegara tan tarde que Carlota le reclamara horriblemente.
-¡Señorita! - gritaría el mensajero a escasos instantes, desconcertando a Tennant por su velocidad y constatando que hasta el todavía desconocido tenía una expresión similar a la que Carlota había puesto antes por la motocicleta.
-Perdone si he demorado.
-De hecho me sorprendiste, Miguel, qué rápido eres.
-Es por el trabajo, ¿necesita pasar a algún lado antes del hotel?
-En el camino te digo.
-¿Su amigo?
-Tennant te presento a Miguel, Miguel te presento a Tennant y Tennant es ... Un conocido que me acompañó mientras venías.
-En ese caso le doy las gracias, ambos pueden estar seguros de que la señorita Carlota llegará bien a su destino. Hasta luego.
-Adiós Tennant.
El muchacho atinó a despedirse con la mano antes de que fuese jalado por la desesperada mascota y se diera cuenta de que iba tarde, que su motocicleta se hallaba en su nariz y que Carlota Liukin se mofaba de él con placer. Contenido apenas por el buen carácter que a pesar de todo le demostraba su acompañante, Tennant tomó el camino hacia Cambon, soportando que los parisinos transitaran con dificultad y con imprudencia al cambiar de carril o los niños lo señalaran porque de solo verlo ahora querían su propio perro. Su retraso le costaría un reproche y además Lubov Trankova lo regañaría si le contaba porque llegaba a la cena y no se dedicaba a escoltar a Carlota. Después de mucho tiempo, se estacionó cerca del domicilio de su nuevo amigo, que lamía su mano como camaradería.
-¿Dónde estabas? - le dijo un hombre.
-El tráfico me detuvo.
-Por lo menos regresas a mi perro en buenas condiciones. Toma tu dinero y adiós.
-¿Treinta? Acordamos más.
-Llegaste media hora tarde y no avisaste, además el perro se ve cansado y tiene las patas llenas de tierra.
-Por el paseo.
-¿Dónde lo metiste, en un arenal?
-Notre Dame.
-Diez más y vete, para la próxima contrataré al servicio profesional, por lo menos son puntuales.
-Una disculpa.
-Sal de aquí, das mala imagen.
Tennant Lutz suspiró un poco frustrado y resolvió recorrer la zona en busca de una barra de sushi más o menos decente para al menos dejarle a Carlota la cena y demostrarle que realmente deseaba haberla acompañado. Por unos instantes, el dinero no le interesaba, dándole prioridad a escoger una tarjeta de disculpa y unas flores blancas adicionalmente. Después de irse por calles pequeñas para evitar otro embotellamiento, notó que Miguel estaba en la puerta del hotel donde la joven se hospedaba y con cierto rechinar de dientes, se obligó a hablarle.
-Hola.
-Hola ¿Lo que traes es para la señorita Carlota?
-Es el sushi que quería.
-Hemos pasado por unos rollos de atún cuando veníamos para acá.
-Oh, creí que por la hora, ustedes...
-Te lo recibo, a ella le gustará.
-La tarjeta y las flores también.
-De acuerdo.
-¿Por qué me ves como ella lo haría?
-Si te miraras desde mi ángulo, también te incomodarías.
-Me lo dice el pelagato de Carlota.
Pero Miguel dejó los obsequios de Lutz en la mesita de recepción y enseguida sujetó a este último por el cuello de la camisa para hacerlo retroceder hasta la banqueta.
-La señorita Carlota ni siquiera te voltea a ver porque cree que eres un idiota.
-¿Y tú no lo eres?
-Te comportas como idiota, sonríes como idiota, vistes como idiota y eres un idiota. Cualquiera se da cuenta de que eres un idiota y tú mismo le gritas al mundo que eres un idiota con ese aire pretencioso de sabelotodo y cínico que ni siquiera te consigue una cita con una mujer en cinco sentidos. A Carlota le desagradas por bocazas y hoy por demostrarle que no vales ni medio centavo afuera de tu cantina. Ella se dio cuenta de que no eres tan sofisticado, nunca serás dueño de nada y que no necesita a alguien como tú. Eliges ser perdedor porque crees que eso es lo que te mereces y por lo mismo nunca tendrás una vida mejor* y tampoco que alguien te aprecie. Buenas noches, le diré que viniste.
Tennant no contestó y se limitó a observar a Miguel tomando sus regalos para realmente llevarlos. Era curioso notar como hasta el mensajero lucía mejor que él, más fuerte y de mejor posición a pesar de que en el mundo exterior podía pasar por insignificante y entonces, captó el punto.
Caminando de nuevo hacia la motocicleta, se percató de que algo en su aspecto indicaba su idiotez: Era hora de despojarse de la gabardina, de tal vez aceptar una ligera miopía y usar sus lentes, de cortar su cabello y optar por las camisas de mangas hasta el codo; también era tiempo de ahorrar dinero y trabajar duro, de volverse estricto y no egoísta con sus finanzas, de admitir que era solitario y que hasta su música debía cambiar para no quedarse atrás. Sobrepasado por tal conclusión, se dirigió a Le Marais para preguntar por diversos empleos, recibiendo en respuesta muchas negativas y siendo echado de los bares por no tener lugares disponibles para él. Sin embargo, a las afueras del barrio existía una tienda que solicitaba ayudante y a pesar del color rosa de las luces, entró ahí solo para ver si tenía suerte. Una chica de unos veintinueve años, con notable busto y cuyo rostro aparecía en todas partes del local, lo atendió enseguida.
-¿Tu nombre?
-Tennant Lutz.
-Parece de cómic, como de Scott Pilgrim.
-Gracias.
-¿Qué sabes hacer?
-Tratar con los clientes.
-Cualquiera lo hace... ¿Sabes de porno, actores, literatura erótica, recomendaciones de hoteles?
-No.
-¿Pero eres ordenado?
-Por orden alfabético si es necesario.
-¿Qué musica te gusta?
-Blur, Suede, Tennage Fanclub, Underworld...
-¿Algo que sí sea gay?
-¿Björk?
-Le gusta a las lesbianas, está bien.
-Si ayuda, trabajé en un bar de Jamal, puedo cubrir el horario que digas.
-¿Qué hacías?
-Servía los tragos.
-¿Eres bueno con los sabores?
-De hecho sí, los que sean.
-¿Ves las botellas de allí? Házme un coctel.
-Son lubricantes.
-Hay clientes que buscan nuevos todo el tiempo, si eres bueno mezclando, tienes el trabajo.
-¿Tienes ropa comestible?
-Al fondo.
-Me diste una idea.
Ante la chica que casi se reía por su cara de sorpresa, Tennant mezcló un par de sabores y decoró una copa con tiras finas de provenientes de una prenda frutal cuyo color era tan encendido como el de las lámparas. El chico se cercioraba gracias a su olfato de que aquello combinara.
-Listo.
-¿Qué pusiste?
-Vainilla y fresas.
-Huele muy bien.
-Pruébalo.
-¿No deberías estar en un antro por lo menos?
-Necesito el trabajo.
-La gabardina, quítatela.
-De acuerdo.
-A las cuatro de la tarde grabo mis videos en la cabina de allá, si alguien me molesta, te despido.
-Claro.
-¿Tienes identificación?
-Ésta ¿sirve?
-Eres menor de edad.
-Por favor, no me corras.
-¿En serio trabajabas en un bar?
-Puedo probarlo.
-Me han contado que en Jamal la fiesta es extrema.
-No mucho.
-¿Qué voy a hacer contigo?
-Debo pagar las cuentas.
-Si viene la policía dales cosas gratis, la caja de allá es la basura que tocan.
-¿Otra cosa?
-Estarás aquí a las nueve, te pagaré a la semana dependiendo de las ventas.
-Supongo que está bien para comenzar.
-Espero que no seas una rata, me daré cuenta antes de que se te ocurra llevarte algo.
-No, no haría eso.
-Hay unos volantes, repártelos y te veo mañana.
-Gracias por...
-Sólo esfúmate y no llegues tarde.
Tennant abandonó el lugar sintiéndose un poco confundido y con las manos en los bolsillos, topándose con Miguel al bajar los escalones.
-Me disculpo por las palabras que usé, no son cordiales.
-¿También descubriste que eres un idiota?
-Lo que te he dicho ha sido como amigo, lo que pasa es que los mortales no son muy sinceros.
-¿Qué?
-No me tomes a mal, la verdad duele.
-¿Me seguiste?
-En parte, es que necesitas ayuda y tienes el estómago vacío. Andando.
-¿Qué haces?
-Conozco una barra de sushi que bastante buena, te invito.
-¿Carlota dijo algo sobre lo que le di?
-Te lo agradece.
-Aunque sea la primera en detestarme.
-Lo que pasa es que no sabe como darte su amistad, tú le caes bien y le gustaría ver que logras algo en París.
-¿En serio?
-Es todo.
Miguel le indicó a Tennant que dejara la motocicleta frente a la tienda y recorrieron un par de calles hasta un buffet japonés más o menos barato. Los dos dejaron de tratarse con reticencia pero Miguel pensaba que el chico había pasado muchos años solo y que le haría un gran favor si le recomendaba quedarse cerca de Carlota. A veces, la amistad nacía por necesidad y esa era una gran enseñanza.
*panadería
*(Casi) paráfrasis de una frase de la película Blue Jasmine (Woody Allen, 2014)
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