Fauve Hautot / Foto cortesía de facebook.
Hesparren, Francia.
Aunque Tamara tardó algunas noches en decidirse, al final se obligó a realizar una llamada a Ricardo Liukin con la esperanza de que no hubiese cambiado el número de su celular. Aquella noche hacía un poco de calor y ella entendió que era un poco tarde pero no lo suficiente para que le reclamaran por la hora.
-¿Alguien contesta? - preguntaba en lugar de saludar y alcanzaba a escuchar una especie de estática que bien podía indicarle que su enlace era débil o que no estaba comunicándose bajo ninguna circunstancia.
-Deja eso, hija - clamaba Anne Didier - Mejor hazlo mañana, sal a divertirte mejor.
-No tengo vestido.
-Con cualquier cosa te ves bien, ¿no quieres conocer chicos en el pueblo?
-Mamá, te dije que hablaría con Ricardo.
-¿Ahora?
-No creo interrumpirlo.
-Entonces debes levantarte temprano, tu padre te llevará a pescar merluza.
-Dame un momento.
-Pues si no vas a salir o ir a roncar, tienes cinco minutos.
-Hecho.
-Hasta mañana.
-Adiós, mamá.
Tamara y Anne Didier se besaron mutuamente la mejilla y la última se introdujo en su habitación para no incomodar. La primera por su parte, colgaba y volvía a marcar, preguntándose porque no se le había ocurrido contactar a su amigo directamente en lugar de insistir en casa de Haguenauer cuando podía hacerlo.
-¿Hola? - insistió y la llamada se cortó. Pesimista, lo intentó nuevamente, segura de que se quedaría toda la noche insistiendo hasta al menos saber si su conexión estaba dañada.
-¿Ricardo? - preguntó en cuanto oyó claro y se mordió las uñas.
-¿Quién?
-¿Ricardo Liukin?
-Sí, ¿quién es?
-Buenas noches, soy yo, yo Tamara Didier... Tamara.
-Ho.. hola.
-Creí que no lo encontraría.
-¿Por qué tardó tanto en ...?
-¿Sabe? No importa mucho, de todas formas era para preguntar como está.
-Gracias por la consideración, estoy bien... Carlota está descansando, ¿quiere hablar con ella?
-¡No! ... Eh, quería saludarlo Ricardo, perdón por irme sin avisar.
-Sé lo de su juicio.
-Mi abogado se encarga.
-¿Podría decirme dónde está?
-¿Qué, yo?
-¿No es posible?
-Claro que sí, estoy en Hesparren, en una granja... con mis padres.
-¿Por qué no me dijo antes? Pude visitarla y darle mi apoyo.
-Ricardo, créame que estoy aquí por cualquier motivo menos el de evitar que me lleven a la cárcel.
-¿De verdad?
-La defensa no es gratis, he trabajado este tiempo.
-¿Qué hace?
-No quisiera decirle por teléfono pero debería ver mis manos, ahora siento músculos que no sabía que tenía.
-Si le consuela, yo estoy en búsqueda de ocuparme en algo.
-¿Cómo va la memoria?
-Bien, no he olvidado nada en semanas.
-Qué buena noticia.
-Me acaba de alegrar su llamada.
-Pensé que no podría hablarle.
-¿Tiene tiempo?
-No mucho, iré a Saint Jean de Luz mañana y debo recostarme de una vez.
-¿Puedo preguntarle en donde está su granja?
-En un valle, el de Hesparren.
-¿Está bien?
-Sí, a veces me falta hablar con alguien pero me alegra que usted me responda. Creí que no tenía más este número, no sé por qué.
-Oh, Tamara, no te sientas mal, es un momento difícil, cualquiera lo pasaría en familia.
-También tú lo haces ahora, con lo de Trankov.
-No lo menciones.
-Es que traicionó tu confianza, con lo de Verlhac.... Bueno, también yo te he defraudado.
-Tamara, contigo es diferente.
-¿Por qué?
-Cometiste errores antes de conocerme y eso los convierte en asuntos entre Gwendal y tú; Trankov en cambio, se metió con mi hija.
Tamara suspiró para no decir nada y Ricardo lo notó enseguida, pero en lugar de envolverse una discusión inútil, prefirió cambiar el ánimo.
-¿Qué harás mañana?
-Iré a pescar.
-¿Te gusta?
-Sólo subirme al bote.
-¿A qué hora te vas?
-A las cinco de la mañana, es que la merluza lleva su tiempo.
-¿En serio?
-En el mercado también reciben todo temprano y la verdad es que prefiero ver como lo sacan del mar y escogerlo.
-¿Estás lejos?
-No, la verdad es que todo me queda a media hora, Biarritz, Hendaye, Bayonne... Bueno, Saint Jean de Luz como a quince minutos si no me detuviera a ver hortalizas.
-¿De verdad?
-Es que son coloridas aunque con la oscuridad que me va tocar no las veré.
-¿Me podrías repetir el nombre de ..?
-¿El pueblo? Aunque más bien es el valle.
-Por favor.
-Hesparren, granja Didier.
-Creería todo, menos que provienes del campo.
-También me parece increíble.
-Me alegra saber de ti.
-Y a mi de ti, pero me sorprende que me tutees.
-Somos amigos.
-Ricardo, te extraño mucho; a ti y a Judy.
-También te extraño.
-Tengo que despedirme.
-Antes de que te vayas, ¿me contestarías algo?
-¿Qué pasa?
-¿Tú crees que nos veremos pronto?
-No tengo la respuesta, Ricardo.
-Pero ¿te gustaría?
-Definitivamente.
-Bueno, es algo. Te dejo para que puedas dormir.
-Gracias ¿te pasó el número de mi casa o...?
-Mi celular lo registró, lo guardaré.
-Gracias por contestarme.
-Nada que agradecer, al contrario, es ... Sé que estás contenta, suenas así.
-Es porque hablamos.
-Adiós Tamara.
-Adiós Ricardo.
-Diviértete.
-Gracias.
Tamara finalizó la charla y fue directo a su cama de lo más satisfecha, durmiendo en el acto. Su madre, que la había escuchado para constatar lo ciertas de sus sospechas, la arropó y después corrió al auricular.
París.
-Judy, sé que esto es difícil para usted pero necesito hacer este viaje y no confío en nadie más para cuidar a mis hijos.
-Lo entiendo, vaya sin cuidado.
-La policía continúa con nosotros y no quiero que las cosas se alteren, regreso en unos días cuando mucho.
-¿A qué hora sale su tren?
-A las diez y con suerte, llegaré a Biarritz a las tres o las cuatro de la mañana; me las arreglaré para encontrar a Tamara como sea, de seguro alguien conoce la granja de sus padres.
-Pero hay demasiadas en el Pays Basque.
-¿Qué?
-Es el campo, pensé que usted lo sabía.
-Nunca me pasó por la cabeza.
-Pero es tan obvio que Tamara es vasca, le gustan los estofados, se muere por el pescado y las verduras con muchos colores, el queso artesanal, ¡habla euskera!
-¿Eso hace?
-¿Nunca la oído?
-Jamás, ¿por qué no me contó?
-Una vez me dijo que hubiera deseado nacer en esta ciudad y yo en su granja y la verdad es que no me hubiera disgustado.
-Al menos tendré que preguntarle.
-No quisiera apurarlo pero debe irse.
-Judy, por favor, vigile a Carlota, anda en las nubes desde esta tarde y cuando se pone así pareciera que no usa la razón.
-Entendido.
-Que Andreas no se meta en problemas y que Adrien se quede con su primo Javier si quiere dormir tranquila.
-Cuente conmigo, tenga buen viaje.
-Le diré a Tamara que usted la quiere ver.
-Mejor que la saludo.
-De acuerdo.
-Buen viaje.
-Cuídese.
-Usted más, hasta pronto.
Judy abrazó a Ricardo y procuró no hacer ruido para que nadie lo viera marchar.
En el camino a Biarritz no había gran ciencia excepto aquella escapada que el señor Liukin hacía exitosa con un sigilo que ni ese momento se imaginaba que poseía y consiguió un taxi a escasas cuadras con la petición por delante de que el traslado a la estación de tren fuese lo más rápido posible. El tiempo presionaba ya.
Biarritz, 5:00 pm
-¿Dónde estaba? Le pedí que tomara un tren que le hiciera llegar temprano.
-Hubo un problema en el camino, lo siento.
-Al menos está aquí, soy Anne Didier.
-Ricardo Liukin, mucho gusto.
-Venga, es por acá.
-Traje una maleta chica, no planeo quedarme mucho tiempo.
-No importa, venga, venga.
-¿Dónde está su auto?
-Es el jeep blanco.
-¿Es Tamara?
-No soy muy discreta, hice tanto ruido que desperté a mi marido y a mi hija y tuve que traerlos.
-Gracias, Anne.
-¿En serio?
-Es maravilloso, es una linda sorpresa.
Ricardo y Anne se sonrieron mutuamente y se dirigieron al jeep, mismo en el que Tamara dormitaba mientras su padre ponía cara de pocos amigos.
-No tengo vestido.
-Con cualquier cosa te ves bien, ¿no quieres conocer chicos en el pueblo?
-Mamá, te dije que hablaría con Ricardo.
-¿Ahora?
-No creo interrumpirlo.
-Entonces debes levantarte temprano, tu padre te llevará a pescar merluza.
-Dame un momento.
-Pues si no vas a salir o ir a roncar, tienes cinco minutos.
-Hecho.
-Hasta mañana.
-Adiós, mamá.
Tamara y Anne Didier se besaron mutuamente la mejilla y la última se introdujo en su habitación para no incomodar. La primera por su parte, colgaba y volvía a marcar, preguntándose porque no se le había ocurrido contactar a su amigo directamente en lugar de insistir en casa de Haguenauer cuando podía hacerlo.
-¿Hola? - insistió y la llamada se cortó. Pesimista, lo intentó nuevamente, segura de que se quedaría toda la noche insistiendo hasta al menos saber si su conexión estaba dañada.
-¿Ricardo? - preguntó en cuanto oyó claro y se mordió las uñas.
-¿Quién?
-¿Ricardo Liukin?
-Sí, ¿quién es?
-Buenas noches, soy yo, yo Tamara Didier... Tamara.
-Ho.. hola.
-Creí que no lo encontraría.
-¿Por qué tardó tanto en ...?
-¿Sabe? No importa mucho, de todas formas era para preguntar como está.
-Gracias por la consideración, estoy bien... Carlota está descansando, ¿quiere hablar con ella?
-¡No! ... Eh, quería saludarlo Ricardo, perdón por irme sin avisar.
-Sé lo de su juicio.
-Mi abogado se encarga.
-¿Podría decirme dónde está?
-¿Qué, yo?
-¿No es posible?
-Claro que sí, estoy en Hesparren, en una granja... con mis padres.
-¿Por qué no me dijo antes? Pude visitarla y darle mi apoyo.
-Ricardo, créame que estoy aquí por cualquier motivo menos el de evitar que me lleven a la cárcel.
-¿De verdad?
-La defensa no es gratis, he trabajado este tiempo.
-¿Qué hace?
-No quisiera decirle por teléfono pero debería ver mis manos, ahora siento músculos que no sabía que tenía.
-Si le consuela, yo estoy en búsqueda de ocuparme en algo.
-¿Cómo va la memoria?
-Bien, no he olvidado nada en semanas.
-Qué buena noticia.
-Me acaba de alegrar su llamada.
-Pensé que no podría hablarle.
-¿Tiene tiempo?
-No mucho, iré a Saint Jean de Luz mañana y debo recostarme de una vez.
-¿Puedo preguntarle en donde está su granja?
-En un valle, el de Hesparren.
-¿Está bien?
-Sí, a veces me falta hablar con alguien pero me alegra que usted me responda. Creí que no tenía más este número, no sé por qué.
-Oh, Tamara, no te sientas mal, es un momento difícil, cualquiera lo pasaría en familia.
-También tú lo haces ahora, con lo de Trankov.
-No lo menciones.
-Es que traicionó tu confianza, con lo de Verlhac.... Bueno, también yo te he defraudado.
-Tamara, contigo es diferente.
-¿Por qué?
-Cometiste errores antes de conocerme y eso los convierte en asuntos entre Gwendal y tú; Trankov en cambio, se metió con mi hija.
Tamara suspiró para no decir nada y Ricardo lo notó enseguida, pero en lugar de envolverse una discusión inútil, prefirió cambiar el ánimo.
-¿Qué harás mañana?
-Iré a pescar.
-¿Te gusta?
-Sólo subirme al bote.
-¿A qué hora te vas?
-A las cinco de la mañana, es que la merluza lleva su tiempo.
-¿En serio?
-En el mercado también reciben todo temprano y la verdad es que prefiero ver como lo sacan del mar y escogerlo.
-¿Estás lejos?
-No, la verdad es que todo me queda a media hora, Biarritz, Hendaye, Bayonne... Bueno, Saint Jean de Luz como a quince minutos si no me detuviera a ver hortalizas.
-¿De verdad?
-Es que son coloridas aunque con la oscuridad que me va tocar no las veré.
-¿Me podrías repetir el nombre de ..?
-¿El pueblo? Aunque más bien es el valle.
-Por favor.
-Hesparren, granja Didier.
-Creería todo, menos que provienes del campo.
-También me parece increíble.
-Me alegra saber de ti.
-Y a mi de ti, pero me sorprende que me tutees.
-Somos amigos.
-Ricardo, te extraño mucho; a ti y a Judy.
-También te extraño.
-Tengo que despedirme.
-Antes de que te vayas, ¿me contestarías algo?
-¿Qué pasa?
-¿Tú crees que nos veremos pronto?
-No tengo la respuesta, Ricardo.
-Pero ¿te gustaría?
-Definitivamente.
-Bueno, es algo. Te dejo para que puedas dormir.
-Gracias ¿te pasó el número de mi casa o...?
-Mi celular lo registró, lo guardaré.
-Gracias por contestarme.
-Nada que agradecer, al contrario, es ... Sé que estás contenta, suenas así.
-Es porque hablamos.
-Adiós Tamara.
-Adiós Ricardo.
-Diviértete.
-Gracias.
Tamara finalizó la charla y fue directo a su cama de lo más satisfecha, durmiendo en el acto. Su madre, que la había escuchado para constatar lo ciertas de sus sospechas, la arropó y después corrió al auricular.
París.
-Judy, sé que esto es difícil para usted pero necesito hacer este viaje y no confío en nadie más para cuidar a mis hijos.
-Lo entiendo, vaya sin cuidado.
-La policía continúa con nosotros y no quiero que las cosas se alteren, regreso en unos días cuando mucho.
-¿A qué hora sale su tren?
-A las diez y con suerte, llegaré a Biarritz a las tres o las cuatro de la mañana; me las arreglaré para encontrar a Tamara como sea, de seguro alguien conoce la granja de sus padres.
-Pero hay demasiadas en el Pays Basque.
-¿Qué?
-Es el campo, pensé que usted lo sabía.
-Nunca me pasó por la cabeza.
-Pero es tan obvio que Tamara es vasca, le gustan los estofados, se muere por el pescado y las verduras con muchos colores, el queso artesanal, ¡habla euskera!
-¿Eso hace?
-¿Nunca la oído?
-Jamás, ¿por qué no me contó?
-Una vez me dijo que hubiera deseado nacer en esta ciudad y yo en su granja y la verdad es que no me hubiera disgustado.
-Al menos tendré que preguntarle.
-No quisiera apurarlo pero debe irse.
-Judy, por favor, vigile a Carlota, anda en las nubes desde esta tarde y cuando se pone así pareciera que no usa la razón.
-Entendido.
-Que Andreas no se meta en problemas y que Adrien se quede con su primo Javier si quiere dormir tranquila.
-Cuente conmigo, tenga buen viaje.
-Le diré a Tamara que usted la quiere ver.
-Mejor que la saludo.
-De acuerdo.
-Buen viaje.
-Cuídese.
-Usted más, hasta pronto.
Judy abrazó a Ricardo y procuró no hacer ruido para que nadie lo viera marchar.
En el camino a Biarritz no había gran ciencia excepto aquella escapada que el señor Liukin hacía exitosa con un sigilo que ni ese momento se imaginaba que poseía y consiguió un taxi a escasas cuadras con la petición por delante de que el traslado a la estación de tren fuese lo más rápido posible. El tiempo presionaba ya.
Biarritz, 5:00 pm
-¿Dónde estaba? Le pedí que tomara un tren que le hiciera llegar temprano.
-Hubo un problema en el camino, lo siento.
-Al menos está aquí, soy Anne Didier.
-Ricardo Liukin, mucho gusto.
-Venga, es por acá.
-Traje una maleta chica, no planeo quedarme mucho tiempo.
-No importa, venga, venga.
-¿Dónde está su auto?
-Es el jeep blanco.
-¿Es Tamara?
-No soy muy discreta, hice tanto ruido que desperté a mi marido y a mi hija y tuve que traerlos.
-Gracias, Anne.
-¿En serio?
-Es maravilloso, es una linda sorpresa.
Ricardo y Anne se sonrieron mutuamente y se dirigieron al jeep, mismo en el que Tamara dormitaba mientras su padre ponía cara de pocos amigos.
-Entonces hay que hablar muy bajito, Bernard ¿por qué dejaste que esto pasara?
-Porque tu hija no me hizo caso.
-Vaya, supongo que me quedaré con ella, Ricardo ¿no le importa ir enfrente?
-No, de hecho me encantaría.
-Bernard, mira, es el amigo de Tamara.
Pero el señor Didier no reaccionó y Ricardo asumió que no estaba muy entusiasmado en verlo. El puerto de Saint Jean de Luz por lo que podía ver en un mapa estaba a escasos kilómetros y el calor era demasiado, similar al de Tell no Tales en un día normal. El olor a sal se percibía poco y en una ciudad como Biarritz realmente no parecía importar ver gaviotas por doquier, sería por ser un sitio pequeño o demasiado mundano para molestarse por ese detalle. La vibra eso sí, era demasiado española y se podía entender el rostro de los Didier, lleno de desdén cuando veían a las multitudes que salían de los bares.
-Turistas que se creen al otro lado de la frontera - murmuró Bernard Didier mientras conducía con la desesperación de no poder ir tan rápido como quisiera y sintiéndose incómodo con la visita, sin pretender averiguar que quería o a qué iba -Cuando lleguemos al bote, espero silencio - advirtió en su lugar y Ricardo asentó con una sensación de que aquello no era en serio. Por el retrovisor, observaba a Tamara abrazando a su madre mientras se esforzaba en abrir los ojos.
-A ella le dará gusto verle - añadió Anne Didier al darse cuenta de ello.
-No esperaba encontrarla tan pronto.
-Desde que le llamé ha estado muy inquieta y como no ha dormido bien...
-Entiendo, así es ella.
-¿Cómo se conocieron?
-Me la presentó mi hermano.
-¿Gwendal?
-Ella dijo que se convertiría en la entrenadora de mi hija.
-¿Carlota?
-Tamara habló con usted.
-A veces lo hace... ¿Qué tal el tren?
-Pese al retraso, estuvo muy bien.
-Gracias por venir, ella lo ha mencionado tanto que pensé que sería buena idea reunirlos.
-Muchas gracias.
-Pueden aprovechar la pesca para charlar.
-No imaginaba que a ella le gustara.
-Sólo el paseo.
-Era en serio.
-¿Le platicó sobre ir por merluza?
-Al teléfono, pero pensé que le gustaba la captura.
-Ella sólo toma el sol y se acabó.
-¿Pero sabe usar la caña por lo menos?
-No es muy coordinada pero de vez en cuando sacaba una tilapia.
-Eso es muy bueno.
-Se divertirán mucho, la levantaré de una vez.
Cuando Anne Didier se volcó en despertar a su hija, Ricardo se dio tiempo de ver el embarcadero, ya en Saint Jean de Luz, donde Bernard Didier se detenía y preguntaba por un pescador que se apareció poco después, dándole la mano. Aquellos hombres eran amigos, pero por una razón, ninguno estaba interesado en saludar a las Didier y menos a Ricardo, excepto cuando Bernard lo anunció como "el idiota que viene con mi hija".
-Mi padre es muy educado - susurró Tamara a los oídos de su amigo. Él en cambio se detuvo a verla para no echársele encima por el entusiasmo de estar enfrente y saber que estaba bien.
-Oh por Dios, ¿cómo estás?
-¡Me asfixias!
-Perdón, es que ...
-Me viste dormida, peor pena no puede haber.
-No te preocupes, no vi nada extraño.
-Mi mamá te contactó.
-Así es.
-¿Viniste solo?
-No pensé en nadie, como no te veía hace tanto, quise hablar contigo personalmente, los niños no lo entenderían si se me ocurría traerlos.
-¿Por qué no?
-Adrien no se encuentra muy estable, Carlota está en sus cosas y Andreas es un dolor de cabeza.
-Hiciste bien, me habría incomodado oír lo que piensan de nosotros.
-Somos amigos.
-Y eso es mucho mejor. ¿Me ayudas a subir al bote?
-Con gusto, vamos.
Tamara y Ricardo únicamente se fijaron en donde abordaba Bernard Didier y se dirigieron a proa antes de recibir la explicación del dueño respecto a los cuidados que debían guardar si no querían sufrir un accidente. La temporada de merluza comenzaba y a veces la carga era tanta que se devolvía la mitad al agua y eso era riesgoso.
-No quiero juegos ni tonterías, lo digo por la pareja.
-Ricardo, ¿escuchaste? ¡Cree que somos pareja! - y ambos se abrazaron, echándose a reír en el acto.
-Los vigilaré - añadió Anne Didier poco antes de preguntar si la tripulación había desayunado y disponiéndose a preparar algo para todos.
Al avanzar el bote, Bernard Didier apenas expresó que no le gustaba el tamaño de las redes y se dedicó a observar a su hija, misma que tomaba asiento junto a Ricardo y encontraba gracioso que el reencuentro se tornara en una simple reunión en la que ambos tomaban café y comentaban la cotidianidad. Eran tan poco atrayentes que nadie les volvería a prestar atención.
-¿Sabes pescar?- preguntó Tamara a Ricardo cuando supo que no los verían más.
-No gran cosa, habré sacado una trucha hace diez años.
-¿Te gustó hacerlo?
-Si quieres, acepto agarrar una caña.
-Es para que no digan que no hiciste nada.
-Excepto coquetear con una hermosa mujer.
-Qué envidia.
-Tu humor me sigue impresionando.
-Algo conservo.
-¿Traes un bikini abajo?
-¿Qué estás mirando?
-Es que los vestidos transparentes me gustan pero no me gustan.
¿Qué dices?
-No es usual que uses algo tan ligero.
-Creí que el dia que fuimos a Jamal me habías visto, traía lo mismo.
-Iba con los niños y mi esposa.
-Perdón.
-No te apures, me acostumbro a no tener nostalgia.
-¿Incluso cuando estás solo?
Ricardo no respondió.
-Con tus hijos recordándola, ha de ser complicado.
-Andreas no me hace caso, Adrien sigue en su mundo y Carlota está más ocupada con ese enredo que se trae con Joubert y Trankov que no he preguntado cómo se sienten.
-Lo de Verlhac fue terrible.
-Lo que pasó antes fue peor.
-¿Por qué?
-Carlota se peleó en su cumpleaños.
-¡La vi! Casi me mata de risa!
-A mí no.
-Ay, disculpa.
-Después de eso se fue con Trankov y apareció horas más tarde. Por la forma en que contestó mis preguntas, estoy seguro de que él se aprovechó.
-¡Claro que no! Trankov la odia más que a cualquiera, en Hammersmith se metían el pie; además, si alguien es obvia cuando le pasa algo es ella y sabemos que a pesar de todo, no hace tantas tonterías.
-Ayer andaba tan distraída y feliz
-Tranquilo.
-Extraño tu mano de hierro.
-Pero soy bien blanda.
-Sin ti, nadie tiene brújula, menos yo.
Tamara sonrió de nuevo y aguardó el anuncio de su madre para compartir una especie de desayuno con la tripulación y la reiteración de las indicaciones de seguridad a las que no atendía por saberlas de memoria. Lo que anhelaba era era que saliera el sol para imitar a las lagartijas en lugar de llenarse las manos de escamas. Ricardo entendería.
-¿Qué piensas?
-¿Nos podemos quedar solos?
-Abordo es complicado.
-Más bien, por nuestro lado.
-¿Motivo?
-¿Te acuerdas de cuando íbamos en el avión con Andreas?
-Sí ¿qué pasó?
-Tu hijo insinúo algo, luego te explico.
-¿Qué te dijo?
-Me dejó una duda, lo aclararemos después.
La mujer se aproximó a sus padres y miró el reloj, advirtiendo que Ricardo también buscaba conversar con ella.
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