lunes, 21 de septiembre de 2015

De vuelta al mundo


Tamara y Ricardo pasaron el tiempo charlando sobre peces y asoleándose que lamentaron tener que ir a tierra en punto de las once. Él no había conseguido pescar algo y los demás no festejaban una gran captura. Era un mal día para buscar merluza.

-En el mercado pagan una miseria - comentó ella.
-¿Por eso no eres pescadora?
-Si no hay merluza, es la ruina.
-Pero disfrutas el paseo.
-De vez en cuando.
-¿Qué es lo que más te gusta hacer cuando visitas a tu familia?
-Dormir y venir hasta acá.
-¿Después?
-No salgo mucho, me encantaba el valle cuando nadie era dueño de nada.
-¿Ahora no?
-Si hay algo que me gusta, pero es mi empleo en el pueblo.
-¿A qué te dedicas?
-Doy mis clases de patinaje a niños.
-¿No estás inhabilitada?
-Ellos no compiten.
-Buen punto.
-Por la tarde leo las noticias locales y me ocupo de unos manzanos.
-¿En serio?
-El fin de semana acompaño a papá a vender las verduras de la granja y nada más.
-Es una vida sencilla.
-No me agrada.
-Tienes menos problemas.
-Si nos olvidamos del juicio, entonces sí.
-Extrañaba que habláramos de ti.
-Lo siento.
-Lo digo en serio, me estaba cansando girar alrededor de Carlota.

Ricardo tomó consciencia de su exabrupto y Tamara lo miró comprensiva, sin comentar por ser prudente. Conforme avanzaba el bote, menos palabras tenían ánimos de decirse.

En Saint Jean de Luz, las embarcaciones atracaban y se comunicaban las malas nuevas. Los comerciantes se negaban a adquirir el poco pescado disponible, los bistros aprovechaban las ofertas y los pocos turistas se asombraban del desorden. Bernard y Anne Didier, para evitarse dificultades, negociaban el precio abordo de lo que pretendían llevarse para abandonar el muelle seguros de que habían pagado lo justo.

Distanciados de la escena, Tamara y Ricardo descendieron del bote apenas este tomó su sitio y se introdujeron en el jeep sólo para aburrirse mientras les daba sed. Ella en particular deseaba dormir un poco más, pero él se arriesgó a no permitírselo, un poco ansioso por conocer qué clase de duda había implantado su hijo Andreas en la mente de la joven y por qué no se la había externado si la habría aclarado sin problemas.

-Dijiste que Andreas te insinuó, comentó... No se me ocurre qué pudo pensar.
-Sobre eso ¿no sería mejor más tarde?
-¿No prefieres solucionarlo aquí?
-No es el lugar.
-Nadie nos escucha, Tamara.
-Te enfadarías.
-Nada me sorprende si mi hijo está involucrado.
-Es algo de niños.
-Andreas ya no está pequeño.
-Pero lo que dijo no vale la pena, es una ingenuidad.
-¿Crees que se me acabará la curiosidad?
-Tal vez no, pero te daría risa, es absurdo.
-Para ti, no imagino si para mí.
-Tómalo como una broma.
-Veremos, ¿de qué se trata?

La mujer juntó sus manos y con una sonrisa, prosiguió.

-Es que en el avión que tomamos en Hammersmith, Andreas aprovechó que no estabas y cosas más, cosas menos, mencionó que a ti te gustan las "chicas malas".
-¿Disculpa?
-Y que yo, por mi pasado bochornoso, soy mala.
-¿Qué?
-Casi casi me insinuaba que yo te gusto, ¿es increíble, no?
-¿Andreas?
-El mismo.
-Es gracioso porque también me hizo una observación sobre ti cuando cambiaste de lugar.
-¿Cuál?
-Más o menos fue que tú solías compartir actividades conmigo con insistencia.
-¿Te dio a entender que me agradas más que un amigo?
-Es una gran coincidencia.
-A lo mejor quiso animarnos.
-¿A qué?
-A mí, no tengo idea, pero a ti tal vez te quiso conseguir una cita.
-No estoy tan dispuesto.
-¿No?
-Ni siquiera lo he considerado más allá de algunos consejos que luego me dan.
-Ah, entonces si pasa por tu mente.
-¿Salir contigo?
-La pregunta no era por mí.
-Vaya, perdona.
-¿Pero lo has pensado?
-Vagamente ¿y tú?
-Bueno, Andreas sonaba tan seguro que a momentos quería saber si ... Si me volteabas a ver.
-Claro, por algo tomé el tren.
-Mi mamá te llamó.
-De todas formas vendría.
-Je, je, creía que tu hijo hablaba con seriedad.
-Fue convincente al parecer.
-Logró confundirnos.
-Contemplé la posibilidad de que fuera real.
-¿Qué me gustaras?
-¿Y no?

Tamara sonrojó un poco y agachó la cabeza, nerviosa pero alegre.

-Andreas no es muy inteligente - añadió Ricardo con idéntica pena.
-Fue audaz.
-Ojalá usara esa cualidad en la escuela.
-Estoy de acuerdo.

Ambos compartían la sonrisa y se hallaron a punto de ignorar el tema, pero Tamara presintió que debía zanjarlo.

-¿Yo te gusto? - él giró hacia ella, con desconcierto.
-¿Necesitas una respuesta?.
-Hasta mi pregunta es mala.
-Es prematura.
-Lo siento.
-Sería muy chistoso que tú y yo nos...
-Atrajéramos.
-Exactamente.
-Lo mismo sostengo.
-No hemos dicho que no.
-¿No?
-¿Tú sí?

Tamara abrió un poco más los párpados.

-Eres una mujer hermosa.
-¿Lo soy?
-Con mucho carácter.
-Infinito, no sabes cuánto.
-Me encanta quien eres ahora.
-¿Hablamos más tarde?
-Claro.
-Tengo un amigo, Christophe Simmond.
-Oh, entiendo.
-No le va a gustar.
-No me meteré.
-Quiero decir que aprecio mucho a Christophe.
-¿Qué significa?
-Le he dado vueltas a este asunto todo el mes.
-¿Entonces, tú y yo...?

Ambos voltearon por su lado, inhibidos momentáneamente hasta que los padres de ella se dirigieron al jeep. Ricardo optó por comentar que agradecía el hospedaje y que esperaba no molestar a nadie en su breve estancia. Tamara le respondió escuetamente que tendría que ocuparse de algo en la granja.

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