Tell no Tales:
La guerra de nieve en el barrio ruso fue tan divertida como breve y todo a causa de los fuertes vientos que azotaron la ciudad intempestivamente. Anton Maizuradze y Bérenice Mukhin debieron refugiarse en el restaurante Kirkorov y por la prisa, perdieron de vista a la madre del niño.
-Me ha dado frío.
-Toma mi abrigo.
-Gracias.
-Las señoritas deben estar siempre cómodas, así me enseñaron.
-Es muy lindo de tu parte, Anton.
-¿Te gustó pelearte con esa chica loca en la guerra de nieve?
-Alguien debía enseñarle los modales que no tengo.
-Lo dicho: traes onda.
-¿Qué significa?
-Que eres de las mías, no tienes remedio.
-¿Para qué volverme "seria"?
-Eso jamás funciona.
-Bueno, aún tengo tiempo de ir a Göetze.
-¿A qué?
-Tengo una cita con Gwendal y con su familia.
-¿Gwendal? Conozco a uno.
-¿En serio?
-Sí, es tío de mi Carlotita.
-Entonces me veré con ese.
-Oh, la señorita Bérenice a todo mundo conoce.
-Algo así.
-¿Y se verán para pasear o por qué?
-Es un asunto de viajes.
-Anda que no la cacho.
-¿Perdón?
-Nada, es que es raro... Bueno, ya dijiste que hay tiempo ¿Tienes hambre?
-Ya comí.
-Pero te chillan las tripas.
-Es que siempre las tengo vacías, no tengo la oportunidad de comer a diario.
-¿Tomamos una mesa? Te invito borsch y golubzí.
-No te entiendo.
-Sopa de remolacha y carne con col.
-¿Col? Estaré hambrienta pero detesto la col.
-Ay, que chistoso. A mi Carlotita tampoco le gusta ¿no serás su pariente lejana?
-¿Cómo...?
-Es que te pareces a ella. Ay, mi Carlotita.
Aún exaltada porque Anton había notado su pequeña similitud física con Carlota, Bérenice se percató de que el pequeño suspiraba de solo mencionar a su "mejor amiga" y mientras tomaban una mesa, él le relataba cómo la había conocido.
-Le di un balonazo a su ventana.
-Qué peligroso.
-Qué bonito, dirás. Nos hicimos amigos y le tiraron la pared que la apartaba de su balcón. ¿Nunca has visto su edificio en Piaf? Ella vivía en el tercer piso y desde abajo se veía tan hermosa ¡Ah!
-¿Estás enamorado, verdad?
-Mi Carlotita lo sabrá algún día y estaremos juntos.
-Suenas tan seguro.
-Es que no quiero perder la esperanza.
-Qué romántico.
-Lo bueno es que canto feo y por eso no la voy a torturar con alaridos bestiales como su noviecito el señor perfecto.
-¿Ella se fijó en otro? ¡Pero tu eres encantador!
-El señor perfecto tiene motocicleta y es "músico".
-Ja ja, esa combinación no falla... Pero no lo digo por Carlota, lo digo por otras. ¿Cómo se llama tu rival?
-Joubert Bessette, todas lo quieren.
-Qué dimensión tan extraña, en la mía todavía es un niño de triciclo.
-No te entiendo pero igual hago como que sí.
-Disculpa, es que hay tanta gente y tantos nombres que luego no sé en donde estoy exactamente.
-Ah, no pasa nada. ¿Quieres ordenar?
-Comeré lo mismo que tú.
-Tú si sabes.
-Pero no traigo ni un céntimo.
-No te preocupes, "las señoritas siempre deben estar cómodas".
Bérenice optó por no pronunciar palabra y aguardar a que sirvieran hasta que súbitamente, la gente se paralizó y petrificó, situación que ella experimentaba, era angustiosa y aparecían humo y cenizas en el suelo. Anton Maizuradze era el único que no sufría cambio alguno y ella tomó sus dedos con desesperación.
-Anton, tengo miedo.
-¡No me digas que te estás convirtiendo en estatua!
-Es horrible, busca auxilio.
-¡No te dejaré sola!
-¡No te quedes!
-¿Qué hago?
-Suéltame.
-¡Pero no te quiero dejar!
-Te puedes convertir en lo mismo que yo, sal de aquí.
Anton continuaba indeciso y pronto, la cortina de polvo se volvió intensa, ocasionando que todo se viera en blanco y negro. Una pequeña lluvia de cascajo caía sobre las mesas y algo se estrellaba con los muros provocando la percepción de que temblaba.
-Busca a tu madre - murmuró Bérenice.
-¿Crees que esté bien?
Ella iba afirmar cuando una figurilla de color rojo se reflejó en un vitral. Bérenice la vio de reojo.
-¿Quién es?
-Es una niña - declaró Anton - parece escapar.
-Haz lo mismo, déjame aquí.
-Pero te estás muriendo.
-Tu madre ha de estar intentando encontrarte y la niña está sola, corran y sálvense.
-Adiós, Bérenice.
-Gracias por todo, no puedo respirar.
Anton iba a quedarse hasta al final cuando la figurilla roja apareció nuevamente y golpeaba el vitral suplicando por ayuda. El chico tomó su mochila y volteó a verla, reconociéndole en el acto.
-¡Carlota! - gritó y fue a su encuentro.
-¡Carlota, no te asustes! ¡Estoy vivo! - pero ella no lo atendía - ¡Carlota, soy yo, tu amigo! ¿No me escuchas?
Sin respuesta, Anton decidió tomarla del brazo, pero se llevó la sorpresa de que ella podía atravesarlo y si trataba de tocarla, sus dedos se manchaban de rojo.
-¿Un disparo? ¿De dónde? ¡Carlota, sé de un lugar seguro! ¡Espera!
Las balas caían pero ninguna hería a Carlota, que volteaba insistentemente hacia atrás y esquivaba derrumbes. Persiguiéndola, Anton procuraba ser una especie de escudo humano, indicando por dónde era preferible huir sin ser atendido. A cada segundo, él más se convencía de que ella era su amiga y por eso la abrazó por detrás cuando subiendo por una escalinata, ella descubrió una cantidad interminable de cadáveres con los que se tropezaba, circunstancia que la incitaba a llorar y gritar de terror sin detenerse en su carrera que, por la espesa nube de polvo, no daba oportunidad de saber quienes la perseguían.
Tell no Tales se encontraba semi destruida, con manchas de muerte en los escasos muros que resistían de pie y con un eco que se antojaba mortal si ella no se controlaba de una buena vez. Cada rama, cuerpo o adoquín que pisara delataba su posición y en medio de inmenso apuro, Carlota se deshizo de su calzado, quedándole unas medias como única protección de los pies ante un suelo congelado. Su abrigo rojo, que aún en la profundidad de una niebla blanca se distinguía claramente, estuvo a punto de ser abandonado hasta que una ligera tormenta de nieve la obligó a claudicar, no siendo el caso de su energía para continuar con su carrera. Anton deseaba sostener a esa Carlota y evitarle subir una colina en Poitiers pero continuaba incapaz de retenerla hasta que ella paró de golpe en la calle Nathalie y su expresión de miedo contagió al chico Maizuradze. Había más cuerpos inertes, más nieve en el suelo y a espaldas de Anton, una mujer alistaba una daga. Ninguna sentía la presencia del espectador pero de manera intempestiva, un soldado se interpuso entre ellas.
-Tiemblas, niña.
-No me haga daño.
-Dame tu dije.
-Es suyo.
-Exquisita joya.
-¿Qué me hará?
-"El nombre de la niña es Carlota Liukin", debí hacerle caso a ese mensaje.
El soldado se acercó y arrancó el collar de Carlota.
-Esto se acabará de una buena vez.
-No me toque.
-Te ocultaste bien, pero nadie escapa de sus demonios.
-Ya tiene lo que desea, permítame ir.
-Aprende esto: ¿Ves a Dios en alguna parte? Su amor es raro, elige abandonarte por salvar a un montón de humanos de sangre convencional que se volverán nuestros esclavos. ¿Qué se siente saber que a ellos que nada significan les concede la vida, pero a ti, que eres la hija de un rey que le sirvió con lealtad, se la niega y nos la entrega? Ese Dios te hizo excepcional para deshacerse de ti, debiste saber que te hallabas en el bando equivocado.
-¡No le hagas caso! - gritó Anton y su vocecilla se escuchó como un eco.
-¿Te envían un ángel de la muerte en consuelo, pequeña? - insistió el soldado. El chico, pese a ser inútil para intervenir, trataba de detener al hombre que no le veía y de apartar a la chica, que no lo sentía y forcejeaba débil para evitar su destino.
Anton Maizuradze terminaría siendo testigo de como el soldado le pedía a su compañera la daga y hería a una frágil Carlota en el corazón. En lugar de caer, la niña parecía derretirse en principio como veladora y se convertía en un líquido rojo que se escurría y confundía con la sangre de los cadáveres. Anton, incapaz de ayudar, quiso sostener a la pequeña de abrigo rojo, pero al tocarla, el cuerpo acabó violentamente por colapsar, salpicándolo. El chico, horrorizado, contempló al asesino frente a él, buscando algo más en la mancha hasta encontrar el corazón del cuerpo, mismo que fue depositado en una caja dorada y adornada de piedras preciosas para ser llevado ante "nadie sabe quien" en "nadie sabe qué lugar", pero a quien tal obsequio le concedería un poder ilimitado y más valía dárselo lo antes posible porque un sacrificio había sido necesario y eso volvía al corazón más potente e imprescindible.
Anton por su parte, pensó que en aquél charco aún había más y con insistencia, sumergió sus manos hasta sacar el abrigo rojo que quedaba intacto y que delataba que de Carlota quedaba un líquido ligero al que vio irse, junto con el resto de la sangre, por la alcantarilla.
Feliz año nuevo 2014 a los lectores, gracias por el seguimiento y sugerencias. Buenos deseos a todos.
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