jueves, 14 de diciembre de 2017

Ya habibi



Marat se fue y Carlota Liukin veía el tren alejarse sin llorar, con el rostro serio. La lluvia de flores no había cesado pero el cielo ya no era rosa ni el aire estaba perfumado; ella suspiró en silencio por última vez y luego dio la vuelta hacia el exterior.

-¡El dije! ¡Se le cayó el dije! - notó luego de unos segundos.
-¿Quiere que se lo lleve?
-¿De qué hablas, Miguel? ¿Qué haces aquí?
-Quería asegurarme de que estuviera bien.
-¡No hay manera de darle esto!
-¿Tiene su dirección? Podría enviárselo.
-Nunca se la pregunté.
-Yo me encargo.
-¿Qué?
-El tren debe detenerse en Mestre a fuerza, confíe en mí.
-¿Seguro?
-Se lo prometo.

Carlota encargó su dije a Miguel y este corrió por la estación, sin que se pudiera ver a dónde iba.

-Signorina Liukin ¿todo está bien? - preguntó una voz extraña y ella agitó su cabeza para afirmar. El ambiente retornaba a su ritmo habitual y el anuncio de la siguiente corrida se escuchó poco después.

-La llevaré a casa, tal vez hable con su padre - siguió la voz y ella reconoció al professore Scarpa, el de historia, que la había seguido desde el Fondaco dei Tedeschi.

-Signorina Liukin, no vuelva a hacer algo como esto, si no se me ocurre irme por San Polo, no la habría alcanzado.
-No creo que ocurra.
-Lo mismo pensé cuando la encontré en un campo de fútbol en Tell no Tales.

Carlota se rió enseguida y recordó que Scarpa había sido el maestro en primaria que en una ocasión la había hallado esperando a Edwin Bonheur bajo la lluvia y al igual que ese día, la regresó con su padre.

-No me sorprende verla en Venecia.
-¿No?
-Sabía que Tell no Tales era poco para usted.
-Me recomendaron en París.
-¿París? Esa sí es sorpresa.
-Era patinadora.
-Se salió con la suya.
-No tanto.
-Apuesto a que se quedará en Europa mucho tiempo, es una Liukin.

Carlota rió apenas y partió con Scarpa, topándose con que su padre la observaba con los brazos cruzados en la salida y Tennant exhibía gesto de regañado.

-Profesor, buenas tardes - pronunció Ricardo secamente.
-Me da gusto verlo, señor Liukin.
-Creí que su costumbre de rescatar a Carlota había terminado.
-No está empapada.
-Hemos mejorado.
-Ya la llevaba con usted.
-No será necesario, Carlota despídete.

La joven movió su mano y dijo "hasta luego, maestro" mientras su padre la colgaba de su brazo con visible irritación para llevarla al hotel y evadir a la policía, aunque Geronimo era el que discutía para evitar una multa grande.

-Cada centavo de tu mesada será para pagarle a ese muchacho - advirtió Ricardo y ella asentó sin discutir, conteniendo el sonrojo. El profesor Scarpa la miraba desde su nueva distancia, como si hubiese esperado esa escena pacientemente y no le agradara, quizás porque alguna vez le había advertido a los Liukin.

-Vas a hacer tu tarea y te quedarás estudiando en tu habitación todo el día, señorita - regañaba Ricardo - Estás castigada, no vas a salir a ningún lado sin mí e iré a la escuela a recogerte sin objeciones, te voy a quitar los videojuegos, el maquillaje, tus galletas de chocolate y tus patines.
-¿Mis patines?
-Ah, espera, ya los confisqué.
-Papá...
-¡Estoy molesto, Carlota! ¿Quieres ser responsable por una vez?

Ella prefirió quedarse callada y caminó al ritmo veloz de su padre, sin importarle mucho que en la puerta del hotel Andreas y Adrien cuchichearan maliciosamente.

-Iré a verte cada media hora, vete a estudiar - dijo Ricardo con voz más suave y Carlota obedeció enseguida, cediendo en su habitación a abrir la ventana y ver mínimo el local de bebidas de enfrente, en donde Marat le había comprado un jugo de arándanos en su primer día veneciano. Entonces, comenzó a extrañarlo con vehemencia aunque no se daba cuenta; Marat no necesitaba invadir sus pensamientos, ni sus palabras; sólo bastaba con el vasito que Carlota había guardado para tener presente que eran muy amigos.

-¿Volveremos a encontrarnos, Marat? - preguntó al aire y este movió su cabello para susurrarle algo que no podía entenderse.

5:00 pm, interior del tren a Mónaco, escala en la estación de Génova, Italia.

Marat abrió los ojos un poco desconcertado y a decir verdad, había experimentado un sueño muy profundo, de aquellos que dan cuando el cuerpo reclama detenerse luego de ir por un largo trecho. En las manos aun sostenía el retrato que Carlota Liukin le había hecho y lo observó detenidamente, admirado por los trazos y las sombras, seguro de que lo colgaría al llegar a casa y el viajero de al lado alcanzó a comentarle que llevaba tiempo prestando atención, sorprendido de tan buen cuadro y le sugirió enmarcarlo antes de que se arruinara por la humedad. Marat sonrió ante el consejo y despidió al desconocido, feliz porque escasa gente se dirigía a Mónaco y duraría poco la siguiente escala en San Remo donde era seguro que nadie bajaría. A Marat le sorprendía saber que un tren de marcha lenta era lo mejor y casi imaginó quedar dormido de nuevo cuando supo que regresar solo era una ilusión. Su hermana Dinara aparecía para tomar lugar junto a la ventana y mirarlo de forma severa mientras él se preguntaba de dónde había salido.

-¡Te buscaba, Marat!
-No entiendo por qué.
-¿Dónde estabas?
-Por ahí, quería tiempo libre.
-¿Para qué? ¡No has tomado ninguna raqueta!
-¿Importa?
-¡Marat!
-¿Me seguiste, Dinara?
-Lo intenté, te perdí en Venecia.
-¿Qué?
-¿Te quedaste allí?
-No es tu asunto.
-Marat, supe que ibas a irte, me preocupé.
-¿Por qué no te dedicas a tus cosas?
-Es que de pronto no eras tú, fuiste muy grosero conmigo y terminaste con Anna.
-¿Qué tiene de raro?
-Has cambiado mucho y ese torneo en Tell no Tales te puso así, luego conociste a Carlota...
-¿Qué quieres decir?
-Marat, te vi.
-¿Me viste qué?
-Con ella, en el claro.
-¿Qué hacías ahí?
-Entrenar.
-Dinara...
-Sé todo, Marat.
-¿De qué estás hablando?
-¿Que habrías hecho si su padre los descubría?
-No te metas.
-La acabas de conocer.
-¿Te incumbe?
-Dime que en Venecia no se repitió.
-Piensa lo que quieras.

Marat volteó a otro lado y se envolvió en su chamarra para volver a dormirse. Se sentía invadido y molesto pero no podía ahuyentar a Dinara e ignorarla era preferible a usar mayor rudeza; luego improvisaría cualquier cosa para ponerla en su lugar, así se entendiera que, hasta cierto punto, ella tenía derecho a preguntar por lo que había atestiguado. Esa escena, escapadiza de la mente de Carlota Liukin, también huía de la Marat.

Él bostezó pronto y cayó rendido poco después, con la cabeza cubierta y su retrato abrazado, llamando la atención de su hermana, que no logró despertarlo pese a su insistencia.

"Marat ¿qué te pasa?", pensó Dinara y se asomó con frustración al exterior, creyendo que lo correcto habría sido hablar con el señor Liukin en lugar de angustiarse en silencio, así tuviera de consecuencia una fuerte confrontación que su hermano tardaría en perdonar.

Faltaban dos horas de camino o un poco más cuando el tren cerró sus puertas y el vigilante revisó los boletos, reconociendo a Dinara y Marat y viendo con agrado a esta última.

-Se nota que el viaje fue muy bueno.
-¿Lo dice por mí? - contestó ella.
-Por su hermano, disculpe.
-No, no, descuide.
-Me tocó descanso y lo vi paseando con una familia muy agradable.
-¿Sólo paseando?
-Parece que irían a Burano.
-¿Todos juntos?
-Creí que usted lo alcanzaría más tarde.
-Ah... Ese día... Yo fui a otro lado.
-Una chica muy amable le compró una boccata y le ayudaba con el mapa.
-Él me contó ... Todo.
-Es una lástima que sólo sean amigos.
-¿Por qué?
-Una impresión que nos dejó a todos en la panadería.  Me retiro, señorita.

Dinara se desconcertó y contempló de nuevo a Marat, más preocupada que antes.

-¿Qué hiciste? - le preguntó y no agregó más. Él ya estaba soñando con alguna tontería.

"No volverá a verla" pensó ella al recordar que Marat fingía el olvido para evitarse las segundas partes o ser perseguido y pronto, tuvo un presentimiento extraño. Arriésgandose a que la descubriera, tomó la maleta de él y comenzó a abrirla sin reservas, a escudriñar cada centímetro, sólo para encontrar nada. En el fondo, eso era más preocupante que una carta o un regalo y además, él había buscado a Carlota, la había acompañado y no al revés.

Poco antes de arribar a San Remo, Marat abrió los ojos. Dinara continuaba ahí, tomando té mientras miraba al frente y él se estiraba y bostezaba antes de girar el rostro hacia ella.

-Estoy preocupada, Marat, es todo.
-¿Sigues?
-¿Qué querías? ¿Que no preguntara?
-Exacto.
-Pudiste meterte en un problema.
-Dinara...
-Dicen que Carlota se enamora tan fácil que de verdad me asusté.
-Nadie se enamora en una semana.
-Una chica de catorce años, sí.
-Carlota Liukin está ilusionada por alguien más.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque se llama Sergei.

La respuesta provocó desconfianza en Dinara pero no podía hacer más. Sólo contaba con que aquella joven tuviera definidos sus sentimientos y Marat sólo fuera un accidente o una coincidencia de las que no hay huellas.

-El entrenador quiso localizarte - señaló ella para no perder la conversación.
-¿Qué dijo?
-Que no llegarás a nada, Marat. Te espera en el Country Club para régimen intensivo, dice que en Marruecos te sentaría mal el calor.
-Creí que me había sacado del equipo.
-Davydenko intervino por ti.
-No tenía motivos para hacerlo.
-¿Estás loco? Todos cuentan contigo.
-Sólo porque dicen que soy el mejor no significa que me necesiten.
-Marat...
-Entrenaré fuerte cuando lleguemos ¿feliz?
-Tienes una semana para estar bien.
-Dinara, no dejé de hacer ejercicio en Venecia, sólo no usé raquetas.
-No puedo creerlo.
-¿Es tu problema?
-No soy la única que piensa que algo te está pasando.

Marat tomó su equipaje y al comprobar que el cierre no estaba bien, decidió mantenerse en silencio y hacerle creer a Dinara que escuchaba su sermón. De todas formas, haría lo mismo con los demás en cuanto llegaran a Mónaco, sin darles ninguna explicación como única ventaja.

Venecia, Italia, Hotel Florida, 20:00 pm.

-Papá, Carlota no se siente bien - avisó Adrien.
-¿Qué pasó?
-Dice Yuko que tiene fiebre.
-¡Déjame pasar!
-¿Puedo molestar a Tennant?
-Haz lo que quieras.

Ricardo corrió por la escalera hasta el primer piso y luego de abrir la puerta siete, halló a Carlota en cama, con compresas en cabeza y estómago, además de delirante.

-¡Tiene 39 grados!
-¡La vi bien hace media hora!
-Está muy fría, no sé qué hacer.
-¿Fría?
-Le estoy tomando la temperatura otra vez.

Carlota lucía las mejillas rojas y murmuraba cosas que nadie podía entender hasta que se agitó violentamente y comenzó a gritar "¡Marat, Marat!" sin descanso. Afuera, Tennant y Andreas se asomaban impresionados mientras intentaban llamar a un médico y Adrien agitaba su cabeza de un lado a otro.

-Ahora sí no es el oído - dijo el niño.
-¿Alguien sabe si ya comió? - preguntó Ricardo.
-Ni agua tomó.
-¿Están seguros?
-Para mí que le sentaron mal tantos helados.
-Yuko, vigílela, yo voy por ayuda.
-Señor, el termómetro no baja de 39.
-Pero es un hielo - comentó Ricardo al tocar la frente de su hija.
-¿Le pasó antes?
-En París.

El señor Liukin se alejó deprisa y Carlota empezó a llorar mucho, quedándose al fin recostada y mirando hacia la ventana mientras su rostro se encendía más. Yuko entendió entonces que la chica padecía de un mal irreversible y que algún día se calmaría esa ansiedad antes de volver a encenderse.

-Soñé que Marat estaba en peligro - pronunció la joven Liukin en voz baja.
-Él seguramente ha llegado a Monterecarlo y estará bien.
-De repente siento miedo.
-¿Por qué?

"Haz que regrese" pensó Carlota y el viento, al igual que antes, se encargó de mandar el mensaje.

Mónaco, 8:00 pm

Marat salió del tren de mala gana y luego de esperar a Dinara, aguardó un momento. Una persona corría detrás de él.

-¡Señor Safin! - exclamó.
-¿Quién es? - preguntó Dinara y su hermano optó por acercarse.

-¡Marat!
-¿Miguel?
-He traído...
-Respira.
-Ay, lo siento, no creí tener la condición tan mal.
-¿Qué pasa?
-Es la señorita Carlota.
-¿Qué ocurre?
-El regalo, señor
-¿El dije? Creí que lo traía.
-Se le cayó y ella me pidió alcanzarlo.
-¿De verdad?
-El boletero no me dejaba pasar a donde estaba usted.
-¿Viniste hasta aquí por esto?
-Por Carlota.
-¿Ella hizo esto por mí?
-Y creo que le desea suerte en Marruecos, señor.

Marat se colocó el dije enseguida.

-La señorita Liukin lo quiere mucho.
-Gracias.
-Sé que usted también le tiene estima.
-Me agradó, es una buena chica.
-Espero que vuelva a verla.
-Se lo prometí.
-Me alegra que esté siendo honesto.

Marat se desconcertó y en un arrebato, le dio a Miguel una nota para la joven Liukin, una simple palabra que le reconfortaría el corazón.

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