Venecia, Italia. 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.
Cerca de la medianoche y luego de tomar dos dosis de antiviral, Ricardo Liukin empezó a sentirse mejor. Su asiento en el hospital de San Marco Della Pietà no era tan incómodo como había creído al principio y no decidía entre irse o aguardar al amanecer luego de informarse sobre su hijo Tennant, internado en el sexto piso; su novia Maeva, que descansaba en el quinto nivel y Katarina Leoncavallo, aún delicada en Terapia Intensiva. A su lado se encontraba Miguel, mismo que comenzaba su propia experiencia con una congestión nasal fuerte.
-No entiendo cómo puede escurrir tanto moco - se quejaba el joven.
-De eso se trata estar enfermo - replicó Ricardo.
-Estoy muy cansado ¿Es normal que me molesten los ojos?
-Miguel, todo tiene sentido.
-¿Así se siente estar muy mal?
-¿Tomaste la medicina?
-Creo que necesito más.
Ricardo respiró profundamente y recargó su cabeza en la pared. Poco después, un médico de guardia le envió a casa y aunque no deseaba irse, accedió para poder descansar y aislarse. Dejando sus datos para que lo pusieran al tanto de cualquier acontecimiento, el hombre notó que no tenía forma de volver al barrio Cannaregio y que el cercano hotel Messner era utilizado para hospedar a los pacientes moderados. Una enfermera le entregó un par de formas para que le dejaran pasar.
-¿Quién va a pagar la estancia, señorita?
-A los pacientes los cubre el seguro de viajero si son turistas.
-Soy residente extranjero.
-Creo que le harán cubrir la cuenta.
-¿Por qué no me sorprende? Así son las cosas ¿Cuánto le debo al hospital?
-Nada, señor.
-¿En serio?
-¿El chico es buzo, no?
-¿Conocen a Miguel?
-Él tiene servicio médico como prestación laboral y su familia también.
-Miguel va a matarme.
Ricardo Liukin palideció más y se cruzó de brazos luego de firmar su salida y pensar de nuevo que había traicionado a su hijo. Por su cuenta, Miguel intercambiaba sus prescripciones médicas y cualquiera que le veía le deseaba que se recuperara pronto. Como los buzos eran muy queridos, el joven recibió una cajita con cubrebocas y le colocaron uno que le hacía ver la cara más amigable. Luego se acercó a su padre para emprender camino.
-¿Por qué vienes tapado?
-Me han dicho que así no contagiaré a nadie, papá.
-Creo que te haré caso.
-Toma, son bonitos.
-¿Qué dices, Miguel? Cubrirse el rostro no es agradable.
-Yuko a veces lo hace.
-En su cultura ha de ser normal.
-No parece mala idea con los enfermos.
-Me urge dormir, vamos.
El señor Liukin hablaba de mal humor y salió a la calle mirando al suelo, caminando como si los pies le pesaran. Alcanzó a ponerse su abrigo gris cuando una llovizna inició, notando que ni siquiera había llamado a casa para saber si su hijo Andreas estaba con Adrien o Yuko había adquirido suficientes víveres. Tampoco imaginaba las noticias y le sorprendió ver una pantalla afuera de una farmacia en la que los empleados de una estación de góndolas se iban enterando de las restricciones al transporte a iniciar inmediatamente.
-Parece grave - dijo Miguel.
-Vamos a descansar y luego pensamos en cómo volver a casa - replicó Ricardo. El hotel Messner estaba detrás de una puerta de madera vieja y apenas estaba señalizado, aunque por el servicio que daba esa noche, había un médico a la entrada que iba ubicando a los enfermos con ayuda del recepcionista.
-Ciao, nos enviaron del hospital para acá - inició Miguel.
-¿Puedo ver sus prescripciones?
-Claro, mi padre se las da.
-¿Eres buzo, ragazzo? Qué suerte, te atenderán primero en cualquier emergencia... Te daremos una habitación para dos personas y por favor, no salgas una vez que entres. Le recomiendo a los dos que tomen una ducha y cámbiense de ropa, nosotros nos encargaremos del resto ¿Han comido algo?
-No que recuerde.
-Veremos qué hacer, tomen la llave de esta bandeja y mañana alguien los evaluará.
-Grazie molto.
-Buona notte.
Miguel le dio una pequeña palmada a Ricardo y se ocupó de guiarlo por la escalera hasta un cuarto pequeño en un nivel que aún no estaba lleno. La ventana daba hacia una piscina y luego de cerrar, ambos notaron que afuera alguien limpiaba el pasillo.
-Oye, Miguel, haré lo que nos pidieron de bañarnos. Regreso en unos minutos - anunció Ricardo al notar una bata de enfermo sobre una de las camas y saber que abandonar su ropa no era opcional, aunque lo disfrazaran de lo contrario. A esa hora, su sentido del olfato había vuelto y se precipitó a encerrarse en la regadera, prácticamente agradecido de que su hijo no pudiera notar que sucedía algo extraño. El olor de Katarina Leoncavallo estaba impregnado en su camisa, en sus pantalones, cubría su cabello y se concentraba en su pecho con bastante fuerza. Miguel también había llevado parte de ese hermoso aroma algunas veces y en casa se reconocía fácilmente.
Mientras se duchaba, Ricardo pensó mucho en lo sucedido en Lido con aquella mujer y le era complicado de creer con su belleza, lo apasionada que había demostrado ser, lo desinhibida y alegre a cada minuto. Nunca se imaginó rebasar su límite moral de esa forma y se redescubrió como egoísta y traicionero. Nunca más podría juzgar a Maragaglio ni a nadie sin la sensación de haber cometido un acto más ruin aunque ¿cómo lo sabrían los demás? Si no le contaba a nadie, entre Katarina y él existiría un secreto. Un secreto con la mujer que más le había atraído en la vida.
Ricardo Liukin tenía que recuperar el sentido a pesar de todo y recordó que Miguel merecía estar libre de engaños. Katarina después de todo no era confiable y su confidencia sobre Maragaglio en París evidenciaba más su inestabilidad. Partirse en dos, como hombre y como padre era hipócrita pero asumir alguno de los papeles era pertinente debido a las consecuencias y el abrazo que su hijo adoptivo seguramente necesitaría si su novia cumplía su parte del trato y se alejaba de él.
Al volver con Miguel, Ricardo se quedó callado un largo rato y se colocó en una cama, a la espera de la cena. El muchacho estaba más que cansado e impresionaba su manera de gastar pañuelos.
-Nunca me había enfermado, papá - confesó Miguel.
-¿Seguro?
-No sabía que era un dolor de cabeza.
-Alguna vez te iba a pasar.
-¿Quieres que le llame a Carlota?
-¿Traes celular?
-No te encontraba desde ayer.
-Tuve unas cosas que hacer.
-Gracias por ayudar a Katy.
-No me agradezcas, Miguel.
-No sé por qué no me dijo que se sentía mal.
-Fue de repente, la escuché cuando comentó que no respiraba bien y tuve que llamar a la ambulancia.
-¿No te habían avisado en el hospital?
Por un momento, Ricardo Liukin creyó que su mentira sería descubierta.
-Katarina te estaba buscando, Miguel. Yo le sugerí por teléfono que consiguiera un médico pero la oí mal y preferí ayudarla. Ella dio mi referencia porque bueno, oíste al tal Gatell, nadie en su familia contestó por ella.
-Gracias, papá.
Miguel limpió su nariz de nuevo, molesto por su enrojecimiento y porque sus ojos lloraban de repente.
-Todo estará bien mientras no tengas fiebre.
-Papá, esto es muy loco pero creo que estoy feliz de que enfermáramos juntos.
-¿Por qué?
-No te tienes que preocupar por los demás hoy.
-Al contrario, Miguel. Hoy debo angustiarme, no sé que han hecho tus hermanos en todo el día y tampoco he llamado a París para que Carlota me cuente otra de sus aventuras.
-Hablé con Andreas en el hospital.
-¿Él está bien?
-Tuvo que salirse pero creo que no se contagió.
- Me tranquilizaría mucho eso.
-Yuko se quedó con Adrien.
-Voy a comenzar a apanicarme. Miguel, no te comprometas con hijos.
-Jajaja, no es tan malo.
-¿Que no? Intenta pagar las cuentas de ropa, comida y cosas que no son tuyas y luego me dices. Además, no puedes confiar en nadie para cuidar de los niños, ni siquiera en tu sombra
-¿Somos tan malos?
Ricardo empezó a reírse.
-Son una plaga, Miguel ¿Sabes que empecé a rezar por culpa de Andreas? Y tú saliste igual, así que suplico porque no se les ocurra ahogarse mientras trabajan.
-No soy surfista.
-Con ser aprendiz de buzo, basta... Me preocupa el futuro de Tennant, tiene talento pero no es listo y ni hablemos de Carlota porque me asusto el doble.
-¿Por?
-¡Le gustan los tipos tatuados y con motocicleta!
-No es cierto.
-Marat, Joubert y Trankov tienen pintadas cosas y tu hermana cree que no me di cuenta.
-¿Por qué es malo un rayón en el cuerpo?
-Si ella se hace uno, me mato... Es que le gustan esos tipos un poco malos y mientras ella los ve lindos, yo identifico a Sal Mineo peleando en una película.
-¿A quién?
-Soy viejo, Miguel. He hecho tantas locuras en mi vida que apenas me doy cuenta de lo aterradoras que son cuando veo a todos ustedes crecer.
-Siempre dices que eras un rufián.
-Me divertía con las camisetas mojadas en las fiestas ¿Crees que me gustan ahora?
-Sí.
-Pero odiaría que ustedes... Lo odiaría.
Miguel guardó silencio para intentar entender qué le sucedía a su padre.
-El abuelo me regañó sin descanso, me decía "eso no se hace" y siempre le respondí que yo era joven. No hubo día que no me llamara estúpido y no entendí hasta que me dediqué a cuidar de mis hijos. Fui irrespetuoso, definitivamente lastimé personas y sigo tomando decisiones que lamento mucho.
Ricardo se había sumergido en la melancolía y le asustaba dejar de sentirse culpable pero entre más vueltas daba su cabeza, más gratitud encontraba en la evocación de los besos de Katarina Leoncavallo.
-Quiero preguntar algo.
-Adelante, Miguel.
-¿Por qué odias a Maragaglio?
-¿Qué tiene que ver?
-¿Te recuerda a ti?
-Cuando yo tenía veinte años.
-Lo veo claro.
-Él se niega a envejecer y respeto eso; es sólo que crecí antes y de pronto no sé, me molesta su inmadurez.
Miguel se rió y pese a sentir que dormía, se metió a la ducha. En tanto, Ricardo resolvía envolverse en las sábanas que tenía y se dio cuenta de que llevaba un largo rato abrazando la almohada, anhelando no estar solo mientras contemplaba como una tímida nevada y una noche estrellada se combinaban con las sirenas y las alarmas de emergencia, revelando una epidemia atroz.
Venecia vivía horas tristes y afuera, la gente que se esforzaba para mantenerla de pie no podía cuantificar cuánto daño sería hecho. Mientras la escena de los ataúdes se preparaba para revelarse al amanecer, la incertidumbre quedaba cautiva en cada rostro y rincón con gestos de enfermedad o de vida y la encrucijada de continuar o extraviar algo en el camino. Para Ricardo Liukin la pérdida era un asunto de confesiones que no haría y notó que sus pugnas personales con Maragaglio y Miguel eran sus nuevas derrotas, aunque le fuera indiferente aquél resultado al recibir la llamada del hospital San Marco Della Pietà y discretamente la contestara para que su hijo no la advirtiera. Las buenas nuevas eran que Maeva descansaba bajo observación constante, la fiebre de Tennant había bajado y Katarina Leoncavallo se había animado a probar bocado a pesar de seguir grave. Pero sólo de ella preguntó los detalles, recibiendo a cambio un comentario de lo hermosa que se veía en batón y de su pequeña sonrisa al cerrar los ojos. Ricardo quiso creer de inmediato que la joven estaba pensando en él y supo que le preguntaría apenas tuviera la oportunidad o ella quisiera hablarle. El asunto estaba trabado entre ambos y en privado, no iba a actuar como si no se hubieran deseado mutuamente.
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