El fatídico veintinueve de marzo de mil novecientos noventa y siete comenzó como una habitual jornada escolar en el internado de la base. Los profesores despertaban con agua en extremo caliente a sus alumnos pero a Joubert le esperaba un citatorio en la dirección después de la clase de Matemáticas por lo que no cesaba de temblar. El profesorado caminaba deprisa por los pasillos pero tampoco era extraño; hablar al oído enfrente de los pupilos, mucho menos pero un sobre azul espantó a los niños.
-Cadete Bessette, de pie.
Ahogado en llanto, Joubert se despidió de sus compañeros. Después de su reunión, sería condenado a encierro, ayuno y tortura por veinte días ¿Su cargo? Insubordinación. En su expediente se explicaba con detalle cómo había salido huyendo de una práctica psicológica experimental.
-Nos trataban igual que a títeres.. Vi a muchos compañeros morir ahí - le relataba a Carlota - Yo no quise que me convirtieran en controlador.
-¿Era tan malo?
-A los sujetos de prueba los ataban y les ponían una escenografía de teatro guiñol. Los profesores los manipulaban y el controlador les indicaba que debían hacer. La música de fondo era insoportable, como de circo y se repetía una y otra vez. Me provocaba pesadillas. Si un amigo entraba, sabías que no aparecería más; por eso algunos hacían su testamento.
La chica Liukin casi vomita horrorizada. Él decidió parar pero ella le aseguró que ya era capaz de resistir y le insistió para que terminara su desahogo. Entonces prosiguió un escueto resumen de cómo, durante el violento reproche de su abuelo, Joubert vió por la ventana como Sergei entraba al despacho sin hacer ruido y cómo Floost destrozaba la puerta para detener al rebelde; así como un disparo fallido que rompió una botella de ginebra. También recordó como Ettiene derribó a Trankov y lo tomó por el cuello, intentando asfixiarlo. El entonces niño Joubert se llenó de cólera y agarrando un cuchillo de caza apuñaló al anciano sin miramientos mientras Floost trataba de separarlo. El joven Bessette, bañado en sangre, reaccionó cuando su padre, ebrio, le preguntó que había hecho. Andrew Bessette era tan conocido por su débil carácter que su hijo se sorprendió de la lluvia de reclamos provenientes del marino, que, a su vez, le solicitaba a Floost que escapara con el mozalbete y a Trankov que se echara la culpa para evitar que Joubert fuese juzgado por traición y luego ejecutado.
-Ustedes dos ¡Arriba!
Tamara interrumpió y de paso, le dió a Carlota un suéter. Cerca de la laguna, no hacía tanto frío.
-Ricardo me llamó y al igual que todos me puse a buscarte. La última vez que me dijeron, eran las cuatro de la mañana. Tienes problemas señorita y ni mencionemos a Joubert quién debe aclararme una duda: ¿Es cierto que mataste a un tipo?
-Da igual pero ¿Por quién se enteró?
-El viejo del muelle.
-Él no sabía.
-Eso creías ¿La víctima era un general?
-Veo que conoce la situación con detalle.
-Aléjate muchacho. Los padres de esta niña están lo suficientemente asustados como para delatarte.
-Pero no quiero que se vaya - expresó Carlota.
-Si sabes lo que te conviene Joubert, me harás caso. A mí no me parece correcto que no hayas afrontado las consecuencias por mucho bien que te quisieran hacer. Adiós.
El sol despuntaba y el joven Bessette se marchó por el lado opuesto.
-No seguirás en una relación con él.
-Es que yo entiendo a Joubert ahora.
-Sonaré a tu madre y actuaré como una: No volverás a verlo. Ya no puedo confiar en ese muchacho. Si es preciso ir por ti a la escuela ahí estaré a las once y media y yo misma te llevaré a casa. No lo tomes a mal, algún día lo comprenderás. Te digo por experiencia que esto es lo pertinente.
La chica Liukin no increpó. Si así debía terminar la historia de su segundo amor al menos no la habían decepcionado; tal vez se lamentaría por lo brevedad más no por un error.
-Pasaremos a la fuente de sodas por un jugo y después a la cama, que no pienso entrenarte sin haber descansado. Vienes saliendo de un resfrío y no te cubres; sé más responsable, no te cuesta.
-¿Y si vamos con Judy?
-No creo que abra hoy y de todas formas no la molestaría esta semana.
Ambas llegaron al local de Piaf a las ocho, cuando casi nadie deambulaba por ahí. Tamara se daba cuenta de los intentos de sollozo de Carlota, mismos que contenía por encontrarse en un lugar público.
-Sé que estás sufriendo pequeña. Voy a respetar eso pero si necesitas sacar esos sentimientos, dímelo.
-No iré a mi casa.
-No es negociable. Ricardo está angustiado.
-Me van a regañar.
-Eso hubieras pensado antes de irte.
-Joubert me debía explicar lo de Cobbs.
-Eso tiene sentido pero de todas formas no estuvo bien que no obedecieras a tus padres.
Sin más, Didier llevó a la pequeña a su edificio. Sus hermanos la esperaban en la banqueta.
-Gabriela está insoportable. Ahora sí te ganaste boleto - Manifestó Andreas.
-¿Qué tan mal me irá?
-Pues yo que tú, mejor que te castiguen de una vez.
-Prométeme que me llevaras a la práctica todos los días.
-Acompañarte no, cubrirte sí.
-Dale, qué remedio.
Carlota despreció el elevador y tomó la escalera. Con la expresión triste, se preparaba para una reprimenda muy amarga pero no imaginó ver a su madre con miedo y llanto al mismo tiempo; tampoco que esa mujer al verla se le echara en brazos. La niña también miró a su padre con los ojos rojos y desesperado.
-Vete hija, te perdonamos... Corre con tus hermanos, luego hablamos. Te queremos mucho y por eso es mejor que nos dejes solos ahora. Juro que les explicaremos a todos lo que vamos a hacer. Anda.
La chica salió. Nunca había visto a Gabriela tan deprimida. Afuera, Javier le diría que Ricardo estaba tomando medicamentos y al parecer éstos no funcionaban. Tan grave era, que hasta Gwendal y Lorenzo arreglaban papeles importantes y no se agredían.
-Imagina que un día te dicen que la persona que más te ha querido en la vida no va a recordarte después de un tiempo. Mi tía siente horrible. ¿Qué son dieciséis años al lado de tu padre y en los que juntos han levantado un departamento, has pasado por crisis económicas, se han acompañado y encima les han tenido a ustedes porque los aman? Es toda una vida y de pronto la Naturaleza decide que lo pierdan.
-Para Javier, que la harás llorar - intervino Sonia.
-Esta familia no está bien. Si yo me he preocupado también; el médico le ha pedido a a toda la familia que se examine porque podemos tener el mismo mal.
-Mejor calla que me vas a causar escalofríos.
Los amigos de Carlota se reunieron en Miterrand y fueron a verla para saber porqué no había asistido a clases. Al encontrarla sentada en la banqueta y al resto de los Liukin hablando torpemente, sólo se acercaron y evitaron las preguntas pero se les salió una sutil risa. Anton portaba un gorrito elaborado con peluche, bufandas viejas y peluquines que lucía ridículo.
-¿Cuál es el chiste? - dijo el muchacho lo que desató una carcajada entre la familia y al percatarse, comenzó a bromear con su curioso artefacto. El viejo del muelle, sólo por ayudarlo, le sugirió que le devolviera todos sus bisogné por lo que ese bizarro instante se hizo más gracioso.
-¡Joubert ven acá! - exclamó el venerable. El joven Bessette se hallaba oculto en la esquina pero cruzó la acera. Aún pensaba que sería rechazado o algo así.
-No temas, que te han perdonado y yo también desde hace mucho. No sean tan duros con él, ya ha pagado su crimen con el padre alcohólico y la madre enferma de cáncer. Si tiene otra deuda la saldará también. Cada cual recibe lo que merece.
Ricardo y Gabriela que descendían, también oyeron al anciano.
-Deberían confiar en su niña, que de tonta tiene lo mismo que Platón. Cuiden a Bessette, se los encargo.
Pero aún nadie pronunciaba cosa alguna cuando Jean y Judy, de lo más románticos, tomaban un paseo. Los Becaud aprovecharían el momento también para agradecer que los Liukin asistieran al funeral pero la pareja se veía tan radiante que parecía irreal lo acontecido el día anterior; incluso sus bolsas indicaban que habían ido de compras. Ante las miradas de Javier y Gwendal, Judy irradiaba una alegría apabullante y hasta Jean se percibía relajado. De pronto un tierno beso o un fraternal abrazo incrementaba el brillo en los ojos de la señora Becaud mientras compartía un café helado con su marido. De escuchar al escritor, Tamara se enfadó y se alejó un poco. El viejo la siguió.
-No creo que Jean ame Judy y lo que no soporto es que no quiere darse cuenta.
-Está muy contenta.
-La están engañando.
-¿Porqué dices eso?
-Ella me contó que desde hace un tiempo van a terapia y les está yendo bien pero un patán hace lo que sea para seguir siéndolo. Según Judy, Jean está haciendo un esfuerzo para controlar su mal carácter y las sesiones terminan agradablemente pero a mí no me puede mentir ese idiota. El tipo la manipula para que siga ahí, detrás de él como corderito. Ya no le grita ni lanza indirectas pero la ciega y eso la lastima más. Es mi mejor amiga y no deseo que le hagan más daño.
-Te regalaré un milagro, mujer. Uno temporal. No creas que tus súplicas no son escuchadas. Si quieres ayudar a Judy y de paso a ti misma, desde este instante tus ojos volverán a ver.. Y no menciones que te has curado, te reitero que no durará mucho.
El mayor deseo de Tamara era justamente volver a contemplar el Sol y a Gwendal. Al dar la media vuelta, su camarada estaba frente a ella. Emocionada, rompió a llorar.
-Te quiero mucho ¿Lo sabes, Mériguet?
-Yo también pero ¿Qué pasa?
-Me acabo de cumplir un sueño, es todo.
Mirar a Carlota y no tener que hacer suposiciones sobre su apariencia también la conmovió. Observar con curiosidad a una ciudad que parecía salida de cuento le despertó el asombro que por tanto tiempo había dormido pero lo más importante: Confirmó sus ideas de que Judy era una mujer físicamente impactante y profundamente enamorada a la que el esposo, seguramente, sólo mantenía a su lado por ego.
Lástima de maravillosa postal la de los dos mirándose y sonriendo. Jean era un maestro aparentando que amaba a su mujer.
Tomado de youtube.com usuario jpenelopest Canción: Smile por Uncle Kracker