Anna Capellini & Luca Lanotte / AP
Carlota continuaba llorando cuando se le ocurrió buscar a Sergei Trankov en el tren. No sabía exactamente porqué, pero creyó que era obvio que el guerrillero viajaba en calidad de polizón; incluso, cualquiera con dos dedos de frente se percataba de los murmullos que escapaban a través los muros y de las claves utilizadas por el intruso que le indicaban si podía pasar a una sección que no estuviese vigilada.
-¿En qué parte de esta cosa se escondería? En la cocina sería muy obvio pero nunca dejaría que lo encontraran tan fácil. Es más probable ...
La joven giró sobre sí misma.
-Que él me busque primero.
Sergei estaba parado, mirándola entre divertido e intrigado. De hecho, Carlota había pecado de lista al decidir no esforzarse por hallarlo, pero al mismo tiempo sabía que dentro de las paredes falsas cercanas a la bodega del vino era más seguro toparse con él.
-Buena doble jugada, niña. Me impresionas.
Carlota permaneció muda por haber comprobado su teoría. Él observaba el gesto de la chica e intuía que no deseaba explicarle los motivos que la habían animado a encontrarlo.
-Más te vale volver a tu cuarto.
-Esa es una buena idea.
-Detente.
-¿Ahora qué?
-Estás roja. Lávate la cara.
-Claro, cuando este sola.
-Entonces te cedo el paso para no incomodar más.
-Me siento mal de todas formas.
El hombre posó sus pupilas sobre ella de manera más interesada, notando su confusión y su miedo. De tan sorprendida, Carlota cerró los ojos y Sergei se apresuró a sostenerla. Era la tercera ocasión que la chica se dormía repentinamente frente a él.
-Bueno, lo increíble es que siempre me comprometes.
Él la estrechó con más fuerza y trató de encontrar a alguien que pudiera hacerse cargo. Por los pasillos sólo hallaba gente ebria y parejas ocasionales. Aquello pintaba mal y supuso que debía emplear su sentido común para dar con la habitación dónde ella se hospedaba; seguramente se localizaba en una especie de zona familiar, cercana al comedor y la puerta sería la más bonita o al menos, la más blanca.
Por la nula vigilancia en los corredores, Sergei daba pasos relajados y se dió tiempo de ver mejor el rostro de Carlota. Aquella muchachita era inusualmente atractiva para su edad y arrebatadoramente bonita, tanto, que él se alegraba de ser un adulto, tomar su distancia y hasta de que ella, por momentos, le desagradara por las frecuentes tonterías que cometía. Asumía que la joven no definía bien sus sentimientos y que no solía recibir castigos o pagar consecuencias. Hasta su buena suerte era inagotable.
-Rayos, creo que me conoces más de lo que yo a ti. Empecemos, tu recámara tendría algo distinto ¿Pero qué?
El guerrillero atisbó de nuevo a la chica y advirtió que el detalle que buscaba era algo tan simple como una flor porque a la joven le daba por llevar margaritas a todos lados. Así fue cómo caminando un par de corredores más, él hallaría lo predicho. Con dificultad abrió la habitación y al depositar a Carlota en su cama, oyó un ruido, como si la entrada se azotara. Consciente de que lo mejor era escabullirse, trató de alterar un cerrojo que no cedió ante la fuerza, los trucos y los golpes. Para colmo, la chica despertó por el ruido y se asustó por la presencia de Sergei, dándose cuenta de que su infortunado defecto había ocasionado aquello.
-No puedo arreglar esto. Nos quedamos encerrados.
-Ya se había trabado ayer.
-Y eso que se pagan 300€ por abordar.
-Tú vienes de gratis.
-Porque no me queda de otra.
-Pudiste comprar un boleto.
-Niña, soy guerrillero, me pueden arrestar.
-Eso es cierto, pero ya no soy una mocosa.
-¡Ja, ja, ja!
-¿De que te ríes?
-De que sigues con eso de que ya no eres pequeña.
-Voy a cumplir catorce.
-¡Uy, que madura y grande eres!
-No te burles.
-Si quisiera hacer eso ni te enterabas.
-¡Eres irritante!
-¡Y tú eres una niña dormilona! Dime que no.
-¡Ay, te odio!
-Pues no me caes tan bien que digamos.
-Te hago el favor de dirigirte la palabra así que no te queda ponerte exigente.
-Y a ti no te queda portarte como la reinita que no eres.
-Al menos soy más selectiva y no me ando besando con cualquiera, como otro que está aquí fastidiando.
-Pongamos en claro las cosas: Yo decido con quién estar porque puedo; en cambio, tú eres tan pequeñita, que debes resignarte a olvidar a un hombre a quién por lo mismo no le interesas y no te quiere.
Carlota no respondió y cubrió su rostro, escapándosele el llanto nuevamente. Por un momento deseó que regresara el tiempo con tal de evitar buscar a Sergei.
-Perdóname, Carlota.
-¡Te odio! ¿Me escuchas? ¡Te odio tanto que hasta parece que te quiero! ¡Me irritas tanto!
-Cuando te calmes te arrepentirás de todo lo que dijiste.
-¡Lo sé!
-Harías mejor quedándote callada.
-¿Porqué?
-Das la impresión de no saber lo que quieres y es molesto ¿No crees?
-También aborrezco que tengas razón.
La muchacha se cubrió con una manta y procedió a enjugarse las lágrimas. Sergei comprendió súbitamente que ella aún no se había desahogado del todo y que necesitaba con urgencia casi vital un abrazo. No tenía caso juzgarla por lo sucedido en los cerezos o cuestionarla respecto al verdadero lugar que ocupaba Joubert en su vida; así que se sentó en la orilla del colchón y la estrechó en un claro gesto de afecto. Cualquier enojo o resentimiento quedaba subsanado.
-Lamento haberte herido, niña.
Carlota permaneció quieta durante una hora. En la ventana se formaba escarcha.
-Quédate conmigo.
-No debo, chiquita, mejor me marcho.
-Quería hablar contigo.
-¿De qué?
La chica supuso bien que Sergei no le creería nada del döppelganger ni del mundo alterno en el lago. Las cosas estaban tan torcidas, que era mejor no moverlas de dónde estaban.
-De ... Zooey ¿Qué ocurrió con ella?
-No voy a responder.
-El príncipe encantador ha hablado.
-¿A quién se le habrá ocurrido semejante sobrenombre?
-Seguramente a un metiche, igualito a ti con mis problemas.
-¿Quieres pelear?
-Perderías.
-Te llevo un mundo de ventaja.
-Ganaré porqué soy un encanto.
Trankov abrió la boca sorprendido, incorporándose y llevando las manos a su cintura, no sin nerviosismo: Carlota Liukin estaba más que consciente de su hermosura y no dudaría en usarla, sin sacrificar un sólo ápice de inteligencia.
-Eso fue un golpe bajo.
-¿En serio?
-Recomendaría que no te muevas.
-¿Te asusto, Sergei Trankov?
-Me haces querer huir de aquí.
-No te haré un sólo rasguño.
-Cuando se trata de peligro, no hablo de ti.
-¿Serías agresivo conmigo?
-Nunca me voy sin morder, pero - guiñando un ojo - tú no conseguirás que yo caiga. Te vas a complicar la vida si no te controlas.
-¿Me crees tan tonta?
-¡Madura un poco!
-De acuerdo, pero no te sonrojes.
-Te suplico que tengas más cuidado con lo que haces, con tu tono de voz y con tus intenciones. Puedes toparte con un tipo narcisista y abusivo.
-Mi papá dijo algo parecido.
-¡Al fin un poco de cordura!
-Después de todo, creo que si soy muy joven.
-Qué aprietos estoy pasando.
-¡Discúlpame! ¡No fue mi intención!
-Qué voluble eres.
Carlota intentaba parecer una chica ingenua, pero no se había portado como tal; ni siquiera sabía porque había actuado de forma tan coqueta.
-¿Ya te vas?
-Sí, niña. Tengo una idea para abrir el cerrojo.
-¿Cuál?
-Patear la entrada. Buenas noches.
-¡No!
-¿Ahora qué?
-Yo .. Nada, tu sigue.
Sergei dió un puntapié a la puerta, misma que no se destrabó. En ese instante, Carlota lo abrazó.
-Creo que pasaremos la noche juntos.
-Nadie aquí dentro va a cerrar los ojos, niña. Vuelve a taparte con esa cobija enorme.
-¿Qué hay de ti?
-Intentaré irme. Descansa, Carlota.
-Si te da hambre, tengo unos bombones con chocolate y un poco de té.
-Mejor guárdalos. Gracias.
-Entonces prométeme algo.
-Depende.
-Siempre vas a creer lo que yo diga.
-Qué favor tan extraño y más porque no me fío de ti.
-Sólo di que sí; es importante.
-Bien, imaginemos que acepto ¿Me tendré que tomar en serio todo lo que salga de tu boca?
-Algo así.
-No encuentro nada coherente en lo que me pides.
-Voy a necesitar que no me ignores, lo que te voy a decir pronto es muy importante.
-¿Es personal?
-Nos involucra, Sergei. Es algo que yo no entiendo y tal vez tu sí.
-¿Das tu palabra de que me estás hablando con la verdad?
-Así es.
-Vale, entonces te haré caso cuando me cuentes todo. Lo prometo.
La joven asentó. El guerrillero giró su cabeza hacia la perilla y realizó el último intento por liberarse, sin lograrlo. Carlota volvió a su cama y él ocupó una silla al lado de la litera cuando ella le ofreció los dulces. Sergei la miró con incomodidad y esperó hasta que ella bostezó para reflexionar un poco y llegar a la conclusión de que no cumpliría su promesa.
*Tema inédito de Miguel Bosé en el disco "Lo mejor de Bosé" (1999) Video a continuación.