Judy Becaud había decidido despedirse del teniente Maizuradze y fue al aeropuerto días antes de saber que Carlota Liukin se hallaba en el hospital Bercy. Temerosa por la actitud distante de su marido y con una canasta en las manos, se había instalado en una sala de espera frente a una chica que insistentemente utilizaba su celular y temblaba llorosa.
-¿Cuánto tiempo vamos a esperar? - reclamó Jean Becaud.
-Lo que se necesite - respondió Judy.
-Te citó a las ocho y son las doce.
-Ten paciencia, él nunca nos quedaría mal.
Judy volvió a mirar a la jovencita que ahora miraba a uno y otro lado y de pronto pedía al teléfono y en un forzado francés que no la dejaran sola.
-Ven por mí - le dijo a un amigo y colgó. La señora Becaud entonces quiso ser compasiva.
-¿Te puedo...? Bueno, ¿podemos ayudarte en algo?
-No, gracias.
-¿Esperabas a alguien?
-Vine a buscar a mi papá.
-Oh, lo siento.
-Creo que él ya se fue.
-Vuelvo a ofrecerte una disculpa.
-¿Tiene pañuelos?
-Aquí, toma.
-Usted también lleva muchas horas sentada.
-Un amigo dijo que ... Tampoco encontré a quien vine a despedir.
Las dos se miraron detenidamente, una quedando más impresionada por la perfección de la otra pero con el suficiente desánimo para ignorar aquello y continuar con su agitación.
-Judy, vámonos - pidió Jean Becaud.
-Dame un minuto.
-Diez segundos.
-¿Estarás bien? - preguntó Judy a la chica.
-Sí, le avisé a alguien que me quedé aquí.
-De acuerdo, ¿no quieres nada?
-No, estoy bien.
-Debo irme, adiós.
-Adiós.
Judy se incorporó, sintiéndose triste por no poder hacer más, pero con la piel erizándosele por saberse cerca de una presencia conocida.
-¡Vika! ¿Cómo estás? ¿Qué pasó?
-Papá no se despidió de mí, no sé a que hora se fue, desperté muy temprano y no lo encontré, vine y supe que su vuelo salió, pregunté si él lo había tomado y escuché que no, creí que se le había hecho tarde y esperé mucho.
-No llores.
-No sé dónde está, tampoco me dijo donde va, no sé qué hacer.
Judy Becaud oía incrédula la voz de Gwendal Mériguet consolando a la desconocida, misma que le estrujaba con fuerza.
-¡Se fue a la guerra y no me despedí!
-Vika... Hoy haré todo lo que digas.
Gwendal abrazó a la chica con mayor fuerza y alzó la vista para reconocer a Judy, quien ciertamente lo observaba un poco esquiva, retrocediendo para no interrumpir y volviendo con su marido, quien por caminar con prisa y estar de espaldas, no se enteraba.
A Judy Becaud le afectó esa escena casi de inmediato, pensando que las coincidencias eran terribles, pero en el caso de Gwendal Mériguet algo tenía sentido: Él ni siquiera la había visto con el interés de antes y aquel acto en sí, no constituía novedad alguna. Lo que ocasionaba una reacción era el hecho de verlo genuinamente identificado en la preocupación de una joven que quien sabe de donde conocería, pero que se mostraba reconfortada con él y viceversa.
Ese pensamiento consumió a la señora Becaud por la tarde, cuando alejada del aeropuerto y voluntariamente asomada por la ventana de su apartamento, vio a su marido, intentando encontrarle alguna virtud que no lo redujera a un pobre diablo frente a un patán como solo Gwendal podía serlo, pero entre más buscaba, más se convencía de que había tomado las decisiones correctas al huir de Tell no Tales y permanecer casada. Jean era una pésima persona la mayoría de las veces, pero nunca le había hecho falsas ilusiones como el otro y de alguna forma, poseía mucho encanto. Cuando él, quizás adivinando esa conclusión, se aproximó para saber más, notó que en un portón cercano el mismísimo Gwendal introducía una llave y se encontraba a Tamara Didier, con quien no hablaba. Un poco después, Adrien Liukin salía para ver la calle.
-¿Sabías que estaban aquí?
-No, Jean.
-¿Qué bien, no?
-Podemos invitarlos a nuestro café.
-Veré que hay en la despensa.
Sin embargo, Judy no se atrevió a salir a la calle durante la semana y se contentó con ver como la familia Liukin desfilaba sin alcanzar a descubrirla, a pesar de que en el ventanal se distinguía su presencia. Asimismo atinaba a ver arreglos florales que constantemente recibía Ricardo Liukin con gesto pesaroso.
-Deberíamos visitarlos - sugirió su esposo, pero ella continuaba tomando su distancia debido a que Gwendal iba y venía constantemente, casi siempre acompañado por la misma jovencita de antes.
-"Nada tengo que hacer ahí" - se repetía y recordaba como había estado a punto de abandonar a Jean - "Qué tontería, de lo que me salvé" - y volvía su trabajo, indecisa de al menos de saludar a Tamara y pedirle que le guardara el secreto de su estancia.
-Si quiere, yo voy por usted - le ofreció un día Luke Cumberbatch y ella le tomaba la palabra cuando Joubert Bessette pasó enfrente de su local, haciéndola cambiar de opinión.
-¡Joubert, Joubert! - exclamó la mujer y el chico atendió de inmediato.
-¿Ju..? ¡Judy!
-¡Joubert, que alivio hablar con alguien!
-¿Qué haces aquí?
-Me mudé con Jean, ya sabes por trabajo.
-Qué bien, ¿quieres que le diga a alguien?
-No, sé donde están es que me dieron ganas de saludarte ¡y a Carlota! Extraño mucho a Carlota, ¿le dirías que me gustaría pasar a saludarla?
-Mmh, Carlota...
-¿Qué pasa?
-Está en el hospital, tuvo un problema en un oído, nada grave.
-¿Irás a verla pronto? Te podría acompañar.
-No, yo he tenido cosas que hacer.
-Ya veo, ¿pero le darías mis saludos?
-Le llamaré.
-¿Y si lo hacemos de una vez?
-¿Te urge?
-¿Podrías decirme si está bien? Así no sería inoportuna.
-La última vez estaba perfecta, si le ha pasado algo, no he sabido.
-¿Por qué?
-Judy, yo le pasaré el recado. Tamara irá a cuidarla, sirve que se entera.
-Creí que tú le avisarías a Carlota.
-No, pero con gusto se lo pediré a alguien más.
-¿Pasó algo contigo?
-No, es sólo que estoy ocupado.
-Es que cuando Carlota se sentía mal, tú eras el primero en no separársele.
-Ahora es diferente.
-¿Todo está como lo dejé?
-¿Qué quieres decir?
-Carlota y tú siguen juntos ¿verdad?
Joubert separó un poco sus labios pero no dijo palabra.
-¡No! ¿Qué sucedió?
-Judy, no quiero ser grosero pero no hablo de eso.
-Perdóname, es que yo los creía tan contentos.
-No te fijes.
-¿En qué hospital puedo preguntar?
-En Bércy.
-Ay, no sé llegar.
-El metro te deja en la esquina.
-Bueno, es que hay un problema.
-¿Cuál?
-No tengo dinero para pagar el metro - murmuró la señora Becaud.
-¿Te presto?
-Tal vez si le pido a Jean...
-Judy ¿tu intención es pedirme que te lleve?
-No, como crees.
-Quiero la verdad.
-Rayos... ¿Por favor?
-Oye, no quiero visitarla.
-¿Por qué no? ¿Se enojaron mucho?
-No sólo eso.
-¿Le hiciste algo malo?
-Estoy molesto y no le contesto el teléfono.
-¡No, Joubert! ¡No hagas eso!
-Judy, tengo ... Estoy con otra cosa, disculpa que no te ofrezca dejarte cerca; le pasaré tu mensaje a quien pueda dárselo a Carlota. Buen día.
Judy Becaud quedó de una pieza por unos segundos, pero recuperando el valor, sujetó el brazo de Joubert.
-Necesito ver a Carlota, te pido por las buenas que me dejes en el hospital.
-No tengo tiempo, disculpa.
-Esto me urge.
-No quiero pasar a ver cómo está Carlota, no insistas.
-Claro que lo harás, grosero.
-¡No puedes obligarme!
-¡Pero te puedo suplicar de rodillas!
-¿Qué? ¡No!.... ¡No hagas una escena!
-¡Entonces vamos!
-¿Qué parte de "no quiero saber de Carlota" no se entiende?
-"No quiero saber de Carlota"
-Argh.
-Joubert, te lo ruego.
-No te... Levántate, por favor.
-Ni siquiera tienes que pasar, con que me dejes en la puerta está bien.
-Sólo levántate.
-¿Y si te pidiera que me acompañes?
-¡Pero qué te sucede!... Judy, por dios.
-Prométeme que al menos la vas a saludar.
-¿Por qué estoy aquí?
-Hazlo por mí
-¿Y no vuelves a hacer estos berrinches?
-No, para nada, lo juro.
-De acuerdo, toma mi casco.
-¡Viaje en moto! Qué generoso.
Joubert aun dudaba pero Judy Becaud se colocó en su lugar y él prendió su moto sin chistar, queriendo ser un poco cortés. Durante el viaje, prefirió ignorar un poco el tráfico y preguntaba con insistencia a la mujer si estaba cómoda y la alertaba sobre la distancia, el viento y otros motociclistas.
-Es aquí, ¿todo en orden?
-Manejas muy mal.
-Perdón.
-Casi muero del susto, pero lo que cuenta es que llegamos completos.
-Bueno, entre más rápido, mejor.
-¡Hey! ¿No querrás pasar así nada más?
-¿Ahora?
-Sé amable y lindo, regálale a Carlota unas flores.
-Eso no.
-Pero tienes que ser educado, te sugiero sus favoritas.
-Judy, no vengo feliz.
-Pero habla con ella, las flores son para calmarse.
-¿Por qué en cada hospital hay un vendedor?
-Porque los enfermos se sienten mejor si reciben regalos.
-Carlota no está enferma.
-Tal vez, pero no le caería mal algo bonito.
Judy Becaud sonrió y Joubert la siguió hasta la florería ambulante al lado de la puerta. Como el chico eligiera camelias blancas, ella no objetó y hasta confió en que no saldría huyendo al adelantarse para registrarse en la recepción.
-Buenas tardes o días, soy Judy Becaud y busco a Carlota Liukin.
-¿Otra periodista?
-Soy amiga de su familia.
-Ayer una reportera de TF1 trató de hacerse pasar la prima, ¿por qué le creería a usted?
-Es que yo la conozco, puede preguntar y no vengo sola, me acompaña Joubert Bessette.
-Ajá, todos podemos soñar.
-Es en serio, ¡Joubert, ven acá! ... Espere un segundo ¡Joubert!
Como el chico sintiera pena por Judy, regresó a su lado.
-¿Qué quieres?
-Que no te vayas, por ejemplo.
-Oh, lo siento - intervino la enfermera - Qué gusto que venga por aquí, joven Bessette. Señorita, discúlpeme ¿gusta esperar en el corredor? Hay asientos ahí.
-Bueno, me parece.
-Rápido, por favor.
Joubert y Judy fueron guiados al fondo, a un sitio donde escasa gente pasaba. La mujer distinguió enseguida a Tamara Didier cuando abandonaba un dormitorio, pero prefirió pasar de largo para que no la reconociera. Ocasionalmente, unos grupos de niñas corrían por ahí, pero Joubert pronto fue detenido por sus admiradoras adolescentes, entre ellas Coralie Pokora.
-¡Chico! Pensé que ya no venías.
-Es algo rápido.
-¿Después vamos por ahí?
-Tengo un ensayo.
-Te acompaño, ya casi dejo de cuidar a mi hermanita.
Judy no prestó atención a esto, dado que en Tell no Tales las muchachas se ponían locas ante Joubert. Continuando con su paso, dobló a la izquierda.
-Carlota fue a caminar, pero ya regresa - anunció la enfermera.
-Ojalá le guste verme, hay tanto que contarnos.
-Qué sorpresa que el joven Bessette haya venido con usted.
-Lo conozco desde hace tiempo, lo mismo que a la niña.
-Entonces no la ha visto, ella ha cambiado.
Deteniéndose de golpe, Judy abrió más los ojos cuando, imprevistamente, se encontró nuevamente a Gwendal con compañía.
-La señorita Liukin es muy querida, su tío está muy atento a diario.
-¿Quién está con él?
-Viktoriya Maizuradze.
-La conozco.
-¿También?
-De vista, intercambiamos unas palabras en el aeropuerto.
-Ellos no lo admiten pero son novios.
-¡Qué!
La exclamación de Judy fue tan fuerte, que apretó los labios e inútilmente quiso esconderse, pero Tamara la había escuchado tan claro, que la abrazó en segundos.
-¡Amiga!
-¡Tamara! Qué bien luces.
-Gracias, tú ¿el vestido es nuevo?
-Eso quisiera.
-¿Cuándo volviste a París?
-En mayo.
-¡Me hubieras avisado!
-Fue improvisado.
-Dime que te estás divorciando.
-Quiero más a mi esposo que antes.
-¿Viniste con ese inútil?
-¿Sigues soltera?
-Me ganaste.
-Ok, luego hablamos; conseguí que Joubert me trajera, supe lo de Carlota y no me aguanté las ganas de visitarla.
-¿Joubert? Pero ya terminó su historia.
-Estamos aquí.
-Qué bien. Judy, te extrañé.
Las mujeres se apretaron mutuamente y continuaron conversando sobre sí mismas, al grado de olvidar que una estaba de paso y la otra a cargo de una joven Liukin que al verlas, decidió tomar otro pasillo sin importar que cierta alegría le provocara el reencontrarse con una amiga muy querida. El ánimo no le daba para ese impulso mientras a escondidas, continuaba marcando el número telefónico de Joubert Bessette y rezando para que este al fin le contestara.
-¡Carlota! - la llamó Miguel Ángel al hallarla.
-Mensajero, lo que hayas traído se puede quedar en mi cama, luego lo reviso.
-Es que no ha sido un regalo.
-¿Qué te trae por aquí? ¿Una carta?
-No, perdón.
-¿Entonces? ¿Eres un fan? ¿Te pagaron en una revista? ¿Un autógrafo?
-Calma, no voy a molestarte.
-¡Tienes toda la semana aquí!
-Porque hice lo que me pediste.
-¿Qué cosa?
-Lo que estuvo en mí para que no llores.
-¿Qué quieres?
-Avisarte que logré encontrar a Judy Becaud.
-Ya la vi.
-Pero gracias a ella, Joubert Besette ha venido a verte.
-¿Dónde está?
-Cerca de tu cuarto.
Carlota susurró algo para sí misma y emocionada, retomó el paso, sin importarle que su cabello estuviese enredado y sus ojos enrojecidos, que su atuendo fuera una bata y que calzara sus pantuflas desgastadas. Con cierta distancia, ella iba escuchando más la voz del joven Bessette y se iba llenando de lágrimas más intensas. Sólo le bastaba cambiar de pasillo para comprobar que era él.
-¡Joubert! - exclamó al concretar su descubrimiento. Hubo enseguida un silencio general y quienes los rodeaban se detuvieron sólo para quedar boquiabiertos ante el rostro de Carlota, tan expresivo del dolor que había experimentado en días; tan esperanzado en esos instantes. Joubert Bessette enmudeció también un poco y se apartó de sus admiradoras sin olvidar el ramo de camelias.
-Parece que te veré luego, Joubert - mencionó Coralie Pokora, pero este contestó con un "no" bastante claro y la ignoró para colocarse enfrente de la joven Liukin.
-Carlota...
-¡Joubert! - abrazándolo.
-Te traje un obsequio y tenemos que hablar.
-Está bien.
-Vamos, ¿quieres dar una vuelta?
-El jardín de este hospital es bonito.
-Pondré tus flores en ... ¿Tu florero está ocupado?
-Ayer lo vacié.
-Andando.
-¿Quieres chocolates?
-Claro, nos hacen falta.
-Y al fin podré decirte que pienso de tu demo.
-¿En serio?
-Adelina me hizo una copia ¡ojalá no nos volvamos a enfadar!
Joubert abrazó a Carlota y ella paró su llanto. Los demás se hacían a un lado para que salieran en paz.