domingo, 17 de noviembre de 2013

El primero de los pretendientes


Annabelle Prölß y Ruben Blommaert / Fotografía de D&H Höppner© y www.annabelle-ruben.com


Enero, 1915

Lía Liukin recorría la ciudad buscando una droguería en donde le atendiesen justo la mañana que un barco de inmigrantes atracaba, causando expectación en los periodistas que buscaban información sobre la guerra en Europa. De acuerdo a los muchos curiosos, los nuevos vecinos estaban más que bienvenidos y procurarían mantenerlos lejos de la "plaga" que representaban los dorados.

-¿Serán franceses? A esta ciudad le vendría bien recibir gente sofisticada - comentaba una anciana que evitaba rozar una especie de mantilla con Lía al notar que estaba a su lado. La chica la miró alegremente, solo para evitar reírse.

-No lo creo, señora. Es un barco ruso - Comentó un corresponsal del diario de la ciudad de Toud.
-¿La guerra ha sido tan cruda? - preguntó Lía.
-Eso dicen. Para ser un conflicto corto ha involucrado a casi toda Europa.
-Entonces durará un año.
-Hay rumores de que las cosas empeoran.

Lía miró su canasta inmediatamente, pensando que en otras embarcaciones se encontraban decenas de personas buscando refugio. 

-¿Qué más ha sabido?
-Se presume que Alemania ganará, los países se han quedado sin dinero para financiar sus tropas.
-¿Tan rápido?
-Fue una guerra sorpresiva y con los nuevos inventos hay que hacer gastos.
-¿Cuáles?
-Gases venenosos, vehículos de motor, ametralladoras, aviones..
-¿Aviones?
-Se han construido muchos en pocos años, para los militares son indispensables.

Lía había oído mucho sobre aviones en fechas recientes: que eran de acero, que alcanzaban poca velocidad, que no mantenían su vuelo; ahora el columnista le decía que desde ellos se era capaz de disparar y arrojaban bombas, desbaratando a los anteriormente invencibles cañones o hundiendo barcos y arrasando ciudades enteras.

-Son una maravilla de la ingeniería a pesar de todo - concluyó el buen hombre. Ella se preguntaba como algo así podía ser bueno y se figuró que Matt Weymouth le respondería algo similar si le relataba lo que esas máquinas, que al menos ella nunca había visto, permitían realizar. 

-¿Ha venido a conocer a los visitantes? - inquirió el columnista.
-No, solo busco una droguería.
-Qué lástima, pude entrevistarla.
-¿Para qué?
-Pedirle su opinión, se nota su interés en asuntos internacionales.
-Me han contado poco, nadie sabe bien qué causó la guerra. Han dicho que mataron a un archiduque pero tampoco de eso hay que fiarse.
-Parece estar al tanto.
-No, solo son rumores populares - agregó Lía con inocencia.
-De algún lado debió salir.
-Pregunte a los tellnotellianos que vuelven a casa, ni ellos sabrían qué decirle.

El reportero se limitó a tomar un par de notas y preparar las placas para tomar la fotografía que ilustraría su artículo, al igual que otros colegas. Era también llamativo ver a los trabajadores del muelle barriendo las calles aledañas y colocando lienzos rojos con detalles dorados en el barco al tiempo que otros preparaban un carruaje y adornaban las esquinas con arreglos florales.

-¿Quién viajaría desde Rusia que se toman tantas molestias? -dijo la anciana.
-Un miembro de la realeza, señora - contestó Lía antes de irse con sigilo y constatar que una banda naval de Tell no Tales se dirigía al lugar a mostrar su respeto. Pronto, una multitud acaparó las banquetas y la chica aceleró el paso. Por dondequiera que fuese, se topaba con policías que animaban a la gente a salir de los edificios y a colgar mantas rojas.

-"Deberé avisar pronto" - pensó ella poco antes de llegar al convento donde se hospedaba y hallar a sus padres casi en la puerta.

-Lía, ¿Te has enterado de por qué nos piden estar fuera? - preguntó Goran Liukin.
-Un barco ruso ha llegado, padre.
-Eso no es motivo para tanto alboroto.
-Es por el visitante.
-Aunque debo preguntar: ¿Qué hacías en la calle? No te di permiso de pasear.
-Fui a las droguerías.
-¿Por qué razón?
-Prometí reponer tu hierba quemada, creí que alguien la vendería.
-Te he dicho que nadie conoce la planta.
-No está demás preguntar.
-Es inútil buscarla en una ciudad donde no saben de qué estás hablando.
-No me han dejado entrar a ningún local, es por la ley.
-Esa que de nada sirve.
-También hay lugares donde no podemos estar "por ser dorados", como la plaza principal. Intenté caminar por ahí para llegar a la herbolaria nueva pero me echaron.
-La vida se nos volvió difícil con estos políticos.
-Por eso fui al muelle, pero vi el barco y muchos periodistas. Están decorando las calles y enviaron una carroza.
-¿Tirada por mulas o por caballos?
-Caballos.
-¿Familia real? ¿Será un príncipe ruso?
-Han puesto telas rojas y motivos dorados, me pareció ver un águila negra imperial en una bandera y un escudo de armas. No lo tomes por certeza, no lo comprobé, pero el príncipe Wilhelm Van Cleave* ha vuelto, papá.
-¿Qué hace a bordo de un navío no alemán? 
-Han puesto rosas blancas, orquídeas y alcatraces; seguramente él ha conseguido una esposa o una prometida y la ha traído.
-Entonces no es conveniente verlo pasar. Ayúdame con la silla de tu madre y prepara la sala de descanso de nuestra celda.
-Me quedaré leyendo para ella, si me lo concedes.
-No, Lía. Permanece en tu habitación bajo llave, no abras la puerta del balcón ni te asomes al patio.

Sumisa, Lía siguió las órdenes de su padre, más por acabar con su propia curiosidad que por una genuina convicción de obedecerlo. Sin hablar, ayudó a colocar a su madre en una silla mecedora y le cubrió con una manta tejida blanca, besando su frente en el acto. Lía tomaría su llave con las ganas de que su padre le dijera que podía permanecer en ese sitio, pero él reiteró su determinación al notar que ella se resistía. La joven asentó y apenas aseguró el cerrojo de su propia habitación, encendió sus tres quinqués, segura de que el ruido de la muchedumbre no la perturbaría si mantenía su distancia de la puerta del balcón. 

Aislada y sin ocupaciones, Lía se consagró a revisar sus pertenencias recuperadas entre los escombros de su casa en el campo, hallando una caja de marfil pintada a mano donde solía atesorar sus cartas. La mayoría estaban un poco quemadas de los extremos, pero los textos no habían sufrido, si acaso la tinta era más oscura, definiendo mejor los trazos. Las letras eran pequeñas pero elegantes.

-"Te ofrezco un sueño, uno que al cristalizarse unirá nuestros corazones y nos inflamará con pasión por el resto de nuestras vidas. El sueño más noble que se tiene y que un hombre sólo puede realizar una vez, en mi caso te es entregado con fuerte convicción. ¡Dulce Lía! ¡No existe algo más sublime!... Una bella vida, un sueño de amor". - Se leía en una de esas misivas, que corría con la suerte de los papeles que se conservaban como archivo muerto, salían a la luz un segundo y se olvidaban para siempre.

-"No me olvides" - se pedía en otra. Lía meditaba por qué no se había deshecho de ellas, tal vez por cierta conmiseración con el desafortunado admirador. Sólo Dios sabría. 

-Lía Nathalie, te amo - oyó al cabo de unos minutos, dejando sus misivas sobre el colchón y retirando el candado que la apartaba del balcón. Matt Weymouth había dicho la contraseña y al verse, se apresuraron en cerrar. Él traía consigo algunos bocadillos y una botella de vino, proponiendo escaparse para un picnic en la pradera aprovechando la bulla al exterior.

-Mi padre se daría cuenta, no tardará en revisar que siga aquí.
-¿Por qué te ha encerrado? 
-El desfile.
-¿Te castigó?
-No he faltado, es solo que no desea que vea a la comitiva.
-Ni siquiera sabemos quienes son.
-Yo si.

Lía echó el vistazo a su cama y levantó el desastre.

-Debes marcharte, tu familia recibirá una invitación o el alcalde querrá que platiques sobre tus proyectos con las visitas. Hoy no es bueno que te escondas, Matt.
-No te comprendo.
-¿Crees que eres el único que me ha ofrecido séquitos y cortes o me ha rondado hasta conseguir un saludo al menos? Si lo has dado por hecho por el comportamiento de mi padre y su afán de alejar a cualquiera que osa hacerlo, eres un ingenuo y también un iluso. He recibido más propuestas de matrimonio que miradas tuyas, he podido escoger entre mercaderes y ministros y aún así he descartado cada sueño de amor por irrealizable. Alguna vez reyes y príncipes me buscaron y juraron compartir sus coronas y posesiones porque alguien les mencionó mi existencia y viajaron y viajaron para dejarse deslumbrar e irse con nada. Uno de ellos espera salir de su barco para ser vitoreado a esta hora y por respeto me quedo con el candado puesto, porque nadie sabe si finalmente me ha olvidado. Por los detalles puedo adelantar que ahora se ha casado, pero he de evitar que me tope en la calle.

La joven bajó la cabeza, constatando que Matt era un hombre celoso pero no destructivo ni posesivo.

-Eres el único, Matt - susurró Lía.

Él se preguntaba quién sería el pretendiente, si ella había sentido algún afecto, si le decía esto por enojo o por sinceridad.

-El príncipe Wilhelm Van Cleave era el más entusiasta y dadivoso, recuerdo que sus regalos y cartas dibujaban hermosas utopías sobre una vida sin sufrimientos.
-Nadie rechaza al hijo de un Káiser.
-No se atrevió a dirigirme la palabra ¿cómo podía enamorarme de él si no lo conocía? Y soñaba más de lo admisible. Los gobernantes no viven sueños de amor, dirigen con mano dura. Él no construiría su imperio, sólo viviría la ilusión de un reino feliz y jamás me gustó un poeta. Él y el resto no lo entendieron.
-Lía, yo también soy un soñador. 
-No, Matt. No eres un romántico.
-¿Entonces que soy?
-Un constructor.
-No tengo con qué levantar una columna.
-Te equivocas, sé que comenzaste a excavar los cimientos del ferrocarril sin ayuda y apartas las rocas del lugar donde has planeado alzar un barrio. Si te dijeran que debes prescindir de los albañiles y los arquitectos y hacer todo por ti mismo, pasarías el resto de tu vida erigiendo lo que te viniera en gana... Matt, tu no sabes lo que pensé cuando me hablaste por primera vez, pero supe que eras diferente, te gusta lo tangible y lo comprobable, así debas desafiar al tiempo para ver cientos de trenes en la estación que levantes ¿qué mujer en este mundo encuentra semejante hombre sin haberlo soñado? Yo jamás lo soñé. Eres un hombre que concreta, eso es más que suficiente para mí.

Matt Weymouth tomó asiento en el colchón, pasando por alto las hojas a su alrededor, viendo a Lía con interrogantes infinitas. Ella lucía titubeante. 

-Podríamos hablar luego, Matt.
-¿Por qué yo pude acercarme a ti?
-Por demostrar interés. Eso hasta la fecha es muy seductor.
-Jamás habías dicho eso.
-Hay tantas cosas que me encantaría hacerte sentir en lugar de hablarlas...

Matt Weymouth se incorporó velozmente y vió el rostro de Lía a contraluz, confirmando que pese a lo revelado, la inocencia de la joven no era una farsa. No había amores previos ni sonrisas obsequiadas antes de él, ni siquiera besos al aire o saludos sutiles.

 Lía Nathalie Liukin poseía secretos pequeños y mucho silencio sobre sí misma; pero el amor era la gran excepción entre los recuerdos de una vida casi monótona y plena de aislamiento. Afuera, el mundo se agitaba y se revolvía, pero en esa habitación oscura había cabida únicamente para los momentos íntimos.

Matt Weymouth besó a la joven y le abrazó con ternura largamente. Ambos respiraban con calma.

Goran Liukin no se apareció.

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