Imagen cortesía de Toei Animation, One piece episodio 391.
Unión del Estado Soviet, dimensión del espejo, año indeterminado.
-"¡Los esclavos se rebelaron! Repito ¡Los esclavos se rebelaron!"
-Apaguen eso - ordenó Elijah Maizuradze y enseguida preguntó por el sector amotinado.
-Son los esclavos del campo cuatro.
-Arrójenles sarín, me avisan cuando hayan recogido el último cadáver.
-El distrito quince rodea el campo cuatro.
-No escaparán.
-Pero alrededor viven los obreros metalúrgicos y sus niños.
-General Brezhnev ¿Acaso pregunté qué hay en la zona?
-Podemos llegar al millón de víctimas si no tenemos cuidado.
-El daño colateral es más persuasivo que el puñado de esclavos que ustedes no pueden controlar.
-Pero ¿qué haremos con los soldados? ¡Hay que evacuar!
-Yo mismo pediré que en el entierro los condecoren.
-¡Le exijo otra solución!
Ilya Maizuradze volteó hacia Brezhnev y lo sustuvo violentamente, ocasionándole la muerte al estrellarlo contra la pared. Los demás fingieron no ver.
-¡Tú! ¿Cómo te llamas?
-¿Yo? Cabo Shibnev.
-Ahora ocupas el rango de Brezhnev, coordina el ataque.
-Enseguida.
-Los demás retiren al gusano y mandan mis condolencias. Con su permiso señores.
Campo siete, Unión del Estado Soviet.
-El nuevo lote de esclavos llega desde el Continente Negro mañana, les asignaron el campo nueve.
-¿Y este qué?
-Marat Safin, dieciocho años, le gustó a la hija del almirante Nakamura. Lo hemos tenido a dieta desde que lo sacamos del campo 11 en Transiberia, con ejercicio y ducha.
-¿A qué se dedicaba?
-Es campeón olímpico.
-¿El de los cien con vallas?
-El de tenis.
Los dos soldados a cargo de vigilar a Marat esa noche leían reportes preliminares sobre la sofocada rebelión del campo cuatro y en un momento dado, se preguntaron si en su sector se lograría experimentar algo así. En el campo siete los esclavos eran en su mayoría niños de las islas chinas y la península del Vietcong así como jovencitas soviet que serían trasladadas a los campos de las lujosas islas exóticas Sutra y Java.
-¿Y este qué hizo para caer aquí?
-Acostarse con la esposa de un almirante.
-Qué imbécil.
-Realizó trabajos forzados en Transiberia y destrozó tigres en el camino.
-¿Cómo sobrevivió?
-Dicen que tiene la resistencia de un buey.
El frío en el campo siete era más intenso que en Transiberia o quizás era porque Marat llevaba un buen tiempo sin hacer nada. Atado de pies y manos, con un collar de hierro en el cuello, un chip localizador recién implantado y una actitud aplatanada por la acción de una fuerte droga, el chico trataba de no caer dormido y enterarse de lo más que se pudiera mientras pensaba que el dichoso campo siete era un edificio circular de acero con puertas congeladas de apariencia inofensiva. No sabía bien a qué lugar lo llevarían pero sí que la señorita Keiko Nakamura cumplía con todos los estereotipos de las hijas de las personas más poderosas: era fea, provocaba rechazo en lugar de lástima y su club de amigos era igual o más repelente; eso se pasaba por alto si se hacía caso de los chismes que decían que la mujer era agradable y de fácil risa.
-¿Le colocaron el código de barras?
-Se lo tatuaron.
-Ja ja ja ¿Quién lo ordenó?
-El almirante cornudo.
-¿Con tinta buena?
-Y lo hizo él mismo.
-Qué gran manera de vengarse.
Los dos hombres contemplaron a Marat fríamente y le arrojaron los restos de sus cigarrillos a la cara.
Kyot, Imperio Oriental de Japón, dimensión del espejo.
Marat llegó a medio día al Palacio Imperial de Kyot mientras una comitiva de la Armada japonesa lo rodeaba para escoltarlo. La marina del Gobierno Mundial reportaba la entrega exitosa y de sólo atravesar las puertas de tan magnífico lugar, fue recibido enseguida por el mismísimo emperador y su esposa. Le removieron las cadenas, lo asearon, maquillaron sus golpes y lo vistieron personalmente al tiempo que le colocaban un brazalete irremovible con un nuevo chip para inhibir más la posibilidad de una fuga exitosa. Cualquiera se habría preguntado qué estaba pasando, menos Marat que atinadamente pensaba que él era un capricho o un regalo de cumpleaños. Por los gestos que le hacían entendió que más le valía fingir felicidad y cuando le anudaron la corbata sintió un escalofrío que por poco le detenía el corazón.
Cuando lo condujeron por un vestíbulo hacia el jardín, tuvo la última esperanza de que Keiko Nakamura fuera una persona razonable o una chica obligada a comprar un hombre para disimular su escasa fortuna cuando se percató de que el almirante Nakamura parecía ser el verdadero líder del Imperio. El emperador y su esposa le temían al extremo, lo mismo que los funcionarios cercanos a estos y los sirvientes temblaban de sólo haber despertado para empezar a seguir sus órdenes.
Nakamura dio la bienvenida a Marat derribándolo por no bajar la vista y una mano pequeña y robusta lo sujetó para levantarlo. Esa mano era la de la señorita Keiko, que sonrió incluso y saludó cortésmente. En el jardín se hallaba la prensa.
En aquella escena, Marat se convenció por un momento de que quizás no le había ido mal. Si las cosas eran como las concebía, le bastaría con no toparse con los ojos del almirante para estar en paz y decir lo que le indicaran para cubrir a Keiko. Esta última lo tomó de la mano y lo hizo asomarse con ella para darle fotos a los reporteros y luego de cinco minutos exactos, la comitiva entera se retiró al interior.
El almirante Nakamura acarició el rostro de su hija y luego de comentarle algo que Marat nunca entendería, le entregó una tarjeta del Gobierno Mundial. La chica jaló a Marat hasta un auto de lujo y abandonaron el palacio rumbo a un hotel exclusivo.
El distrito cero de Kyot era hermoso, rodeado de pagodas, parques y encantadores hoteles de madera, como si se tratara de una ciudad muy vieja. El agua fresca era un lujo en aquél país y en Kyot corría libremente, podía beberse de las fuentes y disfrutarse en baños calientes y justo eso ordenó Keiko para Marat una vez que descendieron del vehículo. Él no entendía y las chicas del spa se llevaron las manos al rostro, obligándose a cumplir. Una de ellas rompió en llanto al ver el tatuaje del chico y se esmeró en limpiar su piel debajo del brazalete mientras otra exfoliaba su cuerpo y una maquillista elegía alguna base en crema para volver a ocultarle los golpes, sin que alguna otra empleada interviniera. Marat se sentía avergonzado y luego de soportar un sinnúmero de brochas en la cara, fue llevado a otra sala en la que le indicaron que debía recostarse sobre una fría plancha de acero y pronto vio a un equipo de chefs trabajando a su alrededor y colocándole pescado en todas partes; una enfermera además le inyectaba una sustancia que al poco rato le impidió moverse y la temperatura de la habitación fue reducida. Para asegurarse de que no reaccionara, Marat volvió a ser atado con cadenas y los presentes lo dejaron solo luego de colocar en el piso varias alfombras y cojines.
Keiko Nakamura entró con sus amigos poco después y lo contempló como si estuviera fascinada. Entonces Marat entendió que no existe algo más incómodo que acabar expuesto frente a unos desconocidos que se ríen y murmuran mientras sus gestos se degeneran en muecas grotescas.
Los amigos de la señorita Nakamura eran horribles pero no sólo por sus físicos nada afortunados, sino porque varios parecían despreciarlo todo y eran bastante despectivos. A Marat le pareció que incluso el grupo desprendía un fuerte olor a podrido y la hasta ahora gentil Keiko repicó una campanilla y dio una especie de discurso que la transformó de mujer a un demonio demente como el grupo. Ella inició el banquete consumiendo el primer bocado directamente con su boca y succionó la mejilla de Marat hasta dejarle una marca.
El resto del grupo imitó a la señorita Nakamura, lastimando los brazos, el cuello y el pecho de Marat, haciéndose a un lado para que un tipo alto, flacucho, de abundante acné y quizás el de mejor aspecto general decidiera que era su turno y mordió los pies del chico para ingerir algunos trozos de atún. Cuando se incorporó, Marat contempló horrorizado una gran mancha de sangre en la boca de aquel junto con una exhibición de dientes puntiagudos que le daban el aspecto de una lambrea. Keiko aplaudía fascinada y enseguida le colocó al "platillo" unas agujas eléctricas debajo de las uñas, dándole unas descargas que adormecieron aún más los músculos de Marat a quien atacaron rompiéndole los dedos otros comensales al retorcérselos. Entre las mordidas y esos golpes, alguien más comenzó a provocarle cortes con unos palillos afilados y entonces Keiko sacó un pequeño mazo con picos al que ató a una cuerda. Terminado el sashimi, la plancha fue apoyada sobre un muro de madera y quedando Marat de pie, el grupo intentó aterrorizarlo con un pañuelo en la boca. Keiko, extasiada comenzó a arrojar el mazo a sus rodillas y el chico lambrea a intentar cortarle las arterias por la muñeca con sus dientes. El general Nakamura observaba todo sin decir palabra y las mujeres arañaban a Marat mientras planeaban complacerse carnalmente con él cuando los Nakamura aceptaran venderlo.
Luego de esa noche, Keiko sería más ruda: Marat anduvo como un perro por toda Kyot mientras ella realizaba sus compras, recibiría azotes sin aviso, en días de calor extremo lo mantendría desnudo y sin agua, atado a un poste en pleno rayo de sol y en días de frío suplicando por comida como animal callejero, amén de la ya cotidiana tortura en las noches de sashimi en las que Keiko ordenaba pez globo para saber si él se envenaría. Sin embargo, y como todos los sádicos, la señorita Nakamura cometió un error.
Por aumentar el placer de ver a su mascota ensangrentada, Keiko ordenó colocar espejos al exterior de los edificios más elegantes de Kyot y forzó a Marat a pasar por ellos, mientras las personas se detenían a verlo. Otros esclavos en la ciudad fueron forzados en el acto a reflejarse y Marat fue colocado en un sitio donde la luz empezó a quemarlo. Y levantó la cara.
Marat se encontró a sí mismo en un reflejo, despojado de su dignidad, herido, con infecciones y agonizante. Se puso de pie, tocó el espejo, sus pies se plantaron sobre el asfalto como si le devolvieran la sensibilidad y Keiko lo jaló con insistencia.
Esa tarde, la mujer estaba con sus amigos y él reaccionó. Rompió el espejo y tomando un gran trozo, apuñaló a todos en el estómago; el chico lambrea en cambio se desangró por la yugular y a Keiko ... En Kyot la gente se impacta hasta la fecha de recordalo. Marat le arrebató el mazo con picos y la golpeó en la cabeza hasta desfigurarla y dejarla sin vida en el pavimento. Al almirante Nakamura le avisaron enseguida pero Marat se despojó de las cadenas luego de apoderarse de la llave y corrió, corrió sin descanso, sin parpadeos, desapareciendo en el camino.
En la tarde de ese mismo día, las sirenas de alarma, las balas de goma y las tropas de la armada japonesa así como la marina se apoderaron de Kyot y la avalancha no se pudo contener. La gente del espejo miró asombrada como un puñado de hombres y mujeres tomaban las calles y destruían todo a su paso, mientras arrastraban cadenas pesadas y arrancaban sus chips mientras le devolvían el maltrato a sus verdugos y los abandonaban en las banquetas. El sector cero de Kyot se rebeló.
Gran Imperio Británico, sede del Pacto Unificado del Gobierno Mundial.
-Hace dos meses recibimos la información del motín en el campo cuatro del Estado Soviet y luego cambiaron la prioridad de constructores a mineros ¿Qué hicieron con los esclavos que sobrevivieron al sarín? - preguntó la presidenta del Estado Francés.
-Los ilesos fueron llevados a Transiberia; los heridos ejecutados.
-¿Ha habido otro intento por levantarse?
-Ninguno con los soviet y no se registran en otros lugares.
-Entonces este consejo del Pacto debe tomar por sorpresa los disturbios de Kyot ayer.
-En Kyot no establecimos campos.
-Pero la clase alta japonesa suele vivir en ese lugar y comprar esclavos soviet.
-El almirante Nakamura fue fusilado y los disturbios neutralizados.
-Los esclavos escaparon, almirante Maizuradze.
-Hemos capturado a varios.
-¿Serán reubicados?
-Matamos a varios; a los niños los enviaremos al Vietcong.
-El responsable principal no ha sido detenido.
-Yo mismo he planeado su castigo , sé que no puede salir del imperio japonés porque trae código de barras y la gente de los pueblos lo persigue.
-¿Cuánto durará el juego? ¿Antepone una venganza personal por todos conocida a una necesidad de apagar cualquier llama de insurrección?
-Se equivoca, sólo quiero que la gente común lo asesine.
-¿Para qué?
-Para dejar constancia de poder del Gobierno Mundial.
Bosque de bambú de Arashiyama, dimensión del espejo.
Pronto, el hambre y la deshidratación provocaron que Marat sucumbiera y cayó sobre la tierra húmeda mientras escuchaba a decenas, tal vez cientos de personas persiguiéndolo. Los obreros japoneses eran fieles a los lineamientos del gobierno central y creían ciegamente en la disciplina progresista que habría de hacerlos más fuertes y mejores ciudadanos que en los demás países.
Marat entendió que si alguien más veía su tatuaje, sería hombre muerto. Un esclavo podía comprar su libertad únicamente envejeciendo pero con un código de barras era imposible. Un esclavo así era propiedad del Gobierno Mundial para siempre y un paria en cualquier lugar. Los esclavos siempre llevaban la desgracia a casa porque no había checador de precios o control de seguridad que no detectara el código, provocando la movilización de fuerzas que arrasaba con vecindarios enteros. La gente en el mundo era escaneada a menudo para evitar que cualquier esclavo lograra colarse y como se ha dicho, ellos mismos preferían acabar con los rebeldes a sufrir las atrocidades de los saqueos, incendios y violaciones de la marina.
Entonces, la jovencita del spa, la misma que lloró al ver el código de barras, se apareció ante Marat. Si se preguntaban de dónde Yuko Inoue identificaba a Marat Safin, conocen la verdadera respuesta.
-¿Estás bien?.... Taranquilo, no voy a decir nada.
-No me...
-No hables.
-¿Qué haces?
-Un charco - Yuko sacó una cantimplora, escarbó un poco y vertió el agua para tener un reflejo - ¿Ves esto?
-¿Qué es?
-Arójalo al agua, atrápalo y sumérgete.
-¿Qué?
-Sólo así escaparás, confía en mí y ponte esta pomada en las heridas, te las quitará en seis meses.
-Pero....
-Házlo, luego te alcanzo, yo vengo por una misión que no puedo contarte. Vete.
Con un gran miedo, Marat se obligó a tirar un balín al charco y se arrojó a él, saliendo a un sitio exactamente igual pero flotaba en un lago. Sin comprender nada, se sumergió al agua para limpiar su cuerpo y buscar una manera de irse. No escuchaba a nadie siguiéndolo, la joven no estaba.
Bosque de bambú de Arashiyama, dimensión real.
Olía a pescado asado cuando en la orilla, Marat distinguió a un hombre igual a él, de la misma edad, con idéntico corte de cabello y de nombre coincidente. Una tal Anna, novia del desconocido lo llamaba pero aquél, de tan impresionado de ver a su propio doble quedó petrificado y nuestro Marat, por confirmar su huída, le reventó la cabeza con el mazo puntiagudo, arrebató su ropa y lo aventó a las profundidades, suplantándolo en el acto.
-¡Marat! ¿Qué haces?
-¿Nadar?
-¿No te cansa pescar, verdad?
-No.
-¿Qué te pasó en la espalda?
-¡Nada! Me caí.
-¿Por qué no me quieres contar de tu excursión en Alaska?
-¿Otro día?
-Vamos, seguro que quieres comer.
Dócil, Marat dejó que la desconocida lo guiara de la mano hacia otro sendero con más bambú y una familia le sonrió al verlo. Hambriento, Marat tomó un plato y devoró un pescado sin detenerse, sin usar cubiertos y moliendo los huesos con sus dientes. No quedó ni la cabeza.
-¿Quieres más? - preguntó un hombre al que luego identificaría como Mikhail Safin, padre del Marat difunto.
-Estoy muy cansado.
-Te dije que pescaste demasiado.
-¿Me dan más comida?
-Claro, siéntate junto a Dinara, provecho hijo.
Desconcertado, Marat tomó un lugar al lado de un niña que lo abrazó en el acto y hasta besaba su tatuaje sin preguntarle por el código. La familia Safin era lo único que le quedaba en ese momento.
Burano, Italia, 2002.
-Por eso Marat se puso muy mal cuando sonó la alarma de la mercería.
-¿Por qué no me dijo Yuko?
-Carlota ¿qué sentirías si en cada lugar al que vas apareces como mercancía?
-¿Por qué no se quita el tatuaje y ya?
-Porque no sólo es de tinta; a Marat lo quemaron hasta el músculo.
Los Liukin habían ido a misa y al concierto de San Martino Vescovo, habían comido mariscos fritos y pizzas, jugado en la calle y después, hallaron una pequeña mercería en la que habían accedido a vender algunos grandes hilos a Carlota Liukin. Todo marchaba bien hasta que el detector anti robo comenzó a timbrar y los dueños del local se llevaron a un asustado Marat a la comisaría. Ahí se aclaró el malentendido pero el escáner de la tienda le asignaba un gran precio a Marat ante el desconcierto de los demás. Así fue como Carlota supo que él evitaba los negocios grandes, el banco y los detectores del aeropuerto si era posible.
La joven Liukin no paraba de llorar ante la descripción de las torturas y humillaciones que había sufrido Marat y que Yuko conocía por ser funcionaria del Gobierno Mundial, así le hubiera cambiado u omitido cosas algunas cosas en el relato como que los Safin lo habían buscado, el homicidio del Marat Safin real, que la autoridad central nada tenía que ver con el tráfico de humanos y la ayuda de la misma Yuko. De la dimensión del espejo tampoco se mencionó una sola palabra.
Por la noche, Carlota notó que Marat no estaba en su habitación y los chicos lo buscaban tal vez para hablar del asunto. Inquieta y preocupada, corrió detrás de Marat hasta una orilla al sur de la isla en donde él había escapado y notándolo solo se le aproximó sin poder detener las lágrimas.
-Yo te quiero - pronunció ella y se colocó junto a él.
-Valgo 100, 000€
-No es cierto.
-Eso marcan los aparatos.
-¡Marat!
-Me quedé en la puerta y ni así me pude librar.
-Fue un accidente.
-La policía me revisó con el checador de precios, tengo un código universal.
-Tú no vales ese dinero.
-Lo tienen registrado.
-¡Las personas no tienen precio!
-Claro que sí, por eso venden al año a miles de seres humanos ....
-¡Basta Marat!
-Es la verdad.
-¡Cállate!
--Si me quieres son 100,000€
-¡Eres mi amigo Marat!
-¿Y eso qué?
-¡No tienes precio para mí!
Carlota besó el tatuaje de Marat y le abrazó enseguida, derramando ambos bastante llanto.
La amistad, el amor, la gratitud, son como el aire o la salud plena. Nadie puede comprarlos. Y Carlota lo mostraba a Marat en aquél momento. Las cosas nunca serían invaluables pero la vida lo era y él estaba vivo ¿Alguien podría comprarle su vida? Ni matándolo y lo habían convencido de lo contrario. El alma, lugar donde residía la vida era siempre libre y Marat era un hombre libre.