miércoles, 18 de abril de 2018

Algo no anda bien


Carlota Liukin no se había quitado la medalla de oro cuando llegó al hotel y el personal la recibió con aplausos. Ella agradecía como podía y parecía que todo Murano la había visto competir porque incluso se escuchaban felicitaciones desde la acera y algunos improvisados transeúntes se le aproximaban para recibir autógrafos.

-Me alegra que no estemos en Japón - desahogó Yuko - Ya habría perdido mi cabello con tanto ajetereo.
-Es cierto - sonrió Maurizio Leoncavallo, mostrando la cicatriz de un rasguño en el antebrazo que le habían propinado en Tokio luego de saludar al público en las gradas. La mujer no evitó sorprenderse.

-Carlota, tienes que dormir - le escucharon ambos a Karin Lorenz y Maurizio entendió la intención detrás de la frase. Yuko también la interpretó correctamente y fue por la jovencita.

-Tenemos que ir a descansar, Carlota.
-Enseguida, Yuko.
-Tu entrenador está muy cansado y yo también.
-¿Ustedes?
-Él porque se esteresa mucho y yo porque no he parado de telefonear al casino y a tu padre.
-¿Vas a tener mucho trabajo el lunes, verdad?
-Nada que no arreglen las horas extra.
-¿Diario tomas horas extra?
-La contabilidad nunca descansa.

Carlota se apresuró a firmar cuanta cosa llegaba a sus manos y se despidió abruptamente, siendo apoyada por Yuko cuando dijo que tenía que levantarse temprano para una gala de despedida. Maurizio Leoncavallo y su novia permanecían cerca de recepción, a la espera de que la escalera y pasillos se despejaran.

-Ahora soy yo quien se retira - pronunció el profesor Scarpa - Mi esposa espera en casa, le mandaré sus saludos. Hasta mañana.
-¿Usted es casado? - preguntó Maurizio arrugando un poco la frente.
-Desde hace mucho y debo llegar con ella ahora. Mi mujer tal vez sea admiradora de la señorita Katarina.
-Sería estupendo reunirlas.
-Lo creo. Ci vediamo.
-Ci vediamo!

Scarpa giró muy serio hacia la puerta y abandonó el sitio con cierta reserva por Maurizio. Desconfiaba de todo hombre cegado por sus afectos y deseaba inquirir a su mujer sobre su pelea con Katarina Leoncavallo más que nunca, seguro de que había cuentas que ajustar. Lo consideraba desde el viernes pero lo tenía claro en ese momento.

Poco antes de las diez con treinta, Carlota y Yuko entraron en su habitación y en lugar de buscar al niño Adrien o recostarse, se dedicaron a hacer llamadas a Venecia, a París y a Marat. Las buenas nuevas llegaban de parte de Judy Becaud, que anunciaba el inicial éxito de su bistro y del propio Marat, que se concentraría en ganar el US Open antes del enfrentamiento con Francia. Luego hubo una plática prolongada y risueña con Amy, David y Anton, los amigos de la joven Liukin que celebraban con jugo de uva y pizza su triunfo. Tan entretenidas estaban Yuko y Carlota que se quedaban en el balcón a contemplar la desierta calle, sin reparar en nada.

A esa hora, Karin Lorenz y Maurizio Leoncavallo ascendían las escaleras del hotel en medio de miradas lujuriosas y risas nerviosas. Al menos él demostraba más entusiasmo y susurraba al oído de su novia cuánto la amaba al tiempo que crecía su tensión por estar al fin solo con ella. En el pasillo era tan notorio que tropezó un par de veces y ocasionaba el sonrojo de Karin, quien se hallaba sorprendida por la disposición de su joven prometido, que no tenía mucho de admitir su falta de sueño.

-Tranquilo, Mauri.
-Me siento muy romántico.
-Lo cual me encanta pero aun no llegamos a nuestro cuarto.
-He esperado dos semanas.
-Qué difícil pero aguarda unos segundos más.
-Es mucho.
-Tengo algo para ti.
-¿Encaje?
-¿Seguro?

Karin y Maurizio prácticamente corrían y hacían algo de ruido, ocasionando que que un adorno floral se cayera al pasar. Apresurándose más, no pudieron evitar un beso profundo poco antes de descubrir que el cuarto de Katarina estaba abierto y con las luces prendidas. Aquella chica los miraba fijamente desde el suelo y a su lado, Adrien Liukin parecía regalarle sus recortes sobre peces mientras le hacía compañía con el detalle de haberle llevado un panino con queso para cenar. Karin Lorenz frenó su euforia de inmediato.

-Maurizio ¿dónde vas? - preguntó la mujer.
-Le dije a Katarina que la vería al volver - contestó él, inhibiéndose.
-Ella está bien, sólo dile "hasta mañana"
-Sólo es un minuto.

Él volvió a besar a Karin y luego dio la media vuelta, introduciéndose a la habitación de su hermana con una sonrisa fraterna.

-¿Por qué no estás en cama? - inició Maurizio.
-Me caí, larga historia - respondió Katarina sin apartar su vista de Karin Lorenz.
-Tienes visitas.
-Adrien me trajo comida.
-¿Te sientes mejor?
-Lo siento, no te he felicitado ¡estoy tan feliz de que Carlota ganara! - admitió Katarina y abrazó a su hermano con fuerza tal que lo llevó al piso. Adrien Liukin se desconcertó al grado de irse inmediatamente al cuarto de Haguenauer, mismo que no aparecería en toda la noche. Karin Lorenz en cambio, se preguntó que estaba ocurriendo y con el escalofrío en el pecho, contempló a Katarina sosteniendo a Maurizio con una mano alrededor de su cuello y la otra la cintura. Él conservaba los brazos extendidos mientras le decía amigablemente que lo soltara.

-Me lastimaste el cuello - señaló Maurizio, incorporándose sin tomar nada a mal.
-Perdona hermanito, a veces no mido mi fuerza.
-Se desabotonó tu pijama.
-Oh, qué pena.
-Ci vediamo domani, Katarina.
-Adiós Maurizio.

Maurizio Leonvallo sacudió su cabello y fue de nuevo donde su novia, misma que se aproximó a la puerta de Katarina para cerrarla. Karin se asustó por la manera en que su cuñada dejaba ver su brassiere negro de encaje y su hombro derecho descubierto, incitándola a pensar que los mostraba a propósito y que el abrazo a Maurizio no era un accidente. Katarina Leoncavallo respiraba agitada y observó a Karin como si anhelara atacarla. Esta última aseguró esa entrada de forma cautelosa, por si detrás hubiese una fiera.

-Ahora estamos tú y yo - suspiró Maurizio cuando el pasillo quedó a oscuras nuevamente.

-No creo que sea buena idea, dormiré.
-Aun me siento romántico.
-Me tienta pero no estoy de ánimos, buenas noches.
-Karin ¿estás bien?
-Le preguntaré a Yuko si tiene aspirinas. Descansa, Maurizio.
-¿Me dejas solo?
-No te quiero contagiar.

Karin Lorenz llamó enseguida a la recámara de Carlota y luego de hablar con la chica brevemente, jaló a Yuko hacia la calle. Maurizio y la joven Liukin las vieron pasar sin saber qué idea formarse.

-¿Qué fue eso? - preguntó Carlota.
-No lo sé, hace un minuto Karin se sentía bien.
-Yuko y yo comíamos pizza... ¿Quieres un trozo?
-Me caería bien ahora.
-Es diavola.
-Mi favorita.
-¿Jugo?
-Gracias, Carlota.

Carlota y Maurizio tomaron un lugar en el piso, apenas iluminados por la lámpara que Yuko había puesto oportunamente junto a la entrada por la mañana.

-Este fin de semana es rarísimo: mi novia me acaba de abandonar, tú tienes novio y parece que todos están en contra de Katarina ¿te dijeron algo sobre ella además de "araña desgraciada"? - preguntó Maurizio sin entender nada.
-No ¿cómo crees? Seguro es envidia - replicó la joven Liukin para evitar revelar la realidad.
-Oí rumores.
-¿De qué?
-De que mi hermana te agredió.
-Para nada.
-Lo sabía.
-¿Te molesta que te digan tantas cosas feas de Katarina?
-Si alguien hablara mal de tus hermanos estarías igual.
-Es verdad.
-¿Te has sentido incómoda de que mi hermana esté conmigo?
-No sé qué dices.
-A lo mejor no debo preguntarte, perdón.
-Está bien.
-Oye, no hemos dicho nada de tus combos repetidos en la rutina libre - recordó Maurizio para desviar el tema. Carlota cubrió sus ojos con algo de vergüenza.

-¡Se me olvidó el programa! - admitió ella.
-No es posible.
-Ay Maurizio ¿cómo te digo? Es que preferí improvisar y luego todo volvió a mi cabeza.
-El profesor Scarpa lo notó.
-Me conoce desde chiquita.
-Te lo paso porque trabajamos cuatro días pero no se va a repetir.
-Entendido.
-Ganaste.
-¡Sí! La medalla está bonita.
-¿No te la has quitado?
-No quiero guardarla.

Maurizio sonrió de nuevo y se despidió enseguida para poder darse una ducha con agua fría en lo que Karin volvía. Para Carlota fue un alivio porque de la habitación de Katarina comenzaba a escucharse agua correr. Curiosa, la joven se aseguró de que Maurizio Leoncavallo se hubiese esfumado y entró en el cuarto de su hermana, que en ropa interior y con el maquillaje recién aplicado escurriendo por las mejillas, aprovechaba estar oculta entre el vapor denso para imaginar que un cada vez más incontrolable deseo se hacía realidad en ese momento. El ruido, similar al de un felino furioso, ahuyentó a Carlota Liukin.

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