Un miembro de la familia Maizuradze abandonó el Palacio Imperial y se dirigió a las afueras, al campo, para visitar a la familia Lazhukin, amigos de generaciones y eternos campesinos que ese año en especial, habían conseguido enviar una carta por medio de un diácono que peregrinaba hasta la iglesia de San Basilio. Los Lazukhin eran analfabetas, pobres; pero sembraban y cultivaban papas con empeño, hacían cestas y uno de ellos había logrado aprender el oficio de zapatero. Ese hombre acababa de tener dos hijos: Goran y para no perder la tradición familiar de repetir el nombre del padre, acababa de nombrar al otro recién nacido como Morisi.
-Gemelos, ahora no hay ninguna niña - decía el hombre por saludo al ver la carreta de madera de Maizuradze, quien portaba su uniforme militar.
-¿Cuántos años van desde que nació la última mujer? - preguntó el visitante al bajar.
-No sé, mi madre dijo que mi padre no tenía hermanas.
-Parece una buena noticia.
-¿Crees que la maldición se haya terminado?
Maizuradze quiso decir que no, pero su amigo Lazukhin parecía feliz de no lidiar con el frío eterno, así que tomó su hombro y lo abrazó fraternalmente.
-Tal vez la Reina de las Nieves se ha ido ¿No has sufrido por el invierno, Lazukhin?
-Sólo el de la temporada. Mira el verano, los niños van a poder correr cuando crezcan.
-¿De qué ha fallecido tu mujer?
-De fibre del parto. Conseguí la nodriza con unas vecinas.
-¿No te preocupa que los niños crezcan sin una mujer en casa?
-Mejor así. No quiero atraer a la reina, no me conviene tener una niña.
Lazukhin parecía triste, pero volteó a ver a sus hijos, que dormían a la sombra sobre una hamaca pequeña de cuerdas. Un perro les hacía guardia.
-¿Te vas a llevar a mis hijos a educar? - preguntó el campesino.
-El Zar desea verlos.
-¿Les va a dar lo mismo que a Alexander Alexandróvych?
-Las relaciones con el Reino Unido han quedado fracturadas y los Romanov desean tender lazos nuevamente.
-¿Quiere vender a los niños?
Maizuradze suspiró y afirmó con la cabeza, así que continuó:
-Te ofrece criarlos en la corte británica y casarlos con las princesas Louise y Lara.
-¿Le crees?
-Ni un poco.
-Has venido para ver la tumba de mi mujer, después te marcharás.
-¿Qué le diré a tu primo?
-Que sacrifique a su propio hijo.
Lazhukin echó un vistazo a los bebés y luego de ordenarle al perro quedarse con ellos, fue a la parte trasera de su casita de madera. Un árbol joven y aún pequeño, daba sombra a la tumba familiar y Maizuradze comprobó que la tierra no estaba tan firme como en la visita anterior.
-Lamento no haber vuelto para despedirme de Tatyana Ivanoróvna
-Defiendes al Zar.
-Defiendo a la familia Lazukhin, no lo olvides.
-Te supliqué por el médico.
-No fue de mucha ayuda.
-Criaré a los gemelos con mis hermanos. Aprenderán del campo, vivirán con lo necesario.
-¿Y si uno quiere arreglar zapatos?
-No tengo un taller, todo lo reparo frente a la puerta. Conseguí un tronco muy bueno para sentarme y me construí unos soportes con otra madera. No necesitamos más, oficio y trabajo habrán.
-Haces bien. Trataré de disimular el rastro para que el zar no se pare por aquí.
Maizuradze contempló las flores marchitas que adornaban todavía el lugar y cuando levantó la vista, distinguió a lo lejos un asentamiento.
-Una caravana.
-Son los dorados, dicen que vienen de San Petersburgo - prosiguió Lazukhin.
-El gobierno mandó expulsar a los gitanos.
-Traen la cruz y rezan a mediodía. Los gitanos no hacen eso.
-En el palacio dicen que son paganos y adivinos.
-Andan errantes y se irán si no les dejan vivir.
-¿Les has preguntado por qué?
-Aquí sólo han venido a saber si pueden trabajar.
-Le diré al zar que no los he visto.
-¿Vendrás otro día?
-Si hay peligro.
Maizuradze y Lazhukin volvieron a estrecharse y luego de mirar a la caravana, regresaron con los niños, mismos que continuaban durmiendo mientras el perro, ahora echado en la hamaca con ellos, parecía evitar que se inquietaran. Los dos hombres no intervinieron y sin decir palabra alguna, uno se marchó mientras el otro decidió retomar el trabajo pendiente con un zapato viejo.
La infancia de Goran y Morisi Lazukhin no fue distinta a la de los pobres de Rusia: Ropa vieja heredada y remendada, inviernos inclementes que casi mataban de hipotermia a alguno de sus tíos, comida escasa, lodo y niños con los que liarse a trompadas después de jugar con piedras o correr en el campo. Los dorados se habían quedado y sus casuchas eran coloridas, además de parecer frágiles. La familia procuraba no relacionarse y pronto, se estableció la regla de evitar a las mujeres. Cuando los gemelos cumplieron quince años en 1873, comenzaron a labrar su propio camino.
-Ellas son malas - solía pronunciar Lazukhin cada que Morisi se colocaba a su lado para ayudarle y asumir el oficio de zapatero - Donde hay una mujer, hay problemas, lo has visto con los dorados. Detrás de cada escándalo, hay una o varias mujeres. Se vive mejor así, todos los Lazukhin juntos y sin una intrigosa exigiendo dinero. Si te casas, que tu mujer sea callada, obedezca y no se llene de hijos.
El chico asentaba y enseguida miraba hacia la plantación, donde su hermano Goran cantaba y recogía papas con alegría. A diferencia de Morisi, Goran mostraba interés en las chicas doradas, le gustaba pasar horas recorriendo las plantaciones cercanas y disfrutaba de sus intentos por sembrar árboles frutales y hortalizas. Aunque en casa le advertían que no hiciera caso a las jóvenes que buscaban hacer trueques, él siempre saludaba con una sonrisa y hacía poco, había trabado una amistad con una muchacha de un circo de dorados, Daphnée Defassieux, que le aseguraba que había estado en Francia y soñaba con ser estrella en el ballet. Junto con ella, comenzaba a sentir curiosidad y deseos de escapar y viajar por el mundo.
-Le daré una paliza a tu hermano cuando llegue en la tarde - amenazaba diariamente Lazukhin frente a Morisi, aunque no lo cumplía y la familia presenciaba discusiones cada vez más hostiles. Morisi sufría, pero no desobedecía a su padre y a solas, le sugería a Goran empezar a hacerle caso.
-¡Sólo cállate y ven! - le dijo Goran una noche.
-No puedes tener una vela prendida después de que papá esté en cama.
-Mira esto, Morisi: Algunos dorados van con el maestro que mandaron de la ciudad, me han enseñado a leer. Robé un libro sobre las monedas del mundo ¿Quieres que te muestre?
-¿Has estado con esa gente? ¿Por qué lo haces?
-Debo enseñarte ¿Quieres terminar como mis tíos y papá? Huyendo de una superstición tonta.
-¡Ellos han visto a la Reina de las nieves!
-Sólo les cayó una nevada encima.
-¿Los llamas mentirosos?
-Todo tiene una explicación, a veces cae nieve en primavera y no por eso hay una maldición.
-¡Cierra ese libro!
-Aquí dice que este es un franco, es la moneda de Francia. Daphnée me regaló uno ¿Quieres verlo?
-¿Todavía le hablas?
-¡Me voy a ir con ella!
-¿Qué?
-El circo se acaba en otoño ¡Nos iremos a San Petersburgo y luego regresará con la caravana a París!
-¿Estás loco?
-Morisi, esta es la letra "a" y esta otra es la "c".
A pesar de la reticencia y de guardar el secreto de Goran por temor a su padre, Morisi aprendió a leer, a sumar, a calcular el tiempo de la cosecha y predecir el clima. Los gemelos Lazukhin, sin embargo, conservaban sus aficiones y sus oficios aprendidos con enorme pasión. Pero mientras uno se preguntaba qué tenía la vida por ofrecerle fuera de llenar costales con papas, el otro se preparaba para soportar el dolor de su padre cuando la huída con el circo se concretara.
Sin embargo, el primer viento frío llegó a la semana siguiente. Los Lazukhin, extrañados por el término abrupto del verano, determinaron encerrarse en casa y encender la chimenea mientras el susurro por la maldición familiar se reprimía a toda costa. Durante días, los hombres vivieron comiendo sopa, aseando la casa, atendiendo al viejo perro que comenzaba a ladrarle a las ventanas clausuradas y a la puerta. Poco después, inició una nevada suave y luego la cortina blanca cubrió todo Moscú, matando las cosechas.
En el Palacio Imperial y algunos allegados a la familia Romanov sin embargo, aquello era una buena noticia. Los Lazukhin estaban cerca y entonces, el zar Alexander II mandó una comitiva de la Policía Secreta Imperial a buscarles. Temeroso de que les llevaran ante la corte y finalmente se concretara el traslado de Goran y Morisi a Londres, Maizuradze emprendió camino en solitario desde Yekaterimburgo hacia las granjas de las afueras de Moscú.
Una mañana, cuando el techo de los Lazhukin se derrumbó por la acumulación de nieve, Goran se vio aliviado de salir a pedir ayuda con los dorados. El camino estaba congelado y no se podía ver nada debido a la niebla; pero el chico se negó a retroceder hasta que escuchó gritos y caballos cercanos. La policía hacía una redada en el asentamiento dorado y preocupado por Daphnée, la buscó en su caravana, hallándola en el suelo mientras peleaba por arrastrarse detrás de una zanja. Goran corrió y la levantó del suelo, huyendo rumbo a su casa.
Mientras tanto, Morisi contemplaba como el techo continuaba cayendo y se precipitó a rescatar las notas de su hermano y algunos libros que había metido en secreto, cuando cerca de la puerta, una silueta hecha de cristales de hielo se apareció ante sus ojos. Aterrado, hizo llamar a su padre.
-¡Es la reina maldita! - gritó Lazukhin y la familia entera la observó con asombro. Goran entraría poco después con Daphnée de la mano y quedó estupefacto. Su padre recobró la consciencia y evitando que la silueta besara a sus hijos, incendió el lugar.
Los Lazukhin permanecieron frente al terreno, viendo la casa arder sin apagarse. Las lágrimas de rabia eran compartidas, al igual que el no saber donde obtener material nuevo para reconstruir y no tener dinero. Los gritos del asentamiento dorado se escuchaban cada vez más cerca y se apareció la figura de un elegante jinete al anochecer. Maizuradze se contuvo de preguntar qué había pasado.
-¡El primo Alexander los ha mandado buscar nuevamente, deben irse! - anunció con todas sus fuerzas - ¡Los británicos amenazan con venir por ustedes!
-¿Invadirán como en Crimea? - preguntó Lazukhin.
-Si obtienen la sangre, nos matarán a todos.
-¡Nos vamos! - ordenó alguien y la familia comenzó a correr en diferentes direcciones, acordando verse en la estación de tren pasados dos días. Lazukhin, sus hijos y Daphnée corrieron hacia la ciudad, escoltados por Maizuradze y su viejo perro hasta un cuartucho con las ventanas rotas en un barrio obrero. Ninguno de los hombres quiso conversar sobre lo ocurrido y Maizuradze obtenía provisiones que devoraban enseguida. Lazukhin entonces, reparó en la joven y trató de echarla enseguida.
-¡Les he dicho que las mujeres son unas víboras! - exclamó furioso y tomando a Daphnée de la muñeca para echarla. Maizuradze le sugería guardar la calma, pero aquél, asustado como estaba, no se detuvo.
-¡Las mujeres atraen a la Reina de las Nieves! ¡Esas malditas brujas miserables!
-¡Suéltala, papá! - se interpuso Goran y su hermano Morisi se colocó detrás de su padre. Maizuradze quedó al lado, seguro de que no podían seguir gritando o llamarían la atención.
-¡Te atreves a levantarme la mano! - siguió Lazhukin.
-¡No la toques! - defendió Goran a Daphnée.
-¡Infeliz traidor! ¡Sufre tú el invierno eterno, pero llévate a esa maldita arpía!
-¡Basta, papá! ¡No puedes tenerle miedo al frío!
Lazukhin intentó concretar la paliza que había contenido por años, pero Goran detuvo su puño y sin decir palabra, salió con Daphnee a la calle. Maizuradze salió tras de él y prometió traerlo de vuelta.
Aunque la cita en la estación de tren estaba fijada, Lazukhin y Morisi pasaron el día previo sin mirarse siquiera, temerosos de abrir la puerta y expectantes por quien llegara. El chico deseaba que su hermano se apareciera, que recapacitara y dejara a la joven para irse con ellos. Pero el que tocó fue Maizuradze y traía malas noticias.
-Está imposible afuera, tendremos que irnos en mi caballo - advirtió.
-¿Dónde está Goran? - inquirió Morisi.
-Están persiguiendo a los dorados por todo Moscú. En el palacio dicen que ellos ocultan la sangre pura.
Lazukhin no podía creerlo.
-El Zar sabe quiénes somos - expresó, incrédulo con lo que acababa de oír.
-He dejado a Goran en la estación, esperando con los demás.
-¿Encontraste a mis hermanos?
-Aquí están los billetes de tren y quiero que usen esto.
-¿Qué son?
-Digamos que hay un Maizuradze en el ministerio del exterior y me ha dado unos pasaportes para dejar Rusia.
-¿Dónde iremos?
-Lejos. La cacería terminará en Finlandia, así que no los llevaré. El sur tal vez sea seguro. Morisi, cuida bien todos y cada uno y apréndete estas palabras. Usen todos los billetes, así no los descubrirán.
Maizuradze sacó un papel y Morisi lo dobló y guardó en su remendado abrigo. En la mañana, los tres hombres fueron a la estación y se toparon con una enorme multitud tratando de llegar al andén. La policía continuaba con su redada, pero Morisi, con su ropa llena de reparaciones y zapatos aún mal hechos, no llamó su atención y le dejaron pasar. El resto de la familia estaba ahí, próxima a salir. Goran y Morisi se abrazaron.
-¡No te vayas otra vez! - pidió Morisi, pero su hermano volteó hacia Daphnée. Así quedaba implícito que la chica no se separaría por ningún motivo.
-Morisi, adelántate con papá porque si nos ven juntos, sospecharán - susurró Goran y Morisi obedeció. El perro corrió detrás de ellos y contrario al pronóstico, abordó para acompañarlos.
-Maizuradze, yo me separo aquí - dijo Goran con la voz quebrada - Me voy con Daphnée y la caravana de dorados, mis tíos se quedan conmigo.
-Cuando llegues a Tell no Tales, usa tu nuevo apellido y por favor, nunca le digas a nadie que eres primo del zar. Eres sólo un migrante más en esa isla, no tienes familia, sólo sabes de trabajar la tierra.
-El viaje va a ser muy largo.
-Prometo que los Maizuradze te buscaremos algún día.
-¿Qué pasará con Morisi o con mi padre?
-No lo sé, no los voy a seguir llegando a Praga, el rastro se pierde aquí.
-¿Volveremos a vernos?
-Para acabar con la maldición, sólo queda separarse. No temas, el invierno no puede perseguir a todos. La carreta está afuera, la conduce mi tío y va a Varsovia a dejar unas telas. No pierdas los pasaportes, por favor.
-¿Ahora soy Goran Liukin? ¿De donde salió ese nombre?
-Con ese te reconoceremos.
-¿Cómo encontrarán a mi hermano y mi papá?
-Les di el mismo apellido.
Maizuradze mentía, pero no había tiempo de aclararlo. Los ahora miembros del clan Liukin salieron a la acera, donde el mencionado transporte les aguardaba junto a sus disfraces de mercaderes de tela y poca certeza de qué tan lejos se encontraba la isla. Sólo se sabía que de Varsovia se tomaba un tren a Viena y luego a Albania, en el Imperio Otomano. Llegar al puerto ahí era clave y el barco debía pasar por Trípoli, donde la caravana del pueblo dorado volvería a unirse. Sólo Daphnée intuía que iban casi al fin del mundo.
En el vagón, mientras tanto, el encargado de la boletería revisaba los billetes y pronto a Lazukhin y a Morisi les pidieron los suyos. Luego de revolverse, el hombre colocó en orden todo lo que le habían dado, devolvió los boletos restantes y les observó curioso.
-¿Italianos? ¡Nunca había visto italianos en un tren! Buen viaje.
Los otros dos voltearon a verse en silencio y luego a la ventana, dándose cuenta de que los demás ya no estaban. Las puertas del tren se cerraron, pero Maizuradze se colocó a su lado.
-Nos encontraremos con los demás, lo prometo.
-¿Dónde va Goran? - dijo Lazukhin.
-Donde es necesario.
-¿Crees que es lo mejor?
-En Praga tomarán otro tren, está arreglado. Los colores de los billetes les dirán a dónde caminar. Hay un poco de dinero en esta bolsa, les servirá.
Morisi contempló las monedas, reconociendo las liras italianas y los francos al instante. Cuando el tren emprendió marcha, el chico sacó la lista que Maizuradze le había dado y se consagró a aprender las palabras y las letras del alfabeto latino. Entonces leyó ese cuaderno de bolsillo, aquél que decía "Pasaporte". Entonces supo que tenía que engañar al agente de migración en la estación de Aosta en Italia.
Los dos hermanos se convirtieron en extraños durante sus viajes. Goran pasó meses enteros recorriendo parte de Europa, conoció el mar y en África supo lo que eran el desierto, la sábana, una selva. Vio jirafas enormes, leones dormir, animales ocultándose en la tierra. Supo de venenos y remedios. Conoció tribus hostiles y tribus amigables, instrumentos musicales, ayudó en plantaciones frutales, fue pescador. Daphnée, convertida en su compañera, aprendía bailes, maquillajes, nuevos números para el circo, peinados llamativos y colores inimaginables. El barco a Tell no Tales partía de Sudáfrica en medio de una fiesta y los dorados llegaron a Tell no Tales para establecerse en el campo, en el aire puro. El circo nunca más se iría.
Pero Morisi en cambio, vio paisajes cada vez más grises, comió panes dulces y salados, bebió tés amargos, conoció los merengues y las compotas, se maravillaba de comer un simple emparedado de jamón. No se engañaba, seguía siendo pobre y sólo su padre y su perro eran todo lo que tenía en el mundo. Pero llegar a Italia significó ver el sol más brillante, el campo más verde, la gente agradable. Acababa de perder a su familia, pero no hablaba de ello y mientras aguardaba por su turno, trataba de inventarse un nombre. En la fila, alguien gritó "Maurizio!" y sonaba tan similar a Morisi, que enseguida se nombró así. Pero faltaba un apellido. Si descubrían que era ruso, iría preso por los documentos. Algo debía ocurrírsele y miró a todos lados. Entonces supo de un joven que intentaba llegar a Nápoles, pero había extraviado su equipaje y reclamaba airadamente. Su nombre era Ruggero Leoncavallo, se decía compositor y el apellido impactó a Morisi: Sonaba importante, a gente rica o muy fuerte. Entonces juntó sus ideas.
-Maurizio Leoncavallo - pronunció al llegar con el agente de migración.
-¿Por qué aquí dice "Morisi Lazukhin"?
El adolescente no entendía mucho italiano, pero gracias a un inadvertido talento natural para la actuación, sonrió y sólo se limitó a decir "rusos", causando que el otro se inventara la historia de que Maurizio Leoncavallo y su padre habían viajado a Moscú, sufrido un robo grave y los rusos les habían dado un pasaporte con los nombres alterados. Morisi respondía "sí" a todo y con las palabras italianas que reconocía, logró que le repusieran los pasaportes con los nombres "corregidos" y así, Maurizio Leoncavallo padre y Maurizio Leoncavallo hijo, tomaron el último tren hacia Milán.
Los ahora Leoncavallo, sin embargo, no eran conscientes de lo que la gente ajena al campo en Rusia, veía en ellos. Nunca se dieron cuenta de la belleza que desplegaban, del privilegio que pese a su evidente pobreza, tenían. Nadie era capaz de engañarlos y así, llegaron a un barrio obrero en el centro de la ciudad, a un cuartucho precario en una vecindad olvidada por Dios, pero donde se podía vivir sin que nadie molestara. Su fiel perro se acomodó junto a la entrada y las vecinas comenzaron a ofrecerles su ayuda. Lazukhin, irritado, azotó la puerta en sus caras y enseguida ordenó a su hijo trabajar. Tuvieron suerte de que un zapatero buscaba aprendices y los Leoncavallo conocieron las máquinas, los moldes estándar y los materiales industriales; pero sus arreglos a mano eran tan buenos, que el zapatero pronto los pondría a hacer los arreglos menores, aquellos que lo atrasaban de fabricar calzado para quienes podían pagarlo. Los obreros de las fábricas comenzaron a rondar el lugar.
Conforme se hacían adultos, Goran y Maurizio acabaron diferenciándose radicalmente. Goran fue marino mercante, payaso de circo, comerciante de perfumes y finalmente, cumplió su sueño de vivir en un valle y cultivar frutas. Se había unido a Daphnée y ahora compartían las creencias de Tell no Tales. Ella quedó embarazada. Aún no cambiaba el siglo y una niña, Lía Nathalie Liukin, se convirtió en el más grande amor de su padre. Le hizo bautizar, le inculcó sus nuevas convicciones. El invierno no había llegado.
Maurizio en cambio, era hogareño y con un carácter cada vez más estricto. Le disgustaba que las mujeres le coquetearan, que los hombres de "dudosa reputación" intentaran hablarle. No ganaba mucho dinero, pero se volcaba en su padre y en su perro anciano. Entonces se apareció Assunta, una mujer hija de un obrero, que no sabía leer, que era tan callada y tan dócil. Assunta era una "solterona" de treinta años, santa como una monja. Todos sabían que no se había casado porque era "tímida", pero a menudo, lloraba porque ningún hombre había querido tomarle en serio. Pero Maurizio Leoncavallo, consciente de que su padre enfermaba, no quiso experimentar la soledad. Extrañaba a Goran, preguntaba qué había hecho y al cambiar de siglo, hizo la cuenta. Tenía cuarenta y dos años. Veintisiete de ellos sin ver a su hermano. Entonces habló con el padre de Assunta y se casó con ella. La envidia de las vecinas era irritante, pero él, con su carácter firme, acabó por ahuyentarlas. Su esposa se dedicó entonces a atender a su suegro, a lavar ropa, a esperar un hijo. Su esposo sonreía aliviado y en secreto cuando no concebía, incluso el viejo Lazukhin murió feliz de saber que no tenía ningún nieto a quien prevenir. Hasta 1903, cuando Maurizio Leoncavallo llegó a casa y vio una fina luz blanca con diminutos copos de nieve cayendo.
-"La reina ¿Ha venido a atormentarnos?" - pensó y esa misma noche, su mujer le anunciaría la llegada de su primogénito. La Reina de las Nieves había poseído a su sobrina desconocida, a Lía Liukin, pero disfrutaba de molestar a Maurizio, a quien le enviaba el rayo con nieve cada que Assunta esperaba un hijo. Cuando estos nacían, invariablemente nevaba. Los diez varones Leoncavallo eran liderados por Maurizio, heredero del nombre de su padre por tradición, el hijo mayor, quien trabajaba y daba su dinero por mandar a la escuela a los demás. En vez de zapatero, a su padre le había parecido más conveniente hacerlo obrero y ese cuarto donde vivían los Leoncavallo, se convirtió en el sitio más bello del mundo, con varones apuestos, futuros modelos de éxito porque podrían convertirse en gente importante. La maldición de la Reina de las Nieves parecía haberse acabado, aunque su padre comenzara con las advertencias de alejarse de las niñas y prohibiera severamente a su hijo mayor acercarse a las muchachas del vecindario.
En el caso de Goran Liukin, las cosas dejaron de ser dichosas y perfectas cuando su hermosa hija Lía se hizo famosa entre la realeza europea. Los viajeros relataban en las cortes historias sobre una montañesa hermosa, brillante, de modales extraordinarios y enormes talentos. Príncipes de Austria, el hijo del Káiser, sobrinos de la corona inglesa, etcétera, viajaban a Tell no Tales para deslumbrarse. Pero la niña Lía, de catorce años en ese entonces, era más lista y rechazaba a todos y cada uno. Le llegaban interminables cartas de amor y ella prefería ir a clases y ayudar a su padre. Cuando Daphnée Defassieux enfermó y perdió la memoria, Lía tuvo más razones para rechazar pretendientes. Pero la Reina de las Nieves, harta de los desaires, eligió un buen día atraer a Matthiah Weymouth y Lía no pudo seguir resistiendo. Necesitaba que los Liukin o los Leoncavallo tuvieran más niñas y empezó la espiral de dolor para ambas familias.
Primero, Lía perdió un hijo de Matthiah Weymouth por la viruela; luego, el joven Maurizio experimentó la pérdida de sus nueve hermanos. Con los años, Lía sólo se volvería más desgraciada y Maurizio más solitario, hasta que ella cometió el crimen de concebir un hijo con su padre. La Reina de las Nieves no podía soportarlo más y abandonó a Lía, yendo a Italia para ver si podía forzar alguna unión que le garantizara la sobrevivencia. Pero el destino era cruel y juguetón. Lía Liukin y Maurizio Leoncavallo acabarían por conocerse. La Reina entonces, acabó ganando la partida. E inadvertidamente, Goran y su hermano Morisi, acabaron reencontrándose y unidos, aunque ni Lía ni Maurizio pudieron saberlo nunca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario