Finalmente y luego de pasar varios días aislada, Yuko Inoue se enfermó y acabó, como Ricardo Liukin, en el piso cinco del hospital San Marco Della Pietà. Ciertamente, nadie esperaba verla y su presencia se sentía algo ajena y distante, aunque Ricardo le cedió su catre con la inquietud de saber que sus hijos Andreas y Adrien se habían quedado solos en el Hotel Florida con cierto resfriado.
-¿El doctor dijo que están bien? - preguntó.
-No se enferemaron mucho - contestó Yuko.
-No puede ser ¿Cómo sabré si algo les pasó?
-No se pereocupe, Miguel san llegó hace unos días.
-¿Miguel? No me avisaron.
-Él está sano ya, lo dejaron volver y se quedó cuidando a sus hermanos.
-¿Cómo lo vio, Yuko?
-¿A él? Furioso, aunque se contenía mucho con nosotoros ¿Es verdad que Katarina se casó? Nos enteramos viendo a Carlota en el patinaje.
Ricardo llevó la mano a su boca. Se suponía que Miguel debía enterarse de todo pasada la influenza, cuando se pudiera hablar con calma.
-¿Qué más han sabido?
-No, mucho, Ricardo san. Miguel llamó a Maragaglio para aclarar muchas cosas, no supe lo que se dijeron pero discutieron mucho tiempo.
-¿Cómo lo tomaron Andreas y Adrien?
-¿Lo de Katarina? Andereas san se sorprendió mucho; Aidierien chan se la pasaba mirando a Miguel.
-¿Hay otra cosa que deba conocer?
-Carlota chan nos llamó diario. La última vez dijo que estará en París el miércoles.
-¿No habló de regresar con la familia?
-La ciudad sigue clausurada.
-No la veré en semanas.
-Porometió avisar de todo.
-Hay un desastre que tengo que levantar.
-Señor, hay otra cosa: El recepcionista nos dijo que le llegó a usted un mensaje de un hotel de Lido.
-¿Qué cosa, Yuko?
-Es un cargo de servicio, no supimos de qué estaba hablando. Miguel guarda la nota.
-¿Miguel se comunicó a ese lugar?
-No sé qué le habrán dicho, pero se tuvo que hacer pasar por usted y luego se encerró en su cuarto casi todo el día.
-¿Cuándo pasó?
-El sábado.
-¿Algo más?
-Creo que tendará que platicar con él porque se quedó muy serio después.
Ricardo no necesitaba una explicación más obvia y pasó saliva antes de mirar a Tennant, quien tampoco requería palabras extra.
-Toma... Katarina, creo que Miguel te cachó - dijo el chico desde su cama.
-¿Miguel, qué? - respondió la chica somnolienta.
-Miguel sabe de todo: lo de tu boda y lo que hiciste con papá.
-Ah, bien por él. Me ahorró un discurso.
-¡Te metiste con nuestro papá! ¡No me jodas, Katarina, no tiraste un vaso ni robaste dinero!
-No sé qué esperas, Tennant, pero no voy a ir a gritarle a Miguel. Lo que nos tengamos que aclarar no será hoy.
-¡Eres una araña!
-Déjala en paz, Tennant. Yo seré quien charle con tu hermano - intervino Marco.
-¿Por qué tú y no ella que se metió en el lío?
-Porque hice una promesa y no la voy a deshacer.
-¿Cuál?
-Arreglarlo todo.
Tennant no podía creer en lo que escuchaba y regresó su mirada hacia Ricardo, quien parecía prevenir a Yuko para que ninguna palabra al respecto llegara a oídos de Maeva, quien estaba a punto de sucumbir a la curiosidad desde su lugar.
-Iré con ella, le encargo ser discreta, Yuko - pidió el señor Liukin, quien no podía actuar como si estuviera tranquilo y se recostó junto a Maeva, misma que se quedó intranquila al momento.
-Mis hijos tienen influenza.
-Lo siento, Ricardo.
-No podemos salir.
-¿Tu oxigenación sigue mal?
-No he vuelto a subir a noventa.
-Si te consuela poco, estoy igual.
Ricardo abrazó a la mujer y besó sus cabellos, recordando que había hecho lo mismo con Katarina al seducirla. Pero ahora que su secreto era la verdad revelada a quien más derecho tenía de molestarse, lo que menos tenía en la cabeza eran ganas de volver a escabullirse como un amante.
Sin embargo, su charla reciente pronto fue de conocimiento para Susanna Maragaglio, quien al volver de un examen, se topó con Yuko en el catre de al lado. Susanna miró fijamente a Katarina y por una vez, estuvo segura de que debía conversar seriamente con ella.
-Yo no lo haría - sugirió Alessandro Gatell en voz baja.
-¿Puedo saber por qué?
-Susanna, usted sabe mejor que yo que una palabra más hará que alguien comience a pelear.
-¿Qué sugiere?
-Lo que hemos estado haciendo: Negar lo que sabemos. Es eso o escuchar los gritos de los Liukin.
Susanna inclinó la cabeza hacia el suelo, convencida de que debía hacer algo al respecto, pero iba a ser hipócrita regañar a Katarina luego de apoyarla con su boda y respaldar a Marco en el hospital.
-Entonces ¿Miguel se enteró de lo del hotel y lo de la boda al mismo tiempo? ¡Qué desastre! Todos le debemos una explicación a ese muchacho.
-¿No cree que lo mejor es que Katarina y Marco se responsabilicen de sus actos? ¿Es necesario que usted le cuente su versión de los hechos a ese chico? Señora Maragaglio, entiendo que se sienta mal, pero ese problema no le corresponde y no tiene que meterse.
-Siento como si todos lo hubiéramos engañado.
-Pero él no querrá escuchar a nadie, salvo a Katarina y honestamente, nadie desea estar en el lugar de Ricardo Liukin.
Susanna guardó silencio, pero no por ello se quedó quieta. Caminando en círculos entre pacientes, descubrió que el grupo ni siquiera había tenido la oportunidad de dramatizar sin testigos directos. Sí, en una especie de sillón escondido al fondo, se hallaba Karin Lorenz, debilitada, pálida, con un tanque de oxígeno y la mirada de derrota.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí? - curioseó Susanna.
-El suficiente.
-¿Llegaste hace mucho?
-¡No quiero que se me acerque ningún Leoncavallo y eso te incluye a ti, víbora!
-Nunca te he hecho algo malo, Karin.
-No te preocupaste por mí cuando te dijeron que Maurizio espera un bebé con otra mujer.
Susanna no replicó.
-Tardaste mucho en descubrirme.
-No te acercaste, Karin.
-¿Para qué? ¿Viste a Juulia? ¡Nada le ha salido mal en la vida!
-¿Qué te hizo Maurizio?
-Embarazar a una mujer más joven, no seas tonta.
-¿Te fue infiel?
-Ofendes con esa pregunta.
-Es que no entiendo.
-¿Qué buscas comprenderle a un tipo que llevaba meses saliendo con su plan B y me lo restregaba en la cara? ¡Harta quedé de disimular que Maurizio y yo estábamos bien! ¿Juulia no lo mencionó? ¡Competíamos por un hijo! Quien lo lograra, se quedaba con el hombre, con el apellido de la familia, con todo lo que él y yo habíamos construido por años.
-Es la parte que no me queda clara.
-¿Perdona? ¿No te hicieron lo mismo? ¿No te presionaban los Leoncavallo para que tuvieras niños? ¡Pasé años soportando a Federico y Cristina Leoncavallo pidiéndome nietos! ¡Los tratamientos no funcionaron y de pronto esa estúpida rubia se ofrece a ser incubadora! Maurizio no lo pensó y se acostó con ella.
-Te habría ayudado.
-¿A qué? ¿A buscarme otro médico? Susanna, nadie necesita tu ayuda, sólo dedícate a tu marido y su amante y piérdete con él.
Susanna tenía la opción de permanecer pasmada, pero en su lugar, le propinó una bofetada a Karin, extrañamente contenta de que esa mujer se fuera de la familia. Pero no identificaba el malestar que le quedaba, así que caminó de regreso a su catre y luego, a donde Juulia Töivonen descansaba. Era la primera vez que se dirigían la una a la otra.
-Buongiorno, lamento que no nos hayan presentado todavía. Soy Susanna Maragaglio, prima de Maurizio, aunque política. El primo es mi esposo.
-Juulia Töivonen, prima política supongo.
-¿Cuánto llevas de embarazo? Si quieres decirme, claro.
-Diecisiete semanas según el pediatra.
-Es bastante.
-¿Pensaba escuchar menos?
-No mentiré.
-¿Vino por Maurizio?
-Es que no imaginaba nada de esto, planeábamos una boda en familia con Karin.
-Los planes son diferentes.
-¿Es cierto que compitieron por tener un bebé?
-¿Quién le dijo?
-¿Es verdad?
-Maurizio y yo hablamos en alguna ocasión sobre niños y enseguida trazamos planes.
-¿Y Karin?
-Hablé con ella alguna vez; me contó de un último tratamiento para tener un hijo y lo canceló.
-¿Sabes por qué?
-No era mi asunto, Maurizio y yo acordamos que pasara lo que pasara, él estaría presente con nuestra familia.
-No entiendo.
-Que terminara con Karin no estaba previsto, pero él lo hizo en cuanto le conté que sospechaba lo del embarazo. Debió escucharlo cuando se lo confirmaron, estaba emocionado.
Susanna no lograba darle forma al encuentro, así que no le quedó de otra que admitir la verdad:
-Acabo de toparme a Karin internada aquí.
-¿Tiene influenza como todos?
-Ha estado observándonos.
-¿Usted teme por mí?
-Un poco.
-Sé que está situación es un poco rara, pero fue una decisión de Maurizio, yo hice mi parte.
-¿Van a casarse?
-En marzo.
-Qué locura.
-Los Leoncavallo son así, incluida usted.
Juulia sonrió y giró su cabeza hacia Katarina y Marco, quienes se habían casado impulsivamente y habían contado con el apoyo moral de Susanna.
-Esa es una gran verdad. Bienvenida a la familia, Juulia.
-Gracias, Susanna.
-Vigilaré que nadie la moleste, con su permiso.
-Adelante.
Susanna, sin embargo, se angustió más que antes y llamó a Katarina con inusual energía, apartándola de todos ante la vista de desaprobación de Alessandro Gatell, que no podía creer que los Leoncavallo y los Liukin fueran adictos al drama. Las dos mujeres atravesaron la puerta hacia la escalera de servicio y una vez asegurada, Susanna procedió a hablar.
-Miguel supo del hotel.
-Ya lo resolveré.
-Katarina: Ese muchacho sabe que estuviste con su padre ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
-Que va a gritarme.
-¿Por qué parece que no te importa?
-Los Liukin me querían lejos y cumplí con eso.
-Miguel te esperó afuera de la casa una vez, siempre se portó bien contigo, él no te ha hecho nada.
-Pero he sido mala. Susanna, déjame en paz.
-¿Disculpa?
-Marco y yo resolveremos todo, no te preocupes.
-No es tan simple, señorita.
-Pero no eres tú la del problema. Me equivoqué con Ricardo Liukin, acordé terminar con Miguel y afortunadamente ya no tengo que explicarle a ese chico por qué.
-Ricardo es su padre.
-Y él tendrá que aceptar lo que hizo. Susanna, sé lo que va a pasar, esto se resolverá pronto.
Katarina respiró hondo y volvió al pasillo, topándose con cierto alboroto frente a la habitación ocho y a Ricardo Liukin impidiendo el paso de Karin Lorenz, a quien había sacado de ahí.
-Katarina, ve a tu esposo, que se agitó mucho - dijo Ricardo y la chica enseguida entró a reconfortar a su marido, que respiraba por la boca para recuperarse. Juulia Töivonen también se encontraba alterada y el monitor de signos vitales delataba una tensión arterial mayor a la que debía.
-Karin, usted debe irse - alzaba la voz Ricardo.
-¿Con qué derecho me aparta usted?
-Hay una mujer embarazada, no necesito permiso para cuidarla si otra persona viene a perturbarla.
-¿Usted se atreve a meterse en un asunto que no le incumbe?
-¿Qué quiere provocar? ¡A nadie le importa que la abandonó Maurizio Leoncavallo! ¡Su mujer embarazada está allí y usted no va a molestarla! Arregle sus problemas, pero no usando un bebé.
-¡Jajajaja! Yo no uso a un bebé para quedarme con un hombre.
-¿A qué vino? Si busca una pelea, búsquela con Maurizio ¡Pero con una mujer y su bebé, jamás!
Susanna se aproximó boquiabierta y apartó a Karin enseguida. La otra mujer rompió a llorar y fue cuando Yuko, que no había logrado actuar antes, la llevó a otro rincón para hablar en privado.
-¿Y ahora? - preguntó Susanna.
-Hay que calmar a Marco y a Juulia, el doctor Gatell ya había entrado a revisarlos.
-¿Y Pelletier?
-Ordenando una placa urgente para Marco y un electrocardiograma.
-Ricardo ¿Por qué defendió a Juulia?
-No lo sé.
Ricardo Liukin talló un poco sus ojos y fue donde Maeva, quien lo miraba fríamente y se negaba a recibirlo en la cama.
-¿Te acostaste con Katarina? ¡Contesta! ¿Por eso tú la trajiste aquí cuando se enfermó?
-¿Cómo te enteraste?
-¿No lo estás negando?
-Maeva, lo siento mucho, fue un error.
-¿Por qué?
-Estábamos solos en Lido.
-¿Qué fuiste a hacer ahí?
-Llevé a Katarina porque estaba triste.
-Así que la consolaste.
-Maeva, perdóname, no lo hice por lastimarte.
-No eres el primer hombre que me engaña, Ricardo, pero ¿Te importó más tener sexo con Katarina que tu propio hijo?
-Miguel no es mi hijo.
-¡Sabes de lo que estoy hablando! ¡Eres igual que mi ex marido! ¡Lárgate! ¡Eres una porquería de ser humano y de padre!
-¡No te metas con eso!
-¡Traicionaste a Miguel por una noche de sexo! ¡Infeliz!
Maeva echó a Ricardo y este no sabía dónde meterse.
-¿Quién le dijo a Maeva lo de Lido? - le preguntó a Tennant, sin entrar con él.
-Fue Yuko.
-¡Le pedí que no lo hiciera!
-Creo que ella tomó bando con Miguel.
-¿La sabrá alguien más?
-Sí, Andreas.
-¿Cómo?
-Yuko no te platicó todo, papá. Andreas encontró la maleta de Katarina en el hotel y el botones le dijo que estuviste con ella en un cuarto.
-No hicimos nada ahí.
-Pero luego de la llamada de Lido, es difícil que no piense mal.
-¿Qué haré ahora?
-Hacerse cargo - contestó el doctor Pelletier, quien iba llegando y sólo había escuchado los gritos de Maeva. El quinto piso quedó en silencio y Juulia y Marco fueron trasladados poco más tarde a sus estudios urgentes.
La llovizna había dejado charcos brillantes en las calles de Dorsoduro, y el aire traía un olor a sal mezclado con el dulzor de las castañas asadas cuando Maurizio Leoncavallo, "Maragaglio", caminaba con las manos hundidas en su chaqueta de cuero, los lentes empañados y el corazón todavía latiéndole fuerte por la estupidez del día anterior. Tenía dieciocho años y había intentado impresionar a Anna Berton robando un gelato de "Il dolce d’oro", corriendo como si fuera un héroe de película barata. Anna lo había alcanzado, lo llamó "cretino" y lo dejó ir, pero la vergüenza lo había traído de vuelta. No sabía bien por qué regresaba, pero ahí estaba, empujando la puerta del local con un tintineo suave de la campana.
Adentro, el calor lo recibió como un abrazo y el aroma a vainilla y chocolate flotaba en el aire. El lugar estaba tranquilo: un par de ancianos jugaban cartas en una esquina y detrás del mostrador, una chica joven removía crema en un cuenco con una cucharita de madera. Susanna Berton, un año menor que él, tenía el cabello recogido en una trenza floja, mechones sueltos cayéndole sobre las mejillas y un delantal blanco que le colgaba como una sábana sobre su figura delgada. Sus ojos verdes brillaban con una dulzura tímida, y cuando levantó la vista hacia él, una sonrisa pequeña pero cálida se dibujó en su rostro.
-Buongiorno ¿En qué puedo ayudarte?
Maurizio se detuvo en seco, ajustándose los lentes para verla mejor. No era Anna, con su energía cortante y su lengua afilada. Esta chica era diferente: más suave, más accesible. No sabía quién era él, ni parecía esperarlo. Eso lo descolocó, pero también lo alivió.
-Eh… Ciao. Quiero un café y algo dulce, si tienes.
Ella asintió, limpiándose las manos en el delantal con un gesto rápido y encantador.
-¡Claro! El café está recién hecho y tenemos gelato de vainilla casi listo. O hay pastel de chocolate si prefieres ¿Qué te gustaría?
Sus ojos se iluminaron mientras hablaba, como si recomendar postres fuera lo más emocionante del día y Maurizio la miró, sorprendido por su entusiasmo. Había esperado un regaño, o al menos una mirada desconfiada, pero Susanna no parecía tener idea de quién era. Anna debía haberle mencionado "un zoquete molestando", pero no lo había relacionado con él. Eso le dio una oportunidad que no esperaba.
-El pastel suena bien.
-¡Perfecto! Siéntate donde quieras, te lo traigo en un momento - respondió ella, girándose hacia la máquina de café con un saltito, como si estuviera feliz de tener compañía.
Él eligió una mesa cerca del mostrador, quitándose la chaqueta mojada y observándola mientras trabajaba. Susanna tarareaba una melodía suave, moviendo los hombros al ritmo y cada tanto miraba hacia él con una curiosidad infantil. Cuando trajo el café y un plato con un trozo de pastel cubierto, lo dejó frente a él con cuidado, como si fuera un regalo.
-Aquí tienes. Este pastel es mi favorito. Espero que te guste - dijo ella, sonriendo.
Maurizio tomó la taza y el calor le reconfortó las manos frías. Ella se quedó cerca, apoyándose en el respaldo de una silla, mirándolo con esa ternura que lo hacía sentir un poco menos perdido.
-Está bueno, mejor de lo que esperaba.
-¡Me alegra tanto! Mi papá dice que exagero con el chocolate, pero yo creo que nunca es demasiado. ¿Tú qué piensas?
Él rió, una risa corta pero sincera, sorprendido por lo fácil que era hablar con ella.
-No sé mucho de pasteles, pero este está perfecto.
Susanna se sonrojó, bajando la vista un instante antes de volver a mirarlo.
-Gracias. Me gusta hacer cosas ricas para la gente. Mi hermana Anna dice que soy demasiado azucarada, pero me gusta ver sonreír a cada persona que pasa por aquí.
Maurizio sintió un nudo en el estómago. Esa dulzura, esa forma de hablar como si el mundo fuera un lugar simple, lo impresionó más de lo que quería admitir. Era tan distinta a las chicas de Milán, con sus juegos y sus burlas; tan distinta a Anna, que lo había puesto en su lugar sin dudar.
-¿Siempre eres así de amable con los desconocidos? - preguntó, inclinándose un poco hacia ella, intrigado. Susanna rió con un sonido suave y se encogió de hombros.
-Supongo. No me gusta pelear. Anna dice que ayer vino un zoquete a molestar, pero no lo vi. Si hubieras sido tú, te habría dado un gelato gratis para que no te fueras enojado.
Él tragó saliva, agradeciendo que no lo reconociera como el "zoquete", pero ella no lo sabía, y eso lo hacía sentir extrañamente aliviado.
-Eres diferente - dijo sin pensar, y cuando ella ladeó la cabeza, confundida, añadió rápido:
-Digo, diferente a la gente que conozco. En Milán no hay tiempo de conversar. -
-¿Eres de Milán? ¡Qué lindo! Nunca he ido, pero Anna dice que es enorme. ¿Qué haces ahí? - preguntó la chica, sentándose frente a él sin pedir permiso, con las manos cruzadas en la mesa.
Maurizio dudó. No quería hablar de su abuelo, de las noches huyendo de casa o de sus amigas especiales. En cambio, se ajustó los lentes y dijo lo primero que se le ocurrió.
-Estudio y viajo un poco. Vine a Venecia a ver algo nuevo.
-¡Eso es tan valiente! Yo no me atrevería a irme tan lejos sola ¿Te gusta aquí?
-Más de lo que esperaba.
La campana sonó y el señor Berton bajó las escaleras, su bigote frunciéndose al ver a Maurizio. Susanna se levantó de un salto, como un gatito asustado, pero su sonrisa no se borró.
-Un cliente, papá, ya lo atendí - dijo yendo al mostrador.
El señor Berton gruñó, lanzó una mirada desconfiada a Maurizio y subió de nuevo, murmurando algo. Susanna volvió a la mesa, sus mejillas rosadas.
-No le hagas caso. Es gruñón, pero no muerde... Bueno, casi nunca - comentó la joven.
Maurizio rió, y ella rió con él, un sonido que llenó el local como luz en un día gris. Hablaron un rato más de gelatos, de Venecia, de nada importante y cuando la lluvia paró y él se levantó para irse, ella lo acompañó a la puerta.
-Vuelve cuando quieras - invitó Susanna - Me gustó charlar contigo. -Lo haré - respondió él, poniéndose la chaqueta - Traeré más liras, como pediste.
Ella asintió y él salió al aire fresco. No lo sabían aún, pero ese martes en "Il dolce d’oro", sería el comienzo del resto de sus vidas.
Helsinki, Finlandia. Lunes, 25 de noviembre de 2002.
-Estaban pateando a Marat - dijo Carlota Liukin mientras veía un juego de la final de la Copa Davis en una de las salas del hotel. A su lado, Katrina bebía un chocolate caliente y no dejaba de tiritar.
-No soporto este frío - mencionó.
-Ese Nalbandián es bueno, a Marat le van a doler las rodillas.
-Lo primero que haré será cubrirme con una enorme manta y beberme una jarra de sopa cuando llegue a mi cama ¡Esto es horrible!
-¡Davay, Marat! ¡Así se hace!
-¡No sé cómo no sufres, Carlota!
-¡Sí, ganó el punto!
-Ah, es por eso.
Katrina no entendía nada de tenis ni reparaba en que la joven Liukin la había ignorado, así que creía que seguían juntas. Pero mientras Carlota se había dedicado a sus actividades de patinadora, ella había ido de compras, a una galería donde no entendió nada y a un paseo guiado aburrido porque no hablaba inglés ni comprendía los letreros de la calle. Lo poco que ambas veían de Helsinki no era suficiente para declarar que su estadía era placentera.
Maurizio Leoncavallo, sin embargo, aprendió que Katrina era intocable y mientras estuviera en cualquier lugar, no podía conversar con nadie. Merecido lo tenía por patán y por idiota ¿Cómo le había parecido una buena idea intentar meterse con una pareja de su primo Maragaglio? Y encima debía cuidarla, aunque esto último no era molesto. El joven Leoncavallo no sabía cómo calmar su creciente inquietud, así que intentaba recurrir a cualquier cosa que no fuera heroína porque se lo había prometido a su padre.
-¡Marat! ¡Marat está ganando otra vez! - gritó Carlota, aunque fuera el empate a dos sets que forzaba al quinto y el chico se viera fundido. Las caras de los demás integrantes del equipo ruso era de pocos amigos y casi seguro le habían reclamado a su compañero por las "vacaciones" y otros aparentes descansos. La hermana del chico estaba en las tribunas, alentándolo sí, pero seguramente preocupada por la posibilidad de que todo saliera mal.
-Ay, se me había olvidado que no hay empates en esta cosa - expresó Carlota y pronto, se percató de que otros patinadoras la rondaban con sus eternos murmullos.
-Parecen grabadoras - se quejó.
-¿Porque no paran de hablar? - preguntó Katrina.
-¡Katarina no tuvo que ver con Marat! ¡Qué fastidio!
-¿Qué hicieron?
-¡Marat la ignoró! ¡La ignoró!
-Deberías comer un panecillo.
-¡Ella andaba detrás de él, pero nadie le hizo caso! ¡Marat nunca se fijaría en esa... Araña!
Maurizio Leoncavallo volteó en ese instante hacia la chica Liukin, interrogante y sin que el calificativo le hiciera gracia.
-¡Ay, perdón!
-Ese comentario fue grosero, Carlota.
-Disculpa, Maurizio.
-Burlarte de mi hermana no es algo que te permita.
-No vuelve a pasar.
-Ahora me vas a hablar de qué pasó con Marat.
-¿Cuál de todas las cosas?
-Lo de Katarina.
-¿Te vas a sentar?
-¿Qué te dijo de ella?
Carlota no iba a mencionar lo del apartamento en Mónaco, ni que había visto a Maragaglio regañando a la joven Leoncavallo en Bèrcy por ser coqueta, así que se limitó a contar algo inofensivo, relacionado con la primera vez que Katarina y Marat se habían visto y el chico no había vuelto a dirigirle la palabra más allá de los saludos de cortesía.
-Me alegra, pensé que mi hermana se había fijado en él - mintió Maurizio.
-Eh, no, nada pasó, sólo rumores que alguien inventó.
-Carlota, ser chismosa no te queda.
-Gracias, Maurizio.
-¿Y cómo va Marat en el partido?
Así, Carlota volvió a posar su mirada en el televisor y rezar porque su amigo obtuviera el triunfo. La final de la Copa Davis se jugaba en Moscú y se había cumplido la predicción de que, bajando del avión, Marat Safin sería el primero en salir a la duela como castigo.
-¡Oh! ¿Vieron eso? ¡Casi le destroza la muñeca a Nalbandián! - comentó Carlota y la atención regresó al juego, aunque las patinadoras prestaran más atención a lo que Maurizio Leoncavallo hacía. Katrina llamaba su atención, pero porque a pesar de su parecido con Katarina, en nada se asemejaba a su talante: Más bien era graciosa, extrovertida y si llegaba a verlas, lo hacía sin malicia. Nadie averiguaba si era hermana, prima, amiga o novia, sólo era una decoración del entorno o una anónima encargada de llevar bolsos.
-Woah, no sabía que Marat era tan rápido... ¡Ay, por Dios! ¡Le pegó durísimo a esa bola! - continuó Carlota mientras su amigo festejaba un punto complejo ante un Nalbandián que no actuaba desconcertado ante la adrenalina del rival. Maurizio suspiró abrumado y se retiró rumbo a la recepción, en dónde tenía un mensaje. Juulia Töivonen pasaría por un examen adicional para determinar el estado de sus pulmones y había pasado el día tranquilamente. El doctor Luc Pelletier no era muy expresivo al respecto y de hecho, se había limitado a ser breve, sobretodo porque no estaba preparado para darle explicaciones al hermano de Katarina Leoncavallo. Pero esa falta de drama motivó que Maurizio quisiera caminar por ahí.
Salir del hotel se sintió tranquilizador. El hombre se dirigió hacia la cercana plaza del Museo Nacional de Arte Finlandés y sin pensarlo, decidió que volvería a ese lugar para terminar una caminata sin rumbo. De acuerdo al pronóstico del clima, estaría nevando hasta la mañana siguiente, así que el retorno a París sería el miércoles temprano y al menos, la federación finlandesa había tenido la sensibilidad de invitarles a ver auroras boreales más tarde, razón por la que él mismo llevaba ya puesta ropa muy abrigadora y calentadores debajo de sus pantalones.
-Qué bonita ciudad - pensó conforme iba avanzando hacia las afueras, sorprendido de que Helsinki le pareciera tan pequeño. Entonces tomó el metro para poder perderse.
La estación de Vuosaari se encontraba en la parte este, casi junto al mar. Ese día, el suelo estaba cubierto de blanco, pero el agua lucía azul oscuro y el viento era ligero, aunque helado. Nevaba tenuemente, pero no le fastidiaba como en París. Aunque el clima era más frío, a él le gustaba sentir la humedad de su rostro y la neblina que poco a poco llegaba desde el mar, misma que le marcaba el camino hacia Uutela, un sendero boscoso donde se podía caminar.
-Pero no quiero ir - dijo Maurizio y entonces, la neblina acabó por envolverlo. Él no veía cosa alguna, pero asumió que debía pasar por el sendero si quería continuar solo y reanudó sus pasos con poco interés, aunque el hielo comenzara a marcar figuras lindas en las hojas y las ramas de varios árboles. No parecía haber animales alrededor, ni maleza u otra cosa que no fuera un lugar con toques de verdor por encima de la cabeza.
-"Al fin hay silencio. Supongo que es hora de pensar" - se dijo a sí mismo y se detuvo junto a un árbol próximo al agua. Viendo su aliento y frotando sus manos, su mente se detuvo en Katarina.
-Estoy furioso con ella ¿Cómo voy a reaccionar cuando la vea? ¡Ese ridículo gondolero! ¡Le voy a destrozar la cara!... Se van a divorciar pronto, esperaré.
Y recargándose en el tronco, sacó un encendedor para prenderlo y apagarlo, fingiendo que tenía un cigarrillo. Aquello lo tranquilizó.
-Fue mi culpa, decepcioné a mi hermana y le mentí. Sí prefiero a Carlota, no sé cómo decírselo sin hacerla llorar. Es que no pensé que alguien patinaría mejor en poco tiempo y teniendo tanto futuro por delante... No me acostumbro a que Katarina no sea la mejor en algo y cada vez tengo menos tiempo para hablar con ella. Lo de la rutina de Black Swan era para intentar arreglar las cosas y sólo confirmó lo que no podía aceptar.
Con las manos ahora en los bolsillos, Maurizio Leoncavallo observó el reflejo del agua, aliviado de no reflejarse. Estaba siendo un año exitoso y preocupante, con esa presión que revienta un lápiz apenas lo toca quien la sufre. Por ahí rondaba el recuerdo de Jyri Cassavettes, pero pronto fue sustituido por el recuerdo en Salt Lake con las lágrimas tristes de su hermana porque se llevaría una medalla que no representaba su actuación. Un llanto mezclado con una sonrisa porque estaban juntos y él actuaba como si no supiera de la injusticia que habían sufrido como entrenador y pupila. Tan magistral había sido, que incluso interpretaba a un enfiestado hermano alcoholizado que la hacía reír para que el rechazo no doliera tanto.
Pero la memoria que siguió lo hizo caminar de nuevo, a paso veloz. Su respiración se agitó, su pecho se adormeció y su cabeza punzó por la única imagen que lo mantenía sobrio, pero lamentándose: Él y Katarina solos en esa maldita habitación de la villa olímpica, ella desnuda, el manteniendo el pantalón en su lugar por la fascinación y el asco. El grito de Kati Winkler, la urgencia de beber al rechazar los besos, el cuerpo y la posible entrega de Katarina sólo porque no se sentía lo suficientemente bueno como amante de una mujer que seguramente se había reservado para él. Ser tan poco, tan bajo, para Katarina. Mejor ser su hermano y no decepcionarla.
-¿Cuándo empecé a sentir esto? ¿Fue cuando me volví su entrenador? ¿O por que el gondolero idiota amenazó con llegar a la cena familiar alguna ocasión? No recuerdo estar así hasta antes de eso ¡Pensé que Katarina era cariñosa y me quería mucho! No había nada.
Los árboles, sin embargo, crujían y el viento los movía lo suficiente para tirarles la nieve sobre Maurizio, que sacudía sus hombros con frecuencia.
Sí, si era la aparición de Marco Antonioni el detonador de su conducta tan rara y su extraordinaria represión en público o su negación natural de las cosas. Estaba confundido y aterrador ¿Katarina en verdad le era deseable de una manera tan íntima? Y esa fachada de hermano normal, que le creían todos menos su padres y cualquier Leoncavallo que rebasara los cincuenta años de edad... Ellos, que reaccionaban con un pánico que no buscaba entender y mucho menos indagar ¿Qué diablos le ocurría? Pero estaba seguro de que sus sentimientos no eran añejos.
-La niebla empeora - caviló, pero en lugar de detenerse, siguió caminando por la orilla, asegurándose de que el agua no llegara a sus pies. Aunque creía que acabaría adormilado, el temblor que le hacía chocar los dientes le recordaba que no debía caer y cuando el sendero se volvió más ancho, un lobo se apareció a escasos metros.
Maurizio y el animal se contemplaron con desconcierto, pero como ambos estaban perdiéndose, optaron por caminar, desde la distancia, en paralelo. Uno contaba con que el otro le llevaría por el camino seguro a casa y el otro confiaba en que no sería dañado, pero mientras más se miraban, más parecían entablar una conversación silenciosa sobre lo que pasaba en sus vidas. Pero el lobo no tenía otra respuesta que no fuera la de estar protegiendo a su familia. Tenía tres lobeznos y una hembra, a la que por entendimiento llamaba "esposa", que había estado muy enferma.
-Perdí la cabeza, ahora platico con un lobo - suspiró Maurizio, pero le sirvió para acordarse de Juulia Töivonen y su bebé en camino.
-Voy a ser padre, no sé qué tanto cambiará mi vida con eso. Pasé muchos años buscando un hijo y ahora que tendré uno, no estoy feliz. Quiero al niño o niña, no importa... Es que me enfoqué en embarazar a alguien y no fue el momento correcto, debí esperar. Lastimé a otra novia porque no podía hacer posible ese cuento de la casita que huele a dulces y tiene a los papás con sus niños y el perro. No me he disculpado con Karin por utilizarla y por intentar hacerle creer que esa familia era nuestro objetivo. Ahora voy a casarme con Juulia y no hay vuelta atrás. Lo hago porque con ella no escondo que la unión me parece conveniente. Me gusta mucho esa mujer, puedo desearla enfrente de cualquiera sin consecuencias. Sé qué estoy eligiendo. Y no tengo idea de cómo demostrarle a Katarina que lo siento muchísimo.
Al llegar a una parte del sendero cubierto por troncos caídos, el lobo encontró su madriguera. Los lobeznos retozaban en la nieve, aunque con la llegada de su padre, detenían los juegos para introducirse en un agujero oscuro y confortable. La hembra, una loba de mayor estatura que el macho, de pelaje blanco y que se notaba de temperamento fuerte, revisó a Maurizio con interés. Ella no se acercó, pero advertía con su gesto que no toleraría un paso extra. El lobo se colocó junto a ella y pareció expresar un "vuelve a casa" como consejo. Nevó un poco más fuerte y la niebla hizo que ambas partes se perdieran de vista.
Al llegar las cuatro de la tarde y con ello, la oscuridad de la noche prematura, el partido Safin-Nabaldian concluía. Carlota Liukin agitaba una banderita del equipo ruso, aunque alguna patinadora le aconsejara que la guardara para no ofender al personal.
-"Los rusos no son bienvenidos aquí" - le dijo algún empleado con cortesía y ella, en lugar de hacer caso, la colocó sobre la mesa. Katrina se reía porque también se le había ocurrido hacer lo mismo.
-Davay, Marat! - gritó la joven Liukin mientras se desarrollaba algo llamado "rally" donde ambos tenistas intercambiaban la pelota sin que ninguno consiguiera anotar. Ambos eran agresivos en el juego, aunque Marat fuera menos frío en sus expresiones. Aquel duelo se terminó cuando Marat decidió cruzar la devolución, pero lo hizo con tanta fuerza, que un trozo de duela quedó marcado del impacto.
-¡Ay, ganó mi Marat! ¡Voy a llamarlo! - externó Carlota con su celular en la mano y aguardó pacientemente a que le dieran una silla al chico. Por alguna razón, Marat ignoraba a cualquiera, pero nunca a la chica Liukin cuando le marcaba.
-¡Marat! Te acabo de ver en televisión, jugaste muy bien! - inició ella.
-"Quiero dormir".
-Ojalá te sirva la almohadilla que encontramos en el aeropuerto.
-"Aquí la tengo".
Marat se fijó en una cámara y mostró el objeto. Carlota sonrió.
-Recuerda que primero pones el agua fría y se va a ir calentando.
-"¿Sufriste viéndome, Carlota?"
-No, no, no... No sufrí, lloré ¿No te duelen las manos?
-"Todavía no".
-¿Cuándo vuelves a jugar?
-"Pasado mañana en el dobles".
-Regresaré a París, ojalá sea a tiempo.
-"¿Cuándo te vas de Helsinki?"
-El miércoles porque va a dejar de nevar.
-"¿Qué día es el Grand Prix Final?"
-Patino el día siete de diciembre.
-"Te veré."
-¿Irás a Japón, Marat?
-"Me refiero a que estaré atento en el canal deportivo."
-Oh, eso.
-"Voy a iniciar el próximo año en un pequeño torneo en Mónaco y adivina quién irá a Venecia a prepararse unas semanas antes."
-¡No es cierto!
-"Nos veremos de nuevo en Navidad, Carlota".
Carlota se contuvo de gritar por la emoción y continuó con la conversación de lo más contenta. Pero cerca, los federativos finlandeses se estaban reuniendo para la tan prometida excursión y Maurizio Leoncavallo no respondía sus mensajes. Katrina se dió cuenta, pero se encogió de hombros.
-Nada se pierde si ese idiota no va.
-¿Qué idiota? - preguntó Carlota sin dejar de atender el teléfono.
-Uno que se fue hace rato. Tal vez se perdió y nadie lo va a extrañar.
La joven Liukin no entendía y continuaba distraída, pero Katrina respiró hondo y se levantó para confirmar el problema. Algunas patinadoras y otros más llegaban a preguntarle si sabía algo.
-No lo ví después de un rato, quizás está en su habitación, búsquenlo - replicó, pero nadie se atrevió a moverse.
-¡Ay, ya voy! ¡Si tanto les interesa su paseo, se podrían ir sin él! - gritó furiosa y subió al primer piso, a tocar la puerta de la habitación diecisiete. Katrina suplicaba porque nadie abriera.
-¡Oye, idiota, te están buscando! ¿Vienes ya? ¿Te dormiste?
Pero luego de la ausente respuesta, intentó de nuevo. Nada. Una tercera vez comenzó a ser molesta y al cuarto intento, Katrina supo que Maurizio no se encontraba allí.
-Bueno, nadie lo va a extrañar - exclamó, pero al volver con Carlota, se encontró con que Irina Astrovskaya y Susanna Pöykio estaban sentadas a la mesa con ella.
-¿Qué pasó con Maurizio, ya viene? - preguntó Carlota.
-Creo que se fue, lo llamé varias veces.
-¿De verdad? ¿No se quedó dormido?
-¿Por qué no le llamas?
-Es que tampoco me contesta y a nadie. Katrina ¿Crees que ande por ahí?
-Ya está oscuro, no creo que vaya lejos.
-¡Hay que buscarlo!
-Carlota, no voy a salir con este frío.
-¡Pero yo sí!
Carlota Liukin tomó su abrigo y un gorro y enseguida le anunció a los federativos lo que planeaba. Pronto, se armaron grupos entre los patinadores y mientras Carlota y Katrina irían al este, los demás caminarían hacia el centro de Helsinki y alguien más dió aviso a la policía. Una vez en la calle, Katrina comenzó a preguntarse qué estaba haciendo y sobretodo, por qué las dos iban solas si no tenían idea del lugar en el que estaban. Ambas preguntaban por Maurizio como podían, pero solo la chica Liukin recibía alguna respuesta.
-Alguien dijo que entró al metro... ¿Vamos?
-¿Estás loca?
-¡Katrina!
-¿Dónde crees que haya ido?
-Lejos.
-No te entiendo.
-Maurizio es un Liukin como yo, así que sólo hay dos opciones: el bar o el bosque.
-¡No voy a ir a helarme con los pinos!
-Si estuviera bebiendo, ya habría aparecido.
Katrina guardó silencio y pensó que aquello tenía sentido si era Carlota quien lo decía. Aunque detestaba al hombre perdido, no iba a abandonar a la otra en su nueva cruzada y luego de ambas consultaran un mapa al interior de una estación, supieron que debían ir a la terminal de Vuosaari y tener suerte. Para Carlota, que siempre detestó el metro, viajar sin certeza era lo único que la mantenía atenta.
-Si le cuento a mi papá todo lo que ha pasado desde París, me va a matar - dijo la joven de pronto.
-¿Por qué?
-Cosas que hice, incluyendo esta.
-El idiota de Maurizio se largó.
-Oye, Katrina, tampoco voy a decirle nada de ti.
-¿Qué tengo de malo?
-Maragaglio tiene una esposa.
Katrina abrió más los ojos y sonrió incómoda, entendiendo en parte lo que Carlota quería decir. Ahora estaban los dos hundidas en sus asientos del vagón, leyendo como podían los nombres de las estaciones y tratando de pensar en qué parte encontrarían a Maurizio Leoncavallo, aunque sólo una de ellas imaginaba cómo llegar.
-No volveré a quejarme del frío en París - susurró Katrina, sin imaginar que al salir del subterráneo, una nevada fuerte la frenaría en definitiva. El paisaje de Vuosaari, con el cielo oscuro y las lámparas del alumbrado público, más parecía la entrada al polo norte que a una zona normal de Helsinki que sólo estaba más cerca del bosque.
-Carlota ¡No voy a salir con este clima odioso! Si Maurizio quiere, que se congele solo... ¡Carlota! ¡Ay, por Dios! ¡Carlota! ¿Dónde estás?
Al mismo tiempo que Katrina entraba en pánico en Vuosaari, Carlota Liukin corría hacia donde lograba entender que se encontraba el sendero boscoso. La taquilla por la hora, estaba cerrada, pero las rejas no eran obstáculo para ella, que todavía podía atravesarlas luego de rezar por no atorarse. Al principio, la chica había tenido la intención de buscar algún guardabosques o usar alguno de los teléfonos rojos de emergencia, pero le pareció más sencillo buscar por sí misma y caminó por la orilla cuando pudo verla. El plan era seguir la línea del agua para volver si las cosas empezaban a complicarse. La nive caía y Carlota se quitaba la nieve de los ojos con frecuencia.
Maurizio Leoncavallo había intentado regresar sin éxito y daba vueltas sobre sus pasos, terminando cerca de la madriguera del lobo una y otra vez. Su ropa estaba helada, pero algo lo mantenía sin claudicar e identificó qué era. No lo admitía, pero era el miedo.
-Si paso la noche, para la mañana seré un cadáver - concluyó e intentó juntar un par de ramas secas y pequeñas para hacerse de una fogata que prolongara su agonía potencial; pero estaban tan congeladas, que no lo consiguió.
-Debería tener pelo, mínimo moriría peleando - ironizó y se sentó sobre una roca, sobresaltándose al huir un crujido.
-¡Ay, qué horrible encontrarme una rana congelada! ¡Tenía que ser aquí! - gritaba Carlota Liukin mientras pateaba la nieve y tropezaba sin caerse. Ni un solo copo le caía encima, aunque nadie lo notaría ni en esa circunstancia.
-¿Maurizio? ¿Es un indigente o eres tú? - preguntó al encontrarse a una figura masculina con la cabeza baja.
-Llevo un rato aquí.
-¡Mauri! ¡Te busqué por la ciudad, tomé el metro por ti!
-¿Tú qué?
-¿Estás bien? ¡Toma de mi té, traje un termo por si tenía que caminar toda la noche!
Carlota abrazó a Maurizio y enseguida le dió de beber. La nieve de los guantes de él, se derritió al instante.
-¿Tienes frío?
-Algo... Carlota ¿Viniste sola?
- Si te refieres a Katrina, yo la dejé en la estación del metro.
-Más ¿Tú qué?
-Es que cae mucha nieve y a ella no le gusta y no me quise esperar.
-¿Cómo llegaste aquí?
-Atravesé una reja y me fui por el agua.
-¡Hay lobos cerca!
-¡Y a mí me aterró una mugrosa rana muerta y eso estoy soportando para llevarte a casa! ¡Te buscamos todos!
-¿Traes teléfono? Porque olvidé el mío.
-Sí, quizás contesten, agárralo.
-Muy bien... No hay señal.
-Es una broma.
-Es en serio.
-¡Trae acá, Maurizio! ¡Tienes que moverte! Aquí hay un poquito de señal y si voy para...
La gran loba salió de su refugio y enseguida gruñió en advertencia, pero Carlota Liukin no se intimidó.
-¡Tú cállate!
-¡Carlota, le estás gritando a un animal salvaje!
-¡Por mí que se aviente! Ni que no supiera qué hacer con ella, estoy buscando cómo llamar y no me interesa que lo quiera impedir.
Y entonces, la joven se dirigió a la loba:
-¡Métete a tu casa calientita y déjame en paz! ¡Nos iremos en cuánto me contesten y te aviso que soy Carlota Liukin en estado enojada!
-No deberías pelearte con animales - recordó Maurizio, pero la loba y Carlota se miraron mutuamente y comenzaron a regañarlo: una por tener que encontrarlo y la otra porque no se había ido de ahí. Una gritaba y la otra ladraba.
-¿Me dejan morir en paz? - pidió Maurizio.
-¡Ya te dijimos que no! - declaró Carlota, quien terminó en el piso junto a la loba, frotándose mutuamente.
-¿Ahora son amigas?
-Nos enfadamos contigo, así que ahora nos caemos bien.
Maurizio se quedó de pie, mirando al horizonte. No sabía que día era, pero el cielo comenzaba a colorearse de verde.
-Al menos hay algo bueno qué ver - susurró.
-Yo quería ir al paseo con un trineo y chocolate - lamentó Carlota.
-Pero no negarás que es hermoso.
Carlota imaginó entonces que la aurora boreal se coloreaba y formaba figuras y deseó con todas sus fuerzas que se volviera azul; pero en lugar de ellos, la aurora se volvió más luminosa que de costumbre y un bello color dorado alumbró todo Helsinki. La chica, boquiabierta, se levantó y de la alegría, tomó a la loba de las patas delanteras y comenzó a saltar y celebrar con ella.
Maurizio Leoncavallo, en cambio, respiró honda, comenzó a reírse por la absurda imprudencia de Carlota Liukin y miró al cielo para olvidarse de sus problemas por un instante. La nieve cesó su caída.