Helsinki, Finlandia. Lunes, 25 de noviembre de 2002.
-Estaban pateando a Marat - dijo Carlota Liukin mientras veía un juego de la final de la Copa Davis en una de las salas del hotel. A su lado, Katrina bebía un chocolate caliente y no dejaba de tiritar.
-No soporto este frío - mencionó.
-Ese Nalbandián es bueno, a Marat le van a doler las rodillas.
-Lo primero que haré será cubrirme con una enorme manta y beberme una jarra de sopa cuando llegue a mi cama ¡Esto es horrible!
-¡Davay, Marat! ¡Así se hace!
-¡No sé cómo no sufres, Carlota!
-¡Sí, ganó el punto!
-Ah, es por eso.
Katrina no entendía nada de tenis ni reparaba en que la joven Liukin la había ignorado, así que creía que seguían juntas. Pero mientras Carlota se había dedicado a sus actividades de patinadora, ella había ido de compras, a una galería donde no entendió nada y a un paseo guiado aburrido porque no hablaba inglés ni comprendía los letreros de la calle. Lo poco que ambas veían de Helsinki no era suficiente para declarar que su estadía era placentera.
Maurizio Leoncavallo, sin embargo, aprendió que Katrina era intocable y mientras estuviera en cualquier lugar, no podía conversar con nadie. Merecido lo tenía por patán y por idiota ¿Cómo le había parecido una buena idea intentar meterse con una pareja de su primo Maragaglio? Y encima debía cuidarla, aunque esto último no era molesto. El joven Leoncavallo no sabía cómo calmar su creciente inquietud, así que intentaba recurrir a cualquier cosa que no fuera heroína porque se lo había prometido a su padre.
-¡Marat! ¡Marat está ganando otra vez! - gritó Carlota, aunque fuera el empate a dos sets que forzaba al quinto y el chico se viera fundido. Las caras de los demás integrantes del equipo ruso era de pocos amigos y casi seguro le habían reclamado a su compañero por las "vacaciones" y otros aparentes descansos. La hermana del chico estaba en las tribunas, alentándolo sí, pero seguramente preocupada por la posibilidad de que todo saliera mal.
-Ay, se me había olvidado que no hay empates en esta cosa - expresó Carlota y pronto, se percató de que otros patinadoras la rondaban con sus eternos murmullos.
-Parecen grabadoras - se quejó.
-¿Porque no paran de hablar? - preguntó Katrina.
-¡Katarina no tuvo que ver con Marat! ¡Qué fastidio!
-¿Qué hicieron?
-¡Marat la ignoró! ¡La ignoró!
-Deberías comer un panecillo.
-¡Ella andaba detrás de él, pero nadie le hizo caso! ¡Marat nunca se fijaría en esa... Araña!
Maurizio Leoncavallo volteó en ese instante hacia la chica Liukin, interrogante y sin que el calificativo le hiciera gracia.
-¡Ay, perdón!
-Ese comentario fue grosero, Carlota.
-Disculpa, Maurizio.
-Burlarte de mi hermana no es algo que te permita.
-No vuelve a pasar.
-Ahora me vas a hablar de qué pasó con Marat.
-¿Cuál de todas las cosas?
-Lo de Katarina.
-¿Te vas a sentar?
-¿Qué te dijo de ella?
Carlota no iba a mencionar lo del apartamento en Mónaco, ni que había visto a Maragaglio regañando a la joven Leoncavallo en Bèrcy por ser coqueta, así que se limitó a contar algo inofensivo, relacionado con la primera vez que Katarina y Marat se habían visto y el chico no había vuelto a dirigirle la palabra más allá de los saludos de cortesía.
-Me alegra, pensé que mi hermana se había fijado en él - mintió Maurizio.
-Eh, no, nada pasó, sólo rumores que alguien inventó.
-Carlota, ser chismosa no te queda.
-Gracias, Maurizio.
-¿Y cómo va Marat en el partido?
Así, Carlota volvió a posar su mirada en el televisor y rezar porque su amigo obtuviera el triunfo. La final de la Copa Davis se jugaba en Moscú y se había cumplido la predicción de que, bajando del avión, Marat Safin sería el primero en salir a la duela como castigo.
-¡Oh! ¿Vieron eso? ¡Casi le destroza la muñeca a Nalbandián! - comentó Carlota y la atención regresó al juego, aunque las patinadoras prestaran más atención a lo que Maurizio Leoncavallo hacía. Katrina llamaba su atención, pero porque a pesar de su parecido con Katarina, en nada se asemejaba a su talante: Más bien era graciosa, extrovertida y si llegaba a verlas, lo hacía sin malicia. Nadie averiguaba si era hermana, prima, amiga o novia, sólo era una decoración del entorno o una anónima encargada de llevar bolsos.
-Woah, no sabía que Marat era tan rápido... ¡Ay, por Dios! ¡Le pegó durísimo a esa bola! - continuó Carlota mientras su amigo festejaba un punto complejo ante un Nalbandián que no actuaba desconcertado ante la adrenalina del rival. Maurizio suspiró abrumado y se retiró rumbo a la recepción, en dónde tenía un mensaje. Juulia Töivonen pasaría por un examen adicional para determinar el estado de sus pulmones y había pasado el día tranquilamente. El doctor Luc Pelletier no era muy expresivo al respecto y de hecho, se había limitado a ser breve, sobretodo porque no estaba preparado para darle explicaciones al hermano de Katarina Leoncavallo. Pero esa falta de drama motivó que Maurizio quisiera caminar por ahí.
Salir del hotel se sintió tranquilizador. El hombre se dirigió hacia la cercana plaza del Museo Nacional de Arte Finlandés y sin pensarlo, decidió que volvería a ese lugar para terminar una caminata sin rumbo. De acuerdo al pronóstico del clima, estaría nevando hasta la mañana siguiente, así que el retorno a París sería el miércoles temprano y al menos, la federación finlandesa había tenido la sensibilidad de invitarles a ver auroras boreales más tarde, razón por la que él mismo llevaba ya puesta ropa muy abrigadora y calentadores debajo de sus pantalones.
-Qué bonita ciudad - pensó conforme iba avanzando hacia las afueras, sorprendido de que Helsinki le pareciera tan pequeño. Entonces tomó el metro para poder perderse.
La estación de Vuosaari se encontraba en la parte este, casi junto al mar. Ese día, el suelo estaba cubierto de blanco, pero el agua lucía azul oscuro y el viento era ligero, aunque helado. Nevaba tenuemente, pero no le fastidiaba como en París. Aunque el clima era más frío, a él le gustaba sentir la humedad de su rostro y la neblina que poco a poco llegaba desde el mar, misma que le marcaba el camino hacia Uutela, un sendero boscoso donde se podía caminar.
-Pero no quiero ir - dijo Maurizio y entonces, la neblina acabó por envolverlo. Él no veía cosa alguna, pero asumió que debía pasar por el sendero si quería continuar solo y reanudó sus pasos con poco interés, aunque el hielo comenzara a marcar figuras lindas en las hojas y las ramas de varios árboles. No parecía haber animales alrededor, ni maleza u otra cosa que no fuera un lugar con toques de verdor por encima de la cabeza.
-"Al fin hay silencio. Supongo que es hora de pensar" - se dijo a sí mismo y se detuvo junto a un árbol próximo al agua. Viendo su aliento y frotando sus manos, su mente se detuvo en Katarina.
-Estoy furioso con ella ¿Cómo voy a reaccionar cuando la vea? ¡Ese ridículo gondolero! ¡Le voy a destrozar la cara!... Se van a divorciar pronto, esperaré.
Y recargándose en el tronco, sacó un encendedor para prenderlo y apagarlo, fingiendo que tenía un cigarrillo. Aquello lo tranquilizó.
-Fue mi culpa, decepcioné a mi hermana y le mentí. Sí prefiero a Carlota, no sé cómo decírselo sin hacerla llorar. Es que no pensé que alguien patinaría mejor en poco tiempo y teniendo tanto futuro por delante... No me acostumbro a que Katarina no sea la mejor en algo y cada vez tengo menos tiempo para hablar con ella. Lo de la rutina de Black Swan era para intentar arreglar las cosas y sólo confirmó lo que no podía aceptar.
Con las manos ahora en los bolsillos, Maurizio Leoncavallo observó el reflejo del agua, aliviado de no reflejarse. Estaba siendo un año exitoso y preocupante, con esa presión que revienta un lápiz apenas lo toca quien la sufre. Por ahí rondaba el recuerdo de Jyri Cassavettes, pero pronto fue sustituido por el recuerdo en Salt Lake con las lágrimas tristes de su hermana porque se llevaría una medalla que no representaba su actuación. Un llanto mezclado con una sonrisa porque estaban juntos y él actuaba como si no supiera de la injusticia que habían sufrido como entrenador y pupila. Tan magistral había sido, que incluso interpretaba a un enfiestado hermano alcoholizado que la hacía reír para que el rechazo no doliera tanto.
Pero la memoria que siguió lo hizo caminar de nuevo, a paso veloz. Su respiración se agitó, su pecho se adormeció y su cabeza punzó por la única imagen que lo mantenía sobrio, pero lamentándose: Él y Katarina solos en esa maldita habitación de la villa olímpica, ella desnuda, el manteniendo el pantalón en su lugar por la fascinación y el asco. El grito de Kati Winkler, la urgencia de beber al rechazar los besos, el cuerpo y la posible entrega de Katarina sólo porque no se sentía lo suficientemente bueno como amante de una mujer que seguramente se había reservado para él. Ser tan poco, tan bajo, para Katarina. Mejor ser su hermano y no decepcionarla.
-¿Cuándo empecé a sentir esto? ¿Fue cuando me volví su entrenador? ¿O por que el gondolero idiota amenazó con llegar a la cena familiar alguna ocasión? No recuerdo estar así hasta antes de eso ¡Pensé que Katarina era cariñosa y me quería mucho! No había nada.
Los árboles, sin embargo, crujían y el viento los movía lo suficiente para tirarles la nieve sobre Maurizio, que sacudía sus hombros con frecuencia.
Sí, si era la aparición de Marco Antonioni el detonador de su conducta tan rara y su extraordinaria represión en público o su negación natural de las cosas. Estaba confundido y aterrador ¿Katarina en verdad le era deseable de una manera tan íntima? Y esa fachada de hermano normal, que le creían todos menos su padres y cualquier Leoncavallo que rebasara los cincuenta años de edad... Ellos, que reaccionaban con un pánico que no buscaba entender y mucho menos indagar ¿Qué diablos le ocurría? Pero estaba seguro de que sus sentimientos no eran añejos.
-La niebla empeora - caviló, pero en lugar de detenerse, siguió caminando por la orilla, asegurándose de que el agua no llegara a sus pies. Aunque creía que acabaría adormilado, el temblor que le hacía chocar los dientes le recordaba que no debía caer y cuando el sendero se volvió más ancho, un lobo se apareció a escasos metros.
Maurizio y el animal se contemplaron con desconcierto, pero como ambos estaban perdiéndose, optaron por caminar, desde la distancia, en paralelo. Uno contaba con que el otro le llevaría por el camino seguro a casa y el otro confiaba en que no sería dañado, pero mientras más se miraban, más parecían entablar una conversación silenciosa sobre lo que pasaba en sus vidas. Pero el lobo no tenía otra respuesta que no fuera la de estar protegiendo a su familia. Tenía tres lobeznos y una hembra, a la que por entendimiento llamaba "esposa", que había estado muy enferma.
-Perdí la cabeza, ahora platico con un lobo - suspiró Maurizio, pero le sirvió para acordarse de Juulia Töivonen y su bebé en camino.
-Voy a ser padre, no sé qué tanto cambiará mi vida con eso. Pasé muchos años buscando un hijo y ahora que tendré uno, no estoy feliz. Quiero al niño o niña, no importa... Es que me enfoqué en embarazar a alguien y no fue el momento correcto, debí esperar. Lastimé a otra novia porque no podía hacer posible ese cuento de la casita que huele a dulces y tiene a los papás con sus niños y el perro. No me he disculpado con Karin por utilizarla y por intentar hacerle creer que esa familia era nuestro objetivo. Ahora voy a casarme con Juulia y no hay vuelta atrás. Lo hago porque con ella no escondo que la unión me parece conveniente. Me gusta mucho esa mujer, puedo desearla enfrente de cualquiera sin consecuencias. Sé qué estoy eligiendo. Y no tengo idea de cómo demostrarle a Katarina que lo siento muchísimo.
Al llegar a una parte del sendero cubierto por troncos caídos, el lobo encontró su madriguera. Los lobeznos retozaban en la nieve, aunque con la llegada de su padre, detenían los juegos para introducirse en un agujero oscuro y confortable. La hembra, una loba de mayor estatura que el macho, de pelaje blanco y que se notaba de temperamento fuerte, revisó a Maurizio con interés. Ella no se acercó, pero advertía con su gesto que no toleraría un paso extra. El lobo se colocó junto a ella y pareció expresar un "vuelve a casa" como consejo. Nevó un poco más fuerte y la niebla hizo que ambas partes se perdieran de vista.
Al llegar las cuatro de la tarde y con ello, la oscuridad de la noche prematura, el partido Safin-Nabaldian concluía. Carlota Liukin agitaba una banderita del equipo ruso, aunque alguna patinadora le aconsejara que la guardara para no ofender al personal.
-"Los rusos no son bienvenidos aquí" - le dijo algún empleado con cortesía y ella, en lugar de hacer caso, la colocó sobre la mesa. Katrina se reía porque también se le había ocurrido hacer lo mismo.
-Davay, Marat! - gritó la joven Liukin mientras se desarrollaba algo llamado "rally" donde ambos tenistas intercambiaban la pelota sin que ninguno consiguiera anotar. Ambos eran agresivos en el juego, aunque Marat fuera menos frío en sus expresiones. Aquel duelo se terminó cuando Marat decidió cruzar la devolución, pero lo hizo con tanta fuerza, que un trozo de duela quedó marcado del impacto.
-¡Ay, ganó mi Marat! ¡Voy a llamarlo! - externó Carlota con su celular en la mano y aguardó pacientemente a que le dieran una silla al chico. Por alguna razón, Marat ignoraba a cualquiera, pero nunca a la chica Liukin cuando le marcaba.
-¡Marat! Te acabo de ver en televisión, jugaste muy bien! - inició ella.
-"Quiero dormir".
-Ojalá te sirva la almohadilla que encontramos en el aeropuerto.
-"Aquí la tengo".
Marat se fijó en una cámara y mostró el objeto. Carlota sonrió.
-Recuerda que primero pones el agua fría y se va a ir calentando.
-"¿Sufriste viéndome, Carlota?"
-No, no, no... No sufrí, lloré ¿No te duelen las manos?
-"Todavía no".
-¿Cuándo vuelves a jugar?
-"Pasado mañana en el dobles".
-Regresaré a París, ojalá sea a tiempo.
-"¿Cuándo te vas de Helsinki?"
-El miércoles porque va a dejar de nevar.
-"¿Qué día es el Grand Prix Final?"
-Patino el día siete de diciembre.
-"Te veré."
-¿Irás a Japón, Marat?
-"Me refiero a que estaré atento en el canal deportivo."
-Oh, eso.
-"Voy a iniciar el próximo año en un pequeño torneo en Mónaco y adivina quién irá a Venecia a prepararse unas semanas antes."
-¡No es cierto!
-"Nos veremos de nuevo en Navidad, Carlota".
Carlota se contuvo de gritar por la emoción y continuó con la conversación de lo más contenta. Pero cerca, los federativos finlandeses se estaban reuniendo para la tan prometida excursión y Maurizio Leoncavallo no respondía sus mensajes. Katrina se dió cuenta, pero se encogió de hombros.
-Nada se pierde si ese idiota no va.
-¿Qué idiota? - preguntó Carlota sin dejar de atender el teléfono.
-Uno que se fue hace rato. Tal vez se perdió y nadie lo va a extrañar.
La joven Liukin no entendía y continuaba distraída, pero Katrina respiró hondo y se levantó para confirmar el problema. Algunas patinadoras y otros más llegaban a preguntarle si sabía algo.
-No lo ví después de un rato, quizás está en su habitación, búsquenlo - replicó, pero nadie se atrevió a moverse.
-¡Ay, ya voy! ¡Si tanto les interesa su paseo, se podrían ir sin él! - gritó furiosa y subió al primer piso, a tocar la puerta de la habitación diecisiete. Katrina suplicaba porque nadie abriera.
-¡Oye, idiota, te están buscando! ¿Vienes ya? ¿Te dormiste?
Pero luego de la ausente respuesta, intentó de nuevo. Nada. Una tercera vez comenzó a ser molesta y al cuarto intento, Katrina supo que Maurizio no se encontraba allí.
-Bueno, nadie lo va a extrañar - exclamó, pero al volver con Carlota, se encontró con que Irina Astrovskaya y Susanna Pöykio estaban sentadas a la mesa con ella.
-¿Qué pasó con Maurizio, ya viene? - preguntó Carlota.
-Creo que se fue, lo llamé varias veces.
-¿De verdad? ¿No se quedó dormido?
-¿Por qué no le llamas?
-Es que tampoco me contesta y a nadie. Katrina ¿Crees que ande por ahí?
-Ya está oscuro, no creo que vaya lejos.
-¡Hay que buscarlo!
-Carlota, no voy a salir con este frío.
-¡Pero yo sí!
Carlota Liukin tomó su abrigo y un gorro y enseguida le anunció a los federativos lo que planeaba. Pronto, se armaron grupos entre los patinadores y mientras Carlota y Katrina irían al este, los demás caminarían hacia el centro de Helsinki y alguien más dió aviso a la policía. Una vez en la calle, Katrina comenzó a preguntarse qué estaba haciendo y sobretodo, por qué las dos iban solas si no tenían idea del lugar en el que estaban. Ambas preguntaban por Maurizio como podían, pero solo la chica Liukin recibía alguna respuesta.
-Alguien dijo que entró al metro... ¿Vamos?
-¿Estás loca?
-¡Katrina!
-¿Dónde crees que haya ido?
-Lejos.
-No te entiendo.
-Maurizio es un Liukin como yo, así que sólo hay dos opciones: el bar o el bosque.
-¡No voy a ir a helarme con los pinos!
-Si estuviera bebiendo, ya habría aparecido.
Katrina guardó silencio y pensó que aquello tenía sentido si era Carlota quien lo decía. Aunque detestaba al hombre perdido, no iba a abandonar a la otra en su nueva cruzada y luego de ambas consultaran un mapa al interior de una estación, supieron que debían ir a la terminal de Vuosaari y tener suerte. Para Carlota, que siempre detestó el metro, viajar sin certeza era lo único que la mantenía atenta.
-Si le cuento a mi papá todo lo que ha pasado desde París, me va a matar - dijo la joven de pronto.
-¿Por qué?
-Cosas que hice, incluyendo esta.
-El idiota de Maurizio se largó.
-Oye, Katrina, tampoco voy a decirle nada de ti.
-¿Qué tengo de malo?
-Maragaglio tiene una esposa.
Katrina abrió más los ojos y sonrió incómoda, entendiendo en parte lo que Carlota quería decir. Ahora estaban los dos hundidas en sus asientos del vagón, leyendo como podían los nombres de las estaciones y tratando de pensar en qué parte encontrarían a Maurizio Leoncavallo, aunque sólo una de ellas imaginaba cómo llegar.
-No volveré a quejarme del frío en París - susurró Katrina, sin imaginar que al salir del subterráneo, una nevada fuerte la frenaría en definitiva. El paisaje de Vuosaari, con el cielo oscuro y las lámparas del alumbrado público, más parecía la entrada al polo norte que a una zona normal de Helsinki que sólo estaba más cerca del bosque.
-Carlota ¡No voy a salir con este clima odioso! Si Maurizio quiere, que se congele solo... ¡Carlota! ¡Ay, por Dios! ¡Carlota! ¿Dónde estás?
Al mismo tiempo que Katrina entraba en pánico en Vuosaari, Carlota Liukin corría hacia donde lograba entender que se encontraba el sendero boscoso. La taquilla por la hora, estaba cerrada, pero las rejas no eran obstáculo para ella, que todavía podía atravesarlas luego de rezar por no atorarse. Al principio, la chica había tenido la intención de buscar algún guardabosques o usar alguno de los teléfonos rojos de emergencia, pero le pareció más sencillo buscar por sí misma y caminó por la orilla cuando pudo verla. El plan era seguir la línea del agua para volver si las cosas empezaban a complicarse. La nive caía y Carlota se quitaba la nieve de los ojos con frecuencia.
Maurizio Leoncavallo había intentado regresar sin éxito y daba vueltas sobre sus pasos, terminando cerca de la madriguera del lobo una y otra vez. Su ropa estaba helada, pero algo lo mantenía sin claudicar e identificó qué era. No lo admitía, pero era el miedo.
-Si paso la noche, para la mañana seré un cadáver - concluyó e intentó juntar un par de ramas secas y pequeñas para hacerse de una fogata que prolongara su agonía potencial; pero estaban tan congeladas, que no lo consiguió.
-Debería tener pelo, mínimo moriría peleando - ironizó y se sentó sobre una roca, sobresaltándose al huir un crujido.
-¡Ay, qué horrible encontrarme una rana congelada! ¡Tenía que ser aquí! - gritaba Carlota Liukin mientras pateaba la nieve y tropezaba sin caerse. Ni un solo copo le caía encima, aunque nadie lo notaría ni en esa circunstancia.
-¿Maurizio? ¿Es un indigente o eres tú? - preguntó al encontrarse a una figura masculina con la cabeza baja.
-Llevo un rato aquí.
-¡Mauri! ¡Te busqué por la ciudad, tomé el metro por ti!
-¿Tú qué?
-¿Estás bien? ¡Toma de mi té, traje un termo por si tenía que caminar toda la noche!
Carlota abrazó a Maurizio y enseguida le dió de beber. La nieve de los guantes de él, se derritió al instante.
-¿Tienes frío?
-Algo... Carlota ¿Viniste sola?
- Si te refieres a Katrina, yo la dejé en la estación del metro.
-Más ¿Tú qué?
-Es que cae mucha nieve y a ella no le gusta y no me quise esperar.
-¿Cómo llegaste aquí?
-Atravesé una reja y me fui por el agua.
-¡Hay lobos cerca!
-¡Y a mí me aterró una mugrosa rana muerta y eso estoy soportando para llevarte a casa! ¡Te buscamos todos!
-¿Traes teléfono? Porque olvidé el mío.
-Sí, quizás contesten, agárralo.
-Muy bien... No hay señal.
-Es una broma.
-Es en serio.
-¡Trae acá, Maurizio! ¡Tienes que moverte! Aquí hay un poquito de señal y si voy para...
La gran loba salió de su refugio y enseguida gruñió en advertencia, pero Carlota Liukin no se intimidó.
-¡Tú cállate!
-¡Carlota, le estás gritando a un animal salvaje!
-¡Por mí que se aviente! Ni que no supiera qué hacer con ella, estoy buscando cómo llamar y no me interesa que lo quiera impedir.
Y entonces, la joven se dirigió a la loba:
-¡Métete a tu casa calientita y déjame en paz! ¡Nos iremos en cuánto me contesten y te aviso que soy Carlota Liukin en estado enojada!
-No deberías pelearte con animales - recordó Maurizio, pero la loba y Carlota se miraron mutuamente y comenzaron a regañarlo: una por tener que encontrarlo y la otra porque no se había ido de ahí. Una gritaba y la otra ladraba.
-¿Me dejan morir en paz? - pidió Maurizio.
-¡Ya te dijimos que no! - declaró Carlota, quien terminó en el piso junto a la loba, frotándose mutuamente.
-¿Ahora son amigas?
-Nos enfadamos contigo, así que ahora nos caemos bien.
Maurizio se quedó de pie, mirando al horizonte. No sabía que día era, pero el cielo comenzaba a colorearse de verde.
-Al menos hay algo bueno qué ver - susurró.
-Yo quería ir al paseo con un trineo y chocolate - lamentó Carlota.
-Pero no negarás que es hermoso.
Carlota imaginó entonces que la aurora boreal se coloreaba y formaba figuras y deseó con todas sus fuerzas que se volviera azul; pero en lugar de ellos, la aurora se volvió más luminosa que de costumbre y un bello color dorado alumbró todo Helsinki. La chica, boquiabierta, se levantó y de la alegría, tomó a la loba de las patas delanteras y comenzó a saltar y celebrar con ella.
Maurizio Leoncavallo, en cambio, respiró honda, comenzó a reírse por la absurda imprudencia de Carlota Liukin y miró al cielo para olvidarse de sus problemas por un instante. La nieve cesó su caída.

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