Venecia, Italia. Martes, 8 de noviembre de 1977
La llovizna había dejado charcos brillantes en las calles de Dorsoduro, y el aire traía un olor a sal mezclado con el dulzor de las castañas asadas cuando Maurizio Leoncavallo, "Maragaglio", caminaba con las manos hundidas en su chaqueta de cuero, los lentes empañados y el corazón todavía latiéndole fuerte por la estupidez del día anterior. Tenía dieciocho años y había intentado impresionar a Anna Berton robando un gelato de "Il dolce d’oro", corriendo como si fuera un héroe de película barata. Anna lo había alcanzado, lo llamó "cretino" y lo dejó ir, pero la vergüenza lo había traído de vuelta. No sabía bien por qué regresaba, pero ahí estaba, empujando la puerta del local con un tintineo suave de la campana.
Adentro, el calor lo recibió como un abrazo y el aroma a vainilla y chocolate flotaba en el aire. El lugar estaba tranquilo: un par de ancianos jugaban cartas en una esquina y detrás del mostrador, una chica joven removía crema en un cuenco con una cucharita de madera. Susanna Berton, un año menor que él, tenía el cabello recogido en una trenza floja, mechones sueltos cayéndole sobre las mejillas y un delantal blanco que le colgaba como una sábana sobre su figura delgada. Sus ojos verdes brillaban con una dulzura tímida, y cuando levantó la vista hacia él, una sonrisa pequeña pero cálida se dibujó en su rostro.
-Buongiorno ¿En qué puedo ayudarte?
Maurizio se detuvo en seco, ajustándose los lentes para verla mejor. No era Anna, con su energía cortante y su lengua afilada. Esta chica era diferente: más suave, más accesible. No sabía quién era él, ni parecía esperarlo. Eso lo descolocó, pero también lo alivió.
-Eh… Ciao. Quiero un café y algo dulce, si tienes.
Ella asintió, limpiándose las manos en el delantal con un gesto rápido y encantador.
-¡Claro! El café está recién hecho y tenemos gelato de vainilla casi listo. O hay pastel de chocolate si prefieres ¿Qué te gustaría?
Sus ojos se iluminaron mientras hablaba, como si recomendar postres fuera lo más emocionante del día y Maurizio la miró, sorprendido por su entusiasmo. Había esperado un regaño, o al menos una mirada desconfiada, pero Susanna no parecía tener idea de quién era. Anna debía haberle mencionado "un zoquete molestando", pero no lo había relacionado con él. Eso le dio una oportunidad que no esperaba.
-No sé mucho de pasteles, pero este está perfecto.
Susanna se sonrojó, bajando la vista un instante antes de volver a mirarlo.
-¿Siempre eres así de amable con los desconocidos? - preguntó, inclinándose un poco hacia ella, intrigado. Susanna rió con un sonido suave y se encogió de hombros.
-Supongo. No me gusta pelear. Anna dice que ayer vino un zoquete a molestar, pero no lo vi. Si hubieras sido tú, te habría dado un gelato gratis para que no te fueras enojado.
Él tragó saliva, agradeciendo que no lo reconociera como el "zoquete", pero ella no lo sabía, y eso lo hacía sentir extrañamente aliviado.
Maurizio dudó. No quería hablar de su abuelo, de las noches huyendo de casa o de sus amigas especiales. En cambio, se ajustó los lentes y dijo lo primero que se le ocurrió.
El señor Berton gruñó, lanzó una mirada desconfiada a Maurizio y subió de nuevo, murmurando algo. Susanna volvió a la mesa, sus mejillas rosadas.
-No le hagas caso. Es gruñón, pero no muerde... Bueno, casi nunca - comentó la joven.
-Lo haré - respondió él, poniéndose la chaqueta - Traeré más liras, como pediste.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario