lunes, 2 de enero de 2012

El talento (Las luces de la fiesta)


Homenaje a Ratatouille (Brad Bird y Jan Pinkava, 2007)

Anton y David jugaban con unas canicas cuando Elliot Cohen se detuvo ante ellos. El investigador lucía impaciente y prometió 10€ a cada uno si le ayudaban encontrar al chico que en Raisa le había arrebatado su maletín y su billetera.

-Es un chico como ustedes. Iba en bicicleta y es de apellido Kotvun.
-Acompáñenos, ya sabemos dónde encontrarlo.

A pie, los tres arribaron al mercado de pescado y deambularon por los pasillos; Anton llegó al local del señor Ponarina y compró caracoles aprovechando que pasaba, pero Cohen le reprochó que perdía el tiempo.

-Eso me saco por no querer que se despida con hambre - protestó el infante.

Desde el regreso de Jamal, el chico Maizuradze era insufrible. Su mal talante le había provocado un par de malentendidos con el joven Weymouth con quién coincidió en medio de su encargo. La indiscreta actitud de Eva con el mozalbete era algo más que a Evan molestaba, pero no tenía tiempo de continuar la pelea.

-Se nota que es tu amigo - comentó Elliot.
-Luego se va a disculpar conmigo... Mejor dedíquese a lo suyo, Kovtun siempre pasa por aquí y no tarda.

Pero el citado no cumplió su rutina y Cohen perdió la hora. Desalentado, el hombre optó por separarse de los niños y dirigirse al Oksana Savoie pero una sorpresa en el barrio ruso lo aguardaba: Era siete de enero, celebración de la Navidad ortodoxa.

-¡Demonios! ¿¡Tenían que cerrar las calles!?

Y el metro tampoco funcionaba.

-No recuperaré mis documentos y mi .... la Universidad me va a despedir...
-¿Porqué no revisa en los botes de basura?

El hombre giró a su izquierda. Judy Becaud se dirigía a Pushkin cuando oyó la queja y confiando en su experiencia buscando objetos, posó la mirada en un contenedor, encontrando lo que seguramente el desconocido anhelaba.

-Creo que es mío.
-Ojalá. Con permiso.

Revisando, Elliot supo que ningún documento le faltaba y que su cartera estaba colocada al interior de un compartimento. Contó el dinero, reordenó sus lápices y cerró el maletín. Apresurando el paso, alcanzó a Judy y le agradeció.

-No fue nada.
-Acaba de salvar un año de trabajo. Esto es arqueología pura.
-¡Me alegra mucho más! ¿Qué se encuentra estudiando?
-Un barco.
-Suena emocionante.
-En realidad ha sido decepcionante. No hemos encontrado material de interés más que un diario que terminé de leer y unas doscientas obras de Rodin y un muy joven Picasso.
-¿Me toma el pelo?
-Soy un científico que no debió decirle lo último.
-Haré como que jamás me lo dijo. Soy muy confiable si me cuentan secretos.
-Eso espero sinceramente, este asunto aún es confidencial.
-Con mayor razón guardaré silencio. Prometido.
-Elliot.
-Judy.

Elliot la atisbó con desconfianza pero como el imprudente había sido él, no le quedó más que suponer que ella no comentaría cosa alguna en un caso hipotético.

-¿Puedo preguntar qué hace con esas cosas?
-Oh, es solo harina, azúcar pulverizada y caramelo. Se ve aparatoso porque traigo una batidora, rodillo, moldes de repostería y adornos.
-¿Competirá en el torneo de cocina?
-Me inscribí en noviembre.
-Esos rusos son curiosos.
-Y exigentes, pero ganaré.
-Qué confiada.
-Sé que soy la mejor haciendo pastelillos.

Cohen se percató de la irónica carencia de arrogancia en la señora Becaud. Inclusive, notó que ni siquiera buscaba ganar dinero sino entrar a la tienda Totmianina por un libro con cubierta de cuero que, por el precio, no podía adquirir y en caso de vencer, lo conseguiría gratis. Por la descripción que Judy hacía del objeto, él comenzó a hacer conjeturas, pero las mesas y los hornos en Pushkin estaban dispuestos para cincuenta competidores y ella debió tomar un sitio.

-Buena suerte.
-Gracias, señor ¿Se queda?
-Me encantaría pero el trabajo es importante.
-Es prioridad ciertamente. Buen día.

No tardo mucho Elliot en percatarse de que los espectadores no le dejarían pasar y entre la parafernalia que repartían, se encontraba el cartel del certamen. De acuerdo a la propaganda, desde 1930, ninguna persona "no - rusa" - a excepción de Ricardo Liukin - había ganado. Motivado por ver que sucedería (más por una curiosidad histórica que por otra cosa) comenzó a realizar apuntes. Los asistentes le decían que a veces se producían enfrentamientos.

-Las chicas suelen jalarse el cabello - era la aseveración más frecuente, pero se notaba que Judy se concentraba únicamente en el sobre que un jurado colocaba sobre su espacio. Eran las recetas que debían hornearse y entregarse en cuatro horas. En la plaza, se decía que cincuenta cocineros, entre profesionales y estudiantes se daban cita. Por todos era conocido que ese concurso era también una bolsa de trabajo.

Cuando sonó un silbato, la exhibición de ollas reinó el panorama. Mientras los concursantes sufrían, Judy con toda naturalidad tomaba ingredientes tan atípicos de los panqués como curry o lavanda, los vaciaba en moldes junto con los aditamentos que llevaba en el bolso y mantequilla y leche; elaboraba ganache de chocolate y su minuciosa tarea de diseñar los adornos de caramelo también era visto con cierta reserva por los evaluadores. La señora Becaud solía cautivar a los críticos y no siempre significó que ganara las batallas:

Con el impresionante don de mejorar cualquier receta que le pusieran o reinventar lo que fuera, Judy logró que la contrataran en una panadería de su natal París cuando era más joven y sus bizcochos rellenos hacían las delicias de los que atravesaban la concurrida avenida Rivolí; todo lo hacía por aprender a trabajar y por involucrarse en cada aspecto del negocio, pero el dueño acabó despidiéndola cuando descubrió que solo la repostería de su empleada era la que se vendía. Después, la corrieron de un bistro cuando opacó a la dueña, que junto a su familia, eran propietarios por herencia del local, fundado según una placa, poco después de la Revolución (Judy nunca creyó en esa anécdota).

Pero el tercer golpe, cortesía del prestigioso Instituto Gastronómico de Francia, santuario de la investigación y de los chefs más renombrados de su país, era una derrota que el tiempo le hizo asumir como un importante mérito personal. Después de pasar pruebas como degustación, cata de vinos y preparación, los sorprendidos sinodales la seleccionaron y al concluir del semestre la terminaron expulsando. La chica era tan excelsa, que involuntariamente había dejado a sus compañeros de clase y profesores de lado en una feria en la que el exigente crítico Jéremy Doré se presentó. El hombre habló del desastre que representaba la nueva generación de cocineros galos y de lo mal instruidos que estaban sus docentes, pero comentó maravillas de Judy, lo que ocasionó que en una junta privada, le pidieran a la joven que no volviera al colegio. Aquel día regresó llorando con su madre y buscó otra carrera, pero nunca dejo de apasionarse por los alimentos, cosa que sirvió cuando Jean Becaud estableció su café poco después de casarse.

-Creo que no debo poner menta ¿Qué tal si preparo una crema de pistaches? - pensaba Judy en voz alta. Admirarla trabajar era hipnotizante y Elliot permaneció sin poder moverse, aún al escucharse un "te amo" proveniente del hombre de al lado.

-Buenas tardes Becaud.
-Lo mismo, Cohen ¿Qué te trae por aquí?
-No me escapé a tiempo ¿A ti?
-Mi esposa. La editorial me liberó para venir a alentarla.
-¿Quién es?
-La chica de ojos verdes.
-La acabo de conocer.
-¿En serio?
-Encontró mi maletín.

Judy pronto se percató de que terminaría antes de lo programado así que decidió dar un extra:

Puso en acción la batidora, la estufa y elaboró cupcakes, mismos a los que decoró con banderas y les dibujó arcos de triunfo y torres Eiffel. Su calma seguía intacta y pacientemente esperó a que le calificaran. Le habían dicho que había un crítico sorpresa, un cuarto personaje que afilaba el paladar. Por la voz no lo reconoció, pero sí por los juicios:

-"La mediocridad es deliciosa al lado de este cupcake" "¿Qué prefiere? ¿Ser mesero de comida rápida o garrotero? La infamia le espera saliendo de la escuela".

Judy cerró los ojos. Era la que seguía.

-Veamos, tenemos un paisaje de flores en donde se supone hay un pan de lavanda, una cosa verde y un .. Ganache.

Jérémy Doré probó cada una de las variedades y guardó silencio. Después se enfocó en los abanderados panecillos. Soltó una risa.

-He saboreado esto antes, no creí que mejoraría.. Qué grato placer has horneado, mujer. Sigues recordándome a mi madre, la mejor cocinera que tuve el honor de conocer. No sé que haces aquí. Confiaba en que harías carrera y pondrías en su lugar a todos los fracasados que ahora reinan en Francia.
-Me decidí por estudiar historia.
-¿Qué te hizo cambiar?
-Nunca debí poner un pie en el instituto y usted jamás debió escribir que yo era perfecta.
-¿Por eso te anotaste en este concurso tan malo?
-Aquí puedo hacer mis recetas.
-Cualquiera puede cocinar.*
-Pero no como yo.
-¿Dónde voy a sorprenderme con tus creaciones?
-Pregunte por Le jours tristes.
-Te juzgaré rigurosamente allá, pero aquí soy claro: Felicidades, Judy.

Doré besó la mano de la joven y antes de despedirse señaló:

-Aún tengo el artículo con lo que opiné sobre ti y estoy seguro de que no cambiará. Cuando creí que nada podría sorprenderme y que todo me lo habían dado, saber de ti me hizo saber que los descubrimientos se terminaron. Jamás habrá algo tan perfecto como tu sazón y desde ahora sé que es una tragedia. Eres la última de tu especie. La cocina estará de luto en cuánto te vayas y al menos podré volver a mi oficina y reiterar mis ideas para irritación de los que tratan de impresionarme. Adiós, madame.

Doré continuó con su trabajo. Judy sólo atinó a mirar a los demás. Sus pómulos estaban encendidos e inadvertidamente, comenzó a reír.

*Diálogo de la cinta "Ratatouille" perteneciente al personaje de Gusteau.

1 comentario:

  1. Ingrid,
    La cinta de Ratatouille es una pelicula que me sigue cautivando, me hace imaginar todo el entorno de París en relación a la Cocina.
    Hermoso post!

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