lunes, 21 de mayo de 2018

Gwendal, debes saber esto (Gwendal, te amo. Tercera parte)


París.

La noticia sobre Carlota y su victoria en la Murano Cup fue ampliamente difundida en Francia. No había canal que no le dedicara unos minutos ni presentadores de televisión que no le halagaran. Al contrario de lo que el lector podría pensar, el general Andrew Bessette no se hallaba detrás de esta publicidad. No es de extrañar que los franceses amasen tanto a Carlota Liukin que necesitaran verla con frecuencia y se preguntaran a menudo a dónde había ido. En París, su presencia hacía tanta falta que Montparnasse e Ilê de la cité eran deprimentes barrios sin ningún color.

-Yo también la extraño - admitió Judy Becaud desde la barra de su bistro mientras peleaba por no caer rendida de sueño. Tenía poco más de trece semanas de embarazo y su vientre comenzaba a notarse debajo de sus vestidos azul pálido.

-Pero vendrá en noviembre y ya compré mis boletos - le replicó Anton Maizuradze, presumiendo.
-Tamara me invitó, no sé si podré ir.
-Anda con el bostezo.
-La doctora me dijo que es normal.
-Si quieres te ayudo con el servicio.
-Gracias, Anton, pero estaré bien. Ve con tus amigos, les hice pescado.
-¿El frito con almendras?
-Le diré a Cumber que te lo lleve.
-¡Gracias Judy!

La mujer sonrió y bostezó de nueva cuenta antes de ver entrar a varios clientes y contemplar a Gwendal Liukin - Mériguet entre ellos. Era la primera vez que lo veía solo desde que se había enterado de su relación con Viktorya Maizuradze e intrigada, se aproximó a él luego de ordenar la comida de Anton.

-¡Judy! Bonsoir ¿cómo estás?
-Bien, trabajo ¿y tú?
-Toma asiento, por favor.
-Merci... No me has dicho nada.
-Disculpa ... Estoy bien, también trabajo.
-¿En qué?
-En un evento de snowboard en Charmonix; mi socio reporta que avanza rápido.
-Todo lo haces por computadora, lo había olvidado.
-Viva internet.
-¿Gustas ordenar algo? El formule trae minestrone, pescado con almendras y copa de uvas verdes con chantilly.
-¿Puedo tomar el postre? Comí en casa con mi novia.

Judy respiró hondo y llamó a un mesero para pedirle, además de la copa, un vaso grande con agua. Su sonrisa se había borrado.

-¿Cómo está Jean? - siguió Gwendal - Supe que lo contrataron en Le parisien.
-¿Quién te dijo?
-Él cuando lo encontré en la calle ¿no te contó, Judy?
-Tal vez no presté atención.
-Ayer compré ese diario por primera vez en mi vida.
-Seguimos fieles con Le monde en esta familia.
-Creí que coleccionabas la obra de tu marido.
-Me regala los manuscritos originales.
-Eso tiene mucho valor.
-Y ahorro una fortuna en papel.

El mesero volvió con la orden de Judy para alivio de ésta.

-Me da pena usar mi cuchara ¡qué linda copa, Judy!
-Gracias, Gwendal.
-Reconocería cualquier cosa que tú hicieras... Apuesto a que colocaste cada uva con palillos.
-Acomodarlas me tomó tres horas pero dejé macerar las uvas una semana con licor de menta.
-La crema también es de tus recetas.
-¿Qué dices?
-La comí tantas veces en Tell no Tales que me sé su sabor a mantequilla.

La señora Becaud sentía sus mejillas encenderse y sostuvo los dedos de Gwendal entre los suyos espontáneamente.

-Tengo novia.
-Lo sé.
-El teniente Maizuradze me mataría si se entera.
-Gwendal, perdón por el ladrillazo.
-¿Todavía te acuerdas?
-Me volví temporalmente loca.
-Judy...
-Aun no te perdono por lo de Daria.

Gwendal pasó saliva y soltó a Judy.

-Era mi novia - prosiguió él.
-Me ilusioné como una tonta.
-Lo siento.
-¿Por qué hiciste eso?
-¿Hacer qué?
-Acostarte con ella luego de nuestra cita.
-No lo sé.
-¡Gwendal!
-Honestamente, no creí que podrías dejar a Jean.
-Ahora sabemos que lo correcto es que siempre me quede con él.

Gwendal se sintió un poco apenado y puso su rostro más serio.

-Pero ya pasó, tú estás con Viktorya - prosiguió ella.
-Vivimos juntos.
-Supe que es gimnasta.
-Entrena ocho horas.
-¿Es buena?
-Tiene más medallas de las que puedo contar.
-¿Estás enamorado, Gwendal?
-Tal vez.

A Judy no le gustaba la respuesta.

-Es una chica muy agradable - continuó él.
-¿Cómo la conociste?
-En Hammersmith, buscando café en el aeropuerto.
-Tienen poco tiempo, creo.
-Cuatro meses.
-¿No es pronto para que compartan una casa?
-Lo acordamos desde el inicio. Nos necesitamos, parece.

Gwendal sonaba vacilante y Judy lo miraba con la certeza de que había decidido visitarla por curiosidad.

-Me alegro por ti, Viktorya es muy linda.
-Gracias.
-¿Ahora te atas el cabello, Gwendal?
-Por ti, lo desato.
-¡No! Jajajajajaja.
-Te gusta más así.

La señora Becaud se quedó sin habla mientras los rizos de Gwendal se acomodaban y algunos descansaban sobre sus hombros.

-¿Ves? Te agrado más.
-No es cierto, Gwendal.
-Siempre jugaste con mi cabeza.
-Tú sabes que nunca pasó.
-Pero habrías querido.
-Pareces un leoncito.
-Mis admiradoras dicen lo mismo.
-No seas arrogante.
-Te hice reír.
-Gwendal, no te sientas especial.
-¿Por qué no?
-Anton también me alegra el día.
-No es lo mismo.
-Pero es más lindo que tú.

Judy no se sentía en control de la situación por breves segundos. No decidía entre levantarse y dejar a Gwendal o permanecer allí, sin decir gran cosa. Sabía que él se percataba de ese dilema.

-Extrañaba charlar contigo - confesó él.
-Qué bien...
-¿Viste a Carlota?
-¿Qué?
-A Carlota, patinando.
-¡En su competencia! Me alegró que ganara.
-¿Conoces a su coach? Creo haberlo visto en algún lado.
-Fue el que tiró a la Fusar Poli.
-¡Oh, de ahí! Jajajaja, nadie ha olvidado eso.
-No te burles, Gwendal.
-Es que no lo conozco.
-Tamara ha de saber más.
-Mejor paso.
-¿Sucede algo?

Desconcertada primero porque Gwendal cambiara el tono de la conversación y luego por su visible irritación si le mencionaban a Tamara, Judy eligió retomar la conversación con la joven Liukin de excusa.

-Pero Carlota se ve contenta y es lo que importa.
-Haguenauer hizo los programas, Judy.
-¿De verdad?
-La vi entrenar antes de mudarse.
-Quien pudiera ir a Venecia.
-Podemos visitarla en Navidad.
-No podré viajar en esas fechas.
-Un poco antes, entonces.
-No creo que Jean quiera.
-Vamos tú y yo.
-Gwendal, no aceptaré eso.
-¿Por qué no? Tomamos el tren, nos quedamos un día por allá y volvemos.
-¿Sin Viktorya ni Jean?... Olvídalo.

Judy se incorporó con molestia y se apresuró a refugiarse delante de la estufa para recordar que Gwendal era un cretino. Cumber la esperaba con los brazos cruzados.

-Usted terminó con ese idiota.
-Cumber, déjame sola un momento.
-Le recuerdo que Viktorya es mi hermana.

La señora Becaud miró a Cumber con tristeza.

-Lo siento ¡no se repetirá! - aseguró ella.
-Dios santo, va a llorar.
-Es que no esperaba verlo.
-Si tanto le gustaba ese idiota, se hubiera ido con él.
-No puedo confiar en Gwendal.
-¡Entonces, aléjese!
-Cada que lo intento, él se vuelve a acercar.
-Siéntese, señora.
-¿Qué?
-Gwendal es el novio de mi hermana.
-Ya entendí.
-¡Entonces se queda en la silla y si se vuelve a acercar a ese imbécil, me la paga!
-Me espantas.
-La verdad espanta, señora.

Cumber estaba tan molesto que se aproximó a Gwendal enseguida con mal talente. Judy se quedó a espiar desde su silla.

-Hola, Cumber.
-Gwendal, lo pondré así: Eres un imbécil y más te vale no aparecerte por aquí mientras estés con Viktorya. A diferencia del señor Becaud o de mi padre, yo te reviento los sesos... Algo más: Engañas a mi hermana y te juro que sudas sangre antes de que te saque los malditos sesos. Lárgate.
-Por fin ¿reventar o sacar?
-Ambas.
-De acuerdo, me voy. Sólo quiero la cuenta.
-Cortesía de la casa.

Gwendal reconocía cuando una pelea iba en serio y Cumber no jugaba a pesar de no ser particularmente amenazante. Amy, David y Anton permanecían a la distancia, suponiendo que tal encuentro no acababa peor porque estaban presentes. A Cumber no le gustaba enfrentarse a golpes con niños viendo.

Los siguientes días fueron fríos y Judy Becaud realizaba sus compras en el mercado de aves y carnes de la ciudad mientras pensaba seriamente en Gwendal. Aunque no quería, la tentación del "hubiera" la tenía invadida y una mañana, al tomar el metro rumbo a casa, tomó una decisión que se arrepentía de no hacer antes.

Recordando como llegar a la Rue de Solferino, la señora Becaud sorteó una lluvia muy fuerte que la dejó con apariencia de fuente al cabo de unos minutos. Le preocupaba enfermar o tener un accidente porque sus zapatos volvían a jugarle una mala pasada y sentía resbalar mientras corría pero se mantuvo en pie, al menos hasta llegar a la reja siempre abierta de la casa de Viktorya Maizuradze, que acababa de irse sin una razón especial. Judy batalló para despegar sus rodillas del piso y atravesó la entrada hasta una puerta pequeña y cerrada a la que llamó sin saber qué esperar. Sus pies se llenaban del pasto del jardín.

-¿Judy? - se sorprendió Gwendal al abrir.
-Hola, perdón por venir así.
-¿Por qué no llamaste?
-No tengo un teléfono.
-Es cierto... Pasa, no te quedes ahí.
-¡No!
-Te resfriarás.
-Gwendal, he venido a decirte que...
-¿Cómo encontraste esta casa?
-Le pregunté a Anton.
-Disculpa la pregunta.
-Está bien.
-¿Estás segura de que no deseas entrar?
-¡Quiero ir a Venecia contigo!
-¿A dónde?
-¡A Venecia, a Roma, a donde quieras!
-Judy, ven a abrigarte.
-¡Claro! ¡Te he traído un emparedado!

Judy entró en la casa y luego de atravesar el fregadero y la diminuta cocina, apretó a Gwendal con dulzura. Este correspondió besando su mejilla.

-Judy - suspiró él.
-¡Vámonos ahora porque empiezo a arrepentirme y no quiero!
-No puedo, tú tampoco - respondió él, mirándole el vientre.
-¡No me importa! Perderé mi casa en el divorcio de todas formas y yo sé que Cumber y Jean se harán cargo del bistro.
-Yo creo que te estás apresurando.
-¿No hablabas en serio cuando dijiste que iríamos a Venecia?

Gwendal pasó saliva y tomó la mano de ella.

-¿Nunca volveríamos?
-Jamás - declaró Judy en medio de un remordimiento.
-Vika me importa.
-Bien, no te preocupes, me marcho.
-Vámonos.
-¿No estás jugando?
-Tal vez alcancemos un tren directo.
-Estoy empapada.
-Conseguiremos un vestido. Puedes ponerte mi ropa.
-Gracias.
-Se arruinó tu canasta.
-El sándwich ahora es un asco.
-Conseguiremos el desayuno en el tren.

Judy sonrió y corrió a cambiarse mientras él comenzó a realizar algunas llamadas para hallar un hospedaje y tomó su computadora para poder trabajar en Venecia lo más pronto posible. También revisó el bolso de Judy, topándose con que ella había meditado mucho porque su pasaporte estaba protegido por su cartera y también llevaba dinero.

-¿Estás lista?
-Tu camisa me queda grande y tu suéter parece un batón.
-Te ves linda.
-¿Qué crees que piense Viktoriya?
-¿Qué crees que piense Jean?
-Me retractaré si no nos marchamos ahora.
-No volveré a dejarte ir.

Gwendal estrechó a Judy y besó sus labios coral por primera vez, conmoviendo a esta y sujetando su mano para hacerla sentir segura. Judy lo siguió de inmediato, olvidando la evidencia en la casa y abordando un taxi rumbo a Gare de Lyon. El tren directo a Venecia salió con ambos a las ocho de la mañana.

La tardanza de Judy no ocupó a nadie hasta las diez, cuando Cumber se vio obligado a abrir la puerta del bistro y notar que los ingredientes del menú estaban incompletos. Llamó a Judy Becaud por el edificio y preguntó en la Rue de Poinsettia si alguien la había visto. Tentado de llamar a Jean Becaud y preguntar, Cumber optó por recorrer algunos centros gastronómicos cercanos en París sin resultados y cuando creyó que sucedía algo grave, dio con la respuesta de un vendedor de pollo en el mercado de aves, indicándole que la señora Becaud se había presentado a las siete de la mañana y en lugar de llevarse una mercancía encargada, había comprado un sándwich y se había ido a toda prisa corriendo en la lluvia.

-¿Pasó algo más mientras estaba aquí? - inquirió Cumber.
-Se veía nerviosa, supongo que por el bebé.
-¿No traía un paraguas?
-Lo dejó aquí ¿le ha ocurrido algo?
-A lo mejor fue al médico.
-Oye ¿van a querer el pollo?
-¿Podría apartarlo para mañana?
-Como quieran.

Cumber se hallaba confundido y en su cabeza no había algún recuerdo que resaltara por su rareza. Quiso seguir buscando e incluso tenía esperanza de que ella volviera a casa pero la llamada de Vika le aclaró las cosas.

-Cálmate, no puedo hablar con una histérica.... ¿Cómo que Gwendal se fue? Gobiérnate... ¿Encontraste qué? ¿un sándwich?.... ¿Vestido de flores naranjas y ballerinas? ¿En el piso?... ¿El imbécil se llevó la computadora? ¿Su amigo te preguntó por ...? ¿Hospedaje en Venecia? ¿No encuentra lugar?... Voy a verte... ¿Cómo que fuiste al bistro? No hemos abierto ¿creíste que ese idiota nos había ido a visitar?

Cuando el chico oyó "es que el vestido tiene bordado "Judy" en la etiqueta", lo único que ideó fue reunirse con Viktorya en Gare de Lyon y pedirle que llevara los papeles que le ocultaba a Gwendal mientras buscaba el momento oportuno de mostrárselos.  Ni Judy ni Gwendal iban a reírse de los Maizuradze.

Más tarde, Judy Becaud disfrutaba las vistas de Italia y se preguntaba por qué a Gwendal le gustaban los trenes rápidos. Quizás por ese encanto de primera clase que ella apenas conocía. En la boutique del vagón siete, ambos habían encontrado un lindo vestido rojo de botones al frente y cuello de muñeca junto a un sombrero que ella lució enseguida mientras él le contaba sus planes: Dar un paseo en góndola, visitar la Piazza di San Marco, comer algunos bocadillos en el Caffè Florian y pasar la noche en el hotel Canada Venezia junto al Ponte di Rialto. Luego habría tiempo de buscar a Ricardo Liukin y de rentar algún lugar pequeño para empezar a establecerse. Todo parecía más fácil que en un sueño y con Gwendal se antojaba tan real que la señora Becaud olvidó su gran culpa por un momento y al dar las trece horas, descendió ilusionada con lo que seguiría. La estación de Santa Lucia estaba llena de turistas que iban y venían, de columnas doradas y el techo pintado a mano. Al salir, el Canale di Cannaregio la dejó sin habla y caminar hacia la derecha en búsqueda de un gondolero amable prácticamente la hacía llorar. A donde volteara, Venecia parecía un cuadro en el que la gente se había metido a vivir y se preguntó si los Liukin habían sentido lo mismo. Cuando su góndola zarpó rumbo al Gran Canale, comenzó a oír canciones populares y sentir el romance en todo su esplendor. Gwendal, no obstante, prefería observarla a ella y decirle cosas como "ahí es Ghetto Vecchio" o "creo que ese es un Palazzo" aunque lo ignorara. Estaban tan distraídos que no repararon en que Carlota, Tamara, Haguenauer y algunas personas más pasaban junto a ellos a la altura de San Geremia con dirección a la estación del ferrocarril. Tampoco se dieron cuenta de que Adrien Liukin parecía reconocerlos desde Calle Priuli Ai Cavaletti. El ensueño era tan grande, que nada podía impedirles disfrutar su primer día juntos.

Pasaron dos horas y otro tren veloz, proveniente de París y que había hecho escala en Turín arribó al hangar de Santa Lucia. De él saltaron Vika y Cumber abruptamente y corrieron rumbo a la calle, no sin evitar que Carlota Liukin advirtiera de ellos y no resistiera el querer saludarlos.

-¡Vika! ¿Cómo has estado?
-Bien ¿estás llorando?
-Es un día difícil.
-También el mío.
-Trajiste a tu hermano.
-¿No viste pasar a Gwendal?
-¿Gwendal vino a Venecia?
-¿No has sabido nada?
-Él no sabe que vivo aquí.
-Tu amiga Judy le dijo y al parecer vinieron juntos.

Tamara Didier, que escuchaba atenta, se abstuvo de mencionar cualquier cosa y pensó "¿Judy con Gwendal?" sin intentar imaginarse algo. Bastaban la desesperación de Vika y el mal talante de su hermano para creer a ciegas de qué se trataba aquello y deseó que la señora Becaud no fuese capaz.

-Nos hospedamos en el hotel Florida, si necesitas quedarte en un lugar - prosiguió Carlota.
-Sé que Gwendal los buscará - afirmó Viktorya.
-Puedes quedarte a esperarlo ahí.
-Me urge encontrarlo ¿crees que haya ido a otro hotel?
-Tal vez haya ido a San Marco, es el primer lugar a donde todos queremos ir.
-¿De verdad?
-Es en serio, puedes tomar el vaporetto en San Geremia, no está muy lejos.
-¿El qué?
-Un bote.
-¡Vika, olvídalo! Llamé al primo Novak - intervino Cumber - Él nos lleva a donde se nos pegue la gana.
-¿Tienen un primo en la ciudad? - curioseó Carlota sin obtener respuesta. Vika alcanzó a decirle "adiós" y se alejó corriendo junto a su hermano.

Mientras tanto, Judy Becaud y Gwendal Liukin contemplaban San Marco desde la comodidad del interior del Caffe Florian, en una sala de paredes doradas y varios espejos. El bullicio, la cotidianeidad, quedaban afuera, con los turistas que deseaban entrar y por el cargo extra preferían la mesa exterior que era más barata. Por ello, la pareja en fuga disfrutaba su soledad y ella había perdido la cuenta de los besos en los labios, en las mejillas, o en su nariz; las veces que él aspiró su perfume o contemplaba sus manos como si quisiera decirle el futuro. 

-Es muy aburrido.
-Quizás falte algo aquí dentro.
-¿Qué podría ser, Judy?
-Una ventana más grande y una música más alegre.
-Pero podemos hablar.
-He pensado que podríamos abrir un bistro aquí. Mi sopa de tomate sería un éxito.
-Tendríamos una dura competencia.
-Entre tantos bocadillos encontrar alguien que alimente, le encantará a Venecia.
-O podríamos invertir en tus postres.
-¿No te gustó el pastel de queso?
-No supera el tuyo.
-Tampoco la tarta de limón.
-Judy ¿te divorciarás?
-Jean... Jean no me quiere, la decisión me resulta fácil ahora.
-¿Quieres que nos casemos luego?
-Sería hermoso, Gwendal.
-Tendremos familia desde el inicio.
-En veintiséis semanas serás papá.
-Jean querrá ver a los niños.
-Dudo que le interesen. David sigue dándole igual y viven juntos.
-Entonces habrá unos nuevos gemelitos Liukin.
-¿Por qué no nos atrevimos antes?
-Quizás encontramos el lugar perfecto hasta hoy.

Ella sonreía mientras sus nuevas convicciones, poco a poco, comenzaban a ponerla insegura. Al acabarse el postre, lo primero que pensó fue "¿qué le estará dando de comer Jean a David y a Amy"? y en el recibo de luz que a lo mejor habían olvidado o tirado. Gwendal no lo advertía pero ella pronto observó su pulsera con una cruz y pidió que Dios le diera una señal. Ella, que había creído en el amor eterno, en los matrimonios duraderos, en la fidelidad absoluta y la sinceridad frontal, era la misma que había optado por escaparse, por intentar ser feliz con un hombre distinto. Para una religiosa convencida, eso es dar un paso en el que no se sabe si es para retroceder o avanzar. Quizás por ello, cuando la visita al Florian acabó, caminó por el barrio San Marco sin decir nada, acaso sonriendo con el viento que agitaba la melena de Gwendal en las callecitas que iban encontrando y en los canales diminutos que se logran ver apenas porque no hay puentes ni banquetas. El paseo los llevó hasta la gelateria "Il dolce d'oro" mientras esquivaban a una multitud y luego de ver la filmación del frente, se toparon con Tennant en la entrada. En el negocio no habían clientes.

-¡Judy!
-Hola, Tennant. Gustosa de verte ¿cómo has estado? ¿Trabajas aquí?
-Estoy desempleado pero cubro al señor Ricardo en lo que vuelve del tren.
-¿Él siempre está aquí?
-¿Quieres probar su sorbete de fresas?
-Estaría encantada.
-Enseguida... Hola Gwendal.

Que Tennant fuera tan distante con Gwendal tal vez era el signo que Judy esperaba e ingresó en la gelateria con un gesto que delataba su confusión.

-¿Pendientes en casa? - prosiguió Tennant, ya en el mostrador.
-Es que vine por ustedes.
-Ajá ¿rodaja de limón?
-Por favor.
-¿Estuviste turisteando?
-¿Se nota?
-Nunca te había visto con Gwendal.
-Él y yo...
-Se gustan, cualquiera se da cuenta. Dejaste a tu marido y no quieres arrepentirte pero esa pulsera ya te dejó una marca.
-¿Hago bien?
-¿Cómo saberlo?
-Gwendal y yo hemos hecho planes o algo así.
-No sueñes.
-¿Mmh?
-Siéntate y quédate en blanco. Es malo pensar cuando se toma una decisión tan fuerte.
-Ay, Dios. Jean es capaz de alimentar a los niños con cereal.
-Precisamente por eso apaga el cerebro. Te fuiste, no hay vuelta atrás ¿o sí?

Tennant sirvió a la señora Becaud su ración de sorbete y por su experiencia de cantinero, sabía que ella buscaba un pretexto para no regresar y otro más para hacerlo. No esperó mucho para recibir su propia señal.

En el lado opuesto de la calle, Vika y Cumber parecían pelear porque su primo Novak no se hallaba en la ciudad y en su lugar, su prima Viktorette los había despachado sin contemplaciones. Desesperados ambos por no saber donde buscar y por no entender el idioma, se veían así mismos extraviados y deshidratados hasta que Cumber volteó y reconoció a Gwendal fumando en la puerta de "Il dolce d'oro". Para no perder el tiempo, él y su hermana se arrojaron al canal en lugar de correr al puente y el mismo Gwendal les ayudó a salir aunque la reacción de Vika fue la de llorar sin poder decir nada.

-¡Te lo advertí, imbécil! - se lanzó Cumber atacante y un veloz Tennant lo detuvo apenas.

-Si lo vas a matar, que no sea aquí - sentenció Tennant y el otro chico llamó a Judy en el acto.

-¡Señora Judy! ¿No va a darnos la cara? ¡Ya nos tomó por idiotas! ¡Tenga el valor de aceptarlo enfrente de nosotros!

La señora Becaud no tenía ánimos pero se dio valor y se aproximó a Cumber con la cabeza baja.

-Le pedí respeto por mi hermana.
-Cumber no tengo palabras...
-No tiene vergüenza.
-No seas tan duro.
-¿No? ¡Mi hermana esta triste por culpa de ustedes dos, señora!
-Vika, lo siento mucho.
-Le dije que me la iba a pagar.
-Cumber...
-¡Vika! ¿Por qué no hablas con el imbécil de tu novio? A lo mejor estos papeles le dan una lección.

El chico extendió un sobre de plástico a su hermana y esta, con la lengua paralizada, lo sostuvo para luego apartar a Gwendal hacia la esquina. Judy se quedó a la expectativa y Tennant en silencio.

Los ojos de Vika reflejaban, no tristeza, sino temor. Anhelaba expresar que amaba a Gwendal pero el secreto en los papeles era más importante y por las consecuencias, no quería dárselos ¿Él huiría o golpearía su rostro, se derrumbaría o se tiraría al Gran Canale después de una comprensible borrachera? ¿Gritaría o entraría en negación? Él ya tenía cara de pánico con el sobre.

-¿Son los resultados que le pedimos a tu padre?
-Llegaron hace unas semanas, Gwendal.
-¿Por qué no me los diste?
-¡Porque tengo miedo!
-¿No fue sólo una prueba?
-Ayer llegó una extra y te la escondí, perdón.
-Al diablo, quiero saber.
-¡No te portes así!

Gwendal abrió el sobre y sacó el contenido para buscar los últimos párrafos.

-¿Probabilidad de 99%?
-Cálmate - suplicó Vika.
-No es lógico ¿se equivocaron?
-Hicieron cada prueba tres veces. Mi papá perdió todos sus favores en el ejército con esto.
-Si Lorenzo es... Entonces yo soy...
-¿Vas a decirle a Judy quien es su padre?
-¡Vika!

Gwendal apretó a la joven con fuerza y comenzó a suplicarle disculpas de rodillas, a besarla, a prometerle que no le fallaría otra vez. Judy en su lugar sintió como si le clavaran un cuchillo y Tennant y Cumber la sostuvieron para evitarle el desmayo.

-Vayamos a casa, señora. Esta aventura tiene punto final - dijo Cumber y la deshecha Judy lo siguió de nuevo hasta la estación del tren. El asombrado Tennant prefirió ya no ver aquella situación tan penosa.

El tren rápido de Venecia a París había partido a las cuatro y el de las cinco era de marcha lenta, lo que aseguraba que Judy Becaud pasaría un día entero fuera de casa. Las mismas personas que se hallaban en la estación de Santa Lucia se habían ido, los vagones se antojaban semivacíos.

-¿Esa era tu venganza, Cumber? - murmuró.
-No me quejo... Salió mejor de lo esperado.
-¿Sabías que Gwendal volvería con Vika si la tenía enfrente?
-Me da pena por usted pero el imbécil no va a cambiar.
-¿Por qué le permites estar con tu hermana?
-Porque la necesita y la ama.
-Cumber...
-Me enteré de lo que le hizo Gwendal a usted la primera vez.
-¿Qué supiste?
-Odio mi memoria porque se queda hasta lo que no me gusta.
-Dime.
-Gwendal la enamoró, tuvieron una cita increíble y durmió con otra que también era su novia ¿se da cuenta?
-¡Quiero llegar a casa!
-Gwendal no la quiere.
-¡Cállate!
-Jean Becaud será un cretino pero no la abandona así.
-No digas nada.
-Afróntelo. Cuando fueron pobres, el señor Becaud nunca se permitió que usted durmiera en la calle o dejara de comer y falsificó su firma para darle un lugar donde vivir. No le agradan los niños pero basta con que usted reciba a David y Amy para que él los deje pasar y con su embarazo...
-No desea a los gemelos.
-Pero está arreglándoles la habitación.
-¡No lo quería abandonar!
-Gwendal sólo buscaba una admiradora y la trató como tal. Adivinaré: ¿Besos, palabras bonitas, abrazos y mimos? ¿Ilusiones que parecen sencillas? Predecible. Bien, yo no sé si Jean Becaud la ama pero la diferencia es que piensa en usted ¿Le lleva el desayuno a la cama cada viernes? Aunque discutan, él no falla con eso ¿Flores cada jueves? Sin falta ¿Ir a misa el domingo aunque se duerma? Adelante ¿Quiere ir a algún lugar? No la detiene ni pregunta y no empezará mañana.

Judy traía el arrepentimiento oprimiéndole el pecho y deseaba arrancarse el vestido para no traer nada de Gwendal consigo. Se sentía humillada y comenzó a rezar como penitente mientras Cumber ideaba una historia qué contar si su jefe sentía que necesitaba explicaciones. El retorno a París tendría escalas en Mónaco y en Niza y por tanto, existía mucho tiempo para inventarla. Casi podía ver a Judy siendo amorosa y relatando una fallida visita a Venecia con un souvenir y un botón de la gelateria "Il dolce d'oro" mientras su marido disimulaba la desconfianza.

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