jueves, 31 de mayo de 2018

La caída de las estrellas


Poco después de la llegada de Vika y Cumber, arribó un tren proveniente de Milán a la estación de Santa Lucia. Una gran cantidad de visitantes descendía y era fácil saber que la Fiesta de Fieles Difuntos tendría la ciudad saturada el fin de semana mientras Katarina Leoncavallo se asomaba a cada ventanilla para hallar a su hermano y a su primo. Detrás de ella, sus compañeros de entrenamiento suplicaban por no topárselos y finalmente fue Carlota Liukin quien los halló cerca de la estancia, como en un tropiezo por el que no se ofrecen disculpas. El rostro de Maurizio Leoncavallo era irreconocible y el de Maragaglio parecía de susto.

-¡Katarina! - llamó Carlota y la joven aquella, nunca se supo como, oyó desde su sitio al fondo del andén y corrió hasta detenerse frente a su hermano, que después de mirarla, tomarla de las manos y susurrar "Katy", la abrazó desconsolado. Los alumnos de Maurizio se aproximaron en ese instante y el momento fraternal se convirtió en grupal porque todos sintieron la necesidad de cobijarlo a él y a su hermana. Carlota Liukin quedó junto a Katarina y de pensar en la carga de consciencia que ella soportaba por el fallecimiento de Jyri Cassavettes, sintió como si se le congelara la cabeza.

-¿Qué ocurrió? - preguntó Haguenauer a Maurizio Maragaglio en aquel instante.
-Mauri no llegó.
-No me digas eso.
-Nos echaron del hospital y si regresamos apenas es porque estuvimos unas horas en el velorio.

Haguenauer soltó unas pocas lágrimas y Tamara Didier se apresuró a enjugárselas para no contagiarse de ese impulso y afectar más a un Maragaglio que no sabía que hacer y al que sin duda, le faltaba estrechar a Katarina para confortarla.

-Serán unos días muy tristes - comentó Maragaglio antes de alzar la vista y descubrir a Miguel Ángel parado cerca del grupo, sin atreverse a acercarse. Carlota Liukin lo notó también y se soltó de los Leoncavallo, provocando que sus compañeros también se apartaran, dejando a Maurizio y Katarina abrazándose unos minutos más. La escena rompía una parte del corazón.

-Signor Maragaglio, también lo quiero - dijo la joven Liukin.
-Grazie di coure.
-Le hice esta flor de tela mientras esperábamos por ustedes.
-Es muy linda.
-Le diré a papá que lo invite a cenar, siempre hace sopa de cebolla cuando alguien está afligido .
-¿Ayudará con Katy y Mauri?
-¿Qué puedo hacer?
-Sé buena con Katy, por favor.

Maragaglio se atrevió entonces a aproximarse a su prima y luego de tocar su cabello, la apretó contra sí. Maurizio Leoncavallo pudo recibir a cambio los abrazos de cada uno de sus alumnos y también el de Miguel, a quien le susurró que Katarina iba a necesitar muchos detalles y momentos tranquilos para no estar tan decaida. El chico leyó el alma de su cuñado y se enteró de que estaba preocupado porque ella reaccionara mal ante lo ocurrido.

-Confía en mí - dijo Miguel y pronto posó una de sus manos en la espalda de Katarina, obteniendo a cambio las manos de ella en su rostro.

-Son tan ... Raros de ver - señaló Tamara.
-Son novios desde el domingo - contestó Carlota.
-Dile a Miguel que lleve insecticida.
-No seas mala.
-Las araña seguirá siéndolo aunque esté de luto.
-Le doy dos semanas.
-Que entusiasta, yo le doy hasta mañana.

Katarina volvió a apoyarse en el hombro de Miguel y este la rodeó para continuar confortándola. El resto del grupo los siguió hacia la calle, con Haguenauer y Maurizio sosteniéndose mutuamente y Maragaglio junto a Carlota, comentándole a ésta que se había enterado del por qué sus primos se habían confrontado. La joven Liukin no tenía comentarios al respecto y pensó en los planes que la federación, Haguenauer y ella habían trazado para el siguiente año.

-Gracias por escoger a mi primo - sentenció Maragaglio, orillando a Carlota a contestar "de nada" porque comenzaba a ser inapropiado admitir que Leoncavallo era su entrenador porque no había más opciones.

Al exterior, Venecia no continuaba con su ritmo habitual: El servicio de taxi acuático era acaparado por turistas; la parada de los vaporetti se encontraba a reventar en San Geremia, los cantantes callejeros, de tanto interpretar a Vivaldi eran ignorados por los venecianos y en los bacari cercanos se servía prosecco en lugar de spritz o vino porque reservaban las botellas para las fiestas inmediatas. El descanso por los Fieles Difuntos era de los sucesos más importantes de la ciudad y la gente decoraba con flores de papel y cruces cada balcón y ventana mientras comenzaban a desfilar actores enmascarados, vestidos de negro, invitando a la procesión nocturna de San Marco para el Día de todos los Santos. Aquello era como un festival y después de la celebración de Halloween que incluía el encuentro de hockey entre el Istituto Marco Polo y la Secundaria Giuseppe Garibaldi, habrían recorridos de góndolas hacia el panteón, ceremonia solemne en la Laguna, procesión del sindicato de trabajadores del vaporetti, la carrera de botes en Lido organizada por los cuerpos de rescate, la ceremonia de las velas flotantes en el Canale San Marco del gremio de buzos y la Misa de Fieles Difuntos en el Gran Canale, en donde gondoleros y pequeñas embarcaciones participarían para que cualquier lugareño pudiera llevar su linterna e iluminar el agua. El Ayuntamiento ya colocaba lámparas esféricas para ayudar en los festejos.

-En tiempo de carnaval se pone peor - recordó Maurizio Maragaglio y reconoció pronto a Geronimo en su bote. Carlota lo había llamado para evitar que los Leoncavallo pasaran mucho tiempo en la calle.

-Principessa Carlota, grazie per la chiamata. Principessa Katarina, mio amico Leoncavallo, lo lamento muchísimo - saludó el joven aquel mientras los abrazaba y hacía que el grupo abordara.

-Si necesitan algo más, no duden en pedirlo ¿Quieren ir a casa?
-Con mis padres, por favor. Reuniremos a la familia - contestó Maurizio Leoncavallo con la mirada perdida. Era complicado no sentir como se le encogía el alma.

-Vámonos - pronunció Carlota y Geronimo transitó por el pesado ritmo del Canale di Cannaregio sin mediar palabra. En ese momento, Cecilia Torn le preguntaba a la joven Liukin sobre qué hacer y ésta le recordaba que no conocía a Maurizio lo suficiente y que tal vez nadie debía mencionar el tema del funeral. El señor Maragaglio sólo atinaba a agregar que sus primos agradecerían cualquier detalle pequeño que el grupo tuviera, como unos dulces o una tarjeta y les recomendaba que fueran especialmente sensibles con Katarina, que era la más afectada.

-Si se pelea con Maurizio, apóyenla - dijo casi suplicante. El grupo lo miró sin comprender su petición, especialmente los pupilos de danza que solían contemplar varias escenas entre los Leoncavallo que les eran desconcertantes, sobretodo cuando el ánimo de Katy era juguetón.

El Canale di Cannaregio era complicado de sortear y Geronimo decidió irse cerca del borde, así terminara navegando junto a los vaporetti y esperara su turno para adentrarse en la Calle del Pignater. Eran las cuatro de la tarde y Carlota Liukin apenas reparaba en la presencia de su padre, que se limitaba a escucharlo todo y parecía sorprendido por la actitud de Maurizio Leoncavallo, que se cubría el rostro para que nadie se atreviera a dirigirle la palabra.

-Carlota, te aconsejo que no intentes nada que no sea seguir órdenes. Esta semana no va a ser buena - habló Ricardo Liukin para que su hija desistiera de seguir haciendo flores de tela. Aun así, Katarina Leoncavallo recibió la suya y ésta, más triste aun que su hermano, se aferraba a mirarlo al mismo tiempo que reprimía sus necesidades de tenerlo en sus brazos mientras frotaba la espalda de Miguel.

-Il canale è un inferno ma arrivammo - señaló Geronimo cuando pudo aproximarse a la puerta junto al farol de colores y notar que los Leoncavallo iban entrando poco a poco a aquella casa cálida. Maurizio se encontró en la banqueta con una angustiada Karin Lorenz a la que dio un beso apenas y dejó atrás y Maragaglio se colocaba en una posición en la que se aseguraba que sólo los miembros de su familia entraran a la reunión. Eso dejó claro que era el líder del clan y aguardó por Katarina, que no deseaba estar allí.

-Tengo que ir con mi hermano - murmuró ella a Miguel.
-¿Estarás bien?
-Ven mañana.
-Te esperaré.
-Regresa a casa, por favor.
-Te llamo más tarde.
-Miguel, por favor. Mañana.
-Katarina...

La chica soltó a Miguel y dio la vuelta sólo para, luego de un segundo, volver con él, besarlo torpemente y decirle "adiós". Maurizio Maragaglio cerró la puerta detrás de sí, no sin observar al grupo que estaba fuera.

-¿Qué pasó? - se preguntó Tamara Didier.
-Nada. Lo mejor es marcharnos y luego nos enteraremos - intervino Ricardo Liukin y junto a Carlota, volvió al bote. La confundida Karin Lorenz los siguió y los chicos de danza imitaron ese acto. Geronimo no tenía reparos en llevar a cada cual a su destino.

-Miguel ¿te quedas? - preguntó Ricardo y el muchacho tomó asiento en el piso, asegurando que estaría bien, que tenía algo que hacer. Aquello no convenció a nadie.

-No se preocupe, señor Ricardo. Volveré a casa más tarde - reiteró Miguel y sacó un libro para pasar el tiempo. Ante eso, los demás prefirieron marcharse.

La tarde caía en Venecia acompañada de cierto frío y la ciudad se iba vaciando mientras los Leoncavallo continuaban con una tensa charla de la que Miguel imaginaba ciertas cosas, como el sabor del café con amaretto cuyo olor llegaba a la calle o la cara de las primas políticas de Katarina, que no se relacionaban con ella. Al que no conseguía tener en la mente era a su cuñado Maurizio, cuya pena lo había sumido en un silencio que seguramente no tardó en quebrantarse.

El libro de Miguel, que no era más que una novela sobre un conejo cazado por un halcón, se terminó y el chico miró fijamente a la puerta, poniéndose de pie sin atreverse a tocarla, contando una y otra vez los cristales de colores del farol, ajustando sus agujetas de maneras diferentes, levantando sus ojos hacia la ventana de donde Katarina Leoncavallo nunca se asomaba. La Calle del Pignater no había atestiguado una paciencia tan grande y menos ver a tantos buzos pasando a molestar a un compañero en buena lid cuando lo descubrieron suspirando recargado a una pared. El cielo se iba nublando y el frío llegaba acompañado de un viento que hacía titritar. Nada perturbó a Miguel, que al anochecer se fijó otra vez en la ventana cuando una luz se encendió. Poco después el cerrojo de la puerta fue abierto y contempló a los Leoncavallo salir uno a uno, reconociéndolo y saludándolo con un sencillo "buonanotte" antes de tomar camino a Ghetto Vecchio o San Polo. Él no pudo preguntarles por Katarina debido a su timidez y pasados varios minutos, Maurizio Leoncavallo finalmente se dispuso a irse con todo y su vista al suelo.

-¿Sigues aquí, Miguel? - pronunció Maurizio con tono apagado.
-Quiero saber como está Katy.
-No creo que tenga humor de verte.
-Me quedé para que no se sienta sola.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-¿Qué hora es?
-Casi las diez.
-Tal vez ella quiera dormir. Debí ir con mi padre.
-Iré a avisarle.
-Maurizio, perdona.

Miguel abrazó a Maurizio Leoncavallo fraternalmente y este agradeció en el acto, repitiendo que su hermana necesitaba sentir tranquilidad y revelando que se hallaba en su habitación, llorando. Acto seguido, Leoncavallo fue por su hermana y su primo se apareció en la entrada, contemplando a Miguel con los brazos cruzados. Maurizio Maragaglio estaba serio y reaccionó con sorpresa cuando Katy, con los ojos cansados y el rastro de sus abundantes lágrimas, accedió a reunirse con su novio.

-Miguel - susurró la joven.
-¿Quieres caminar?
-¿Nos podemos ir?
-¿Dónde vamos?
-A donde me sienta sola.

El chico rodeó a Katarina y partió con ella rumbo al Porto di Venezia, vacío por la hora. Maurizio Maragaglio quiso detenerlos pero su primo Leoncavallo tocó su hombro para que no interviniera.

Así fue como Katarina y Miguel tomaron una calle hacia al norte, solitaria, sin luz, junto a un canal que formaba remolinos. El puerto era hermoso cuando estaba en soledad, se constataba aunque se viera de lejos. La noche mostraba un sinnúmero de estrellas y la joven, que nunca volteaba a contemplarlas, se preguntó que las volvía tan especiales. De repente se contemplaba alguna rara góndola con una pareja a bordo en un paseo nocturno o una lancha de inspección iniciando una jornada de trabajo muy larga.

-Katy ¿hay algo que pueda hacer por ti? - inquirió Miguel cuando sintió el silencio profundo. Ella se detuvo y a dos escasas esquinas del puerto, decidió desviarse a una calle con una fuente seca y sentarse dentro de ella.

-¿Por qué no fuiste a casa? .
-Katy...
-¡Te pedí que lo hicieras!
-Creí que te escaparías.
-¡No iba a dejar a Maurizio!
-Katarina, perdona.
-Pero él no me dejó abrazarlo ni decirle que no quise hacerle daño a Jyri.
-Sabe lo que sientes.
-Siempre me aleja.
-Para que no sufras, estoy seguro.
-Sólo quiero estar a su lado.
-No llores más.
-¡Me duele que Mauri no se abra conmigo! Tengo miedo de perderlo.
-No lo harás.
-Nunca dejó de pensar en Jyri.
-¿Qué quieres decir?
-Ni siquiera se acordó de que yo estuve junto a él todo ese tiempo.

Katarina había resumido lo sucedido en la reunión familiar y la imagen llegó a la mente de Miguel sin problemas: Maurizio Leoncavallo charlando del pasado y sus culpas, los demás platicando donde habían estado esa tarde siete años atrás y cómo se habían enterado del incendio; la pésima crónica de Maurizio Maragaglio del velorio en donde amablemente arrojaron al primo a la calle en medio de resentimientos; un "si Katy no se hubiera salido sin avisar" y al final ella, en un rincón, siendo ignorada por los demás. Y es que los Leoncavallo no recordaban la otra mitad de aquella historia, con Katarina arrodillada en la capilla del hospital mientras la familia Cassavettes la humillaba y Maurizio defendiéndola un momento para luego hacerla a un lado y desvivirse por Jyri.

-No sé por qué no tengo fuerzas para irme si Mauri está cerca de mí - confesó Katarina.
-No estaríamos aquí.
-Miguel, dime que me quieres mucho.
-Te quiero mucho.
-Dime que todo estará bien, que Mauri será el mismo de siempre.
-Todo estará bien.

La chica apretó a Miguel con tanta fuerza, que lo derribó y él respondió con un beso largo, del que Katarina no quiso desistir. Ambos habían desconocido una experiencia similar pero poco a poco, la sensación de juntar sus labios se volvía más confortable.

-Llevamos tres días juntos - recordó ella cuando se apartó para respirar.
-¿Qué puedo hacer para no verte triste?
-Nada.
-Katarina ¿por qué quisiste venir?
-Para hacerte compañía.
-Era lo mismo que yo quería para ti.
-¿Cuánto me esperaste, Miguel?
-Desde que entraste a tu casa.
-Fue bastante tiempo.
-Debemos volver.
-No puedo.
-¿Por qué?

Katarina no dijo más y se recostó mirando hacia arriba.

-¿Te gustan las estrellas? - preguntó él, regalándole un beso en la frente.
-No mucho.
-Son bonitas.
-Nunca han llamado mi atención.
-Siempre traen sorpresas.
-Quizás no miro al cielo.
-Tienes suerte porque hoy se ven todas las que existen.
-Eso es mentira.
-Pueden hacer lo que quieras.
-¿Como figuras? Mauri jugaba a unir los puntitos cuando yo era niña.
-Puede ser ¿qué te imaginas?
-Eh ¿"Katy"?

Miguel sonrió y con sus dedos comenzó a trazar en el aire aquella palabra en manuscrita que luego apareció en el cielo.

-¿Es mi nombre? ¿Es magia?
-Tu nombre hecho con estrellas.
-¿Eres ilusionista?
-También te dibujo, observa.

El muchacho movió sus dedos otra vez y un retrato de Katarina Leoncavallo se formó ante los ojos incrédulos de ella.

-¿Dónde aprendiste a hacer eso?
-Siempre lo hago.
-¿Quién te enseñó? ¡Serías un mago famoso!
-No es magia, Katy. Es real.
-Es que no es posible.
-¿Qué es lo que más te gusta ver?
-El farol de mi casa.
-Concedido.

Las estrellas se movían como si danzaran y Miguel plasmó un farol idéntico al de la Calle del Pignater, dejando a su novia boquiabierta.

-¿Estás contenta?
-¡Es hermoso, Miguel!
-Y no es lo único que verás.

Katarina Leoncavallo giró a su costado derecho y se encontró con los ojos de Miguel, que parecían halagarla.

-¿Conoces el polvo de estrellas?
-¿Es otro truco?
-Es lo que cae del cielo.

En Venecia comenzó una fina lluvia con polvo dorado que se amontonaba en las esquinas, cornisas y balcones; que se reflejaba en las ventanas y cubría los canales sin perder su bella luz. La gente comenzó a salir de sus casas, de los bacarí, de los hoteles, constatando que las estrellas parecían estallar y caer sobre ellos de esa forma tranquila. En cualquier rincón había niños jugando, parejas que decidían tomar el paseo, mascotas felices; los fantasmas de Venecia agarraban polvo para hacerle futuras bromas a los vivos y los ángeles de la guarda se alegraban ante tal demostración de poder celestial. Maurizio Leoncavallo, en su ruta lenta hacia Castello, se quedó frente al Canale di Cannaregio, completamente asombrado y por unos momentos, olvidando su tristeza y a Jyri.

Pero ese movimiento era ajeno a la insólita soledad de la fuente seca a dos calles del puerto. Katarina Leoncavallo y Miguel Ángel Louvier también se cubrían del polvo de estrellas e intercambiaban breves caricias en sus mejillas mientras sus ojos se iban cerrando. Él la cubrió con su suéter antes de darle las buenas noches y ella, en agradecimiento, le colocó su cabeza en el pecho, sin evitar sonreír por tan maravilloso instante.

-Soy un arcángel, Katy. Por eso puedo mover las estrellas - susurró Miguel al cabo de un momento y cayó rendido luego de besar a Katarina en la nariz.

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