martes, 7 de enero de 2025

La boda de Marine, primera parte (Cuento por la Navidad Ortodoxa)

Imagen de Bing IA.

Venecia, Italia. Sábado, 23 de noviembre de 2002.

-Maragaglio ha salido excelente en sus estudios, tal vez le enviemos a casa - decía el doctor Pelletier al señor Berton y a Edward Hazlewood y estos últimos por fin tomaron asiento para descansar un poco. Durante la noche, ambos no habían cruzado palabra y ahora tampoco sabían qué decirse.

-El último electrocardiograma es muy bueno, se lo tomamos durante uno de los ataques y a la espera de la observación de psiquiatría, puedo deducir que el diagnóstico será de trastorno de ansiedad - continuó Pelletier.
-Supongo que tomará algún medicamento - añadió Hazlewood.
-Así es, pero yo no puedo recetarlo. Volveré únicamente para firmar el alta, tengo muchos pacientes en el hospital y Marco necesita un poco más de atención. Si sucede algo extraordinario, le avisaré, señor Hazlewood.
-Gracias.
-Me sorprende que esté ayudando a Maragaglio.
-Ahora es el primo político de mi hijo.

Pelletier sonrió apenas y se dirigió al final del pasillo para dejar un expediente y declarar que iría a dormir pasado el mediodía. L'acqua alta y la presencia de nieve hacían que la gente portara cualquier protección en los pies, pero al señor Berton le parecía increíble que esa planta baja continuara seca y mucho más que su yerno no reparara en el frío, tal y como le ocurría al viejo abuelo Leoncavallo. 

-Pueden pasar - anunció el doctor que acababa de evaluar a Maragaglio, pero Hazlewood comprendió que sólo él estaba interesado en acompañar a su ahora nuevo amigo, así que cerró la puerta de la habitación para que no se escapara cualquier palabra.

-Creen que estaré bien - mencionó Maragaglio.
-¿Se siente mejor?
-No.
-¿Hay algo que pueda hacer?
-Nada.
-Lo prudente será irme.
-Aquí me piden que tome un descanso, pero no dejo de llorar.
-Maragaglio, no deseo incomodarlo.
-Hablé con ese doctor y no sé qué por qué no me he calmado como debería.
-La mente es confusa.
-Quiero a mi esposa.
-Estoy seguro.
-He tenido amantes en mi vida.
-¿Siente culpa?
-Le conté al psiquiatra de la vez que mi abuelo me llevó a una casa de citas para que me hiciera hombre, según él.
-¿Pasó algo malo?
-Fue uno de los mejores días de mi vida. Las chicas me compraron pastel, bailaron conmigo, me dieron regalos y me dejaron dormir en una cama grande en la que no me sentí solo. No estuve con una chica hasta los diecisiete y me propuse conquistar a todas las que me gustaran y disfrutaba que se pelearan por mí. La única que me dijo que no fue mi cuñada, Anna.
-¿Anna Berton?
-Vine a esta ciudad a buscarla y en su lugar, estaba Susanna. A ella la hice mi esposa porque siempre me ha dado un hogar y el beso que necesito. No sé si la amo.

Edward Hazlewood se quedó callado, porque decir cualquier cosa en esos segundos, empeoraría la situación.

-¿Sabe? He tenido deslices de unas horas, aventuras de una noche, escapadas de una semana y no sé qué más. Mi esposa no se merece todo eso, pero no podré repararlo. 

Maragaglio se recostó, pero el llanto se volvió un sollozo. Contrario a lo que cualquiera pensara, él había considerado el divorcio en tantas ocasiones pero, atinadamente, el lector sabe que sólo lo hizo durante una etapa muy específica y después, la convicción de permanecer con Susanna fue una condición establecida para cualquier mujer que se apareciera en el camino.

-Hazlewood ¿Usted alguna vez engañó a su ex esposa?
-No quise.
-¿Llegó a pensarlo?
-Tampoco. No soy un hombre perfecto, pero mientras estuve casado, fui muy feliz.
-¿Por qué no puedo ser así?
-Desconozco esas razones, Maragaglio. 
-Mi suegro me odia. Tantas veces me exigió alejarme y en lugar de eso, me aferré a formar parte de su familia.
-El señor Berton está preocupado.
-Pero no por mí.
-No leo la mente.
-Me casé con Susanna porque pensé que la perdería. Ella había encontrado trabajo en una galería y otro hombre se interesó.
-¿Celos?
-Cuando me siguió a Londres, supe que era mi hogar y cuando se quedó conmigo pese a mi abuelo y todas las humillaciones que soportamos... Ninguna persona habría hecho eso por mí. Susanna fue muy valiente.

Edward Hazlewood se sentó al lado de Maragaglio y enseguida ofreció un vaso de jugo que Maragaglio se rehusó a beber.

-La naranja es muy amarga.
-¿Qué? Nunca me habían dicho eso.
-Esa fruta jamás me ha gustado. Mi abuelo decía que a mi abuela Lía también le provocaba disgustos y que yo no podía igualarme en nada a su mujer. Luego mi prima Katarina resultó alérgica y el abuelo la odió más. No entiendo cuál era el problema.
-¿Nunca le habló de su abuela?
-Le dolía tocar el tema y aprendí a no preguntar.
-¿Prefiere el agua simple?
-Gracias.
-¿Ha tenido la oportunidad de conversar sobre estas situaciones antes?
-Usted no es psiquiatra, Hazlewood.
-Me disculpo si lo necesita.
-Tampoco he discutido con Giampiero sobre eso.
-¿Por qué son amigos?
-Es el único que me trata como el idiota que soy.
-Me cayó bien.
-Pero por fin está muriendo. 
-Es difícil.
-Ese canalla me va a hacer falta.
-Él sabe cuánto lo aprecia.
-Desearía hacer más.
-Créame, Giampiero lo siente.
-Él rechaza la lástima, por eso oculto que he llorado de la impotencia de verlo enfermo.
-Maragaglio ¿Se lo ha dicho?
-Nunca le demuestro mi tristeza porque lo hago sentir miedo. Él mismo me lo confesó.

Hazlewood optó por terminarse el jugo de naranja y notó que Maragaglio elegía permanecer enredado en las sábanas por el olor. Se trataba de una fragancia dulce, sutil, que recordaba la canela y el coco, aunque con la frescura de alguna vainilla y quizás, mango. 

-La cama huele a Marine - evocó Maragaglio junto a la imagen de su espalda desnuda, misma que él había acariciado en su primera noche juntos en Cinque Terre. Él se daba cuenta de que su vista se deterioraba porque su nariz se volvía refinada y sus recuerdos más profundos si existía un aire particular.

-Asistiré a la boda de Marine.
-¿Sigue con eso? 
-¿Va a juzgarme, Hazlewood?
-Es que las venganzas esconden los sentimientos.
-¿Tan transparente soy?
-Me temo que a veces, sí.
-Si ella no hubiera molestado a Susanna, ni siquiera me cruzaría por la cabeza imaginarla con su vestido.
-¿Tan grande es su rencor?

Maragaglio prefería evadir el tema cotidianamente, aunque estuviera consciente del deseo y la intensidad de sus emociones cuando Marine se cruzaba en sus pensamientos. Entonces supo que iba a tener que resolver esa parte de su vida.

-Marine era la becaria, punto.
-De acuerdo.
-Pero la lastimé y fue intencional.
-Me quedó claro cuando habló con ella.
-Era sólo la becaria.
-¿Eso importa?
-¡Era la becaria y nada más! ¡Si ella no me reclamaba por engañar a Susanna, nunca me habría interesado! ¿Quién quiere una relación con alguien que cumple el servicio social? Marine me pareció agradable ¿Y qué? Las becarias dan problemas, se equivocan a diario y después de un año se van y no las extraño ¡Pero ella me conocía más de lo que podía calcular! 
-¿A qué se refiere, Maragaglio?
-Desde el principio sabía quién era yo.

Hazlewood asumió que era razonable no preguntar.

-Tuve la tentación de despedirla cuando supe que le gustaba oírme cantar en la oficina, pero también parecía tener cualidades para ser agente de inteligencia por la forma en que me había estado vigilando ¿Quién sospecha de una chica sorda que apaga sus auditivos todo el día? ¿Cómo desconfiar de alguien que se dedicaba a contestar teléfonos y de tener dudas sobre archivos que a nadie le importan? 
-Tú lo hiciste.
-Por eso la mantenía cerca, porque sus intenciones me inquietaban.
-Una espía.
-No, Hazlewood. Una mujer.

Edward Hazlewood no añadió más.

-Me hice su amigo para anticiparme a lo que tramara, la seguí, la invité a mi equipo y me quise deshacer de ella al mudarme a esta ciudad. Marine me ayudó, qué estúpido fui.

Maragaglio bebió agua y prosiguió.

-La mujer creyó que no había notado que odiaba sus auditivos prendidos y fingí que tomarme de la mano me parecía normal. Pude decirle que no, pero cuando le quité una pañoleta del cuello, noté la verdad. No me detuve, era tan natural lo que ocurría, tan puro. Necesitaba besarla, estar con ella ¿Acaso me volví loco? Casi lloro de ternura con el primer regalo que me hizo y le contaba sobre Susanna... ¿Por qué le hablé de mi esposa? 

Ambos hombres se miraron con ese desconcierto.

-Nunca le he dicho a nadie que hacer el amor con Marine ha sido lo más hermoso que me ha pasado.
-Maragaglio...
-Me gusta pensar que tuvimos una luna de miel y que en algún punto, la sentí mía. 
-Estabas enamorado.
-Me duele.
-El amor no es fácil.
-Lo que me duele es odiarla.

Hazlewood asumió que Maragaglio estaba siendo congruente a final de cuentas. Desde el principio, se había establecido que Marine no significaba en el presente más que una intromisión en asuntos que no le competían, que el amor actualmente no existía.

-Pensé que me separaría de Susanna y me volvería el marido de Marine ¿No es ridículo? Consulté a un abogado y recordé todo lo que mi esposa y yo habíamos pasado, luego me pidió tener hijos y no volví a la idea del divorcio. Susanna es mi hogar.

Ambos hombres miraron hacia la pared.

-Me enamoré de Marine y me asusté.
-Cualquiera reaccionaría así.
-Me acosté con una chica que estaba interrogando... Hazlewood, soy un ser despreciable, le fui infiel a Marine.
-Te equivocaste.
-Y con Katarina me siento el peor de los hombres. Es mi prima, he tenido que protegerla ¡Y confundí mis sentimientos con deseo! Siento vergüenza por haber pensado en una intimidad con ella ¡Me doy asco!

Maragaglio se volvía incapaz de concentrarse en un solo tema y Hazlewood sólo atinaba a observarlo en el ataque de ansiedad que le estaba dando, pese a que era menos intenso que los otros tres que había sufrido durante la noche.

-¿Cómo me voy a disculpar con Katarina? 
-Ella es una chica inteligente.
-¡No soporto que no confíe en mí!
-Di lo que debas.
-Hazlewood ¿Por qué dejaste que Katarina te eligiera?
-Tal vez entiendo qué quieres saber... Katarina no tiene a nadie con quién hablar y yo soy su profesor de matemáticas. Cuando un alumno está solo, le queda recurrir a alguien como yo.
-No puedo creerlo.
-Tienes que dejarla crecer.
-Si se enterara de todo esto...
-Mi silencio es garantía.
-¿Vengarme de Marine me dejará en paz?
-Piensa bien en lo que te hizo, pero podrías no sentirte satisfecho.
-¡No quería saber de mis padres y luego esa mujer!... Susanna lloró por su culpa ¿Por qué le mandó Marine ese ADN? ¿Fue por qué en cuatro años me negué a ser amable? Esa aventura terminó ¡Marine acabó para mí! 
-No vayas a su boda.
-¡Necesito verla!
-Si ella te importa un poco, no te lances a hacerle daño sin una explicación.
-Estaré presente en esa fiesta, esa decisión no ha cambiado.
-No te arriesgues.
-A lo único que le tengo miedo es a no replicar ese golpe.

Maragaglio se cubrió más con su manta y derramó incontables lágrimas mientras daba la espalda a Hazlewood. Este último no hizo ruido y luego de mirar al señor Berton a través del cristal, eligió por continuar con sus improvisados y torpes cuidados, notando que su amigo intentaba ocultarse. Un abrazo se volvió necesario.

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